—No. –Gustav cabeceó de lado a lado sintiendo que el aire de los pulmones se le iba—. No, no y ¡no! ¡Ni pensarlo!
No, rotundo no. No para Jost que quería hacer una rueda de prensa para dar a conocer su estado y así acallar los rumores perjudiciales para la banda; no para los gemelos que acampaban en su cuarto del hospital y tercos, observaban por novena vez el video de ‘Tejido creativo para bebés Vol. III’; no también a sus padres que llevaban horas llamando a su teléfono móvil, ajenos a la idea de que si no les contestaba era porque no quería hablar con ellos.
—Gustav, sé razonable… —David intentó de nueva cuenta—. Si no hacemos algo ahora mismo podría resultar perjudicial para la banda y con ello…
Gustav resopló aire con malhumor. ¿Y qué de malo podría pasar? Ya sabía para dónde iba el rumbo de la situación: Jost quería presentarlo ante infinidad de cámaras con una sonrisa boba de drogado para que declarara que en efecto estaba embarazado y hacer de ello la sensación de la temporada verano-otoño contando historias falsas y mentiras del tamaño de casas para darle buena imagen.
—… Gancho A elevado mientras el gancho B cruza la intersección en forma de mariposa que… —El baterista, hastiado de las mismas repetitivas instrucciones que los gemelos oían con reverencial credulidad cual si fuera el Papa dando misa ante una congregación de beatas, agarró el control remoto de un manotazo y lo tiró contra el televisor.
—¡Apaguen esa mierda! –Gritó casi al borde de sus casillas.
—Gusss… —Replicó Bill con un bulto irreconocible de estambre sostenido entre los dedos. Idéntico en ello, Tom también contaba con su revoltijo de lana agregando que los ganchillos que usaba parecían a punto de pescar un trozo de sushi en lugar de estar haciendo otro gorro, chambrita o calcetines para bebé. Lo que fuera; los resultados nunca se parecían a nada nunca antes reconocible.
Como para probar la paciencia sobrehumana con la que Gustav contaba, el teléfono móvil del baterista comenzó a sonar como loco en la mesita de dormir.
—Concéntrate en lo que te digo –dijo Jost al tomar a Gustav de los hombros y darle una pequeña sacudida. Lo que quería decir era ‘mi empleo está en riesgo, ¡Rescátame!’ pero en su lugar apretó los dedos más en la clavícula de su baterista—. Será una pequeña rueda de prensa, nada exagerado. No mucha gente; sólo tú y unos cientos de reporteros de los más exclusivos medios. Entras, explicas que fue el estrés, el embarazo, las hormonas y te retiras. Sencillo, ¿no?
—Dave, no… —Gustav quiso darse contra el muro para perder la conciencia. No tenía ni doce horas en aquella cama de hospital y ya rogaba por estar en casa, en su cama y lejos de aquel hatajo de locos egoístas que lo acosaban sin tregua.
El teléfono dejó de sonar al final para tomar una pequeña pausa y volver a empezar. –No de nuevo… —Murmuró Gustav. Si en algo conocía a su familia, sabía que no se rendirían a la primera y que tomar un ‘no’ como respuesta, no era algo admisible en sus estándares. Hasta cierto punto los comprendía. Ver a su hijo varón que además estaba en estado salir en televisión recostado sobre la camilla de una ambulancia en el noticiero de chismes matutino no era lo que podía llamarse tranquilizador, pero de ahí a haberle llamado por horas, mandado infinidad de mensajes de texto y saturado su buzón de mensajes, la línea cruzada era mucha.
—Si me dices que sí, ahora mismo convoco a los medios y los tengo en una sala de conferencias en… —Jost consultó el reloj—. Quince minutos.
—… Gancho A en posición inicial mientras la mano derecha tuerce el tejido en un ángulo de…
Gustav parpadeó para tomar aire de nuevo cuando el teléfono repiqueteó por millonésima vez.
—Yo… —Los ojos de su manager y de los gemelos se enfocaron en él—. Yo… Ugh… —Se tapó la boca con la mano y comenzó a temblar—. Largo. ¡Largo!
—Pero Gus… —Intentó hablar Tom antes de recibir una almohada voladora que el baterista le tiró en pleno rostro con todas sus fuerzas—. Tienes que tranquilizarte.
—Con mayor razón –escupió el aludido—. Fuera de mi cuarto. Me están volviendo loco con sus estupideces de prensa y ganchillo. ¡Todos fuera!
De pronto la puerta se abrió dando paso a Georg que traía en manos un ramo de rosas, un oso de peluche que era de la mitad de su tamaño y un paquete con café. En su cara, una expresión indescifrable que oscilaba entre la molestia y la preocupación.
—¿Qué está pasando aquí? –Preguntó al acercarse un poco y dejar todo lo que cargaba en una silla. Se cruzó de brazos—. Todos ustedes saben que Gustav necesita descansar y…
—Pero… —Bill se hizo el ofendido pero con una mirada del bajista se replegó a su sitio de nuevo.
—Son unos egoístas –sentenció al fin—. Gus tiene razón, todos fuera. Necesita descansar y con ustedes acosándolo por todo, no va a poder ser.
Tres pares de cabezas cayeron. Cierto, no era su intención molestar pero ahí estaban alterando a Gustav que tras una noche vertiginosa apenas se recuperaba. Uno a uno, salieron de la habitación mascullando disculpas avergonzadas que el baterista aceptó con buen corazón porque muy en el fondo entendía que si todos se comportaban así con él, era por amor.
Sin embargo… —Uf, gracias –agradeció a Georg apenas estuvieron a solas—. Pensé que me iba a volver loco antes de que me dejaran en paz.
—Seh, de nada –agradeció el bajista al de pronto caer en cuenta de que estaban a solas y que el silencio que se establecía en el cuarto era como un gas venenoso—. Uhm, yo… Traje café. Descafeinado. Pensé que querrías un poco.
—Seguro. –Apenas Gustav le dio un sorbo, sintió que regresaba a la vida. Vestido con una mísera bata de algodón y nada más, llevaba horas con la odiosa percepción de no sólo estar desnudo, sino además estar congelado hasta los huesos. El tibio líquido que le corrió por la garganta fue un alivio instantáneo que le hizo estremecerse de pies a cabeza—. Delicioso –agregó tras un segundo sorbo. Apenas terminó, los ojos se le enfocaron en los regalos que Georg llevaba consigo.
Frunció el ceño no por el gesto, sino porque sabía que no venían de parte del bajista. Georg no era atento de ese tipo. Usualmente llevaba comida, abrazos, comprensión; si acaso algún detalle, pero nada tan grande como aquel bouquet que se veía en suma costoso o aquel oso que sobrepasaba las dimensiones normales. Para el bajista, ir a una florería era como ir a la tintorería: No la pisaba jamás. Además, se recordó con amargura, entre ellos dos ya no había nada. Ya no existían razones para que le diera nada de aquello por mucho amor que hubiera entre ellos.
Aunque los dos sentían irreprimibles deseos de regresar a lo que era antes, les podía más la terquedad. Georg lo decidía así y Gustav lo aceptaba porque no le parecía justo inmiscuirse en decisiones que lo involucraban pero que no le concernían.
Tragando el dolor que evocar memorias tristes le traía, Gustav se forzó a sonreír detrás de su café para señalar los regalos y preguntar de dónde venían.
Antes de hostigarlo a hacer una rueda de prensa para hacer público su embarazo, lo primero que Jost le había dicho aquella mañana era que cientos de fans estaban congregadas en la entrada del hospital, por no mencionar que un número impresionante de regalos estaban llegando por todos lados. Aquello era razonable. Lo que no lo era resultaba ser que llegaran al hospital.
Casi leyendo sus pensamientos, Georg lo explicó. –Esto llegó por paquetería instantánea a la recepción del hospital. Alguien pagó mucho dinero para que fuera así.
El tono sarcástico con el que lo dijo dejó a Gustav helado por dentro. No oía aquella manera de hablarle desde meses atrás y apenas cayó en cuenta de ello, supo quién era el remitente. La cara se le puso roja al instante, consciente de que si Georg sabía quién había enviado ambos regalos, era porque había leído la nota adjunta.
La tensión que cayó por sus hombros se torno insoportable al punto que Gustav quiso soltarse a llorar por la falta de privacidad. En su existencia, jamás ofendido igual. Humillado por razones que no alcanzaba a comprender bajo los efectos de la medicación pero que se complementaban con las ganas de darle una patada en los testículos a Georg y reírse por ello.
—Era privado –murmuró el final tras dientes apretados.
Ante aquello, Georg pareció desarmarse. Si Gustav hubiera empezado su argumento peleando, el lo hubiera podido hacer por igual. La extraña gama de sentimientos de los cuales era presa hubiera podido explotar de una vez. Pero en lugar en ello, estaba avergonzado de su acción. Nunca antes el hacer un hoyo y esconderse en él para morir le pareció una idea tan buena.
—Gus, lo siento. Yo… —Intentó acercarse un paso a la cama y se encontró con que Gustav le daba la espalda y tenso, contemplaba la pared.
—Quiero dormir un poco –musitó al final, atento a que Georg no parecía dispuesto a salir de la habitación si antes no le hablaba—. Dile a Jost que puede convocar a la prensa una vez que haya despertado.
Cerró los ojos con fuerza deseando como nunca ser fuerte. Con la mano en el vientre escuchó atento los pasos que se alejaban y la puerta que se cerraba con suavidad.
“¿Algo que me tengas qué decir?” rezaba la nueva nota, bastante parecida a la anterior. Gustav la giró convencido de que al reverso iba a encontrar sólo la firma de Bushido, pero ahí estaban más palabras. “Que tu recuperación sea pronta y satisfactoria. Mis mejores deseos. Afectuosamente, B.”
No había que ser genio para interpretar aquella simple letra B que por su cursiva y artificiosa forma ya era un grito de atención. Gustav la apretó en el puño hasta hacer de ella un bulto de cartón corrugado. ¿Y qué coño era eso de ‘afectuosamente’? Al cuerno con los falsos modales que no se tragaba en lo mínimo aquellas palabras.
Refunfuñando, aún así no se explicó como olisqueó las flores un par de veces extasiado en la cuidadosa selección a la que habían sido puestas porque olían maravilloso. Era una mezcla fresca, ninguna rosa puesto que al parecer Bushido todavía recordaba que odiaba aquel cliché. Un ramo del cual no identificaba ninguna flor pero al cual pidió un jarrón con agua para colocar en la mesita que tenía justo a un lado de la cabecera a la primera enfermera que pasó.
Una vez colocadas en su sitio, se concentró en el enorme y felpudo amigo que en un principio confundió con un simple teddy bear y que una vez que miró más de cerca, identificó como un oso polar de espeso y blanco pelaje. Contra todo pronóstico y fuerza de voluntad, una vez que comprobó que no mordía, se lo sentó entre las piernas para admirarlo.
Le pellizcó las orejas asombrado de lo suave que resultaba al tacto y sin poder impedirlo, hundió el rostro en el pecho felpudo. Apenas lo hizo, se incorporó de golpe al apreciar el tenue pero inconfundible aroma de la colonia que Bushido utilizaba.
—No es tu culpa, ¿uhm? –Le dijo al oso para luego tomarlo de una pata y curioso, descubrir que la criatura llevaba impresas huellas rosadas de terciopelo en la palma de las manos—. Eres demasiado bonito como para tirar al bote de la basura. O donarlo… —Murmuró para sí, no muy seguro de qué lo había poseído como para querer quedarse con el peluche—. Tengo qué pensarlo –le dijo con seriedad al cabo de unos minutos, como si la criatura lo mirara con tristes ojos al saber que su estancia peligraba—. No eres tú, soy yo… Y él. –Se estampó la mano en la cara al darse cuenta de que le estaba hablando a un objeto inanimado. Para colmo, hablando y disculpándose.
