—Huhmmm… ¿Hola? –Dijo Bushido al abrir la puerta de su departamento a las tres de la mañana y encontrarse a quien menos esperaba ver en todo el mundo. Ya desde cuando el portero había llamado a su piso preguntando por el permiso de dejarlo subir se había sorprendido, creído que era una broma y sin embargo, no se equivocaba en lo absoluto porque lo tenía ahí, de pie, a él.
Con el cabello alborotado y no por uso de secadoras o productos químicos para el cabello, estaba Bill. Bill Kaulitz. El vocalista de Tokio Hotel que portaba consigo ojos hundidos, rojos, al parecer, de tanto llorar; su aspecto así lo delataba. Además, las facciones de su rostro se veían ajadas, hundidas, como si estuviera al borde del agotamiento y se mantuviera por una fuerza de voluntad superior a la normal. O corrección: A fuerza de un bat de béisbol metálico que sujetaba con la mano derecha y unos dedos crispados en torno a la base.
—No me vengas con mierdas de cortesía –fue lo primero que dijo la figura. Confirmado, era Bill; nadie como él podría tener esa voz. Cabreado o no, era tan fácilmente reconocible como una ballena varada en la arena. Sólo no tenía pierde; resaltaba en su entorno.
—¿Puedo hacer algo por ti? –Replicó el hombre mayor decidiendo que nada podía ser tan importante como para que lo vinieran a despertar de madrugada. Tras un día largo, lo que menos quería era estar atendiendo visitas que desde un principio mostraban su hostilidad.
—De hecho… —Bill apretó los dedos contra el bat con tal fuerza que los nudillos se le tornaron blancos. Aquel gesto no pasó desapercibido a Bushido, que dio un paso atrás justo a tiempo para evitar que un certero golpe le diera en la base del pie.
—¡Carajo, cuida lo que haces! –Amenazó. Sin quererlo, algo en el tono en que lo dijo tembló. No estaba asustado de un crío de diecinueve años, sino aterrorizado. Si algún día tenía que contar su versión de los hechos, Bushido mentiría. Que no había sido nada, que apenas logró despertar su interés, pero en tiempo presente, oh, estaba que el sudor de la espalda le corría por los nervios.
—Es una advertencia –clarificó Bill—. Tenemos que hablar, ¿sabes?
—No tengo nada que hablar. –Hizo amago de cerrar la puerta para luego llamar a la policía y se encontró con que el bat interfería su intención. Bill había sido más rápido al interponerse entre la puerta y la pared dando un paso adelante e invitándose solo al departamento.
Sin perder el aplomo, Bushido lamentó en primer lugar haberse levantado de la cama. En segundo, haber abierto la puerta y en tercero… Bueno, en tercero a no haber ido al baño antes de todo eso, puesto que su vejiga elegía aquel mal momento para activarse al indicarle que o iba al baño o lo iba a hacer protagonizar una experiencia digna del álbum de las vergüenzas.
—Mira, esto es allanamiento de propiedad. No quiero tener que… —El hombre mayor tragó saliva con dificultad. Hizo nota mental de no haber tomado un trago de agua antes de haberse levantado porque la sequedad en la garganta lo mataba hasta para articular una simple advertencia.
—¿Tener que…? –Bill remedó—. Patrañas. Tú y yo, oh, tenemos muuucho de qué hablar. ¿Ok? –Golpeó el linóleo con el bat y Bushido arrugó el ceño al pensar en la marca que quedaría. El casero lo iba a matar y hacer que le pagara el desperfecto como si fuera nuevo; lo mismo que el vecino del piso de abajo si se despertaba; el maldito tenía un carácter de los mil demonios.
—Crío de mierda –murmuró por lo bajo. El menor de los gemelos lo escuchó pero decidió pasarlo por alto porque ese asunto no le importaba en lo más mínimo.
Tras contemplarse mutuamente un par de segundos, ambos sopesando las fuerzas y debilidades del contrincante, tomaron asiento en la desordenada sala que coronaba la habitación.
