En lugar de bajar y enfrentarse a Bushido, Gustav enfiló directo al baño del segundo piso donde tras cerrar la puerta y sentarse en la tapa del retrete, se soltó a llorar. Incluso en aquella pequeña habitación se escuchaban con claridad los ruidos que componían la pelea en la planta baja y que el baterista sabía que no acabaría bien para nadie.
Tratando de calmarse en lo posible, intentó oír con atención por encima del ruido del cristal roto que parecía no dejar de caer y la infinidad de groserías que Bill dejaba escapar. Nada. Percibía las tres voces que sabía estaban ahí y nada más. El disgusto presente con el que hablaban y él ahí, escondido sin hacer nada.
Intentó controlarse un poco, apenas pudiendo respirar con normalidad un par de segundos antes de volverse a desmoronar.
—Gustav, tienes que calmarte, tienes que ser fuerte, tienes que…
—… Que dejar de llorar –se repite Gustav por tercera vez. Encerrado en el pequeño cubículo del sanitario, tira de nueva cuenta de la tira de papel higiénico y se limpia el rostro con rudeza. Algo en aquel proceder le hace sentir una amargura tremenda que oculta al pasarse ambas manos por entre el cabello—. Ugh –gimotea antes de encontrarse con dos pares de pies que se detienen ante su puerta y permanecen.
—Gustav –le llama alguien al otro lado. El aludido no piensa, sólo retira el seguro para encontrarse con el mismo par de ojos oscuros que en el transcurso de la noche han presenciado de la humillación que representa para él ver a Georg irse del brazo de alguien más.
—Quiero estar solo –musita el baterista. La puerta se vuelve a cerrar pero en lugar de encontrarse de nuevo sólo él, Bushido invade el resto del espacio. La postura es incómoda. Gustav se encuentra con que las piernas de ambos se rozan. Con que las manos del hombre mayor se apoyan en sus hombros.
Por ello, el beso que llega después, apenas un roce de labios que lo electriza de pies a cabeza, lo convence de huir.
Se pone de pie y sin una mirada atrás, sale de los sanitarios con prisa. Por aquel sabor, sabe que podría arriesgarse a algo más que una repetición.
—Quiero ver a Gustav –repitió Bushido por décima vez en los escasos minutos que llevaba dentro de la casa. Bill volvió a bufar de indignación ante semejante petición. ¿Dejarlo entrar? ¡Y un cuerno! ¿Quién se creía para venir a exigir lo que no le correspondía? Vaya atrevimiento. Si tanta presencia creía tener, se la iba a tener que demostrar.
—¡Y yo quiero que te largues! –Gritó en respuesta al menor de los gemelos al tomar uno de los ceniceros de la mesa y tirárselo al hombre mayor que lo eludió con facilidad—. No eres bienvenido. Largo antes de que llame a la policía.
—Llama a quien quieras. No me voy –sentenció el rapero con la quijada rígida—. Éste es un asunto que no te corresponde.
—¿Y seguramente a ti sí, no? –Bill escupió las palabras al cruzarse de brazos con rebeldía.
—Al parecer sí –fue la respuesta. A Bill le cayó como un ladrillo en el estómago. Lo suyo era una bravata, lo que no esperaba es que Bushido tuviera la cara para enfrentarlo así nomás—. Dile a Gustav que ya estoy aquí. O baja o yo subo, pero hoy vamos a hablar.
—¡Estarás imbécil, tú, grandísimo hijo de…!
—Bill, por Dios –interrumpió Tom a su gemelo—. Los dos, por favor.
Bushido pareció a punto de soltar un puñetazo, lo mismo Bill, pero Tom no se dejó amedrentar por aquel par. En su lugar, suspiró ante la necedad de aquellos dos de comportarse como cavernícolas cada que se encontraban fuera de cámaras como si ello fuera una señal de poder sacar sus más bajos instintos y con ello arrancarse trozos a mordiscos igual que fieras salvajes.
—No es momento para discutir, ¿ok? –Dos pares de ojos lo fulminaron cual metralletas de Rambo cargadas con dinamita como para hacer estallar un país pequeño—. Y no me miren así, los irracionales son ustedes dos, par de idiotas.
—No es cierto –refutó Bill con una mano en la cadera y una ceja arqueada que provocó la misma reacción por parte de su gemelo.
Bushido por su lado se resignó con el mejor acopio de paciencia que contaba. –Tratado de paz. De momento –agregó—. Pero no quiero más porquería volando a mi cara.
—Te aseguro que tendré mejor puntería, idiota –gruñó Bill por lo bajo, pensando que a la próxima se dejaría de preliminares y a la primer oportunidad patearía al rapero entre las piernas.
—Crío de mierda –recibió como respuesta.
—Tú… —La boca se le cerró bajo la mano de Tom que se la cubrió con hastío.
—Bill, compórtate. –Quitó la mano al sentir un mordisco más allá de lo soportable—. Jo, no hagas eso. Duele.
—Lo que sea… —Hizo volar un mechón rebelde que le cayó en el rostro con un soplido y trató de comportarse lo mejor posible. Si no era por Bushido, que fuera por Gustav—. Está bien. ¿Pasamos a la sala o qué? –Preguntó al fin, ya resignado de que si querían ser civilizados, la locación era lo primero.
—Voy a poner el café –dijo entonces Tom—. Cuando regrese, no quiero ver a uno de los dos apuñalado con el control de la televisión y al otro bañado en sangre. –Volvió a suspirar—. Pórtense bien.
Georg tardó un rato en volverse a mover.
Después de que Gustav saliera de la habitación, contempló mil y un veces la idea de seguirlo para en su lugar, permanecer sentado no muy seguro cuál era su papel en toda aquella historia.
Por lo visto, uno nada relevante. Un secundario que encajaba en aquel enorme cuadro. Hasta los gemelos tenían su sitio cuidando de Gustav y él en su lugar, no llegaba ni a eso. Quizá porque no era su lugar o porque realmente no había luchado lo necesario para quedarse; lo que fuera, mientras todos se movían, él se quedaba quieto. Triste en exceso el saber que si no estaba con Gustav era por su falta de voluntad, no por los demás como él acusaba.
—Soy patético –murmuró al fin. A confirmación, el ruido desapareció para ser sustituido por el silencio más denso jamás antes experimentado. En el piso inferior, ya no se apreciaba nada que no fuera paz y quietud—. Seguramente ya… Gus… —Georg imaginó cómo sería aquel reencuentro. La imagen lacerando por dentro con la claridad que pintaba a Gustav de nuevo con Bushido.
Con ello en mente, tensó las manos en puños antes de ponerse pie y enfilando rumbo a donde encontrara al rapero, disponerse a darle fin de la única manera que se le ocurría… Dando un puñetazo.
—¿Ven que… Agradable es esto? –Tom bebió un sorbo de su café e hizo una mueca por lo cargado que estaba. Con la tensión en el aire, las miradas asesinas que Bill y Bushido se daban y el asqueroso café, en verdad que aquel remedo de conversación madura iba rumbo al desastre—. Alguien diga algo.
—Quiero ver a Gustav –fue Bushido el primero el hablar.
—Sobre mi cadáver –replicó Bill casi saltando de su asiento. La taza de café caliente temblando de furia entre sus manos y Tom temiendo que en un impulso el líquido caliente saliera volando rumbo a la cara o la entrepierna del rapero.
Lo que no fue necesario.
Apenas fue un registro. La atención de Tom fue acaparada por una figura bajando por las escaleras, que el mayor de los gemelos rezó que no fuera Gustav y que se arrepintió al instante de que no lo fuera en cuanto vio a Georg con el puño cerrado en alto y la expresión que cargaba en el rostro.
—Oh… —Alcanzó a musitar antes de hacer una mueca por la fuerza del impacto que hizo el puño de su amigo al incrustarse con la quijada de Bushido.
Como en cámara lenta, el rapero giró el cuello casi a un punto en el que o se rompía o salía impulsado para atrás por el impacto. Fue lo segundo una vez que el tiempo regresó a su velocidad normal y Tom vio a los dos enzarzados en el suelo peleando con todo lo que encontraban cerca.
—Wow. –Bill subió los pies al sillón antes de saltar por detrás del respaldo y ponerse a resguardo. Con los ojos buscó a Tom, que seguía en su sitio aún sosteniendo la taza de café en las manos—. Tom, ven acá. –En vista de que su gemelo no le prestaba atención, Bill le tiró un cojín—. ¡Tom!
—Uhm, sí… —El mayor de los gemelos dio un salto justo a tiempo de que una pierna le diera en pleno estómago cuando Georg quedó bajo Bushido y en un intento desesperado por liberarse, pateó alrededor sin mucho éxito o tino—. ¿Crees que deberíamos detenerlos? –Preguntó al cabo de unos segundos en vista de que la pelea aumentaba de intensidad y el fin no se le veía próximo.
—¡Nooo! –Bill se asomó justo a tiempo para ver que a pesar de encontrarse atrapado en una llave de lucha, Georg oponía resistencia mordiendo y dando codazos en el vientre del rapero—. ¿Estás loco? Georg puede ganar. Si no, le ayudamos y…
Tom arqueó una ceja ante el infantil comportamiento de su gemelo.
—Vamos, Tomi –gimoteó batiendo pestañas en un intento de parecer dulce y tierno para ganar—, hazlo por mí, por Georg, por Gustav y por…
—No se llaman Tomsina y Billarina, ugh –replicó Tom justo a tiempo para oír el espantoso ruido de un grito. Ambos gemelos dejaron su refugio detrás del sillón para ver justo a tiempo que Georg tenía una herida sangrante en la mano, al parecer una mordida del rapero, que de todos modos no le impedía tomar la cabeza de éste y estrellarla contra el suelo en un sonoro ‘crash’ que hizo que los ojos de los gemelos se entrecerraran.
—Eso tuvo que doler –dijo Bill con voz baja.
—Mierda… —Más atento, Tom encontró alarmante que el rapero no se moviera—. Dime que no está muerto. David se va a volver loco…
—Claro que no está muerto. Sólo está… —Bill buscó en su catálogo de eufemismos por una expresión no tan alarmante para describir el estado en el que el rapero se encontraba desmayado en el suelo con sangre suya y ajena por todos lados—. Durmiendo una pequeña siesta.
—¡¿Siesta?! –Tom se llevó con dramatismo una mano al pecho—. ¿Lo juras? ¡Y yo que pensé que estaba en el puto infierno a estas horas!
—¡Tom! Calma, no es tan grave. –Bill abrió la boca para decir algo más pero se contuvo al ver que Georg dejaba su sitio encima del estómago de Bushido y con pies temblorosos, caminaba rumbo a la cocina—. El que me preocupa es Georg.
El mayor de los gemelos se contuvo de estamparse la mano en la cara. Georg era la menor de sus preocupaciones justo ahora. Que fuera o no de repente una máquina de matar tipo Terminator no era su problema si consideraba lo que Bushido y sus abogados dirían una vez que despertara.