—Estoy zafado –se dijo con un bostezo.
Horizontal de nuevo, cansado por el dolor de espalda que el vientre y las gemelas en él le ocasionaban de manera permanente ahora, abrazó el oso de peluche (“El oso polar” se dijo con ironía) con un poco de desconfianza antes de cerrar los ojos y respirar el tranquilizante aroma que de él emanaba.
Se dejaría cortar sin anestesia el pie con el que trabajaba la batería antes que admitir que por primera vez en semanas, se sentía capaz de dormir tranquilo. Hundiendo la nariz en el pelaje, aspiró una última vez antes de caer dormido.
“Mamá, papá, no se preocupen por mí”, pensó Gustav al ver que la cámara se enfocaba en él y sólo en él, antes de que comenzara a hablar.
—Antes que nada, quiero agradecer a todos los medios aquí presentes por su asistencia. –Tomó aire una vez la cortesía protocolaria dio fin. Jost era estricto al respecto; siempre decía que un paso en falso era darle pie a los medios para que te comieran vivo y tus restos los usaran para alimentar a las fieras.
—Antes que nada, todos los medios presentes en la sala, sean de televisión, radio o prensa, quedan advertidos de mantener la compostura o serán expulsados ante la primer ofensa –dijo Jost usando su propio micrófono—. Además, dada la naturaleza delicada del asunto a tratar y la precaria salud de Gustav, le sesión tendrá la duración de una hora. Sin excusas –agregó barriendo la sala con unos ojos que parecían llevar rayos láser en el iris. O al menos la intención de su dueño era esa.
—Aquí –alzó la mano una mujer rubia de cabello extremadamente corto—. ¿Esta rueda de prensa hace alusión a los hechos ocurridos la noche anterior?
Gustav no habló pero una cabeceada afirmativa arrancó murmullos en la sala.
—¿Tiene la noticia relación con abuso de alguna sustancia? –Un hombre bajito pero de cuerpo fornido preguntó—. ¿Alcohol? ¿Estupefacientes? ¿La nueva droga ‘Campanita 2009’?
El baterista asió el borde de la mesa que tenía en frente con rabia y se acercó el micrófono. –Ninguna relación. Los hechos ocurridos la noche de ayer tienen que ver… —La tensión en los dedos se disparó—. C-con el estado de mi salud.
—¿De qué manera afectará a la banda eso? –La misma mujer de antes se levantó de su asiento.
—La banda continuará –afirmó Gustav con rotundidad—. Nosotros seguiremos en ello hasta el final.
—Se plantea seguir el mismo itinerario –interrumpió Jost—. Las fechas del siguiente tour aún no han sido asignadas y no hay planes de retraso tanto en ellas como en la salida del próximo material.
—¿Entonces de qué manera afecta la salud de Gustav Schäfer a la banda? –Una mujer de gafas de montura gruesa que apenas se distinguía dado lo pequeña que era, preguntó con voz chillona—. ¿Qué tan ciertos son los rumores de que se encuentra enfermo de cáncer?
La boca de Gustav se abrió y de haber considerado un poco más las suposiciones disparatadas con las que sabía se iban a armar los reporteros gracias al Internet, se habría soltado a reír ahí mismo.
—Es un poco más delicado que eso… —Intentó David apaciguar a los medios.
—¿Tumor?
—¿VIH?
—¿Lupus?
Las teorías más descabelladas se dispararon una tras otra para divertimento de Gustav que ante la última, se inclinó con su manager para murmurar “Alguien ha visto mucho House MD últimamente” en un tono un tanto ligero.
Jost pareció a punto de reírse ante aquello, pero se contuvo al tomar agua y dispersar el barullo que se comenzaba a formar en la sala. –Disculpen… —Intentó hacerse oír con el micrófono sin mucho resultado.
—Yo, por favor… —Una chica que no parecía mayor de veinte años alzó con timidez la mano. David le cedió la palabra y con ello la sala se sumió en un silencio que a Gustav le dio mala espina—. Los tabloides en Internet hablan de… —Al parecer avergonzada de que todas los ojos de la sala se posaban en ella, abrió el portafolios que cargaba con ella y extrajo un par de ampliaciones borrosas—. Son del concierto de anoche –se explicó ante los presentes—. La página Web de Fifi Lanceau menciona algo acerca de… —Se aclaró la garganta—. Embarazo.
Los murmullos en la habitación se incrementaron junto con la temperatura. A Gustav le dieron ganas de vomitar por lo que se avecinaba. De paso, mandar cancelar esa horrible página francesa; todo chisme que corría por ahí acababa siendo sensación, algo que no quería para su caso.
—Testimonios de personas que se comprobó estuvieron en el lugar incluso afirman que… Que… —La chica se armó de valor—. Cuando la ambulancia llegó, el cuerpo que se sacó cubierto con una sábana tenía un bulto sospechoso en la zona del vientre.
—¡Patrañas! –Se dejó escuchar la voz ronca de uno de los camarógrafos que asistían.
—Los rumores corren rápido por Internet –dijo otro en tono apaciguador.
—Atención, por favor –interrumpió Jost. Los presentes tomaron asiento de nueva cuenta—. La intención de esta rueda de prensa es informar. Empezando por lo ya dicho, la banda continúa y la fecha prevista para el nuevo sencillo se mantienen. Con respecto al álbum, las pláticas con la disquera aún no se han concretado. Para finalizar… —Gustav contuvo el aliento, casi cerrando los ojos como si fuera a presenciar un accidente de automóvil del cual no pudiera escapar—. Es cierto. Gustav se encuentra embarazado. De gemelas… Se planea nazcan a mediados de septiembre.
El griterío en el cuarto subió de volumen como nunca antes y el baterista se encontró de pronto acosado por cientos de flashes que revoloteaban por todos lados. Cientos de preguntas sin poder responder al tiempo que se hundía en el asiento con ambas manos en torno al vientre, asustado de que la situación se saliera de control y él o las niñas salieran lastimados.
Durante el resto de la hora, las interrogantes fueron saliendo por sí solas. ¿Cuándo estaría prevista la fecha del parto? ¿Los nombres para las niñas? ¿Cómo se sentían los demás miembros de Tokio Hotel por la noticia? ¿Cuál era la reacción de sus familiares? ¿Cómo encontraba Gustav los cambios de la maternidad? ¿Planeaba posar desnudo para alguna revista femenina?
Al final, sólo dos puntos se manejaron sin tocarse: La paternidad de las criaturas y el hecho de cómo habían sido concebidas.
Gustav no ahondó en detalles respecto a la condición de su anatomía y al hecho de que por azares del destino su cuerpo podía lograr un embarazo. Ya bastante sufrió con el hecho de explicar que sí, en efecto había mantenido relaciones sexuales con un hombre y que era varón. Los reporteros parecían inclinarse más a creerlo una chica a que era gay, lo que resultó con Gustav agotado de explicarse y mareado una vez que todo terminó, una hora y media más tarde de lo planeado.
—Idiotas –masculló al salir de la sala y con dificultad concentrarse en no caer. No quería darles más de qué hablar en sus notas amarillistas del día siguiente.
—Salió muy bien –dijo Jost—, más de lo que pensaba.
—¿Tú crees? –Gustav se recargó junto al muro para tomar aliento—. ¿Vamos a ir de regreso al hospital o…? –Se presionó con fuerza en uno de los costados del abdomen. Desde que las niñas habían aprendido que pateando recibían masajes, parecía que era lo único que sabían hacer—. Ough, tienen que estarse quietas. A papi le duele mucho… —Les regañó con dulzura. Se posó la mano en donde más sentía los golpes y al instante experimentó un alivio—. Tramposas.
Alzó la mirada para encontrarse a Jost con la boca abierta.
—Se te van a meter las moscas –sentenció sin veneno—. Entonces, ¿a dónde vamos?
—He apartado una habitación en este hotel. Y sí –interrumpió a Gustav al ver que estaba a punto de preguntar algo—, el médico estuvo de acuerdo. Lo que te pasó ayer fue una baja de presión. Tienes que cuidarte más.
—¿Los demás…? –Se mordió el labio no muy seguro de si quería saber. Temprano aquella mañana se había peleado con todos a su manera. Más que él estar molesto con ellos, estaba preocupado de que fuera al revés. Siendo que ya estaba oscuro y que el día había sido largo, lo que menos quería era ir a solucionar problemas.
—Ya están en sus habitaciones. –Jost pareció nervioso—. Verás, Gus… Yo lo siento. Por lo de hace horas. Fue un poco rudo de mi parte. Tantos años en la industria te hacen morder traseros de a gratis así que…
—Déjalo, no es nada. –Gustav se enderezó de su postura para empezar a caminar rumbo a los ascensores—. Sólo… —Se paró junto a las puertas metálicas y presionó el botón para llamar el elevador—. Hay un favor que quiero pedirte.
—Lo que sea –aseguró David. Por la confianza con la que lo dijo, el baterista supo que podía confiar.
—Mis pertenencias en el hospital, uhm –las orejas le comenzaron a zumbar—, haz que las suban todas a mi habitación antes de que sea hora de dormir.
Si Jost consideró extraña aquella petición, no lo dejó saber. Llevó a Gustav a su habitación y tras asegurarse de que estaba cómodo y seguro para el baterista, salió rumbo a su encargo.
—Gusti… —Gustav arrugó la nariz al oírse llamado así—. Vamos, Gusti. Despierta. –Un par de dedos le pasaron por la mejilla y soltó un manotazo al intruso—. Ya es tarde.
—No es cierto –gruñó—. Mientras yo siga dormido es temprano.
—Ja –se burló una segunda voz. Con eso a Gustav ya no le quedaron dudas de quiénes eran los infames que le interrumpían el sueño.
—Largo. Tengo sueño –intentó alejarlos apretando más el oso que Jost le había traído desde el hospital contra su pecho.
—Es por lo de ayer, ¿no es así? –Preguntó Bill con voz pequeña—. Porque lo sentimos, Gus. Los dos –agregó con su mejor tono de cachorrito apaleado.
Gustav soltó un ruido ahogado por el peluche que estrujaba. ¿Qué le pasaba a aquel par? Ni siquiera estaba molesto por lo de ayer; lo que quería era dormir. Si no lo dejaban, de verdad que iban a ver un monstruo sacar los colmillos y las garras.
—No estoy enojado, ¿ok? –Alzó la cabeza de la almohada para ver ambas caras observándolo con cuidado—. Sólo quiero dormir. Cuando no duermo me pongo de malas y cuando me pongo de malas no soy nada, pero nada agradable. ¿Entendido?
Sincronizados asentimientos. –Perfecto. Ahora a la cama a dormir.
En cuestión de segundos se vio envuelto en dos pares de brazos que lo rodeaban y manos que lo sujetaban como sanguijuelas. Suspiró.
—Buenas noches…
—Buenas madrugadas… —Recibió a cambio por partida doble antes de caer dormido.
—Ugh, tengo que ir al baño –masculló Gustav apenas se sentó en su asiento al abordar el avión.
Horas después de que los gemelos le hubieran ido a despertar para disculparse y que los tres hubieran quedado noqueados por el sueño hasta altas horas del día, ya estaban de regreso a Alemania.