El departamento era pequeño, no tanto como para ser un nido de ratas, pero era lo que Bushido solía alquilar cuando no estaba en su mansión a las afueras de la ciudad. No que no ganara lo necesario como para comprar un piso en el centro de Berlín, pero le gustaba la acogedora sensación de la vida que tenía antes de ganar dinero con la música y ese departamento lo representaba todo.
Mientras trabajaba en algún álbum, suyo o de alguno de sus amigos, ese era su hogar. Los trastes sucios en el fregadero, las cajas de pizza y las botellas de cerveza en el cesto de la basura y alguna prenda de ropa colgando de las sillas lo afirmaban.
Bill, que no apreciaba aquello, con recelo tomó asiento en un sofá que su hundió bajo su peso. Aún sin soltar el bat, se preguntó por millonésima vez si lo que hacía era lo correcto. Visto de manera objetiva, era un loco cualquiera que había irrumpido en la casa de alguien más y que se imponía sin explicar sus razones. Lo cual empezando, sería un buen inicio.
—Verás… —Comenzó tras carraspear un poco. Una parte de la rabia asesina que lo había conducido hasta ahí se evaporó apenas el tratar de acomodar sus pensamientos se hizo presente. Demonios, ¿realmente qué hacía ahí? David lo iba a matar si algo de todo eso salía a flote. No sabía ni siquiera la situación que estaban viviendo allá en Francia o si es que se habían movilizado buscándolo. Ni modo de saberlo tampoco, puesto que su teléfono había caído en aquella habitación y no se había tomado la molestia de recogerlo.
De pronto, estar ahí le pareció lo más ilógico. Ningún juzgado lo iba a perdonar si alegaba locura temporal en caso de cometer algún error.
—¿Te hice algo? –La grave voz de Bushido lo sacó de concentración. Intentando entender lo que le decía, denegó con lentitud—. No veo entonces una razón para que estés aquí.
Bill se mordió el labio inferior diciéndose a sí mismo que el hombre mayor estaba en lo cierto. Si él estaba ahí tras haber conducido por horas, mil kilómetros y dos países, era su asunto, no tenía nada que ver con el rapero y a la vez sí.
—Gustav –susurró y el decirlo le hizo recobrar la sombría expresión con la que había entrado.
—¿Gus? –Bushido arqueó una ceja al dejarse caer contra el respaldo del sillón. De frente a Bill, puesto que él había elegido el de una plaza, se extendió a sus anchas—. ¿Qué con él?
—Tiene que ser una jodida broma… —Bill se puso de pie en un saltó y el coraje que lo inundó tiñó su rostro de rojo—. Eres un…
—Guárdatelo. –Bushido ignoró lo que Bill iba a decir con un desdeñoso gesto con la mano. Inclinándose a un costado, tomó un cigarrillo de una caja que descansaba sobre la mesa y lo encendió con una larga inhalación que llenó la estancia de humo—. Voy a adivinar que él no te mandó –Bill le dio la razón en un refunfuño—, así que el resto no te incumbe en lo mínimo.
—Claro que me incumbe –espetó el menor de los gemelos. Recobrando algo de aquella confianza que lo tenía ahí con un bat de béisbol en la mano y listo para dar el primer golpe, repitió—: ¡Mierda, sí, me incumbe! ¡Tú… Tú…! –El peso de una loza sobre los hombres le cayó de pronto.
—¿Yo? –Tirándole el humo casi en la cara, Bushido se encogió de hombros—. Tengo meses sin verlo porque así él lo quiso y si él mismo no viene a verme, en su lugar estás tú y supongo que Gustav no sabe… Lo siento, no te incumbe en lo mínimo. No veo porqué estar manteniendo esta conversación.
Se puso de pie y Bill apreció que ambos eran igual de altos, sino es que Bushido se veía más impresionante con un cuerpo el doble de ancho. –Te quiero fuera de mi casa ahora mismo.
—No. –Presa de una furia repentina, Bill apretó los puños—. No vine hasta acá para… —Tomó aire—. Te voy a golpear.