—Ok, hay que pensar con la cabeza fría –habló temblando—. Bill, tú tienes que ir con Georg, asegúrate de que está bien y no sé… Vivo. —Se sacudió—. Yo veré qué tal está el imbécil éste.
Plan en mano, ambos empezaron a cumplir sus obligaciones.
—Me siento como el personaje de una película… —Resopló Bill confundido de qué parte era burla y cual amargura en el tono con el que hablaba—. Ya sabes, por vivir cosas tan bizarras. Rock star que tiene un amigo embarazado presencia una pelea entre los padres de las criaturas. Voy a vender esa idea en Hollywood y pedir que Angelina Jolie aparezca de alguna manera en la película.
—Yo no soy… —Georg siseó ante el dolor que representaba el algodón empapado en alcohol que le limpiaba la fea herida que los dientes de Bushido le habían hecho—. Argh, eso duele.
—Más te vale que duela –gruñó Bill al ver que al fin el bajista se dignaba a hablar—. Y sí –apretó el algodón en la herida casi con placer sádico—, eres el padre. Al menos pudiste serlo. Si hubieras querido, ese lugar sería tuyo.
—Mmm –fue lo único que dijo Georg al darse cuenta que sí, de quererlo, Gustav le reservaba ese sitio exclusivo para él. A fin de cuentas, ¿qué era ser padre? Siendo honesto consigo mismo, la idea de hacerse cargo de las gemelas de Gustav era algo por lo que muy dentro de sí, anidaba como una esperanza con la que fantaseaba a oscuras, avergonzado de anhelar tanto algo que podía tener y que por capricho se negaba a poseer. Tan mal padre no podía llegar a ser. Ya tenía el cariño, lo de menos era dejar que creciera.
Las mejillas se le tiñeron de rojo al pensar en lo idiota que era. Primero por alejar a Gustav, por no ser honesto ni con él ni consigo mismo; también por haber estado aquellos dos meses presa del péndulo de emociones que vivía sin en realidad estar seguro de que lo que hacía era lo correcto.
En su lugar, arruinando cada vez más las oportunidades de darse vuelta atrás y con humildad aceptar que quería a Gustav como nunca y que si con el baterista estaban las niñas, él les abriría los brazos como si fueran suyas sin importar lo pasado.
—Listo. –Alzó la cabeza para encontrarse con que la herida de la mano estaba vendada y Bill tiraba los hisopos a la basura—. Falta ver cómo has dejado a Bushido. Ehm, mejor quédate aquí. –Sin esperar respuesta, dejó a Georg en la cocina para ayudar a Tom.
El bajista, incrédulo de que al fin tenía una respuesta a su confusión, soltó una carcajada. No podía esperar por ir con Gustav y solucionarlo todo.
—¿Qué es eso de ‘las mejores tetas de este lado del muro’, eh, bastardo? –Bushido parpadeó ante lo extraño de la pregunta, pero una vez que sus ojos enfocaron mejor lo que hacía, se abstuvo de pedir mayor explicación. Avergonzado, retiró ambas manos del pecho del mayor de los gemelos para intentar incorporarse y encontrar que no tenía fuerzas para ello—. Uhm, el muro ya cayó, idiota. Actualízate.
—Ugh…
—Sí, ‘ugh’, me estabas toqueteando… —Bufó Tom—. Pórtate mal y te echaré el alcohol directo en la herida, pfff…
—¿Qué herida, ough? –Bushido reconsideró la pregunta una vez que el agudo dolor le invadió. Con dedos trémulos, se tanteó al costado de la cabeza para encontrar que estaba húmeda. Sin lugar a dudas, sangre. No recordaba nada más allá de haber caído contra el suelo, pero era evidente que Georg había tomado ventajas una vez que estuvo fuera de combate—. Maldito.
—Yada, yada, eso ya lo he escuchado antes –desdeñó Tom tanto las palabras como los dedos al seguir limpiando la herida—. Si te consuela, la cicatriz hará juego con ésta de acá –y para dar énfasis a lo que decía, presionó la que Bill le había dejado al rapero un mes atrás—. Ahora pareces alcancía.
—Muy gracioso –concedió el hombre mayor al mover los pies dentro de los calcetines y aliviado comprobar que tan hecho mierda no estaba si al menos se podía mover. Las había tenido peores, lo que no le restaba mérito a Georg, pero tampoco le sumaba puntos una vez que recobraba consciencia y apreciaba en cuántos puntos diferentes le dolían en el cuerpo.
—Creo que vas a tener que posponer esta visita –sugirió Tom con una risita. “El muy maldito” pensó Bushido, pero la simple idea de reírse le producía vértigo.
—Seh, quizá –concedió con los labios contraídos en una media sonrisa—. El chico golpea duro. Yo sé cuando he perdido…
—Gus… —Georg se paraliza. Con las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta, sabe que es tarde. Demasiado tarde incluso para enojarse, para hacerse el ofendido—. ¿En serio?
Gustav no responde. Años de siempre ser el fuerte lo han dejado convertido en nada. No tiene ni el ánimo de presencia para aparentar ser víctima de las circunstancias; lo que se ve es lo que es. Lo confirma no disminuyendo la distancia que entre Bushido y él existe; la innegable realidad golpea a Georg cuando ellos dos repiten la íntima caricia de besarse.
Y así como Georg siente la pesadez en el estómago cual si fuera un golpe, Bushido experimenta el verdadero puñetazo que le llega a la barbilla por parte del bajista.
No se inmuta. Gustav tampoco.
Bushido se frota la zona y algún hueso le truena. –El chico golpea duro –señala con el pulgar a Georg que hierve de rabia cuando al hombre mayor habla de él como si no estuviera presente; Gustav prefiere ignorar el comentario—. Pero no sabe que he ganado…
Es hasta que Bushido se ha ido, tarde ya en la noche, que los demás se dan cuenta que con el alboroto Gustav quedó relegado. ¿Dónde está? Ni pajolera idea, pero no muy lejos. Con semejante barriga ni puede conducir porque el volante lo impide y tampoco consigue quién lo lleve por su mismo estado.
—En resumen… —Bill apunta un brazo largo al segundo piso—. Si no fuera porque lo conozco bien, o come o duerme.
—Tal vez. –Tom comenzó a subir las escaleras con la oscura idea de que Gustav ni comía ni dormía en aquellos instantes. Intentó borrarse aquel pensamiento con pasar a verlo y encontrarlo de costado frunciendo el ceño por el dolor de espalda que últimamente experimentaba. Fantasía que se disipó apenas alcanzó el rellano del segundo piso y se encontró con que la luz del cuarto del baterista aún estaba encendida.
—Es tarde –gruñó Bill—. Ya debería estar en la cama. Voy a… —La mano del Georg que se le asió al hombro detuvo su caminar—. ¿Qué? –Estalló de malas. Por mucho que Georg hubiera noqueado a Bushido, no le perdonaba lo anterior. Hasta que no pagara sus deudas no se iba a volver a poner una sonrisa en labios cuando lo viera.
—Deja que él vaya –ordenó Tom a su gemelo. Algo en la expresión de Georg revelaba sus intenciones y Tom las leía mejor que Bill, que ofuscado, tenía la sensibilidad de una piedra.
—Nadie me va a impedir escuchar detrás de la puerta… —Concedió al fin. Los tres enfilando a la habitación de Gustav.
Ok, no era encontrarlo ni durmiendo ni comiendo, pero tampoco vestido como listo para salir y con la maleta abierta de par en par encima de la cama. Para empeorar el cuadro, Gustav vaciando el clóset con una determinación que no le veían de años atrás.
Bill estaba listo para hablar pero Tom lo sujetó con presteza dejando así que sólo Georg entrara a la habitación. La puerta se cerró y la temperatura dentro del cuarto pareció bajar diez grados de golpe.
Gustav ni se inmutó. Apenas miró por encima del hombro antes de seguir descolgando la ropa del armario y en el mejor intento de no hacer un desastre, ordenarla en la maleta.
—¿Gus, qué haces? –Georg dio un par de pasos dentro de la habitación para encontrar que todo vestigio de vida en la habitación estaba extinto. Las escasas pertenencias personales que Gustav mantenía estaban ausentes. Dos o tres fotos fuera de sus marcos, los portarretratos vacíos, alineados juntos en un rincón; el escritorio que Gustav usualmente mantenía ordenado ahora estaba sin nada encima, los cajones cerrados, Georg suponía que ya limpios; en el centro de la habitación dos o tres bolsas que según adivinó sin esfuerzo al mirar, contenían basura.
Una mirada más general a la habitación le dijo todo lo que necesitaba saber.
—No te puedes ir –tembló al decirlo—. N-No… ¿Qué te pasa? ¿A dónde vas? –Gustav lo ignoró por completo al pasar de su presencia al tiempo que abría un par de cajones y extraía los calcetines del interior—. ¡Gustav, habla! ¡Di algo, demonios! –Histérico, Georg lo sujetó de los hombros para recibir un par de ojos fríos fijos en los suyos.
—¿Qué? –Gustav se zafó con facilidad, dio un paso atrás para terminar con aquello.
—No te puedes ir –repitió el bajista tratando de recobrar la calma perdida.
—Eso ya lo dijiste –dijo Gustav con soltura al inclinarse con cuidado para tomar los calcetines desparramados en el suelo.
—No quiero que te vayas… Por favor –agregó, al ver que el rubio no reaccionaba ante nada de lo que le decía—. Gustav, por favor. ¿Me estás probando? ¿Quieres que diga algo? No puedes hablar en serio de esto de irte. No te puedes ir…
—Claro que puedo –replicó Gustav sin apasionamiento en la voz—. Puedo y quiero hacerlo.
—No. –Georg se le paró enfrente—. No, no te vas a ir. No te voy a dejar que lo hagas.
Gustav se puso de pie con dificultad ya que maniobraba con el vientre abultado que día con día le limitaba más los movimientos. Sin responder, dejó los calcetines dentro de la maleta e hizo intentos de acercarse al clóset para sacar el resto de los contenidos.
—Gustav, no, no, por favor… —Georg le atrapó por los hombros y Gustav se detuvo—. No hablas en serio, ¿verdad? ¿Es una broma? No te puedes ir, no ahora que… —Tragó saliva con dificultad dado lo seca que sentía la garganta por la desesperación—. Quiero estar contigo. Con las niñas. Quiero que estemos juntos. Perdóname, yo… Yo estaba asustado, pensaba muchas tonterías pero ahora todo está claro. –La respiración se le entrecortó al tratar de decir en segundos lo que normalmente le tomaría horas, que ya le había robado dos meses al lado de Gustav—. No te puedes ir ahora…
—No funciona así, Georg –murmuró Gustav con aprensión—. No es cuando tú quieras, ni cuando yo lo necesite. El momento ya pasó.
—Pero…
—No… —Gustav se lo sacudió de encima para seguir vaciando el armario, pero Georg no se iba a rendir. Lo giró para tenerlo contra el muro y besarlo. El beso que deseaba de meses atrás y que en un punto no supo si volvería a experimentar. Apenas un roce puesto que Gustav apartó el rostro, pero que a ambos les robó el aire—. Haces trampa –murmuró el baterista.
