I want your loving
—Oh por Diosss —murmuró Tom a voz normal, consciente de que con el nivel de música que resonaba por toda la sala, de cualquier modo nadie podría escucharlo, tratando de no sólo abarcar con los ojos a su alrededor, sino también con sus demás sentidos. Quería absorber lo más posible del entorno, sólo por si acaso era esa ocasión la primera y última que lo vería.
El lugar no sólo vibraba bajo el peso de la música que estaba de moda y los tenía a todos llenando la sala al punto donde el departamento de bomberos diría ‘Ni uno más so pena de clausura’, sino también bajo el peso de los cientos de cuerpos que se apretujaban los unos contra los otros en pequeños grupos, ya fuera bailando en la pista abarrotada o en las pequeñas barras semi circulares que componían el escaso mobiliario.
Apenas haber entrado a la habitación, Tom apreció el aroma inequívoco a sudor y colonia mezclados en una fragancia que le erizó hasta el último vello de la nuca.
¿Quién podría culparlo por experimentar aquellas sensaciones? La sonrisa que llevaba en el rostro y le cruzaba de oreja a oreja era la prueba irrefutable del éxito que él y la banda que su gemelo y sus dos amigos de la infancia habían logrado.
Primero con su primera canción en el top alemán y luego internacional, luego un video, una gira de conciertos y voilá… El éxito. Ahora Tokio Hotel era una banda reconocida no sólo en Alemania sino Europa también.
Para sólo tener quince años, Tom se sentía en la cima del mundo.
—Tomi… —Tiró su gemelo la manga la manga que llevaba puesta—. Creo que acabo de ver a alguien famoso…
—No puedo creer que estemos en la post fiesta de los Echos —exclamó Georg, al lado de Tom y con un idéntico gesto de satisfacción—. Alguien golpéeme…
—Con gusto —le dio un puñetazo Gustav en el brazo.
—Hey, ustedes ahí —los alcanzó su manager en la entrada del recinto, teléfono móvil en mano y con la prisa que lo caracterizaba—. Compórtense. Ganar un par de premios no lo es todo en el mundo.
—Mejor grupo revelación, ah, ¿cómo suena eso? —Dijo Georg ufano—. Vamos, Dave, deja que nos divirtamos un poco.
—Hablo en serio —habló Jost por encima de la música—. Hoy no seré la niñera de nadie, así que espero buen comportamiento. Nada de tomar alcohol frente a las cámaras, sonrían en todo momento y traten de socializar. Grandes estrellas están aquí y no quiero que me hagan quedar en vergüenza. ¿Entendido, todo claro? Si algo llega a pasar, tengan por seguro que se lo haré pagar al responsable.
—Sí, Dave —corearon los cuatro chicos, conteniéndose de hacer muecas. Su manager podía llegar a ser peor que una madre polla cuidando de sus retoños.
—Así me gusta —recorrió éste con los ojos a cada uno de los chicos, un poco de orgullo brillando por la comisura de sus ojos—. Ahora diviértanse sin estragos.
El grupo se desintegró en un instante.
Intercambiando miradas desde que había llegado con una pequeña rubia vestida de mesera, Georg desapareció entre un nutrido grupo de personas. Gustav tampoco perdió el tiempo al dirigirse recto a la barra de bebidas y tomar asiento junto a dos chicas, una pelirroja y otra morena.
—Bien, eso nos deja a los dos solos —exhaló Bill aire, un ademán que no encajaba con la emoción que sentía en ese mismo momento—. Y bien, Tomi, ¿a dónde vamos en nuestra primera post fiesta de premiación?
Tom no lo escuchó.
Clavando los ojos en la multitud, Tom se mordisqueó el labio inferior con interés.
—Tom… Espero que no estés planeando lo que creo que estás planeando —amenazó Bill a su gemelo, pero era obvio que así era y que ninguna réplica de su parte lograría cambiar los planes de Tom.
Y es que no era ningún secreto que a la menor oportunidad, su gemelo buscaba oportunidades de meterse en los pantalones de alguien más.
Un hombre de unos treinta años le dedicó una seña al mayor de los gemelos con su copa a través de la sala y esté alzó la comisura de sus labios.
… O que alguien se metiera en los suyos. Daba igual. Tom no tenía inconveniente del sexo de la persona; hombre o mujer, para él estaba de maravillada.
—Tomi, no… —Gruñó Bill, conteniéndose de hacer un berrinche—. Ni se te ocurra hacerlo hoy —siseó a pesar de saber que llevaba las de perder. Su gemelo solía ser una bestia cuando una idea se le metía en mente, y lo dejaba sintiéndose como el carcelero de un perro fiero que rogaba por ser liberado.
El mayor de los gemelos alzó la mano al aire, agitando los dedos en un saludo breve. El hombre de antes, tomando aquello como una clara invitación, comenzó a avanzar hacía su dirección.
—Argh —se cruzó Bill de brazos—. Siempre haces lo mismo.
—¿Qué? —Inquirió Tom, un tanto ajeno al malestar de su gemelo.
—Eso —bufó Bill, molesto al punto de ebullición—. ¿Podrías, al menos por una vez, no tratar de acostarte con alguien cuando salimos?
Tom se encogió de hombros. —Es una fiesta, es lo que generalmente se hace, ¿o no?