—Hum. –Bushido soltó un ruidito despectivo desde el fondo de su ser. ¿Aquel crío que usaba maquillaje corrido? En sus sueños—. Quiero verlo –lo retó.
En cuestión de segundos, obtuvo más de lo que podía haber imaginado.
El primer puñetazo, uno contra el pómulo izquierdo les arrancó gritos de dolor a ambos. Bushido porque sintió el hueso impactarse con más fuerza de la esperada y Bill porque en el proceso se rompió de cuajo dos uñas.
Sin darle tiempo de recuperarse, el rapero se vio de pronto en el suelo. Una patada al aire dio contra el muslo de Bill, lo que no evitó que casi al instante recibiera un nuevo golpe, esta vez en el estómago que le sacó el aire. Abrió el ojo justo a tiempo para ver el bat volando en su dirección. Un sólido impacto que lo hizo ver negro por el resto de aquel día.
—¿Qué pasó? –Aprensivo como sólo él podía estarlo por la desaparición de su gemelo el día anterior, Tom brincó desde su sitio en la cabecera de la cama de Gustav apenas vio a Jost acercarse con cara de malas noticias—. Dios, dime qué hizo.
—Antes que nada… —David se presionó el tabique nasal para luego hacerle por señas salir de la habitación. Tras mucho batallar, Gustav al fin se había dormido. No era conveniente dar aquellas noticias cerca del rubio.
Una vez en el pasillo y tras asegurarse de que nadie estaba cerca, David tomó aire para hablar.
—Saki encontró a Bill. En Berlín –aclaró al ver que Tom casi se desmoronaba del alivio—. Tengo qué preguntarlo, ¿qué hace Bushido metido en todo esto, Tom?
—¿D-De qué hablas, Dave? –El adolescente siseó por lo que sabía se les venía encima a todos. Claro que le había dicho a Jost que Gustav estaba embarazado; lo que no le había aclarado era que el bebé no era de Georg. Sabía que su manager no era un idiota; él mismo podía atar cabos.
—Bill está en el hospital, lo mismo que Bushido. Acabo de recibir la noticia por parte de un reportero que pregunta al respecto de si es o no una táctica publicitaria.
—Oh mierda… —Imitando a David, Tom se presionó el tabique nasal con fuerza—. Ese idiota…
—Quiero la verdad, Tom. O me dices justo ahora o despertaré a Gustav –amenazó el hombre mayor. …l había visto al baterista, lo mal que lucía, lo pálido, lo desmejorado, pero de ser necesario, lo zarandearía hasta obtener la respuesta que necesitaba o su cabeza rodaría por el suelo.
—Ese asunto no es algo que te pueda decir yo –se excusó Tom al mirar por encima de su hombro. Por lo que veía, Gustav se retorcía en una pesadilla—. No es el momento –se explicó con tristeza al modo en el que todo se desarrollaba.
—¡No me interesa! No voy a ir a Berlín a salvar el trasero de tu gemelo si la culpa fue suya. Exijo saber qué demonios pasa en la banda. Sus asuntos son mis asuntos, les guste o no a ustedes. Si Gustav está… —Resopló aire con la poca paciencia que le quedaba—. Ya sabes, tenemos qué solucionarlo. Lo único que necesito saber es qué mierdas hace Bushido metido en todo esto. Saki me ha dicho que tengo qué preocuparme y es lo que voy a hacer.
—Dave, cálmate… —Tom intentó tomar del hombro a su manager y recibió una sacudida.
—No, cálmate tú. Es más, vete al carajo. Tú y Gustav me han estado viendo la cara de idiota desde hace meses. –Lo encaró de frente con todo la fuerza de presencia con la que contaba y Tom se vio subyugado contra el muro del mismo modo en que le sucedía con su madre cuando era un crío de cinco años—. Quiero que hagan maletas. Nos vamos en un vuelo que sale dentro de cinco horas.
—¿Pero y el concierto…? –Tom se atragantó con su propia saliva al pensar en aquellas fans que se iban a quedar sin poder verlos en vivo.