—Oh, Gus, lo haces siempre tan difícil… —Georg hizo un nuevo intento de besarlo, pero Gustav lo empujó con todas sus fuerzas apartándolo al fin.
—¿Yo lo hago siempre difícil? ¿Yo? –Gustav olvidó aquel beso por la furia—. No puedes hablar en serio. Yo no fui el que tardó años en decidir que amaba a mi mejor amigo, ni tampoco el que se esperó hasta el final para aclararlo todo. Yo no… —Un ramalazo de dolor se le incrustó en el costado del vientre, pero ni se inmutó al sacar al fin todo lo que le quemaba por dentro—. Yo no fui el cobarde, Georg. Ese fuiste tú.
—Estaba confundido… —Georg se cruzó de brazos atento a que aquello era una excusa. Sí, estaba confundido; le costó mucho pasar por todo lo vivido y admitir que Gustav lo era todo para él, pero ya pertenecía al pasado.
—‘Estabas’ no. Tú siempre lo estás. –Gustav cabeceó en negación. Aquello no conducía a nada—. Tuviste mucho tiempo para pensarlo, incluso así llegaste a todo tarde, Georg. Por eso… Por eso… —Dos lágrimas le corrieron por las mejillas—. Olvídalo.
—No, ahora dilo. ¡Dilo! –Georg lo sacudió al tomarlo de nueva cuenta de los hombros y agitarlo, desesperado del rumbo que todo tomaba cuesta abajo.
—¿Quieres la verdad? –Georg se sintió subyugado bajo la penetrante mirada del baterista—. Lo cierto es que de no haber sido por tus malditas inseguridades yo jamás… Con Bushido… No estaría embarazado. Aún estaríamos juntos. Quizá las niñas serían tuyas… Nuestras… —Susurró lo último avergonzado de alguna vez haberse permitido aquella idea—. No es como si importara, no es como si yo importara. Tú siempre…
—¿Qué? –El bajista tembló no muy seguro de en verdad querer saber. Lo que Gustav decía le producía desgarrones en el alma que no estaba seguro de poder arreglar jamás.
—No sé. De verdad que no sé. Es sólo esa estúpida manera en la que aún te quiero, Georg… Sigo teniendo esperanza en ti, de que vas a mandar todo al carajo y estar conmigo hasta el final, pero siempre me dejas tan decepcionado y solo. No es justo que me hagas esperar y yo… Ya no quiero esperar. Yo… —Se pasó la mano por el cabello en aquel gesto suyo que denotaba la miseria en la que se encontraba—. Yo no quería pensar que llegaría el día en que no pudiera estar más para ti y ahora que está aquí… Soy un total imbécil. No tengo remedio.
—Gus, por favor, no hagas esto. Yo vine a decirte que te quiero a ti, te quiero con las niñas, te quiero sin importar qué. Siempre te he querido. Más que eso, te amo, Gustav y desde siempre he sido así. El imbécil soy yo, pero por favor no te vayas… —Sin poderlo evitar, lo rodeó con los brazos aterrado de verlo partir, de que realmente existiera ese mañana sin retorno en el cual Gustav estuviera tan lejos que alcanzarlo fuera imposible.
El baterista ni siquiera le correspondió. Se lo quitó de encima con facilidad y le dio la espalda.
—Por favor, por favor… —El mayor suplicó.
—Vas a cambiar de parecer. Sé que me… Amas. Lo sé. Yo también te amo, Georg, pero… No eres constante. Quiero estar contigo para siempre y no cada vez que al fin puedas superar cada pequeño problema. La vida no es así. Además, las niñas…
—Ya te dije que las quiero. Son tuyas. Bushido no tiene nada que ver… —Georg de verdad lo pensaba. No importaba que el rapero fuera el progenitor porque al final eran una extensión más de lo maravilloso que era Gustav y por ello ya las amaba. No haberlo dicho antes era su único error.
—Las niñas no necesitan un padre, Georg. Yo soy su padre. Son mías. Ni siquiera son de Bushido. Son mías y… —Se limpió la cara antes de mirar de frente a Georg, pues lo que le iba a decir era importante—. Por eso me voy. Así estaremos mejor los dos.
—Te amo, Gus… —A Georg aquello le destrozó el corazón. En algún punto, Gustav se había hecho más fuerte que él y ya no había punto de retorno.
—Yo también, pero no me basta… No ahora.
La franja divisoria entre ambos se hizo enorme con aquellas palabras. Una brecha que los distanciaba años luz de distancia en lugar de míseros centímetros. Un abismo que sustituía el alfombrado y que se multiplicaba con cada segundo. Decir algo más sería gritar palabras al viento pues tanto Georg como Gustav estaban el borde y de espaldas, uno dispuesto a saltar y el otro a seguirle sin pensarlo dos veces.
—Lo siento, oh Dios, de verdad que lo siento –se rompió al fin Georg abrazándose a sí mismo con angustia—. Estaba asustado, siempre lo he estado, pero no ahora. Antes me aterraba admitir que sentía algo por ti, que estaba celoso de Bushido, que pensaba que eras demasiado bueno para mí. Hoy me aterra perderte. No me importa una mierda nada más.
—Georg…
—No, Gustav. Esto no puede terminar así. No te voy a dejar ir. Si sales de esta casa te juro que iré contigo. Si intentas alejarme me voy a pegar a tu lado. Nada de lo que hagas o digas me va a convencer. Hoy… Hoy golpeé a Bushido. Te juro que lo iba a matar. Estaba dispuesto, quería hacerlo, pero no pude. ¡No pude! Es por ti. Yo no quiero hacer nada que te moleste. Quiero ser mejor para ti. –Georg dio un paso al frente y Gustav no encontró las fuerzas para alejarse—. Quiero que estés conmigo.
—Estás llorando… —Señaló el rubio sin saber qué decir.
—¡Claro que estoy llorando! Diablos, Gustav Schäfer, no me la pongas más difícil. Te amo, quiero estar contigo sin importar qué… Me dices que no. ¿Cómo diablos quieres que me sienta? –Se enjugó los ojos con el dorso de la mano—. Tengo años aterrado de que veas que realmente no valgo la pena, que te vayas con alguien más. Bushido es mi peor pesadilla y ahora estás embarazado de él… No te imaginas lo que es saber que algún día ya no vas a estar ahí y encontrarme con que el día ya ha llegado.
—Yo estoy aquí, Georg… —Gustav extendió la mano hasta tocar el rostro del bajista y acariciar su mejilla—. No me he ido, pero estamos muy alejados. Te fuiste tan lejos que no sé si…
—Te amo, Gustav. A ti y a las niñas. Por ahora tiene qué bastar porque no sé qué más hacer. –Sin detenerse a un segundo pensamiento, volvió a besarlo en aquella noche y encontró por primera vez en su vida que hasta el sabor de las lágrimas tenía su parte dulce—. Te amo, ¿Ok? Mucho, más de lo que pueda decir o hacer. Te amo y es para siempre. Te quiero conmigo hasta el final. Hasta que no quede nada, hasta que ya no quieras, hasta más allá de que yo muera. Tanto, que duele… No me digas que te vas a ir porque iré detrás de ti aunque no quieras. –Volvió a besarlo una y otra vez en repetidos golpes de labios que el baterista no supo negarse. Una y otra vez, meciéndose como si bailaran—. No te vayas.
—No.
—¿Te vas a quedar? –Llegado a aquel punto, Georg contempló a Gustav como la criatura más bella. Con labios rojos por su anterior ataque, le dio una respuesta.
—¿Vas a estar aquí? –Georg asintió—. Entonces sí.
Se unieron en un nuevo beso, esta vez más profundo. La lengua de Georg trazando un camino lento por los labios del baterista antes de pedir permiso para adentrarse en su boca. Gustav se dejó hacer guiándolos a ambos a la cama, donde apartaron la maleta que se volcó al suelo, para caer en ella con pesadez.
—No te voy a dejar ir –le aseguró Georg al recostarse ambos de costado y contemplarse incrédulos de que su historia de amor sobrevivía a todo como en un cuento de hadas—. No esta vez. No aunque lo quieras. Eres mío, Gus…
—Tuyo… —El baterista se hizo líquido ante aquella declaración. Los ojos se le cerraron maravillado de lo que dos simples palabras lograban. Más que saberse amado, lo que siempre había anhelado era que Georg fuera consciente de lo que las palabras significaban. Ser suyo era la expresión máxima con la que ambos representaban el ser el uno para el otro; lo que reparaba cada palabra filosa contra su corazón.
Hundidos en aquella embriagadora sensación de absoluta felicidad, ni siquiera fueron conscientes de la dupla de pies que se escabulleron de un lado de la puerta, tranquilos como nunca, de que aquellos dos por fin tenían lo que merecían.
Al despertar, lo primero que Gustav notó no fue el hambre voraz que le hacía crujir las tripas; tampoco el dolor de espalda que desde el quinto mes lo atormentaba y que Sandra le aseguró, sería gradual hasta el punto de la tortura medieval una vez que el parto llegara a su etapa final. Tampoco fueron los ojos hinchados luego de tanto llorar la noche anterior o la garganta irritada por lo mismo; más que todas aquellas incomodidades juntas, lo primero que acaparó su atención fue la mano amplia que con la palma abierta, acariciaba su barriga de embarazado.
—¿Georg? –Preguntó con la voz pesada por el sueño y por haber gritado horas antes. Miró por detrás del hombro para encontrarse al bajista sonriendo con una de sus tímidas sonrisitas que revelaban el apuro de su dueño al verse atrapado demostrando el enorme corazón que tenía.
Yo… Lo siento. –Apartando la mano lo más rápido posible, Georg se sorprendió cuando Gustav lo sujetó por la muñeca y lo detuvo.
—No, está bien. Mira… —Colocó la palma en una zona al costado y al instante el bajista experimento un golpecito por la zona de los dedos—. Les agradas.
—Increíble… —Susurró el mayor al presionar un poco y obtener otra patada en respuesta.
—Alguien más te quiere conocer –susurró Gustav con apuro. Movió un poco las manos y la otra niña pateó con un poco más de fuerza—. ¿Ves? Adoran que las tomen en cuenta. Si te dijera lo mucho que les gusta cuando Bill les canta, no te lo creerías.
—¿Y Tom acompaña con la guitarra? –Preguntó el bajista ya imaginando la escena.
—Lo creas o no –Gustav rodó los ojos—, sí. Creo que he escuchado más In die Nacht tendido sobre mi espalda y con la barriga sosteniendo un tazón de maíz tostado que en un escenario. Aquel par está…
—Loco. Seh, lo sé. –Georg subió la mano de su sitio y con ello la punta de sus dedos golpearon los pechos de Gustav—. Perdón –murmuró avergonzado. En los dos meses que ya no estuvieron juntos, el bajista apreció el crecimiento de senos en el pecho de Gustav; fantaseó incluso con ellos, pero aquel súbito movimiento era demasiado de pronto. No por él, sino por Gustav que soltó un gemido—. ¿Duelen? –Preguntó un tanto rojo de las orejas, no muy seguro de los límites ahora que estaban de vuelta juntos.
