—Uno… Pfff, no sabe lo que tiene… —Georg se secó el sudor de la frente con el brazo antes de alzar una nueva caja, ésta con la etiqueta de ‘Libros’ estampada en ambos costados.
—Hasta que lo pierde –completó la frase Bill, que en idénticas condiciones, descolgaba la ropa del armario para con cuidado doblarla y guardarla en más cajas. Se frotó la barbilla—. Creo que el refrán no se aplica en éste caso.
—Nah, lo que yo iba a decir es que ‘uno no sabe lo que tiene hasta que se muda de casa’, especialmente cuando se es rock star –agregó con un guiño.
Gustav, que en calidad de espectador dado que el vientre no le permitía cargar algo encima que no fuera su misma voluminosa humanidad, ni tampoco inclinarse al frente sin irse de cabeza, rodó los ojos. Apenas era mediodía, pero el día ya se sentía largo. Y con razón, que en pie desde las seis de la mañana, no se habían tomado más que un descanso para desayunar, ir al sanitario y después seguir.
—Estoy lleno de polvo –masculló Bill al ponerse de rodillas en el reducido espacio del clóset y rebuscar entre prendas que parecían llevar ahí una eternidad—. Gus, no puedes hablar en serio de empacar todo esto. Vamos, esta playera no la usas desde… —El baterista contempló la mencionada prenda y hasta él mismo detuvo su acción de doblar unos pocos de calcetines en una bolsa para tratar de recordar.
—¿La era Devilish? –Aventuró Tom al salir del baño cargando la colección de toallas blancas con esquinas azules que el rubio adoraba usar para limpiarse el rostro.
—Es mía, la quiero. Sólo empácala –desdeñó Gustav al final. Cierto, esa camiseta no se la ponía desde mucho tiempo atrás, pero no por ello la iba a tirar. Que fuera de la era de las cavernas no importaba. A la menor oportunidad la iba a usar tanto como antes. Sin discusiones, la conservaba.
—Oh, pero ni siquiera te la puedes poner –fue el desatinado comentario de Bill, que mientras se agachaba para colocarla doblada en la caja de ropa, recibió un zapato en plena cabeza.
—Eso es por considerar que estoy… —El baterista se sulfuró tal, que de ser más animal que humano, se le habría erizado el vello de la nuca visiblemente—. ¡Eso! –Aunado a los senos que ahora se le desbordaban por la camiseta de manera sensual, el vientre era su mayor impedimento para usar mucha de la ropa que tenía. Como cubriéndose, se cruzó de brazos—. Espera un par de meses más y me la pondré. Me va a quedar mejor de lo que a ti alguna vez se te verá.
Bill iba a replicar de manera mordaz a eso, hastiado ya de estar limpiando y empacando como si no pudieran contratar a alguien para ello porque pobres no eran, pero en su lugar se atragantó cuando los ojos de Georg le dijeron sin palabras un mensaje bastante elocuente. “Lo dices, haré que te lo tragues”. Aquello asustaba a cualquiera; el menor de los gemelos no era la excepción.
—¿Sabes qué pienso? Es genial poder usar la ropa que te sienta bien. –Tras voltearse de espaldas, se volvió a enfrascar en su labor.
Gustav sólo suspiró. Ser tratado con pinzas como si se tratara de algún objeto precioso no le iba, lo detestaba, pero si funcionaba para callar malos comentarios, mejor que mejor. Podía acostumbrarse un poquito si las ventajas valían la pena.
Batiendo palmas, continuó con su labor. Planeaba e iba a cumplirlo hasta las últimas consecuencias, dormir esa noche en su propia casa al lado de Georg.
Costara lo que costara.
—Estoy… Ahhhh, muerto… —Horas después, Gustav cumplía su sueño. Casi.
—Yo también… —Murmuró Bill a su lado, hundiendo el rostro sucio en la almohada y esparciendo manchas de mugre por todos lados de la suave tela—. Si algún día tengo que volverme a cambiar de casa, compraré todo nuevo. Al cuerno los recuerdos. Nada de empacar, sólo largarme.
—Tú no te estás mudando de casa, deja te recuerdo –le interrumpió Georg, que descansando al otro lado de Gustav en su cama, se apartaba el brazo de los ojos para apoyarse en los codos y descubrir que ambos gemelos les invadían la recámara principal con aspecto agotado como si lo que hubieran cargado fueran elefantes y no simples cajas—. Chicos, ¿no creen que ya sea hora de irse a dormir?
—Sí, buenas noches –barbotó Tom con labios torpes antes de tomar aire con pesadez y caer dormido. Un golpe en el costado lo sacó del país de los sueños.
—Él quiere decir que nos larguemos –le explicó Bill a su gemelo, pues éste entendía de las indirectas un cero total—. Tomi…
—Nuh, quiero dormir –gruñó Tom con aquel tono suyo que era clarísimo: Me despiertas y te mato… Dos veces—. Sólo voy a descansar los ojos un rato, ¿ok? Un ratito nada más –y sin esperar respuesta, se colocó de costado para empezar a roncar.
Georg soltó un quejido bastante audible. —¿Qué? ¿En serio? Chicos, Gus y yo nos mudamos de casa y de ustedes, no es para que sigan durmiendo en nuestra cama –se quejó con un cierto dejo de queja infantil en su voz—. Así que largo.
—¡Samomusado! –Gruñeron ambos gemelos antes de acurrucarse el uno con el otro y ahí sí, caer dormidos en el sueño milenario que dudaría hasta que a sus dueños se les fuera el cansancio o dieran las cinco de la tarde del día siguiente. Lo que sucediera primero.
—¡¿Qué?! –Estalló el bajista.
—‘Estamos muy cansados’, creo –repitió Gustav el mensaje al rodar de su postura de estar acostado de espaldas, para ponerse de costado con el rostro apoyado en el pecho de Georg—. Déjalos. Mañana se irán. Han trabajado duro. Todos —enfatizó— hemos trabajado mucho. Además –se rió para luego acomodarse mejor en la curva del cuello del bajista y soltar ahí aire caliente producto de su respiración que le provocó escalofríos a éste de pies a cabeza—, antes de irse quiero que acomoden las cajas y hagan desayuno.
—Eres malvado, Gustav –lo abrazó Georg por la espalda y lo atrajo contra sí—. No sé si los pies apestosos de Tom valen la pena por lo que va a trabajar mañana, pero será como tú quieras.
—Seh… —La paz que lo invadió era como estar sumergido en una tina de agua tibia. Hasta las niñas estaban dormidas porque sus movimientos eran mínimos—. Te prometo que mañana que se vayan, mañana que no estén aquí…
—¿Mmm? –Georg entrelazó las piernas contra las de Gustav y en pleno verano, aquel contacto ligero le hizo apreciar la dicha de dormir sin pesadas mantas—. ¿Mañana qué?
—Estrenaremos el… —Bostezó con fuerza antes de contestar—. Inauguraremos la casa dándole un buen uso a la cama. –Se abrazó más, ajeno a que Georg gemía ante la mera idea—. Te lo prometo.
Dormido, ya no apreció el sonoro ‘Oh Gus’ dolorido que salió en labios de Georg.
Honestamente, Gustav pensó que el gemelo que se le iba a soltar en brazos al momento de la despedida y hacer aquello más difícil de lo que ya era, iba a ser Bill.
Ocupando su lugar, sin embargo, estaba Tom. No en brazos y tampoco llorando, pero con la mano en el marco de la puerta y aspecto de cachorro apaleado, se contenía para no hacer algo propio de Bill.
—… los vamos a ver pronto –hablaba Georg, ajeno a que el mayor de los gemelos se estaba comportando como la madre de Gustav al ver a su pequeño retoño partir de su seno materno. Metafóricamente hablando, pero igual—. David nos quiere trabajando antes de que Gustav comience a rodar por las escaleras del estudio… ¡Ough! –Recibió un pellizco por parte de su novio ante semejante comentario—. De cualquier modo, apenas nazcan las niñas seguiremos donde quedó todo.
—Uhm… —Tom se mordisqueó la uña del pulgar antes de tronarse los dedos y al parecer, querer decir algo que se le atoraba—. ¿Están seguros de esto? –Preguntó al fin, obteniendo tres pares de cejas alzadas en sorpresa—. Vivir solos, ya saben, no me importaría si se esperan un poco más. Después de que des a luz o que las niñas vayan a la Universidad… —Se atragantó al final.
—¿Tomi-Pooh se siente…? ¡Ouch! –Ahora por una patada certera en la rodilla, Georg se interrumpió—. Ok, ya capté. Es el día de golpear al pobre Georgie. La próxima vez sólo avísenme antes –se quejó ya hincado para sobarse la zona afectada.
—Sólo digo… —El mayor de los gemelos se masajeó la nuca buscando las palabras adecuadas. Él era generalmente el que dejaba que los demás hablaran por él, pero para ese día, en esa ocasión en especial, quería hablar por sí mismo; sacarse todo lo que llevaba dentro porque otra oportunidad no tendría. La mano de Bill que se cerró cálida en torno a la suya, lo ayudó—. Los voy a extrañar. A los dos –agregó mirando a Georg que seguía en el suelo—. Mucho más de lo que se imaginan.
—Idiota, ven acá –le dijo Gustav al abrazarlo y dejar que se uniera Bill como era su costumbre. Los meses pasados no los iba a olvidar jamás, no sólo por la tensión vivida o la inquietud de despertar cada día asustado, sino porque aquellos dos habían estado a su lado. Mejores amigos en el mundo no podía pedir jamás. Sería blasfemia—. Saben que pueden venir cuando quieran…
—… Excepto después de las diez de la noche y no sé, ¿ antes de las diez de la mañana? Dudo que se levanten antes de esa hora, pero más vale prevenir que lamentar… —Por tercera vez en aquel día, Georg recibió un golpe, esta vez en la base de la cabeza y para no dejarlo de lado, por parte de Bill.
—Arruinas el momento –sentenció con una semi sonrisa al soltar a Gustav e inclinarse para darle un beso en el vientre. Apenas hacerlo, abrir grandes los ojos con una declaración—. Tienes algo ahí –apuntó con un dedo largo a la enorme barriga.
—Se llama vientre de embarazo, Bill. Y ahí hay gemelas, duh. –Tom hizo lo propio de soltar al baterista, ya más ligero de lo que cargaba en el pecho—. Y no señales con el dedo que es de mala educación.
—No, no, Gustav tiene algo… Se sentía como… Un bulto –repitió cabeceando en negación a creer que no fuera nada de que preocuparse. Teléfono móvil en mano, anunció que iba a llamar a Sandra.
—Calma, antes que nada… —Ya recuperado, Georg le quitó el teléfono al menor de los gemelos para cortar la llamada e inclinarse a examinar a Gustav que se recorría el vientre con ambas manos—. Deja pruebo yo. –Removiendo con cuidado las manos del baterista para él mismo tantear alrededor, se sorprendió cuando en efecto, la yema de un dedo le rozó contra un pequeño montículo que ni duro ni blanco en exceso, se palpaba extraño. Sin esperar por permiso, alzó la enorme camiseta que el rubio portaba, un regalo de Tom, para encontrarse con la boca abierta segundos después.
—¿Qué es eso? –Cuestionó Tom al inclinarse por debajo de la carpa de circo que componía la ropa de maternidad de Gustav y examinar de cerca—. Parece un…
—Ombligo. Es tu ombligo, Gus –dijo Georg conteniendo las ganas de soltarse a reír. A su novio no le iba a caer en gracia aquello ni pasados mil años.
