I want your psycho.
—Ah —jadeó Tom. Con la boca entreabierta y el corazón acelerado, de lo único que se vio capaz de hacer, fue de aferrarse al cubrecama azul que decoraba su cama del hotel mientras su cuerpo se estremecía de pies a cabeza cuando el alivio de su orgasmo, lo bañó por completo—. Bill —gimió el nombre de su gemelo, cuando éste aceleró el ritmo de sus embestidas e igualmente encontró su liberación al correrse dentro de su cuerpo.
Dentro de él, Tom lo sintió en una nueva oleada de placer.
—Uhmph —se dejó caer Bill sobre su espalda, jadeando con esfuerzo contra su oreja, su pecho agitándose con desesperación por oxígeno—. Eso fue…
—Wow, lo sé —respondió Tom, moviendo los dedos de los pies—. Lo siento por todos lados.
Apoyando los brazos a cada lado de su gemelo, Bill se semi incorporó con cuidado, saliendo del cuerpo de Tom con delicadeza, atento a cualquier gesto de su parte para no causarle ningún daño.
—Tranquilo —le aseguró Tom—, después de la manera en que me hiciste morder la almohada, nada me dolerá más que eso después.
—Idiota —murmuró Bill con malicia, inclinándose sobre su trasero y depositando un beso sobre uno de sus enrojecidos glúteos; culpa suya, porque antes de entrar de lleno a la acción, le había dado a Tom un par de nalgadas en el calor del momento. No que se quejara y de seguro, por la manera en que se había excitado y pedido por más alegando ser un ‘mal chico’, Tom tampoco lo haría—. Necesito ir al baño —se excusó—. ¿Seguro que estás bien? ¿No necesitas algo?
Con los ojos cerrados, aún recuperando el aliento, Tom asintió. —Una toalla húmeda, por favor.
—Sus deseos son órdenes, mi señor —lo chanceó Bill, enfilando al baño y sin molestarse en cerrar la puerta, orinar sin levantar la tapa.
Desde su sitio en la cama, el mayor de los gemelos gimió liberando el estrés post-orgásmico, estirando los brazos por encima de su cabeza y relajando los músculos de la espalda. Muy para su gusto, Bill se había tomado muy en serio su papel auto asignado y no sólo le había dado un orgasmo, sino dos desde su llegada al hotel. No que Tom se quejara, porque a como iban las cosas entre ellos, quizá habría un tercero e incluso un cuarto pensando positivamente.
—Tomi —asomó Bill la cabeza desde el baño—, ¿te importa si tomo una ducha?
El mayor de los gemelos rodó en la cama hasta quedar bocarriba, con los pantalones aún abultándose a sus pies, donde con sus prisas, todavía llevaba los zapatos.
—Adelante.
—Genial, volveré en un parpadeo —le guiñó un ojo su gemelo, lanzándole la toalla húmeda prometida y al cabo de unos segundos, dejando que en el baño se escuchara el eco de la regadera.
Mientras Tom se limpiaba, no pudo evitar rememorar el hecho de que dos horas atrás estaban en la post-fiesta de una entrega de premios en Paris y que mientras Bill sociabilizaba con los altos mandos en la industria musical, él hacía lo propio con un importante ejecutivo involucrado en el negocio del entretenimiento.
Claro que sociabilizar tenía un significado completamente diferente para él y su gemelo, que mientras Bill hablaba de las últimas tendencias musicales en Europa, él se encargaba de inflamar el ego de su reciente conquista y algo más.
Fiel a su trato con Bill, apenas el hombre le había ofrecido beber un par de copas más en la suite que tenía reservada en su hotel, Tom había hecho la seña que él y su gemelo tenían para casos como ése, sacudiéndose una imaginaría mota de polvo del hombro izquierdo, que en su lenguaje era “ven y quítame a este muermo si no quieres que me vaya con él a su hotel”.
Tal y como venían haciendo ya por dos años, en menos de un minuto, Bill se encontraba a su lado y con una sonrisa un tanto cortante, había pedido disculpas por la interrupción, pero por motivos de causa mayor, su gemelo tenía que acompañarlo. Con un encogimiento de hombros y una mirada de ‘lo siento, idiota’, Tom se había retirado al lado de Bill, sus cuerpos rozándose ante la cercanía, cuando los dos habían enfilado rumbo a la salida y abordado la misma limousina que los llevaría a su propio hotel.
De eso, habían transcurrido ya un par de horas y un par de orgasmos.
—El perfecto final para una noche perfecta —canturreó Tom, tirando la toalla con la que se había limpiado el sudor del cuerpo, recostándose de vuelta en el centro de la cama, desnudo aún y con una leve modorra que le invadía desde el vientre bajo hasta las extremidades.
—¿Cansado o esperando por mí? —Apareció de pronto Bill a su lado.
Tom abrió los ojos de golpe, atento a la hora del reloj de pared. No habían pasado más de diez minutos, pero su cuerpo, agotado por el sexo, había quedado en un estado de relajación máximo.
—Uh —gimió Tom, cuando sin esperar respuesta, la mano de Bill serpenteó desde su vientre hasta su entrepierna. Ahí, su pene que en cuestión de segundos, alcanzó una dureza máxima.
—Ese hombre —se inclinó Bill para besarlo—, el de la fiesta —aclaró cuando Tom cedió sumiso a sus avances y se dejó manejar como una muñeca de trapo—. …l… Lo vi en sus ojos. El deseo, Tomi. De verdad creía que irías con él a su habitación a… —Rió con una pizca de maldad, devorando la boca de Tom hasta que éste arqueó la espalda, deseoso de algo más que simples caricias; incluso por tercera vez en la noche, deseaba llegar hasta el final de las consecuencias—. No importa.
—No —jadeó el mayor de los gemelos.
Y ciertamente no importó; porque así era el trato, Tom volvía al lado de Bill y éste se encargaba de sus necesidades. El resto, carecía de valor.
I want it bad
Recién estrenado en la vida adulta, menos de un mes después de cumplir los dieciocho años, Tom se encontró entre la correspondencia suya y de Bill, un fastuoso envoltorio. En papel negro y lustroso, lacado con dorado y rojo para crear una combinación de colores decadentes, el mayor de los gemelos sopeso el sobre entre los dedos un par de segundos antes de darle vuelta y con cierta fascinación, recorrer el relieve.
“Tom & Bill Kaulitz”, rezaba el destinatario. La caligrafía elaborada a mano y pomposamente cursiva, estilizada al punto de lo irreconocible, también marcaba aquel sobre como propiedad de Bushido.
—¿Correo? —Apareció Bill detrás de él, llevando consigo una maleta a cuestas—. Dime que no son facturas. David dijo algo de olvidar pagar la cuenta de la electricidad…
—Nah —desdeñó Tom la idea—. Parece ser una invitación de algún tipo.
—Ábrela entonces —ordenó Bill, dejando el equipaje en el suelo y estirando el cuerpo al verse libre del peso—. ¿Quién la envía?
Optando por eludir la preguntando, Tom rompió el sello y extrajo del sobre una inmaculada hoja blanca, igualmente decorada en rojo y dorado. —Interesante —murmuró al cabo de un minuto, cuando sus ojos terminaron de leer el texto ahí contenido y la impaciencia de Bill por enterarse había alcanzado un punto peligroso donde intentaría arrebatarle la misiva.
—¿Y bien?
—Una fiesta de cumpleaños —sonrió Tom para sí, guardando de vuelta la invitación dentro del sobre—. Mañana en la noche.
—Ugh, no sé —arrugó el menor de los gemelos la nariz—. Tenemos dos meses viajando en autobús. Lo único que quiero es recostarme en mi cama y disfrutar de la semana libre que tenemos, no de salir y poner mi mejor cara para la prensa. ¿Es alguien famoso? —Preguntó.
—Es… —Tom se lamió el labio inferior, jugueteando con el piercing—. Bastante. Y creo que David va a decir que vayamos, suena interesante.
—¿Quién es? —Se inclinó Bill de vuelta por la maleta, dispuesto a dejarla a los pies de su cama e ignorarla hasta que hubiera dormido por lo menos veinticuatro horas seguidas.
—Mmm —carraspeó el mayor de los gemelos, inseguro de qué respuesta darle a Bill. En su fuero interno, Tom quería ir. Claro que sí. Dos años de toparse a Bushido aquí y allá en diversas galas benéficas, algunos conciertos multitudinarios, incluso en entregas de premios tanto dentro como fuera de Alemania, por no hablar de las fiestas de las disqueras, le habían dejado no sólo una cierta obsesión con el rapero -que sabía mutua- sino una creciente sensación de desasosiego que nadie podía calmar, ni siquiera su gemelo.
Saberse además, acompañado en el sentimiento de necesidad hacía el otro, sólo contribuía a exacerbar la tentación de ceder a cualquier costo.
—Bushido —barbotó al final, atento a la expresión de Bill, que pasó de ser relajada a ponerse tensa, el entrecejo frunciéndose y el labio inferior elevándose un par de milímetros para darle a su rostro una mueca de desprecio que lo decía todo.
—¿Bromeas, no? ¿Dijiste Bushido?
—Yep —fingió Tom normalidad, cuando por dentro el corazón le latía acelerado—. ¿Cuándo fue la última vez que lo vimos? No sería en-…?