—No, sólo que son, ya sabes, cof, muy sensibles. –Gustav rodó hasta estar de espaldas y con George apoyado en un codo por encima de él, la distancia entre sus labios era mínima. Hecho que los dos apreciaron al darse el primer beso de buenos días como era su costumbre y sonreír ante lo mucho que habían extrañado hacerlo—. A veces dan comezón, otras pican… Incluso en ocasiones duelen o…
—¿O? –Perdido en el breve beso, Georg no entendió la vergüenza por la que Gustav pasaba.
—O esto… —Tomando de nueva cuenta la mano del bajista, Gustav la introdujo bajo su camiseta hasta que la palma cubriera se pecho desnudo. Para el final del día, usualmente se quitaba el sostén. Alegaba que dormir con él era incómodo, lo que en parte era cierto, pero también tenía que ver con el hecho de que el mínimo roce resultaba placentero.
Lo dejó claro cuando Georg presionó el seno con suavidad y la yema de su dedo índice rozó el delicado pezón hasta endurecerlo.
—O-Oh, sigue –respiró entrecortado. Un tibio remolino de sensaciones placenteras formándose en el bajo vientre.
—¿Te gusta? –Asombrado por la reacción obtenida, Georg masajeó un poco más la zona y pellizcó con delicadeza el erecto pezón.
—Mmm, sí… ¡Ah! –Casto a la fuerza por dos meses de abstinencia, el cuerpo de Gustav reaccionó al instante acelerando el ritmo del corazón del baterista como su estuviera a punto de salir al escenario. Avergonzado de ser tan fácil, hundió el rostro en el cuello de Georg que atento a cualquier reacción que obtenía, se detuvo—. No, no, continúa –le instó Gustav con voz queda, las orejas zumbando—. Se siente genial –aseguró con voz ronca plagada del placer que su dueño sentía.
Su plegaría fue concedida cuando Georg levantó un poco más la amplia playera que Gustav portaba y con cuidado, la removió de su cuerpo. Consciente de que Gustav miraba al techo con un cierto tono rojizo en las mejillas, el bajista los hundió a ambos en el revoltijo de mantas que permanecía caliente.
Bajo ellas, en una penumbra acogedora en la cual Gustav no se sentía bajo el escrutinio del bajista ante su nuevo cuerpo, el baterista abrió los ojos para encontrarse con Georg dando un beso justo encima de su ombligo abultado y comenzar a ascender. Un camino de vértigo que desembocó en la zona de las costillas con besos húmedos que le ocasionaban una reducción en el espacio inferior del pijama.
Cuando al fin alcanzó el borde del seno y usó la lengua para recorrer su circunferencia, apretó las sábanas que encontró a la mano y jadeó por aire.
—¿Mucho? –Se burló el mayor al detenerse. Como respuesta, Gustav le presionó la cadera al costado y Georg apreció cuán duro estaba.
—¿Qué crees? –Gimió Gustav al empujarse contra Georg y aliviar un poco la tensión en la zona sur. Aquella pequeña fricción ya lo tenía contemplando estrellas.
—Creo que debo seguir –dijo Georg antes de seguir en lo que estaba y abriendo los labios, tomar entre ellos la punta del pezón para succionar presteza. Como en cadena, los pulmones de Gustav soltaron todo su aire, el corazón se le aceleró a un punto en el que no parecía posible continuar sin un ataque cardíaco, las extremidades le temblaron y la piel se le cubrió con una fina película de sudor.
Atento a ello, Georg circundó la delicada área sobre la que trabajaba y usando los dientes mordisqueó con cuidado alrededor. La lengua dio golpecitos suaves contra la protuberancia que manejaba y usando la otra mano, masajeó el otro seno en un rítmico movimiento ondulante que tuvo a Gustav gimiendo alto como nunca antes.
—Me podría acostumbrar a este par, ¿sabes?
Gustav le lamió el cuello al bajista. —Georg, eres un…
¡Kabum! ¡Kataplam! Lo que fuera, Georg nunca lo sabría porque en ese instante la puerta de la habitación se abrió y los gemelos entraron acarreando consigo caras asustadas y ceños fruncidos de la preocupación.
—¿Qué pasó? –Tom preguntó primero. Miró alrededor el desastre en la habitación y casi se fue de rodillas al suelo de la impresión.
—¿Y Gustav? –Los ojos de Bill se inundaron de lágrimas al instante.
—Aquí estoy –llegó la respuesta. Ambos gemelos contemplando el bulto que se movía bajo las cobijas y luego las dos cabezas abochornadas que emergían.
—Chicos, uhm, ¿qué hacían ahí? –Tom le cubrió los ojos a su gemelo—. ¡Hey! No veo nada.
—Mejor así… —Tom lo comenzó a arrastrar fuera de la habitación pero en el marco de la puerta se detuvo—. Ehm, el desayuno está listo. Bajen antes de que se enfríe. Si quieren –se estremeció.
—Diosss… —Gustav se volvió a cubrir la cabeza con las mantas—. Nos vieron. Saben lo que hacíamos. Me muero de vergüenza.
—Vamos, Gus. No fue nada. –Georg volvió a ocupar su sitio con Gustav y apoyó la mejilla contra el pecho aún húmedo del baterista—. Me gustan estos nuevos juguetes. –Abrió la boca para succionar un poco alrededor y al apartarse dejar una zona enrojecida.
Con ojos entrecerrados, Gustav soltó un ruidito cadencioso desde lo más profundo de la garganta. –Más…
Su petición fue atendida hasta el final.
El labio inferior de Bill comenzó a temblar.
—Chicos, tranquilos. No es como si nos fuéramos a vivir a la Antártica –intentó tranquilizarlos Gustav sin mucho éxito—. Georg y yo planeamos buscar una casa en esta misma zona. Cinco minutos en auto de ser posible. No es para tanto.
—No es cierto. –Bill lloriqueó y se limpió la nariz con el calcetín rosado a medio terminar que tejía—. ¿Es algo que Tom hizo? –Ignoró la queja de su gemelo ante el hecho de ser el posible causante de que Gustav y Georg se quisieran mudar a su propia casa—. ¿Es por mí? Podemos cambiar.
Gustav se contuvo de rodar los ojos. ¿Qué se creían aquel par de ególatras? Quería su espacio, su propia casa, su privacidad. No tenía nada que ver con ellos.
—No es por ustedes. Son las niñas. No podemos seguir viviendo aquí. Seríamos seis personas –intentó razonar el baterista—. Además, queremos nuestro propio espacio. –Un apretón de la mano que entrelazaba con el bajista le dio el valor—. Georg y yo queremos comenzar bien y nos parece lo correcto conseguir primero un hogar.
—¿Es porque Tom siempre deja la tapa del escusado arriba? –Gimoteó el menor de los gemelos—. N-No se tienen que ir. Aún podemos ser una familia.
—Bill, shhh… —Tom se lo tomaba mejor, en lo posible. Abrazó a su gemelo para darle un beso en la sien—. Ellos necesitan su espacio, ya los escuchaste.
—Pero… —El rechazo era una de las pocas emociones con las que Bill se encontraba desarmado para defenderse—. No quiero que se vayan, Tomi.
—Vamos a vivir en el mismo vecindario –le aseguró Georg. Él y Gustav lo habían estado planeando por unos días y la idea les parecía la mejor—. Ustedes siempre serán bienvenidos en nuestra casa.
Un hogar, uno que llamar propio.
La idea de primera mano había sido de Georg, pero sólo sacada a colación con ayuda de Gustav, que desde un principio veía difícil poder estar los cuatro juntos y las dos niñas en la misma casa. Necesitaban más habitaciones y si bien la casa en la que estaban no era diminuta, no contaba con el espacio adecuado para hacer un cuarto para las bebés.
Por ello, tras plantearse todas las posibilidades, habían llegado juntos a la conclusión de que lo mejor era comenzar desde cero haciendo su propio lugar. Los primeros en enterarse eran ya los gemelos, que lo tomaban lo mejor posible tomando en cuenta lo apegados que estaban a Gustav con su reciente embarazo.
—¿Podemos visitarlos? –Con voz pequeña, Bill se limpió lo mejor posible en la camiseta de Tom. A éste poco le importó el maquillaje corrido pues veía que al fin su gemelo se tranquilizaba.
—Siempre que quieran. Es que, verán chicos… Nosotros queríamos pedirles… —Gustav se llevó una mano al vientre y las pataditas que recibió le dieron el coraje necesario para decirlo—. Oficialmente, ser los padrinos de las gemelas. Ya saben, en caso de que nos pase algo…
—¡No va a pasar nada! –Saltó Tom ante el miedo de que sucediera. No era supersticioso pero el tema de la muerte le producía cierto resquemor del cual prefería evitar todo contacto—. No piensen en eso ahora. Es macabro.
—Sí, bueno, pero es algo que se tiene que hacer –dijo Georg—. Yo voy a adoptar a las niñas en cuanto nazcan, pero Gus y yo queremos estar seguros de que alguien se encargue de ellas si a nosotros nos pasa algo así que…
—… Pensamos en ustedes –finalizó Gustav con seriedad—. Dos padrinos; las niñas no necesitan madrina.
—Qué alivio –suspiró Bill al evadir la broma de rigor que lo transformaba en dama de honor, novia, lesbiana, mujerzuela o cualquier otro papel femenino. No que ser madrina no fuera un honor, pero de momento, teniendo sitio como padrino, ni ganas de pelear.
Sellando el trato con abrazos y sonrisas, se olvidaron entonces de la futura separación. El momento que temían desde siempre. En lugar de ello, se concentraron en lo bueno. Una deliciosa cena, una película, risas y bromas como antes. Acampando en la cama de Gustav, en la que ahora también era de Georg, durmieron juntos una última vez para conmemorar aquel día.
—… No sé. –Gustav deniega con la cabeza, con el corazón; deniega porque no sabe qué más hacer. Deniega porque decir ‘no’ siempre es más sencillo.
Bushido no lo presiona. De momento, es una respuesta. Por muy negativa que sea, es sacarlo del mutismo en el que lo encontró al ir por él. El estado anterior en el que el baterista se encontraba es algo que no quiere repetir. Verlo con el corazón en la mano, llorando porque Georg se lo ha roto, le ha calado en lo más profundo. Nadie merece sufrir así.
Es un hombre de emociones, como tal, se compadece. Carga con él hasta su automóvil y lo lleva a su departamento presa de la repentina emoción de cuidarlo. Aquel que lleva a su cama es un niño devastado que se aferra a su primer amor pese a que éste hace lo peor posible: No lo rechaza, sino que le deja la esperanza viva al corresponderle en sentimiento y nada más.
—Voy a llegar hasta donde me permitas, Gustav –murmura al besarlo.
“¿Hasta aquí?” es la pregunta de esa noche.
“No sé” es la respuesta.
Gustav llega hasta el final lo mismo que Bushido. La madrugada aún los encuentra juntos, enredados el uno en el cuerpo del otro.