—¿Cómo que mi ombligo? –El cuadro de ver al rubio inclinado sobre sí mismo tratando de verse el ombligo a pesar de que la misma barriga no lo dejaba doblarse en dos, era hilarante, por no decir que merecía ser inmortalizado en una fotografía para mandar como postal en navidad—. Oh, mierda… —Gruñó cuando al fin atinó a rozar la protuberancia.
—¿Está al revés? –Tom se inclinó para verlo mejor y desde las profundidades bajo el globo terráqueo que la colgaba de la cintura, Gustav lo escuchó con muchas ganas de darle un golpe—. Tienes el ombligo salido, como si se hubiera volteado.
—Lo que me faltaba –gruñó el baterista con un dramatismo más propio del Bill que suyo.
—Es lindo –lo desdeñó Georg—. Digo, no muy práctico porque ahora parece que tienes un tercer pezón y frío al mismo tiempo, pero tiene su encanto.
—Georg –siseó el rubio—. Cállate. No ayudas. Es asqueroso.
El bajista rodó los ojos. –No sabes de lo que hablas –comentó con desparpajo y como si nada, besó el ombligo usando la lengua para recorrerlo una única vez.
Las quijadas de los gemelos fueron a dar al suelo. Las piernas de Gustav temblaron.
—¿Lo ves? No me importa. –Georg apoyó la cabeza contra el costado de Gustav y recibió una patadita de una de las niñas cerca de la oreja—. Ya, ya, día de maltratar a Georgie, ya entendí.
Las manos de Gustav sujetaron a Georg con cuidado para hacerlo alzar el rostro. –Gracias –musitó.
Los gemelos comprendieron que era hora de irse. Silenciosos, dejaron a aquellos dos disfrutar de su primer momento de privacidad en su nuevo hogar.
Estos se quedaron quietos un poco más, disfrutando de su mutua compañía.
—Olalá… —Dijo Georg con sorpresa al salir de bañarse, aún usando la toalla para secarse el cabello, cuando se encontró con Gustav. Sentado en la esquina de la cama, parecía esperarlo ansiosamente. Oliendo a jabón y a esa crema anti-estrías con aroma a mandarina y kiwi que Bill le había regalado so pena de untársela él mismo si no se masajeaba el vientre a diario con ella, lucía nervioso.
—No digas nada –murmuró éste al ver que los ojos escrutadores del bajista lo recorrían de arriba abajo. Más que nada abajo, puesto que con lo que llevaba puesto, nada dejaba a la imaginación—. Pensé que quizá podríamos…
—Déjame adivinar –Georg se sentó enseguida de Gustav y le acarició el muslo, obteniendo con ello un ruidito placentero—, desnudo, veo el lubricante fuera de su cajón y tienes esa cara que dice… —Se inclinó por el cuello y dejó un beso ahí –‘cómeme’. Imagino lo que quieres.
—Uhm, y yo que pensaba que era mi cara de ‘vamos a hacerlo como conejos’ pero si, ahhh, aún así entiendes el mensaje, no me quejo –correspondió Gustav el cariño, al moverse un poco más arriba en la cama y con cuidado de no irse de lado, quedar recostado en el centro del colchón.
Sin nada de ropa y con las piernas ligeramente separadas, se sintió expuesto ante Georg, que se lamió los labios y con cuidado de no lastimarlo, se posicionó en cuatro patas encima de él.
—Pensé que hoy podríamos probar algo nuevo –murmuró con voz pequeña, algo muy lejano de lo que él era en la cama. Gustav no era de los que se cortaba en la intimidad en lo que se refería a conseguir lo que deseaba, dónde, cuándo, como y con quién lo quería. Al fin y al cabo, sus gustos eran de lo más placenteros, por no decir que sabía ser correspondiente con sus amantes.
—Casa nueva, ¿recuerdas? –Georg se desanudó la toalla que aún llevaba en torno a la cadera y apenas le tuvo fuera, el calor que Gustav exudaba debajo de él lo instó a recostarse con suavidad sobre su cuerpo—. Aunque por nuevo te refieres a postura, ¿no? Dudo que desde aquí pueda, ya sabes… —Se deslizó por encima del rubio y la zona entre sus piernas colindó—. Alguien está húmedo…
Gustav rodó los ojos. –Ese eres tú. Yo tengo control.
—Suena a reto. –Antes de que Gustav tuviera manera de contradecirlo, un par de labios se posicionaron sobre los suyos, moviéndose con paciencia mientras las manos del bajista le toqueteaban los pezones con delicadeza para no lastimarlo por exceso de emoción.
Tras unos minutos, Gustav se sentía convertido en un charquito maloliente a sexo que exudaba su fragancia en la recámara. Atendido con mucho cuidado, no podía evitar de vez en cuando alzar la cadera por una cercanía más complementaria a la que ya recibía.
Con una mano aferrando el cabello de Georg y la otra estrujando las sábanas, gimió cuando el muslo del bajista se deslizó por su pene ocasionando que la fricción entre ambos se desatara al moverse juntos hasta hacer rechinar el colchón nuevo.
—G-Georg… —Se ahogó el rubio al abrir más las piernas y comprobar con desánimo que Georg se cuidaba de no apoyar todo su peso sobre él—. Vamos, sigue como antes…
—No sé, Gus… —Apoyándose de costado, Georg resopló aire contra un mechón aún húmedo que se empeñaba en cubrirle el rostro—. Tengo miedo de lastimar a las niñas –susurró con vergüenza—. No de que, ejem, lo hagamos, sino de aplastarlas.
—Ah. –El baterista extendió una mano para tocar el hombro de Georg, así atrayendo su atención—. Estuve pensando que quizá podríamos hacerlo de otra manera.
—¿Quieres ir arriba? –Intentó adivinar el bajista, al estremecerse ante la idea. A Gustav aquella postura no le gustaba porque decía que se le cansaban demasiado los muslos y gruñía sin par cuando eso sucedía, pero si era la única manera de hacerlo, así sería—. Pensé que no te gustaba.
—De hecho, sigue sin gustarme. Pensaba más en… —Con cuidado de no moverse con brusquedad, Gustav se giró de costado dejando la espalda a la vista de Georg, que apenas lo vio, lo abrazó por detrás enterrando el rostro entre los omóplatos de éste.
—¿Mmm? Esto es nuevo –aceptó el bajista aquella postura. Besó el tatuaje de Gustav con los labios entreabiertos y sopló aire, obteniendo con ello que la piel del rubio se erizara—. No me puedo quejar.
Alineándose a la perfección con Gustav, uso una mano en la cadera para estabilizarlo a su lado y después para recorrer la curva de su vientre con dedos tímidos conforme los pliegues se le revelaban. Siendo que el rubio era más bien pudoroso en cuanto a mostrarse completamente desnudo ahora que estaba embarazado, era más familiarizarse con la zona presumir posesión de ella.
No fue sino hasta que el dorso de la mano golpeó algo duro que sonrió para sí al darse cuenta de que Gustav ostentaba una orgullosa erección. Aquel contacto le arrancó un chillido al baterista, que arqueó la espalda y en el proceso refregó su trasero contra la entrepierna de Georg.
—Oh Dios –gimió éste con voz pesada—. ¿Crees que puedas pasarme la loción?
La botella, del lado de la cama de Gustav, descansaba ostentosa bajo la tenue luz de la lámpara de noche a escasos centímetros de la mano del baterista, por eso, a Georg le sorprendió oír una negativa.
—Te lo dije –le recordó Gustav—, quiero probar algo nuevo…
Georg se detuvo con la mano firmemente afianzada del pene de Gustav y a medio tentativo intento de complacerlo. ¿De qué hablaba Gustav? Algo no cuadraba del todo.
—No entiendo –dijo Georg con voz baja. Si Gustav decidía detenerse, no se lo iba a impedir, pero entonces tendría que ir corriendo al baño a terminar lo empezado. Abrazando al rubio, esperó la respuesta de éste a la pregunta no formulada que ambos sabían estaba ahí.
—Tú sabes que… —Gustav agradeció estar de espaldas a Georg pues así no podía apreciarse el rubor escarlata que le cubría la cara—. Uhm, es una idea nada más. Si no quieres o si crees que no es algo que quisieras probar porque no es lo tuyo, o es demasiado raro, lo entenderé. En serio.
Se hizo el silencio de nuevo; uno muy tenso en el que uno buscaba las palabras adecuadas para decir lo que tenía en mente y el otro se preocupaba por lo que iba a seguir.
—No te vayas a reír –advirtió Gustav con seriedad—. Es ‘sí’ o ‘no’, así que contesta con honestidad y… Y… Dios, no pienses mal de mí…
—¡Gus! –Georg se inclinó para besarlo en la nuca y tranquilizarlo. El rubio era de los que tomaba soluciones tras mucha meditación y que llevaba a cabo mientras no tuviera que explicarse ante nadie; lo que sin excusas no era el caso. Eso y el tartamudeo que lo delataba, eran prueba suficiente para que el bajista interviniera antes de que le diera una embolia por estrés. Fuera lo que fuera, su novio temía de decirlo—. No pasa nada. Sólo pídelo. Mientras no me quieras dentro del bondage, todo irá bien, e incluso así te diría que sí sin pensarlo dos veces.
—Es algo peor que eso… —Admitió el rubio al tomar una de las manos de Georg y apretarla—. No tengo idea de qué vas a decir.
—¿Deportes acuáticos? Porque si es eso, bueno, yo… —Georg se imaginó aquello y exhaló con pesadez—. No es eso, ¿verdad?
—No. Es más algo… Natural –comentó con casualidad.
Georg sólo alzó una ceja. ¿Natural? ¿Y eso en qué sentido o contexto? Si realmente lo fuera, Gustav no estaría comiéndose el seso buscando una manera de decirlo.
—Ni idea. Mejor lo dices sin rodeos –dictaminó al fin—. Lo que sea que quieras, será.
—No es lo que yo quiera –replicó éste—, sino que tú quieras hacerlo.
—Gustav Schäfer, contigo quiero hacerlo todo. T-O-D-O. ¿Ok? –Se explicó el bajista—. Aunque me pidieras ponerme de rodillas con el trasero al aire y mordiendo la almohada diría que sí. –Le dio un apretón en un glúteo y el baterista gruñó en aprobación—. Ahora escúpelo.
—Quiero… —Gustav giró la cabeza para ver a los ojos a Georg y estar seguro de que la respuesta que iba a obtener era ciento por ciento honesta.
Segundo pasaron y ninguna palabra brotaba de los labios del rubio. Igual, decidido a tener el valor necesario para llevar a cabo su idea, tomó la mano de Georg y tiró de ella con suavidad hasta colocarla entre sus piernas.
—No digas nada, por favor –pidió reluctante.
Empujando más abajo de su erección, pasó de ella sin prestarle atención hasta que los dedos de Georg presionaron justo detrás de los sensibles testículos. Una mirada que lo dijo todo cuando Gustav alzó la cadera y Georg se encontró deslizándose en la suave curva que desembocaba en una parte del rubio que no había conocido hasta entonces.
—Le pregunté a Sandra y ella dice que está bien hacerlo –confirmó Gustav al ver la duda en los ojos del bajista—. Si tú quieres…
Georg no dijo nada. No podía. La idea de hacerlo con Gustav de aquella manera, despertaba fuegos artificiales en su bajo vientre.