—¿Sin vocalista? Tienes que estar de coña a menos que quieras cantar tú… ¿No, verdad? –David se rió sin verdadera alegría—. Levanta a Gustav, yo iré por Georg y nos vemos en el lobby dentro de una hora. No me hagan esperar.
Sin esperar por réplicas pues sabía que no las iba a haber, David dio largas zancadas hasta el elevador y desapareció tras sus puertas metálicas. Tom se quedó en su sitió un par de segundos antes de escuchar los sollozos que provenían de dentro de la habitación.
Era Gustav, que llorando contra la almohada, se presionaba la frente contra la cabeza. “Lo siento”, murmuraba con labios tensos, “Oh, lo siento mucho…” mientras se mecía en los brazos de Tom, que por su parte, no encontraba palabras para decirle que no había tiempo para aquello.
Con tristeza apreciando que tiempo era lo que menos tendrían conforme transcurriera.
—… No. Las fechas de París serán agregadas a la agenda al final de la gira. –Jost le dio la voz a otro reportero y con la sonrisa más falsa del mundo, una parecida a estar disfrutando de aquello como si estuviera en el carnaval de invierno, escuchó otra nueva pregunta en lo referente a Bushido—. Temo decir que ambas partes hemos llegado a un acuerdo silencioso y me es imposible dar detalles al respecto.
Media hora después, temblando por cada intento de sacarle algo en concreto, Bill soportaba la dura reprimenda de la cual era objeto. Sí, la había cagado lindo y bonito. Salir del hospital con un par de costillas fisuradas gracias a la patada que Bushido le había propinado y además tener que pagar una cuenta médica de varios cientos de euros no era lo que consideraba el mejor regreso a Alemania.
Por fortuna, y Jost no dejaba de repetirlo, el incidente no había llegado a mayores. Bushido por su parte se había comportado como nunca. Sin comentarios para nadie, aún descansaba en una cama del hospital pues cierto golpe que Bill le había dado en la cabeza con el bat de béisbol y del cual el menor de los gemelos se sentía orgulloso, aún estaba de peligro; su estado era crítico. No tanto como para que la vida del rapero estuviera pendiendo de un hilo, pero si lo necesario como para tenerlo en observación un par de días más.
Entre eso, el escándalo que se había ocasionado y la recomendación del médico de tomar reposo por unos días, la banda se encontraba hacinada de vuelta en casa hasta nuevas noticias.
Jost seguía echando humo por la nariz cual dragón, lo que no era nada anormal, y sin embargo no restaba gravedad al asunto.
Así les llegó el tercer día desde que el embarazo de Gustav se diera a conocer.
Al despertar todos aquella mañana y descubrir que el tema era ineludible, cada quien lo tomó a su manera. Tom haciendo desayuno porque la salud de Gustav iba en pique por un espiral descendente rumbo al desastre. Bill que aún seguía dormido ni se movió desde su cama, al contrario que Georg, quien se despertó, pero no encontró fuerzas para moverse del colchón.
No era un día normal, pero al menos todo estaba ‘bien’…
—Gusss… —Tom abrazó a Gustav por detrás e ignoró el codazo que recibió en el estómago—. Apestas. Necesitas darte un baño.
—No quiero –gruñó al baterista por debajo de las cobijas.
Llevaba así varios días. Gustav no podía evitarlo. Estaba drenado hasta el alma de toda energía posible. No creía poderse levantar de su sitio en al menos un par de meses. Ahora que no tenía nada a lo que asirse excepto al bebé, lamentaba estar embarazado. Simplemente le parecía patético de su parte encontrar el final de su vida, de su felicidad, siendo dejado por Georg, pero siendo que había luchado tantos años por él, que el esfuerzo fuera en vano, lo mataba.
Ya no le quedaban lágrimas por llorarle puesto que tenía mucho en qué pensar. Que el bajista no quisiera estar con él era un enorme dolor, pero se consolaba masoquista al pensar que quedaba mucho por sufrir adelante. Empezando con que el fin de semana se aproximaba y en él se iban a enfrentar sus dos grandes temores: El primer ultrasonido del bebé, saber si la criatura se encontraba bien o no, y el cumpleaños de su padre, el cual lamentaba arruinar de antemano, pero iba a decirles que estaba embarazado.