—¡Tom! —Se vio interrumpido el mayor de los gemelos; olvidando su tarea de subir el equipaje a su habitación, Bill parecía a punto de enseñar los dientes—. Ni lo pienses.
—¿Piense qué? —Fingió ignorancia éste—. Nos invitan. Tenemos tiempo libre. David estará encantado, la prensa igual. Podrás divertirte. Beberemos un par de tragos a su expensa. ¿Qué tiene de malo? —No esperó respuesta—. ¿Ves? Nada.
Los ojos de Bill relampaguearon. En la punta de la lengua llevaba el por qué.
El menor de los gemelos no era idiota. A él nunca se le habían pasado por alto las miradas, los roces, la insinuación, el coqueteo que fluía entre Tom y Bushido. Tampoco la impresión de que a sus ojos, el rapero tenía puesto el objetivo sobre su gemelo y que éste, lo sabía, lo deseaba.
—Tomi… —Cambió de táctica, seguro de que no conseguiría nada si se mostraba molesto; en su lugar, moduló la voz y se acercó a su gemelo para depositar en sus labios un pequeño beso—. ¿Para qué salir? Aquí en casa podemos hacer todo eso.
Entrecerrando los ojos, oliéndose la jugarreta, el mayor de los gemelos retrocedió un paso. —Pienso que sería una grosería no ir. Mandó una invitación oficial, ¿no? Ya es muy tarde para cancelar —dijo resoluto.
—Bien —concedió Bill con la mandíbula encajada en su sitio—. Si me disculpas, tengo que desempacar y buscar qué vestiré mañana —tiró de su maleta y con ella sobre el hombro, enfiló rumbo a las escaleras, piso arriba.
Viéndolo partir, Tom intentó apartar el sentimiento de culpa que lo empezó a invadir.
—Lo siento —musitó.
The touch of your head
I want you leather studed kiss in the scene
—Aún estamos a tiempo de irnos —le susurró Bill a su gemelo, los dos sentados en el asiento trasero de la camioneta que los llevaba al local donde la fiesta de Bushido iba a tener lugar. Tal y como Tom lo había pronosticado, Jost había estado encantado de proporcionarles un vehículo y un conductor uniformado para la noche, instándolos a divertirse y dar pie a buena fama con su presencia—. Tomi, por favor.
El mayor de los gemelos se revolvió incómodo en su asiento, por un lado deseando ceder ante la presión de Bill y emprender el camino de vuelta; por el otro… Aquella parte de sí que hablaba con el cerebro, al parecer, colocado estratégicamente entre las piernas, lo que más deseaba era callar a su gemelo y seguir adelante hasta la última de las consecuencias.
—No seas ridículo —lo amonestó—. Ya estamos aquí.
—Pero…
—No seas infantil y arruines la noche. Si te quieres ir, adelante. Yo vine a divertirme y lo puedo hacer contigo o sin ti.
Ante esas palabras, Bill se recompuso lo mejor posible. Enderezando la espalda, procedió a aclararse la garganta. —Claro. Lo siento.
El resto del viaje transcurrió en silencio y cuando al fin el vehículo se detuvo, cada gemelo tomó una bocanada de aire antes de abrir las puertas y mostrar sonrisas a los periodistas que al instante los atraparon en gesto y esencia con sus cámaras.
—¡Bill, aquí, sonríe!
—Tom, Tom, mira hacia acá, Tom.
—… ¿Quién te viste? ¿Es parte de la colección invernal de…?
Los gemelos saludaron, posaron y apenas la marejada de periodistas pareció abrir un hueco entre ellos y la entrada, aprovecharon para colarse en el edificio, dando sus nombres en la entrada y al instante, las puertas negras que decoraban el recinto se abrieron ante su presencia.
—Elegante —masculló Bill apenas dieron un paso dentro del salón de eventos, repleto en su totalidad por una variopinta cantidad de personas—, pero no mucho.
A su lado, Tom lo codeó en las costillas. —Cállate. Vinimos a divertirnos, no a pasarla mal.
“Fácil decirlo”, pensó mirando de reojo a su gemelo, cuando éste se separó de su lado y se dio a la labor de pasear los ojos sobre la multitud, un inequívoco gesto de su parte al buscar a alguien con quien planeaba encontrarse de antemano.
—Quiero beber algo —anunció de pronto—, ¿te traigo algo? —Y sin esperar respuesta, caminó con rumbo contrario a donde la barra de bebidas se encontraba.
—Mierda. Genial —gruñó Bill, cruzándose de brazos y preguntándose por milésima vez en aquella noche, si haber cedido, haber dejado que Tom asistiera a la fiesta de Bushido, no sería el error más grande de sus vidas, tanto la suya como la de su gemelo.
You know that I want you
And you know that I need you…
Si alguien le hubiera preguntado a Tom, con toda certeza éste habría dicho que era una locura. A su parecer, los temores de Bill infundados y sin sentido.
Abriéndose paso entre la abarrotada sala cubierta en sombras, ruido de voces, música, humo y perfume barato, Tom se vio de pronto frente a la barra de bebidas y sin saber cómo proceder.
—¿En qué puedo servirle, señor? —Le preguntó el bartender, un hombre alto y delgado, con el cabello grisáceo y probablemente en sus cincuentas, pero la rapidez con la que movía las manos y la agilidad con la que se manejaba en el reducido espacio detrás de la atestada barra, atendiendo varias órdenes a la vez, hablaba de otra manera.
—Algo doble de lo que sea —pidió Tom, no muy seguro. Por lo general dejaba a sus conquistas pedir por él, analizando así los tragos y tratando de adivinar qué clase de persona era con la que estaba tratando. Por su cuenta, se sentía extrañamente perdido.
—Que sean mejor dos tequilas dobles —habló una voz a su espalda y Tom sintió como los vellos de su nuca se erizaban al reconocer aquel timbre sin lugar a errores—. Aunque, un momento… ¿Eres mayor de edad?
Tom se giró, sorprendiéndose en el acto cuando su cuerpo quedó a escasos centímetros de Bushido, su boca tan cerca que al instante el menor de los gemelos pudo percibir el aroma de su aliento y el de su loción para después del afeitado.
—Hey —lo saludó débilmente, resistiendo el impulso de retroceder; si uno de los dos lo hacía, no sería él—. Feliz cumpleaños, erm, gracias por la invitación —balbuceó con el estómago repleto de fuego, el calor disolviéndose como toxina en sus venas.
Bushido lo examinó por unos segundos antes de que la comisura de sus labios se elevara. —Gracias —dijo al fin.
—Señor, su bebida —los interrumpió el bartender, deslizando sus tragos sobre la reluciente barra.
El mayor de los gemelos hizo amago de tomar el suyo, pero Bushido los cogió ambos y con un gesto de su cabeza, le indicó que lo siguiera.
Un paso detrás de él y con corazón acelerado dentro del pecho, Tom lo hizo.
Baby, you’re sick
Un par de horas después y Tom no recordaba habérsela pasado tan bien en años. No, a la mierda con eso, en toda su jodida vida.
Porque Bushido había querido presentarlo con ‘un par de conocidos’, según sus palabras, la primera escala de la noche una vez hubieran apurado sus tragos de tequila hasta que las garganta les escocía, había sido una de las mesas principales, donde el rapero recibió abrazos y palmadas amistosas en la espalda por parte de sus amigos. Un poco cortado por las presentaciones, pronto Tom se dio cuenta que sus miedos eran infundados y que a pesar de ser un soeces en sus bromas, ni Chakuza ni el resto eran tan temibles como pretendían serlo en sus canciones.
—Es mi cita de la noche —dijo Bushido abrazando a Tom por la cintura y el mayor de los gemelos se lo permitió, atreviéndose gracias al alcohol que corría en sus venas y el deseo que circulaba por su cuerpo y lo mantenía en una nube de algodón, flotando a centímetros del suelo.
—El chico del cumpleaños va a tener mucha suerte hoy, ¿eh? —Chanceó uno de los raperos sentados a la mesa y Tom no pudo evitar atragantarse con su propia saliva cuando Bushido deslizó la palma de la mano de la cadera directamente a su trasero.
—Eso no es asunto de nadie —ladró Bushido, un tinte de humor en tu tono.
Los aullidos burlones no se dejaron de escuchar.
—Propongo, tú y yo, una mesa alejada —le susurró Bushido a Tom, rozando los labios contra el lóbulo de su oreja, haciendo al instante que el mayor de los gemelos sintiera un cosquilleo dentro de los pantalones.
—Claro —asintió.
No necesitaba más.
I don’t wanna be friends
No requirió de mucho. La espera de años, la anticipación de ello, había hecho su trabajo a la perfección, y apenas Tom se encontró sentado al lado de Bushido en la mesa más alejada de la concurrencia, del ruido mundanal de la música y de las luces de neón que iluminaban la sala, éste se inclinó sobre su rostro y dejó que sus labios se unieron.
Fue tentativo, el preludio de algo más, como comprobó conforme los minutos pasaban y ninguno de los dos parecía dispuesto a ceder en dominancia. Tras una gran batalla por la resistencia, Bushido ganó, sujetando las muñecas de Tom contra el tapizado del asiento con una mano y usando la otra para sujetarlo por la mejilla, marcando el ritmo de sus labios al unirse rítmicamente.
