—¿Qué demonios…? –Murmuró Bushido al empujar la puerta entreabierta de la casa que compartían Gustav y Georg, y escuchar el sonido de música y carcajadas. La nariz se le frunció apenas el aroma de la cerveza le golpeó duro—. ¿Gustav? –Llamó, obteniendo el ruido de pies descalzos corriendo hasta encontrarlo.
Segundos después, no pudo sino arquear una ceja cuando el espectáculo de los gemelos casi desnudos en su totalidad y con manos de póker que al parecer jugaban, indicaba que habían estado jugando a desvestirse cada que perdieran. Por el aspecto de cada uno (Tom llevaba sólo su camiseta, al parecer última prenda y Bill ropa interior y un calcetín), además de que el menor de los gemelos sostenía el bat de béisbol que le había regalado como si la vida se le fuera en ello, lucían como un par de lunáticos.
—¿Qué haces aquí, papanatas? –Preguntó Bill con voz espesa. Bushido no tenía que adivinar nada; el tufo del alcohol le dio en pleno rostro.
—¿Qué haces tú aquí? –Enfatizó el rapero al ignorar la amenaza que reasentaba Bill armado y ebrio, para entrar en la casa—. ¿Dónde está Gustav? Se supone que íbamos a comer y ver películas, o lo que sea que ustedes nenitas, hagan.
Bill bajó el bat. –No están.
—Cuando llegamos la puerta estaba abierta y el auto no estacionado en el garage –secundó Tom—. Los estamos esperando desde entonces. Hace como… —Se consultó el brazo en búsqueda de reloj, pero entonces recordó que no usaba. Beber era una perra con él respecto a la memoria.
—Como unas dos horas –hipó Bill—. Jugamos strip-póker, ¿te no unes?
—¿Y ver sus miserias? No gracias. –El hombre mayor pasó de ellos rumbo a la cocina, en donde dejó las compras que traía para ese día. Por petición de Gustav y más antojo que otra cosa, de Viena Lugo de la última presentación y antes de abordar el avión, había traído una torta Sacher que el baterista anheló desde el instante en que Bushido le dijo que tendría conciertos en esa ciudad. Junto a ella, también unos pocos víveres que por recomendación de Clarissa, llevaba.
Descargando todo sobre la mesa, se encontró atraído por el ruido discreto de un maullido. No esperando realmente ver un animal ahí, abrió la puerta de la alacena para confirmar sus sospechas. No, no uno, sino seis gatos, que a juzgar por las apariencias, eran una madre y sus crías de apenas una semana. La última vez que había estado ahí, Gustav ni siquiera tenía un hámster, menos una camada de mininos.
Como tampoco le interesaba mucho, se limitó a dar media vuelta y buscar un poco de comida en el refrigerador. Conociendo a Gustav, podría encontrar mantequilla de maní y hacerse un sándwich hasta que regresara. Tenía qué, ¿o no? Sorteando entre recipientes que contenían comida de días atrás, dio con los restos de un arroz chino que tenía buena pinta.
—¿Seguro que no quieres jugar? –Todo sonrisas, Bill se le aparecía por encima de uno de los hombros, obteniendo con ello que el rapero diera un salto sobresaltado—. Vamos a sacar el tablero de twister, pero necesitamos quién le dé vueltas al… Al ése que da vueltas –sonrió con cara de bobo.
Bushido dio por intento inútil el seguir eludiendo a aquel par. De Gustav y de Georg, ni sus luces. Hasta que llegaran, tendría que lidiar con los gemelos.
Saliendo de la cocina con rumbo a la sala donde Tom yacía boca abajo y con el trasero al aire sobre el tapete con los puntos de colores, fue que Bill resbaló al pie de las escaleras y fue a dar al suelo con tan poca gracia que en la caída se dio contra la cara.
—Genial –ironizó el rapero al ponerse de rodillas y voltearlo para encontrar un labio sangrante.
Sólo entonces se percató de que la caída de Bill obedecía a razones que no tenían que ver con su estado alcohólico. El suelo estaba húmedo. Ignorando los quejidos del menor de los gemelos, que se llevaba las manos a la boca intentando contener la hemorragia, Bushido posó la palma sobre el linóleo encontrando un charco de agua. O eso pensó hasta que se la llevó a la nariz.
—¿Qué pasó? –Saliendo de su sopor, Tom estaba arrodillado al lado de Bill.
—Una fuga –musitó su gemelo al sentarse con cuidado—. Me caí –admitió luego que Tom le pasó la mano por la espalda desnuda y lo dejó limpiarse la sangre de la boca con su camiseta.
—No es ninguna fuga –les aclaró Bushido. De pie, comenzó a subir las escaleras con toda la rapidez que podía. Temiendo encontrar lo peor, siguió el camino de agua hasta una de las habitaciones. La que reconoció como la que compartían Georg y Gustav. Conteniendo el aliento, giró la perilla para encontrar cajas de cartón con comida china desperdigadas en el suelo, la cama sin tender y el suelo inundado.
—Maldición –gruñó al darse cuenta de lo que había pasado. Sacando el teléfono móvil de la bolsa, llamó al número de Georg para segundos después, oírlo sonar en la misma habitación—. Idiota… —Volviendo a intentar, esta vez con el número de Gustav, espero largos segundos hasta que el buzón de llamadas le indicó que el usuario en cuestión no contestaba, que volviera a intentar de nuevo más tarde.
Sin perder tiempo y consciente de la seriedad del asunto, les ordenó a los gemelos vestirse y estar listos en cinco minutos porque salían. Dado el tono que lo dijo, así como la mirada de matón de la mafia que les dirigió al decirlo, lo obedecieron lo más rápido.
Sólo entonces y para matar el tiempo, los ojos se le quedaron fijos en una pequeña maleta que a los pies de la escalera, descansaba. Yendo por ella, en cuanto la abrió comprendió el cuadro en su totalidad. Dentro y como equipaje, estaba todo lo que Gustav había empacado para el día del parto.
—Buenas tardes –dijo Gustav aferrado al borde de la recepción, tratando con todas sus fuerzas de no desmayarse por el dolor—. Disculpe, yo…
—Formulario. Llénelo y lo atenderemos –le dio la enfermera en turno un par de hojas y una pluma, sin siquiera apartar los ojos del monitor. Por las gafas que llevaba puestas, el baterista viendo en el reflejo que jugaba una partida de Solitario.
—Pero… Ugh… Es una emergencia –balbuceó Gustav al experimentar una contracción bastante dolorosa—. Mi novio está en el auto, él…
—¿Tiene un cuchillo en el vientre? –El rubio negó con movimientos lentos—. ¿Embolia? ¿Ataque cardiaco? –Los dedos del baterista se cerraron en torno al formulario hasta convertirlo en basura—. Si no se encuentra en peligro de muerte, por favor, aguarde en la sala de espera hasta que sea su turno.
—¡Oiga! –Gustav rechinó los dientes—. ¡Se ha caído de las puñeteras escaleras! ¿Me entiende? Yo le dije, ‘no, es una idiotez comprar casas con escaleras’ ¿pero cree que me hizo caso? ¡Pues no! Uno lee siempre la estadística de accidentes y no se espera que… —Desde el fondo de la garganta le salió un quejido sofocado—. ¿Sabe qué? Váyase al cuerno.
—¿Sucede algo? –Cuestionó un doctor con bata al acercarse, conducido por el alboroto.
—Mi novio ha… —A Gustav los ojos se le pusieron blancos al caer al suelo de rodillas y apoyado en los brazos temblorosos. Los presentes en la sala paralizados como primera reacción.
—Está… ¿Embarazado? –Musitó alguien, una mujer cercana a los cincuenta años que por el tono con el que lo decía, estaba más asombrada que otra cosa.
—¿No es Gustav de Tokio Hotel? –Una chica que era llevada por su madre respecto a quitarle unas suturas de la rodilla, chilló de emoción.
—¡Basta! –El doctor en turno dio la vuelta en la recepción para inclinarse sobre su Gustav, que jadeaba a causa del dolor—. ¡Quiero una silla de ruedas aquí! ¡Ahora!
—Georg… —Gustav balbuceó apenas moviendo los labios. Alguien lo alzaba en brazos para depositarlo en una silla. Se aferró a lo primero que encontró, la manga de una enfermera pequeña con pecas en el rostro que le estaba tomando la presión—. Necesito que alguien vaya a mi automóvil… Georg está ahí… Él se cayó de las escaleras y… ¡Augh! –Inclinado al frente, vomitó a los pies del equipo médico que intentaba movilizarse lo más rápido posible—. Por favor –suplicó con voz quebrada—. Georg…
—¡… Presión elevada, quiero una camilla! –Escuchó con los párpados pesados al sentir un piquete en el brazo. Luego nada cuando cayó inconsciente.
—No –pataleó Bill—, es una y una. Ya tuviste tu turno. Me toca a mí. –Tomando el iPod de Bushido cambió la canción. Dentro del vehículo sonando una vieja tonada que les arrancó carcajadas a los gemelos.
—“If you wanna be my lover…” –Cantaron desentonados a coro para mortificación del rapero, que se tuvo que contener de golpearse en la cara con el volante. Aquellos dos le estaban sacando canas verdes en un corto trayecto al hospital más cercano.
—Búrlense si quieren –gruñó el rapero—. No es como si tuviera de qué avergonzarme.
—¿Y por qué tienes el nuevo disco de LaFee? –Preguntó Bill con malicia. Tom se inclinó sobre su hombro para ver que en efecto, no sólo tenía el nuevo disco, sino también la discografía completa—. Y además les has puesto cinco estrellitas a todas las canciones. Qué tierno.
—Basta. Suficiente –vociferó el rapero al quitar el cable que unía el iPod a las bocinas del automóvil y encender la radio—. Mejor así. Y pónganse los cinturones de seguridad que no quiero multas. Además –le rechinaron los dientes al decirlo—, bajen los pies, no coman en el asiento.
—…Los mantendremos informados –habló la locutora en la radio—. En otras noticias, el rumor de que el baterista de la internacional banda Tokio Hotel se encuentra dando a luz se ha disparado por Internet. Como bien saben, él…
—Alto ahí –se alborotó Bill al subir el volumen pero ninguna de las siguientes noticias tenía que ver con Gustav. Ya habían llamado a Jost y éste tampoco estaba enterado de nada. Gustav ni contestaba el teléfono, ni llamaba por su cuenta.
Como una señal divina, justo entonces el teléfono comenzó a sonar.
Bill tomó la llamada y tras largos minutos en los que sólo asintió y respondió con escuetos ‘sí’, ‘no’ y ‘ok’, colgó. –Era Sandra —informó con solemnidad—. Lo van a operar de emergencia.
—¿A Gustav? –Saltó Bushido con un volantazo que los sacó del carril para disgusto de los demás conductores, que con sus bocinas le hicieron entender lo mucho que se podía ir a la mierda.
—No, Georg. Están en el hospital que pensamos. Al parecer –suspiró—, se cayó de las escaleras cuando venían. Gustav lo subió al automóvil y se lo trajo. No me pregunten cómo –agregó al ver que la cara de Bushido y la de Tom era un signo de interrogación gigante— que yo tampoco sé.
—Lleva meses cargando esa barriga encima, no me sorprende –desdeñó Tom al bajar un poco la ventanilla del copiloto y prender un cigarrillo ante los ojos atónitos de su gemelo y de Bushido—. Hey, no me miren así que es la verdad. No nos debería sorprender que Gustav llegara tan lejos porque él es mucho más fuerte que todos nosotros. A él no lo vemos entrar en crisis, ¿verdad?
Muy a su pesar, Bill tuvo que darle la razón, lo mismo que Bushido.
Ya más calmados ahora que sabían exactamente dónde estaban aquel par, condujeron con más precaución.
—Nggg… —Saludó Gustav a los gemelos y a Bushido cuando los vio cruzar la puerta de su cuarto. Retenido ahí porque a pesar de haberse roto la fuente las contracciones se habían detenido a causa del susto, ahora yacía aferrado a los lados de la camilla del hospital y en su opinión, sudando como puerco por el esfuerzo de no gritar. Su orgullo le podía más.
—Tienes cara de estreñimiento –dijo Bushido al acercarse a su lado y pasarle la mano por el rostro contraído en dolor—. No te luce nada bien.
—Trata de… Ugh, aguantar el dolor de… ¡Argh! Una sandía saliendo por el orificio de un… —Se mordió los labios un par de segundos, la piel pasando de rojo a blanco y luego al morado por la falta de oxígeno—. ¡Limón!
—Gemelas, Gusti. No lo olvides –mencionó Bill lo más suave posible, obteniendo así que el rubio soltara uno de los costados de la cama para agarrarlo del brazo—. ¡Gus, duele!
—No es ni la milésima parte de lo que me duele a mí –gruñó al baterista—, así que cállate.
Bill se soltó del agarre de Gustav para retroceder un par de pasos. No quería estar cerca le diera otro ataque. Frotándose la zona lastimada, se inclinó sobre Tom, que le murmuró un ‘te lo advertí’ casi silencioso.