—Claro que no —fulminó Bill a su gemelo con la mirada—. Las personas normales bailan, se ponen ebrios o pasan el rato; no buscan un sanitario vacío para mamársela a un desconocido.
Tom soltó una carcajada, recordando de pronto la graciosa (en su opinión) primera vez en que Bill lo había encontrado de rodillas y dándole sexo oral a alguien más.
Había sido en una fiesta que Andreas había dado para despedirlos cuando la firma del contrato para grabar un disco se había secado y la fecha de inicio estaba fijada. Al principio no había sido nada fuera de lo normal; entre conocidos y desconocidos, la casa de Andreas estaba que reventaba de gente, y fue cuestión de tiempo antes de que Tom fuera por una bebida a la cocina y se topara con Otto, el primo mayor de su mejor amigo.
Tom lo recordaba de cuando aún eran unos críos y llevaban las rodillas raspadas, pero el Otto que se encontró sirviendo la cerveza directo del barril era otro.
El resto sucedió tal y como se podría esperar. Tom no era precisamente tímido en lo que a sus conquistas se refería. Un par de frases apresuradas y un rápido acuerdo los había llevado al baño del segundo piso, donde Bill los había encontrado con los pantalones en el suelo y la cara roja.
Ni qué decir de la reprimenda épica que le había tocado a Tom una vez se había podido poner en pie y los pantalones de vuelta, así como de las dos siguientes semanas en donde Bill trató con frialdad a su gemelo hasta que pudo desdibujar un poco la horrorosa visión donde veía a Tom disfrutando de lo que hacía.
De entre los dos, siempre era Bill a quien creían el gay, lo cual no podía ser más alejado de la realidad.
Era Tom, quien con su apetito voraz por el sexo, conseguía lo que quería siempre que se podía y la situación se daba. Siempre con un marcado patrón masculino, que el mayor de los gemelos le aseguraba a Bill era sólo porque con las chicas se requería un poco más de esfuerzo que él no estaba dispuesto de dar cuando las prisas estaban a la orden del día.
Incluso un año después, Bill seguía sin terminar de digerir la idea.
—Él no, por favor —musitó el menor de los gemelos, usando su única arma: Las súplicas. A veces funciona, a veces no—. Es demasiado viejo —murmuró, viendo que de cerca, el hombre está más cerca de los cuarenta que de los treinta.
Tom pareció considerar su petición un par de segundos antes de esbozar una mueca en dirección al fulano y darse media vuelta. —Bien, vamos a beber algo.
—Perfecto —suspiró Bill, pensando que la noche podía no ir tan mal después de todo.
I want your everything
As long as it’s free
—Creo que vi a Nena cuando fui al baño —murmuró Bill con turbación al regresar a la mesa donde él, su gemelo y un grupo de personas que han conocido en el transcurso de la noche, están sentados.
—¿Le dijiste algo? —Preguntó Tom con verdadero interés. Siendo la ídolo de Bill, es lo mínimo que puede hacer—. ¿O hiciste de idiota?
—Lo segundo, oh mierda —se cubrió el menor de los gemelos el rostro con ambas manos—. Quise decir ‘hola’ y ‘soy tu fan’, pero acabé diciendo ‘pipi’ antes de que ella entrara asustada al baño de mujeres… Creo que ahora ella piensa que soy un retardado o un acosador. ¡Tal vez ambas! —Apretó los dedos contra sus mejillas enrojecidas.
—Suele pasar —codeó Tom a su gemelo, tomando luego un trago de su bebida.
La noche estaba transcurriendo en aparente calma.
Habían bailado un rato, comido un poco del buffet de la entrada y bebido hasta el punto de encontrarse relajados, pero no ebrios.
Bill no podía estar más feliz.
Tom, por otra parte, no podría estar más inquieto.
—¿Pasa algo? —Quiso saber Bill, cuando por tercera vez en menos de diez minutos, Tom lo pateó bajo la mesa por accidente.
El mayor de los gemelos se acomodó la camiseta por encima del bulto que llevaba entre las piernas. —Nada. —O todo. Desde un inicio, Tom había planeado pasar la noche con alguien; lástima que de entre todas las personas del mundo, Bill fuera el único que no podía ni debía entrar en su lista.
—¿Crees que Gustav o Georg salgan con alguien está noche? Cuando fui por las bebidas, encontré a Gus besando a la pelirroja de antes —se inclinó Bill para susurrar en la oreja de su gemelo.
Al contacto de los labios de Bill contra su lóbulo, Tom se estremeció. —Creo que tengo que ir al sanitario —se apresuró a blandir una endeble excusa. Si tenía suerte, podría tomar manos en el asunto, literalmente, y regresar en menos de cinco minutos.
—Pero si antes no quisiste —frunció el ceño el menor de los gemelos—. Vamos juntos, te acompaño —se intentó poner de pie para acompañar a Tom.
—Nah, voy solo —apartó la silla éste—. Vengo en un segundo, tú espera aquí —se alejó a paso rápido con dirección al baño más cerca que pudiera encontrar, ignorando la repentina decepción que se plantó en el rostro de su gemelo.
Esquivando el nutrido grupo de personas que bailaban, Tom casi corrió el último tramo hacía el sanitario.
Una vez dentro, agradeció no sólo que estuviera vacío en su totalidad, sino también el llevar ropa tres tallas más grande de lo necesario, porque de no ser así ya alguien habría visto el prominente bulto en su frente.