—Ah-h —jadeó Tom cuando Bushido les dio a ambos un segundo para recuperar el aliento. Sin perder empuje en ello, el rapero se dedicó a decorar su quijada con besos, luego el cuello y usando la mano libre, tironeó del cuello de la camiseta que el mayor de los gemelos vestía, descubriendo una porción de clavícula y arañando la piel expuesta con los dientes.
—Hueles a… sexo —dictaminó Bushido, olisqueando con gusto el aroma alcalino, aún el de un adolescente, que Tom exudaba por cada uno de los poros.
El mayor de los gemelos se avergonzó de aquellas palabras. —Bushido —gimió cuando el rapero liberó sus muñecas y prefirió dejarse de juegos bobos para ir en pos de sus pantalones.
—No, detente —murmuró Tom por lo bajo, con los ojos vidriosos por el placer. Un deseo absoluto de que el rapero siguiera, que lo hiciera ahí mismo incluso si le rogaba lo contrario.
De pronto, el cuerpo de Tom se puso rígido.
—¿Qué pasa? —Gruñó Bushido, con una mano debajo de la camiseta de Tom, rozando con dedos largos la línea que la pretina del pantalón separaba de un contacto más profundo.
—Espera, uhm… —Se retorció en el asiento, extrayendo de su bolsillo trasero el teléfono móvil. No tenía ni qué mirar, ya sabía quién era—. No entres en pánico —dijo al auricular apenas la llamada se conectó.
Tal y como se lo esperaba, era Bill. Furioso Bill que quería saber dónde diablos estaba y por qué no había contestado a sus mensajes. Sin fingir que no los había leído -lo que era cierto-, Tom se disculpó, pero con el mismo desinterés, le dijo que estaba ocupado.
—Tom, te juro por lo más sagrado que si… —Un suspiro se dejó escuchar al otro lado de la línea, incluso por encima del ruido—. Vamos a casa, Tomi. Tenemos un trato, ¿recuerdas? Tom…
La culpa dentro de Tom le daba dentelladas certeras. Sin poderlo evitar, la expresión en su rostro perdió cualquier rastro de placer y cambio por una de preocupación. Bill tenía razón, tenían un trato, una promesa entre ellos, una especie de juramento que durante los últimos dos años había regido sus vidas.
Y sin embargo…
—Estoy ocupado —dijo Tom cuando los segundos se alargaron hasta el punto de la agonía—. Ve a casa sin mí, Bill. Yo regresaré más tarde.
—Estás con él, ¿no es así? —Más que una pregunta, era una confirmación. Tom se mordió la lengua. No quería mentir, pero decir la verdad tampoco era una opción—. Ve a casa —repitió—, adiós —dijo antes de colgar y con prisa, apagar el teléfono.
—¿Tu hermano? —Adivinó Bushido, sin mucho interés. Sus manos no habían perdido el tiempo y sin haberse dado cuenta de ello, Tom supo que el botón de sus pantalones estaba desabrochado.
—Se llama Bill —gimió Tom, cuando Bushido presionó la palma sobre su erección y la ciñó a su alrededor.
—Shhh —le silenció Bushido, uniendo una vez más sus bocas, venciendo las reticencias de Tom, que gimiendo por las atenciones recibidas, pronto se olvidó de Bill.
I want your loving
El cambio resultó ser más difícil de lo que en primer lugar había pensado.
Cegado por la lujuria, Tom no había opuesto mucha resistencia a ser llevado fuera del local donde la fiesta se celebraba. De la mano con Bushido, quien marcaba el camino a seguir con firmeza de pasos y confianza a través de las puertas traseras hacia el exterior, el menor de los gemelos apenas si se sorprendió cuando sus pisadas los guiaron a la camioneta oscura que estacionada al otro lado del aparcamiento, dedujo que pertenecía al rapero.
I want your ugly
—No puedo ir contigo —se excusó cuando Bushido desactivó la alarma y en un ademán caballeroso, le abrió la puerta del asiento del copiloto—. Yo ya no… —“hago más esto”, finalizó en su cabeza, con un ramalazo de culpa. No, ya no lo hacía. No desde Bill y su trato, porque en los últimos dos años, lo más lejos que había llegado con otra persona que no fuera su gemelo, habían sido un par de besos castos. Tom sabía que si se subía a esa camioneta, eso cambiaría sin marcha atrás.
I want your disease
—Tengo una habitación cerca de aquí, a menos de cinco minutos de distancia —presionó Bushido su cuerpo contra el mayor de los gemelos, empujando su erección contra el trasero de éste. A Tom, las rodillas le temblaron y la mente se le obnubiló con deseo.
Mordiéndose el labio interior con saña para no olvidar, Tom denegó, un esfuerzo que le costó todo el aire de sus pulmones. —No, no puedo.
—Tom —lo besó Bushido en la nuca, empujándolo contra el costado del vehículo, presionando sus cuerpos sobre la carrocería fría por ser otoño y encontrarse en el exterior—. Dame una razón, una sola. Dime por qué no y aquí muere, de otra manera… —Empujó su pelvis contra el mayor de los gemelos y éste se estremeció de placer. A través de la ropa, el calor de la erección del rapero era tangible.
I want your love
“Bill”, pensó Tom con desesperación. Era su única razón válida, pero al mismo tiempo, la única que no podía dejar escapar de sus labios.
—¿Y bien? —Lo presionó el rapero, rodeando el cuerpo de Tom por la cintura y deslizando sus manos por dentro de la ropa.
Tom jadeo. —Sí, pero… Hotel no.
Your vertical stick
Want you in my rear window
Con los ojos clavados en el tatuaje que Bushido llevaba en el cuello, Tom apenas si podía recordar cómo habían terminado en el asiento trasero de la camioneta, desnudos y en un nudo tal de extremidades que pronto no pudieron diferenciar cuáles pertenecían a quién.
—¿Aquí?
—Sí, sí —siseó Tom cuando el rapero presionó la punta de su erección contra su abertura y empujó en un movimiento brusco, sin mucha consideración—. Ough —se quejó, la vista del tatuaje difuminándose por las lágrimas que acudieron de golpe a sus ojos.
En un gesto de ternura que el mayor de los gemelos no esperaba de Bushido, éste presionó la palma de la mano contra su mejilla y borró con el pulgar la única lágrima traicionera que había resbalado por su sien.
—Duele —gimió Tom—, pero también, ¡ah! se siente bien…
—Es la intención —lo sujetó Bushido por las caderas, maniobrando en el reducido espacio del asiento trasero—. ¿Listo?
Tom no lo estaba. Dolía más de lo que recordaba. La falta de práctica con un nuevo compañero era algo que había olvidado. Con Bill no era así; su gemelo siempre se tomaba el tiempo en prepararlo, prodigándole besos por todo el cuerpo para hacerle olvidar el malestar de los dedos dentro de su cuerpo. Bill también esperaba lo que fuera necesario antes de moverse, siempre atento a cualquier signo de su parte que expresara malestar.
Sin esperar una respuesta de su parte, Bushido empujó su cadera con fuerza y el mayor de los gemelos se tensó en el acto.
—Hey, hey, relájate —gruñó Bushido, la voz en su garganta enronquecida, plagada de una emoción extra que Tom no sabía si reconocer como irritación o fastidio.
—Eso intentó —barbotó en respuesta, tensándose aún más.
Era complicado liberar sus músculos de la tensión en el reducido espacio. La camioneta, si bien grande y lujosa, no se comparaba con las ventajas que una cama de hotel supondría, pero Tom se había negado a ceder del todo y en su lugar habían tenido que conformarse con sexo en el estacionamiento, sin la connotación atrevida que con ello se acompañaba.
El asiento era angosto, y la barra que separaba las divisiones se le clavaba contra las costillas. Con todo, la mayor preocupación de Tom era que alguien los viera. Si bien Bushido le había asegurado que todos los cristales del automóvil estaban tintados de negro, el mayor de los gemelos no podía dejar de estremecerse de miedo cada vez que el ruido de voces a la lejanía se dejaba escuchar. En su cabeza, la imagen de verse atrapado, desnudo y con Bushido, representaba el acabose de todo. Desde su vida, su fama y Bill.
Bill…
Tom se arrepentía. Mucho. Su gemelo lo único que había querido para él era protección. Sacrificándose a sí mismo para que él no tuviera que salir a buscar lo que en ese momento, le dejaba la sensación de ser la porquería más grande del mundo.
—Vamos —lo sacó Bushido de sus pensamientos, besando su cuello, lamiendo el lóbulo de su oreja—, coopera conmigo un poco…
El mayor de los gemelos arrugó la nariz con desagrado.
I want your love
And I want your revenge
Ajeno a ello, Bushido recorrió su pecho con ambas manos, aumentando el ritmo de sus embestidas, al tiempo que dejaba sus dedos abarcar los costados de Tom, deslizarse por su estrecha cadera y por último, elevar las piernas del mayor de los gemelos, envolviendo su cintura con ellas.
En contra de su voluntad, incluso más fuerte que la culpa que lo devoraba en su interior, Tom no pudo sino estremecerse cuando Bushido aprovechó el cambio de ángulo y se presionó en repetidas embestidas contra su próstata.