Ajenos de que en meses, aquel pequeño escape, el inicio del una relación destinada al fracaso, les va a costar más de lo que piensan en un principio.
El doble exactamente; dos recién nacidas.
Tratando de calmarse en lo posible, intentó oír con atención por encima del ruido del cristal roto que parecía no dejar de caer y la infinidad de groserías que Bill dejaba escapar. Nada. Percibía las tres voces que sabía estaban ahí y nada más. El disgusto presente con el que hablaban y él ahí, escondido sin hacer nada.
Intentó controlarse un poco, apenas pudiendo respirar con normalidad un par de segundos antes de volverse a desmoronar.
—Gustav, tienes que calmarte, tienes que ser fuerte, tienes que…
—… Que dejar de llorar –se repite Gustav por tercera vez. Encerrado en el pequeño cubículo del sanitario, tira de nueva cuenta de la tira de papel higiénico y se limpia el rostro con rudeza. Algo en aquel proceder le hace sentir una amargura tremenda que oculta al pasarse ambas manos por entre el cabello—. Ugh –gimotea antes de encontrarse con dos pares de pies que se detienen ante su puerta y permanecen.
—Gustav –le llama alguien al otro lado. El aludido no piensa, sólo retira el seguro para encontrarse con el mismo par de ojos oscuros que en el transcurso de la noche han presenciado de la humillación que representa para él ver a Georg irse del brazo de alguien más.
—Quiero estar solo –musita el baterista. La puerta se vuelve a cerrar pero en lugar de encontrarse de nuevo sólo él, Bushido invade el resto del espacio. La postura es incómoda. Gustav se encuentra con que las piernas de ambos se rozan. Con que las manos del hombre mayor se apoyan en sus hombros.
Por ello, el beso que llega después, apenas un roce de labios que lo electriza de pies a cabeza, lo convence de huir.
Se pone de pie y sin una mirada atrás, sale de los sanitarios con prisa. Por aquel sabor, sabe que podría arriesgarse a algo más que una repetición.
—Quiero ver a Gustav –repitió Bushido por décima vez en los escasos minutos que llevaba dentro de la casa. Bill volvió a bufar de indignación ante semejante petición. ¿Dejarlo entrar? ¡Y un cuerno! ¿Quién se creía para venir a exigir lo que no le correspondía? Vaya atrevimiento. Si tanta presencia creía tener, se la iba a tener que demostrar.
—¡Y yo quiero que te largues! –Gritó en respuesta al menor de los gemelos al tomar uno de los ceniceros de la mesa y tirárselo al hombre mayor que lo eludió con facilidad—. No eres bienvenido. Largo antes de que llame a la policía.
—Llama a quien quieras. No me voy –sentenció el rapero con la quijada rígida—. Éste es un asunto que no te corresponde.
—¿Y seguramente a ti sí, no? –Bill escupió las palabras al cruzarse de brazos con rebeldía.
—Al parecer sí –fue la respuesta. A Bill le cayó como un ladrillo en el estómago. Lo suyo era una bravata, lo que no esperaba es que Bushido tuviera la cara para enfrentarlo así nomás—. Dile a Gustav que ya estoy aquí. O baja o yo subo, pero hoy vamos a hablar.
—¡Estarás imbécil, tú, grandísimo hijo de…!
—Bill, por Dios –interrumpió Tom a su gemelo—. Los dos, por favor.
Bushido pareció a punto de soltar un puñetazo, lo mismo Bill, pero Tom no se dejó amedrentar por aquel par. En su lugar, suspiró ante la necedad de aquellos dos de comportarse como cavernícolas cada que se encontraban fuera de cámaras como si ello fuera una señal de poder sacar sus más bajos instintos y con ello arrancarse trozos a mordiscos igual que fieras salvajes.
—No es momento para discutir, ¿ok? –Dos pares de ojos lo fulminaron cual metralletas de Rambo cargadas con dinamita como para hacer estallar un país pequeño—. Y no me miren así, los irracionales son ustedes dos, par de idiotas.
—No es cierto –refutó Bill con una mano en la cadera y una ceja arqueada que provocó la misma reacción por parte de su gemelo.
Bushido por su lado se resignó con el mejor acopio de paciencia que contaba. –Tratado de paz. De momento –agregó—. Pero no quiero más porquería volando a mi cara.
—Te aseguro que tendré mejor puntería, idiota –gruñó Bill por lo bajo, pensando que a la próxima se dejaría de preliminares y a la primer oportunidad patearía al rapero entre las piernas.
—Crío de mierda –recibió como respuesta.
—Tú… —La boca se le cerró bajo la mano de Tom que se la cubrió con hastío.
—Bill, compórtate. –Quitó la mano al sentir un mordisco más allá de lo soportable—. Jo, no hagas eso. Duele.
—Lo que sea… —Hizo volar un mechón rebelde que le cayó en el rostro con un soplido y trató de comportarse lo mejor posible. Si no era por Bushido, que fuera por Gustav—. Está bien. ¿Pasamos a la sala o qué? –Preguntó al fin, ya resignado de que si querían ser civilizados, la locación era lo primero.
—Voy a poner el café –dijo entonces Tom—. Cuando regrese, no quiero ver a uno de los dos apuñalado con el control de la televisión y al otro bañado en sangre. –Volvió a suspirar—. Pórtense bien.
Georg tardó un rato en volverse a mover.
Después de que Gustav saliera de la habitación, contempló mil y un veces la idea de seguirlo para en su lugar, permanecer sentado no muy seguro cuál era su papel en toda aquella historia.
Por lo visto, uno nada relevante. Un secundario que encajaba en aquel enorme cuadro. Hasta los gemelos tenían su sitio cuidando de Gustav y él en su lugar, no llegaba ni a eso. Quizá porque no era su lugar o porque realmente no había luchado lo necesario para quedarse; lo que fuera, mientras todos se movían, él se quedaba quieto. Triste en exceso el saber que si no estaba con Gustav era por su falta de voluntad, no por los demás como él acusaba.
—Soy patético –murmuró al fin. A confirmación, el ruido desapareció para ser sustituido por el silencio más denso jamás antes experimentado. En el piso inferior, ya no se apreciaba nada que no fuera paz y quietud—. Seguramente ya… Gus… —Georg imaginó cómo sería aquel reencuentro. La imagen lacerando por dentro con la claridad que pintaba a Gustav de nuevo con Bushido.
Con ello en mente, tensó las manos en puños antes de ponerse pie y enfilando rumbo a donde encontrara al rapero, disponerse a darle fin de la única manera que se le ocurría… Dando un puñetazo.
—¿Ven que… Agradable es esto? –Tom bebió un sorbo de su café e hizo una mueca por lo cargado que estaba. Con la tensión en el aire, las miradas asesinas que Bill y Bushido se daban y el asqueroso café, en verdad que aquel remedo de conversación madura iba rumbo al desastre—. Alguien diga algo.
—Quiero ver a Gustav –fue Bushido el primero el hablar.
—Sobre mi cadáver –replicó Bill casi saltando de su asiento. La taza de café caliente temblando de furia entre sus manos y Tom temiendo que en un impulso el líquido caliente saliera volando rumbo a la cara o la entrepierna del rapero.
Lo que no fue necesario.
Apenas fue un registro. La atención de Tom fue acaparada por una figura bajando por las escaleras, que el mayor de los gemelos rezó que no fuera Gustav y que se arrepintió al instante de que no lo fuera en cuanto vio a Georg con el puño cerrado en alto y la expresión que cargaba en el rostro.
—Oh… —Alcanzó a musitar antes de hacer una mueca por la fuerza del impacto que hizo el puño de su amigo al incrustarse con la quijada de Bushido.
Como en cámara lenta, el rapero giró el cuello casi a un punto en el que o se rompía o salía impulsado para atrás por el impacto. Fue lo segundo una vez que el tiempo regresó a su velocidad normal y Tom vio a los dos enzarzados en el suelo peleando con todo lo que encontraban cerca.
—Wow. –Bill subió los pies al sillón antes de saltar por detrás del respaldo y ponerse a resguardo. Con los ojos buscó a Tom, que seguía en su sitio aún sosteniendo la taza de café en las manos—. Tom, ven acá. –En vista de que su gemelo no le prestaba atención, Bill le tiró un cojín—. ¡Tom!
—Uhm, sí… —El mayor de los gemelos dio un salto justo a tiempo de que una pierna le diera en pleno estómago cuando Georg quedó bajo Bushido y en un intento desesperado por liberarse, pateó alrededor sin mucho éxito o tino—. ¿Crees que deberíamos detenerlos? –Preguntó al cabo de unos segundos en vista de que la pelea aumentaba de intensidad y el fin no se le veía próximo.
—¡Nooo! –Bill se asomó justo a tiempo para ver que a pesar de encontrarse atrapado en una llave de lucha, Georg oponía resistencia mordiendo y dando codazos en el vientre del rapero—. ¿Estás loco? Georg puede ganar. Si no, le ayudamos y…
Tom arqueó una ceja ante el infantil comportamiento de su gemelo.
—Vamos, Tomi –gimoteó batiendo pestañas en un intento de parecer dulce y tierno para ganar—, hazlo por mí, por Georg, por Gustav y por…
—No se llaman Tomsina y Billarina, ugh –replicó Tom justo a tiempo para oír el espantoso ruido de un grito. Ambos gemelos dejaron su refugio detrás del sillón para ver justo a tiempo que Georg tenía una herida sangrante en la mano, al parecer una mordida del rapero, que de todos modos no le impedía tomar la cabeza de éste y estrellarla contra el suelo en un sonoro ‘crash’ que hizo que los ojos de los gemelos se entrecerraran.
—Eso tuvo que doler –dijo Bill con voz baja.
—Mierda… —Más atento, Tom encontró alarmante que el rapero no se moviera—. Dime que no está muerto. David se va a volver loco…
—Claro que no está muerto. Sólo está… —Bill buscó en su catálogo de eufemismos por una expresión no tan alarmante para describir el estado en el que el rapero se encontraba desmayado en el suelo con sangre suya y ajena por todos lados—. Durmiendo una pequeña siesta.
—¡¿Siesta?! –Tom se llevó con dramatismo una mano al pecho—. ¿Lo juras? ¡Y yo que pensé que estaba en el puto infierno a estas horas!
—¡Tom! Calma, no es tan grave. –Bill abrió la boca para decir algo más pero se contuvo al ver que Georg dejaba su sitio encima del estómago de Bushido y con pies temblorosos, caminaba rumbo a la cocina—. El que me preocupa es Georg.
El mayor de los gemelos se contuvo de estamparse la mano en la cara. Georg era la menor de sus preocupaciones justo ahora. Que fuera o no de repente una máquina de matar tipo Terminator no era su problema si consideraba lo que Bushido y sus abogados dirían una vez que despertara.
—Ok, hay que pensar con la cabeza fría –habló temblando—. Bill, tú tienes que ir con Georg, asegúrate de que está bien y no sé… Vivo. —Se sacudió—. Yo veré qué tal está el imbécil éste.
Plan en mano, ambos empezaron a cumplir sus obligaciones.