La puerta se abrió para darle paso a Sandra, que vestida con ropa corriente y colocándose la bata encima, parecía apenas haber llegado.
—Bien, alguien, y no quiero decir nombres porque hasta afuera se oyen sus gritos y temo por mí, me sacó de mi único día de la semana libre. ¿Algo qué decir? –Inclinándose para tomar la tablilla que contenía el expediente de Gustav, examinó los datos de las últimas horas—. ¿Qué pasó? Aquí dice que se te detuvieron las contracciones, ¿es eso cierto?
Gustav rechinó los dientes. –No lo creo, sigue doliendo como el puto infierno –escupió. Bushido a su lado, le intentó acariciar la cabeza para obtener un gesto que parecía el de un perro mordiéndole la mano a un completo desconocido por pasarse con las confianzas.
—Georg está siendo operado –contestó Tom—. Al parecer se cayó de las escaleras, pero entró al quirófano por el apéndice. Según dijeron los doctores, estaba a punto de estallarle y el que se hubiera lastimado la espalda con la caída ayudó cuando lo examinaban. De haber llegado más tarde, hubiera podido complicarse a un punto más grave.
—Desconsiderado –bramó Gustav—, mira que enfermarse cuando más lo necesito a mi lado… Cuando regresemos a casa va a dormir en el jardín si ando de buen humor.
—No es para tanto –le restó importancia Sandra al hacer unas anotaciones en la tablilla—. Cuando estaba dando a luz a Suzzane, mi esposo se empeñó en ir a comprar una cámara fotográfica rumbo al hospital porque ‘tenía que retratar el mágico momento’ según sus palabras. –Entrecerró los ojos ante el recuerdo—. Ni qué decir que mi hija nació en el asiento trasero de la camioneta que teníamos por aquel entonces.
Los presentes en la sala torcieron la boca. Conociendo a Sandra, su marido debió haber pagado aquel error con creces.
—Ya, dejando el tema de lado. Vamos a tener que esperar unas pocas de horas –consultó su reloj la doctora—. Si para entonces no regresan las contracciones, vamos a tener que administrarte un dilatador.
—¿Y sí…? –Bill habló por todos en la habitación del hospital al preguntarse qué demonios pasaría si no ocurría nada, si las contracciones se habían desaparecido para no volver.
—Cesárea –confirmó Sandra—. Lo siento. Voy a reservar un quirófano para las ocho de la noche. Si para entonces Gustav no presenta ningún avance, vamos a anestesiar y cortar.
Apenas salió del cuarto, los presentes se sumieron en tétricas cavilaciones. Supuestamente las cesáreas eran de lo más común. Las estadísticas marcaban que uno de cada tres partos en el mundo sucedía de aquella manera; no había razones por las que preocuparse. Pero siempre existían los ‘y si…’ que podían convertir el feliz nacimiento de las gemelas en una tragedia.
Concentrados en ello, ni Bushido ni tampoco Bill o Tom se dieron cuenta de que Gustav empezaba a pujar con todas sus fuerzas. Agarrando valor porque incluso respirar le producía punzadas de dolor en todo el cuerpo, no sólo en el vientre, se aferró a la almohada que mordió para no chillar con el esfuerzo que ponía en dejar que la naturaleza tomara su curso.
—¡Gustav Schäfer, qué diablos haces! –Le regañó Tom cuando un quejido parecido al que emite un animal agonizante suelta antes de morir, brotó de los labios de su amigo—. Ya oíste a Sandra, tienes que…
—Lograr que nazcan por parto natural –jadeó Gustav al volver a empujar y sentir que con ello las entrañas se le desprendían como rebanadas con un cuchillo oxidado de carnicero. No sabía si porque las niñas se aferraban con uñas y dientes a su interior o porque aquel era el modo normal en que dolía. “Normal mis bolas”, echó pestes con amargura. Un nuevo intento lo dejó viendo luces blancas detrás de los párpados.
—Basta ya –lo sujetó Bushido de los hombros al inclinarlo sobre el colchón de la cama—. Lo único que vas a lograr es lastimarte a ti o a las niñas. Tienes que tranquilizarte.
A Gustav dos lágrimas le corrieron de cada lado del rostro. –No puedo… Estoy asustado… Necesito a ese grandísimo idiota –musitó antes de cubrirse la cara con las manos crispadas.
—¿Bushido? Él está aquí –bromeó Bill al aparecer por detrás del rapero y recibir un golpe por ello—. Sin violencia, salvaje, o haré que te saquen los de seguridad.
—¡Soy el padre! –Estalló Bushido—. Te pese lo que te pese ¡yo soy el jodido padre! ¿Es que no te entra la idea por ese casco de aerosol que traes en la cabeza, zoquete?
—Oigan, cálmense los dos… —Intervino Tom con todos los ánimos de apaciguarlos, pero una vez encendida la mecha, lo que quedaba era ver la carga de dinamita estallar.
—¡Cálmate tú, Tom! –Bill se acercó a Bushido y lo empujó usando las dos manos contra el pecho de éste—. No me quieras asustar con tu actitud de cabrón mal nacido porque conmigo el cuentito ése no te va. Yo voy a ser el padrino de las gemelas y velo por su seguridad. No te quiero cerca si cada dos por tres vas a gritar ‘soy el papi, soy el papi’ cuando te echo la bronca.
—Pues no me vengas joder con tu carita de nena llorona cada que la verdad te arda en el trasero. –Bushido se lo sacudió de encima con un movimiento brusco que los dejó a ambos jadeando por irse directo contra la yugular del adversario—. Son mis hijas, yo las hice con esto –se agarró entre las piernas con rudeza— y me importa un cojón si te place o no que yo esté aquí. Es mi derecho mientras Gustav diga que está bien.
—¡Tomando en cuenta que Gustav se dejó embarazar por ti, no ha de tener buen razonamiento! ¡¿Uh?! –El menor de los gemelos se acercó tanto al rapero que las puntas de sus narices se tocaban—. Así que más te vale…
—¡¿Que yo qué?! –Enfatizó Gustav con la voz cargada de ira al asirse de las barras de la cama y enderezarse—. Los dos –advirtió con el dedo índice apuntando a Bill y a Bushido como si planeara sacarles un ojo con él—, o se callan de una puñetera vez o les patearé el trasero fuera de mi vida. Estoy en labor de parto, ¿saben lo que es eso? Estoy cansado, sensible, preocupado, adolorido, ¡me duelen los pechos! ¡Los pechos! ¡Y soy hombre, por el amor a Dios! ¿Creen que tengo ganas de oírlos discutir justo ahora? –Tomó aire porque la piel se le estaba amoratando—. Así que o se calman por las buenas o los calmo por las malas. Después de que las niñas nazcan, si quieren se pueden tumbar los dientes en el estacionamiento el uno al otro pero hasta entonces… ¡Argh! –La cabeza se le fue hacía atrás soltando un grito desgarrador que los hizo olvidar a todos porqué discutían por banalidades cuando al baterista le estaba doliendo hasta el alma como si las tripas se le voltearan hacía afuera. Los hacía ver muy egoístas.
—¿Qué quieres que hagamos? –Murmuró Bill con vergüenza al limpiarle la frente sudorosa a Gustav con una toalla de las que estaban en un gabinete.
—Q-Qué Tom vaya a ver c-c-como está Georg –suplicó entre tartamudeos—. Bushido –el mencionado se inclinó sobre el baterista—, ve con una enfermera y pídele drogas. De cualquier tipo. Dile que o a viene y me seda o iré por ella hasta alcanzarla… —El rapero tragó saliva a sabiendas de la maldición que caía sobre la enfermera en turno si no los atendía—. Y Bill, lo más importante de todo… —El menor de los gemelos, portando un gesto maternal, besó a Gustav en la frente conmovido de la confianza que recaía sobre él—, tráeme una bolsa de papas fritas de la máquina expendedora de la segunda planta.
Bill parpadeó contrariado. ¿Iba en serio aquella petición? ¿Tom iba a ver cómo salía de la cirugía Georg y Bushido conseguía sedantes suficientes para matar a un rinoceronte africano mientras a él le tocaba ir por una roñosa bolsa de papas fritas? El baterista tenía que estar jugando.
O no…
—Con doble queso –musitó Gustav con un suspiro—, por favor.
—Witzy-Witzy Araña, tejió su… ¿Cómo iba? –Canturreaba Gustav con la mirada perdida cuando su familia entró a la sala en la que estaba y se encontraban con que el usualmente serio baterista, estaba perdido en ensoñaciones del mundo de los arcoiris, los unicornios y las piruletas de frambuesa.
—¿Qué le pasó? –Preguntó la madre del rubio al quitarse el abrigo y correr a abrazar a su hijo—. Vinimos lo más rápido que pudimos pero el accidente de hace horas tiene cerrada la autopista principal. Oh, mi bebé… ¿Te duele mucho?
La risita boba de Gustav le dio la respuesta que necesitaba.
—Nah, qué va… —Descartó Bill la posibilidad de que Gustav sintiera algo que no fuera estúpida felicidad—. Le han de haber dado cinco vicodín y la caladita de un porro porque no deja se sonreír por todo.
—Está molesto porque Gustav no deja de reírse de él –murmuró Tom a modo de disculpa por lo grosero que estaba siendo su gemelo—, no le hagan caso.
Bill enrojeció hasta la raíz del cabello, pero se abstuvo de responder.
Viendo que su hijo estaba bien, al menos dentro de lo que cabía, el padre de Gustav se aclaró la garganta antes de expresar sus dudas. —¿Dónde está Georg? ¿Por qué está… Bushido aquí?
—Georg volóoo –palmoteó Gustav con la lengua de fuera—. Él…
—Yo lo digo –lo calmó Tom al ponerle la mano en el brazo—. El idiota de Georg, lo siento –se disculpó al ver que Gustav le ponía un puchero—, Georgie-Pooh, ¿así está mejor? –Asentimiento por parte del baterista— se cayó de las escaleras. Nada serio excepto que le va a doler por un par de días y… —Los padres de Gustav y su hermana contuvieron el aliento—. Ah, cualquiera diría que después de contar esta historia varias veces sería más fácil…
—¡Tom! –Berreó Bill con inicios de dolor de cabeza viendo como su gemelo se tardaba eternidades en explicar algo sencillo—. Pasa, señores Schäfer, que el apéndice de Georg estaba a punto de estallar. De no haber sido porque Gustav lo trajo, quizá no estaría recuperándose.
—¿Mi bebé qué? –Interrumpió Melissa al entrar en la habitación tomada del brazo de Clarissa—. Pensé que Gustav estaba en labor.
—Y lo está –dijeron a coro los gemelos y Bushido, que hasta entonces se había quedado en un rincón de la habitación tratando de no destacar mucho.
—Es sólo que… —Tom se mordió el labio inferior—. Ahora son dos pacientes en lugar de uno. Nada grave, creo.
—Tomi, ese ‘creo’ no ayuda en nada –lo amonestó su gemelo con un codazo certero en las costillas—. Justo ahora Georg debe estar saliendo de su cirugía. Con respecto a Gus, uhm, Sandra nos dijo que iba a esperar un poco antes de hacer la cesárea.
—¿Por qué cesárea? –Preguntó Clarissa al irse a sentar en las piernas de su hijo y abrazarlo—. Pensé que iba a ser parto natural.
—Las contracciones se detuvieron, mamá –le explicó Bushido—. Lo han sedado para que no sufriera más, pero es probable que permanezca así hasta la operación.
Todos tomaron la noticia con aprensión. Sabedores de la voluntad de Gustav, el que aquél no fuera un parto natural, no aliviaba la tensión que sentían.
Al final, porque nada se podía hacer mientras las horas pasaban y las pocas noticias que esperaban no llegaban, la tarde se les fue ya fuera al lado de Gustav, en la cafetería o a las afueras del hospital fumando un tranquilizante cigarro.
Sólo los gemelos y Bushido no se apartaron del lado del baterista, que aún bajo los efectos de los tranquilizantes, dormía con una sombra de sonrisa entre labios.
—No quiero… —Gruñó Gustav cuando le quitaron las mantas de encima.
—¿Quieres que sea parto natural o cesárea? –Sandra apartó los costados metálicos de la cama para dejar que Gustav pudiera bajar—. Caminar un poco es una excelente terapia.
—¿No pueden sólo darme más droga? –El baterista se cruzó de brazos para disimular la reacción de su cuerpo ante el dolor. Las ocho de la noche les habían llegado y las contracciones, aunque más notorias que horas atrás, no eran suficientes para llevarlo a la sala de partos. Sandra se negaba a administrarle más calmantes porque decía que disminuía las posibilidades de acelerar el proceso.
—No es sano para las niñas –respondió Sandra—. Si aumentamos la dosis en sus cuerpos, puede ocurrir que al nacer no respiren por sí mismas.
—Vamos, Gus… Unos pasos –suplicó Bill al ofrecerle el brazo a su amigo para apoyarse. A regañadientes, Gustav aceptó.