—Mierda… —Masculló al palmarse la erección por encima de las prendas que la cubrían. Un poco más y juraba que le podría sacar el ojo a alguien.
Mirando por encima de su hombro en dirección hacía los retretes, consideró la opción de usar su mano amiga para salir de aquella precaria incomodidad. No sería ni la primera ni la última vez que acudiría a la masturbación como un recurso de los últimos pero… De eso a nada. La última vez que había conseguido algo había sido cerca de un mes atrás con el repartidor de pizza.
Georg se había quejado por lo tardado del servicio cuando la propaganda decía media hora para que la pizza llegara, pero Bill no se había tragado esa patraña en ningún momento. Menos después de que Tom había aparecido sudado, con las mejillas arreboladas y una clara insinuación de cuál había terminado siendo la propina del repartidor.
—… no, just because he said so… —Escuchó Tom desde lo que él creía, era la última cabina. Por el acento de la voz, sabía perfectamente que aquél no era un extranjero.
Menos de un minuto después, salió un hombre alto y moreno, con pinta de fastidio, que se venía guardando un diminuto y plateado teléfono móvil.
—Hi —dijo Tom como saludo, observando con encanto que el hombre no sólo era atractivo, sino también de su gusto—. Do you wanna fuck?
Se contuvo de reírse. Aquella frase la conocía luego de una tarde de navegar por Internet con Georg. Su inglés no daba para tanto, apenas unas palabras escogidas y con un poco sentido, además de palabrotas, así que esperaba no tener que decir más.
El hombre alzó una ceja con una mezcla de incredulidad e interés. —Escort? Hooker? —Se dirigió hacía los urinarios, éstos de frente a los retretes.
Tom se encogió de hombros, dando por perdido aquel juego.
—Let me see —murmuró al final, acercándose unos pasos al hombre y apreciando su loción después de afeitado. El aroma le gustaba.
Sin falso pudor, miró al hombre, quien separaba las piernas y se bajaba la bragueta. Metiendo la mano por el orificio, movió un poco alrededor hasta que su miembro salió.
Tom se lamió los labios en anticipación. El hombre era tal como lo esperaba; el tamaño era el perfecto y por el modo en el que se acariciaba a sí mismo, parecía también estar interesado.
—How much? —Inquirió de pronto, al parecer, dispuesto a abrir la cartera y darle a Tom un par de euros.
Éste soltó una risita. —Free. Just…
La puerta del baño se abrió y los dos saltaron en su sitio como si hubieran sido atrapados en algo más que echando pis.
Era Bill.
—Hey, ya casi termino —murmuró Tom con calma aparente, por dentro maldiciendo a su gemelo y a su terrible costumbre de aparecer cuando menos lo necesitaba. Fingió acomodarse el pantalón, tiró de la palanca del urinal y se dio media vuelta—. ¿Ves? Listo.
Bill entrecerró los ojos como si quisiera dilucidar la mentira así. —Tardaste mucho —dijo al fin.
—Había una fila larga —mintió Tom con facilidad, inclinado sobre el lavamanos y presionando el botón del agua—. Vamos —empezó a caminar hacía la salida.
En el marco de la puerta, se atrevió a mirar por encima de su hombro y susurrar ‘sorry’, antes de regresar a la fiesta y olvidar al hombre que había conocido.
Una pena que éste no pensara lo mismo.
Tom en verdad no esperaba encontrarse con el hombre del baño por el resto de la fiesta, pero cuando éste apareció en su mesa y llevando consigo dos bebidas, supo que no venía precisamente por la charla amena.
—Hi, again —saludó Tom. Bajo el humo de cigarrillos y el sudor de todos en la sala, el hombre seguía oliendo de maravilla, fresco en cualquier caso.
—Ahórrate el inglés —respondió éste, tendiendo la copa que llevaba consigo a Tom—. Por un segundo creí que eras uno de esos… Ya sabes —guiñó un ojo—. En estas fiestas uno nunca sabe.
—Yep —probó Tom la bebida. El licor bajó por su garganta y raspó, pero a Tom aquello le sentaba de maravilla. Un calorcillo se extendió desde su estómago a sus extremidades—. Gracias.
—No hay de qué —tomó asiento el hombre, pegando los muslos con Tom, quien al instante recordó porqué valía la pena todo al final.
—¿Quién es él? —Se inclinó Bill al otro lado de Tom para susurrar en su oído.
—Bushido —extendió éste su mano con garbo—. Dos premios Echos. Rapeo.
—Uhm —exclamó Tom. El nombre le sonaba de algo, pero no recordaba haber escuchado ninguna canción suya. Como tampoco lo había reconocido de vista, supuso que no era tan famoso como quería dar a entender.
Bill rodó los ojos, al instante fastidiado por la actitud del desconocido. —Voy a ver dónde está Georg —se disculpó poniéndose de pie y desapareciendo entre el gentío.
—Así que… —Tom se concentró en Bushido—. ¿Dos Echos, uhm?
—Quizá cuando tengas mi edad tengas los tuyos —pasó Bushido el brazo por detrás del asiento del mayor de los gemelos—. Quizás…
—Sí, eh —se mordió Tom la lengua para no decirle que su banda había ganado más de dos premios en su primera vez—. El próximo año será.