—Ahhh —jadeó Tom, aferrándose a la espalda del rapero, clavando las uñas en la suave piel de sus hombros, atento a cómo la yema de sus dedos se resbalaba por la fina capa de sudor que los cubría a ambos—. Los cristales están empañados —balbuceó de pronto, la cabeza ladeada hacia un lado, indefenso a las arremetidas que el rapero daba contra su cuerpo. Su interior invadido por un fuego que amenazaba con consumirlo hasta los huesos.
Como respuesta, Bushido gruñó, acelerando el ritmo de sus caderas, haciendo que el contacto entre ambos se tornara desesperado, sus cuerpos al entrechocar, produciendo un ruido húmedo y consistente.
Eran dos animales, que encerrados en la misma jaula, habían cedido a sus más bajas pasiones. Tom lo deseaba, estaba en él como el deseo más anhelado de su vida, pero al mismo tiempo se sentía degradado, humillado por cómo pedía más, se retorcía por ello, alzaba su cadera para recibir todo lo que el rapero le daba. El raciocinio había dado paso a la lujuria desenfrenada y avergonzado de ello, de quien era en realidad y lo que había hecho durante años antes de que Bill le pusiera un alto, rompió a llorar.
—No, no —intentó empujar a Bushido, apoyando las manos contra el pecho del rapero y forzando presión para separarlos—. Detente, no quiero.
Sin importarle ni una pizca, el ritmo de las embestidas de Bushido no disminuyo.
—Shhh, quieto… Calma —intentó apaciguarlo sin éxito.
—Esto no… Yo no… —Se quiso explicar Tom, usando una mano contra su cabeza, que por la intensidad de las embestidas se golpeaba contra una de las puertas traseras—. ¡Bushido! —Gritó por último cuando el rapero siguió sin importarle sus nulos deseos de seguir—. ¡Alto!
—No grites.
—No sigas, demonios —respondió mordaz, tembloroso de movimientos y lento de reacciones.
Tanto, que sin ver en ello la amenaza, reaccionó una milésima de segundo más tarde de lo necesario, cuando las manos de Bushido se cerraron en torno a su cuello y presionaron.
I want your love
I don’t wanna be friends
—Un-ngh —se atragantó el aire en sus pulmones. La quemazón en la garganta aposentándose con fuerza.
Las manos se le cerraron por inercia, lo mismo que los ojos. Un último intentó por respirar murió en su ser…
“¡No”, pensó con rabia. “No quiero, me niego”.
Luchando por una bocanada más, el mayor de los gemelos clavó las uñas en los brazos de Bushido, deseando hacer todo el daño posible para que el rapero lo soltara. Sus piernas se movieron por inercia, pateando con la poca fuerza que le quedaba, resistiéndose a perder la consciencia.
Con los ojos desorbitados, quedó grabada en su retina la expresión en el rostro de Bushido, cuando al fin la presión de sus dedos contra el cuello se liberó y el cuerpo del rapero se detuvo de golpe a mitad de una embestida.
Una percepción de disgusto contra sí mismo bañó al mayor de los gemelos, que incluso a través del condón, sintió como el orgasmo del rapero liberarse en su interior.
—Diosss —siseó éste con gusto, desplomándose sobre Tom, que sin un ápice de energía, aspiró con ansiedad el aire a su alrededor. Una mezcla de colonia, sudor y sexo que se le quedó incrustada en la nariz; una mezcla de la que jamás en su vida podría recordar sin sentir una creciente necesidad de vomitar.
—Tú… —Habló a duras penas, la voz escondida en algún lado. Su garganta sensible a la menor vibración.
Bushido alzó la cabeza, intentando besarlo y a cambio recibiendo un mordisco.
—Lo s—… —Quiso disculparse, intentando en vano remediar sus acciones previas, pero Tom no quería nada de eso en lo absoluto.
Apartándolo de encima suyo, el mayor de los gemelos se tragó las emociones que bullían en su pecho, buscando frenético en el suelo de la camioneta su ropa, sus zapatos, cualquier pertenencia que fuera suya, deseoso como nunca de vestirse y alejarse lo antes posible sin mirar ni una sola vez atrás.
—Tom —hizo amagos Bushido de detenerlo, sin éxito. El mayor de los gemelos se liberó de su agarre con un brusco movimiento, mirándolo a los ojos en la semi penumbra por una fracción de segundo con todo el odio que llevaba dentro. Eso bastó para que el rapero desistiera.
Tom no tardó mucho en vestirse, incluso con el vértigo, el dolor en cuerpo, la humillación que lo bañaba de pies a cabeza. Sin molestarse en anudar las cintas de sus zapatos o de mirar por una última vez a Bushido, abrió la puerta de la camioneta y salió al frío exterior, que en contraste con el húmedo calor del interior, equiparable a de una sauna, le puso la piel de gallina.
—¡Tom! —Pretendió Bushido detenerlo sin éxito. Aún sin la camiseta que llevaba en la fiesta, para cuando pudo sacar la cabeza de la camioneta, no quedaba rastro del mayor de los gemelos.
Ni una señal. El estacionamiento lucía desierto en su totalidad.
—Mierda…
Walk-walk fashion baby
—¿Mala noche, eh? —Le preguntó el taxista a Tom, revisando a su pasajero por medio del espejo retrovisor.
El mayor de los gemelos permaneció en silencio.
Con una suerte que no atribuía a su estado actual, Tom había conseguido un taxi apenas dos calles de distancia del estacionamiento. El mismo conductor había ofrecido sus servicios, “Cualquier sitio en la ciudad por menos de diez euros”, y el mayor de los gemelos se había limitado a subirse.
—Seh, es una noche floja para el trabajo la de hoy —siguió hablando el taxista. Un hombre que se aproximaba más a la tercera etapa de su vida que a la segunda, con el cabello cano en las pocas áreas donde aún le quedaba. Y que como Tom supo al éste presentarse, se llamaba Johan.
Si bien el mayor de los gemelos no pronunció palabra alguna durante el resto del trayecto, el taxista llenó los espacios en blanco de una conversación que no era tal, sino un monólogo. Agradecido por ello, Tom lo dejó.
Llevándose una mano al cuello, apenas si podía creer lo que había pasado. ‘¿Por qué?’ Era la pregunta que no dejaba de darle vueltas en la cabeza. ¿Por qué él? ¿Por qué eso? Simplemente, ¿por qué?
Tantos años de hacer lo mismo, de encuentros apasionados en cualquier rincón que pudiera ofrecerle privacidad, con quien fuera mientras la chispa de la atracción se encendiera, ¿para eso?
Por inercia, Tom se limpió las mejillas húmedas, agradecido de que el taxista estuviera más entretenido en platicarle acerca de la menor de sus nietas, que de prestarle atención.
Muy por encima de todo, se encontraba el hecho de que una vez en casa, no podría ocultárselo a Bill. Tom no era idiota, sabía muy bien que el dolor que había sentido, la presión de las manos de Bushido contra su cuello había dejado marcas. Pero temía y mucho, de lo que su gemelo diría. Eso si lo hacía, que en su cabeza, Tom lo imaginaba cruzado de brazos, una expresión de ‘te lo dije’ pintada en el rostro. La decepción, el hombro frío con el que se lo sacudiría de encima.
Desolado, apoyó el rostro sobre las manos y rompió a llorar.
—Como dije —murmuró el taxista—, una mala noche…
I want your horror
Bill no se cruzó de brazos, no cumplió la profecía del ‘te lo dije’ que Tom tanto temía, tampoco dejó pasar; en su lugar, habló de demandar, de contratar un matón a sueldo, de venganza…
Con la cabeza de Tom en su regazo, acarició su rostro hasta que el llanto se detuvo por completo.
—Lo voy a matar…
—No, Bill —susurró Tom—, por favor, no.
—Haré que sufra.
—No solucionará nada.
Bill inhaló una gran bocanada de aire. —No —admitió al fin—, pero me hará sentir mejor. Y espero que a ti también.
—No.
—¿No?
Tom cerró los ojos. —No.
—Bien.
—¿Bien?
Bill se inclinó y lo besó en la mejilla. —Sí.
J'veux ton amour
Con el sol saliendo desde la ventana de la habitación, el nuevo día parecía traer consigo un comienzo diferente, una oportunidad de empezar de nuevo.
—Sabía que algo así pasaría —murmuró Bill de pronto, cuando a través de las rendijas de las cortinas, los primeros rayos de sol atravesaron el cuarto—. No pensé que sería Bushido o que haría eso, pero imaginé un final parecido a este.
El mayor de los gemelos se estremeció ante la mera idea. Su cuerpo se contrajo hasta quedar hecho un ovillo, aún con la cabeza apoyada en el regazo de Bill.
—Algo tenía que pasar. Tenías que aprender.
—Aprendí.
—Me… Me gusta oír eso afirmó Bill—. Nunca tuviste que salir de casa.
—No, lo que necesitaba estaba aquí.
Bill buscó la mano de su gemelo y la apretó. —¿Lo entiendes ahora?
Work it
Llevando sus manos entrelazadas hasta el cuello, donde los dedos de Bushido se adivinaban sin mucho esfuerzo por las marcas violáceas que ahí decoraban la piel, Tom asintió.
—Lo entiendo ahora.
Bill sonrió. —Bien.