El trayecto iba a ser uno breve, apenas una hora y media, quizá dos a más tardar. Al baterista le importaba un comino; planeaba dormir con los pies en alto y una botella de leche con chocolate a un lado. Si a la bebida le agregaba unos nachos con mermelada de uva, todo marcharía de maravilla.
Por eso, el incordio de sentir la vejiga amenazando con derramar su contenido por todos lados le arrancó una palabrota de queja al respecto. De semanas atrás, ya advertido por Sandra, su vejiga había estado cada vez más comprimida. El peso de las dos niñas reducía el espacio en el interior de su cuerpo y eso ocasionaba que los viajes al sanitario fueran cada vez más frecuentes. Lo que no solucionaba la incomodidad, pero le daba a quién culpar.
—¿Otra vez? –Atento a sus quejas, Bill asomó la cara de detrás de una enorme revista Cosmopolitan que en la portada llevaba el artículo ’99 maneras de volver loco a tu hombre en la cama’—. En tu lugar, yo consideraría usar pañales.
—Muy gracioso, Bill –ironizó Gustav al enfilar rumbo al baño donde vació la vejiga y soltó un quejido de alivio, los dos al mismo tiempo. Mientras se lavaba las manos consideró un poco la opción de los pañales pero la desechó al final recordando que con el aumento de peso ahora el trasero le apretaba en los jeans normales. Mejor ni pensar como se vería con una capa extra.
Así, tomó lugar en el asiento correspondiente, agradecido de que David les hubiera reservado un vuelo sin escalas para ellos y unos cuantos miembros cercanos del equipo.
Apoyando la cabeza en la ventanilla, se quedó dormido lo que creyó horas cuando alguien le sujetó el brazo con suavidad. Grogui apenas si atinó a limpiarse la boca con el dorso de la mano, convencido de que babeaba a causa de un sueño muy vívido que apenas medio despertó, dejó de olvidar.
—¿Qué pasa? –Balbuceó con la lengua torpe—. ¿Ya llegamos?
—No. –Gustav soltó un quejido doble: Era Georg y estaba muy cansado para lidiar con ello. Quiso girarse de nuevo para ignorarlo en lo posible pero se encontró sujeto por un brazo fuerte—. Gustav…
—No. Tengo sueño –pretextó con una muy débil excusa. Lo cierto es que una vez despierto, fuera o no medianoche como adivinaba por lo oscuro y los ronquidos que se dejaban oír, ya no se podía dormir. Por desgracia suya, el bajista era muy consciente de ello.
—Gus, por favor… —La ira del baterista se inflamó con aquellas palabras. Se lo hizo saber a Georg con un certero manotazo con el que se lo quitó de encima.
—¡No es ‘Gustav, por favor’ conmigo! No después de lo que hiciste.
—¿Qué yo hice? –Enfatizó Georg cada sílaba, casi hasta escupirlas con coraje. Ni el súbito movimiento que se dejó escuchar cuando alguien se movió en su asiento lo hizo tranquilizarse.
—Sé que leíste esa nota…
—Oh, la nota… Genial, Gus, la nota. Deja agradezco haberla leído porque sino seguiría como idiota pensando que… —Se pasó la mano entre el cabello—. ¿Sabes qué? Olvídalo. –Hizo un intento de levantarse pero la mano de Gustav se aferró a su muñeca impidiendo que diera un paso lejos.
—Mi privacidad es importante para mí. –Gustav lo dejó ir y a Georg no le dieron más ganas de alejarse. El rincón de aquel avión, aquellos dos asientos, pero más que nada, el sitio donde Gustav estaba, parecía el lugar perfecto para quedarse por siempre y para siempre.
—Lo siento. Estuvo fuera de lugar que yo me metiera entre tus cosas. –Se volvió a sentar—. Sólo quiero que entiendas que para mí fue difícil ver que él… —Dio un puñetazo suave contra su rodilla—. Lo entiendes, ¿no es así, Gus? Tú no eres alguien de quien me pueda deshacer fácilmente. –“Tampoco quiero hacerlo” pensó con amargura—. En fin, creo que…
—Quédate. –Fue tan suave que el bajista no estaba seguro si en verdad había oído aquellas palabras. Gustav, que tampoco creyó haber hablado con algo que no fuera el corazón, lo repitió—: Quédate. Estamos por llegar, pero quédate.
Georg se atragantó al intentar pasar saliva. Tomando un mejor acomodo en su asiento, se sorprendió así mismo haciendo que la cabeza de Gustav se colocara en su hombro como en los viejos tiempos. Más aún cuando se apoyó en él y el tan ansiado aroma de Gustav lo inundó.
Fue natural así entrelazar los dedos, caer dormidos en total laxitud.
Apenas tocar tierra, lamentar la llegada. Separarse con vergüenza, agradecidos de que fueran altas horas de la noche y que entre la oscuridad aún reinante de la cabina y los cuerpos dormidos, para no tener que explicar nada a nadie, al otro o incluso a ellos mismos por aquella debilidad.
—No de nuevo… —Gustav se dejó caer ante la mesa del comedor para encontrar que a pesar de que apenas eran las ocho de la mañana, ambos gemelos ya se las habían ingeniado para desbordar la cocina con toda clase de platillos—. ¿En serio chicos, me quieren cebar como a ganado o qué?
—Es por salud –replicó Bill quien apenas verlo, le colocó un plato con al menos media docena de waffles bañados en sirope de vainilla, unas tiras de tocino y huevos con salchichón. Tom remató el platillo cargando la habitual licuadora hasta el borde con batido de alguna fruta y las vitaminas prenatales que le hacían tomar religiosamente cada mañana.
—Me dan náuseas de pensar que voy a comer todo esto –murmuró para sí el baterista, pero sus palabras llegaron a oídos del menor de los gemelos, que al instante le tenía un tazón de fruta con yogurt a la mano—. ¿Es broma o qué?
—Es… —Comenzó Tom antes de verse interrumpido.
—Por salud, lo sé. –Suspiró—. Chicos, creo que exageran. Cada mañana temo levantarme de mi lado del colchón y encontrar mi cuerpo grabado por el peso.
—Cuando pase te reduciremos las raciones, hasta entonces… —El timbre sonó—. Tampoco creas que todo esto es sólo para ti. Tenemos visitas.
Evaporándose los últimos rastros de sueño, Gustav arqueó las cejas preguntándose quién sería. Por descarte, Jost no. Apenas dejarlos en casa unas horas atrás, había salido con prisa porque en cuestión de horas tenía que estar en una junta de la disquera listo para leer los primeros reportajes que salieran respecto a su embarazo. Aparte de su manager, no se le ocurría alguien más. Ni familiares o amigos sabían que estaban ahí. Nadie sabía de su llegada a Alemania; las opciones de visitas eran entonces nulas. Casi, porque alguien obviamente estaba en la puerta tocando el timbre.
Fue hasta que la aparición de una niña pequeña de unos cuatro o cinco años hizo entrando a la habitación que comenzó a sospechar de quién podía ser. Las voces en el recibidor intercambiando saludos, besos y comentarios ligeros confirmaron aquella idea.
—Hola, nena –saludó Bill a la niña que dio unos pasos dentro de la cocina vestida con un primoroso vestido de verano de color verde lima a juego con unos ojos de gato que coordinaban a la perfección con los de su progenitora. Entonces a Gustav no le cupo duda de que aquella era la hija de Sandra—. ¿Cómo te llamas?
—Suzzane –dijo con voz ronca. Al parecer, víctima de alguna gripe fuera de temporada.
—Oh Suzzane, esa nariz. Ven acá para limpiártela. –Haciendo gala de presencia, Sandra entró a la cocina seguida de Tom que cargaba a cuestas el maletín de doctor que ésta llevaba consigo.
—Ma-má –se quejó la niña al alzar la cara para que su madre le ayudara con un poco de papel a limpiarse—. Yo puedo sola.
—¿Quieres un poco de desayuno, Suzzane? –Preguntó Bill apenas vio que madre e hija terminaban—. Hay waffles con sirope y licuado de frutas. –Confirmó con Sandra que aquello estuviera bien y ésta le dijo que sí—. ¿Apeteces?
La niña agradeció y se sentó a la mesa sobre la que apenas le sobresalía la cabeza. Frente a ella, Gustav, que la miraba con una extraña aprensión comprimiéndole el pecho.
¿Serían así sus niñas? ¿Rubias de ojos verdes? ¿O se parecerían más a Bushido? La madre del rapero era de origen alemán lo que confundía más en cuanto a suposiciones de lo que la genética le tenía preparado. No que le importara realmente mucho aquello. Cualquiera que fuera el aspecto que tuvieran, las iba a adorar. Lo único que le quedaba pedir era que al menos tuvieran algo de él, alguna prueba que indicara que también eran suyas.
—Aquí están, yup –lo sacó de ensoñaciones Bill al servirle a la niña el plato y contemplar con preocupación como Suzzane no alcanzaba la mesa—. Voy por un cojín.
Cuando regreso y tras sentar a la niña sobre éste, se dirigió a Gustav con gesto reprobador. –No estás comiendo, Gus –le señaló el plato apenas diferente de cuando se lo había servido rato atrás—. ¿No te gustó? ¿Quieres que te cocine algo más?
El baterista denegó. Tenedor y cuchillo en mano procedió a comer no apartando los ojos de Suzzane, no siendo ajeno de aquellas miradas con la madre, que hizo su propio trabajo al observarlo con disimulo.
—Es… —Jost abrió un nuevo periódico en su regazo y soltó una carcajada—. ¡Genial! ¡Increíble!
—‘No lo puedo creer’ –repitieron monótonos a coro los gemelos, rodando los ojos con fastidio.
—En serio Dave, no has dicho otra cosa desde que llegaste. –Ese fue Gustav, que igual de harto, moría por comer el almuerzo. Apenas Sandra y Suzzane cruzaron la puerta de casa una vez que el examen médico de Gustav terminó, Jost había hecho aparición cargando una bolsa de proporciones desmedidas que una vez dentro desparramó sobre el suelo. El contenido era nada más y nada menos que un ejemplar de cada periódico del cual se hubiera podido hacer mano.
Sin excepción, todos y cada uno de ellos, llevaban sino es que en primera plana, al menos sí en su sección el reportaje estrella, la sensación del año, el escándalo que superaría a todos los demás de que el baterista de la banda Tokio Hotel estaba embarazado.
Lo que Jost agradecía no era la cobertura, sino el trato amable del cual habían sido objeto. Descontando algunos periódicos amarillitas, en lo demás se manejaba un tono ligero. Más feliz al respecto no podía estar. Empezando porque los de la disquera se lo habían tomado con calma dentro de lo posible y de momento ya estaban en proceso de explotar la noticia en su máxima potencial.
—Lo que sea, ustedes no saben lo que esto representa… —Los desdeñó Jost cerrando las páginas del último diario que leía y esbozando la sonrisa de maniaco más feliz que alguien jamás le hubiera visto—. Esta mañana recibí una llamada de Für sie, ¡Quieren un reportaje exclusivo! ¡Con Gustav! –Agregó al ver que ni los gemelos ni el mismo Gustav le entendían. El lugar de eso arqueaban las cejas en espera de una mejor explicación—. Es una revista femenina internacional, chicos.
—Yo –Bill alzó la mano—, ¿por qué quieren a Gustav en una revista femenina? –Enfatizó con una mueca—. Gus es, bueno, hombre.