—Para entonces tendrás, ¿cuántos años? —Los dedos de Bushido se movieron a la altura del hombro de Tom y éste se estremeció de pies a cabeza.
—Los suficientes —murmuró Tom, volteando el rostro en dirección hacía el rapero y mirándolo fijamente desde una distancia poco prudencial—. Shhh —dijo al fin.
Bushido iba a preguntar por aquello, pero una mano deslizándose por su pierna hasta su regazo fue lo único que necesito saber.
—No te voy a pagar nada —murmuró al final, cuando la mano le deslizó el cierre y se coló dentro de los pantalones.
—Perfecto, porque pienso que sea gratis —gruñó Tom con fascinación, venciendo la resistencia de la ropa interior y cerrando la mano en torno a la erección de Bushido—. Sé que somos desconocidos aún, pero ¿quieres…? —Se pasó la lengua por los labios.
Bushido asintió. —Joder, sí.
El acuerdo tácito flotó en el aire unos segundos antes de que Tom sacara la mano de los pantalones de Bushido en un brusco y apresurado movimiento, como si el contacto con su piel le quemara.
—Mierda —maldijo, retomando a su postura anterior y fingiendo desinterés—. ¿Qué pasa?
Apareciendo de entre la pista de baile, estaba Bill con facciones agrias.
—Nos vamos —dijo, no pasando de largo cómo Tom lucía acalorado. Y si la mano del rapero encima de los hombros de su gemelo era una clara indicación de lo que estaban haciendo, Bill prefería cortar aquello por lo sano, se molestara Tom o no—. Dave nos espera en la limusina.
—Bien —se puso en pie Tom, resignado a que no era su noche en ningún sentido—. Adiós —se dirigió a Bushido, sin intenciones de prolongar la despedida.
—Espera —lo sujetó éste de la muñeca—. ¿Cómo te llamas?
Tom rió entre dientes. —Me llamo Bill Kaulitz —susurró al fin, lejos de los oídos de su gemelo. Antes muerto que dar su nombre, y de cualquier modo, ¿qué mal podía suceder?
—Lo recordaré —dijo Bushido liberando su mano.
“Como sea”, pensó Tom al darse media vuelta y seguir a su gemelo.
—¿Qué te preguntó? —Quiso saber Bill apenas salieron al exterior y pudieron hablar con normalidad—. No hiciste nada, ¿verdad?
Tom se encogió de hombros. —Nada, casi… Ni idea qué quería.
—A ti —bufó su gemelo—, y por lo que vi…
—Ahí están ustedes dos —se acercó David con su sempiterno teléfono móvil pegado a la oreja—. El auto espera. Apresúrense.
Sin intercambiar otra palabra, los gemelos siguieron a su manager.
I want your drama
Dos semanas después de aquel día, justo cuando Tom creía haberse olvidado de Bushido por completo y a la hora de la primera reunión del día, el mayor de los gemelos descubrió que no era así.
—… quiero que Bill Kaulitz de Tokio Hotel me dé sexo oral…
Con aquellas palabras, Bill subió las piernas hasta hacerse un ovillo al sillón en el que estaba sentado y apoyó la frente sobre las rodillas.
Tom desvió la vista de la pantalla de televisor donde la última entrevista del rapero le había dado la vuelta a Alemania con aquella declaración.
—¿Quién es ése idiota? —Exigió saber Georg, tendiéndole a Bill una caja con pañuelos—. Jamás había oído hablar de él antes.
—Es Bushido —murmuró Tom con incomodidad. Nadie sabía que había sido él quien le había dado el nombre al rapero y prefería que así siguiera—. Estaba en los premios Echos y en la post fiesta.
—Su manager ya llamó pidiendo disculpas, pero —David apagó el televisor y suspiró— el daño ya está hecho. No tengo idea de qué estaba pensando Bushido cuando dijo eso, pero un comunicado pidiendo disculpas públicas ya está en circulación.
—Eso no soluciona nada —murmuró Bill, limpiándose el bordo de los ojos con un pañuelo.
Un extraño peso en el pecho se presionó dentro de Tom.
—De cualquier modo, tienen el día libre. Hoy no estoy para lidiar con la prensa… —Se presionó David el tabique nasal—. Pueden retirarse a sus habitaciones.
Llevando consigo la caja de pañuelos, Bill se puso en pie.
—¿Estás bien? —Quiso saber su gemelo. La culpa lo estaba quemando.
—Ugh —tembló Bill, en ningún momento levantando la vista—. No es nada nuevo. Cualquiera creería que los idiotas sólo existen en la escuela, pero…
El nudo que se formó en la garganta de Tom le impidió revelar la verdad. De cualquier modo, Bill no querría oír nada al respecto.
En su lugar, Tom le pasó el brazo por la espalda a su gemelo y lo atrajo a su lado. —Es un idiota, no le hagas caso. Verás que en una semana nadie recordará nada de esto y no volveremos a saber de él.
Bill esnifó. —Eso espero.
—Yo también —dijo Tom, caminando al lado de su gemelo por el corredor del piso donde se encontraban sus habitaciones—. ¿Quieres regresar a la cama? Aún puedes dormir una siesta.
Bill alzó la mirada para ver a su gemelo en los ojos. —¿Vienes conmigo?
Fueron los ojos rojos, la culpa que seguía sin dejarlo o un verdadero gusto por estar con Bill, tal vez los tres al mismo tiempo, Tom asintió.