Love-love-love
—Ah —jadeó Tom. Con la boca entreabierta y el corazón acelerado, de lo único que se vio capaz de hacer, fue de aferrarse al cubrecama azul que decoraba su cama del hotel mientras su cuerpo se estremecía de pies a cabeza cuando el alivio de su orgasmo, lo bañó por completo—. Bill —gimió el nombre de su gemelo, cuando éste aceleró el ritmo de sus embestidas e igualmente encontró su liberación al correrse dentro de su cuerpo.
Dentro de él, Tom lo sintió en una nueva oleada de placer.
—Uhmph —se dejó caer Bill sobre su espalda, jadeando con esfuerzo contra su oreja, su pecho agitándose con desesperación por oxígeno—. Eso fue…
—Wow, lo sé —respondió Tom, moviendo los dedos de los pies—. Lo siento por todos lados.
Apoyando los brazos a cada lado de su gemelo, Bill se semi incorporó con cuidado, saliendo del cuerpo de Tom con delicadeza, atento a cualquier gesto de su parte para no causarle ningún daño.
—Tranquilo —le aseguró Tom—, después de la manera en que me hiciste morder la almohada, nada me dolerá más que eso después.
—Idiota —murmuró Bill con malicia, inclinándose sobre su trasero y depositando un beso sobre uno de sus enrojecidos glúteos; culpa suya, porque antes de entrar de lleno a la acción, le había dado a Tom un par de nalgadas en el calor del momento. No que se quejara y de seguro, por la manera en que se había excitado y pedido por más alegando ser un ‘mal chico’, Tom tampoco lo haría—. Necesito ir al baño —se excusó—. ¿Seguro que estás bien? ¿No necesitas algo?
Con los ojos cerrados, aún recuperando el aliento, Tom asintió. —Una toalla húmeda, por favor.
—Sus deseos son órdenes, mi señor —lo chanceó Bill, enfilando al baño y sin molestarse en cerrar la puerta, orinar sin levantar la tapa.
Desde su sitio en la cama, el mayor de los gemelos gimió liberando el estrés post-orgásmico, estirando los brazos por encima de su cabeza y relajando los músculos de la espalda. Muy para su gusto, Bill se había tomado muy en serio su papel auto asignado y no sólo le había dado un orgasmo, sino dos desde su llegada al hotel. No que Tom se quejara, porque a como iban las cosas entre ellos, quizá habría un tercero e incluso un cuarto pensando positivamente.
—Tomi —asomó Bill la cabeza desde el baño—, ¿te importa si tomo una ducha?
El mayor de los gemelos rodó en la cama hasta quedar bocarriba, con los pantalones aún abultándose a sus pies, donde con sus prisas, todavía llevaba los zapatos.
—Adelante.
—Genial, volveré en un parpadeo —le guiñó un ojo su gemelo, lanzándole la toalla húmeda prometida y al cabo de unos segundos, dejando que en el baño se escuchara el eco de la regadera.
Mientras Tom se limpiaba, no pudo evitar rememorar el hecho de que dos horas atrás estaban en la post-fiesta de una entrega de premios en Paris y que mientras Bill sociabilizaba con los altos mandos en la industria musical, él hacía lo propio con un importante ejecutivo involucrado en el negocio del entretenimiento.
Claro que sociabilizar tenía un significado completamente diferente para él y su gemelo, que mientras Bill hablaba de las últimas tendencias musicales en Europa, él se encargaba de inflamar el ego de su reciente conquista y algo más.
Fiel a su trato con Bill, apenas el hombre le había ofrecido beber un par de copas más en la suite que tenía reservada en su hotel, Tom había hecho la seña que él y su gemelo tenían para casos como ése, sacudiéndose una imaginaría mota de polvo del hombro izquierdo, que en su lenguaje era “ven y quítame a este muermo si no quieres que me vaya con él a su hotel”.
Tal y como venían haciendo ya por dos años, en menos de un minuto, Bill se encontraba a su lado y con una sonrisa un tanto cortante, había pedido disculpas por la interrupción, pero por motivos de causa mayor, su gemelo tenía que acompañarlo. Con un encogimiento de hombros y una mirada de ‘lo siento, idiota’, Tom se había retirado al lado de Bill, sus cuerpos rozándose ante la cercanía, cuando los dos habían enfilado rumbo a la salida y abordado la misma limousina que los llevaría a su propio hotel.
De eso, habían transcurrido ya un par de horas y un par de orgasmos.
—El perfecto final para una noche perfecta —canturreó Tom, tirando la toalla con la que se había limpiado el sudor del cuerpo, recostándose de vuelta en el centro de la cama, desnudo aún y con una leve modorra que le invadía desde el vientre bajo hasta las extremidades.
—¿Cansado o esperando por mí? —Apareció de pronto Bill a su lado.
Tom abrió los ojos de golpe, atento a la hora del reloj de pared. No habían pasado más de diez minutos, pero su cuerpo, agotado por el sexo, había quedado en un estado de relajación máximo.
—Uh —gimió Tom, cuando sin esperar respuesta, la mano de Bill serpenteó desde su vientre hasta su entrepierna. Ahí, su pene que en cuestión de segundos, alcanzó una dureza máxima.
—Ese hombre —se inclinó Bill para besarlo—, el de la fiesta —aclaró cuando Tom cedió sumiso a sus avances y se dejó manejar como una muñeca de trapo—. …l… Lo vi en sus ojos. El deseo, Tomi. De verdad creía que irías con él a su habitación a… —Rió con una pizca de maldad, devorando la boca de Tom hasta que éste arqueó la espalda, deseoso de algo más que simples caricias; incluso por tercera vez en la noche, deseaba llegar hasta el final de las consecuencias—. No importa.
—No —jadeó el mayor de los gemelos.
Y ciertamente no importó; porque así era el trato, Tom volvía al lado de Bill y éste se encargaba de sus necesidades. El resto, carecía de valor.
I want it bad
Recién estrenado en la vida adulta, menos de un mes después de cumplir los dieciocho años, Tom se encontró entre la correspondencia suya y de Bill, un fastuoso envoltorio. En papel negro y lustroso, lacado con dorado y rojo para crear una combinación de colores decadentes, el mayor de los gemelos sopeso el sobre entre los dedos un par de segundos antes de darle vuelta y con cierta fascinación, recorrer el relieve.
“Tom & Bill Kaulitz”, rezaba el destinatario. La caligrafía elaborada a mano y pomposamente cursiva, estilizada al punto de lo irreconocible, también marcaba aquel sobre como propiedad de Bushido.
—¿Correo? —Apareció Bill detrás de él, llevando consigo una maleta a cuestas—. Dime que no son facturas. David dijo algo de olvidar pagar la cuenta de la electricidad…
—Nah —desdeñó Tom la idea—. Parece ser una invitación de algún tipo.
—Ábrela entonces —ordenó Bill, dejando el equipaje en el suelo y estirando el cuerpo al verse libre del peso—. ¿Quién la envía?
Optando por eludir la preguntando, Tom rompió el sello y extrajo del sobre una inmaculada hoja blanca, igualmente decorada en rojo y dorado. —Interesante —murmuró al cabo de un minuto, cuando sus ojos terminaron de leer el texto ahí contenido y la impaciencia de Bill por enterarse había alcanzado un punto peligroso donde intentaría arrebatarle la misiva.
—¿Y bien?
—Una fiesta de cumpleaños —sonrió Tom para sí, guardando de vuelta la invitación dentro del sobre—. Mañana en la noche.
—Ugh, no sé —arrugó el menor de los gemelos la nariz—. Tenemos dos meses viajando en autobús. Lo único que quiero es recostarme en mi cama y disfrutar de la semana libre que tenemos, no de salir y poner mi mejor cara para la prensa. ¿Es alguien famoso? —Preguntó.
—Es… —Tom se lamió el labio inferior, jugueteando con el piercing—. Bastante. Y creo que David va a decir que vayamos, suena interesante.
—¿Quién es? —Se inclinó Bill de vuelta por la maleta, dispuesto a dejarla a los pies de su cama e ignorarla hasta que hubiera dormido por lo menos veinticuatro horas seguidas.
—Mmm —carraspeó el mayor de los gemelos, inseguro de qué respuesta darle a Bill. En su fuero interno, Tom quería ir. Claro que sí. Dos años de toparse a Bushido aquí y allá en diversas galas benéficas, algunos conciertos multitudinarios, incluso en entregas de premios tanto dentro como fuera de Alemania, por no hablar de las fiestas de las disqueras, le habían dejado no sólo una cierta obsesión con el rapero -que sabía mutua- sino una creciente sensación de desasosiego que nadie podía calmar, ni siquiera su gemelo.
Saberse además, acompañado en el sentimiento de necesidad hacía el otro, sólo contribuía a exacerbar la tentación de ceder a cualquier costo.
—Bushido —barbotó al final, atento a la expresión de Bill, que pasó de ser relajada a ponerse tensa, el entrecejo frunciéndose y el labio inferior elevándose un par de milímetros para darle a su rostro una mueca de desprecio que lo decía todo.
—¿Bromeas, no? ¿Dijiste Bushido?
—Yep —fingió Tom normalidad, cuando por dentro el corazón le latía acelerado—. ¿Cuándo fue la última vez que lo vimos? No sería en-…?