—Gracias –dijo sarcástico el rubio—. Además, no sé, no me parece tan buena idea. ¿De qué hablaría si accediera? No sé nada de mujeres, ni siquiera me acuesto con ellas. No veo porqué…
—¡Estás embarazado, Gustav! –Los presentes hicieron un idéntico ruido que sonó como “¡Ahhh!” que Tom complementó con un “¡Si no nos dices no nos enteramos jamás, Dave!” que el hombre mayor desdeñó—. Für sie te quiere precisamente por eso. Planean un seguimiento exhaustivo de tu embarazo en los siguientes meses. Galería de fotos, visitas al médico, ¡incluso se han ofrecido a surtirte con la última moda en ropa de bebé!
—Grandioso –gruñó Gustav. Ahora no sólo tenía a los gemelos haciéndole chambritas de su propia inventiva a las niñas, pese a que admitía que al menos los últimos calcetines que habían tejido realmente parecían calcetines y no bolas lanudas como un anterior fallido intento de gorros, sino que además ahora tenía que soportar a David haciendo lo propio—. No estoy muy seguro –intentó ser diplomático al respecto—. Hay asuntos con lo de la banda, el disco nuevo, el sencillo…
—Hablé con los altos mandos y están ansiosos por una respuesta –volvió a la carga Jost. Gustav casi cerró los ojos para contenerse de gritar—. Pero si no estás de acuerdo…
—Pues bien, no lo estoy. –Se cruzó de brazos—. Una cosa es una entrevista, lo entiendo, la exclusiva, lo nuevo, pero de ahí a que… ¿Dijiste acompañarme con Sandra? –Se estremeció—. No gracias. Lo que pasa en esa sala, se queda en esa sala. Sin pretexto.
—Gus, no quiero que pienses que esto es un golpe bajo de mi parte, pero… —David se metió la mano al pantalón de donde extrajo un papel doblado que le dio a Gustav—. Ofrecen esto… Sólo por decir que sí. Los viáticos, los regalos, gastos médicos es aparte del contrato… ¿Qué me dices?
Gustav soltó un bufido de incredulidad. ¿Qué? ¿Planeaban comprarlo con dinero? Mientras desdoblaba el papel para ver la cifra, sólo por curiosidad, imaginó un número posible… Que una vez comparó con el que estaba escrito se quedó corto. —¿E-Esto es en euros? –Tartamudeó el ver la cantidad de ceros que tenía de frente e incapaz de plantearse que todo ese dinero existiera junto.
—Libres de impuestos para que más te guste –le aseguró el hombre mayor—. No es algo que debas dejar escaparse por la ventana sin pensarlo antes.
Bill y Tom se inclinaron sobre el regazo de su amigo y soltaron sendos silbidos proseguidos de un “¡Wow!” un tanto orgásmico.
A Gustav nomás se le fue el aire. ¿En serio pensaban pagar aquello? El baterista no creía que aquel dinero no viniera sino de tres fuentes: Prostitución, mafia y/o asesinato. Nunca antes se le habría pasado por la mente que el estar embarazado y promocionarlo lo fuera a hacer tan asquerosamente rico.
—Dave, yo… —Abrió la boca pero ningún sonido salió de ella. Lo cierto es que la respuesta no la tenía en mente; el dinero, sí, podía solucionarle la vida no sólo a él, sino a las gemelas. En una corta llamada con su madre para avisarle que estaba de vuelta en Alemania, ella le había recordado que una vez que las niñas estuvieran, el gasto por ellas estaría hasta dieciocho años en adelante. Si aceptaba, pensaba que podía sortear gran parte de ese trayecto sin preocupaciones—. Tengo que pensarlo.
David, que ya estaba ilusionado de conseguir el contrato, decayó. —¿Hablas en serio?
—Es mucho… -Empezó con nerviosismo.
—¡Claro que es mucho dinero! –Interrumpió Bill, para recibir un codazo de su gemelo.
—Gus no habla de eso –le silenció—. Shhh.
—Necesito un par de días –murmuró Gustav aún con el papel entre dedos—. Creo que voy a decir que sí, pero… —Los nudillos de Jost comenzaron a tronar bajo la tensión de su dueño—. Aún así quiero pensarlo. Un poco al menos. –Se cubrió el vientre con ambas manos—. ¿Ok?
Su manager asintió.
Esa misma tarde, una vez que decidiendo aprovechar el día libre para dormir una gran siesta los gemelos se hubieran retirado juntos a dormir, Gustav se dejó caer en el sofá de la sala con un enorme tazón de rosetas de maíz bañadas en salsa catsup y un litro de bebida de pepino que él mismo se había preparado antes de DVD en mano, sentarse para descansar.
Las nenas, que con cada día parecían querer probar una nueva postura en su interior, estaban quietas por primera vez en el día. Acontecimiento digno de mención ya que era extraño cuando una no estaba despierta y la otra dormida, sino que es ambas montando fiestas disco de patadas justo encima del hígado o la vejiga de Gustav.
Por ello, comida y bebida en mano, película en el reproductor y paz y quietud circundante, Gustav se acomodó descalzo sobre el sillón planeando disfrutar de la última comedia romántica que Bill le había recomendado con ojos soñadores y en el proceso caer dormido un rato. Aquella tarde exudaba pereza por no hablar de que una buena comida compuesta por ensalada, bistek, puré de papá y un postre conformado por helado y chispas de chocolate comido horas antes, obraba como sedante.
Apenas diez minutos después, divertido del modo en el que el tazón de maíz tostado oscilaba sobre su abultado vientre y de la película que era más comedia que romance, se sobresaltó cuando su teléfono comenzó a sonar. Con dificultad, dado que se lo había metido en la bolsa trasero de un pantalón que quizá ya no le quedaría mañana, extrajo el aparato para contestarlo sin tomarse la molestia de ver quién llamaba.
Lo más probable sería alguien de su familia. Si no fallaba, su madre; su hermana aún no le dirigía la palabra y la manera en la que su padre enfrentaba que su hijo varón estaba de cinco meses de gestación era tocando el tema lo menos posible, no comunicándose más de lo necesario por teléfono. Era ella llamando para darle más recetas de la abuela para usar contra los malestares del embarazo mucho más probable que por ejemplo, Jost o Sandra, ya que ellos habían estado de visita ese mismo día.
Por ello, confiado de oír la cariñosa voz de su madre, contestó de buen humor.
—¿Aló? –Tomó una simple roseta entre dos dedos y se la metió a la boca.
“¿Aló?” ¿Es todo lo que me vas a decir? –Gustav se incorporó a medias tratando de discernir quién estaba al otro lado de la línea—. ¿Gus? ¡Contesta!
—¿Q-Quién habla? –No muy seguro de quererse enfrascar en una discusión con alguien a través del teléfono, el rubio pausó la cinta para poder oír mejor.
—¿Estás de broma? –Un resoplido que a Gustav le resultó muy familiar—. ¿Estás en casa?
—Sí.
—Estoy ahí en… ¡Imbécil! ¡Aprende a manejar o regresa al campo! –Seguido de un rechinar de llantas que al baterista le hicieron alejarse el aparato del oído—. ¿Me escuchas? ¡Gustav!
—Aquí estoy, ¿quién habla? –Ahora completamente sentado, el rubio experimentó la desagradable sensación de conocer muy bien al dueño de aquella voz—. ¿Bushido?
—Ajá –dijo la voz—. Llego en unos diez minutos. Espero no ser inoportuno.
Gustav se dio en la frente con la palma de la mano. –No puede ser… —Musitó, ajeno a que aún tenía el auricular cerca de la boca.
—¿Qué no puede ser? –Preguntó el hombre mayor. Gustav cerró los ojos con ganas de cavar un hoyo en el jardín trasero y enterrarse para que se lo comieran los gusanos. Ese destino sonaba mucho mejor que enfrentarse a un ex novio—. No puedo hablar mucho, sigo conduciendo. Espérame. Ya casi llego –dijo al final antes de colgar, su voz seria, casi atemorizante.
—Mierda. –Dejando caer el teléfono contra el suelo, Gustav se puso de pie horrorizado de recibir visitas. Ese tipo de visitas—. Mierda. Mierda. ¡Mierda! –Gritó al fin temblando.
En cualquier momento Bushido se estacionaría frente a la casa y Gustav tendría que abrirle la puerta para dejarlo pasar. La simple perspectiva de ello le ocasionaba ganas de devolver lo comido horas antes en la moteada alfombra del recibidor.
En un afán primitivo por esconderse, tiró al suelo el recipiente con las palomitas y el ruido que hizo lo sacó del estado de terror en el que se encontraba. Sin considerar la idea de recoger el desastre, comenzó a caminar rumbo al segundo piso. El plan más coherente que su mente formaba: Esconderse bajo la cama hasta el día del juicio final. ¿Después? Lo que el destino le deparara.
Fue por ello que en su corta carrera, aferrado al barandal de las escaleras que subía con dificultad, se topó de frente con Georg, que al oír el ruido en el piso inferior y a sabiendas de que Gustav estaba solo allá abajo, bajaba preocupado. Grande fue su sorpresa al encontrarlo pálido y jadeante en un esfuerzo casi titánico dado a su estado, de subir lo más rápido posible.
—Gus, calma –lo sujetó del brazo—. ¿Estás bien? ¿Pasa algo? Oí un ruido allá abajo y creí que…
—N-no me s-siento bien-n –tembló Gustav al abrazar a Georg y recibir un par de brazos en torno al cuerpo—. Quiero acostarme.
—¿Migraña? –Tanteó el bajista, que sin mediar peleas pasadas, lo ayudó a subir el último tramo. Recibió un ‘sí’ mudo que le hizo fruncir el ceño—. No estabas así horas antes. ¿Quieres que llame a alguien?
—N-necesito aco-costarme… —Tartamudeó el baterista antes de perder el control y comenzar a llorar en apenas imperceptibles espasmos.
—Gusti… —Con cariño, Georg le abrió la puerta de la habitación que dos meses antes compartían y lo guió hasta la cama donde una vez que lo colocó horizontal sobre las almohadas, arropó con cuidado bajo una manta que extrajo del clóset—. ¿Necesitas algo más? –Con ojos cerrados, Gustav denegó—. ¿Un vaso de agua? ¿Otra cobija? ¿Una rebanada de pastel? –Intentó animar al rubio pero éste se movió a un costado y sin soltarle la mano, soltó un quejido.
—Llama a Sandra… —Musitó al fin luego de unos segundos—. Dile que…
El sonido del timbre sonando le erizó hasta el último vello del cuerpo. –Ugh, no… —Gimoteó y sendas lágrimas le brotaron de los ojos. Con rabia contra sí mismo por ser tan débil, se las limpió de un manotazo rápido.
Georg, que no lo perdía de vista, se ocupó de llamar a Sandra. Que los gemelos abrieran la puerta; Gustav lo necesitaba más que cualquiera de las visitas.
Apenas el tono de marcado comenzó a sonar contra su oreja cuando desde el piso de abajo se dejaron oír los gritos airados de Bill.
—… Usted se intenta comunicar al… —Georg colgó apenas la llamada entró al buzón de mensajes. El ruido que se oía aumentaba de volumen y en un afán protectivo, apretó la mano de Gustav entre la suya. Bill ahora no era el único que gritaba, sino que Tom se le había unido y juntos opacaban lo que creía era una tercera voz elevándose entre aquella cacofonía. No fue sino hasta que el inconfundible sonido del cristal quebrándose lo sobresaltara, que Gustav volvió a hablar.
—Oh Dios, él está aquí… —A Georg se le congeló toda emoción cálida en el pecho al completar el rompecabezas en su cabeza y darse cuenta de lo que pasaba—. Tengo que bajar.
Sin mediar una palabra, Georg observó como Gustav se sentaba y con cuidado y pasos inseguros, se ponía de pie. La mano que se deslizó entre las suyas sin darse cuenta y en cuestión de segundos al baterista caminaba fuera del cuarto.