Primero caminando por la habitación y luego rumbo al lavabo porque le habían dado ganas de orinar, y la bacinilla y el pañal eran demasiado para él. Para esto, se soltó de los gemelos y acompañado por Bushido, se recargó en éste para liberar su vejiga una vez estuvieron dentro del sanitario y con la puerta cerrada para disuadir a cualquier curioso de entrar por un vistazo.
—Esos dos están echando fuego de la nariz porque le hemos puesto seguro a la puerta –se rió el hombre mayor, dándole la espalda al rubio para dejar que tuviera su privacidad.
—Me importa un bledo –fue la respuesta de Gustav al jalarle la cadena al retrete y cubrirse el frente con la escasa tela de la bata—. Esta miseria de ropa, en serio que no lo entiendo. –Miró por encima de su hombro—. Mi trasero está al aire. No es posible que Sandra me quiera caminando por el hospital así.
—Para eso es la bata –le recordó Bushido al ponérsela sobre los hombros—. Rosa o no, es lo único que tenemos. Es mejor que andar mostrando tus miserias por todos lados, ¿eh?
—Seguro –ironizó Gustav al abrir la puerta y encontrar a los gemelos pegados a la madera por la oreja—. ¿Tienen que ser siempre tan…? –Los ojos le rodaron del dolor y de no ser porque Bushido lo sostuvo por los hombros, hubiera caído al suelo.
Arrastrando con él a lo largo del pasillo, para cuando lo dejaron en la cama, soltaron un grito de sorpresa al descubrir el rastro de sangre que habían dejado por el pasillo y que corría desde la pierna de Gustav en espesas gotas rojas.
—Mierda… —Bill se enjugó el borde de los ojos con determinación—. Voy por Sandra –anunció sin esperar una respuesta, sólo rezando porque no fuera nada que no tuviera solución.
—Nueve por siete… —Georg luchó contra la pastosidad azucarada en la boca y la bruma que le cubría todo pensamiento coherente cuando abrió los ojos a la realidad y se encontró el único rostro que jamás esperaría—. ¿B-Bushido? –La voz que emergía de su garganta ronca como si no hubiera hablado en días.
—Aja, princesa de las tablas de multiplicar. Por cierto, es sesenta y tres. –Georg parpadeó no entendiendo de que le hablaba el rapero—. Llevas una media hora recitando las tablas de multiplicar. La enfermera dijo que era lo normal para pacientes sensibles a la anestesia local, pero no le creí al principio.
—Oh Diosss –bostezó al baterista al quererse sentar en la cama y sentir una cuchillada en el cuerpo—. Hice un tonto de mí, ¿no es así? –Giró la cabeza y entonces tuvo el cuadro completo de su propia habitación de hospital—. ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? –Se atragantó—. ¿Y Gustav? ¿Qué pasó con él? Veníamos a urgencias cuando…
—Llegaron a urgencias, ése no es el problema –lo tranquilizó el rapero—. Tienes inconsciente casi todo el día. Te operaron del apéndice. Mucha suerte, diría yo, que no cualquiera hace el salto del tigre desde las escaleras y vive para contarlo.
—No entiendo nada –musitó Georg. Ignorando en lo posible el dolor, la cara se le contrajo al intentar apartar con torpeza las mantas que lo mantenían tibio en la cama y ponerse de pie—. Tengo que ir a ver a Gus… ¿Las niñas ya nacieron?
—Hey, alto. Las suturas se te pueden abrir. Si lo sabré yo de la peor manera –reveló al rapero al golpearlo en las manos y mantenerlo supino sin mayor esfuerzo—. Y no… Gustav está teniendo complicaciones. Nada grave o al menos eso dicen, no sé. –Bushido se presionó el cuello, justo encima del tatuaje—. Vine a ver cómo estabas porque me lo pidió antes de que se lo llevaran al quirófano.
Georg musitó un ‘gracias’ apagado por la angustia.
No quería ponerse fatalista, pero bastante ya había leído por Internet y se había documentado leyendo algunos libros. Las tasas de natalidad el recién nacido y mortandad para la madre en tiempos modernos, eran bastante alentadoras; daban esperanza con los avances en la ciencia médica. Se odiaba por siempre pensar en lo negativo, en lo que podría salir mal dada la eventualidad o lo que sería de él si Gustav no llegara a lograrlo.
Tragando saliva con dificultad, confirmó su más oscuro secreto, aquel que hasta entonces, había mantenido alejado de su mente por ser tan mezquino, tan egoísta. De que si a Gustav le ocurría algo, él no podría hacerse cargo de las niñas por mucho que lo intentara, sin importar cuánto las quisiera ya, porque era al baterista a quien más amaba en el mundo.
Con gran esfuerzo de su parte, se tragó el sollozo que pugnaba por salir de sus labios. Guardándose todo el orgullo que hasta ese momento le había impedido ser un adulto maduro, hizo lo único que no se creyó jamás de hacer.
—Necesito que estés con Gustav –le pidió a Bushido—. Debe estar asustado. Tendría que ser yo el que sostuviera su mano, pero… —Gimió cuando las suturas de la operación se le estrecharon al intentar sentarse en el colchón. El rapero abandonó su lugar a un costado de la cama para inclinarse y oír mejor—. Por favor, los gemelos no… Ellos no van a tranquilizar a Gus… Él necesita en quien confiar…
Bushido apretó la mandíbula al asentir.
—¡Quiero a Georg! –Lloriqueó Gustav sin poder soltar a Bill. Los enfermeros encargados de sedarlo, esperando impacientes—. No puedo solo, necesito que Georg esté aquí… —Tendido de costado, golpeó la mano que se empeñaba en inyectarlo.
—Gus, cálmate, necesitas estarte quieto. –Tom le sobó la espalda al baterista que no dejaba de hipar—. Si no te tranquilizas, te van a tener que dormir y entonces las niñas nacerán por cesárea. Vamos –lo intentó alentar—, esperamos toda la tarde por las contracciones. Un poco más y…
—¡No me importa! –Gustav se cubrió la cara con las manos—. Estoy asustado.
—Estás siendo irracional –dijo Bill al arrodillarse al lado de la camilla. Gustav le lanzó un golpe que por poco le daba en la nariz—. ¡Gustav!
—Claro que soy irracional –gimoteó el baterista—. Estoy embarazado, esto no me debería pasar a mí porque soy hombre. No estoy listo, no lo estoy –musitó—, necesito a Georg…
Sandra irrumpió en la sala seguida de dos enfermeras que le secaban las manos y le colocaban los guantes después de vestirla con la bata reglamentaria. –¿Algún cambio? –Preguntó al acercarse a Gustav y comprobar por sí misma que estaba histérico.
Los gemelos denegaron con ojos grandes y asustados.
—Van a tener que salir del quirófano. Aquí sólo se permite al padre y… —Suspiró—. Díganle a la familia que en cuanto haya noticias, se les avisara.
Tomando la mano de su gemelo, Bill dio media vuelta para salir de la sala cuando se topó de frente con Bushido o al menos el que creía que era Bushido, puesto que vestido igual que Sandra con bata y mascarilla, apenas lo reconocía.
—¿Qué haces tú aquí? –Gruñó—. No quiero discutir contigo.
—Entonces no lo hagas –lo apartó el rapero. Se dirigió a Sandra—. Soy el padre. Georg está de acuerdo. Me pidió –enfatizó dirigiéndose al menor de los gemelos— que estuviera aquí en su lugar. Voy a hacerlo sin importar qué.
Sandra pareció meditarlo unos segundos, pero con el reloj corriendo, apenas quedaba tiempo. –Bien. Al menor problema yo misma te romperé la cara, pero hasta entonces…
Bushido se alivió de tener la aprobación de aquella pequeña mujer de ojos de gato. La conocía de muy contadas ocasiones, pero de palabras de todos, era una mujer de temer con su mal carácter y su lengua afilada. Se alegraba de no tener que discutir con ella porque algo le decía que saldría perdiendo.
Casi sin darse cuenta, su presencia fue requerida al lado de Gustav, que se dejó recostar convertido en un mar de sollozos sobre su espalda.
Incapaz de verlo así sin hacer algo, le tomó la mano con suavidad, para ver que el rubio le correspondía el gesto con inseguridad. –Georg está bien –le aseguró—. Hablé con él en cuanto despertó y… —El rubor le tiñó las mejillas—. Te quiere mucho de verdad. Me pidió que estuviera aquí por ti. En serio que te ama.
—Ese Georg es un, nggg, idiota –gruñó Gustav al recuperar el control perdido y dejarse acomodar.
La camilla en la que estaba lo obligaba a tener las piernas en alto y separadas, para mucho de su mortificación, enseñando todo a quien quisiera verlo. Rasurado de la entrepierna horas antes por una enfermera ya mayor que le había asegurado era de lo más normal, se sentía expuesto a quien quisiera burlarse del aspecto que tuviera.
—Gus, necesito que cuando empieces a sentir las contracciones, empujes lo más fuerte que puedas –le indicó Sandra.
—La dilatación es increíble –alcanzó a oír el rubio de labios de una enfermera novata que presenciaba aquel parto como el primero en su carrera.
—Oh Dios, qué vergüenza –murmuró sujetando la mano de Bushido mientras sentía la primer contracción de la noche tomar vuelo—. Mierda, mierda… ¡OH MIERDA! –Gritó cuando por dentro experimentó la sensación de partirse en dos—. Mi cadera se rompió –gimoteó a quien quisiera oírlo.
—Todavía no –le dijo Sandra con su lúgubre sentido del humor—. Voy a tener que hacerte una episiotomía de emergencia.
—¿Qué es eso? –Preguntó Bushido viendo que Gustav palidecía de golpe. A instancias de su madre, había investigado un poco por su cuenta respecto al embarazo, pero la palabra le decía poco.
—Me van a cortar ahí abajo –siseó Gustav cuando el escalpelo cortó. Apenas un ligero rasguño, porque el dolor que expulsar a las gemelas le daba, ya lo tenía mareado.
—Bien, equipo. Aquí viene la buena. Gus –Sandra lo llamó—, cuando sientas ganas de empujar… Hazlo. Fuerte. Rápido. No importa cuánto duela, tú sigue hasta donde aguantes.
—Qué motivación –intervino Bushido con sarcasmo—. Lo hace tan sonar excitante como unas vacaciones en la playa.
—Recuerda mi advertencia, jovencito –lo calló Sandra asomando la cabeza de entre las piernas de Gustav portando el escalpelo aún en la mano—. No me hagas tener que coser esa boquita tuya.
—Pero yo… ¡Joder! –Bushido no dijo más porque la mano de Gustav que sostenía entre las suyas lo estrujó con toda su fuerza.
—Gusti, es el momento para que le digas ‘¡Maldito infeliz, tú me hiciste esto! ¡Tu me embarazaste!’ –Bromeó Sandra—. Si me dieran un euro cada una de las mujeres que lo han hecho, podría mandar a una universidad privada a mi hija.
—No… Puedo… —Jadeó Gustav al estrujar la mano del rapero y sujetarse a la cama con lo que podía. Con los pies apoyados en los estribos, sintió que los pulmones se le colapsaban ante la falta de aire. Por dentro, las sensaciones confusas, atrapadas en un remolino que era dolor y alivio cuando pujó con todas sus fuerzas y el peso que se oprimía sobre uno de sus costados desaparecía como por arte de magia—. ¿Q-Que ha pasado? –Alcanzó a articular pese al poco aliento que le quedaba.
—Gweny está aquí –dijo Sandra en su voz profesional—. Hora del nacimiento, doce horas con un minuto del dieciocho de septiembre del año en curso.
—Nació justo entre tu cumpleaños y el mío –murmuró Bushido el asomarse por encima de Gustav y apreciar la cabecita diminuta de la bebé—. Tiene mucho pelo…
—Oh no –maldijo Gustav, aún agotado—, Tom va a querer hacerle rastas o algo así… Si es que Bill no le gana y se lo tiñe primero, mierda.
—No se distraigan –batió palmas la doctora apenas Gustav terminó de hablar—. El cuello uterino se está contrayendo de nuevo. La segunda bebé no tarda en nacer.
—¿Qué? ¿Tan pronto? –Gustav se mordió el labio inferior inseguro de querer pasar por lo mismo sin antes tomarse por lo menos directo de la botella un trago de tequila, sólo para agarrar valor—. No, esperen, no estoy listo. Denme una media hora.
—Gustav, es ahora… —Gritó Sandra—. Puja o te…
No tuvo necesidad de más cuando el mismo Gustav dio un alarido y abrazado al pecho de Bushido, pujó hasta que oyó un nuevo llanto.
—No vuelvo a tener sexo, lo juro, lo juro… —Repitió como un mantra para sí mismo. No quería volver a pasar por la misma experiencia mientras estuviera vivo. Tras largos instantes donde inhaló y exhaló, como por magia recordando hasta entonces el maldito curso profiláctico del que sólo había tomado una clase, se atrevió a preguntar por la segunda niña—. ¿C-Cómo está Ginny?