Sólo de pensarlo le dolía más la cabeza; se hundía más en los almohadones ignorando a Tom que lo cuidaba lo mejor posible, pero que poco podía hacer con la poca cooperación que el rubio mostraba.
Una cosa era alimentarlo, pinchar sus costillas para que comiera sus cinco raciones diarias. Otra era meterlo a bañar, hacer que se moviera de la misma postura en la que quedaba por horas.
—Vamos, Gus. Con ánimo –le alentaba sin éxito.
—No puedo –gimoteaba en respuesta. Tom no lo culpaba. De estar en su lugar, se estaría arrancando las rastas una por una del desconsuelo que lo tendría dominado.
Y mejor no pensar en ello. El panorama que vivía tampoco era muy consolador. Luego de su ex abrupto, Bill le huía como a la peste, no sólo él, a todos, y él mismo desde su posición, hacía lo propio.
Aquel beso de días antes le seguía quemando en los labios por mucho que no lo quisiera admitir. Lo tenía desconcertado, ardiendo en deseos por más e incapaz de clarificar su mente para descifrar qué demonios pasaba. Aquella era la casa de locos en la que vivían; en la que se amoldaba como una más de las personas que la componía. Vaya mierda.
—Gus… —Llamó por última vez—. Te tienes que bañar.
—Oblígame –murmuró el baterista. La voz pesada por el desánimo que le producía la acuciante sensación de estarse ahogando con sus problemas.
—Mañana vas a ver a tus padres… A Sandra. ¿Crees que ellos te quieren oler así? Tienes días en esta cama. Me preocupas, Gus. –Hundió el rostro en la espalda de su amigo y lo abrazó con más fuerza al ver que temblaba al no poderse contener—. Shhh, todo irá bien.
—Irá bien para ti —balbuceó Gustav—, mi familia se va a volver loca… Ugh, ¿te mencioné que mi papá cumple cincuenta años? Vaya mierda de regalo le voy a llevar. ‘Papá, adivina qué, ¡Estoy embarazado! ¡Vas a ser abuelo! ¡Feliz cumpleaños!’. Mi hermana lleva un año intentándolo y yo lo logro sin quererlo… —Sorbió mocos—. No me quiero bañar hoy. No me vas a obligar.
—Bien. –Tom soltó un suspiro largo—. Nada de baño. Pero en algún momento tendrás que salir de la cama y enfrentar el mundo.
—Enfréntalo por mí. Dale una patada en el trasero y dile que se ha comportado cruel conmigo. –Se giró para verlo por encima del hombro—. ¿Por qué sigues aquí?
—No razón. –Sostuvo la mirada de Gustav por un par de segundos antes de caer derrotado—. Ok, me escondo de Bill.
—Oh, Bill… —Gustav supo al instante la dirección que iba a tomar aquello—. Escúpelo.
—Me besó… Labios… —Gustav soltó la primera risita en días. Aunque la cabeza le dio vueltas, se dio el lujo de continuar—. Me gustó…
—Es tu gemelo.
—Duh, lo sé, Gustav. Ahora me vas a tachar de depravado, ¿no es así? –Gustav le tomó la mano y se abrazó más a él. Para quien viera la escena desde otro ángulo, creería que aquel par estaba unido por lazos románticos cuando la realidad era que cada uno, pese a su estado tan jodido, era el salvavidas del otro.
—Hey, yo estoy embarazado, soy varón y me acaban de dejar… Tal vez el depravado seas tú, pero no te voy a juzgar –rodó los ojos el baterista—. ¿Sabes qué pienso?
—¿Hummm? –Tom bostezó porque era tarde y porque las emociones de meses atrás los venían arruinando a ambos—. Dime.
—Que tienes mi apoyo. Sólo… No me dejes –susurró lo último—. Aún te necesito.
El corazón de Tom se derritió por aquella confesión. Lloró él, un poco, y Gustav lo sostuvo hasta que se le pasó. Así de buena era su amistad.