No, rotundo no. No para Jost que quería hacer una rueda de prensa para dar a conocer su estado y así acallar los rumores perjudiciales para la banda; no para los gemelos que acampaban en su cuarto del hospital y tercos, observaban por novena vez el video de ‘Tejido creativo para bebés Vol. III’; no también a sus padres que llevaban horas llamando a su teléfono móvil, ajenos a la idea de que si no les contestaba era porque no quería hablar con ellos.
—Gustav, sé razonable… —David intentó de nueva cuenta—. Si no hacemos algo ahora mismo podría resultar perjudicial para la banda y con ello…
Gustav resopló aire con malhumor. ¿Y qué de malo podría pasar? Ya sabía para dónde iba el rumbo de la situación: Jost quería presentarlo ante infinidad de cámaras con una sonrisa boba de drogado para que declarara que en efecto estaba embarazado y hacer de ello la sensación de la temporada verano-otoño contando historias falsas y mentiras del tamaño de casas para darle buena imagen.
—… Gancho A elevado mientras el gancho B cruza la intersección en forma de mariposa que… —El baterista, hastiado de las mismas repetitivas instrucciones que los gemelos oían con reverencial credulidad cual si fuera el Papa dando misa ante una congregación de beatas, agarró el control remoto de un manotazo y lo tiró contra el televisor.
—¡Apaguen esa mierda! –Gritó casi al borde de sus casillas.
—Gusss… —Replicó Bill con un bulto irreconocible de estambre sostenido entre los dedos. Idéntico en ello, Tom también contaba con su revoltijo de lana agregando que los ganchillos que usaba parecían a punto de pescar un trozo de sushi en lugar de estar haciendo otro gorro, chambrita o calcetines para bebé. Lo que fuera; los resultados nunca se parecían a nada nunca antes reconocible.
Como para probar la paciencia sobrehumana con la que Gustav contaba, el teléfono móvil del baterista comenzó a sonar como loco en la mesita de dormir.
—Concéntrate en lo que te digo –dijo Jost al tomar a Gustav de los hombros y darle una pequeña sacudida. Lo que quería decir era ‘mi empleo está en riesgo, ¡Rescátame!’ pero en su lugar apretó los dedos más en la clavícula de su baterista—. Será una pequeña rueda de prensa, nada exagerado. No mucha gente; sólo tú y unos cientos de reporteros de los más exclusivos medios. Entras, explicas que fue el estrés, el embarazo, las hormonas y te retiras. Sencillo, ¿no?
—Dave, no… —Gustav quiso darse contra el muro para perder la conciencia. No tenía ni doce horas en aquella cama de hospital y ya rogaba por estar en casa, en su cama y lejos de aquel hatajo de locos egoístas que lo acosaban sin tregua.
El teléfono dejó de sonar al final para tomar una pequeña pausa y volver a empezar. –No de nuevo… —Murmuró Gustav. Si en algo conocía a su familia, sabía que no se rendirían a la primera y que tomar un ‘no’ como respuesta, no era algo admisible en sus estándares. Hasta cierto punto los comprendía. Ver a su hijo varón que además estaba en estado salir en televisión recostado sobre la camilla de una ambulancia en el noticiero de chismes matutino no era lo que podía llamarse tranquilizador, pero de ahí a haberle llamado por horas, mandado infinidad de mensajes de texto y saturado su buzón de mensajes, la línea cruzada era mucha.
—Si me dices que sí, ahora mismo convoco a los medios y los tengo en una sala de conferencias en… —Jost consultó el reloj—. Quince minutos.
—… Gancho A en posición inicial mientras la mano derecha tuerce el tejido en un ángulo de…
Gustav parpadeó para tomar aire de nuevo cuando el teléfono repiqueteó por millonésima vez.
—Yo… —Los ojos de su manager y de los gemelos se enfocaron en él—. Yo… Ugh… —Se tapó la boca con la mano y comenzó a temblar—. Largo. ¡Largo!
—Pero Gus… —Intentó hablar Tom antes de recibir una almohada voladora que el baterista le tiró en pleno rostro con todas sus fuerzas—. Tienes que tranquilizarte.
—Con mayor razón –escupió el aludido—. Fuera de mi cuarto. Me están volviendo loco con sus estupideces de prensa y ganchillo. ¡Todos fuera!
De pronto la puerta se abrió dando paso a Georg que traía en manos un ramo de rosas, un oso de peluche que era de la mitad de su tamaño y un paquete con café. En su cara, una expresión indescifrable que oscilaba entre la molestia y la preocupación.
—¿Qué está pasando aquí? –Preguntó al acercarse un poco y dejar todo lo que cargaba en una silla. Se cruzó de brazos—. Todos ustedes saben que Gustav necesita descansar y…
—Pero… —Bill se hizo el ofendido pero con una mirada del bajista se replegó a su sitio de nuevo.
—Son unos egoístas –sentenció al fin—. Gus tiene razón, todos fuera. Necesita descansar y con ustedes acosándolo por todo, no va a poder ser.
Tres pares de cabezas cayeron. Cierto, no era su intención molestar pero ahí estaban alterando a Gustav que tras una noche vertiginosa apenas se recuperaba. Uno a uno, salieron de la habitación mascullando disculpas avergonzadas que el baterista aceptó con buen corazón porque muy en el fondo entendía que si todos se comportaban así con él, era por amor.
Sin embargo… —Uf, gracias –agradeció a Georg apenas estuvieron a solas—. Pensé que me iba a volver loco antes de que me dejaran en paz.
—Seh, de nada –agradeció el bajista al de pronto caer en cuenta de que estaban a solas y que el silencio que se establecía en el cuarto era como un gas venenoso—. Uhm, yo… Traje café. Descafeinado. Pensé que querrías un poco.
—Seguro. –Apenas Gustav le dio un sorbo, sintió que regresaba a la vida. Vestido con una mísera bata de algodón y nada más, llevaba horas con la odiosa percepción de no sólo estar desnudo, sino además estar congelado hasta los huesos. El tibio líquido que le corrió por la garganta fue un alivio instantáneo que le hizo estremecerse de pies a cabeza—. Delicioso –agregó tras un segundo sorbo. Apenas terminó, los ojos se le enfocaron en los regalos que Georg llevaba consigo.
Frunció el ceño no por el gesto, sino porque sabía que no venían de parte del bajista. Georg no era atento de ese tipo. Usualmente llevaba comida, abrazos, comprensión; si acaso algún detalle, pero nada tan grande como aquel bouquet que se veía en suma costoso o aquel oso que sobrepasaba las dimensiones normales. Para el bajista, ir a una florería era como ir a la tintorería: No la pisaba jamás. Además, se recordó con amargura, entre ellos dos ya no había nada. Ya no existían razones para que le diera nada de aquello por mucho amor que hubiera entre ellos.
Aunque los dos sentían irreprimibles deseos de regresar a lo que era antes, les podía más la terquedad. Georg lo decidía así y Gustav lo aceptaba porque no le parecía justo inmiscuirse en decisiones que lo involucraban pero que no le concernían.
Tragando el dolor que evocar memorias tristes le traía, Gustav se forzó a sonreír detrás de su café para señalar los regalos y preguntar de dónde venían.
Antes de hostigarlo a hacer una rueda de prensa para hacer público su embarazo, lo primero que Jost le había dicho aquella mañana era que cientos de fans estaban congregadas en la entrada del hospital, por no mencionar que un número impresionante de regalos estaban llegando por todos lados. Aquello era razonable. Lo que no lo era resultaba ser que llegaran al hospital.
Casi leyendo sus pensamientos, Georg lo explicó. –Esto llegó por paquetería instantánea a la recepción del hospital. Alguien pagó mucho dinero para que fuera así.
El tono sarcástico con el que lo dijo dejó a Gustav helado por dentro. No oía aquella manera de hablarle desde meses atrás y apenas cayó en cuenta de ello, supo quién era el remitente. La cara se le puso roja al instante, consciente de que si Georg sabía quién había enviado ambos regalos, era porque había leído la nota adjunta.
La tensión que cayó por sus hombros se torno insoportable al punto que Gustav quiso soltarse a llorar por la falta de privacidad. En su existencia, jamás ofendido igual. Humillado por razones que no alcanzaba a comprender bajo los efectos de la medicación pero que se complementaban con las ganas de darle una patada en los testículos a Georg y reírse por ello.
—Era privado –murmuró el final tras dientes apretados.
Ante aquello, Georg pareció desarmarse. Si Gustav hubiera empezado su argumento peleando, el lo hubiera podido hacer por igual. La extraña gama de sentimientos de los cuales era presa hubiera podido explotar de una vez. Pero en lugar en ello, estaba avergonzado de su acción. Nunca antes el hacer un hoyo y esconderse en él para morir le pareció una idea tan buena.
—Gus, lo siento. Yo… —Intentó acercarse un paso a la cama y se encontró con que Gustav le daba la espalda y tenso, contemplaba la pared.
—Quiero dormir un poco –musitó al final, atento a que Georg no parecía dispuesto a salir de la habitación si antes no le hablaba—. Dile a Jost que puede convocar a la prensa una vez que haya despertado.
Cerró los ojos con fuerza deseando como nunca ser fuerte. Con la mano en el vientre escuchó atento los pasos que se alejaban y la puerta que se cerraba con suavidad.
“¿Algo que me tengas qué decir?” rezaba la nueva nota, bastante parecida a la anterior. Gustav la giró convencido de que al reverso iba a encontrar sólo la firma de Bushido, pero ahí estaban más palabras. “Que tu recuperación sea pronta y satisfactoria. Mis mejores deseos. Afectuosamente, B.”
No había que ser genio para interpretar aquella simple letra B que por su cursiva y artificiosa forma ya era un grito de atención. Gustav la apretó en el puño hasta hacer de ella un bulto de cartón corrugado. ¿Y qué coño era eso de ‘afectuosamente’? Al cuerno con los falsos modales que no se tragaba en lo mínimo aquellas palabras.
Refunfuñando, aún así no se explicó como olisqueó las flores un par de veces extasiado en la cuidadosa selección a la que habían sido puestas porque olían maravilloso. Era una mezcla fresca, ninguna rosa puesto que al parecer Bushido todavía recordaba que odiaba aquel cliché. Un ramo del cual no identificaba ninguna flor pero al cual pidió un jarrón con agua para colocar en la mesita que tenía justo a un lado de la cabecera a la primera enfermera que pasó.
Una vez colocadas en su sitio, se concentró en el enorme y felpudo amigo que en un principio confundió con un simple teddy bear y que una vez que miró más de cerca, identificó como un oso polar de espeso y blanco pelaje. Contra todo pronóstico y fuerza de voluntad, una vez que comprobó que no mordía, se lo sentó entre las piernas para admirarlo.
Le pellizcó las orejas asombrado de lo suave que resultaba al tacto y sin poder impedirlo, hundió el rostro en el pecho felpudo. Apenas lo hizo, se incorporó de golpe al apreciar el tenue pero inconfundible aroma de la colonia que Bushido utilizaba.
—No es tu culpa, ¿uhm? –Le dijo al oso para luego tomarlo de una pata y curioso, descubrir que la criatura llevaba impresas huellas rosadas de terciopelo en la palma de las manos—. Eres demasiado bonito como para tirar al bote de la basura. O donarlo… —Murmuró para sí, no muy seguro de qué lo había poseído como para querer quedarse con el peluche—. Tengo qué pensarlo –le dijo con seriedad al cabo de unos minutos, como si la criatura lo mirara con tristes ojos al saber que su estancia peligraba—. No eres tú, soy yo… Y él. –Se estampó la mano en la cara al darse cuenta de que le estaba hablando a un objeto inanimado. Para colmo, hablando y disculpándose.