—Oh por Diosss —murmuró Tom a voz normal, consciente de que con el nivel de música que resonaba por toda la sala, de cualquier modo nadie podría escucharlo, tratando de no sólo abarcar con los ojos a su alrededor, sino también con sus demás sentidos. Quería absorber lo más posible del entorno, sólo por si acaso era esa ocasión la primera y última que lo vería.
El lugar no sólo vibraba bajo el peso de la música que estaba de moda y los tenía a todos llenando la sala al punto donde el departamento de bomberos diría ‘Ni uno más so pena de clausura’, sino también bajo el peso de los cientos de cuerpos que se apretujaban los unos contra los otros en pequeños grupos, ya fuera bailando en la pista abarrotada o en las pequeñas barras semi circulares que componían el escaso mobiliario.
Apenas haber entrado a la habitación, Tom apreció el aroma inequívoco a sudor y colonia mezclados en una fragancia que le erizó hasta el último vello de la nuca.
¿Quién podría culparlo por experimentar aquellas sensaciones? La sonrisa que llevaba en el rostro y le cruzaba de oreja a oreja era la prueba irrefutable del éxito que él y la banda que su gemelo y sus dos amigos de la infancia habían logrado.
Primero con su primera canción en el top alemán y luego internacional, luego un video, una gira de conciertos y voilá… El éxito. Ahora Tokio Hotel era una banda reconocida no sólo en Alemania sino Europa también.
Para sólo tener quince años, Tom se sentía en la cima del mundo.
—Tomi… —Tiró su gemelo la manga la manga que llevaba puesta—. Creo que acabo de ver a alguien famoso…
—No puedo creer que estemos en la post fiesta de los Echos —exclamó Georg, al lado de Tom y con un idéntico gesto de satisfacción—. Alguien golpéeme…
—Con gusto —le dio un puñetazo Gustav en el brazo.
—Hey, ustedes ahí —los alcanzó su manager en la entrada del recinto, teléfono móvil en mano y con la prisa que lo caracterizaba—. Compórtense. Ganar un par de premios no lo es todo en el mundo.
—Mejor grupo revelación, ah, ¿cómo suena eso? —Dijo Georg ufano—. Vamos, Dave, deja que nos divirtamos un poco.
—Hablo en serio —habló Jost por encima de la música—. Hoy no seré la niñera de nadie, así que espero buen comportamiento. Nada de tomar alcohol frente a las cámaras, sonrían en todo momento y traten de socializar. Grandes estrellas están aquí y no quiero que me hagan quedar en vergüenza. ¿Entendido, todo claro? Si algo llega a pasar, tengan por seguro que se lo haré pagar al responsable.
—Sí, Dave —corearon los cuatro chicos, conteniéndose de hacer muecas. Su manager podía llegar a ser peor que una madre polla cuidando de sus retoños.
—Así me gusta —recorrió éste con los ojos a cada uno de los chicos, un poco de orgullo brillando por la comisura de sus ojos—. Ahora diviértanse sin estragos.
El grupo se desintegró en un instante.
Intercambiando miradas desde que había llegado con una pequeña rubia vestida de mesera, Georg desapareció entre un nutrido grupo de personas. Gustav tampoco perdió el tiempo al dirigirse recto a la barra de bebidas y tomar asiento junto a dos chicas, una pelirroja y otra morena.
—Bien, eso nos deja a los dos solos —exhaló Bill aire, un ademán que no encajaba con la emoción que sentía en ese mismo momento—. Y bien, Tomi, ¿a dónde vamos en nuestra primera post fiesta de premiación?
Tom no lo escuchó.
Clavando los ojos en la multitud, Tom se mordisqueó el labio inferior con interés.
—Tom… Espero que no estés planeando lo que creo que estás planeando —amenazó Bill a su gemelo, pero era obvio que así era y que ninguna réplica de su parte lograría cambiar los planes de Tom.
Y es que no era ningún secreto que a la menor oportunidad, su gemelo buscaba oportunidades de meterse en los pantalones de alguien más.
Un hombre de unos treinta años le dedicó una seña al mayor de los gemelos con su copa a través de la sala y esté alzó la comisura de sus labios.
… O que alguien se metiera en los suyos. Daba igual. Tom no tenía inconveniente del sexo de la persona; hombre o mujer, para él estaba de maravillada.
—Tomi, no… —Gruñó Bill, conteniéndose de hacer un berrinche—. Ni se te ocurra hacerlo hoy —siseó a pesar de saber que llevaba las de perder. Su gemelo solía ser una bestia cuando una idea se le metía en mente, y lo dejaba sintiéndose como el carcelero de un perro fiero que rogaba por ser liberado.
El mayor de los gemelos alzó la mano al aire, agitando los dedos en un saludo breve. El hombre de antes, tomando aquello como una clara invitación, comenzó a avanzar hacía su dirección.
—Argh —se cruzó Bill de brazos—. Siempre haces lo mismo.
—¿Qué? —Inquirió Tom, un tanto ajeno al malestar de su gemelo.
—Eso —bufó Bill, molesto al punto de ebullición—. ¿Podrías, al menos por una vez, no tratar de acostarte con alguien cuando salimos?
Tom se encogió de hombros. —Es una fiesta, es lo que generalmente se hace, ¿o no?