Relegado a un punto lejano en su consciencia, la existencia de aquel pequeño orificio que confirmaba cómo habían llegado las gemelas a su sitio, hasta antes de ese momento, no importaba. Ahora que presionaba contra la natural humedad de éste, Georg no podía sino esperar a tener la mente más clara para tomar una decisión correcta.
Claro que correcta en aquella situación no era la palabra que buscaba, no si su mismo cuerpo se dejaba llevar por el calor que emanaba Gustav de aquel lugar y con cuidado, usaba el dedo índice para rozar la entrada con cuidado.
Un acallado gemido por parte de Gustav lo hizo decidirse. –Si quiero hacerlo… —Afirmó con voz ronca por la lujuria. Esperó tembloroso a que Gustav le indicara qué hacer—. ¿Necesitas loción?
—No –denegó el rubio—. Estoy excitado, con eso basta. Sólo… Sé gentil al principio.
Regresando a su anterior postura, ambos buscaron un mejor acomodo entre sus cuerpos. Gustav al final optó por levantar una pierna y tras apoyarla segura sobre un montón de almohadas, esperó relajado a que Georg se acomodara detrás de él.
El bajista, al principio demasiado excitado como para poder durar, tomó aire en un par de ocasiones antes de abrazar al rubio por detrás y siguiendo el instinto, usar las manos para ayudarse en su interior.
La sensación fue diferente a las anteriores. Más que la condición fisiológica, fue el conocimiento de que aquel que desde siempre era su lugar porque le pertenecía, ahora era todo suyo cuando con el primer empujón ambos se movieron en sincronía haciendo que el colchón rechinara.
—¿Cómo se siente? –Preguntó el rubio con temor.
—Es… Oh, es… —Georg usó una mano para masturbar a Gustav con la fuerza y rapidez necesaria para agradecerle sin palabras la idea tan maravillosa que había tenido con proponer el hacerlo de aquella manera. Su recompensa fueron los pequeños gemidos que inundaron la habitación en sombras—. Es increíble –sollozó al final sin ser consciente de que lloraba por la emoción contenida.
Gustav, que estaba atento a cada pequeña reacción, apretó los músculos pélvicos alrededor del bajista y lo escuchó jadear hasta que el inconfundible sonido gutural que emergía siempre de sus labios al alcanzar el orgasmo, llegó.
Estimulado por ello, cerró los ojos al dejarse embargar por la cálida sensación que le inundó el vientre bajo y eyaculó con fuerza sobre su estómago y la mano de Georg.
—Me siento pesado –murmuró con voz soñolienta.
—¿Fue tan bueno para ti como para mí? –Preguntó el bajista al salir del cuerpo de Gustav con cuidado y gemir en el proceso—. Los dedos de mis pies se acalambraron.
—Entonces tendremos que hacerlo más veces de esta manera –sugirió el baterista con un feliz sentimiento aposentado en el pecho—. Fue más que bueno.
—Lo sé –confirmó Georg al empujarlo otra vez de espaldas y al tenerlo a su merced, besarlo con deseo—. Para inaugurar la casa, esto ha estado excelente.
—Uh-uh, entonces tendremos que hacer lo mismo en cada una de las habitaciones –amenazó Gustav con una sonrisa pícara—. ¿Te me unes en la labor?
—Órdenes son órdenes –respondió Georg al apagar la lámpara de mesa y sumir la habitación en la más completa de las oscuridades.
—¿Ahí?
—Sí, sí, j-justo ahí –jadeó en respuesta.
De haber estado más atentos o simplemente no tan concentrados en lo que hacían, los gemelos no habrían abierto la puerta para encontrar, ni a Gustav con el trasero al aire y el rostro hundido en la almohada, así como tampoco a Georg, posicionado detrás de él embistiéndolo con ganas.
Por desgracia, el destino solía ser un hijo de puta excepcional.
—¡Oh Dios! –Gritó Bill al cubrirse los ojos y dar un giro para darle la espalda a aquellos dos—. Díganme que no hacen lo que creo que hacen.
—Dudo que eso lo solucione, Bill –gruñó en respuesta Tom, al mirar el techo con gran atención, como si el tono azul cielo en el que estaba pintado fuera de la mar interesante.
Aún en shock por haberse encontrado en aquella posición, Georg se escondió bajo las mantas, no así Gustav que no perdonaba ser interrumpido cuando el orgasmo estaba por llegar. Furioso, les tiraba a los gemelos con las almohadas y gritaba improperios que de él nunca antes habían salido.
—Ya, ya, estaremos abajo. Pueden proseguir si quieren –chilló Tom cuando un cojín especialmente voluminoso le dio en pleno rostro.
—Sólo recuerden hacerlo con cuidado porque… —Bill les recordó mientras su gemelo lo arrastraba a través de la puerta, poco dispuesto a que la vergüenza de haber visto una escena digna de películas de adultos le impidiera a Gustav recordar que estaba embarazado.
—¡Largo!
¡Zaz! La puerta se cerró.
Una hora después, bañados y cambiados, Gustav y Georg bajaron las escaleras para encontrarse que los gemelos seguían ahí, sólo que en lugar de bocas abiertas y ojos grandes por la sorpresa, comían un desayuno recién preparado sobre la mesa de la cocina.
—Sus platos son esos –murmuró Tom con timidez, no muy seguro de cuál amigo le iba a dar un puñetazo primero. Por fortuna, ambos estaban hambrientos y tras haber terminado sus asuntos en la ducha, poco quedaba del resentimiento.
—Lo único que me intriga –hablaba Gustav mordisqueando un pan con mermelada –es cómo entraron a la casa. No olvidamos cerrar la puerta, ¿o sí? –Miró a Georg que se encogió de hombros—. No me digan que forzaron la puerta…
—Nah, más bien usamos la llave –comentó Bill con indiferencia—. Conociéndote, Gus, siempre guardas llaves de emergencia entre las macetas así que sólo fue cuestión de encontrar la correcta.
—A todo esto, ¿para qué vinieron? –Georg, que quería una explicación de qué hacían ahí, más que de cómo habían entrado a la casa, preguntó primero.
—Visitar, obvio –respondió Tom—. Además, sucede que… Verán chicos… —El tono con el que lo dijo hizo que Gustav tomara la mano de Georg por debajo de la mesa. Toda conversación incómoda empezaba siempre de aquel modo. Mejor estar preparados para lo peor.
—Lo diré yo –desdeñó Bill al ver que su gemelo comenzaba a tartamudear sin llegar a ningún lado—. En vista de que hoy van a ir a comprar las cosas para el cuarto de las niñas, pensamos que lo mejor era acompañarlos, ya saben, como apoyo moral.
Gustav arqueó una ceja. ¿Aquellos dos de qué demonios estaban hablando? Como apenas estaba alcanzando el sexto mes de embarazo, no se sentía con urgencia por decorar la habitación. Con casi tres meses por delante, planeaba mirar un poco antes de decidirse por algo, además de que la mudanza estaba muy reciente y lo que le apetecía era al menos disfrutar de su casa unas semanas.
—Chicos, aún falta mucho para eso. ¿Y apoyo moral? Es ir a comprar un par de todo lo que nos guste, no ciencia de cohetes. –Volvió a morder del pan que desayunaba y se congeló en el acto—. Están ocultando algo, ¿no es así?
La casi imperceptible seña que intercambiaron los gemelos le hizo esbozar una mueca. Qué pregunta, claro que escondían algo, si no, no estarían sentados a su mesa con aspecto culpable. Esos dos no sabían ser discretos ni aunque su vida dependiera de ello. Mejor tomarlo con calma y esperar a que no fuera más grave de lo que podía imaginar.
—Esta mañana llamó alguien a la casa. Preguntó por ti y por tu nueva dirección y… Ejem, se la dimos –empezó Tom—. Quiero que entiendas que era una mujer muy amable y sonaba preocupada. También preguntó como estaban las niñas y un par de cosas más así que supusimos que…
—¿Que qué? –Al rubio las manos se le comenzaron a cerrar en sendos puños. En el vientre, unas contracciones que soportó con estoicismo—. No fuiste tan estúpido como para dársela, ¿verdad? Oh, qué digo, claro que lo fuiste –vociferó al relampaguear los ojos con furia.
—No es todo –se disculpó Bill para quitar un poco de culpa en su gemelo—. Es que cuando se despidió dijo que… —Tomó aire como para darse valor—. Vendría hoy a ver cómo estaban sus nietas.
—¿Nietas? –Intervino Georg al entender de qué iba todo—. Mierda…
En sucesión, como sucesos encadenados, apenas Georg cerró la boca, alguien tocó a la puerta y el teléfono en la casa comenzó a sonar.
Largos segundos pasaron. –Sí, bueno, está bien que le quieran dar dramatismo, pero no exageren… —Tom los desdeñó al descolgar el teléfono inalámbrico de su sitio y contestar con un “¿Aló?” para luego enfilar a la puerta como si nada.
—A veces no tiene naaada de tacto –lo catalogó Bill. Con cariño, luego tomó la mano de Gustav, que parecía un tanto aplastado por la noticia de que la madre de Bushido, una madre que jamás antes había tratado, iba de visita. Presumiblemente en la puerta.
O error. Gran error.
—¡Georgie! –Entrando a la habitación con bolsas de regalos y a Tom estrujado entre ellos al tiempo que le daba besos, estaba Melissa, la mamá de Georg, tan jovial y alegre como siempre—. ¿No dice el refrán que si el hijo malagradecido no te visita tú debes ir con él? Heme aquí, ¡sorpresa! –Soltando a Tom que aún seguía hablando por teléfono, prosiguió a repartir besos a su hijo, a Bill y por último a Gustav, que anonadado, apenas si pudo saludarla con un tímido ‘hola’ que le salió como croar de rana.
—¿Ma-Mamá, qué haces aquí? –Preguntó sin creer que su progenitora estuviera realmente parada en el centro de su nueva cocina. Además, sonriente como si se hubiera ganado la lotería—. No te esperábamos sino hasta… —Mal inicio de tema; en realidad no la esperaban. No que no planeara decirle que ahora era hombre de familia, pero abrigaba la ilusión de no tener que enfrentar el tema sino hasta meses después. Presumiblemente pasado el parto.
—¿Qué si qué hago aquí? –Dijo la mujer con sarcasmo—. Vine a ver a mis nietas, a mi yerno y a mi único hijo. Verte en las noticias junto con Gustav no es precisamente el contacto familiar con el que soñé, así que decidí venir a verlos.
—¿No pudiste avisar antes? –Georg no lo quería decir, pero la presencia de su madre ahí le producía la sensación de una mala experiencia. Siendo que ella no era la visita que tenían en mente cinco minutos antes, lo mejor era sacarla de la casa—. Gustav y yo íbamos a salir.
—Puedo ir con ustedes, ese no es el problema –le quitó importancia al tema. Se sentó en una silla y contempló a Gustav con adoración unos segundos antes de dejar formular su petición—. ¿Puedo tocar? Hace años que había perdido la esperanza de tener nietas… Siempre supe que Georg sería para ti, pero nunca que este milagro podría ocurrir. –Miró a al baterista con ojos húmedos y éste se tuvo que aguantar las ganas de quejarse. Asintió dos veces y las manos de su suegra se posaron con ligereza encima del vientre.