—Estoy zafado –se dijo con un bostezo.
Horizontal de nuevo, cansado por el dolor de espalda que el vientre y las gemelas en él le ocasionaban de manera permanente ahora, abrazó el oso de peluche (“El oso polar” se dijo con ironía) con un poco de desconfianza antes de cerrar los ojos y respirar el tranquilizante aroma que de él emanaba.
Se dejaría cortar sin anestesia el pie con el que trabajaba la batería antes que admitir que por primera vez en semanas, se sentía capaz de dormir tranquilo. Hundiendo la nariz en el pelaje, aspiró una última vez antes de caer dormido.
“Mamá, papá, no se preocupen por mí”, pensó Gustav al ver que la cámara se enfocaba en él y sólo en él, antes de que comenzara a hablar.
—Antes que nada, quiero agradecer a todos los medios aquí presentes por su asistencia. –Tomó aire una vez la cortesía protocolaria dio fin. Jost era estricto al respecto; siempre decía que un paso en falso era darle pie a los medios para que te comieran vivo y tus restos los usaran para alimentar a las fieras.
—Antes que nada, todos los medios presentes en la sala, sean de televisión, radio o prensa, quedan advertidos de mantener la compostura o serán expulsados ante la primer ofensa –dijo Jost usando su propio micrófono—. Además, dada la naturaleza delicada del asunto a tratar y la precaria salud de Gustav, le sesión tendrá la duración de una hora. Sin excusas –agregó barriendo la sala con unos ojos que parecían llevar rayos láser en el iris. O al menos la intención de su dueño era esa.
—Aquí –alzó la mano una mujer rubia de cabello extremadamente corto—. ¿Esta rueda de prensa hace alusión a los hechos ocurridos la noche anterior?
Gustav no habló pero una cabeceada afirmativa arrancó murmullos en la sala.
—¿Tiene la noticia relación con abuso de alguna sustancia? –Un hombre bajito pero de cuerpo fornido preguntó—. ¿Alcohol? ¿Estupefacientes? ¿La nueva droga ‘Campanita 2009’?
El baterista asió el borde de la mesa que tenía en frente con rabia y se acercó el micrófono. –Ninguna relación. Los hechos ocurridos la noche de ayer tienen que ver… —La tensión en los dedos se disparó—. C-con el estado de mi salud.
—¿De qué manera afectará a la banda eso? –La misma mujer de antes se levantó de su asiento.
—La banda continuará –afirmó Gustav con rotundidad—. Nosotros seguiremos en ello hasta el final.
—Se plantea seguir el mismo itinerario –interrumpió Jost—. Las fechas del siguiente tour aún no han sido asignadas y no hay planes de retraso tanto en ellas como en la salida del próximo material.
—¿Entonces de qué manera afecta la salud de Gustav Schäfer a la banda? –Una mujer de gafas de montura gruesa que apenas se distinguía dado lo pequeña que era, preguntó con voz chillona—. ¿Qué tan ciertos son los rumores de que se encuentra enfermo de cáncer?
La boca de Gustav se abrió y de haber considerado un poco más las suposiciones disparatadas con las que sabía se iban a armar los reporteros gracias al Internet, se habría soltado a reír ahí mismo.
—Es un poco más delicado que eso… —Intentó David apaciguar a los medios.
—¿Tumor?
—¿VIH?
—¿Lupus?
Las teorías más descabelladas se dispararon una tras otra para divertimento de Gustav que ante la última, se inclinó con su manager para murmurar “Alguien ha visto mucho House MD últimamente” en un tono un tanto ligero.
Jost pareció a punto de reírse ante aquello, pero se contuvo al tomar agua y dispersar el barullo que se comenzaba a formar en la sala. –Disculpen… —Intentó hacerse oír con el micrófono sin mucho resultado.
—Yo, por favor… —Una chica que no parecía mayor de veinte años alzó con timidez la mano. David le cedió la palabra y con ello la sala se sumió en un silencio que a Gustav le dio mala espina—. Los tabloides en Internet hablan de… —Al parecer avergonzada de que todas los ojos de la sala se posaban en ella, abrió el portafolios que cargaba con ella y extrajo un par de ampliaciones borrosas—. Son del concierto de anoche –se explicó ante los presentes—. La página Web de Fifi Lanceau menciona algo acerca de… —Se aclaró la garganta—. Embarazo.
Los murmullos en la habitación se incrementaron junto con la temperatura. A Gustav le dieron ganas de vomitar por lo que se avecinaba. De paso, mandar cancelar esa horrible página francesa; todo chisme que corría por ahí acababa siendo sensación, algo que no quería para su caso.
—Testimonios de personas que se comprobó estuvieron en el lugar incluso afirman que… Que… —La chica se armó de valor—. Cuando la ambulancia llegó, el cuerpo que se sacó cubierto con una sábana tenía un bulto sospechoso en la zona del vientre.
—¡Patrañas! –Se dejó escuchar la voz ronca de uno de los camarógrafos que asistían.
—Los rumores corren rápido por Internet –dijo otro en tono apaciguador.
—Atención, por favor –interrumpió Jost. Los presentes tomaron asiento de nueva cuenta—. La intención de esta rueda de prensa es informar. Empezando por lo ya dicho, la banda continúa y la fecha prevista para el nuevo sencillo se mantienen. Con respecto al álbum, las pláticas con la disquera aún no se han concretado. Para finalizar… —Gustav contuvo el aliento, casi cerrando los ojos como si fuera a presenciar un accidente de automóvil del cual no pudiera escapar—. Es cierto. Gustav se encuentra embarazado. De gemelas… Se planea nazcan a mediados de septiembre.
El griterío en el cuarto subió de volumen como nunca antes y el baterista se encontró de pronto acosado por cientos de flashes que revoloteaban por todos lados. Cientos de preguntas sin poder responder al tiempo que se hundía en el asiento con ambas manos en torno al vientre, asustado de que la situación se saliera de control y él o las niñas salieran lastimados.
Durante el resto de la hora, las interrogantes fueron saliendo por sí solas. ¿Cuándo estaría prevista la fecha del parto? ¿Los nombres para las niñas? ¿Cómo se sentían los demás miembros de Tokio Hotel por la noticia? ¿Cuál era la reacción de sus familiares? ¿Cómo encontraba Gustav los cambios de la maternidad? ¿Planeaba posar desnudo para alguna revista femenina?
Al final, sólo dos puntos se manejaron sin tocarse: La paternidad de las criaturas y el hecho de cómo habían sido concebidas.
Gustav no ahondó en detalles respecto a la condición de su anatomía y al hecho de que por azares del destino su cuerpo podía lograr un embarazo. Ya bastante sufrió con el hecho de explicar que sí, en efecto había mantenido relaciones sexuales con un hombre y que era varón. Los reporteros parecían inclinarse más a creerlo una chica a que era gay, lo que resultó con Gustav agotado de explicarse y mareado una vez que todo terminó, una hora y media más tarde de lo planeado.
—Idiotas –masculló al salir de la sala y con dificultad concentrarse en no caer. No quería darles más de qué hablar en sus notas amarillistas del día siguiente.
—Salió muy bien –dijo Jost—, más de lo que pensaba.
—¿Tú crees? –Gustav se recargó junto al muro para tomar aliento—. ¿Vamos a ir de regreso al hospital o…? –Se presionó con fuerza en uno de los costados del abdomen. Desde que las niñas habían aprendido que pateando recibían masajes, parecía que era lo único que sabían hacer—. Ough, tienen que estarse quietas. A papi le duele mucho… —Les regañó con dulzura. Se posó la mano en donde más sentía los golpes y al instante experimentó un alivio—. Tramposas.
Alzó la mirada para encontrarse a Jost con la boca abierta.
—Se te van a meter las moscas –sentenció sin veneno—. Entonces, ¿a dónde vamos?
—He apartado una habitación en este hotel. Y sí –interrumpió a Gustav al ver que estaba a punto de preguntar algo—, el médico estuvo de acuerdo. Lo que te pasó ayer fue una baja de presión. Tienes que cuidarte más.
—¿Los demás…? –Se mordió el labio no muy seguro de si quería saber. Temprano aquella mañana se había peleado con todos a su manera. Más que él estar molesto con ellos, estaba preocupado de que fuera al revés. Siendo que ya estaba oscuro y que el día había sido largo, lo que menos quería era ir a solucionar problemas.
—Ya están en sus habitaciones. –Jost pareció nervioso—. Verás, Gus… Yo lo siento. Por lo de hace horas. Fue un poco rudo de mi parte. Tantos años en la industria te hacen morder traseros de a gratis así que…
—Déjalo, no es nada. –Gustav se enderezó de su postura para empezar a caminar rumbo a los ascensores—. Sólo… —Se paró junto a las puertas metálicas y presionó el botón para llamar el elevador—. Hay un favor que quiero pedirte.
—Lo que sea –aseguró David. Por la confianza con la que lo dijo, el baterista supo que podía confiar.
—Mis pertenencias en el hospital, uhm –las orejas le comenzaron a zumbar—, haz que las suban todas a mi habitación antes de que sea hora de dormir.
Si Jost consideró extraña aquella petición, no lo dejó saber. Llevó a Gustav a su habitación y tras asegurarse de que estaba cómodo y seguro para el baterista, salió rumbo a su encargo.
—Gusti… —Gustav arrugó la nariz al oírse llamado así—. Vamos, Gusti. Despierta. –Un par de dedos le pasaron por la mejilla y soltó un manotazo al intruso—. Ya es tarde.
—No es cierto –gruñó—. Mientras yo siga dormido es temprano.
—Ja –se burló una segunda voz. Con eso a Gustav ya no le quedaron dudas de quiénes eran los infames que le interrumpían el sueño.
—Largo. Tengo sueño –intentó alejarlos apretando más el oso que Jost le había traído desde el hospital contra su pecho.
—Es por lo de ayer, ¿no es así? –Preguntó Bill con voz pequeña—. Porque lo sentimos, Gus. Los dos –agregó con su mejor tono de cachorrito apaleado.
Gustav soltó un ruido ahogado por el peluche que estrujaba. ¿Qué le pasaba a aquel par? Ni siquiera estaba molesto por lo de ayer; lo que quería era dormir. Si no lo dejaban, de verdad que iban a ver un monstruo sacar los colmillos y las garras.
—No estoy enojado, ¿ok? –Alzó la cabeza de la almohada para ver ambas caras observándolo con cuidado—. Sólo quiero dormir. Cuando no duermo me pongo de malas y cuando me pongo de malas no soy nada, pero nada agradable. ¿Entendido?
Sincronizados asentimientos. –Perfecto. Ahora a la cama a dormir.
En cuestión de segundos se vio envuelto en dos pares de brazos que lo rodeaban y manos que lo sujetaban como sanguijuelas. Suspiró.
—Buenas noches…
—Buenas madrugadas… —Recibió a cambio por partida doble antes de caer dormido.
—Ugh, tengo que ir al baño –masculló Gustav apenas se sentó en su asiento al abordar el avión.
Horas después de que los gemelos le hubieran ido a despertar para disculparse y que los tres hubieran quedado noqueados por el sueño hasta altas horas del día, ya estaban de regreso a Alemania.
El trayecto iba a ser uno breve, apenas una hora y media, quizá dos a más tardar. Al baterista le importaba un comino; planeaba dormir con los pies en alto y una botella de leche con chocolate a un lado. Si a la bebida le agregaba unos nachos con mermelada de uva, todo marcharía de maravilla.