Con su “¿Y Georg, dónde está?” como saludó, Gustav pronosticó una horrible comida familiar de cumpleaños dando inicio. Y lo peor es que no se equivocó…
Apenas entrar y ser acribillado con preguntas referentes a su novio, optó por hacerse el sordo un rato. Hasta no apagar las velas y comer pastel, no pensaba arruinarles el día con las malas noticias. Todo dependiera de cómo lo tomaran que bien aquello de “Mamá, papá, van a ser abuelos; hermana, tú vas a ser tía” tenía su lado bueno si se tomaba la molestia de buscarlo con linterna, pico y pala. Su madre más que nada; ella era persona dada a ser positiva en todo aspecto de su vida. En todo negro, ella encontraba trazas de gris a las que aferrarse; Gustav la amaba como niño pequeño sólo por eso; porque representaba la esperanza que no perdía jamás. Su progenitor por otro lado era más realista. Casi podía oír el interrogatorio en torno al padre de la criatura que se aproximaba. ¿Cuántos años tendría? ¿Si se quedaría con él? ¿Si sabía de su embarazado? ¿Si se haría cargo de los gastos de la criatura o iba a desaparecer? Sólo pensarlo y el dolor de cabeza aumentaba. El miembro restante de su familia, su hermana, era de quien menos se podía esperar una reacción. Casada hacía dos años pese a que entre ambos no existía gran diferencia de edades, intentaba conseguir un bebé desde entonces. Gustav no quería tenerlo en cuenta como una posibilidad, pero creía que lo probable sería una mueca glacial que le dijera cuán injusto era que él obtuviera lo que ella no tenía y deseaba con toda su alma.
Con todo ello dando vueltas en la cabeza, se dejó empujar por Tom que lo acompañaba y entró en la casa que años atrás era su hogar. Que siendo honesto consigo mismo, seguía siendo. Mientras ese viejo sillón al que le había derramado jugo de zarzamoras a los ocho años siguiera ahí, esa seguiría siendo la casa donde creció y a la que llamaría hogar por siempre.
El simple recuerdo le inundó los ojos, que para mortificación de Tom, llamó la atención de la mamá de Gustav, una mujer pequeña y enérgica de cabellera rubia que heredó a ambos hijos.
—¿Qué pasa, cariño? –Preguntó con preocupación.
—Le duele la cabeza –lo excusó Tom con ademanes ligeros—. Han sido unos meses pesados; la gira duró más de lo que pensábamos.
—Seh –confirmó Gustav parpadeando para eliminar el exceso de humedad en los ojos y recobrarse. En un ademán inconsciente, se sujetó el vientre con una mano—. ¿Dónde está papá? Le he comprado de regalo una corbata nueva y una loción para después de afeitarse.
—Está en su estudio dándole los últimos toques a su nuevo proyecto –se rió su madre—. Ahora le ha dado por hacer aviones de guerra a escala. Ya sabes cómo es él.
—“Cuando se mete en algo no lo suelta hasta terminar” –repitieron a coro Gustav y su hermana para luego soltar una carcajada.
—Pasemos al comedor. Ya estábamos por sentarnos a la mesa –dijo su madre—. Te veo un poco pálido Gustav, así que espero verte comer una doble ración.
—Sí, mamá –aceptó el rubio con monotonía.
Aunque no lo hubiera confesado ni bajo efectos de tortura, ser tratado como un niño pequeño por su madre era la sensación reconfortante que le hacía falta en ese momento.
Huyendo de Bill y sus inquisitivos ojos que lo perseguían por todos lados en la casa, Tom había aceptado acompañar a Gustav al cumpleaños de su padre. No que ver las fotos de bebé del baterista fuera un desperdicio total dado que sumaban material con qué burlarse de éste, pero con la cabeza flotando por encima del ambiente festivo que imperaba en la familia, se sentía como un intruso que rompía la armonía familiar que no era suya.
—Miren, este es Gustav a los dos años de edad. Le encantaba ponerse el pañal en la cabeza y jugar a que era el rey… —Tom miró por encima del hombro de la mamá del rubio y soltó una carcajada.