El calor que de ellas emanaba lo reconfortó al instante. Las niñas siempre atentas a los cambios de su cuerpo disminuyendo la intensidad de sus patadas como si entendieran que era el momento correcto para comportarse con corrección.
—¿Sentiste muy fuertes los primeros síntomas del embarazo? –Preguntó Melissa con una gran sonrisa, recordando tiempos pasados—. Cuando estaba esperando a Georg no podía ni subir las escaleras sin sentir que todo me daba vueltas. Los primeros tres meses vomité tanto que bajé casi cinco kilos. No me sorprendería si te pasa lo mismo, corre por la familia Listing –declaró con tanta felicidad que Gustav no tuvo el corazón más que de volver a darle la razón y tragarse lo demás.
—Mamá, no es por correrte pero… —Empezó Georg antes de saltar veinte centímetros del suelo cuando Tom colgó el teléfono y soltó una maldición—. ¿Qué pasa?
Como respuesta, por segunda vez en el día sonó el timbre y por tercera, recibieron visitas.
—Voy yo –anunció Bill con voz de adolescente cambiando a grave.
Gusta sólo se cerró en sí mismo. Aquello no podía terminar bien para nadie si pretendían mantener aquella mentira. Al menos si querían que todo saliera bien. Quería tanto a Melissa por conocerla de años antes que engañarla al hacerle creer que las niñas eran de Georg y por ende de su familia, le producía un dolor de estómago equivalente a comer dinamita.
—… Lo siento, no puedo esperar –dijo una voz en la otra habitación, que seguida de Bill aumentando en volumen, los tuvo a todos mirando a la puerta.
—Espero no sea alguien de la prensa –comentó Georg al sentarse al lado de Gustav y pasarle un brazo por encima del hombro.
—No es la prensa, te lo aseguro –lamentó Gustav con la conocida opresión en el pecho haciendo estragos. Era de la más vil angustia, eso sin lugar a dudas.
—¡Oiga, no puede pasar! –Una mujer hizo aparición en la cocina, jadeando y con el abrigo que llevaba un tanto desacomodado. Detrás de ella, Bill sujetándole el brazo—. Voy a llamar a la policía –amenazó al fin el menor de los gemelos, viendo que aquella mujer pasaba de sus advertencias como si no le importaran en lo más mínimo.
—Haz lo que quieras. Tengo el derecho de estar aquí –dijo ésta con voz firme pero sin la arrogancia que se esperaría en un caso así—. Son mis nietas… No me puedes pedir que me vaya.
—¿Perdón? –Melissa se puso de pie con una mano sobre el pecho—. ¿Qué has dicho?
Georg gimió en espera de lo que se veía venir. Miró a Gustav, que pálido como el papel, se mantenía firme ante la tensión. Temblaba, sí, pero al mismo tiempo se sostenía con toda su entereza tratando de ser fuerte ante todo. Le dio un apretón en el hombro que liberó un poco de nervios, más no solucionó la bomba de tiempo que estaba por estallar.
—Discúlpenme por interrumpir, es que… —Parada en medio de la habitación con ojos escrutadores encima de ella, fue una sorpresa cuando se presentó—. Me llamo Clarissa, soy la madre de Anis.
—¿Quién es Anis? –Preguntó Tom con falta de tacto.
—Idiota, así se llama Bushido –le espetó Bill con incredulidad de que su gemelo fuera tan ignorante al respecto—. No esperabas que se llamara Bushido realmente, ¿verdad?
—Uhm, no sé. ¿Sí? –La respuesta aligeró el ambiente para todos, excepto para Gustav, que se hundió en el asiento.
—Alguien me puede explicar qué pasa aquí –exigió Melissa al instante—. Gustav… —Se dirigió al baterista, que sólo atinó a bajar la mirada cohibido—. Quiero la verdad.
—Pasa que el padre de las criaturas es mi hijo –aclaró Clarissa con incomodidad—. Yo no entiendo mucho lo que ha pasado porque Anis se niega a explicármelo, pero yo he venido por mi cuenta. Sólo quiero estar con las niñas, el resto no me importa.
—¿Es cierto, Georg? –Melissa frunció el ceño al encararse a su hijo y acorralarlo sin escapatoria—. ¿Las niñas no son tuyas?
—Mamá, yo… —Tragó saliva con dificultad—. Lo siento, no, no son mías, pero como si lo fueran. El resto no te lo tengo que explicar ni siquiera a ti.
—Georg, yo no quise decir eso… —Melissa parpadeó para sofocar la necesidad que llorar que la inundó—. Es que fue repentino. ¿Ya lo pensaste bien? ¿Estás realmente seguro de que es lo que quieres? ¿Por qué no me dijiste antes?
En los brazos del bajista, Gustav se estremeció.
—¡Claro que sí, por Dios! –Gritó Georg—. Tú lo sabes, mamá, cuánto significa Gustav para mí. Todo de él. También dijiste que lo entendías, que para cuando yo estuviera listo, estarías por mí. Te necesito ahora más que nunca porque voy a ser papá… Son mis hijas y si quieres, serán tus nietas.
Melissa abrió la boca para replicar airada, pero Clarissa la sujetó del brazo.
—Siento mucho haber ocasionado esta situación a todos ustedes –se disculpó de nuevo—, pero no puedo evitar inmiscuirme. Yo sólo quiero el bienestar de las niñas. Este estrés no es bueno para nadie.
—No –interrumpió Georg—, es ahora o nunca, mamá. No te presiono a pensar de ninguna manera, pero al mismo tiempo te aviso que la puerta es grande si tomas le elección de salir de mi vida. –Sujetó a Gustav más cerca y le besó la sien con amor—. Tú decides.
Melissa sonrió para sí. –Te pareces a tu padre. Pudo no haber sido el mejor del mundo, pero era un hombre de agallas.
—¿Qué respuesta es esa? –El bajista tensó la mandíbula en espera de tener la entereza necesaria para ser hombre de verdad y comportarse a la altura que la situación lo requería.
—Que creo que las niñas tendrán tres abuelas –declaró al apoyarse un poco en Clarissa antes de tomar aire y acercarse a conocerla—. No me he presentado formalmente –se explicó con un poco de timidez—. Yo soy la tercera abuela, me llamo Melissa. Nuestros nombres se parecen, curioso, ¿no? –Rompió el hielo.
—Tu mamá nunca cambia –le susurró Bill a Georg apenas vio que ambas mujeres se dispusieron a tomar asiento y platicar.
El bajista suspiró. –Me alegro por eso aunque no lo creas… —Las miró por encima del hombro—. No te imaginas cuánto…
—Mi hijo es un cabrón –dijo sin más Clarissa, después de un par de horas de adaptarse todos juntos.
Sentados a la intemperie en el jardín trasero, con los pies sumergidos en la fresca agua de la piscina que por poco provocaba que Gustav no comprara la casa, él y la madre de Bushido platicaban como si se hubieran conocido desde siempre.
Aquella mujer rubia y de ojos grises que no guardaba gran parecido con el rapero, excepto quizá por el carácter mordaz con el que al parecer se manejaban con astucia por la vida, pero a Gustav le importaba poco. Le agradaba.
—Seh, bueno, no puedo hablar muy bien de mí –se encogió de hombros el baterista—. Nunca le dije nada, me he escondido desde entonces y no lo culpo por lo ocurrido.
—Ah, el chico bueno eres tú. Me habría gustado tenerte realmente como mi nuera, o yerno, no sé. Espero no molestarte. –Clarissa chapoteó un poco en el agua y las ondulaciones que se produjeron en la superficie los ensimismaron—. Realmente vine sin que Anis lo supiera. Me costó mucho hacer que me dijera la verdad. No que verlo llegar con un ojo morado de visita me sorprendiera, pero tú sabes cómo es esto. Instinto materno. Seas mujer o no, te da con los hijos.
—Ese fue Georg… —Miró por encima del hombro al bajista, que sentado con los gemelos y con su madre en la mesa del jardín, comían pizza en vista de que a nadie se le antojaba estrenar la cocina para hacer algo más que hot-cakes y utilizar el microondas. Ni hablar de una comida de tres platos; era un sueño imposible el siquiera contemplarlo como opción—. Espero no lo haya lastimado mucho.
—Qué va –se rió la mujer—, ha tenido peores. Él nunca presume de eso, pero de algún modo u otro me entero. Es un hombre duro; sus palabras no las mías. –Lo codeó con cuidado—. Hey, sé que sonará extraño pero hay algo que quiero pedirte…
—¿Acompañarme a la próxima cita con la ginecóloga? –Adivinó—. Melissa ya lo pidió primero. Al parecer es algo que hacen las suegras primerizas, vaya uno a saber. Mi cita es en dos días y me gustaría tenerte ahí. Mi madre también va a ir así que será raro, muy raro –agregó con las orejas ardiendo—, pero después de embarazarme nada lo parece más que eso.
Clarissa le acarició el vientre, recibiendo pataditas de regalo. –Eres especial, Gustav. Sé que vio mi Anis en ti; por eso mismo con gusto iré.
—Ustedes dos –ambos voltearon la cabeza para encontrarse a Georg con dos platos—, la comida está lista. Recién salida del microondas.
—Y se cree que es su mayor logro culinario –susurró Gustav por lo bajo, arrancándole una carcajada a Clarissa—. Ahora, necesito ayuda para ponerme de pie –bufó—, que al paso que voy, comenzaré a rodar cuando necesite moverme.
Al final, tras dejarse secar los pies con una toalla en el regazo de Georg y comer pizza de peperoni con su último vicio: mantequilla de maní granulada, acompañada de un enorme vaso de limonada fresca, despidieron a todos.
Melissa y Clarissa yéndose juntas, extrañamente unidas por un vínculo poco convencional, pero repentinamente tan amigas que no era posible no esbozar sonrisas ante aquello. Los gemelos por su parte, prometiendo volver al día siguiente (“Sólo para ver cómo siguen” en palabras de un cariñoso Bill, dejando entrever en ello la extraña manera que tenían de preocuparse él y Tom por ellos) y así el resto de la semana. También, prometiendo ir a la cita con Sandra, por sí acaso igual, que según dijeron bromeando con Georg, tres madres juntas y Gustav embarazado, eran como los jinetes del Apocalipsis torturando.
Aún más tarde ese día, tendidos de lado y abrazados, Georg y Gustav agradecieron mucho aquella vida y la compañía que les había sido brindada. Sujetos de las manos, cayeron dormidos con la confianza de mientras permanecieran juntos, podían superar lo que se les viniera encima.
—¡Qué grandísimo hijo de puta! –Maldice Bushido. Se pasea de lado a lado en la habitación ante un incrédulo Gustav que no sabe si es conveniente retirarse en silencio o tratar de consolarlo.
Ni una ni otra cuando el rapero mismo cae en la cama, apoya la cabeza en los muslos de su pareja y cierra los ojos. No duerme; su respiración agitada lo delata.
Gustav sólo le toca el rostro, el cuello, las mejillas, los labios; se inclina por un beso que le sabe a cobre. No dice nada y escucha todo.
Una historia que no se asemeja a su realidad. Un padre que no quiere al grado de odiarlo y una madre que adora con devoción. Asiente de vez en cuando al tiempo que la historia se desgrana; se preocupa más por el hecho de saber que llegará tarde, que para cuando lo haga Georg ya estará dormido en algún sillón esperando su regreso.