—Con tanto cabello como la primera –señaló Sandra. Apartándose el cubrebocas y los guantes, se inclinó sobre Gustav, justo enseguida de su oído para que él y sólo él, escuchara sus palabras—. En serio, lo hiciste incluso mejor de lo que se podría esperar de una mujer.
Al rubio los ojos se le humedecieron por el sentimiento que lo embargó. –Estúpidas hormonas –musitó para soltarse llorando a todo pulmón.
—No, no las quiero ver –musitó Gustav al esconderse en la almohada. Pasadas unas horas de que las niñas nacieran, ya limpias y envueltas en sus respectivos cobertores, se negaba a darles de comer. También a cargarlas; incluso a tenerlas cerca.
—¡Gustav Schäfer, yo te crié mejor que eso! –Lo reprendió su madre al quitarle a una de las enfermeras a Gweny que no cesaba de gimotear por el hambre—. Ya, ya… —Meció a la bebé en brazos, que cobijada en un pequeño bulto, agitaba inconforme los puñitos al aire—. Tienes que darles de comer.
—No –respondió el rubio con terquedad—. Quiero ver a Georg.
Todos en la sala soltaron un bufido de indignación por como Gustav se estaba comportando. Apenas había dormido luego del parto y estaba de un tremendo mal humor que hasta la pintura de las paredes se desprendía con lo ácido que se comportaba con todos.
Sandra decía que era lo normal. Así como existían madres que no podían desprenderse de sus criaturas por miedo de perderlas, también estaban las que actuaban como si la vida siguiera su curso y las que no soportaban la idea de tener a sus bebés cerca. En el último caso, el baterista encajaba a la perfección renuente a tenerlas incluso en la misma habitación.
Para él, de momento estaba Georg antes que nadie.
—Necesito ver a Georg… —Murmuró ajeno a la preocupación que todos llevaban a cuestas de verlo así—. Tengo que verlo…
—Gusti –se le quebró la voz a Bill, incapaz de soportar más de aquella situación y saliendo de la habitación seguido de Tom.
—Basta ya –se enojó Bushido, que hasta entonces se había mantenido al margen—. Lo quiere ver, lo verá. Ya está grande para decidir.
—Pero… El papá de Gustav se interpuso entre éste y el rapero cuando Bushido se inclinó sobre la cama de Gustav para cargarlo en brazos.
—No. –Bushido no dijo más al tomar al baterista en brazos y asegurándose de traerlo cubierto con las frazadas, cargar con él hasta la habitación de Georg. Sin molestarse en tocar porque aquel cuarto era privado, entró sin mucha ceremonia.
Georg ya estaba despierto y apenas vio a Gustav llorando, se hizo a un lado de la cama para dejar espacio. En cuanto el baterista fue depositado sobre el suave colchón, rodó hasta encontrarse abrazado por su amante, donde lloró como si las lágrimas en él no tuvieran fin.
—Shhh, Gus, salió bien… Los gemelos me trajeron fotografías. Ellas son… Hermosas –susurró en la oreja del rubio—. Son las niñas más bellas del mundo.
—No las quiero ver –gimió Gustav con tono apagado—. No quiero ver a quién se parecen. Me da miedo no poderlas querer si…
Bushido carraspeó entendiendo el problema. –Las niñas no se parecen a mí, si es lo que te preocupa… Tienen una mata de cabello impresionante de color caoba, casi rojizo.
Georg parpadeó. —¿Cómo mi madre?
El rapero se llevó las manos a los bolsillos. –Yep, como tu madre, aunque… Tienen los ojos de la mía. No se parecen en nada a Gustav o… A mí –acabó con un suspiro.
Gustav se limpió los ojos con la manga de su bata de hospital. Se sentía como el más grandísimo estúpido del mundo. Georg jamás odiaría a las gemelas por mucho que se parecieran a Bushido, pero ahora que lo tenía por seguro, el miedo de verlas se había desvanecido en su totalidad.
—Tengo ganas de cargarlas –admitió con vergüenza—. También creo que es… —Los oídos le comenzaron a zumbar—. Hora de alimentarlas.
Sentado en una mecedora con Gweny dormida apoyando la cabecita en su hombro derecho y Ginny prendida de su pezón izquierdo, Gustav alegaba con los gemelos respecto a quién tendría derecho de cambiar el siguiente pañal.
Increíble como fuera, Bill y Tom ya se habían convertido en los padrinos más abnegados del mundo. Amaban a las nenas con tanta devoción que Gustav veía en ellos la posibilidad de niñeras de confianza a las que además no les tenía que pagar ni un euro.
Aquel, el segundo día después del parto, era su último día en el hospital. Luego de una recuperación casi milagrosa, el baterista ya podía caminar distancias cortas sin sentir gran dolor. El no traer dos sandías colgando del estómago también contribuía mucho en su equilibrio, pues podía estar en dos pies sin tener que hacer malabares para seguir en la misma postura.
Georg por desgracia, requería de una estancia más larga. Iba a ser necesario esperar a que le quitaran los puntos de la herida para mandarlo de regreso a casa. Gustav no podía sino sucumbir ante las emociones de pasar algunas noches durmiendo a solas, pero con la perspectiva de todas las visitas que ya se habían anotado para acompañarlo, ‘sólo para que no se sintiera solo’ en palabras de todos, que ya tenían un horario en el que se aseguraban de no dejarlo ni a sol ni a sombra con las gemelas, no le quedaba tiempo para deprimirse con la ausencia del bajista.
—Bill, te juro que si no me dejas de ver los pechos… —Masculló Gustav al notar que de nuevo Bill lo estaba observando con una mezcla de asombro y disgusto.
—Es que Ginny se ve tan feliz. Quisiera probar a qué sabe la leche materna –admitió el menor de los gemelos al enrojecer hasta las orejas.
—A leche Bill, duh –lo golpeó su gemelo en la cabeza—. ¿Por qué preguntas idioteces?
—Simple curiosidad –fue la respuesta categórica.
Gustav sólo rodó los ojos ante aquel par. A su lado, jamás se podía aburrir.
—Olvídalo, yo ya le pedí a Gustav una probadita primero y me dijo que no –intervino Bushido desde detrás de su revista Playboy de aquel mes.
—Argh, el señor ‘Desagradable-como-patada-en-el-trasero’ en acción –masculló Bill al cruzarse de brazos y darle la espalda—. Si me disculpas, ignoraré que sigues aquí. Aunque con el aroma que te cargas será imposible.
El baterista se rió ante la actitud infantil de Bushido y de Bill. A su manera, los dos se parecían, por eso mismo quizá era que no se soportaban el uno al otro. Igual no le importaba. En un tratado de paz que habían decidido seguir al pie de la letra primero por Gustav y luego por las gemelas, acordaron no discutir a menos que fuera algo grave.
Como Nena, Tomi o el mismo Bill, en palabras del menor de los gemelos. O sexo, drogas y rock and roll como respondió Bushido con sarcasmo. Como fuera, Gustav los limitó diciendo que mientras no lo importunaran con sus discusiones, le importaba un pepino lo que hicieran. Cuando Tom le dio la razón, los otros dos prefirieron la neutralidad antes que nada.
—Ugh, hablando de malos aromas… —Abanicó Tom frente a su nariz—. El que se tiró un gas, haga el favor de no volver a comer tanta basura e irse a revisar con un proctólogo la coladera.
—Hey, es mi hija de la que hablas –defendió Gustav a Gweny—. Alguien tiene qué cambiarle el pañal y no soy yo.
Los antes ansiosos gemelos, giraron las cabezas como si la peste les hubiera dado bofetadas con su mal aroma.
—Y yo digo que podría haber mejores padrinos –se puso en pie Bushido—. Yo voy a cambiarle el pañal a esa linda hedionda.
—¡No le digas hedionda! –Profirieron los gemelos a coro, al ganarle a la niña de brazos de Gustav y recostarla en la cama del hospital para ir en búsqueda de un pañal, las toallitas para limpiar y talco hipoalergénico que las abuelas se habían empeñado en que usaran para evitar rozaduras.
—Hay que admitirlo, chicos –terció Gustav usando el brazo libre para acomodarse mejor a Ginny, que no paraba de mamar el pezón con fuerza—, para tomar sólo leche y tener veinticuatro horas de vida, lo que hacen no es precisamente esencia de rosas.
—No les hagas caso, preciosa –los ignoró Bill al destapar a la bebé y hacerle un cariño—. No saben de lo que hablan cuando dicen que… Oh Diosss… —Medio vomitó del asco cuando destapó el pañal—. Gus, ¿qué les das de comer? Esto no huele a leche.
—Oh, vamos, que no puede ser tan malo… —Se inclinó Tom sobre la bebita de ojos entrecerrados por el sueño y retrocedió como si los vellos de la nariz se le hubieran incendiado de la peste—. Genial, no diste luz a un bebé, sino a una bomba biológica, Gus.
—Varón embarazado, lo tuve de un ex, resultaron gemelas y ahora una bomba biológica –enumeró Gustav las aparentes desgracias de su vida—. Toca que me gane la lotería y los aliens me persigan por ello. El destino no puede ser más hijo de puta conmigo.
—Exageran –se los sacudió Bushido de encima. Apartando a los gemelos que no paraban de hacer gárgaras cada que les daba el aroma del pañal usado, procedió a limpiar a su hija. En tiempo récord ya la tenía impecable, con talco en el trasero y el pañal en su sitio. Tras volver a cubrirla con la manta, se la acomodó en el pecho—. No tengo tetas tan lindas como tu otro padre, pero aquí estarás bien.
Gustav iba a replicar con acidez por aquel comentario, pero en cuanto vio a Bushido con Gweny en brazos y arrullándola con una de sus canciones, la lengua no le coordinó y prefirió observarlo. De haber tenido otro curso la historia de su vida, quizá estarían ellos dos juntos. Y quizá sería la historia de cuento de hadas por la que luchaba cada día. Quizá…
Sacudiendo la cabeza porque la realidad era aún mejor que en un cuento de hadas de Disney, sonrió para sí en la más secreta de sus sonrisas. Más feliz no podía ser.
Una semana después y con Georg en casa, Gustav se dejaba envolver en un abrazo más allá de lo platónico. Aún adolorido por el parto y al mismo tiempo un tanto cohibido por las formas redondeadas que su cuerpo, con muchos kilos de más lucía, mantenía la calurosa sesión de besos y abrazos en un punto del cual no pensaba sobrepasarse.
El mismo bajista lo entendía. Gustan ni siquiera se atrevía a despojarse de la camiseta porque de noche no usaba el sostén de lactancia y antes muerto que andar enseñando sus nuevos atributos. Sandra le aseguró que desaparecerían en cuanto las niñas dejaran de recibir leche materna, pero hasta Gustav se mostraba reticente en ello. Leyendo por Internet, se había enterado de que era una fuente inagotable de anticuerpos que las cuidaban de todo tipo de enfermedades. De ser por él, les daría pecho hasta que fueran a la universidad o algo así.
—Hay que ser silenciosos –murmuró Georg contra el cuello de Gustav al pasarle una pierna con encima y rozar cadencioso su pene duro por el costado. Llevaba semanas sin nada de acción que no fuera su mano derecha y estaba dispuesto a conseguirla, aunque sólo fuera con el rubio en la misma habitación.
—Si insistes… —Aceptó Gustav la mano que se deslizaba en los pantalones de su pijama y apretaba su trasero con total descaro—. Cuidado, aún duele…
—Mierda, lo siento, Gus –se disculpó el bajista jadeando cuando Gustav metió su propia mano en el bóxer de Georg y con un dedo largo recorrió su miembro desde la base hasta la húmeda punta—. Oh, sí…
Afianzando su agarre, Gustav cerró la palma en torno a la sensible piel y con el pulgar procedió a jugar con el glande en movimientos al principio perezosos que luego subieron de intensidad. Un par de apretones en los testículos con la otra mano y Georg se corrió en tiempo récord.
—¿Ya? –Lo molestó el baterista con un bostezo que no pudo evitar soltar.
—¿Quieres que yo…? –Gimiendo aún por su orgasmo, Georg se vio rechazado con ternura cuando Gustav denegó más por pereza que por falta de ganas.
Lo que más quería era dormir con Georg a un lado; lo demás podía esperar. –Mañana –murmuró cayendo en el sueño—. Despiértame usando tu boca, ¿sí?
—¿Dónde? –Georg lo besó en los labios.
Gustav pareció meditarlo. –En todos lados…
Compartiendo una risa pícara, se taparon hasta las orejas con las mantas.
Por desgracia, antes de que ninguno de los dos pudiera caer dormido, un pequeño llanto se dejó escuchar a través de los comunicadores de bebé, uno en su cuarto y otro en el de las niñas. Segundos después, un llanto idéntico le hizo compañía.
—Demasiado bueno para ser real –se puso de pie Georg—, pero aunque no lo creas, no lo lamento. Mientras no tenga que cambiar pañales, claro.