—Ciertamente era el rey –se burló al ver que el pañal le cubría hasta los ojos a aquel pequeño regordete bebé Gustav.
Reírse le ayudó a sacar de la cabeza a su gemelo que tras días de total mutismo, avergonzado de su locura en torno a Bushido y aún recuperándose de las fisuras que cargaba en las costillas, había salido aquella mañana a confrontarlo.
O algo así.
Sentados a la mesa del desayuno él y Georg no hablaban y comían sus alimentos en total calma hasta que Tom y Gustav entraron. Entonces el bajista se dio a la fuga a su habitación y con un portazo anunció que era hora de perturbar al prójimo. Con pesadez Gustav se había sentado a la mesa y Tom había tenido que soportar que Bill lo acosara con los ojos por toda la cocina ocasionando que casi se arrancara un dedo cuando rebanaba un poco de fruta fresca para el baterista.
Tom lo sabía, lo de Bill apenas iba a comenzar y sí lo que Gustav le había dicho era cierto, entonces tenía mucho de qué preocuparse. Lo que más le angustiaba era que si lo pensaba, en algún punto de todo aquel sinsentido él iba a decir sí; a seguir besándose, a llevar aquella relación suya a algo más y eso era precisamente lo que lo atemorizaba. Querer lo que no debes tener es la peor tentación; comiendo una segunda ración de pastel, se convenció de errar aquella decisión, iba a costar mucho dolor.
Como profecía diabólica, su teléfono móvil comenzó a sonar y el tono con el que lo hizo le confirmó que era Bill usando su impaciencia habitual. No tenía caso mandarlo al buzón de llamadas pues volvería a intentarlo. Evitando ser grosero, Tom se disculpó lo mejor posible para contestar la llamada y por ello terminó en el sanitario, sentado sobre la tapa de la taza del baño y contestando con voz tensa.
—¿Tomi? –La voz al otro lado de la línea se escuchaba insegura—. ¿Dónde estás?
—Eso no es de tu incumbencia. –Ok, lo grosero no venía a cuento; mirándose en el espejo de encima del lavamanos, Tom suspiró—. En casa de Gustav. Su padre cumple años y… Les vamos a dar la noticia.
—‘¿Les?’ ¿Hablas en serio. –En resentimiento con el que aquellas palabras fueron dichas, golpeó al mayor de los gemelos como un ladrillo justo en la oreja—-. ¿Tú qué tienes que ver en todo eso? El bebé no es tuyo. Ven a casa…
—Si hablaste para ser el gamberro egoísta de siempre mejor no te tomes la molestia –gruñó—. Gustav es nuestro amigo; los amigos se apoyan.
El silencio se hizo presente en los dos lados de la línea. Respiraciones agitadas contra el auricular, pues cada uno de los gemelos sufría su verdadera lucha interna. El asunto no era Gustav, eran ellos mismos. El problema es que no sabían como abordar el tema sin llevar a colación otro.
—Lo siento –cedió al fin Bill—. Es mi amigo, pero entiende que estoy… Demonios, ¡Estoy en shock, Tomi! N-No creo poder entender nada de esto y…
—Tom, cariño, ¿te sientes bien? –Tocaron a la puerta y Tom se alejó el teléfono. Tapó el auricular con la mano antes de contestar.
—Sí, ya salgo. Creo que comí mucho –se disculpó con la mamá de Gustav—. No me tardo.
—No hay problema –respondió la mujer—. Cuando salgas comeremos un poco de helado. No te tardes. Es de chispas de chocolate.
Tom escuchó con atención los pasos que se alejaban y volvió a colocarse el teléfono en el oído.
—¿Tom? ¡Tom! –Chillaba Bill desesperado.
—Ya estoy de vuelta… —Murmuró el mayor de los gemelos—. Bill, lo siento, tengo que colgar. Hablaremos cuando esté de regreso.
—¿Vas a tardar mucho? –Preguntó Bill con voz pequeña.