Olvida de Clarissa porque para él, ella es alguien que no tiene posibilidades de conocer.
Nunca.
O eso cree.
—Hasta que lo pierde –completó la frase Bill, que en idénticas condiciones, descolgaba la ropa del armario para con cuidado doblarla y guardarla en más cajas. Se frotó la barbilla—. Creo que el refrán no se aplica en éste caso.
—Nah, lo que yo iba a decir es que ‘uno no sabe lo que tiene hasta que se muda de casa’, especialmente cuando se es rock star –agregó con un guiño.
Gustav, que en calidad de espectador dado que el vientre no le permitía cargar algo encima que no fuera su misma voluminosa humanidad, ni tampoco inclinarse al frente sin irse de cabeza, rodó los ojos. Apenas era mediodía, pero el día ya se sentía largo. Y con razón, que en pie desde las seis de la mañana, no se habían tomado más que un descanso para desayunar, ir al sanitario y después seguir.
—Estoy lleno de polvo –masculló Bill al ponerse de rodillas en el reducido espacio del clóset y rebuscar entre prendas que parecían llevar ahí una eternidad—. Gus, no puedes hablar en serio de empacar todo esto. Vamos, esta playera no la usas desde… —El baterista contempló la mencionada prenda y hasta él mismo detuvo su acción de doblar unos pocos de calcetines en una bolsa para tratar de recordar.
—¿La era Devilish? –Aventuró Tom al salir del baño cargando la colección de toallas blancas con esquinas azules que el rubio adoraba usar para limpiarse el rostro.
—Es mía, la quiero. Sólo empácala –desdeñó Gustav al final. Cierto, esa camiseta no se la ponía desde mucho tiempo atrás, pero no por ello la iba a tirar. Que fuera de la era de las cavernas no importaba. A la menor oportunidad la iba a usar tanto como antes. Sin discusiones, la conservaba.
—Oh, pero ni siquiera te la puedes poner –fue el desatinado comentario de Bill, que mientras se agachaba para colocarla doblada en la caja de ropa, recibió un zapato en plena cabeza.
—Eso es por considerar que estoy… —El baterista se sulfuró tal, que de ser más animal que humano, se le habría erizado el vello de la nuca visiblemente—. ¡Eso! –Aunado a los senos que ahora se le desbordaban por la camiseta de manera sensual, el vientre era su mayor impedimento para usar mucha de la ropa que tenía. Como cubriéndose, se cruzó de brazos—. Espera un par de meses más y me la pondré. Me va a quedar mejor de lo que a ti alguna vez se te verá.
Bill iba a replicar de manera mordaz a eso, hastiado ya de estar limpiando y empacando como si no pudieran contratar a alguien para ello porque pobres no eran, pero en su lugar se atragantó cuando los ojos de Georg le dijeron sin palabras un mensaje bastante elocuente. “Lo dices, haré que te lo tragues”. Aquello asustaba a cualquiera; el menor de los gemelos no era la excepción.
—¿Sabes qué pienso? Es genial poder usar la ropa que te sienta bien. –Tras voltearse de espaldas, se volvió a enfrascar en su labor.
Gustav sólo suspiró. Ser tratado con pinzas como si se tratara de algún objeto precioso no le iba, lo detestaba, pero si funcionaba para callar malos comentarios, mejor que mejor. Podía acostumbrarse un poquito si las ventajas valían la pena.
Batiendo palmas, continuó con su labor. Planeaba e iba a cumplirlo hasta las últimas consecuencias, dormir esa noche en su propia casa al lado de Georg.
Costara lo que costara.
—Estoy… Ahhhh, muerto… —Horas después, Gustav cumplía su sueño. Casi.
—Yo también… —Murmuró Bill a su lado, hundiendo el rostro sucio en la almohada y esparciendo manchas de mugre por todos lados de la suave tela—. Si algún día tengo que volverme a cambiar de casa, compraré todo nuevo. Al cuerno los recuerdos. Nada de empacar, sólo largarme.
—Tú no te estás mudando de casa, deja te recuerdo –le interrumpió Georg, que descansando al otro lado de Gustav en su cama, se apartaba el brazo de los ojos para apoyarse en los codos y descubrir que ambos gemelos les invadían la recámara principal con aspecto agotado como si lo que hubieran cargado fueran elefantes y no simples cajas—. Chicos, ¿no creen que ya sea hora de irse a dormir?
—Sí, buenas noches –barbotó Tom con labios torpes antes de tomar aire con pesadez y caer dormido. Un golpe en el costado lo sacó del país de los sueños.
—Él quiere decir que nos larguemos –le explicó Bill a su gemelo, pues éste entendía de las indirectas un cero total—. Tomi…
—Nuh, quiero dormir –gruñó Tom con aquel tono suyo que era clarísimo: Me despiertas y te mato… Dos veces—. Sólo voy a descansar los ojos un rato, ¿ok? Un ratito nada más –y sin esperar respuesta, se colocó de costado para empezar a roncar.
Georg soltó un quejido bastante audible. —¿Qué? ¿En serio? Chicos, Gus y yo nos mudamos de casa y de ustedes, no es para que sigan durmiendo en nuestra cama –se quejó con un cierto dejo de queja infantil en su voz—. Así que largo.
—¡Samomusado! –Gruñeron ambos gemelos antes de acurrucarse el uno con el otro y ahí sí, caer dormidos en el sueño milenario que dudaría hasta que a sus dueños se les fuera el cansancio o dieran las cinco de la tarde del día siguiente. Lo que sucediera primero.
—¡¿Qué?! –Estalló el bajista.
—‘Estamos muy cansados’, creo –repitió Gustav el mensaje al rodar de su postura de estar acostado de espaldas, para ponerse de costado con el rostro apoyado en el pecho de Georg—. Déjalos. Mañana se irán. Han trabajado duro. Todos —enfatizó— hemos trabajado mucho. Además –se rió para luego acomodarse mejor en la curva del cuello del bajista y soltar ahí aire caliente producto de su respiración que le provocó escalofríos a éste de pies a cabeza—, antes de irse quiero que acomoden las cajas y hagan desayuno.
—Eres malvado, Gustav –lo abrazó Georg por la espalda y lo atrajo contra sí—. No sé si los pies apestosos de Tom valen la pena por lo que va a trabajar mañana, pero será como tú quieras.
—Seh… —La paz que lo invadió era como estar sumergido en una tina de agua tibia. Hasta las niñas estaban dormidas porque sus movimientos eran mínimos—. Te prometo que mañana que se vayan, mañana que no estén aquí…
—¿Mmm? –Georg entrelazó las piernas contra las de Gustav y en pleno verano, aquel contacto ligero le hizo apreciar la dicha de dormir sin pesadas mantas—. ¿Mañana qué?
—Estrenaremos el… —Bostezó con fuerza antes de contestar—. Inauguraremos la casa dándole un buen uso a la cama. –Se abrazó más, ajeno a que Georg gemía ante la mera idea—. Te lo prometo.
Dormido, ya no apreció el sonoro ‘Oh Gus’ dolorido que salió en labios de Georg.
Honestamente, Gustav pensó que el gemelo que se le iba a soltar en brazos al momento de la despedida y hacer aquello más difícil de lo que ya era, iba a ser Bill.
Ocupando su lugar, sin embargo, estaba Tom. No en brazos y tampoco llorando, pero con la mano en el marco de la puerta y aspecto de cachorro apaleado, se contenía para no hacer algo propio de Bill.
—… los vamos a ver pronto –hablaba Georg, ajeno a que el mayor de los gemelos se estaba comportando como la madre de Gustav al ver a su pequeño retoño partir de su seno materno. Metafóricamente hablando, pero igual—. David nos quiere trabajando antes de que Gustav comience a rodar por las escaleras del estudio… ¡Ough! –Recibió un pellizco por parte de su novio ante semejante comentario—. De cualquier modo, apenas nazcan las niñas seguiremos donde quedó todo.
—Uhm… —Tom se mordisqueó la uña del pulgar antes de tronarse los dedos y al parecer, querer decir algo que se le atoraba—. ¿Están seguros de esto? –Preguntó al fin, obteniendo tres pares de cejas alzadas en sorpresa—. Vivir solos, ya saben, no me importaría si se esperan un poco más. Después de que des a luz o que las niñas vayan a la Universidad… —Se atragantó al final.
—¿Tomi-Pooh se siente…? ¡Ouch! –Ahora por una patada certera en la rodilla, Georg se interrumpió—. Ok, ya capté. Es el día de golpear al pobre Georgie. La próxima vez sólo avísenme antes –se quejó ya hincado para sobarse la zona afectada.
—Sólo digo… —El mayor de los gemelos se masajeó la nuca buscando las palabras adecuadas. Él era generalmente el que dejaba que los demás hablaran por él, pero para ese día, en esa ocasión en especial, quería hablar por sí mismo; sacarse todo lo que llevaba dentro porque otra oportunidad no tendría. La mano de Bill que se cerró cálida en torno a la suya, lo ayudó—. Los voy a extrañar. A los dos –agregó mirando a Georg que seguía en el suelo—. Mucho más de lo que se imaginan.
—Idiota, ven acá –le dijo Gustav al abrazarlo y dejar que se uniera Bill como era su costumbre. Los meses pasados no los iba a olvidar jamás, no sólo por la tensión vivida o la inquietud de despertar cada día asustado, sino porque aquellos dos habían estado a su lado. Mejores amigos en el mundo no podía pedir jamás. Sería blasfemia—. Saben que pueden venir cuando quieran…
—… Excepto después de las diez de la noche y no sé, ¿ antes de las diez de la mañana? Dudo que se levanten antes de esa hora, pero más vale prevenir que lamentar… —Por tercera vez en aquel día, Georg recibió un golpe, esta vez en la base de la cabeza y para no dejarlo de lado, por parte de Bill.
—Arruinas el momento –sentenció con una semi sonrisa al soltar a Gustav e inclinarse para darle un beso en el vientre. Apenas hacerlo, abrir grandes los ojos con una declaración—. Tienes algo ahí –apuntó con un dedo largo a la enorme barriga.
—Se llama vientre de embarazo, Bill. Y ahí hay gemelas, duh. –Tom hizo lo propio de soltar al baterista, ya más ligero de lo que cargaba en el pecho—. Y no señales con el dedo que es de mala educación.
—No, no, Gustav tiene algo… Se sentía como… Un bulto –repitió cabeceando en negación a creer que no fuera nada de que preocuparse. Teléfono móvil en mano, anunció que iba a llamar a Sandra.
—Calma, antes que nada… —Ya recuperado, Georg le quitó el teléfono al menor de los gemelos para cortar la llamada e inclinarse a examinar a Gustav que se recorría el vientre con ambas manos—. Deja pruebo yo. –Removiendo con cuidado las manos del baterista para él mismo tantear alrededor, se sorprendió cuando en efecto, la yema de un dedo le rozó contra un pequeño montículo que ni duro ni blanco en exceso, se palpaba extraño. Sin esperar por permiso, alzó la enorme camiseta que el rubio portaba, un regalo de Tom, para encontrarse con la boca abierta segundos después.
—¿Qué es eso? –Cuestionó Tom al inclinarse por debajo de la carpa de circo que componía la ropa de maternidad de Gustav y examinar de cerca—. Parece un…
—Ombligo. Es tu ombligo, Gus –dijo Georg conteniendo las ganas de soltarse a reír. A su novio no le iba a caer en gracia aquello ni pasados mil años.