—¡Tom! —Se vio interrumpido el mayor de los gemelos; olvidando su tarea de subir el equipaje a su habitación, Bill parecía a punto de enseñar los dientes—. Ni lo pienses.
—¿Piense qué? —Fingió ignorancia éste—. Nos invitan. Tenemos tiempo libre. David estará encantado, la prensa igual. Podrás divertirte. Beberemos un par de tragos a su expensa. ¿Qué tiene de malo? —No esperó respuesta—. ¿Ves? Nada.
Los ojos de Bill relampaguearon. En la punta de la lengua llevaba el por qué.
El menor de los gemelos no era idiota. A él nunca se le habían pasado por alto las miradas, los roces, la insinuación, el coqueteo que fluía entre Tom y Bushido. Tampoco la impresión de que a sus ojos, el rapero tenía puesto el objetivo sobre su gemelo y que éste, lo sabía, lo deseaba.
—Tomi… —Cambió de táctica, seguro de que no conseguiría nada si se mostraba molesto; en su lugar, moduló la voz y se acercó a su gemelo para depositar en sus labios un pequeño beso—. ¿Para qué salir? Aquí en casa podemos hacer todo eso.
Entrecerrando los ojos, oliéndose la jugarreta, el mayor de los gemelos retrocedió un paso. —Pienso que sería una grosería no ir. Mandó una invitación oficial, ¿no? Ya es muy tarde para cancelar —dijo resoluto.
—Bien —concedió Bill con la mandíbula encajada en su sitio—. Si me disculpas, tengo que desempacar y buscar qué vestiré mañana —tiró de su maleta y con ella sobre el hombro, enfiló rumbo a las escaleras, piso arriba.
Viéndolo partir, Tom intentó apartar el sentimiento de culpa que lo empezó a invadir.
—Lo siento —musitó.
The touch of your head
I want you leather studed kiss in the scene
—Aún estamos a tiempo de irnos —le susurró Bill a su gemelo, los dos sentados en el asiento trasero de la camioneta que los llevaba al local donde la fiesta de Bushido iba a tener lugar. Tal y como Tom lo había pronosticado, Jost había estado encantado de proporcionarles un vehículo y un conductor uniformado para la noche, instándolos a divertirse y dar pie a buena fama con su presencia—. Tomi, por favor.
El mayor de los gemelos se revolvió incómodo en su asiento, por un lado deseando ceder ante la presión de Bill y emprender el camino de vuelta; por el otro… Aquella parte de sí que hablaba con el cerebro, al parecer, colocado estratégicamente entre las piernas, lo que más deseaba era callar a su gemelo y seguir adelante hasta la última de las consecuencias.
—No seas ridículo —lo amonestó—. Ya estamos aquí.
—Pero…
—No seas infantil y arruines la noche. Si te quieres ir, adelante. Yo vine a divertirme y lo puedo hacer contigo o sin ti.
Ante esas palabras, Bill se recompuso lo mejor posible. Enderezando la espalda, procedió a aclararse la garganta. —Claro. Lo siento.
El resto del viaje transcurrió en silencio y cuando al fin el vehículo se detuvo, cada gemelo tomó una bocanada de aire antes de abrir las puertas y mostrar sonrisas a los periodistas que al instante los atraparon en gesto y esencia con sus cámaras.
—¡Bill, aquí, sonríe!
—Tom, Tom, mira hacia acá, Tom.
—… ¿Quién te viste? ¿Es parte de la colección invernal de…?
Los gemelos saludaron, posaron y apenas la marejada de periodistas pareció abrir un hueco entre ellos y la entrada, aprovecharon para colarse en el edificio, dando sus nombres en la entrada y al instante, las puertas negras que decoraban el recinto se abrieron ante su presencia.
—Elegante —masculló Bill apenas dieron un paso dentro del salón de eventos, repleto en su totalidad por una variopinta cantidad de personas—, pero no mucho.
A su lado, Tom lo codeó en las costillas. —Cállate. Vinimos a divertirnos, no a pasarla mal.
“Fácil decirlo”, pensó mirando de reojo a su gemelo, cuando éste se separó de su lado y se dio a la labor de pasear los ojos sobre la multitud, un inequívoco gesto de su parte al buscar a alguien con quien planeaba encontrarse de antemano.
—Quiero beber algo —anunció de pronto—, ¿te traigo algo? —Y sin esperar respuesta, caminó con rumbo contrario a donde la barra de bebidas se encontraba.
—Mierda. Genial —gruñó Bill, cruzándose de brazos y preguntándose por milésima vez en aquella noche, si haber cedido, haber dejado que Tom asistiera a la fiesta de Bushido, no sería el error más grande de sus vidas, tanto la suya como la de su gemelo.
You know that I want you
And you know that I need you…
Si alguien le hubiera preguntado a Tom, con toda certeza éste habría dicho que era una locura. A su parecer, los temores de Bill infundados y sin sentido.
Abriéndose paso entre la abarrotada sala cubierta en sombras, ruido de voces, música, humo y perfume barato, Tom se vio de pronto frente a la barra de bebidas y sin saber cómo proceder.
—¿En qué puedo servirle, señor? —Le preguntó el bartender, un hombre alto y delgado, con el cabello grisáceo y probablemente en sus cincuentas, pero la rapidez con la que movía las manos y la agilidad con la que se manejaba en el reducido espacio detrás de la atestada barra, atendiendo varias órdenes a la vez, hablaba de otra manera.
—Algo doble de lo que sea —pidió Tom, no muy seguro. Por lo general dejaba a sus conquistas pedir por él, analizando así los tragos y tratando de adivinar qué clase de persona era con la que estaba tratando. Por su cuenta, se sentía extrañamente perdido.
—Que sean mejor dos tequilas dobles —habló una voz a su espalda y Tom sintió como los vellos de su nuca se erizaban al reconocer aquel timbre sin lugar a errores—. Aunque, un momento… ¿Eres mayor de edad?
Tom se giró, sorprendiéndose en el acto cuando su cuerpo quedó a escasos centímetros de Bushido, su boca tan cerca que al instante el menor de los gemelos pudo percibir el aroma de su aliento y el de su loción para después del afeitado.
—Hey —lo saludó débilmente, resistiendo el impulso de retroceder; si uno de los dos lo hacía, no sería él—. Feliz cumpleaños, erm, gracias por la invitación —balbuceó con el estómago repleto de fuego, el calor disolviéndose como toxina en sus venas.
Bushido lo examinó por unos segundos antes de que la comisura de sus labios se elevara. —Gracias —dijo al fin.
—Señor, su bebida —los interrumpió el bartender, deslizando sus tragos sobre la reluciente barra.
El mayor de los gemelos hizo amago de tomar el suyo, pero Bushido los cogió ambos y con un gesto de su cabeza, le indicó que lo siguiera.
Un paso detrás de él y con corazón acelerado dentro del pecho, Tom lo hizo.
Baby, you’re sick
Un par de horas después y Tom no recordaba habérsela pasado tan bien en años. No, a la mierda con eso, en toda su jodida vida.
Porque Bushido había querido presentarlo con ‘un par de conocidos’, según sus palabras, la primera escala de la noche una vez hubieran apurado sus tragos de tequila hasta que las garganta les escocía, había sido una de las mesas principales, donde el rapero recibió abrazos y palmadas amistosas en la espalda por parte de sus amigos. Un poco cortado por las presentaciones, pronto Tom se dio cuenta que sus miedos eran infundados y que a pesar de ser un soeces en sus bromas, ni Chakuza ni el resto eran tan temibles como pretendían serlo en sus canciones.
—Es mi cita de la noche —dijo Bushido abrazando a Tom por la cintura y el mayor de los gemelos se lo permitió, atreviéndose gracias al alcohol que corría en sus venas y el deseo que circulaba por su cuerpo y lo mantenía en una nube de algodón, flotando a centímetros del suelo.
—El chico del cumpleaños va a tener mucha suerte hoy, ¿eh? —Chanceó uno de los raperos sentados a la mesa y Tom no pudo evitar atragantarse con su propia saliva cuando Bushido deslizó la palma de la mano de la cadera directamente a su trasero.
—Eso no es asunto de nadie —ladró Bushido, un tinte de humor en tu tono.
Los aullidos burlones no se dejaron de escuchar.
—Propongo, tú y yo, una mesa alejada —le susurró Bushido a Tom, rozando los labios contra el lóbulo de su oreja, haciendo al instante que el mayor de los gemelos sintiera un cosquilleo dentro de los pantalones.
—Claro —asintió.
No necesitaba más.
I don’t wanna be friends
No requirió de mucho. La espera de años, la anticipación de ello, había hecho su trabajo a la perfección, y apenas Tom se encontró sentado al lado de Bushido en la mesa más alejada de la concurrencia, del ruido mundanal de la música y de las luces de neón que iluminaban la sala, éste se inclinó sobre su rostro y dejó que sus labios se unieron.
Fue tentativo, el preludio de algo más, como comprobó conforme los minutos pasaban y ninguno de los dos parecía dispuesto a ceder en dominancia. Tras una gran batalla por la resistencia, Bushido ganó, sujetando las muñecas de Tom contra el tapizado del asiento con una mano y usando la otra para sujetarlo por la mejilla, marcando el ritmo de sus labios al unirse rítmicamente.