—Me siento como el personaje de una película… —Resopló Bill confundido de qué parte era burla y cual amargura en el tono con el que hablaba—. Ya sabes, por vivir cosas tan bizarras. Rock star que tiene un amigo embarazado presencia una pelea entre los padres de las criaturas. Voy a vender esa idea en Hollywood y pedir que Angelina Jolie aparezca de alguna manera en la película.
—Yo no soy… —Georg siseó ante el dolor que representaba el algodón empapado en alcohol que le limpiaba la fea herida que los dientes de Bushido le habían hecho—. Argh, eso duele.
—Más te vale que duela –gruñó Bill al ver que al fin el bajista se dignaba a hablar—. Y sí –apretó el algodón en la herida casi con placer sádico—, eres el padre. Al menos pudiste serlo. Si hubieras querido, ese lugar sería tuyo.
—Mmm –fue lo único que dijo Georg al darse cuenta que sí, de quererlo, Gustav le reservaba ese sitio exclusivo para él. A fin de cuentas, ¿qué era ser padre? Siendo honesto consigo mismo, la idea de hacerse cargo de las gemelas de Gustav era algo por lo que muy dentro de sí, anidaba como una esperanza con la que fantaseaba a oscuras, avergonzado de anhelar tanto algo que podía tener y que por capricho se negaba a poseer. Tan mal padre no podía llegar a ser. Ya tenía el cariño, lo de menos era dejar que creciera.
Las mejillas se le tiñeron de rojo al pensar en lo idiota que era. Primero por alejar a Gustav, por no ser honesto ni con él ni consigo mismo; también por haber estado aquellos dos meses presa del péndulo de emociones que vivía sin en realidad estar seguro de que lo que hacía era lo correcto.
En su lugar, arruinando cada vez más las oportunidades de darse vuelta atrás y con humildad aceptar que quería a Gustav como nunca y que si con el baterista estaban las niñas, él les abriría los brazos como si fueran suyas sin importar lo pasado.
—Listo. –Alzó la cabeza para encontrarse con que la herida de la mano estaba vendada y Bill tiraba los hisopos a la basura—. Falta ver cómo has dejado a Bushido. Ehm, mejor quédate aquí. –Sin esperar respuesta, dejó a Georg en la cocina para ayudar a Tom.
El bajista, incrédulo de que al fin tenía una respuesta a su confusión, soltó una carcajada. No podía esperar por ir con Gustav y solucionarlo todo.
—¿Qué es eso de ‘las mejores tetas de este lado del muro’, eh, bastardo? –Bushido parpadeó ante lo extraño de la pregunta, pero una vez que sus ojos enfocaron mejor lo que hacía, se abstuvo de pedir mayor explicación. Avergonzado, retiró ambas manos del pecho del mayor de los gemelos para intentar incorporarse y encontrar que no tenía fuerzas para ello—. Uhm, el muro ya cayó, idiota. Actualízate.
—Ugh…
—Sí, ‘ugh’, me estabas toqueteando… —Bufó Tom—. Pórtate mal y te echaré el alcohol directo en la herida, pfff…
—¿Qué herida, ough? –Bushido reconsideró la pregunta una vez que el agudo dolor le invadió. Con dedos trémulos, se tanteó al costado de la cabeza para encontrar que estaba húmeda. Sin lugar a dudas, sangre. No recordaba nada más allá de haber caído contra el suelo, pero era evidente que Georg había tomado ventajas una vez que estuvo fuera de combate—. Maldito.
—Yada, yada, eso ya lo he escuchado antes –desdeñó Tom tanto las palabras como los dedos al seguir limpiando la herida—. Si te consuela, la cicatriz hará juego con ésta de acá –y para dar énfasis a lo que decía, presionó la que Bill le había dejado al rapero un mes atrás—. Ahora pareces alcancía.
—Muy gracioso –concedió el hombre mayor al mover los pies dentro de los calcetines y aliviado comprobar que tan hecho mierda no estaba si al menos se podía mover. Las había tenido peores, lo que no le restaba mérito a Georg, pero tampoco le sumaba puntos una vez que recobraba consciencia y apreciaba en cuántos puntos diferentes le dolían en el cuerpo.
—Creo que vas a tener que posponer esta visita –sugirió Tom con una risita. “El muy maldito” pensó Bushido, pero la simple idea de reírse le producía vértigo.
—Seh, quizá –concedió con los labios contraídos en una media sonrisa—. El chico golpea duro. Yo sé cuando he perdido…
—Gus… —Georg se paraliza. Con las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta, sabe que es tarde. Demasiado tarde incluso para enojarse, para hacerse el ofendido—. ¿En serio?
Gustav no responde. Años de siempre ser el fuerte lo han dejado convertido en nada. No tiene ni el ánimo de presencia para aparentar ser víctima de las circunstancias; lo que se ve es lo que es. Lo confirma no disminuyendo la distancia que entre Bushido y él existe; la innegable realidad golpea a Georg cuando ellos dos repiten la íntima caricia de besarse.
Y así como Georg siente la pesadez en el estómago cual si fuera un golpe, Bushido experimenta el verdadero puñetazo que le llega a la barbilla por parte del bajista.
No se inmuta. Gustav tampoco.
Bushido se frota la zona y algún hueso le truena. –El chico golpea duro –señala con el pulgar a Georg que hierve de rabia cuando al hombre mayor habla de él como si no estuviera presente; Gustav prefiere ignorar el comentario—. Pero no sabe que he ganado…
Es hasta que Bushido se ha ido, tarde ya en la noche, que los demás se dan cuenta que con el alboroto Gustav quedó relegado. ¿Dónde está? Ni pajolera idea, pero no muy lejos. Con semejante barriga ni puede conducir porque el volante lo impide y tampoco consigue quién lo lleve por su mismo estado.
—En resumen… —Bill apunta un brazo largo al segundo piso—. Si no fuera porque lo conozco bien, o come o duerme.
—Tal vez. –Tom comenzó a subir las escaleras con la oscura idea de que Gustav ni comía ni dormía en aquellos instantes. Intentó borrarse aquel pensamiento con pasar a verlo y encontrarlo de costado frunciendo el ceño por el dolor de espalda que últimamente experimentaba. Fantasía que se disipó apenas alcanzó el rellano del segundo piso y se encontró con que la luz del cuarto del baterista aún estaba encendida.
—Es tarde –gruñó Bill—. Ya debería estar en la cama. Voy a… —La mano del Georg que se le asió al hombro detuvo su caminar—. ¿Qué? –Estalló de malas. Por mucho que Georg hubiera noqueado a Bushido, no le perdonaba lo anterior. Hasta que no pagara sus deudas no se iba a volver a poner una sonrisa en labios cuando lo viera.
—Deja que él vaya –ordenó Tom a su gemelo. Algo en la expresión de Georg revelaba sus intenciones y Tom las leía mejor que Bill, que ofuscado, tenía la sensibilidad de una piedra.
—Nadie me va a impedir escuchar detrás de la puerta… —Concedió al fin. Los tres enfilando a la habitación de Gustav.
Ok, no era encontrarlo ni durmiendo ni comiendo, pero tampoco vestido como listo para salir y con la maleta abierta de par en par encima de la cama. Para empeorar el cuadro, Gustav vaciando el clóset con una determinación que no le veían de años atrás.
Bill estaba listo para hablar pero Tom lo sujetó con presteza dejando así que sólo Georg entrara a la habitación. La puerta se cerró y la temperatura dentro del cuarto pareció bajar diez grados de golpe.
Gustav ni se inmutó. Apenas miró por encima del hombro antes de seguir descolgando la ropa del armario y en el mejor intento de no hacer un desastre, ordenarla en la maleta.
—¿Gus, qué haces? –Georg dio un par de pasos dentro de la habitación para encontrar que todo vestigio de vida en la habitación estaba extinto. Las escasas pertenencias personales que Gustav mantenía estaban ausentes. Dos o tres fotos fuera de sus marcos, los portarretratos vacíos, alineados juntos en un rincón; el escritorio que Gustav usualmente mantenía ordenado ahora estaba sin nada encima, los cajones cerrados, Georg suponía que ya limpios; en el centro de la habitación dos o tres bolsas que según adivinó sin esfuerzo al mirar, contenían basura.
Una mirada más general a la habitación le dijo todo lo que necesitaba saber.
—No te puedes ir –tembló al decirlo—. N-No… ¿Qué te pasa? ¿A dónde vas? –Gustav lo ignoró por completo al pasar de su presencia al tiempo que abría un par de cajones y extraía los calcetines del interior—. ¡Gustav, habla! ¡Di algo, demonios! –Histérico, Georg lo sujetó de los hombros para recibir un par de ojos fríos fijos en los suyos.
—¿Qué? –Gustav se zafó con facilidad, dio un paso atrás para terminar con aquello.
—No te puedes ir –repitió el bajista tratando de recobrar la calma perdida.
—Eso ya lo dijiste –dijo Gustav con soltura al inclinarse con cuidado para tomar los calcetines desparramados en el suelo.
—No quiero que te vayas… Por favor –agregó, al ver que el rubio no reaccionaba ante nada de lo que le decía—. Gustav, por favor. ¿Me estás probando? ¿Quieres que diga algo? No puedes hablar en serio de esto de irte. No te puedes ir…
—Claro que puedo –replicó Gustav sin apasionamiento en la voz—. Puedo y quiero hacerlo.
—No. –Georg se le paró enfrente—. No, no te vas a ir. No te voy a dejar que lo hagas.
Gustav se puso de pie con dificultad ya que maniobraba con el vientre abultado que día con día le limitaba más los movimientos. Sin responder, dejó los calcetines dentro de la maleta e hizo intentos de acercarse al clóset para sacar el resto de los contenidos.
—Gustav, no, no, por favor… —Georg le atrapó por los hombros y Gustav se detuvo—. No hablas en serio, ¿verdad? ¿Es una broma? No te puedes ir, no ahora que… —Tragó saliva con dificultad dado lo seca que sentía la garganta por la desesperación—. Quiero estar contigo. Con las niñas. Quiero que estemos juntos. Perdóname, yo… Yo estaba asustado, pensaba muchas tonterías pero ahora todo está claro. –La respiración se le entrecortó al tratar de decir en segundos lo que normalmente le tomaría horas, que ya le había robado dos meses al lado de Gustav—. No te puedes ir ahora…
—No funciona así, Georg –murmuró Gustav con aprensión—. No es cuando tú quieras, ni cuando yo lo necesite. El momento ya pasó.
—Pero…
—No… —Gustav se lo sacudió de encima para seguir vaciando el armario, pero Georg no se iba a rendir. Lo giró para tenerlo contra el muro y besarlo. El beso que deseaba de meses atrás y que en un punto no supo si volvería a experimentar. Apenas un roce puesto que Gustav apartó el rostro, pero que a ambos les robó el aire—. Haces trampa –murmuró el baterista.
—Oh, Gus, lo haces siempre tan difícil… —Georg hizo un nuevo intento de besarlo, pero Gustav lo empujó con todas sus fuerzas apartándolo al fin.