Por eso, el incordio de sentir la vejiga amenazando con derramar su contenido por todos lados le arrancó una palabrota de queja al respecto. De semanas atrás, ya advertido por Sandra, su vejiga había estado cada vez más comprimida. El peso de las dos niñas reducía el espacio en el interior de su cuerpo y eso ocasionaba que los viajes al sanitario fueran cada vez más frecuentes. Lo que no solucionaba la incomodidad, pero le daba a quién culpar.
—¿Otra vez? –Atento a sus quejas, Bill asomó la cara de detrás de una enorme revista Cosmopolitan que en la portada llevaba el artículo ’99 maneras de volver loco a tu hombre en la cama’—. En tu lugar, yo consideraría usar pañales.
—Muy gracioso, Bill –ironizó Gustav al enfilar rumbo al baño donde vació la vejiga y soltó un quejido de alivio, los dos al mismo tiempo. Mientras se lavaba las manos consideró un poco la opción de los pañales pero la desechó al final recordando que con el aumento de peso ahora el trasero le apretaba en los jeans normales. Mejor ni pensar como se vería con una capa extra.
Así, tomó lugar en el asiento correspondiente, agradecido de que David les hubiera reservado un vuelo sin escalas para ellos y unos cuantos miembros cercanos del equipo.
Apoyando la cabeza en la ventanilla, se quedó dormido lo que creyó horas cuando alguien le sujetó el brazo con suavidad. Grogui apenas si atinó a limpiarse la boca con el dorso de la mano, convencido de que babeaba a causa de un sueño muy vívido que apenas medio despertó, dejó de olvidar.
—¿Qué pasa? –Balbuceó con la lengua torpe—. ¿Ya llegamos?
—No. –Gustav soltó un quejido doble: Era Georg y estaba muy cansado para lidiar con ello. Quiso girarse de nuevo para ignorarlo en lo posible pero se encontró sujeto por un brazo fuerte—. Gustav…
—No. Tengo sueño –pretextó con una muy débil excusa. Lo cierto es que una vez despierto, fuera o no medianoche como adivinaba por lo oscuro y los ronquidos que se dejaban oír, ya no se podía dormir. Por desgracia suya, el bajista era muy consciente de ello.
—Gus, por favor… —La ira del baterista se inflamó con aquellas palabras. Se lo hizo saber a Georg con un certero manotazo con el que se lo quitó de encima.
—¡No es ‘Gustav, por favor’ conmigo! No después de lo que hiciste.
—¿Qué yo hice? –Enfatizó Georg cada sílaba, casi hasta escupirlas con coraje. Ni el súbito movimiento que se dejó escuchar cuando alguien se movió en su asiento lo hizo tranquilizarse.
—Sé que leíste esa nota…
—Oh, la nota… Genial, Gus, la nota. Deja agradezco haberla leído porque sino seguiría como idiota pensando que… —Se pasó la mano entre el cabello—. ¿Sabes qué? Olvídalo. –Hizo un intento de levantarse pero la mano de Gustav se aferró a su muñeca impidiendo que diera un paso lejos.
—Mi privacidad es importante para mí. –Gustav lo dejó ir y a Georg no le dieron más ganas de alejarse. El rincón de aquel avión, aquellos dos asientos, pero más que nada, el sitio donde Gustav estaba, parecía el lugar perfecto para quedarse por siempre y para siempre.
—Lo siento. Estuvo fuera de lugar que yo me metiera entre tus cosas. –Se volvió a sentar—. Sólo quiero que entiendas que para mí fue difícil ver que él… —Dio un puñetazo suave contra su rodilla—. Lo entiendes, ¿no es así, Gus? Tú no eres alguien de quien me pueda deshacer fácilmente. –“Tampoco quiero hacerlo” pensó con amargura—. En fin, creo que…
—Quédate. –Fue tan suave que el bajista no estaba seguro si en verdad había oído aquellas palabras. Gustav, que tampoco creyó haber hablado con algo que no fuera el corazón, lo repitió—: Quédate. Estamos por llegar, pero quédate.
Georg se atragantó al intentar pasar saliva. Tomando un mejor acomodo en su asiento, se sorprendió así mismo haciendo que la cabeza de Gustav se colocara en su hombro como en los viejos tiempos. Más aún cuando se apoyó en él y el tan ansiado aroma de Gustav lo inundó.
Fue natural así entrelazar los dedos, caer dormidos en total laxitud.
Apenas tocar tierra, lamentar la llegada. Separarse con vergüenza, agradecidos de que fueran altas horas de la noche y que entre la oscuridad aún reinante de la cabina y los cuerpos dormidos, para no tener que explicar nada a nadie, al otro o incluso a ellos mismos por aquella debilidad.
—No de nuevo… —Gustav se dejó caer ante la mesa del comedor para encontrar que a pesar de que apenas eran las ocho de la mañana, ambos gemelos ya se las habían ingeniado para desbordar la cocina con toda clase de platillos—. ¿En serio chicos, me quieren cebar como a ganado o qué?
—Es por salud –replicó Bill quien apenas verlo, le colocó un plato con al menos media docena de waffles bañados en sirope de vainilla, unas tiras de tocino y huevos con salchichón. Tom remató el platillo cargando la habitual licuadora hasta el borde con batido de alguna fruta y las vitaminas prenatales que le hacían tomar religiosamente cada mañana.
—Me dan náuseas de pensar que voy a comer todo esto –murmuró para sí el baterista, pero sus palabras llegaron a oídos del menor de los gemelos, que al instante le tenía un tazón de fruta con yogurt a la mano—. ¿Es broma o qué?
—Es… —Comenzó Tom antes de verse interrumpido.
—Por salud, lo sé. –Suspiró—. Chicos, creo que exageran. Cada mañana temo levantarme de mi lado del colchón y encontrar mi cuerpo grabado por el peso.
—Cuando pase te reduciremos las raciones, hasta entonces… —El timbre sonó—. Tampoco creas que todo esto es sólo para ti. Tenemos visitas.
Evaporándose los últimos rastros de sueño, Gustav arqueó las cejas preguntándose quién sería. Por descarte, Jost no. Apenas dejarlos en casa unas horas atrás, había salido con prisa porque en cuestión de horas tenía que estar en una junta de la disquera listo para leer los primeros reportajes que salieran respecto a su embarazo. Aparte de su manager, no se le ocurría alguien más. Ni familiares o amigos sabían que estaban ahí. Nadie sabía de su llegada a Alemania; las opciones de visitas eran entonces nulas. Casi, porque alguien obviamente estaba en la puerta tocando el timbre.
Fue hasta que la aparición de una niña pequeña de unos cuatro o cinco años hizo entrando a la habitación que comenzó a sospechar de quién podía ser. Las voces en el recibidor intercambiando saludos, besos y comentarios ligeros confirmaron aquella idea.
—Hola, nena –saludó Bill a la niña que dio unos pasos dentro de la cocina vestida con un primoroso vestido de verano de color verde lima a juego con unos ojos de gato que coordinaban a la perfección con los de su progenitora. Entonces a Gustav no le cupo duda de que aquella era la hija de Sandra—. ¿Cómo te llamas?
—Suzzane –dijo con voz ronca. Al parecer, víctima de alguna gripe fuera de temporada.
—Oh Suzzane, esa nariz. Ven acá para limpiártela. –Haciendo gala de presencia, Sandra entró a la cocina seguida de Tom que cargaba a cuestas el maletín de doctor que ésta llevaba consigo.
—Ma-má –se quejó la niña al alzar la cara para que su madre le ayudara con un poco de papel a limpiarse—. Yo puedo sola.
—¿Quieres un poco de desayuno, Suzzane? –Preguntó Bill apenas vio que madre e hija terminaban—. Hay waffles con sirope y licuado de frutas. –Confirmó con Sandra que aquello estuviera bien y ésta le dijo que sí—. ¿Apeteces?
La niña agradeció y se sentó a la mesa sobre la que apenas le sobresalía la cabeza. Frente a ella, Gustav, que la miraba con una extraña aprensión comprimiéndole el pecho.
¿Serían así sus niñas? ¿Rubias de ojos verdes? ¿O se parecerían más a Bushido? La madre del rapero era de origen alemán lo que confundía más en cuanto a suposiciones de lo que la genética le tenía preparado. No que le importara realmente mucho aquello. Cualquiera que fuera el aspecto que tuvieran, las iba a adorar. Lo único que le quedaba pedir era que al menos tuvieran algo de él, alguna prueba que indicara que también eran suyas.
—Aquí están, yup –lo sacó de ensoñaciones Bill al servirle a la niña el plato y contemplar con preocupación como Suzzane no alcanzaba la mesa—. Voy por un cojín.
Cuando regreso y tras sentar a la niña sobre éste, se dirigió a Gustav con gesto reprobador. –No estás comiendo, Gus –le señaló el plato apenas diferente de cuando se lo había servido rato atrás—. ¿No te gustó? ¿Quieres que te cocine algo más?
El baterista denegó. Tenedor y cuchillo en mano procedió a comer no apartando los ojos de Suzzane, no siendo ajeno de aquellas miradas con la madre, que hizo su propio trabajo al observarlo con disimulo.
—Es… —Jost abrió un nuevo periódico en su regazo y soltó una carcajada—. ¡Genial! ¡Increíble!
—‘No lo puedo creer’ –repitieron monótonos a coro los gemelos, rodando los ojos con fastidio.
—En serio Dave, no has dicho otra cosa desde que llegaste. –Ese fue Gustav, que igual de harto, moría por comer el almuerzo. Apenas Sandra y Suzzane cruzaron la puerta de casa una vez que el examen médico de Gustav terminó, Jost había hecho aparición cargando una bolsa de proporciones desmedidas que una vez dentro desparramó sobre el suelo. El contenido era nada más y nada menos que un ejemplar de cada periódico del cual se hubiera podido hacer mano.
Sin excepción, todos y cada uno de ellos, llevaban sino es que en primera plana, al menos sí en su sección el reportaje estrella, la sensación del año, el escándalo que superaría a todos los demás de que el baterista de la banda Tokio Hotel estaba embarazado.
Lo que Jost agradecía no era la cobertura, sino el trato amable del cual habían sido objeto. Descontando algunos periódicos amarillitas, en lo demás se manejaba un tono ligero. Más feliz al respecto no podía estar. Empezando porque los de la disquera se lo habían tomado con calma dentro de lo posible y de momento ya estaban en proceso de explotar la noticia en su máxima potencial.
—Lo que sea, ustedes no saben lo que esto representa… —Los desdeñó Jost cerrando las páginas del último diario que leía y esbozando la sonrisa de maniaco más feliz que alguien jamás le hubiera visto—. Esta mañana recibí una llamada de Für sie, ¡Quieren un reportaje exclusivo! ¡Con Gustav! –Agregó al ver que ni los gemelos ni el mismo Gustav le entendían. El lugar de eso arqueaban las cejas en espera de una mejor explicación—. Es una revista femenina internacional, chicos.
—Yo –Bill alzó la mano—, ¿por qué quieren a Gustav en una revista femenina? –Enfatizó con una mueca—. Gus es, bueno, hombre.
—Gracias –dijo sarcástico el rubio—. Además, no sé, no me parece tan buena idea. ¿De qué hablaría si accediera? No sé nada de mujeres, ni siquiera me acuesto con ellas. No veo porqué…
—¡Estás embarazado, Gustav! –Los presentes hicieron un idéntico ruido que sonó como “¡Ahhh!” que Tom complementó con un “¡Si no nos dices no nos enteramos jamás, Dave!” que el hombre mayor desdeñó—. Für sie te quiere precisamente por eso. Planean un seguimiento exhaustivo de tu embarazo en los siguientes meses. Galería de fotos, visitas al médico, ¡incluso se han ofrecido a surtirte con la última moda en ropa de bebé!