—Ah-h —jadeó Tom cuando Bushido les dio a ambos un segundo para recuperar el aliento. Sin perder empuje en ello, el rapero se dedicó a decorar su quijada con besos, luego el cuello y usando la mano libre, tironeó del cuello de la camiseta que el mayor de los gemelos vestía, descubriendo una porción de clavícula y arañando la piel expuesta con los dientes.
—Hueles a… sexo —dictaminó Bushido, olisqueando con gusto el aroma alcalino, aún el de un adolescente, que Tom exudaba por cada uno de los poros.
El mayor de los gemelos se avergonzó de aquellas palabras. —Bushido —gimió cuando el rapero liberó sus muñecas y prefirió dejarse de juegos bobos para ir en pos de sus pantalones.
—No, detente —murmuró Tom por lo bajo, con los ojos vidriosos por el placer. Un deseo absoluto de que el rapero siguiera, que lo hiciera ahí mismo incluso si le rogaba lo contrario.
De pronto, el cuerpo de Tom se puso rígido.
—¿Qué pasa? —Gruñó Bushido, con una mano debajo de la camiseta de Tom, rozando con dedos largos la línea que la pretina del pantalón separaba de un contacto más profundo.
—Espera, uhm… —Se retorció en el asiento, extrayendo de su bolsillo trasero el teléfono móvil. No tenía ni qué mirar, ya sabía quién era—. No entres en pánico —dijo al auricular apenas la llamada se conectó.
Tal y como se lo esperaba, era Bill. Furioso Bill que quería saber dónde diablos estaba y por qué no había contestado a sus mensajes. Sin fingir que no los había leído -lo que era cierto-, Tom se disculpó, pero con el mismo desinterés, le dijo que estaba ocupado.
—Tom, te juro por lo más sagrado que si… —Un suspiro se dejó escuchar al otro lado de la línea, incluso por encima del ruido—. Vamos a casa, Tomi. Tenemos un trato, ¿recuerdas? Tom…
La culpa dentro de Tom le daba dentelladas certeras. Sin poderlo evitar, la expresión en su rostro perdió cualquier rastro de placer y cambio por una de preocupación. Bill tenía razón, tenían un trato, una promesa entre ellos, una especie de juramento que durante los últimos dos años había regido sus vidas.
Y sin embargo…
—Estoy ocupado —dijo Tom cuando los segundos se alargaron hasta el punto de la agonía—. Ve a casa sin mí, Bill. Yo regresaré más tarde.
—Estás con él, ¿no es así? —Más que una pregunta, era una confirmación. Tom se mordió la lengua. No quería mentir, pero decir la verdad tampoco era una opción—. Ve a casa —repitió—, adiós —dijo antes de colgar y con prisa, apagar el teléfono.
—¿Tu hermano? —Adivinó Bushido, sin mucho interés. Sus manos no habían perdido el tiempo y sin haberse dado cuenta de ello, Tom supo que el botón de sus pantalones estaba desabrochado.
—Se llama Bill —gimió Tom, cuando Bushido presionó la palma sobre su erección y la ciñó a su alrededor.
—Shhh —le silenció Bushido, uniendo una vez más sus bocas, venciendo las reticencias de Tom, que gimiendo por las atenciones recibidas, pronto se olvidó de Bill.
I want your loving
El cambio resultó ser más difícil de lo que en primer lugar había pensado.
Cegado por la lujuria, Tom no había opuesto mucha resistencia a ser llevado fuera del local donde la fiesta se celebraba. De la mano con Bushido, quien marcaba el camino a seguir con firmeza de pasos y confianza a través de las puertas traseras hacia el exterior, el menor de los gemelos apenas si se sorprendió cuando sus pisadas los guiaron a la camioneta oscura que estacionada al otro lado del aparcamiento, dedujo que pertenecía al rapero.
I want your ugly
—No puedo ir contigo —se excusó cuando Bushido desactivó la alarma y en un ademán caballeroso, le abrió la puerta del asiento del copiloto—. Yo ya no… —“hago más esto”, finalizó en su cabeza, con un ramalazo de culpa. No, ya no lo hacía. No desde Bill y su trato, porque en los últimos dos años, lo más lejos que había llegado con otra persona que no fuera su gemelo, habían sido un par de besos castos. Tom sabía que si se subía a esa camioneta, eso cambiaría sin marcha atrás.
I want your disease
—Tengo una habitación cerca de aquí, a menos de cinco minutos de distancia —presionó Bushido su cuerpo contra el mayor de los gemelos, empujando su erección contra el trasero de éste. A Tom, las rodillas le temblaron y la mente se le obnubiló con deseo.
Mordiéndose el labio interior con saña para no olvidar, Tom denegó, un esfuerzo que le costó todo el aire de sus pulmones. —No, no puedo.
—Tom —lo besó Bushido en la nuca, empujándolo contra el costado del vehículo, presionando sus cuerpos sobre la carrocería fría por ser otoño y encontrarse en el exterior—. Dame una razón, una sola. Dime por qué no y aquí muere, de otra manera… —Empujó su pelvis contra el mayor de los gemelos y éste se estremeció de placer. A través de la ropa, el calor de la erección del rapero era tangible.
I want your love
“Bill”, pensó Tom con desesperación. Era su única razón válida, pero al mismo tiempo, la única que no podía dejar escapar de sus labios.
—¿Y bien? —Lo presionó el rapero, rodeando el cuerpo de Tom por la cintura y deslizando sus manos por dentro de la ropa.
Tom jadeo. —Sí, pero… Hotel no.
Your vertical stick
Want you in my rear window
Con los ojos clavados en el tatuaje que Bushido llevaba en el cuello, Tom apenas si podía recordar cómo habían terminado en el asiento trasero de la camioneta, desnudos y en un nudo tal de extremidades que pronto no pudieron diferenciar cuáles pertenecían a quién.
—¿Aquí?
—Sí, sí —siseó Tom cuando el rapero presionó la punta de su erección contra su abertura y empujó en un movimiento brusco, sin mucha consideración—. Ough —se quejó, la vista del tatuaje difuminándose por las lágrimas que acudieron de golpe a sus ojos.
En un gesto de ternura que el mayor de los gemelos no esperaba de Bushido, éste presionó la palma de la mano contra su mejilla y borró con el pulgar la única lágrima traicionera que había resbalado por su sien.
—Duele —gimió Tom—, pero también, ¡ah! se siente bien…
—Es la intención —lo sujetó Bushido por las caderas, maniobrando en el reducido espacio del asiento trasero—. ¿Listo?
Tom no lo estaba. Dolía más de lo que recordaba. La falta de práctica con un nuevo compañero era algo que había olvidado. Con Bill no era así; su gemelo siempre se tomaba el tiempo en prepararlo, prodigándole besos por todo el cuerpo para hacerle olvidar el malestar de los dedos dentro de su cuerpo. Bill también esperaba lo que fuera necesario antes de moverse, siempre atento a cualquier signo de su parte que expresara malestar.
Sin esperar una respuesta de su parte, Bushido empujó su cadera con fuerza y el mayor de los gemelos se tensó en el acto.
—Hey, hey, relájate —gruñó Bushido, la voz en su garganta enronquecida, plagada de una emoción extra que Tom no sabía si reconocer como irritación o fastidio.
—Eso intentó —barbotó en respuesta, tensándose aún más.
Era complicado liberar sus músculos de la tensión en el reducido espacio. La camioneta, si bien grande y lujosa, no se comparaba con las ventajas que una cama de hotel supondría, pero Tom se había negado a ceder del todo y en su lugar habían tenido que conformarse con sexo en el estacionamiento, sin la connotación atrevida que con ello se acompañaba.
El asiento era angosto, y la barra que separaba las divisiones se le clavaba contra las costillas. Con todo, la mayor preocupación de Tom era que alguien los viera. Si bien Bushido le había asegurado que todos los cristales del automóvil estaban tintados de negro, el mayor de los gemelos no podía dejar de estremecerse de miedo cada vez que el ruido de voces a la lejanía se dejaba escuchar. En su cabeza, la imagen de verse atrapado, desnudo y con Bushido, representaba el acabose de todo. Desde su vida, su fama y Bill.
Bill…
Tom se arrepentía. Mucho. Su gemelo lo único que había querido para él era protección. Sacrificándose a sí mismo para que él no tuviera que salir a buscar lo que en ese momento, le dejaba la sensación de ser la porquería más grande del mundo.
—Vamos —lo sacó Bushido de sus pensamientos, besando su cuello, lamiendo el lóbulo de su oreja—, coopera conmigo un poco…
El mayor de los gemelos arrugó la nariz con desagrado.
I want your love
And I want your revenge
Ajeno a ello, Bushido recorrió su pecho con ambas manos, aumentando el ritmo de sus embestidas, al tiempo que dejaba sus dedos abarcar los costados de Tom, deslizarse por su estrecha cadera y por último, elevar las piernas del mayor de los gemelos, envolviendo su cintura con ellas.
En contra de su voluntad, incluso más fuerte que la culpa que lo devoraba en su interior, Tom no pudo sino estremecerse cuando Bushido aprovechó el cambio de ángulo y se presionó en repetidas embestidas contra su próstata.