—¿Cómo que mi ombligo? –El cuadro de ver al rubio inclinado sobre sí mismo tratando de verse el ombligo a pesar de que la misma barriga no lo dejaba doblarse en dos, era hilarante, por no decir que merecía ser inmortalizado en una fotografía para mandar como postal en navidad—. Oh, mierda… —Gruñó cuando al fin atinó a rozar la protuberancia.
—¿Está al revés? –Tom se inclinó para verlo mejor y desde las profundidades bajo el globo terráqueo que la colgaba de la cintura, Gustav lo escuchó con muchas ganas de darle un golpe—. Tienes el ombligo salido, como si se hubiera volteado.
—Lo que me faltaba –gruñó el baterista con un dramatismo más propio del Bill que suyo.
—Es lindo –lo desdeñó Georg—. Digo, no muy práctico porque ahora parece que tienes un tercer pezón y frío al mismo tiempo, pero tiene su encanto.
—Georg –siseó el rubio—. Cállate. No ayudas. Es asqueroso.
El bajista rodó los ojos. –No sabes de lo que hablas –comentó con desparpajo y como si nada, besó el ombligo usando la lengua para recorrerlo una única vez.
Las quijadas de los gemelos fueron a dar al suelo. Las piernas de Gustav temblaron.
—¿Lo ves? No me importa. –Georg apoyó la cabeza contra el costado de Gustav y recibió una patadita de una de las niñas cerca de la oreja—. Ya, ya, día de maltratar a Georgie, ya entendí.
Las manos de Gustav sujetaron a Georg con cuidado para hacerlo alzar el rostro. –Gracias –musitó.
Los gemelos comprendieron que era hora de irse. Silenciosos, dejaron a aquellos dos disfrutar de su primer momento de privacidad en su nuevo hogar.
Estos se quedaron quietos un poco más, disfrutando de su mutua compañía.
—Olalá… —Dijo Georg con sorpresa al salir de bañarse, aún usando la toalla para secarse el cabello, cuando se encontró con Gustav. Sentado en la esquina de la cama, parecía esperarlo ansiosamente. Oliendo a jabón y a esa crema anti-estrías con aroma a mandarina y kiwi que Bill le había regalado so pena de untársela él mismo si no se masajeaba el vientre a diario con ella, lucía nervioso.
—No digas nada –murmuró éste al ver que los ojos escrutadores del bajista lo recorrían de arriba abajo. Más que nada abajo, puesto que con lo que llevaba puesto, nada dejaba a la imaginación—. Pensé que quizá podríamos…
—Déjame adivinar –Georg se sentó enseguida de Gustav y le acarició el muslo, obteniendo con ello un ruidito placentero—, desnudo, veo el lubricante fuera de su cajón y tienes esa cara que dice… —Se inclinó por el cuello y dejó un beso ahí –‘cómeme’. Imagino lo que quieres.
—Uhm, y yo que pensaba que era mi cara de ‘vamos a hacerlo como conejos’ pero si, ahhh, aún así entiendes el mensaje, no me quejo –correspondió Gustav el cariño, al moverse un poco más arriba en la cama y con cuidado de no irse de lado, quedar recostado en el centro del colchón.
Sin nada de ropa y con las piernas ligeramente separadas, se sintió expuesto ante Georg, que se lamió los labios y con cuidado de no lastimarlo, se posicionó en cuatro patas encima de él.
—Pensé que hoy podríamos probar algo nuevo –murmuró con voz pequeña, algo muy lejano de lo que él era en la cama. Gustav no era de los que se cortaba en la intimidad en lo que se refería a conseguir lo que deseaba, dónde, cuándo, como y con quién lo quería. Al fin y al cabo, sus gustos eran de lo más placenteros, por no decir que sabía ser correspondiente con sus amantes.
—Casa nueva, ¿recuerdas? –Georg se desanudó la toalla que aún llevaba en torno a la cadera y apenas le tuvo fuera, el calor que Gustav exudaba debajo de él lo instó a recostarse con suavidad sobre su cuerpo—. Aunque por nuevo te refieres a postura, ¿no? Dudo que desde aquí pueda, ya sabes… —Se deslizó por encima del rubio y la zona entre sus piernas colindó—. Alguien está húmedo…
Gustav rodó los ojos. –Ese eres tú. Yo tengo control.
—Suena a reto. –Antes de que Gustav tuviera manera de contradecirlo, un par de labios se posicionaron sobre los suyos, moviéndose con paciencia mientras las manos del bajista le toqueteaban los pezones con delicadeza para no lastimarlo por exceso de emoción.
Tras unos minutos, Gustav se sentía convertido en un charquito maloliente a sexo que exudaba su fragancia en la recámara. Atendido con mucho cuidado, no podía evitar de vez en cuando alzar la cadera por una cercanía más complementaria a la que ya recibía.
Con una mano aferrando el cabello de Georg y la otra estrujando las sábanas, gimió cuando el muslo del bajista se deslizó por su pene ocasionando que la fricción entre ambos se desatara al moverse juntos hasta hacer rechinar el colchón nuevo.
—G-Georg… —Se ahogó el rubio al abrir más las piernas y comprobar con desánimo que Georg se cuidaba de no apoyar todo su peso sobre él—. Vamos, sigue como antes…
—No sé, Gus… —Apoyándose de costado, Georg resopló aire contra un mechón aún húmedo que se empeñaba en cubrirle el rostro—. Tengo miedo de lastimar a las niñas –susurró con vergüenza—. No de que, ejem, lo hagamos, sino de aplastarlas.
—Ah. –El baterista extendió una mano para tocar el hombro de Georg, así atrayendo su atención—. Estuve pensando que quizá podríamos hacerlo de otra manera.
—¿Quieres ir arriba? –Intentó adivinar el bajista, al estremecerse ante la idea. A Gustav aquella postura no le gustaba porque decía que se le cansaban demasiado los muslos y gruñía sin par cuando eso sucedía, pero si era la única manera de hacerlo, así sería—. Pensé que no te gustaba.
—De hecho, sigue sin gustarme. Pensaba más en… —Con cuidado de no moverse con brusquedad, Gustav se giró de costado dejando la espalda a la vista de Georg, que apenas lo vio, lo abrazó por detrás enterrando el rostro entre los omóplatos de éste.
—¿Mmm? Esto es nuevo –aceptó el bajista aquella postura. Besó el tatuaje de Gustav con los labios entreabiertos y sopló aire, obteniendo con ello que la piel del rubio se erizara—. No me puedo quejar.
Alineándose a la perfección con Gustav, uso una mano en la cadera para estabilizarlo a su lado y después para recorrer la curva de su vientre con dedos tímidos conforme los pliegues se le revelaban. Siendo que el rubio era más bien pudoroso en cuanto a mostrarse completamente desnudo ahora que estaba embarazado, era más familiarizarse con la zona presumir posesión de ella.
No fue sino hasta que el dorso de la mano golpeó algo duro que sonrió para sí al darse cuenta de que Gustav ostentaba una orgullosa erección. Aquel contacto le arrancó un chillido al baterista, que arqueó la espalda y en el proceso refregó su trasero contra la entrepierna de Georg.
—Oh Dios –gimió éste con voz pesada—. ¿Crees que puedas pasarme la loción?
La botella, del lado de la cama de Gustav, descansaba ostentosa bajo la tenue luz de la lámpara de noche a escasos centímetros de la mano del baterista, por eso, a Georg le sorprendió oír una negativa.
—Te lo dije –le recordó Gustav—, quiero probar algo nuevo…
Georg se detuvo con la mano firmemente afianzada del pene de Gustav y a medio tentativo intento de complacerlo. ¿De qué hablaba Gustav? Algo no cuadraba del todo.
—No entiendo –dijo Georg con voz baja. Si Gustav decidía detenerse, no se lo iba a impedir, pero entonces tendría que ir corriendo al baño a terminar lo empezado. Abrazando al rubio, esperó la respuesta de éste a la pregunta no formulada que ambos sabían estaba ahí.
—Tú sabes que… —Gustav agradeció estar de espaldas a Georg pues así no podía apreciarse el rubor escarlata que le cubría la cara—. Uhm, es una idea nada más. Si no quieres o si crees que no es algo que quisieras probar porque no es lo tuyo, o es demasiado raro, lo entenderé. En serio.
Se hizo el silencio de nuevo; uno muy tenso en el que uno buscaba las palabras adecuadas para decir lo que tenía en mente y el otro se preocupaba por lo que iba a seguir.
—No te vayas a reír –advirtió Gustav con seriedad—. Es ‘sí’ o ‘no’, así que contesta con honestidad y… Y… Dios, no pienses mal de mí…
—¡Gus! –Georg se inclinó para besarlo en la nuca y tranquilizarlo. El rubio era de los que tomaba soluciones tras mucha meditación y que llevaba a cabo mientras no tuviera que explicarse ante nadie; lo que sin excusas no era el caso. Eso y el tartamudeo que lo delataba, eran prueba suficiente para que el bajista interviniera antes de que le diera una embolia por estrés. Fuera lo que fuera, su novio temía de decirlo—. No pasa nada. Sólo pídelo. Mientras no me quieras dentro del bondage, todo irá bien, e incluso así te diría que sí sin pensarlo dos veces.
—Es algo peor que eso… —Admitió el rubio al tomar una de las manos de Georg y apretarla—. No tengo idea de qué vas a decir.
—¿Deportes acuáticos? Porque si es eso, bueno, yo… —Georg se imaginó aquello y exhaló con pesadez—. No es eso, ¿verdad?
—No. Es más algo… Natural –comentó con casualidad.
Georg sólo alzó una ceja. ¿Natural? ¿Y eso en qué sentido o contexto? Si realmente lo fuera, Gustav no estaría comiéndose el seso buscando una manera de decirlo.
—Ni idea. Mejor lo dices sin rodeos –dictaminó al fin—. Lo que sea que quieras, será.
—No es lo que yo quiera –replicó éste—, sino que tú quieras hacerlo.
—Gustav Schäfer, contigo quiero hacerlo todo. T-O-D-O. ¿Ok? –Se explicó el bajista—. Aunque me pidieras ponerme de rodillas con el trasero al aire y mordiendo la almohada diría que sí. –Le dio un apretón en un glúteo y el baterista gruñó en aprobación—. Ahora escúpelo.
—Quiero… —Gustav giró la cabeza para ver a los ojos a Georg y estar seguro de que la respuesta que iba a obtener era ciento por ciento honesta.
Segundo pasaron y ninguna palabra brotaba de los labios del rubio. Igual, decidido a tener el valor necesario para llevar a cabo su idea, tomó la mano de Georg y tiró de ella con suavidad hasta colocarla entre sus piernas.
—No digas nada, por favor –pidió reluctante.
Empujando más abajo de su erección, pasó de ella sin prestarle atención hasta que los dedos de Georg presionaron justo detrás de los sensibles testículos. Una mirada que lo dijo todo cuando Gustav alzó la cadera y Georg se encontró deslizándose en la suave curva que desembocaba en una parte del rubio que no había conocido hasta entonces.
—Le pregunté a Sandra y ella dice que está bien hacerlo –confirmó Gustav al ver la duda en los ojos del bajista—. Si tú quieres…
Georg no dijo nada. No podía. La idea de hacerlo con Gustav de aquella manera, despertaba fuegos artificiales en su bajo vientre.