—Claro que no —fulminó Bill a su gemelo con la mirada—. Las personas normales bailan, se ponen ebrios o pasan el rato; no buscan un sanitario vacío para mamársela a un desconocido.
Tom soltó una carcajada, recordando de pronto la graciosa (en su opinión) primera vez en que Bill lo había encontrado de rodillas y dándole sexo oral a alguien más.
Había sido en una fiesta que Andreas había dado para despedirlos cuando la firma del contrato para grabar un disco se había secado y la fecha de inicio estaba fijada. Al principio no había sido nada fuera de lo normal; entre conocidos y desconocidos, la casa de Andreas estaba que reventaba de gente, y fue cuestión de tiempo antes de que Tom fuera por una bebida a la cocina y se topara con Otto, el primo mayor de su mejor amigo.
Tom lo recordaba de cuando aún eran unos críos y llevaban las rodillas raspadas, pero el Otto que se encontró sirviendo la cerveza directo del barril era otro.
El resto sucedió tal y como se podría esperar. Tom no era precisamente tímido en lo que a sus conquistas se refería. Un par de frases apresuradas y un rápido acuerdo los había llevado al baño del segundo piso, donde Bill los había encontrado con los pantalones en el suelo y la cara roja.
Ni qué decir de la reprimenda épica que le había tocado a Tom una vez se había podido poner en pie y los pantalones de vuelta, así como de las dos siguientes semanas en donde Bill trató con frialdad a su gemelo hasta que pudo desdibujar un poco la horrorosa visión donde veía a Tom disfrutando de lo que hacía.
De entre los dos, siempre era Bill a quien creían el gay, lo cual no podía ser más alejado de la realidad.
Era Tom, quien con su apetito voraz por el sexo, conseguía lo que quería siempre que se podía y la situación se daba. Siempre con un marcado patrón masculino, que el mayor de los gemelos le aseguraba a Bill era sólo porque con las chicas se requería un poco más de esfuerzo que él no estaba dispuesto de dar cuando las prisas estaban a la orden del día.
Incluso un año después, Bill seguía sin terminar de digerir la idea.
—Él no, por favor —musitó el menor de los gemelos, usando su única arma: Las súplicas. A veces funciona, a veces no—. Es demasiado viejo —murmuró, viendo que de cerca, el hombre está más cerca de los cuarenta que de los treinta.
Tom pareció considerar su petición un par de segundos antes de esbozar una mueca en dirección al fulano y darse media vuelta. —Bien, vamos a beber algo.
—Perfecto —suspiró Bill, pensando que la noche podía no ir tan mal después de todo.
I want your everything
As long as it’s free
—Creo que vi a Nena cuando fui al baño —murmuró Bill con turbación al regresar a la mesa donde él, su gemelo y un grupo de personas que han conocido en el transcurso de la noche, están sentados.
—¿Le dijiste algo? —Preguntó Tom con verdadero interés. Siendo la ídolo de Bill, es lo mínimo que puede hacer—. ¿O hiciste de idiota?
—Lo segundo, oh mierda —se cubrió el menor de los gemelos el rostro con ambas manos—. Quise decir ‘hola’ y ‘soy tu fan’, pero acabé diciendo ‘pipi’ antes de que ella entrara asustada al baño de mujeres… Creo que ahora ella piensa que soy un retardado o un acosador. ¡Tal vez ambas! —Apretó los dedos contra sus mejillas enrojecidas.
—Suele pasar —codeó Tom a su gemelo, tomando luego un trago de su bebida.
La noche estaba transcurriendo en aparente calma.
Habían bailado un rato, comido un poco del buffet de la entrada y bebido hasta el punto de encontrarse relajados, pero no ebrios.
Bill no podía estar más feliz.
Tom, por otra parte, no podría estar más inquieto.
—¿Pasa algo? —Quiso saber Bill, cuando por tercera vez en menos de diez minutos, Tom lo pateó bajo la mesa por accidente.
El mayor de los gemelos se acomodó la camiseta por encima del bulto que llevaba entre las piernas. —Nada. —O todo. Desde un inicio, Tom había planeado pasar la noche con alguien; lástima que de entre todas las personas del mundo, Bill fuera el único que no podía ni debía entrar en su lista.
—¿Crees que Gustav o Georg salgan con alguien está noche? Cuando fui por las bebidas, encontré a Gus besando a la pelirroja de antes —se inclinó Bill para susurrar en la oreja de su gemelo.
Al contacto de los labios de Bill contra su lóbulo, Tom se estremeció. —Creo que tengo que ir al sanitario —se apresuró a blandir una endeble excusa. Si tenía suerte, podría tomar manos en el asunto, literalmente, y regresar en menos de cinco minutos.
—Pero si antes no quisiste —frunció el ceño el menor de los gemelos—. Vamos juntos, te acompaño —se intentó poner de pie para acompañar a Tom.
—Nah, voy solo —apartó la silla éste—. Vengo en un segundo, tú espera aquí —se alejó a paso rápido con dirección al baño más cerca que pudiera encontrar, ignorando la repentina decepción que se plantó en el rostro de su gemelo.
Esquivando el nutrido grupo de personas que bailaban, Tom casi corrió el último tramo hacía el sanitario.
Una vez dentro, agradeció no sólo que estuviera vacío en su totalidad, sino también el llevar ropa tres tallas más grande de lo necesario, porque de no ser así ya alguien habría visto el prominente bulto en su frente.