—¡Georg, no digas eso! –Gustav se echó encima la bata de dormir. Las noches de finales de septiembre heladas como nunca.
Tomados de la mano, emprendieron el camino a la habitación de las bebés, listos para una noche más de padres primerizos.
Segundos después, no pudo sino arquear una ceja cuando el espectáculo de los gemelos casi desnudos en su totalidad y con manos de póker que al parecer jugaban, indicaba que habían estado jugando a desvestirse cada que perdieran. Por el aspecto de cada uno (Tom llevaba sólo su camiseta, al parecer última prenda y Bill ropa interior y un calcetín), además de que el menor de los gemelos sostenía el bat de béisbol que le había regalado como si la vida se le fuera en ello, lucían como un par de lunáticos.
—¿Qué haces aquí, papanatas? –Preguntó Bill con voz espesa. Bushido no tenía que adivinar nada; el tufo del alcohol le dio en pleno rostro.
—¿Qué haces tú aquí? –Enfatizó el rapero al ignorar la amenaza que reasentaba Bill armado y ebrio, para entrar en la casa—. ¿Dónde está Gustav? Se supone que íbamos a comer y ver películas, o lo que sea que ustedes nenitas, hagan.
Bill bajó el bat. –No están.
—Cuando llegamos la puerta estaba abierta y el auto no estacionado en el garage –secundó Tom—. Los estamos esperando desde entonces. Hace como… —Se consultó el brazo en búsqueda de reloj, pero entonces recordó que no usaba. Beber era una perra con él respecto a la memoria.
—Como unas dos horas –hipó Bill—. Jugamos strip-póker, ¿te no unes?
—¿Y ver sus miserias? No gracias. –El hombre mayor pasó de ellos rumbo a la cocina, en donde dejó las compras que traía para ese día. Por petición de Gustav y más antojo que otra cosa, de Viena Lugo de la última presentación y antes de abordar el avión, había traído una torta Sacher que el baterista anheló desde el instante en que Bushido le dijo que tendría conciertos en esa ciudad. Junto a ella, también unos pocos víveres que por recomendación de Clarissa, llevaba.
Descargando todo sobre la mesa, se encontró atraído por el ruido discreto de un maullido. No esperando realmente ver un animal ahí, abrió la puerta de la alacena para confirmar sus sospechas. No, no uno, sino seis gatos, que a juzgar por las apariencias, eran una madre y sus crías de apenas una semana. La última vez que había estado ahí, Gustav ni siquiera tenía un hámster, menos una camada de mininos.
Como tampoco le interesaba mucho, se limitó a dar media vuelta y buscar un poco de comida en el refrigerador. Conociendo a Gustav, podría encontrar mantequilla de maní y hacerse un sándwich hasta que regresara. Tenía qué, ¿o no? Sorteando entre recipientes que contenían comida de días atrás, dio con los restos de un arroz chino que tenía buena pinta.
—¿Seguro que no quieres jugar? –Todo sonrisas, Bill se le aparecía por encima de uno de los hombros, obteniendo con ello que el rapero diera un salto sobresaltado—. Vamos a sacar el tablero de twister, pero necesitamos quién le dé vueltas al… Al ése que da vueltas –sonrió con cara de bobo.
Bushido dio por intento inútil el seguir eludiendo a aquel par. De Gustav y de Georg, ni sus luces. Hasta que llegaran, tendría que lidiar con los gemelos.
Saliendo de la cocina con rumbo a la sala donde Tom yacía boca abajo y con el trasero al aire sobre el tapete con los puntos de colores, fue que Bill resbaló al pie de las escaleras y fue a dar al suelo con tan poca gracia que en la caída se dio contra la cara.
—Genial –ironizó el rapero al ponerse de rodillas y voltearlo para encontrar un labio sangrante.
Sólo entonces se percató de que la caída de Bill obedecía a razones que no tenían que ver con su estado alcohólico. El suelo estaba húmedo. Ignorando los quejidos del menor de los gemelos, que se llevaba las manos a la boca intentando contener la hemorragia, Bushido posó la palma sobre el linóleo encontrando un charco de agua. O eso pensó hasta que se la llevó a la nariz.
—¿Qué pasó? –Saliendo de su sopor, Tom estaba arrodillado al lado de Bill.
—Una fuga –musitó su gemelo al sentarse con cuidado—. Me caí –admitió luego que Tom le pasó la mano por la espalda desnuda y lo dejó limpiarse la sangre de la boca con su camiseta.
—No es ninguna fuga –les aclaró Bushido. De pie, comenzó a subir las escaleras con toda la rapidez que podía. Temiendo encontrar lo peor, siguió el camino de agua hasta una de las habitaciones. La que reconoció como la que compartían Georg y Gustav. Conteniendo el aliento, giró la perilla para encontrar cajas de cartón con comida china desperdigadas en el suelo, la cama sin tender y el suelo inundado.
—Maldición –gruñó al darse cuenta de lo que había pasado. Sacando el teléfono móvil de la bolsa, llamó al número de Georg para segundos después, oírlo sonar en la misma habitación—. Idiota… —Volviendo a intentar, esta vez con el número de Gustav, espero largos segundos hasta que el buzón de llamadas le indicó que el usuario en cuestión no contestaba, que volviera a intentar de nuevo más tarde.
Sin perder tiempo y consciente de la seriedad del asunto, les ordenó a los gemelos vestirse y estar listos en cinco minutos porque salían. Dado el tono que lo dijo, así como la mirada de matón de la mafia que les dirigió al decirlo, lo obedecieron lo más rápido.
Sólo entonces y para matar el tiempo, los ojos se le quedaron fijos en una pequeña maleta que a los pies de la escalera, descansaba. Yendo por ella, en cuanto la abrió comprendió el cuadro en su totalidad. Dentro y como equipaje, estaba todo lo que Gustav había empacado para el día del parto.
—Buenas tardes –dijo Gustav aferrado al borde de la recepción, tratando con todas sus fuerzas de no desmayarse por el dolor—. Disculpe, yo…
—Formulario. Llénelo y lo atenderemos –le dio la enfermera en turno un par de hojas y una pluma, sin siquiera apartar los ojos del monitor. Por las gafas que llevaba puestas, el baterista viendo en el reflejo que jugaba una partida de Solitario.
—Pero… Ugh… Es una emergencia –balbuceó Gustav al experimentar una contracción bastante dolorosa—. Mi novio está en el auto, él…
—¿Tiene un cuchillo en el vientre? –El rubio negó con movimientos lentos—. ¿Embolia? ¿Ataque cardiaco? –Los dedos del baterista se cerraron en torno al formulario hasta convertirlo en basura—. Si no se encuentra en peligro de muerte, por favor, aguarde en la sala de espera hasta que sea su turno.
—¡Oiga! –Gustav rechinó los dientes—. ¡Se ha caído de las puñeteras escaleras! ¿Me entiende? Yo le dije, ‘no, es una idiotez comprar casas con escaleras’ ¿pero cree que me hizo caso? ¡Pues no! Uno lee siempre la estadística de accidentes y no se espera que… —Desde el fondo de la garganta le salió un quejido sofocado—. ¿Sabe qué? Váyase al cuerno.
—¿Sucede algo? –Cuestionó un doctor con bata al acercarse, conducido por el alboroto.
—Mi novio ha… —A Gustav los ojos se le pusieron blancos al caer al suelo de rodillas y apoyado en los brazos temblorosos. Los presentes en la sala paralizados como primera reacción.
—Está… ¿Embarazado? –Musitó alguien, una mujer cercana a los cincuenta años que por el tono con el que lo decía, estaba más asombrada que otra cosa.
—¿No es Gustav de Tokio Hotel? –Una chica que era llevada por su madre respecto a quitarle unas suturas de la rodilla, chilló de emoción.
—¡Basta! –El doctor en turno dio la vuelta en la recepción para inclinarse sobre su Gustav, que jadeaba a causa del dolor—. ¡Quiero una silla de ruedas aquí! ¡Ahora!
—Georg… —Gustav balbuceó apenas moviendo los labios. Alguien lo alzaba en brazos para depositarlo en una silla. Se aferró a lo primero que encontró, la manga de una enfermera pequeña con pecas en el rostro que le estaba tomando la presión—. Necesito que alguien vaya a mi automóvil… Georg está ahí… Él se cayó de las escaleras y… ¡Augh! –Inclinado al frente, vomitó a los pies del equipo médico que intentaba movilizarse lo más rápido posible—. Por favor –suplicó con voz quebrada—. Georg…
—¡… Presión elevada, quiero una camilla! –Escuchó con los párpados pesados al sentir un piquete en el brazo. Luego nada cuando cayó inconsciente.
—No –pataleó Bill—, es una y una. Ya tuviste tu turno. Me toca a mí. –Tomando el iPod de Bushido cambió la canción. Dentro del vehículo sonando una vieja tonada que les arrancó carcajadas a los gemelos.
—“If you wanna be my lover…” –Cantaron desentonados a coro para mortificación del rapero, que se tuvo que contener de golpearse en la cara con el volante. Aquellos dos le estaban sacando canas verdes en un corto trayecto al hospital más cercano.
—Búrlense si quieren –gruñó el rapero—. No es como si tuviera de qué avergonzarme.
—¿Y por qué tienes el nuevo disco de LaFee? –Preguntó Bill con malicia. Tom se inclinó sobre su hombro para ver que en efecto, no sólo tenía el nuevo disco, sino también la discografía completa—. Y además les has puesto cinco estrellitas a todas las canciones. Qué tierno.
—Basta. Suficiente –vociferó el rapero al quitar el cable que unía el iPod a las bocinas del automóvil y encender la radio—. Mejor así. Y pónganse los cinturones de seguridad que no quiero multas. Además –le rechinaron los dientes al decirlo—, bajen los pies, no coman en el asiento.
—…Los mantendremos informados –habló la locutora en la radio—. En otras noticias, el rumor de que el baterista de la internacional banda Tokio Hotel se encuentra dando a luz se ha disparado por Internet. Como bien saben, él…
—Alto ahí –se alborotó Bill al subir el volumen pero ninguna de las siguientes noticias tenía que ver con Gustav. Ya habían llamado a Jost y éste tampoco estaba enterado de nada. Gustav ni contestaba el teléfono, ni llamaba por su cuenta.
Como una señal divina, justo entonces el teléfono comenzó a sonar.
Bill tomó la llamada y tras largos minutos en los que sólo asintió y respondió con escuetos ‘sí’, ‘no’ y ‘ok’, colgó. –Era Sandra —informó con solemnidad—. Lo van a operar de emergencia.
—¿A Gustav? –Saltó Bushido con un volantazo que los sacó del carril para disgusto de los demás conductores, que con sus bocinas le hicieron entender lo mucho que se podía ir a la mierda.
—No, Georg. Están en el hospital que pensamos. Al parecer –suspiró—, se cayó de las escaleras cuando venían. Gustav lo subió al automóvil y se lo trajo. No me pregunten cómo –agregó al ver que la cara de Bushido y la de Tom era un signo de interrogación gigante— que yo tampoco sé.
—Lleva meses cargando esa barriga encima, no me sorprende –desdeñó Tom al bajar un poco la ventanilla del copiloto y prender un cigarrillo ante los ojos atónitos de su gemelo y de Bushido—. Hey, no me miren así que es la verdad. No nos debería sorprender que Gustav llegara tan lejos porque él es mucho más fuerte que todos nosotros. A él no lo vemos entrar en crisis, ¿verdad?
Muy a su pesar, Bill tuvo que darle la razón, lo mismo que Bushido.
Ya más calmados ahora que sabían exactamente dónde estaban aquel par, condujeron con más precaución.
—Nggg… —Saludó Gustav a los gemelos y a Bushido cuando los vio cruzar la puerta de su cuarto. Retenido ahí porque a pesar de haberse roto la fuente las contracciones se habían detenido a causa del susto, ahora yacía aferrado a los lados de la camilla del hospital y en su opinión, sudando como puerco por el esfuerzo de no gritar. Su orgullo le podía más.
—Tienes cara de estreñimiento –dijo Bushido al acercarse a su lado y pasarle la mano por el rostro contraído en dolor—. No te luce nada bien.
—Trata de… Ugh, aguantar el dolor de… ¡Argh! Una sandía saliendo por el orificio de un… —Se mordió los labios un par de segundos, la piel pasando de rojo a blanco y luego al morado por la falta de oxígeno—. ¡Limón!
—Gemelas, Gusti. No lo olvides –mencionó Bill lo más suave posible, obteniendo así que el rubio soltara uno de los costados de la cama para agarrarlo del brazo—. ¡Gus, duele!
—No es ni la milésima parte de lo que me duele a mí –gruñó al baterista—, así que cállate.
Bill se soltó del agarre de Gustav para retroceder un par de pasos. No quería estar cerca le diera otro ataque. Frotándose la zona lastimada, se inclinó sobre Tom, que le murmuró un ‘te lo advertí’ casi silencioso.
La puerta se abrió para darle paso a Sandra, que vestida con ropa corriente y colocándose la bata encima, parecía apenas haber llegado.