Relegado a un punto lejano en su consciencia, la existencia de aquel pequeño orificio que confirmaba cómo habían llegado las gemelas a su sitio, hasta antes de ese momento, no importaba. Ahora que presionaba contra la natural humedad de éste, Georg no podía sino esperar a tener la mente más clara para tomar una decisión correcta.
Claro que correcta en aquella situación no era la palabra que buscaba, no si su mismo cuerpo se dejaba llevar por el calor que emanaba Gustav de aquel lugar y con cuidado, usaba el dedo índice para rozar la entrada con cuidado.
Un acallado gemido por parte de Gustav lo hizo decidirse. –Si quiero hacerlo… —Afirmó con voz ronca por la lujuria. Esperó tembloroso a que Gustav le indicara qué hacer—. ¿Necesitas loción?
—No –denegó el rubio—. Estoy excitado, con eso basta. Sólo… Sé gentil al principio.
Regresando a su anterior postura, ambos buscaron un mejor acomodo entre sus cuerpos. Gustav al final optó por levantar una pierna y tras apoyarla segura sobre un montón de almohadas, esperó relajado a que Georg se acomodara detrás de él.
El bajista, al principio demasiado excitado como para poder durar, tomó aire en un par de ocasiones antes de abrazar al rubio por detrás y siguiendo el instinto, usar las manos para ayudarse en su interior.
La sensación fue diferente a las anteriores. Más que la condición fisiológica, fue el conocimiento de que aquel que desde siempre era su lugar porque le pertenecía, ahora era todo suyo cuando con el primer empujón ambos se movieron en sincronía haciendo que el colchón rechinara.
—¿Cómo se siente? –Preguntó el rubio con temor.
—Es… Oh, es… —Georg usó una mano para masturbar a Gustav con la fuerza y rapidez necesaria para agradecerle sin palabras la idea tan maravillosa que había tenido con proponer el hacerlo de aquella manera. Su recompensa fueron los pequeños gemidos que inundaron la habitación en sombras—. Es increíble –sollozó al final sin ser consciente de que lloraba por la emoción contenida.
Gustav, que estaba atento a cada pequeña reacción, apretó los músculos pélvicos alrededor del bajista y lo escuchó jadear hasta que el inconfundible sonido gutural que emergía siempre de sus labios al alcanzar el orgasmo, llegó.
Estimulado por ello, cerró los ojos al dejarse embargar por la cálida sensación que le inundó el vientre bajo y eyaculó con fuerza sobre su estómago y la mano de Georg.
—Me siento pesado –murmuró con voz soñolienta.
—¿Fue tan bueno para ti como para mí? –Preguntó el bajista al salir del cuerpo de Gustav con cuidado y gemir en el proceso—. Los dedos de mis pies se acalambraron.
—Entonces tendremos que hacerlo más veces de esta manera –sugirió el baterista con un feliz sentimiento aposentado en el pecho—. Fue más que bueno.
—Lo sé –confirmó Georg al empujarlo otra vez de espaldas y al tenerlo a su merced, besarlo con deseo—. Para inaugurar la casa, esto ha estado excelente.
—Uh-uh, entonces tendremos que hacer lo mismo en cada una de las habitaciones –amenazó Gustav con una sonrisa pícara—. ¿Te me unes en la labor?
—Órdenes son órdenes –respondió Georg al apagar la lámpara de mesa y sumir la habitación en la más completa de las oscuridades.
—¿Ahí?
—Sí, sí, j-justo ahí –jadeó en respuesta.
De haber estado más atentos o simplemente no tan concentrados en lo que hacían, los gemelos no habrían abierto la puerta para encontrar, ni a Gustav con el trasero al aire y el rostro hundido en la almohada, así como tampoco a Georg, posicionado detrás de él embistiéndolo con ganas.
Por desgracia, el destino solía ser un hijo de puta excepcional.
—¡Oh Dios! –Gritó Bill al cubrirse los ojos y dar un giro para darle la espalda a aquellos dos—. Díganme que no hacen lo que creo que hacen.
—Dudo que eso lo solucione, Bill –gruñó en respuesta Tom, al mirar el techo con gran atención, como si el tono azul cielo en el que estaba pintado fuera de la mar interesante.
Aún en shock por haberse encontrado en aquella posición, Georg se escondió bajo las mantas, no así Gustav que no perdonaba ser interrumpido cuando el orgasmo estaba por llegar. Furioso, les tiraba a los gemelos con las almohadas y gritaba improperios que de él nunca antes habían salido.
—Ya, ya, estaremos abajo. Pueden proseguir si quieren –chilló Tom cuando un cojín especialmente voluminoso le dio en pleno rostro.
—Sólo recuerden hacerlo con cuidado porque… —Bill les recordó mientras su gemelo lo arrastraba a través de la puerta, poco dispuesto a que la vergüenza de haber visto una escena digna de películas de adultos le impidiera a Gustav recordar que estaba embarazado.
—¡Largo!
¡Zaz! La puerta se cerró.
Una hora después, bañados y cambiados, Gustav y Georg bajaron las escaleras para encontrarse que los gemelos seguían ahí, sólo que en lugar de bocas abiertas y ojos grandes por la sorpresa, comían un desayuno recién preparado sobre la mesa de la cocina.
—Sus platos son esos –murmuró Tom con timidez, no muy seguro de cuál amigo le iba a dar un puñetazo primero. Por fortuna, ambos estaban hambrientos y tras haber terminado sus asuntos en la ducha, poco quedaba del resentimiento.
—Lo único que me intriga –hablaba Gustav mordisqueando un pan con mermelada –es cómo entraron a la casa. No olvidamos cerrar la puerta, ¿o sí? –Miró a Georg que se encogió de hombros—. No me digan que forzaron la puerta…
—Nah, más bien usamos la llave –comentó Bill con indiferencia—. Conociéndote, Gus, siempre guardas llaves de emergencia entre las macetas así que sólo fue cuestión de encontrar la correcta.
—A todo esto, ¿para qué vinieron? –Georg, que quería una explicación de qué hacían ahí, más que de cómo habían entrado a la casa, preguntó primero.
—Visitar, obvio –respondió Tom—. Además, sucede que… Verán chicos… —El tono con el que lo dijo hizo que Gustav tomara la mano de Georg por debajo de la mesa. Toda conversación incómoda empezaba siempre de aquel modo. Mejor estar preparados para lo peor.
—Lo diré yo –desdeñó Bill al ver que su gemelo comenzaba a tartamudear sin llegar a ningún lado—. En vista de que hoy van a ir a comprar las cosas para el cuarto de las niñas, pensamos que lo mejor era acompañarlos, ya saben, como apoyo moral.
Gustav arqueó una ceja. ¿Aquellos dos de qué demonios estaban hablando? Como apenas estaba alcanzando el sexto mes de embarazo, no se sentía con urgencia por decorar la habitación. Con casi tres meses por delante, planeaba mirar un poco antes de decidirse por algo, además de que la mudanza estaba muy reciente y lo que le apetecía era al menos disfrutar de su casa unas semanas.
—Chicos, aún falta mucho para eso. ¿Y apoyo moral? Es ir a comprar un par de todo lo que nos guste, no ciencia de cohetes. –Volvió a morder del pan que desayunaba y se congeló en el acto—. Están ocultando algo, ¿no es así?
La casi imperceptible seña que intercambiaron los gemelos le hizo esbozar una mueca. Qué pregunta, claro que escondían algo, si no, no estarían sentados a su mesa con aspecto culpable. Esos dos no sabían ser discretos ni aunque su vida dependiera de ello. Mejor tomarlo con calma y esperar a que no fuera más grave de lo que podía imaginar.
—Esta mañana llamó alguien a la casa. Preguntó por ti y por tu nueva dirección y… Ejem, se la dimos –empezó Tom—. Quiero que entiendas que era una mujer muy amable y sonaba preocupada. También preguntó como estaban las niñas y un par de cosas más así que supusimos que…
—¿Que qué? –Al rubio las manos se le comenzaron a cerrar en sendos puños. En el vientre, unas contracciones que soportó con estoicismo—. No fuiste tan estúpido como para dársela, ¿verdad? Oh, qué digo, claro que lo fuiste –vociferó al relampaguear los ojos con furia.
—No es todo –se disculpó Bill para quitar un poco de culpa en su gemelo—. Es que cuando se despidió dijo que… —Tomó aire como para darse valor—. Vendría hoy a ver cómo estaban sus nietas.
—¿Nietas? –Intervino Georg al entender de qué iba todo—. Mierda…
En sucesión, como sucesos encadenados, apenas Georg cerró la boca, alguien tocó a la puerta y el teléfono en la casa comenzó a sonar.
Largos segundos pasaron. –Sí, bueno, está bien que le quieran dar dramatismo, pero no exageren… —Tom los desdeñó al descolgar el teléfono inalámbrico de su sitio y contestar con un “¿Aló?” para luego enfilar a la puerta como si nada.
—A veces no tiene naaada de tacto –lo catalogó Bill. Con cariño, luego tomó la mano de Gustav, que parecía un tanto aplastado por la noticia de que la madre de Bushido, una madre que jamás antes había tratado, iba de visita. Presumiblemente en la puerta.
O error. Gran error.
—¡Georgie! –Entrando a la habitación con bolsas de regalos y a Tom estrujado entre ellos al tiempo que le daba besos, estaba Melissa, la mamá de Georg, tan jovial y alegre como siempre—. ¿No dice el refrán que si el hijo malagradecido no te visita tú debes ir con él? Heme aquí, ¡sorpresa! –Soltando a Tom que aún seguía hablando por teléfono, prosiguió a repartir besos a su hijo, a Bill y por último a Gustav, que anonadado, apenas si pudo saludarla con un tímido ‘hola’ que le salió como croar de rana.
—¿Ma-Mamá, qué haces aquí? –Preguntó sin creer que su progenitora estuviera realmente parada en el centro de su nueva cocina. Además, sonriente como si se hubiera ganado la lotería—. No te esperábamos sino hasta… —Mal inicio de tema; en realidad no la esperaban. No que no planeara decirle que ahora era hombre de familia, pero abrigaba la ilusión de no tener que enfrentar el tema sino hasta meses después. Presumiblemente pasado el parto.
—¿Qué si qué hago aquí? –Dijo la mujer con sarcasmo—. Vine a ver a mis nietas, a mi yerno y a mi único hijo. Verte en las noticias junto con Gustav no es precisamente el contacto familiar con el que soñé, así que decidí venir a verlos.
—¿No pudiste avisar antes? –Georg no lo quería decir, pero la presencia de su madre ahí le producía la sensación de una mala experiencia. Siendo que ella no era la visita que tenían en mente cinco minutos antes, lo mejor era sacarla de la casa—. Gustav y yo íbamos a salir.
—Puedo ir con ustedes, ese no es el problema –le quitó importancia al tema. Se sentó en una silla y contempló a Gustav con adoración unos segundos antes de dejar formular su petición—. ¿Puedo tocar? Hace años que había perdido la esperanza de tener nietas… Siempre supe que Georg sería para ti, pero nunca que este milagro podría ocurrir. –Miró a al baterista con ojos húmedos y éste se tuvo que aguantar las ganas de quejarse. Asintió dos veces y las manos de su suegra se posaron con ligereza encima del vientre.