—Grandioso –gruñó Gustav. Ahora no sólo tenía a los gemelos haciéndole chambritas de su propia inventiva a las niñas, pese a que admitía que al menos los últimos calcetines que habían tejido realmente parecían calcetines y no bolas lanudas como un anterior fallido intento de gorros, sino que además ahora tenía que soportar a David haciendo lo propio—. No estoy muy seguro –intentó ser diplomático al respecto—. Hay asuntos con lo de la banda, el disco nuevo, el sencillo…
—Hablé con los altos mandos y están ansiosos por una respuesta –volvió a la carga Jost. Gustav casi cerró los ojos para contenerse de gritar—. Pero si no estás de acuerdo…
—Pues bien, no lo estoy. –Se cruzó de brazos—. Una cosa es una entrevista, lo entiendo, la exclusiva, lo nuevo, pero de ahí a que… ¿Dijiste acompañarme con Sandra? –Se estremeció—. No gracias. Lo que pasa en esa sala, se queda en esa sala. Sin pretexto.
—Gus, no quiero que pienses que esto es un golpe bajo de mi parte, pero… —David se metió la mano al pantalón de donde extrajo un papel doblado que le dio a Gustav—. Ofrecen esto… Sólo por decir que sí. Los viáticos, los regalos, gastos médicos es aparte del contrato… ¿Qué me dices?
Gustav soltó un bufido de incredulidad. ¿Qué? ¿Planeaban comprarlo con dinero? Mientras desdoblaba el papel para ver la cifra, sólo por curiosidad, imaginó un número posible… Que una vez comparó con el que estaba escrito se quedó corto. —¿E-Esto es en euros? –Tartamudeó el ver la cantidad de ceros que tenía de frente e incapaz de plantearse que todo ese dinero existiera junto.
—Libres de impuestos para que más te guste –le aseguró el hombre mayor—. No es algo que debas dejar escaparse por la ventana sin pensarlo antes.
Bill y Tom se inclinaron sobre el regazo de su amigo y soltaron sendos silbidos proseguidos de un “¡Wow!” un tanto orgásmico.
A Gustav nomás se le fue el aire. ¿En serio pensaban pagar aquello? El baterista no creía que aquel dinero no viniera sino de tres fuentes: Prostitución, mafia y/o asesinato. Nunca antes se le habría pasado por la mente que el estar embarazado y promocionarlo lo fuera a hacer tan asquerosamente rico.
—Dave, yo… —Abrió la boca pero ningún sonido salió de ella. Lo cierto es que la respuesta no la tenía en mente; el dinero, sí, podía solucionarle la vida no sólo a él, sino a las gemelas. En una corta llamada con su madre para avisarle que estaba de vuelta en Alemania, ella le había recordado que una vez que las niñas estuvieran, el gasto por ellas estaría hasta dieciocho años en adelante. Si aceptaba, pensaba que podía sortear gran parte de ese trayecto sin preocupaciones—. Tengo que pensarlo.
David, que ya estaba ilusionado de conseguir el contrato, decayó. —¿Hablas en serio?
—Es mucho… -Empezó con nerviosismo.
—¡Claro que es mucho dinero! –Interrumpió Bill, para recibir un codazo de su gemelo.
—Gus no habla de eso –le silenció—. Shhh.
—Necesito un par de días –murmuró Gustav aún con el papel entre dedos—. Creo que voy a decir que sí, pero… —Los nudillos de Jost comenzaron a tronar bajo la tensión de su dueño—. Aún así quiero pensarlo. Un poco al menos. –Se cubrió el vientre con ambas manos—. ¿Ok?
Su manager asintió.
Esa misma tarde, una vez que decidiendo aprovechar el día libre para dormir una gran siesta los gemelos se hubieran retirado juntos a dormir, Gustav se dejó caer en el sofá de la sala con un enorme tazón de rosetas de maíz bañadas en salsa catsup y un litro de bebida de pepino que él mismo se había preparado antes de DVD en mano, sentarse para descansar.
Las nenas, que con cada día parecían querer probar una nueva postura en su interior, estaban quietas por primera vez en el día. Acontecimiento digno de mención ya que era extraño cuando una no estaba despierta y la otra dormida, sino que es ambas montando fiestas disco de patadas justo encima del hígado o la vejiga de Gustav.
Por ello, comida y bebida en mano, película en el reproductor y paz y quietud circundante, Gustav se acomodó descalzo sobre el sillón planeando disfrutar de la última comedia romántica que Bill le había recomendado con ojos soñadores y en el proceso caer dormido un rato. Aquella tarde exudaba pereza por no hablar de que una buena comida compuesta por ensalada, bistek, puré de papá y un postre conformado por helado y chispas de chocolate comido horas antes, obraba como sedante.
Apenas diez minutos después, divertido del modo en el que el tazón de maíz tostado oscilaba sobre su abultado vientre y de la película que era más comedia que romance, se sobresaltó cuando su teléfono comenzó a sonar. Con dificultad, dado que se lo había metido en la bolsa trasero de un pantalón que quizá ya no le quedaría mañana, extrajo el aparato para contestarlo sin tomarse la molestia de ver quién llamaba.
Lo más probable sería alguien de su familia. Si no fallaba, su madre; su hermana aún no le dirigía la palabra y la manera en la que su padre enfrentaba que su hijo varón estaba de cinco meses de gestación era tocando el tema lo menos posible, no comunicándose más de lo necesario por teléfono. Era ella llamando para darle más recetas de la abuela para usar contra los malestares del embarazo mucho más probable que por ejemplo, Jost o Sandra, ya que ellos habían estado de visita ese mismo día.
Por ello, confiado de oír la cariñosa voz de su madre, contestó de buen humor.
—¿Aló? –Tomó una simple roseta entre dos dedos y se la metió a la boca.
“¿Aló?” ¿Es todo lo que me vas a decir? –Gustav se incorporó a medias tratando de discernir quién estaba al otro lado de la línea—. ¿Gus? ¡Contesta!
—¿Q-Quién habla? –No muy seguro de quererse enfrascar en una discusión con alguien a través del teléfono, el rubio pausó la cinta para poder oír mejor.
—¿Estás de broma? –Un resoplido que a Gustav le resultó muy familiar—. ¿Estás en casa?
—Sí.
—Estoy ahí en… ¡Imbécil! ¡Aprende a manejar o regresa al campo! –Seguido de un rechinar de llantas que al baterista le hicieron alejarse el aparato del oído—. ¿Me escuchas? ¡Gustav!
—Aquí estoy, ¿quién habla? –Ahora completamente sentado, el rubio experimentó la desagradable sensación de conocer muy bien al dueño de aquella voz—. ¿Bushido?
—Ajá –dijo la voz—. Llego en unos diez minutos. Espero no ser inoportuno.
Gustav se dio en la frente con la palma de la mano. –No puede ser… —Musitó, ajeno a que aún tenía el auricular cerca de la boca.
—¿Qué no puede ser? –Preguntó el hombre mayor. Gustav cerró los ojos con ganas de cavar un hoyo en el jardín trasero y enterrarse para que se lo comieran los gusanos. Ese destino sonaba mucho mejor que enfrentarse a un ex novio—. No puedo hablar mucho, sigo conduciendo. Espérame. Ya casi llego –dijo al final antes de colgar, su voz seria, casi atemorizante.
—Mierda. –Dejando caer el teléfono contra el suelo, Gustav se puso de pie horrorizado de recibir visitas. Ese tipo de visitas—. Mierda. Mierda. ¡Mierda! –Gritó al fin temblando.
En cualquier momento Bushido se estacionaría frente a la casa y Gustav tendría que abrirle la puerta para dejarlo pasar. La simple perspectiva de ello le ocasionaba ganas de devolver lo comido horas antes en la moteada alfombra del recibidor.
En un afán primitivo por esconderse, tiró al suelo el recipiente con las palomitas y el ruido que hizo lo sacó del estado de terror en el que se encontraba. Sin considerar la idea de recoger el desastre, comenzó a caminar rumbo al segundo piso. El plan más coherente que su mente formaba: Esconderse bajo la cama hasta el día del juicio final. ¿Después? Lo que el destino le deparara.
Fue por ello que en su corta carrera, aferrado al barandal de las escaleras que subía con dificultad, se topó de frente con Georg, que al oír el ruido en el piso inferior y a sabiendas de que Gustav estaba solo allá abajo, bajaba preocupado. Grande fue su sorpresa al encontrarlo pálido y jadeante en un esfuerzo casi titánico dado a su estado, de subir lo más rápido posible.
—Gus, calma –lo sujetó del brazo—. ¿Estás bien? ¿Pasa algo? Oí un ruido allá abajo y creí que…
—N-no me s-siento bien-n –tembló Gustav al abrazar a Georg y recibir un par de brazos en torno al cuerpo—. Quiero acostarme.
—¿Migraña? –Tanteó el bajista, que sin mediar peleas pasadas, lo ayudó a subir el último tramo. Recibió un ‘sí’ mudo que le hizo fruncir el ceño—. No estabas así horas antes. ¿Quieres que llame a alguien?
—N-necesito aco-costarme… —Tartamudeó el baterista antes de perder el control y comenzar a llorar en apenas imperceptibles espasmos.
—Gusti… —Con cariño, Georg le abrió la puerta de la habitación que dos meses antes compartían y lo guió hasta la cama donde una vez que lo colocó horizontal sobre las almohadas, arropó con cuidado bajo una manta que extrajo del clóset—. ¿Necesitas algo más? –Con ojos cerrados, Gustav denegó—. ¿Un vaso de agua? ¿Otra cobija? ¿Una rebanada de pastel? –Intentó animar al rubio pero éste se movió a un costado y sin soltarle la mano, soltó un quejido.
—Llama a Sandra… —Musitó al fin luego de unos segundos—. Dile que…
El sonido del timbre sonando le erizó hasta el último vello del cuerpo. –Ugh, no… —Gimoteó y sendas lágrimas le brotaron de los ojos. Con rabia contra sí mismo por ser tan débil, se las limpió de un manotazo rápido.
Georg, que no lo perdía de vista, se ocupó de llamar a Sandra. Que los gemelos abrieran la puerta; Gustav lo necesitaba más que cualquiera de las visitas.
Apenas el tono de marcado comenzó a sonar contra su oreja cuando desde el piso de abajo se dejaron oír los gritos airados de Bill.
—… Usted se intenta comunicar al… —Georg colgó apenas la llamada entró al buzón de mensajes. El ruido que se oía aumentaba de volumen y en un afán protectivo, apretó la mano de Gustav entre la suya. Bill ahora no era el único que gritaba, sino que Tom se le había unido y juntos opacaban lo que creía era una tercera voz elevándose entre aquella cacofonía. No fue sino hasta que el inconfundible sonido del cristal quebrándose lo sobresaltara, que Gustav volvió a hablar.
—Oh Dios, él está aquí… —A Georg se le congeló toda emoción cálida en el pecho al completar el rompecabezas en su cabeza y darse cuenta de lo que pasaba—. Tengo que bajar.
Sin mediar una palabra, Georg observó como Gustav se sentaba y con cuidado y pasos inseguros, se ponía de pie. La mano que se deslizó entre las suyas sin darse cuenta y en cuestión de segundos al baterista caminaba fuera del cuarto.