—Mierda… —Masculló al palmarse la erección por encima de las prendas que la cubrían. Un poco más y juraba que le podría sacar el ojo a alguien.
Mirando por encima de su hombro en dirección hacía los retretes, consideró la opción de usar su mano amiga para salir de aquella precaria incomodidad. No sería ni la primera ni la última vez que acudiría a la masturbación como un recurso de los últimos pero… De eso a nada. La última vez que había conseguido algo había sido cerca de un mes atrás con el repartidor de pizza.
Georg se había quejado por lo tardado del servicio cuando la propaganda decía media hora para que la pizza llegara, pero Bill no se había tragado esa patraña en ningún momento. Menos después de que Tom había aparecido sudado, con las mejillas arreboladas y una clara insinuación de cuál había terminado siendo la propina del repartidor.
—… no, just because he said so… —Escuchó Tom desde lo que él creía, era la última cabina. Por el acento de la voz, sabía perfectamente que aquél no era un extranjero.
Menos de un minuto después, salió un hombre alto y moreno, con pinta de fastidio, que se venía guardando un diminuto y plateado teléfono móvil.
—Hi —dijo Tom como saludo, observando con encanto que el hombre no sólo era atractivo, sino también de su gusto—. Do you wanna fuck?
Se contuvo de reírse. Aquella frase la conocía luego de una tarde de navegar por Internet con Georg. Su inglés no daba para tanto, apenas unas palabras escogidas y con un poco sentido, además de palabrotas, así que esperaba no tener que decir más.
El hombre alzó una ceja con una mezcla de incredulidad e interés. —Escort? Hooker? —Se dirigió hacía los urinarios, éstos de frente a los retretes.
Tom se encogió de hombros, dando por perdido aquel juego.
—Let me see —murmuró al final, acercándose unos pasos al hombre y apreciando su loción después de afeitado. El aroma le gustaba.
Sin falso pudor, miró al hombre, quien separaba las piernas y se bajaba la bragueta. Metiendo la mano por el orificio, movió un poco alrededor hasta que su miembro salió.
Tom se lamió los labios en anticipación. El hombre era tal como lo esperaba; el tamaño era el perfecto y por el modo en el que se acariciaba a sí mismo, parecía también estar interesado.
—How much? —Inquirió de pronto, al parecer, dispuesto a abrir la cartera y darle a Tom un par de euros.
Éste soltó una risita. —Free. Just…
La puerta del baño se abrió y los dos saltaron en su sitio como si hubieran sido atrapados en algo más que echando pis.
Era Bill.
—Hey, ya casi termino —murmuró Tom con calma aparente, por dentro maldiciendo a su gemelo y a su terrible costumbre de aparecer cuando menos lo necesitaba. Fingió acomodarse el pantalón, tiró de la palanca del urinal y se dio media vuelta—. ¿Ves? Listo.
Bill entrecerró los ojos como si quisiera dilucidar la mentira así. —Tardaste mucho —dijo al fin.
—Había una fila larga —mintió Tom con facilidad, inclinado sobre el lavamanos y presionando el botón del agua—. Vamos —empezó a caminar hacía la salida.
En el marco de la puerta, se atrevió a mirar por encima de su hombro y susurrar ‘sorry’, antes de regresar a la fiesta y olvidar al hombre que había conocido.
Una pena que éste no pensara lo mismo.
Tom en verdad no esperaba encontrarse con el hombre del baño por el resto de la fiesta, pero cuando éste apareció en su mesa y llevando consigo dos bebidas, supo que no venía precisamente por la charla amena.
—Hi, again —saludó Tom. Bajo el humo de cigarrillos y el sudor de todos en la sala, el hombre seguía oliendo de maravilla, fresco en cualquier caso.
—Ahórrate el inglés —respondió éste, tendiendo la copa que llevaba consigo a Tom—. Por un segundo creí que eras uno de esos… Ya sabes —guiñó un ojo—. En estas fiestas uno nunca sabe.
—Yep —probó Tom la bebida. El licor bajó por su garganta y raspó, pero a Tom aquello le sentaba de maravilla. Un calorcillo se extendió desde su estómago a sus extremidades—. Gracias.
—No hay de qué —tomó asiento el hombre, pegando los muslos con Tom, quien al instante recordó porqué valía la pena todo al final.
—¿Quién es él? —Se inclinó Bill al otro lado de Tom para susurrar en su oído.
—Bushido —extendió éste su mano con garbo—. Dos premios Echos. Rapeo.
—Uhm —exclamó Tom. El nombre le sonaba de algo, pero no recordaba haber escuchado ninguna canción suya. Como tampoco lo había reconocido de vista, supuso que no era tan famoso como quería dar a entender.
Bill rodó los ojos, al instante fastidiado por la actitud del desconocido. —Voy a ver dónde está Georg —se disculpó poniéndose de pie y desapareciendo entre el gentío.
—Así que… —Tom se concentró en Bushido—. ¿Dos Echos, uhm?
—Quizá cuando tengas mi edad tengas los tuyos —pasó Bushido el brazo por detrás del asiento del mayor de los gemelos—. Quizás…
—Sí, eh —se mordió Tom la lengua para no decirle que su banda había ganado más de dos premios en su primera vez—. El próximo año será.