—Ahhh —jadeó Tom, aferrándose a la espalda del rapero, clavando las uñas en la suave piel de sus hombros, atento a cómo la yema de sus dedos se resbalaba por la fina capa de sudor que los cubría a ambos—. Los cristales están empañados —balbuceó de pronto, la cabeza ladeada hacia un lado, indefenso a las arremetidas que el rapero daba contra su cuerpo. Su interior invadido por un fuego que amenazaba con consumirlo hasta los huesos.
Como respuesta, Bushido gruñó, acelerando el ritmo de sus caderas, haciendo que el contacto entre ambos se tornara desesperado, sus cuerpos al entrechocar, produciendo un ruido húmedo y consistente.
Eran dos animales, que encerrados en la misma jaula, habían cedido a sus más bajas pasiones. Tom lo deseaba, estaba en él como el deseo más anhelado de su vida, pero al mismo tiempo se sentía degradado, humillado por cómo pedía más, se retorcía por ello, alzaba su cadera para recibir todo lo que el rapero le daba. El raciocinio había dado paso a la lujuria desenfrenada y avergonzado de ello, de quien era en realidad y lo que había hecho durante años antes de que Bill le pusiera un alto, rompió a llorar.
—No, no —intentó empujar a Bushido, apoyando las manos contra el pecho del rapero y forzando presión para separarlos—. Detente, no quiero.
Sin importarle ni una pizca, el ritmo de las embestidas de Bushido no disminuyo.
—Shhh, quieto… Calma —intentó apaciguarlo sin éxito.
—Esto no… Yo no… —Se quiso explicar Tom, usando una mano contra su cabeza, que por la intensidad de las embestidas se golpeaba contra una de las puertas traseras—. ¡Bushido! —Gritó por último cuando el rapero siguió sin importarle sus nulos deseos de seguir—. ¡Alto!
—No grites.
—No sigas, demonios —respondió mordaz, tembloroso de movimientos y lento de reacciones.
Tanto, que sin ver en ello la amenaza, reaccionó una milésima de segundo más tarde de lo necesario, cuando las manos de Bushido se cerraron en torno a su cuello y presionaron.
I want your love
I don’t wanna be friends
—Un-ngh —se atragantó el aire en sus pulmones. La quemazón en la garganta aposentándose con fuerza.
Las manos se le cerraron por inercia, lo mismo que los ojos. Un último intentó por respirar murió en su ser…
“¡No”, pensó con rabia. “No quiero, me niego”.
Luchando por una bocanada más, el mayor de los gemelos clavó las uñas en los brazos de Bushido, deseando hacer todo el daño posible para que el rapero lo soltara. Sus piernas se movieron por inercia, pateando con la poca fuerza que le quedaba, resistiéndose a perder la consciencia.
Con los ojos desorbitados, quedó grabada en su retina la expresión en el rostro de Bushido, cuando al fin la presión de sus dedos contra el cuello se liberó y el cuerpo del rapero se detuvo de golpe a mitad de una embestida.
Una percepción de disgusto contra sí mismo bañó al mayor de los gemelos, que incluso a través del condón, sintió como el orgasmo del rapero liberarse en su interior.
—Diosss —siseó éste con gusto, desplomándose sobre Tom, que sin un ápice de energía, aspiró con ansiedad el aire a su alrededor. Una mezcla de colonia, sudor y sexo que se le quedó incrustada en la nariz; una mezcla de la que jamás en su vida podría recordar sin sentir una creciente necesidad de vomitar.
—Tú… —Habló a duras penas, la voz escondida en algún lado. Su garganta sensible a la menor vibración.
Bushido alzó la cabeza, intentando besarlo y a cambio recibiendo un mordisco.
—Lo s—… —Quiso disculparse, intentando en vano remediar sus acciones previas, pero Tom no quería nada de eso en lo absoluto.
Apartándolo de encima suyo, el mayor de los gemelos se tragó las emociones que bullían en su pecho, buscando frenético en el suelo de la camioneta su ropa, sus zapatos, cualquier pertenencia que fuera suya, deseoso como nunca de vestirse y alejarse lo antes posible sin mirar ni una sola vez atrás.
—Tom —hizo amagos Bushido de detenerlo, sin éxito. El mayor de los gemelos se liberó de su agarre con un brusco movimiento, mirándolo a los ojos en la semi penumbra por una fracción de segundo con todo el odio que llevaba dentro. Eso bastó para que el rapero desistiera.
Tom no tardó mucho en vestirse, incluso con el vértigo, el dolor en cuerpo, la humillación que lo bañaba de pies a cabeza. Sin molestarse en anudar las cintas de sus zapatos o de mirar por una última vez a Bushido, abrió la puerta de la camioneta y salió al frío exterior, que en contraste con el húmedo calor del interior, equiparable a de una sauna, le puso la piel de gallina.
—¡Tom! —Pretendió Bushido detenerlo sin éxito. Aún sin la camiseta que llevaba en la fiesta, para cuando pudo sacar la cabeza de la camioneta, no quedaba rastro del mayor de los gemelos.
Ni una señal. El estacionamiento lucía desierto en su totalidad.
—Mierda…
Walk-walk fashion baby
—¿Mala noche, eh? —Le preguntó el taxista a Tom, revisando a su pasajero por medio del espejo retrovisor.
El mayor de los gemelos permaneció en silencio.
Con una suerte que no atribuía a su estado actual, Tom había conseguido un taxi apenas dos calles de distancia del estacionamiento. El mismo conductor había ofrecido sus servicios, “Cualquier sitio en la ciudad por menos de diez euros”, y el mayor de los gemelos se había limitado a subirse.
—Seh, es una noche floja para el trabajo la de hoy —siguió hablando el taxista. Un hombre que se aproximaba más a la tercera etapa de su vida que a la segunda, con el cabello cano en las pocas áreas donde aún le quedaba. Y que como Tom supo al éste presentarse, se llamaba Johan.
Si bien el mayor de los gemelos no pronunció palabra alguna durante el resto del trayecto, el taxista llenó los espacios en blanco de una conversación que no era tal, sino un monólogo. Agradecido por ello, Tom lo dejó.
Llevándose una mano al cuello, apenas si podía creer lo que había pasado. ‘¿Por qué?’ Era la pregunta que no dejaba de darle vueltas en la cabeza. ¿Por qué él? ¿Por qué eso? Simplemente, ¿por qué?
Tantos años de hacer lo mismo, de encuentros apasionados en cualquier rincón que pudiera ofrecerle privacidad, con quien fuera mientras la chispa de la atracción se encendiera, ¿para eso?
Por inercia, Tom se limpió las mejillas húmedas, agradecido de que el taxista estuviera más entretenido en platicarle acerca de la menor de sus nietas, que de prestarle atención.
Muy por encima de todo, se encontraba el hecho de que una vez en casa, no podría ocultárselo a Bill. Tom no era idiota, sabía muy bien que el dolor que había sentido, la presión de las manos de Bushido contra su cuello había dejado marcas. Pero temía y mucho, de lo que su gemelo diría. Eso si lo hacía, que en su cabeza, Tom lo imaginaba cruzado de brazos, una expresión de ‘te lo dije’ pintada en el rostro. La decepción, el hombro frío con el que se lo sacudiría de encima.
Desolado, apoyó el rostro sobre las manos y rompió a llorar.
—Como dije —murmuró el taxista—, una mala noche…
I want your horror
Bill no se cruzó de brazos, no cumplió la profecía del ‘te lo dije’ que Tom tanto temía, tampoco dejó pasar; en su lugar, habló de demandar, de contratar un matón a sueldo, de venganza…
Con la cabeza de Tom en su regazo, acarició su rostro hasta que el llanto se detuvo por completo.
—Lo voy a matar…
—No, Bill —susurró Tom—, por favor, no.
—Haré que sufra.
—No solucionará nada.
Bill inhaló una gran bocanada de aire. —No —admitió al fin—, pero me hará sentir mejor. Y espero que a ti también.
—No.
—¿No?
Tom cerró los ojos. —No.
—Bien.
—¿Bien?
Bill se inclinó y lo besó en la mejilla. —Sí.
J'veux ton amour
Con el sol saliendo desde la ventana de la habitación, el nuevo día parecía traer consigo un comienzo diferente, una oportunidad de empezar de nuevo.
—Sabía que algo así pasaría —murmuró Bill de pronto, cuando a través de las rendijas de las cortinas, los primeros rayos de sol atravesaron el cuarto—. No pensé que sería Bushido o que haría eso, pero imaginé un final parecido a este.
El mayor de los gemelos se estremeció ante la mera idea. Su cuerpo se contrajo hasta quedar hecho un ovillo, aún con la cabeza apoyada en el regazo de Bill.
—Algo tenía que pasar. Tenías que aprender.
—Aprendí.
—Me… Me gusta oír eso afirmó Bill—. Nunca tuviste que salir de casa.
—No, lo que necesitaba estaba aquí.
Bill buscó la mano de su gemelo y la apretó. —¿Lo entiendes ahora?
Work it
Llevando sus manos entrelazadas hasta el cuello, donde los dedos de Bushido se adivinaban sin mucho esfuerzo por las marcas violáceas que ahí decoraban la piel, Tom asintió.
—Lo entiendo ahora.
Bill sonrió. —Bien.
Love-love-love