El calor que de ellas emanaba lo reconfortó al instante. Las niñas siempre atentas a los cambios de su cuerpo disminuyendo la intensidad de sus patadas como si entendieran que era el momento correcto para comportarse con corrección.
—¿Sentiste muy fuertes los primeros síntomas del embarazo? –Preguntó Melissa con una gran sonrisa, recordando tiempos pasados—. Cuando estaba esperando a Georg no podía ni subir las escaleras sin sentir que todo me daba vueltas. Los primeros tres meses vomité tanto que bajé casi cinco kilos. No me sorprendería si te pasa lo mismo, corre por la familia Listing –declaró con tanta felicidad que Gustav no tuvo el corazón más que de volver a darle la razón y tragarse lo demás.
—Mamá, no es por correrte pero… —Empezó Georg antes de saltar veinte centímetros del suelo cuando Tom colgó el teléfono y soltó una maldición—. ¿Qué pasa?
Como respuesta, por segunda vez en el día sonó el timbre y por tercera, recibieron visitas.
—Voy yo –anunció Bill con voz de adolescente cambiando a grave.
Gusta sólo se cerró en sí mismo. Aquello no podía terminar bien para nadie si pretendían mantener aquella mentira. Al menos si querían que todo saliera bien. Quería tanto a Melissa por conocerla de años antes que engañarla al hacerle creer que las niñas eran de Georg y por ende de su familia, le producía un dolor de estómago equivalente a comer dinamita.
—… Lo siento, no puedo esperar –dijo una voz en la otra habitación, que seguida de Bill aumentando en volumen, los tuvo a todos mirando a la puerta.
—Espero no sea alguien de la prensa –comentó Georg al sentarse al lado de Gustav y pasarle un brazo por encima del hombro.
—No es la prensa, te lo aseguro –lamentó Gustav con la conocida opresión en el pecho haciendo estragos. Era de la más vil angustia, eso sin lugar a dudas.
—¡Oiga, no puede pasar! –Una mujer hizo aparición en la cocina, jadeando y con el abrigo que llevaba un tanto desacomodado. Detrás de ella, Bill sujetándole el brazo—. Voy a llamar a la policía –amenazó al fin el menor de los gemelos, viendo que aquella mujer pasaba de sus advertencias como si no le importaran en lo más mínimo.
—Haz lo que quieras. Tengo el derecho de estar aquí –dijo ésta con voz firme pero sin la arrogancia que se esperaría en un caso así—. Son mis nietas… No me puedes pedir que me vaya.
—¿Perdón? –Melissa se puso de pie con una mano sobre el pecho—. ¿Qué has dicho?
Georg gimió en espera de lo que se veía venir. Miró a Gustav, que pálido como el papel, se mantenía firme ante la tensión. Temblaba, sí, pero al mismo tiempo se sostenía con toda su entereza tratando de ser fuerte ante todo. Le dio un apretón en el hombro que liberó un poco de nervios, más no solucionó la bomba de tiempo que estaba por estallar.
—Discúlpenme por interrumpir, es que… —Parada en medio de la habitación con ojos escrutadores encima de ella, fue una sorpresa cuando se presentó—. Me llamo Clarissa, soy la madre de Anis.
—¿Quién es Anis? –Preguntó Tom con falta de tacto.
—Idiota, así se llama Bushido –le espetó Bill con incredulidad de que su gemelo fuera tan ignorante al respecto—. No esperabas que se llamara Bushido realmente, ¿verdad?
—Uhm, no sé. ¿Sí? –La respuesta aligeró el ambiente para todos, excepto para Gustav, que se hundió en el asiento.
—Alguien me puede explicar qué pasa aquí –exigió Melissa al instante—. Gustav… —Se dirigió al baterista, que sólo atinó a bajar la mirada cohibido—. Quiero la verdad.
—Pasa que el padre de las criaturas es mi hijo –aclaró Clarissa con incomodidad—. Yo no entiendo mucho lo que ha pasado porque Anis se niega a explicármelo, pero yo he venido por mi cuenta. Sólo quiero estar con las niñas, el resto no me importa.
—¿Es cierto, Georg? –Melissa frunció el ceño al encararse a su hijo y acorralarlo sin escapatoria—. ¿Las niñas no son tuyas?
—Mamá, yo… —Tragó saliva con dificultad—. Lo siento, no, no son mías, pero como si lo fueran. El resto no te lo tengo que explicar ni siquiera a ti.
—Georg, yo no quise decir eso… —Melissa parpadeó para sofocar la necesidad que llorar que la inundó—. Es que fue repentino. ¿Ya lo pensaste bien? ¿Estás realmente seguro de que es lo que quieres? ¿Por qué no me dijiste antes?
En los brazos del bajista, Gustav se estremeció.
—¡Claro que sí, por Dios! –Gritó Georg—. Tú lo sabes, mamá, cuánto significa Gustav para mí. Todo de él. También dijiste que lo entendías, que para cuando yo estuviera listo, estarías por mí. Te necesito ahora más que nunca porque voy a ser papá… Son mis hijas y si quieres, serán tus nietas.
Melissa abrió la boca para replicar airada, pero Clarissa la sujetó del brazo.
—Siento mucho haber ocasionado esta situación a todos ustedes –se disculpó de nuevo—, pero no puedo evitar inmiscuirme. Yo sólo quiero el bienestar de las niñas. Este estrés no es bueno para nadie.
—No –interrumpió Georg—, es ahora o nunca, mamá. No te presiono a pensar de ninguna manera, pero al mismo tiempo te aviso que la puerta es grande si tomas le elección de salir de mi vida. –Sujetó a Gustav más cerca y le besó la sien con amor—. Tú decides.
Melissa sonrió para sí. –Te pareces a tu padre. Pudo no haber sido el mejor del mundo, pero era un hombre de agallas.
—¿Qué respuesta es esa? –El bajista tensó la mandíbula en espera de tener la entereza necesaria para ser hombre de verdad y comportarse a la altura que la situación lo requería.
—Que creo que las niñas tendrán tres abuelas –declaró al apoyarse un poco en Clarissa antes de tomar aire y acercarse a conocerla—. No me he presentado formalmente –se explicó con un poco de timidez—. Yo soy la tercera abuela, me llamo Melissa. Nuestros nombres se parecen, curioso, ¿no? –Rompió el hielo.
—Tu mamá nunca cambia –le susurró Bill a Georg apenas vio que ambas mujeres se dispusieron a tomar asiento y platicar.
El bajista suspiró. –Me alegro por eso aunque no lo creas… —Las miró por encima del hombro—. No te imaginas cuánto…
—Mi hijo es un cabrón –dijo sin más Clarissa, después de un par de horas de adaptarse todos juntos.
Sentados a la intemperie en el jardín trasero, con los pies sumergidos en la fresca agua de la piscina que por poco provocaba que Gustav no comprara la casa, él y la madre de Bushido platicaban como si se hubieran conocido desde siempre.
Aquella mujer rubia y de ojos grises que no guardaba gran parecido con el rapero, excepto quizá por el carácter mordaz con el que al parecer se manejaban con astucia por la vida, pero a Gustav le importaba poco. Le agradaba.
—Seh, bueno, no puedo hablar muy bien de mí –se encogió de hombros el baterista—. Nunca le dije nada, me he escondido desde entonces y no lo culpo por lo ocurrido.
—Ah, el chico bueno eres tú. Me habría gustado tenerte realmente como mi nuera, o yerno, no sé. Espero no molestarte. –Clarissa chapoteó un poco en el agua y las ondulaciones que se produjeron en la superficie los ensimismaron—. Realmente vine sin que Anis lo supiera. Me costó mucho hacer que me dijera la verdad. No que verlo llegar con un ojo morado de visita me sorprendiera, pero tú sabes cómo es esto. Instinto materno. Seas mujer o no, te da con los hijos.
—Ese fue Georg… —Miró por encima del hombro al bajista, que sentado con los gemelos y con su madre en la mesa del jardín, comían pizza en vista de que a nadie se le antojaba estrenar la cocina para hacer algo más que hot-cakes y utilizar el microondas. Ni hablar de una comida de tres platos; era un sueño imposible el siquiera contemplarlo como opción—. Espero no lo haya lastimado mucho.
—Qué va –se rió la mujer—, ha tenido peores. Él nunca presume de eso, pero de algún modo u otro me entero. Es un hombre duro; sus palabras no las mías. –Lo codeó con cuidado—. Hey, sé que sonará extraño pero hay algo que quiero pedirte…
—¿Acompañarme a la próxima cita con la ginecóloga? –Adivinó—. Melissa ya lo pidió primero. Al parecer es algo que hacen las suegras primerizas, vaya uno a saber. Mi cita es en dos días y me gustaría tenerte ahí. Mi madre también va a ir así que será raro, muy raro –agregó con las orejas ardiendo—, pero después de embarazarme nada lo parece más que eso.
Clarissa le acarició el vientre, recibiendo pataditas de regalo. –Eres especial, Gustav. Sé que vio mi Anis en ti; por eso mismo con gusto iré.
—Ustedes dos –ambos voltearon la cabeza para encontrarse a Georg con dos platos—, la comida está lista. Recién salida del microondas.
—Y se cree que es su mayor logro culinario –susurró Gustav por lo bajo, arrancándole una carcajada a Clarissa—. Ahora, necesito ayuda para ponerme de pie –bufó—, que al paso que voy, comenzaré a rodar cuando necesite moverme.
Al final, tras dejarse secar los pies con una toalla en el regazo de Georg y comer pizza de peperoni con su último vicio: mantequilla de maní granulada, acompañada de un enorme vaso de limonada fresca, despidieron a todos.
Melissa y Clarissa yéndose juntas, extrañamente unidas por un vínculo poco convencional, pero repentinamente tan amigas que no era posible no esbozar sonrisas ante aquello. Los gemelos por su parte, prometiendo volver al día siguiente (“Sólo para ver cómo siguen” en palabras de un cariñoso Bill, dejando entrever en ello la extraña manera que tenían de preocuparse él y Tom por ellos) y así el resto de la semana. También, prometiendo ir a la cita con Sandra, por sí acaso igual, que según dijeron bromeando con Georg, tres madres juntas y Gustav embarazado, eran como los jinetes del Apocalipsis torturando.
Aún más tarde ese día, tendidos de lado y abrazados, Georg y Gustav agradecieron mucho aquella vida y la compañía que les había sido brindada. Sujetos de las manos, cayeron dormidos con la confianza de mientras permanecieran juntos, podían superar lo que se les viniera encima.
—¡Qué grandísimo hijo de puta! –Maldice Bushido. Se pasea de lado a lado en la habitación ante un incrédulo Gustav que no sabe si es conveniente retirarse en silencio o tratar de consolarlo.
Ni una ni otra cuando el rapero mismo cae en la cama, apoya la cabeza en los muslos de su pareja y cierra los ojos. No duerme; su respiración agitada lo delata.
Gustav sólo le toca el rostro, el cuello, las mejillas, los labios; se inclina por un beso que le sabe a cobre. No dice nada y escucha todo.
Una historia que no se asemeja a su realidad. Un padre que no quiere al grado de odiarlo y una madre que adora con devoción. Asiente de vez en cuando al tiempo que la historia se desgrana; se preocupa más por el hecho de saber que llegará tarde, que para cuando lo haga Georg ya estará dormido en algún sillón esperando su regreso.
Olvida de Clarissa porque para él, ella es alguien que no tiene posibilidades de conocer.
Nunca.
O eso cree.