—Bien, alguien, y no quiero decir nombres porque hasta afuera se oyen sus gritos y temo por mí, me sacó de mi único día de la semana libre. ¿Algo qué decir? –Inclinándose para tomar la tablilla que contenía el expediente de Gustav, examinó los datos de las últimas horas—. ¿Qué pasó? Aquí dice que se te detuvieron las contracciones, ¿es eso cierto?
Gustav rechinó los dientes. –No lo creo, sigue doliendo como el puto infierno –escupió. Bushido a su lado, le intentó acariciar la cabeza para obtener un gesto que parecía el de un perro mordiéndole la mano a un completo desconocido por pasarse con las confianzas.
—Georg está siendo operado –contestó Tom—. Al parecer se cayó de las escaleras, pero entró al quirófano por el apéndice. Según dijeron los doctores, estaba a punto de estallarle y el que se hubiera lastimado la espalda con la caída ayudó cuando lo examinaban. De haber llegado más tarde, hubiera podido complicarse a un punto más grave.
—Desconsiderado –bramó Gustav—, mira que enfermarse cuando más lo necesito a mi lado… Cuando regresemos a casa va a dormir en el jardín si ando de buen humor.
—No es para tanto –le restó importancia Sandra al hacer unas anotaciones en la tablilla—. Cuando estaba dando a luz a Suzzane, mi esposo se empeñó en ir a comprar una cámara fotográfica rumbo al hospital porque ‘tenía que retratar el mágico momento’ según sus palabras. –Entrecerró los ojos ante el recuerdo—. Ni qué decir que mi hija nació en el asiento trasero de la camioneta que teníamos por aquel entonces.
Los presentes en la sala torcieron la boca. Conociendo a Sandra, su marido debió haber pagado aquel error con creces.
—Ya, dejando el tema de lado. Vamos a tener que esperar unas pocas de horas –consultó su reloj la doctora—. Si para entonces no regresan las contracciones, vamos a tener que administrarte un dilatador.
—¿Y sí…? –Bill habló por todos en la habitación del hospital al preguntarse qué demonios pasaría si no ocurría nada, si las contracciones se habían desaparecido para no volver.
—Cesárea –confirmó Sandra—. Lo siento. Voy a reservar un quirófano para las ocho de la noche. Si para entonces Gustav no presenta ningún avance, vamos a anestesiar y cortar.
Apenas salió del cuarto, los presentes se sumieron en tétricas cavilaciones. Supuestamente las cesáreas eran de lo más común. Las estadísticas marcaban que uno de cada tres partos en el mundo sucedía de aquella manera; no había razones por las que preocuparse. Pero siempre existían los ‘y si…’ que podían convertir el feliz nacimiento de las gemelas en una tragedia.
Concentrados en ello, ni Bushido ni tampoco Bill o Tom se dieron cuenta de que Gustav empezaba a pujar con todas sus fuerzas. Agarrando valor porque incluso respirar le producía punzadas de dolor en todo el cuerpo, no sólo en el vientre, se aferró a la almohada que mordió para no chillar con el esfuerzo que ponía en dejar que la naturaleza tomara su curso.
—¡Gustav Schäfer, qué diablos haces! –Le regañó Tom cuando un quejido parecido al que emite un animal agonizante suelta antes de morir, brotó de los labios de su amigo—. Ya oíste a Sandra, tienes que…
—Lograr que nazcan por parto natural –jadeó Gustav al volver a empujar y sentir que con ello las entrañas se le desprendían como rebanadas con un cuchillo oxidado de carnicero. No sabía si porque las niñas se aferraban con uñas y dientes a su interior o porque aquel era el modo normal en que dolía. “Normal mis bolas”, echó pestes con amargura. Un nuevo intento lo dejó viendo luces blancas detrás de los párpados.
—Basta ya –lo sujetó Bushido de los hombros al inclinarlo sobre el colchón de la cama—. Lo único que vas a lograr es lastimarte a ti o a las niñas. Tienes que tranquilizarte.
A Gustav dos lágrimas le corrieron de cada lado del rostro. –No puedo… Estoy asustado… Necesito a ese grandísimo idiota –musitó antes de cubrirse la cara con las manos crispadas.
—¿Bushido? Él está aquí –bromeó Bill al aparecer por detrás del rapero y recibir un golpe por ello—. Sin violencia, salvaje, o haré que te saquen los de seguridad.
—¡Soy el padre! –Estalló Bushido—. Te pese lo que te pese ¡yo soy el jodido padre! ¿Es que no te entra la idea por ese casco de aerosol que traes en la cabeza, zoquete?
—Oigan, cálmense los dos… —Intervino Tom con todos los ánimos de apaciguarlos, pero una vez encendida la mecha, lo que quedaba era ver la carga de dinamita estallar.
—¡Cálmate tú, Tom! –Bill se acercó a Bushido y lo empujó usando las dos manos contra el pecho de éste—. No me quieras asustar con tu actitud de cabrón mal nacido porque conmigo el cuentito ése no te va. Yo voy a ser el padrino de las gemelas y velo por su seguridad. No te quiero cerca si cada dos por tres vas a gritar ‘soy el papi, soy el papi’ cuando te echo la bronca.
—Pues no me vengas joder con tu carita de nena llorona cada que la verdad te arda en el trasero. –Bushido se lo sacudió de encima con un movimiento brusco que los dejó a ambos jadeando por irse directo contra la yugular del adversario—. Son mis hijas, yo las hice con esto –se agarró entre las piernas con rudeza— y me importa un cojón si te place o no que yo esté aquí. Es mi derecho mientras Gustav diga que está bien.
—¡Tomando en cuenta que Gustav se dejó embarazar por ti, no ha de tener buen razonamiento! ¡¿Uh?! –El menor de los gemelos se acercó tanto al rapero que las puntas de sus narices se tocaban—. Así que más te vale…
—¡¿Que yo qué?! –Enfatizó Gustav con la voz cargada de ira al asirse de las barras de la cama y enderezarse—. Los dos –advirtió con el dedo índice apuntando a Bill y a Bushido como si planeara sacarles un ojo con él—, o se callan de una puñetera vez o les patearé el trasero fuera de mi vida. Estoy en labor de parto, ¿saben lo que es eso? Estoy cansado, sensible, preocupado, adolorido, ¡me duelen los pechos! ¡Los pechos! ¡Y soy hombre, por el amor a Dios! ¿Creen que tengo ganas de oírlos discutir justo ahora? –Tomó aire porque la piel se le estaba amoratando—. Así que o se calman por las buenas o los calmo por las malas. Después de que las niñas nazcan, si quieren se pueden tumbar los dientes en el estacionamiento el uno al otro pero hasta entonces… ¡Argh! –La cabeza se le fue hacía atrás soltando un grito desgarrador que los hizo olvidar a todos porqué discutían por banalidades cuando al baterista le estaba doliendo hasta el alma como si las tripas se le voltearan hacía afuera. Los hacía ver muy egoístas.
—¿Qué quieres que hagamos? –Murmuró Bill con vergüenza al limpiarle la frente sudorosa a Gustav con una toalla de las que estaban en un gabinete.
—Q-Qué Tom vaya a ver c-c-como está Georg –suplicó entre tartamudeos—. Bushido –el mencionado se inclinó sobre el baterista—, ve con una enfermera y pídele drogas. De cualquier tipo. Dile que o a viene y me seda o iré por ella hasta alcanzarla… —El rapero tragó saliva a sabiendas de la maldición que caía sobre la enfermera en turno si no los atendía—. Y Bill, lo más importante de todo… —El menor de los gemelos, portando un gesto maternal, besó a Gustav en la frente conmovido de la confianza que recaía sobre él—, tráeme una bolsa de papas fritas de la máquina expendedora de la segunda planta.
Bill parpadeó contrariado. ¿Iba en serio aquella petición? ¿Tom iba a ver cómo salía de la cirugía Georg y Bushido conseguía sedantes suficientes para matar a un rinoceronte africano mientras a él le tocaba ir por una roñosa bolsa de papas fritas? El baterista tenía que estar jugando.
O no…
—Con doble queso –musitó Gustav con un suspiro—, por favor.
—Witzy-Witzy Araña, tejió su… ¿Cómo iba? –Canturreaba Gustav con la mirada perdida cuando su familia entró a la sala en la que estaba y se encontraban con que el usualmente serio baterista, estaba perdido en ensoñaciones del mundo de los arcoiris, los unicornios y las piruletas de frambuesa.
—¿Qué le pasó? –Preguntó la madre del rubio al quitarse el abrigo y correr a abrazar a su hijo—. Vinimos lo más rápido que pudimos pero el accidente de hace horas tiene cerrada la autopista principal. Oh, mi bebé… ¿Te duele mucho?
La risita boba de Gustav le dio la respuesta que necesitaba.
—Nah, qué va… —Descartó Bill la posibilidad de que Gustav sintiera algo que no fuera estúpida felicidad—. Le han de haber dado cinco vicodín y la caladita de un porro porque no deja se sonreír por todo.
—Está molesto porque Gustav no deja de reírse de él –murmuró Tom a modo de disculpa por lo grosero que estaba siendo su gemelo—, no le hagan caso.
Bill enrojeció hasta la raíz del cabello, pero se abstuvo de responder.
Viendo que su hijo estaba bien, al menos dentro de lo que cabía, el padre de Gustav se aclaró la garganta antes de expresar sus dudas. —¿Dónde está Georg? ¿Por qué está… Bushido aquí?
—Georg volóoo –palmoteó Gustav con la lengua de fuera—. Él…
—Yo lo digo –lo calmó Tom al ponerle la mano en el brazo—. El idiota de Georg, lo siento –se disculpó al ver que Gustav le ponía un puchero—, Georgie-Pooh, ¿así está mejor? –Asentimiento por parte del baterista— se cayó de las escaleras. Nada serio excepto que le va a doler por un par de días y… —Los padres de Gustav y su hermana contuvieron el aliento—. Ah, cualquiera diría que después de contar esta historia varias veces sería más fácil…
—¡Tom! –Berreó Bill con inicios de dolor de cabeza viendo como su gemelo se tardaba eternidades en explicar algo sencillo—. Pasa, señores Schäfer, que el apéndice de Georg estaba a punto de estallar. De no haber sido porque Gustav lo trajo, quizá no estaría recuperándose.
—¿Mi bebé qué? –Interrumpió Melissa al entrar en la habitación tomada del brazo de Clarissa—. Pensé que Gustav estaba en labor.
—Y lo está –dijeron a coro los gemelos y Bushido, que hasta entonces se había quedado en un rincón de la habitación tratando de no destacar mucho.
—Es sólo que… —Tom se mordió el labio inferior—. Ahora son dos pacientes en lugar de uno. Nada grave, creo.
—Tomi, ese ‘creo’ no ayuda en nada –lo amonestó su gemelo con un codazo certero en las costillas—. Justo ahora Georg debe estar saliendo de su cirugía. Con respecto a Gus, uhm, Sandra nos dijo que iba a esperar un poco antes de hacer la cesárea.
—¿Por qué cesárea? –Preguntó Clarissa al irse a sentar en las piernas de su hijo y abrazarlo—. Pensé que iba a ser parto natural.
—Las contracciones se detuvieron, mamá –le explicó Bushido—. Lo han sedado para que no sufriera más, pero es probable que permanezca así hasta la operación.
Todos tomaron la noticia con aprensión. Sabedores de la voluntad de Gustav, el que aquél no fuera un parto natural, no aliviaba la tensión que sentían.
Al final, porque nada se podía hacer mientras las horas pasaban y las pocas noticias que esperaban no llegaban, la tarde se les fue ya fuera al lado de Gustav, en la cafetería o a las afueras del hospital fumando un tranquilizante cigarro.
Sólo los gemelos y Bushido no se apartaron del lado del baterista, que aún bajo los efectos de los tranquilizantes, dormía con una sombra de sonrisa entre labios.
—No quiero… —Gruñó Gustav cuando le quitaron las mantas de encima.
—¿Quieres que sea parto natural o cesárea? –Sandra apartó los costados metálicos de la cama para dejar que Gustav pudiera bajar—. Caminar un poco es una excelente terapia.
—¿No pueden sólo darme más droga? –El baterista se cruzó de brazos para disimular la reacción de su cuerpo ante el dolor. Las ocho de la noche les habían llegado y las contracciones, aunque más notorias que horas atrás, no eran suficientes para llevarlo a la sala de partos. Sandra se negaba a administrarle más calmantes porque decía que disminuía las posibilidades de acelerar el proceso.
—No es sano para las niñas –respondió Sandra—. Si aumentamos la dosis en sus cuerpos, puede ocurrir que al nacer no respiren por sí mismas.
—Vamos, Gus… Unos pasos –suplicó Bill al ofrecerle el brazo a su amigo para apoyarse. A regañadientes, Gustav aceptó.