—¿Yo lo hago siempre difícil? ¿Yo? –Gustav olvidó aquel beso por la furia—. No puedes hablar en serio. Yo no fui el que tardó años en decidir que amaba a mi mejor amigo, ni tampoco el que se esperó hasta el final para aclararlo todo. Yo no… —Un ramalazo de dolor se le incrustó en el costado del vientre, pero ni se inmutó al sacar al fin todo lo que le quemaba por dentro—. Yo no fui el cobarde, Georg. Ese fuiste tú.
—Estaba confundido… —Georg se cruzó de brazos atento a que aquello era una excusa. Sí, estaba confundido; le costó mucho pasar por todo lo vivido y admitir que Gustav lo era todo para él, pero ya pertenecía al pasado.
—‘Estabas’ no. Tú siempre lo estás. –Gustav cabeceó en negación. Aquello no conducía a nada—. Tuviste mucho tiempo para pensarlo, incluso así llegaste a todo tarde, Georg. Por eso… Por eso… —Dos lágrimas le corrieron por las mejillas—. Olvídalo.
—No, ahora dilo. ¡Dilo! –Georg lo sacudió al tomarlo de nueva cuenta de los hombros y agitarlo, desesperado del rumbo que todo tomaba cuesta abajo.
—¿Quieres la verdad? –Georg se sintió subyugado bajo la penetrante mirada del baterista—. Lo cierto es que de no haber sido por tus malditas inseguridades yo jamás… Con Bushido… No estaría embarazado. Aún estaríamos juntos. Quizá las niñas serían tuyas… Nuestras… —Susurró lo último avergonzado de alguna vez haberse permitido aquella idea—. No es como si importara, no es como si yo importara. Tú siempre…
—¿Qué? –El bajista tembló no muy seguro de en verdad querer saber. Lo que Gustav decía le producía desgarrones en el alma que no estaba seguro de poder arreglar jamás.
—No sé. De verdad que no sé. Es sólo esa estúpida manera en la que aún te quiero, Georg… Sigo teniendo esperanza en ti, de que vas a mandar todo al carajo y estar conmigo hasta el final, pero siempre me dejas tan decepcionado y solo. No es justo que me hagas esperar y yo… Ya no quiero esperar. Yo… —Se pasó la mano por el cabello en aquel gesto suyo que denotaba la miseria en la que se encontraba—. Yo no quería pensar que llegaría el día en que no pudiera estar más para ti y ahora que está aquí… Soy un total imbécil. No tengo remedio.
—Gus, por favor, no hagas esto. Yo vine a decirte que te quiero a ti, te quiero con las niñas, te quiero sin importar qué. Siempre te he querido. Más que eso, te amo, Gustav y desde siempre he sido así. El imbécil soy yo, pero por favor no te vayas… —Sin poderlo evitar, lo rodeó con los brazos aterrado de verlo partir, de que realmente existiera ese mañana sin retorno en el cual Gustav estuviera tan lejos que alcanzarlo fuera imposible.
El baterista ni siquiera le correspondió. Se lo quitó de encima con facilidad y le dio la espalda.
—Por favor, por favor… —El mayor suplicó.
—Vas a cambiar de parecer. Sé que me… Amas. Lo sé. Yo también te amo, Georg, pero… No eres constante. Quiero estar contigo para siempre y no cada vez que al fin puedas superar cada pequeño problema. La vida no es así. Además, las niñas…
—Ya te dije que las quiero. Son tuyas. Bushido no tiene nada que ver… —Georg de verdad lo pensaba. No importaba que el rapero fuera el progenitor porque al final eran una extensión más de lo maravilloso que era Gustav y por ello ya las amaba. No haberlo dicho antes era su único error.
—Las niñas no necesitan un padre, Georg. Yo soy su padre. Son mías. Ni siquiera son de Bushido. Son mías y… —Se limpió la cara antes de mirar de frente a Georg, pues lo que le iba a decir era importante—. Por eso me voy. Así estaremos mejor los dos.
—Te amo, Gus… —A Georg aquello le destrozó el corazón. En algún punto, Gustav se había hecho más fuerte que él y ya no había punto de retorno.
—Yo también, pero no me basta… No ahora.
La franja divisoria entre ambos se hizo enorme con aquellas palabras. Una brecha que los distanciaba años luz de distancia en lugar de míseros centímetros. Un abismo que sustituía el alfombrado y que se multiplicaba con cada segundo. Decir algo más sería gritar palabras al viento pues tanto Georg como Gustav estaban el borde y de espaldas, uno dispuesto a saltar y el otro a seguirle sin pensarlo dos veces.
—Lo siento, oh Dios, de verdad que lo siento –se rompió al fin Georg abrazándose a sí mismo con angustia—. Estaba asustado, siempre lo he estado, pero no ahora. Antes me aterraba admitir que sentía algo por ti, que estaba celoso de Bushido, que pensaba que eras demasiado bueno para mí. Hoy me aterra perderte. No me importa una mierda nada más.
—Georg…
—No, Gustav. Esto no puede terminar así. No te voy a dejar ir. Si sales de esta casa te juro que iré contigo. Si intentas alejarme me voy a pegar a tu lado. Nada de lo que hagas o digas me va a convencer. Hoy… Hoy golpeé a Bushido. Te juro que lo iba a matar. Estaba dispuesto, quería hacerlo, pero no pude. ¡No pude! Es por ti. Yo no quiero hacer nada que te moleste. Quiero ser mejor para ti. –Georg dio un paso al frente y Gustav no encontró las fuerzas para alejarse—. Quiero que estés conmigo.
—Estás llorando… —Señaló el rubio sin saber qué decir.
—¡Claro que estoy llorando! Diablos, Gustav Schäfer, no me la pongas más difícil. Te amo, quiero estar contigo sin importar qué… Me dices que no. ¿Cómo diablos quieres que me sienta? –Se enjugó los ojos con el dorso de la mano—. Tengo años aterrado de que veas que realmente no valgo la pena, que te vayas con alguien más. Bushido es mi peor pesadilla y ahora estás embarazado de él… No te imaginas lo que es saber que algún día ya no vas a estar ahí y encontrarme con que el día ya ha llegado.
—Yo estoy aquí, Georg… —Gustav extendió la mano hasta tocar el rostro del bajista y acariciar su mejilla—. No me he ido, pero estamos muy alejados. Te fuiste tan lejos que no sé si…
—Te amo, Gustav. A ti y a las niñas. Por ahora tiene qué bastar porque no sé qué más hacer. –Sin detenerse a un segundo pensamiento, volvió a besarlo en aquella noche y encontró por primera vez en su vida que hasta el sabor de las lágrimas tenía su parte dulce—. Te amo, ¿Ok? Mucho, más de lo que pueda decir o hacer. Te amo y es para siempre. Te quiero conmigo hasta el final. Hasta que no quede nada, hasta que ya no quieras, hasta más allá de que yo muera. Tanto, que duele… No me digas que te vas a ir porque iré detrás de ti aunque no quieras. –Volvió a besarlo una y otra vez en repetidos golpes de labios que el baterista no supo negarse. Una y otra vez, meciéndose como si bailaran—. No te vayas.
—No.
—¿Te vas a quedar? –Llegado a aquel punto, Georg contempló a Gustav como la criatura más bella. Con labios rojos por su anterior ataque, le dio una respuesta.
—¿Vas a estar aquí? –Georg asintió—. Entonces sí.
Se unieron en un nuevo beso, esta vez más profundo. La lengua de Georg trazando un camino lento por los labios del baterista antes de pedir permiso para adentrarse en su boca. Gustav se dejó hacer guiándolos a ambos a la cama, donde apartaron la maleta que se volcó al suelo, para caer en ella con pesadez.
—No te voy a dejar ir –le aseguró Georg al recostarse ambos de costado y contemplarse incrédulos de que su historia de amor sobrevivía a todo como en un cuento de hadas—. No esta vez. No aunque lo quieras. Eres mío, Gus…
—Tuyo… —El baterista se hizo líquido ante aquella declaración. Los ojos se le cerraron maravillado de lo que dos simples palabras lograban. Más que saberse amado, lo que siempre había anhelado era que Georg fuera consciente de lo que las palabras significaban. Ser suyo era la expresión máxima con la que ambos representaban el ser el uno para el otro; lo que reparaba cada palabra filosa contra su corazón.
Hundidos en aquella embriagadora sensación de absoluta felicidad, ni siquiera fueron conscientes de la dupla de pies que se escabulleron de un lado de la puerta, tranquilos como nunca, de que aquellos dos por fin tenían lo que merecían.
Al despertar, lo primero que Gustav notó no fue el hambre voraz que le hacía crujir las tripas; tampoco el dolor de espalda que desde el quinto mes lo atormentaba y que Sandra le aseguró, sería gradual hasta el punto de la tortura medieval una vez que el parto llegara a su etapa final. Tampoco fueron los ojos hinchados luego de tanto llorar la noche anterior o la garganta irritada por lo mismo; más que todas aquellas incomodidades juntas, lo primero que acaparó su atención fue la mano amplia que con la palma abierta, acariciaba su barriga de embarazado.
—¿Georg? –Preguntó con la voz pesada por el sueño y por haber gritado horas antes. Miró por detrás del hombro para encontrarse al bajista sonriendo con una de sus tímidas sonrisitas que revelaban el apuro de su dueño al verse atrapado demostrando el enorme corazón que tenía.
Yo… Lo siento. –Apartando la mano lo más rápido posible, Georg se sorprendió cuando Gustav lo sujetó por la muñeca y lo detuvo.
—No, está bien. Mira… —Colocó la palma en una zona al costado y al instante el bajista experimento un golpecito por la zona de los dedos—. Les agradas.
—Increíble… —Susurró el mayor al presionar un poco y obtener otra patada en respuesta.
—Alguien más te quiere conocer –susurró Gustav con apuro. Movió un poco las manos y la otra niña pateó con un poco más de fuerza—. ¿Ves? Adoran que las tomen en cuenta. Si te dijera lo mucho que les gusta cuando Bill les canta, no te lo creerías.
—¿Y Tom acompaña con la guitarra? –Preguntó el bajista ya imaginando la escena.
—Lo creas o no –Gustav rodó los ojos—, sí. Creo que he escuchado más In die Nacht tendido sobre mi espalda y con la barriga sosteniendo un tazón de maíz tostado que en un escenario. Aquel par está…
—Loco. Seh, lo sé. –Georg subió la mano de su sitio y con ello la punta de sus dedos golpearon los pechos de Gustav—. Perdón –murmuró avergonzado. En los dos meses que ya no estuvieron juntos, el bajista apreció el crecimiento de senos en el pecho de Gustav; fantaseó incluso con ellos, pero aquel súbito movimiento era demasiado de pronto. No por él, sino por Gustav que soltó un gemido—. ¿Duelen? –Preguntó un tanto rojo de las orejas, no muy seguro de los límites ahora que estaban de vuelta juntos.