—Para entonces tendrás, ¿cuántos años? —Los dedos de Bushido se movieron a la altura del hombro de Tom y éste se estremeció de pies a cabeza.
—Los suficientes —murmuró Tom, volteando el rostro en dirección hacía el rapero y mirándolo fijamente desde una distancia poco prudencial—. Shhh —dijo al fin.
Bushido iba a preguntar por aquello, pero una mano deslizándose por su pierna hasta su regazo fue lo único que necesito saber.
—No te voy a pagar nada —murmuró al final, cuando la mano le deslizó el cierre y se coló dentro de los pantalones.
—Perfecto, porque pienso que sea gratis —gruñó Tom con fascinación, venciendo la resistencia de la ropa interior y cerrando la mano en torno a la erección de Bushido—. Sé que somos desconocidos aún, pero ¿quieres…? —Se pasó la lengua por los labios.
Bushido asintió. —Joder, sí.
El acuerdo tácito flotó en el aire unos segundos antes de que Tom sacara la mano de los pantalones de Bushido en un brusco y apresurado movimiento, como si el contacto con su piel le quemara.
—Mierda —maldijo, retomando a su postura anterior y fingiendo desinterés—. ¿Qué pasa?
Apareciendo de entre la pista de baile, estaba Bill con facciones agrias.
—Nos vamos —dijo, no pasando de largo cómo Tom lucía acalorado. Y si la mano del rapero encima de los hombros de su gemelo era una clara indicación de lo que estaban haciendo, Bill prefería cortar aquello por lo sano, se molestara Tom o no—. Dave nos espera en la limusina.
—Bien —se puso en pie Tom, resignado a que no era su noche en ningún sentido—. Adiós —se dirigió a Bushido, sin intenciones de prolongar la despedida.
—Espera —lo sujetó éste de la muñeca—. ¿Cómo te llamas?
Tom rió entre dientes. —Me llamo Bill Kaulitz —susurró al fin, lejos de los oídos de su gemelo. Antes muerto que dar su nombre, y de cualquier modo, ¿qué mal podía suceder?
—Lo recordaré —dijo Bushido liberando su mano.
“Como sea”, pensó Tom al darse media vuelta y seguir a su gemelo.
—¿Qué te preguntó? —Quiso saber Bill apenas salieron al exterior y pudieron hablar con normalidad—. No hiciste nada, ¿verdad?
Tom se encogió de hombros. —Nada, casi… Ni idea qué quería.
—A ti —bufó su gemelo—, y por lo que vi…
—Ahí están ustedes dos —se acercó David con su sempiterno teléfono móvil pegado a la oreja—. El auto espera. Apresúrense.
Sin intercambiar otra palabra, los gemelos siguieron a su manager.
I want your drama
Dos semanas después de aquel día, justo cuando Tom creía haberse olvidado de Bushido por completo y a la hora de la primera reunión del día, el mayor de los gemelos descubrió que no era así.
—… quiero que Bill Kaulitz de Tokio Hotel me dé sexo oral…
Con aquellas palabras, Bill subió las piernas hasta hacerse un ovillo al sillón en el que estaba sentado y apoyó la frente sobre las rodillas.
Tom desvió la vista de la pantalla de televisor donde la última entrevista del rapero le había dado la vuelta a Alemania con aquella declaración.
—¿Quién es ése idiota? —Exigió saber Georg, tendiéndole a Bill una caja con pañuelos—. Jamás había oído hablar de él antes.
—Es Bushido —murmuró Tom con incomodidad. Nadie sabía que había sido él quien le había dado el nombre al rapero y prefería que así siguiera—. Estaba en los premios Echos y en la post fiesta.
—Su manager ya llamó pidiendo disculpas, pero —David apagó el televisor y suspiró— el daño ya está hecho. No tengo idea de qué estaba pensando Bushido cuando dijo eso, pero un comunicado pidiendo disculpas públicas ya está en circulación.
—Eso no soluciona nada —murmuró Bill, limpiándose el bordo de los ojos con un pañuelo.
Un extraño peso en el pecho se presionó dentro de Tom.
—De cualquier modo, tienen el día libre. Hoy no estoy para lidiar con la prensa… —Se presionó David el tabique nasal—. Pueden retirarse a sus habitaciones.
Llevando consigo la caja de pañuelos, Bill se puso en pie.
—¿Estás bien? —Quiso saber su gemelo. La culpa lo estaba quemando.
—Ugh —tembló Bill, en ningún momento levantando la vista—. No es nada nuevo. Cualquiera creería que los idiotas sólo existen en la escuela, pero…
El nudo que se formó en la garganta de Tom le impidió revelar la verdad. De cualquier modo, Bill no querría oír nada al respecto.
En su lugar, Tom le pasó el brazo por la espalda a su gemelo y lo atrajo a su lado. —Es un idiota, no le hagas caso. Verás que en una semana nadie recordará nada de esto y no volveremos a saber de él.
Bill esnifó. —Eso espero.
—Yo también —dijo Tom, caminando al lado de su gemelo por el corredor del piso donde se encontraban sus habitaciones—. ¿Quieres regresar a la cama? Aún puedes dormir una siesta.
Bill alzó la mirada para ver a su gemelo en los ojos. —¿Vienes conmigo?
Fueron los ojos rojos, la culpa que seguía sin dejarlo o un verdadero gusto por estar con Bill, tal vez los tres al mismo tiempo, Tom asintió.