Primero caminando por la habitación y luego rumbo al lavabo porque le habían dado ganas de orinar, y la bacinilla y el pañal eran demasiado para él. Para esto, se soltó de los gemelos y acompañado por Bushido, se recargó en éste para liberar su vejiga una vez estuvieron dentro del sanitario y con la puerta cerrada para disuadir a cualquier curioso de entrar por un vistazo.
—Esos dos están echando fuego de la nariz porque le hemos puesto seguro a la puerta –se rió el hombre mayor, dándole la espalda al rubio para dejar que tuviera su privacidad.
—Me importa un bledo –fue la respuesta de Gustav al jalarle la cadena al retrete y cubrirse el frente con la escasa tela de la bata—. Esta miseria de ropa, en serio que no lo entiendo. –Miró por encima de su hombro—. Mi trasero está al aire. No es posible que Sandra me quiera caminando por el hospital así.
—Para eso es la bata –le recordó Bushido al ponérsela sobre los hombros—. Rosa o no, es lo único que tenemos. Es mejor que andar mostrando tus miserias por todos lados, ¿eh?
—Seguro –ironizó Gustav al abrir la puerta y encontrar a los gemelos pegados a la madera por la oreja—. ¿Tienen que ser siempre tan…? –Los ojos le rodaron del dolor y de no ser porque Bushido lo sostuvo por los hombros, hubiera caído al suelo.
Arrastrando con él a lo largo del pasillo, para cuando lo dejaron en la cama, soltaron un grito de sorpresa al descubrir el rastro de sangre que habían dejado por el pasillo y que corría desde la pierna de Gustav en espesas gotas rojas.
—Mierda… —Bill se enjugó el borde de los ojos con determinación—. Voy por Sandra –anunció sin esperar una respuesta, sólo rezando porque no fuera nada que no tuviera solución.
—Nueve por siete… —Georg luchó contra la pastosidad azucarada en la boca y la bruma que le cubría todo pensamiento coherente cuando abrió los ojos a la realidad y se encontró el único rostro que jamás esperaría—. ¿B-Bushido? –La voz que emergía de su garganta ronca como si no hubiera hablado en días.
—Aja, princesa de las tablas de multiplicar. Por cierto, es sesenta y tres. –Georg parpadeó no entendiendo de que le hablaba el rapero—. Llevas una media hora recitando las tablas de multiplicar. La enfermera dijo que era lo normal para pacientes sensibles a la anestesia local, pero no le creí al principio.
—Oh Diosss –bostezó al baterista al quererse sentar en la cama y sentir una cuchillada en el cuerpo—. Hice un tonto de mí, ¿no es así? –Giró la cabeza y entonces tuvo el cuadro completo de su propia habitación de hospital—. ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? –Se atragantó—. ¿Y Gustav? ¿Qué pasó con él? Veníamos a urgencias cuando…
—Llegaron a urgencias, ése no es el problema –lo tranquilizó el rapero—. Tienes inconsciente casi todo el día. Te operaron del apéndice. Mucha suerte, diría yo, que no cualquiera hace el salto del tigre desde las escaleras y vive para contarlo.
—No entiendo nada –musitó Georg. Ignorando en lo posible el dolor, la cara se le contrajo al intentar apartar con torpeza las mantas que lo mantenían tibio en la cama y ponerse de pie—. Tengo que ir a ver a Gus… ¿Las niñas ya nacieron?
—Hey, alto. Las suturas se te pueden abrir. Si lo sabré yo de la peor manera –reveló al rapero al golpearlo en las manos y mantenerlo supino sin mayor esfuerzo—. Y no… Gustav está teniendo complicaciones. Nada grave o al menos eso dicen, no sé. –Bushido se presionó el cuello, justo encima del tatuaje—. Vine a ver cómo estabas porque me lo pidió antes de que se lo llevaran al quirófano.
Georg musitó un ‘gracias’ apagado por la angustia.
No quería ponerse fatalista, pero bastante ya había leído por Internet y se había documentado leyendo algunos libros. Las tasas de natalidad el recién nacido y mortandad para la madre en tiempos modernos, eran bastante alentadoras; daban esperanza con los avances en la ciencia médica. Se odiaba por siempre pensar en lo negativo, en lo que podría salir mal dada la eventualidad o lo que sería de él si Gustav no llegara a lograrlo.
Tragando saliva con dificultad, confirmó su más oscuro secreto, aquel que hasta entonces, había mantenido alejado de su mente por ser tan mezquino, tan egoísta. De que si a Gustav le ocurría algo, él no podría hacerse cargo de las niñas por mucho que lo intentara, sin importar cuánto las quisiera ya, porque era al baterista a quien más amaba en el mundo.
Con gran esfuerzo de su parte, se tragó el sollozo que pugnaba por salir de sus labios. Guardándose todo el orgullo que hasta ese momento le había impedido ser un adulto maduro, hizo lo único que no se creyó jamás de hacer.
—Necesito que estés con Gustav –le pidió a Bushido—. Debe estar asustado. Tendría que ser yo el que sostuviera su mano, pero… —Gimió cuando las suturas de la operación se le estrecharon al intentar sentarse en el colchón. El rapero abandonó su lugar a un costado de la cama para inclinarse y oír mejor—. Por favor, los gemelos no… Ellos no van a tranquilizar a Gus… Él necesita en quien confiar…
Bushido apretó la mandíbula al asentir.
—¡Quiero a Georg! –Lloriqueó Gustav sin poder soltar a Bill. Los enfermeros encargados de sedarlo, esperando impacientes—. No puedo solo, necesito que Georg esté aquí… —Tendido de costado, golpeó la mano que se empeñaba en inyectarlo.
—Gus, cálmate, necesitas estarte quieto. –Tom le sobó la espalda al baterista que no dejaba de hipar—. Si no te tranquilizas, te van a tener que dormir y entonces las niñas nacerán por cesárea. Vamos –lo intentó alentar—, esperamos toda la tarde por las contracciones. Un poco más y…
—¡No me importa! –Gustav se cubrió la cara con las manos—. Estoy asustado.
—Estás siendo irracional –dijo Bill al arrodillarse al lado de la camilla. Gustav le lanzó un golpe que por poco le daba en la nariz—. ¡Gustav!
—Claro que soy irracional –gimoteó el baterista—. Estoy embarazado, esto no me debería pasar a mí porque soy hombre. No estoy listo, no lo estoy –musitó—, necesito a Georg…
Sandra irrumpió en la sala seguida de dos enfermeras que le secaban las manos y le colocaban los guantes después de vestirla con la bata reglamentaria. –¿Algún cambio? –Preguntó al acercarse a Gustav y comprobar por sí misma que estaba histérico.
Los gemelos denegaron con ojos grandes y asustados.
—Van a tener que salir del quirófano. Aquí sólo se permite al padre y… —Suspiró—. Díganle a la familia que en cuanto haya noticias, se les avisara.
Tomando la mano de su gemelo, Bill dio media vuelta para salir de la sala cuando se topó de frente con Bushido o al menos el que creía que era Bushido, puesto que vestido igual que Sandra con bata y mascarilla, apenas lo reconocía.
—¿Qué haces tú aquí? –Gruñó—. No quiero discutir contigo.
—Entonces no lo hagas –lo apartó el rapero. Se dirigió a Sandra—. Soy el padre. Georg está de acuerdo. Me pidió –enfatizó dirigiéndose al menor de los gemelos— que estuviera aquí en su lugar. Voy a hacerlo sin importar qué.
Sandra pareció meditarlo unos segundos, pero con el reloj corriendo, apenas quedaba tiempo. –Bien. Al menor problema yo misma te romperé la cara, pero hasta entonces…
Bushido se alivió de tener la aprobación de aquella pequeña mujer de ojos de gato. La conocía de muy contadas ocasiones, pero de palabras de todos, era una mujer de temer con su mal carácter y su lengua afilada. Se alegraba de no tener que discutir con ella porque algo le decía que saldría perdiendo.
Casi sin darse cuenta, su presencia fue requerida al lado de Gustav, que se dejó recostar convertido en un mar de sollozos sobre su espalda.
Incapaz de verlo así sin hacer algo, le tomó la mano con suavidad, para ver que el rubio le correspondía el gesto con inseguridad. –Georg está bien –le aseguró—. Hablé con él en cuanto despertó y… —El rubor le tiñó las mejillas—. Te quiere mucho de verdad. Me pidió que estuviera aquí por ti. En serio que te ama.
—Ese Georg es un, nggg, idiota –gruñó Gustav al recuperar el control perdido y dejarse acomodar.
La camilla en la que estaba lo obligaba a tener las piernas en alto y separadas, para mucho de su mortificación, enseñando todo a quien quisiera verlo. Rasurado de la entrepierna horas antes por una enfermera ya mayor que le había asegurado era de lo más normal, se sentía expuesto a quien quisiera burlarse del aspecto que tuviera.
—Gus, necesito que cuando empieces a sentir las contracciones, empujes lo más fuerte que puedas –le indicó Sandra.
—La dilatación es increíble –alcanzó a oír el rubio de labios de una enfermera novata que presenciaba aquel parto como el primero en su carrera.
—Oh Dios, qué vergüenza –murmuró sujetando la mano de Bushido mientras sentía la primer contracción de la noche tomar vuelo—. Mierda, mierda… ¡OH MIERDA! –Gritó cuando por dentro experimentó la sensación de partirse en dos—. Mi cadera se rompió –gimoteó a quien quisiera oírlo.
—Todavía no –le dijo Sandra con su lúgubre sentido del humor—. Voy a tener que hacerte una episiotomía de emergencia.
—¿Qué es eso? –Preguntó Bushido viendo que Gustav palidecía de golpe. A instancias de su madre, había investigado un poco por su cuenta respecto al embarazo, pero la palabra le decía poco.
—Me van a cortar ahí abajo –siseó Gustav cuando el escalpelo cortó. Apenas un ligero rasguño, porque el dolor que expulsar a las gemelas le daba, ya lo tenía mareado.
—Bien, equipo. Aquí viene la buena. Gus –Sandra lo llamó—, cuando sientas ganas de empujar… Hazlo. Fuerte. Rápido. No importa cuánto duela, tú sigue hasta donde aguantes.
—Qué motivación –intervino Bushido con sarcasmo—. Lo hace tan sonar excitante como unas vacaciones en la playa.
—Recuerda mi advertencia, jovencito –lo calló Sandra asomando la cabeza de entre las piernas de Gustav portando el escalpelo aún en la mano—. No me hagas tener que coser esa boquita tuya.
—Pero yo… ¡Joder! –Bushido no dijo más porque la mano de Gustav que sostenía entre las suyas lo estrujó con toda su fuerza.
—Gusti, es el momento para que le digas ‘¡Maldito infeliz, tú me hiciste esto! ¡Tu me embarazaste!’ –Bromeó Sandra—. Si me dieran un euro cada una de las mujeres que lo han hecho, podría mandar a una universidad privada a mi hija.
—No… Puedo… —Jadeó Gustav al estrujar la mano del rapero y sujetarse a la cama con lo que podía. Con los pies apoyados en los estribos, sintió que los pulmones se le colapsaban ante la falta de aire. Por dentro, las sensaciones confusas, atrapadas en un remolino que era dolor y alivio cuando pujó con todas sus fuerzas y el peso que se oprimía sobre uno de sus costados desaparecía como por arte de magia—. ¿Q-Que ha pasado? –Alcanzó a articular pese al poco aliento que le quedaba.
—Gweny está aquí –dijo Sandra en su voz profesional—. Hora del nacimiento, doce horas con un minuto del dieciocho de septiembre del año en curso.
—Nació justo entre tu cumpleaños y el mío –murmuró Bushido el asomarse por encima de Gustav y apreciar la cabecita diminuta de la bebé—. Tiene mucho pelo…
—Oh no –maldijo Gustav, aún agotado—, Tom va a querer hacerle rastas o algo así… Si es que Bill no le gana y se lo tiñe primero, mierda.
—No se distraigan –batió palmas la doctora apenas Gustav terminó de hablar—. El cuello uterino se está contrayendo de nuevo. La segunda bebé no tarda en nacer.
—¿Qué? ¿Tan pronto? –Gustav se mordió el labio inferior inseguro de querer pasar por lo mismo sin antes tomarse por lo menos directo de la botella un trago de tequila, sólo para agarrar valor—. No, esperen, no estoy listo. Denme una media hora.
—Gustav, es ahora… —Gritó Sandra—. Puja o te…
No tuvo necesidad de más cuando el mismo Gustav dio un alarido y abrazado al pecho de Bushido, pujó hasta que oyó un nuevo llanto.
—No vuelvo a tener sexo, lo juro, lo juro… —Repitió como un mantra para sí mismo. No quería volver a pasar por la misma experiencia mientras estuviera vivo. Tras largos instantes donde inhaló y exhaló, como por magia recordando hasta entonces el maldito curso profiláctico del que sólo había tomado una clase, se atrevió a preguntar por la segunda niña—. ¿C-Cómo está Ginny?
—Con tanto cabello como la primera –señaló Sandra. Apartándose el cubrebocas y los guantes, se inclinó sobre Gustav, justo enseguida de su oído para que él y sólo él, escuchara sus palabras—. En serio, lo hiciste incluso mejor de lo que se podría esperar de una mujer.