—No, sólo que son, ya sabes, cof, muy sensibles. –Gustav rodó hasta estar de espaldas y con George apoyado en un codo por encima de él, la distancia entre sus labios era mínima. Hecho que los dos apreciaron al darse el primer beso de buenos días como era su costumbre y sonreír ante lo mucho que habían extrañado hacerlo—. A veces dan comezón, otras pican… Incluso en ocasiones duelen o…
—¿O? –Perdido en el breve beso, Georg no entendió la vergüenza por la que Gustav pasaba.
—O esto… —Tomando de nueva cuenta la mano del bajista, Gustav la introdujo bajo su camiseta hasta que la palma cubriera se pecho desnudo. Para el final del día, usualmente se quitaba el sostén. Alegaba que dormir con él era incómodo, lo que en parte era cierto, pero también tenía que ver con el hecho de que el mínimo roce resultaba placentero.
Lo dejó claro cuando Georg presionó el seno con suavidad y la yema de su dedo índice rozó el delicado pezón hasta endurecerlo.
—O-Oh, sigue –respiró entrecortado. Un tibio remolino de sensaciones placenteras formándose en el bajo vientre.
—¿Te gusta? –Asombrado por la reacción obtenida, Georg masajeó un poco más la zona y pellizcó con delicadeza el erecto pezón.
—Mmm, sí… ¡Ah! –Casto a la fuerza por dos meses de abstinencia, el cuerpo de Gustav reaccionó al instante acelerando el ritmo del corazón del baterista como su estuviera a punto de salir al escenario. Avergonzado de ser tan fácil, hundió el rostro en el cuello de Georg que atento a cualquier reacción que obtenía, se detuvo—. No, no, continúa –le instó Gustav con voz queda, las orejas zumbando—. Se siente genial –aseguró con voz ronca plagada del placer que su dueño sentía.
Su plegaría fue concedida cuando Georg levantó un poco más la amplia playera que Gustav portaba y con cuidado, la removió de su cuerpo. Consciente de que Gustav miraba al techo con un cierto tono rojizo en las mejillas, el bajista los hundió a ambos en el revoltijo de mantas que permanecía caliente.
Bajo ellas, en una penumbra acogedora en la cual Gustav no se sentía bajo el escrutinio del bajista ante su nuevo cuerpo, el baterista abrió los ojos para encontrarse con Georg dando un beso justo encima de su ombligo abultado y comenzar a ascender. Un camino de vértigo que desembocó en la zona de las costillas con besos húmedos que le ocasionaban una reducción en el espacio inferior del pijama.
Cuando al fin alcanzó el borde del seno y usó la lengua para recorrer su circunferencia, apretó las sábanas que encontró a la mano y jadeó por aire.
—¿Mucho? –Se burló el mayor al detenerse. Como respuesta, Gustav le presionó la cadera al costado y Georg apreció cuán duro estaba.
—¿Qué crees? –Gimió Gustav al empujarse contra Georg y aliviar un poco la tensión en la zona sur. Aquella pequeña fricción ya lo tenía contemplando estrellas.
—Creo que debo seguir –dijo Georg antes de seguir en lo que estaba y abriendo los labios, tomar entre ellos la punta del pezón para succionar presteza. Como en cadena, los pulmones de Gustav soltaron todo su aire, el corazón se le aceleró a un punto en el que no parecía posible continuar sin un ataque cardíaco, las extremidades le temblaron y la piel se le cubrió con una fina película de sudor.
Atento a ello, Georg circundó la delicada área sobre la que trabajaba y usando los dientes mordisqueó con cuidado alrededor. La lengua dio golpecitos suaves contra la protuberancia que manejaba y usando la otra mano, masajeó el otro seno en un rítmico movimiento ondulante que tuvo a Gustav gimiendo alto como nunca antes.
—Me podría acostumbrar a este par, ¿sabes?
Gustav le lamió el cuello al bajista. —Georg, eres un…
¡Kabum! ¡Kataplam! Lo que fuera, Georg nunca lo sabría porque en ese instante la puerta de la habitación se abrió y los gemelos entraron acarreando consigo caras asustadas y ceños fruncidos de la preocupación.
—¿Qué pasó? –Tom preguntó primero. Miró alrededor el desastre en la habitación y casi se fue de rodillas al suelo de la impresión.
—¿Y Gustav? –Los ojos de Bill se inundaron de lágrimas al instante.
—Aquí estoy –llegó la respuesta. Ambos gemelos contemplando el bulto que se movía bajo las cobijas y luego las dos cabezas abochornadas que emergían.
—Chicos, uhm, ¿qué hacían ahí? –Tom le cubrió los ojos a su gemelo—. ¡Hey! No veo nada.
—Mejor así… —Tom lo comenzó a arrastrar fuera de la habitación pero en el marco de la puerta se detuvo—. Ehm, el desayuno está listo. Bajen antes de que se enfríe. Si quieren –se estremeció.
—Diosss… —Gustav se volvió a cubrir la cabeza con las mantas—. Nos vieron. Saben lo que hacíamos. Me muero de vergüenza.
—Vamos, Gus. No fue nada. –Georg volvió a ocupar su sitio con Gustav y apoyó la mejilla contra el pecho aún húmedo del baterista—. Me gustan estos nuevos juguetes. –Abrió la boca para succionar un poco alrededor y al apartarse dejar una zona enrojecida.
Con ojos entrecerrados, Gustav soltó un ruidito cadencioso desde lo más profundo de la garganta. –Más…
Su petición fue atendida hasta el final.
El labio inferior de Bill comenzó a temblar.
—Chicos, tranquilos. No es como si nos fuéramos a vivir a la Antártica –intentó tranquilizarlos Gustav sin mucho éxito—. Georg y yo planeamos buscar una casa en esta misma zona. Cinco minutos en auto de ser posible. No es para tanto.
—No es cierto. –Bill lloriqueó y se limpió la nariz con el calcetín rosado a medio terminar que tejía—. ¿Es algo que Tom hizo? –Ignoró la queja de su gemelo ante el hecho de ser el posible causante de que Gustav y Georg se quisieran mudar a su propia casa—. ¿Es por mí? Podemos cambiar.
Gustav se contuvo de rodar los ojos. ¿Qué se creían aquel par de ególatras? Quería su espacio, su propia casa, su privacidad. No tenía nada que ver con ellos.
—No es por ustedes. Son las niñas. No podemos seguir viviendo aquí. Seríamos seis personas –intentó razonar el baterista—. Además, queremos nuestro propio espacio. –Un apretón de la mano que entrelazaba con el bajista le dio el valor—. Georg y yo queremos comenzar bien y nos parece lo correcto conseguir primero un hogar.
—¿Es porque Tom siempre deja la tapa del escusado arriba? –Gimoteó el menor de los gemelos—. N-No se tienen que ir. Aún podemos ser una familia.
—Bill, shhh… —Tom se lo tomaba mejor, en lo posible. Abrazó a su gemelo para darle un beso en la sien—. Ellos necesitan su espacio, ya los escuchaste.
—Pero… —El rechazo era una de las pocas emociones con las que Bill se encontraba desarmado para defenderse—. No quiero que se vayan, Tomi.
—Vamos a vivir en el mismo vecindario –le aseguró Georg. Él y Gustav lo habían estado planeando por unos días y la idea les parecía la mejor—. Ustedes siempre serán bienvenidos en nuestra casa.
Un hogar, uno que llamar propio.
La idea de primera mano había sido de Georg, pero sólo sacada a colación con ayuda de Gustav, que desde un principio veía difícil poder estar los cuatro juntos y las dos niñas en la misma casa. Necesitaban más habitaciones y si bien la casa en la que estaban no era diminuta, no contaba con el espacio adecuado para hacer un cuarto para las bebés.
Por ello, tras plantearse todas las posibilidades, habían llegado juntos a la conclusión de que lo mejor era comenzar desde cero haciendo su propio lugar. Los primeros en enterarse eran ya los gemelos, que lo tomaban lo mejor posible tomando en cuenta lo apegados que estaban a Gustav con su reciente embarazo.
—¿Podemos visitarlos? –Con voz pequeña, Bill se limpió lo mejor posible en la camiseta de Tom. A éste poco le importó el maquillaje corrido pues veía que al fin su gemelo se tranquilizaba.
—Siempre que quieran. Es que, verán chicos… Nosotros queríamos pedirles… —Gustav se llevó una mano al vientre y las pataditas que recibió le dieron el coraje necesario para decirlo—. Oficialmente, ser los padrinos de las gemelas. Ya saben, en caso de que nos pase algo…
—¡No va a pasar nada! –Saltó Tom ante el miedo de que sucediera. No era supersticioso pero el tema de la muerte le producía cierto resquemor del cual prefería evitar todo contacto—. No piensen en eso ahora. Es macabro.
—Sí, bueno, pero es algo que se tiene que hacer –dijo Georg—. Yo voy a adoptar a las niñas en cuanto nazcan, pero Gus y yo queremos estar seguros de que alguien se encargue de ellas si a nosotros nos pasa algo así que…
—… Pensamos en ustedes –finalizó Gustav con seriedad—. Dos padrinos; las niñas no necesitan madrina.
—Qué alivio –suspiró Bill al evadir la broma de rigor que lo transformaba en dama de honor, novia, lesbiana, mujerzuela o cualquier otro papel femenino. No que ser madrina no fuera un honor, pero de momento, teniendo sitio como padrino, ni ganas de pelear.
Sellando el trato con abrazos y sonrisas, se olvidaron entonces de la futura separación. El momento que temían desde siempre. En lugar de ello, se concentraron en lo bueno. Una deliciosa cena, una película, risas y bromas como antes. Acampando en la cama de Gustav, en la que ahora también era de Georg, durmieron juntos una última vez para conmemorar aquel día.
—… No sé. –Gustav deniega con la cabeza, con el corazón; deniega porque no sabe qué más hacer. Deniega porque decir ‘no’ siempre es más sencillo.
Bushido no lo presiona. De momento, es una respuesta. Por muy negativa que sea, es sacarlo del mutismo en el que lo encontró al ir por él. El estado anterior en el que el baterista se encontraba es algo que no quiere repetir. Verlo con el corazón en la mano, llorando porque Georg se lo ha roto, le ha calado en lo más profundo. Nadie merece sufrir así.
Es un hombre de emociones, como tal, se compadece. Carga con él hasta su automóvil y lo lleva a su departamento presa de la repentina emoción de cuidarlo. Aquel que lleva a su cama es un niño devastado que se aferra a su primer amor pese a que éste hace lo peor posible: No lo rechaza, sino que le deja la esperanza viva al corresponderle en sentimiento y nada más.
—Voy a llegar hasta donde me permitas, Gustav –murmura al besarlo.
“¿Hasta aquí?” es la pregunta de esa noche.
“No sé” es la respuesta.
Gustav llega hasta el final lo mismo que Bushido. La madrugada aún los encuentra juntos, enredados el uno en el cuerpo del otro.
Ajenos de que en meses, aquel pequeño escape, el inicio del una relación destinada al fracaso, les va a costar más de lo que piensan en un principio.
El doble exactamente; dos recién nacidas.