Al rubio los ojos se le humedecieron por el sentimiento que lo embargó. –Estúpidas hormonas –musitó para soltarse llorando a todo pulmón.
—No, no las quiero ver –musitó Gustav al esconderse en la almohada. Pasadas unas horas de que las niñas nacieran, ya limpias y envueltas en sus respectivos cobertores, se negaba a darles de comer. También a cargarlas; incluso a tenerlas cerca.
—¡Gustav Schäfer, yo te crié mejor que eso! –Lo reprendió su madre al quitarle a una de las enfermeras a Gweny que no cesaba de gimotear por el hambre—. Ya, ya… —Meció a la bebé en brazos, que cobijada en un pequeño bulto, agitaba inconforme los puñitos al aire—. Tienes que darles de comer.
—No –respondió el rubio con terquedad—. Quiero ver a Georg.
Todos en la sala soltaron un bufido de indignación por como Gustav se estaba comportando. Apenas había dormido luego del parto y estaba de un tremendo mal humor que hasta la pintura de las paredes se desprendía con lo ácido que se comportaba con todos.
Sandra decía que era lo normal. Así como existían madres que no podían desprenderse de sus criaturas por miedo de perderlas, también estaban las que actuaban como si la vida siguiera su curso y las que no soportaban la idea de tener a sus bebés cerca. En el último caso, el baterista encajaba a la perfección renuente a tenerlas incluso en la misma habitación.
Para él, de momento estaba Georg antes que nadie.
—Necesito ver a Georg… —Murmuró ajeno a la preocupación que todos llevaban a cuestas de verlo así—. Tengo que verlo…
—Gusti –se le quebró la voz a Bill, incapaz de soportar más de aquella situación y saliendo de la habitación seguido de Tom.
—Basta ya –se enojó Bushido, que hasta entonces se había mantenido al margen—. Lo quiere ver, lo verá. Ya está grande para decidir.
—Pero… El papá de Gustav se interpuso entre éste y el rapero cuando Bushido se inclinó sobre la cama de Gustav para cargarlo en brazos.
—No. –Bushido no dijo más al tomar al baterista en brazos y asegurándose de traerlo cubierto con las frazadas, cargar con él hasta la habitación de Georg. Sin molestarse en tocar porque aquel cuarto era privado, entró sin mucha ceremonia.
Georg ya estaba despierto y apenas vio a Gustav llorando, se hizo a un lado de la cama para dejar espacio. En cuanto el baterista fue depositado sobre el suave colchón, rodó hasta encontrarse abrazado por su amante, donde lloró como si las lágrimas en él no tuvieran fin.
—Shhh, Gus, salió bien… Los gemelos me trajeron fotografías. Ellas son… Hermosas –susurró en la oreja del rubio—. Son las niñas más bellas del mundo.
—No las quiero ver –gimió Gustav con tono apagado—. No quiero ver a quién se parecen. Me da miedo no poderlas querer si…
Bushido carraspeó entendiendo el problema. –Las niñas no se parecen a mí, si es lo que te preocupa… Tienen una mata de cabello impresionante de color caoba, casi rojizo.
Georg parpadeó. —¿Cómo mi madre?
El rapero se llevó las manos a los bolsillos. –Yep, como tu madre, aunque… Tienen los ojos de la mía. No se parecen en nada a Gustav o… A mí –acabó con un suspiro.
Gustav se limpió los ojos con la manga de su bata de hospital. Se sentía como el más grandísimo estúpido del mundo. Georg jamás odiaría a las gemelas por mucho que se parecieran a Bushido, pero ahora que lo tenía por seguro, el miedo de verlas se había desvanecido en su totalidad.
—Tengo ganas de cargarlas –admitió con vergüenza—. También creo que es… —Los oídos le comenzaron a zumbar—. Hora de alimentarlas.
Sentado en una mecedora con Gweny dormida apoyando la cabecita en su hombro derecho y Ginny prendida de su pezón izquierdo, Gustav alegaba con los gemelos respecto a quién tendría derecho de cambiar el siguiente pañal.
Increíble como fuera, Bill y Tom ya se habían convertido en los padrinos más abnegados del mundo. Amaban a las nenas con tanta devoción que Gustav veía en ellos la posibilidad de niñeras de confianza a las que además no les tenía que pagar ni un euro.
Aquel, el segundo día después del parto, era su último día en el hospital. Luego de una recuperación casi milagrosa, el baterista ya podía caminar distancias cortas sin sentir gran dolor. El no traer dos sandías colgando del estómago también contribuía mucho en su equilibrio, pues podía estar en dos pies sin tener que hacer malabares para seguir en la misma postura.
Georg por desgracia, requería de una estancia más larga. Iba a ser necesario esperar a que le quitaran los puntos de la herida para mandarlo de regreso a casa. Gustav no podía sino sucumbir ante las emociones de pasar algunas noches durmiendo a solas, pero con la perspectiva de todas las visitas que ya se habían anotado para acompañarlo, ‘sólo para que no se sintiera solo’ en palabras de todos, que ya tenían un horario en el que se aseguraban de no dejarlo ni a sol ni a sombra con las gemelas, no le quedaba tiempo para deprimirse con la ausencia del bajista.
—Bill, te juro que si no me dejas de ver los pechos… —Masculló Gustav al notar que de nuevo Bill lo estaba observando con una mezcla de asombro y disgusto.
—Es que Ginny se ve tan feliz. Quisiera probar a qué sabe la leche materna –admitió el menor de los gemelos al enrojecer hasta las orejas.
—A leche Bill, duh –lo golpeó su gemelo en la cabeza—. ¿Por qué preguntas idioteces?
—Simple curiosidad –fue la respuesta categórica.
Gustav sólo rodó los ojos ante aquel par. A su lado, jamás se podía aburrir.
—Olvídalo, yo ya le pedí a Gustav una probadita primero y me dijo que no –intervino Bushido desde detrás de su revista Playboy de aquel mes.
—Argh, el señor ‘Desagradable-como-patada-en-el-trasero’ en acción –masculló Bill al cruzarse de brazos y darle la espalda—. Si me disculpas, ignoraré que sigues aquí. Aunque con el aroma que te cargas será imposible.
El baterista se rió ante la actitud infantil de Bushido y de Bill. A su manera, los dos se parecían, por eso mismo quizá era que no se soportaban el uno al otro. Igual no le importaba. En un tratado de paz que habían decidido seguir al pie de la letra primero por Gustav y luego por las gemelas, acordaron no discutir a menos que fuera algo grave.
Como Nena, Tomi o el mismo Bill, en palabras del menor de los gemelos. O sexo, drogas y rock and roll como respondió Bushido con sarcasmo. Como fuera, Gustav los limitó diciendo que mientras no lo importunaran con sus discusiones, le importaba un pepino lo que hicieran. Cuando Tom le dio la razón, los otros dos prefirieron la neutralidad antes que nada.
—Ugh, hablando de malos aromas… —Abanicó Tom frente a su nariz—. El que se tiró un gas, haga el favor de no volver a comer tanta basura e irse a revisar con un proctólogo la coladera.
—Hey, es mi hija de la que hablas –defendió Gustav a Gweny—. Alguien tiene qué cambiarle el pañal y no soy yo.
Los antes ansiosos gemelos, giraron las cabezas como si la peste les hubiera dado bofetadas con su mal aroma.
—Y yo digo que podría haber mejores padrinos –se puso en pie Bushido—. Yo voy a cambiarle el pañal a esa linda hedionda.
—¡No le digas hedionda! –Profirieron los gemelos a coro, al ganarle a la niña de brazos de Gustav y recostarla en la cama del hospital para ir en búsqueda de un pañal, las toallitas para limpiar y talco hipoalergénico que las abuelas se habían empeñado en que usaran para evitar rozaduras.
—Hay que admitirlo, chicos –terció Gustav usando el brazo libre para acomodarse mejor a Ginny, que no paraba de mamar el pezón con fuerza—, para tomar sólo leche y tener veinticuatro horas de vida, lo que hacen no es precisamente esencia de rosas.
—No les hagas caso, preciosa –los ignoró Bill al destapar a la bebé y hacerle un cariño—. No saben de lo que hablan cuando dicen que… Oh Diosss… —Medio vomitó del asco cuando destapó el pañal—. Gus, ¿qué les das de comer? Esto no huele a leche.
—Oh, vamos, que no puede ser tan malo… —Se inclinó Tom sobre la bebita de ojos entrecerrados por el sueño y retrocedió como si los vellos de la nariz se le hubieran incendiado de la peste—. Genial, no diste luz a un bebé, sino a una bomba biológica, Gus.
—Varón embarazado, lo tuve de un ex, resultaron gemelas y ahora una bomba biológica –enumeró Gustav las aparentes desgracias de su vida—. Toca que me gane la lotería y los aliens me persigan por ello. El destino no puede ser más hijo de puta conmigo.
—Exageran –se los sacudió Bushido de encima. Apartando a los gemelos que no paraban de hacer gárgaras cada que les daba el aroma del pañal usado, procedió a limpiar a su hija. En tiempo récord ya la tenía impecable, con talco en el trasero y el pañal en su sitio. Tras volver a cubrirla con la manta, se la acomodó en el pecho—. No tengo tetas tan lindas como tu otro padre, pero aquí estarás bien.
Gustav iba a replicar con acidez por aquel comentario, pero en cuanto vio a Bushido con Gweny en brazos y arrullándola con una de sus canciones, la lengua no le coordinó y prefirió observarlo. De haber tenido otro curso la historia de su vida, quizá estarían ellos dos juntos. Y quizá sería la historia de cuento de hadas por la que luchaba cada día. Quizá…
Sacudiendo la cabeza porque la realidad era aún mejor que en un cuento de hadas de Disney, sonrió para sí en la más secreta de sus sonrisas. Más feliz no podía ser.
Una semana después y con Georg en casa, Gustav se dejaba envolver en un abrazo más allá de lo platónico. Aún adolorido por el parto y al mismo tiempo un tanto cohibido por las formas redondeadas que su cuerpo, con muchos kilos de más lucía, mantenía la calurosa sesión de besos y abrazos en un punto del cual no pensaba sobrepasarse.
El mismo bajista lo entendía. Gustan ni siquiera se atrevía a despojarse de la camiseta porque de noche no usaba el sostén de lactancia y antes muerto que andar enseñando sus nuevos atributos. Sandra le aseguró que desaparecerían en cuanto las niñas dejaran de recibir leche materna, pero hasta Gustav se mostraba reticente en ello. Leyendo por Internet, se había enterado de que era una fuente inagotable de anticuerpos que las cuidaban de todo tipo de enfermedades. De ser por él, les daría pecho hasta que fueran a la universidad o algo así.
—Hay que ser silenciosos –murmuró Georg contra el cuello de Gustav al pasarle una pierna con encima y rozar cadencioso su pene duro por el costado. Llevaba semanas sin nada de acción que no fuera su mano derecha y estaba dispuesto a conseguirla, aunque sólo fuera con el rubio en la misma habitación.
—Si insistes… —Aceptó Gustav la mano que se deslizaba en los pantalones de su pijama y apretaba su trasero con total descaro—. Cuidado, aún duele…
—Mierda, lo siento, Gus –se disculpó el bajista jadeando cuando Gustav metió su propia mano en el bóxer de Georg y con un dedo largo recorrió su miembro desde la base hasta la húmeda punta—. Oh, sí…
Afianzando su agarre, Gustav cerró la palma en torno a la sensible piel y con el pulgar procedió a jugar con el glande en movimientos al principio perezosos que luego subieron de intensidad. Un par de apretones en los testículos con la otra mano y Georg se corrió en tiempo récord.
—¿Ya? –Lo molestó el baterista con un bostezo que no pudo evitar soltar.
—¿Quieres que yo…? –Gimiendo aún por su orgasmo, Georg se vio rechazado con ternura cuando Gustav denegó más por pereza que por falta de ganas.
Lo que más quería era dormir con Georg a un lado; lo demás podía esperar. –Mañana –murmuró cayendo en el sueño—. Despiértame usando tu boca, ¿sí?
—¿Dónde? –Georg lo besó en los labios.
Gustav pareció meditarlo. –En todos lados…
Compartiendo una risa pícara, se taparon hasta las orejas con las mantas.
Por desgracia, antes de que ninguno de los dos pudiera caer dormido, un pequeño llanto se dejó escuchar a través de los comunicadores de bebé, uno en su cuarto y otro en el de las niñas. Segundos después, un llanto idéntico le hizo compañía.
—Demasiado bueno para ser real –se puso de pie Georg—, pero aunque no lo creas, no lo lamento. Mientras no tenga que cambiar pañales, claro.
—¡Georg, no digas eso! –Gustav se echó encima la bata de dormir. Las noches de finales de septiembre heladas como nunca.
Tomados de la mano, emprendieron el camino a la habitación de las bebés, listos para una noche más de padres primerizos.