Tom se contuvo de ponerse a llorar en el baño. –No, perdón. Gustav tiene una cita con la doctora Sandra y no la podemos cancelar. Vamos a regresar quizá pasada medianoche.
—Tom…
—Te hablo más tarde. Adiós –colgó.
Tras lavarse las manos y la cara, Tom se dio fuerza en el espejo. Por Gustav, por su amigo, iba a ser fuerte hasta el final. Abriendo la puerta, exhaló el último suspiro antes de reunirse con los demás.
—Mamá, no llores… —Murmuró Gustav con las mejillas rojas. Le pasó un brazo por encima de los hombros a su madre y la confortó lo mejor posible dado que ella lloraba y se limpiaba los ojos con el dorso de una mano temblorosa.
—¿Quién es el padre, Gustav? –Preguntó su padre con los labios comprimidos en una fina línea. El baterista se contuvo de rodar los ojos ante el predecible carácter de su progenitor.
—Papá…
—No me digas eso. …l tiene qué hacerse responsable. ¿Es Georg, no es así? Por eso no vino el muy sinvergüenza. Tom –se dirigió el mayor de los gemelos, que sentado a un lado de Gustav, sentía que sobraba en aquella escena familiar. Estar ahí sentado le producía que lo comido con anterioridad se hiciera grumos en su estómago; de no ser porque sin él el baterista haría rato que estuviera convertido en un mar de llanto, haría mucho que se habría retirado—. Tú sabes quién es el padre. Dímelo –exigió.
—Yo… Señor, eso es asunto de Gustav.
—Basta todos –gruñó Gustav, incapaz de hacer que su madre dejara de sollozar y cansado de aquello. Consultó el reloj con un gesto rápido y se puso de pie—. Nos tenemos que ir.
—¿De qué hablas, Gusti? –Su mamá se cubrió la boca con la mano—. ¿A dónde? Es tarde, quédate a dormir y mañana hablaremos esto con más calma. Iremos con el médico familiar y…
—Mamá, por favor, no. –Gustav se talló la frente con cansancio, un ademán que Tom le había visto hacer recientemente con una asiduidad preocupante—. Ya tengo una doctora, precisamente vamos a ir con ella esta noche. Es mi chequeo del cuarto mes y no puedo faltar.
—Gusti…
—Dios… No tengo tiempo para esto. A todos, son mi familia, los quiero, pero es mi vida. Sólo quería informarles que estaba embarazado así que… —Suspiró—. No es Georg, sólo quiero que sepan eso.
—¿Al menos sabes quién es el padre? –Preguntó con dureza el progenitor de Gustav—. No quiero creer que has estado durmiendo con cualquiera.
—Sé quién es el padre, ¿contento? Sólo no lo quiero en mi vida o en la del bebé. Es… Complicado. –Volvió a consultar la hora—. Tom, ya vamos tarde.
—Vayan con cuidado –musitó la madre de Gustav, mirada baja y manos en el regazo.
—Mamá… —Al baterista se le hizo un nudo en la garganta al tener que dejar a su familia en aquel estado. No era justo arruinarles aquel día a todos, pero tampoco lo era mantenerlos ajenos a lo que sucedía—. En serio que lo lamento mucho.
—Ja –soltó la risa falsa su hermana mayor. Ella, que en toda la plática se había mantenido silenciosa en el rincón más alejado, se puso de pie—. ¿Sabes qué, Gustav? No es justo. Llevó más de un año intentando tener un bebé y tú vas y lo logras. Lo tuyo simplemente es genial.
La postura de Gustav se tornó rígida. –No digas eso…
—No me digas qué hacer –escupió su hermana antes de dar media vuelta y a pasos agigantados, subir los escalones con prisa. El portazo que dio al final, retumbó por toda la casa.
—No hemos terminado, Gustav –dijo su padre apenas el ruido dejó de oírse—. Quiero que nos llames a tu madre y a mí en la mañana. Tendremos una charla más larga que esta manera tuya de dar las… Noticias.
Los acompañó solo a la puerta en vista de que su mujer no se podía mantener de pie dado que seguía llorando inconsolable.
—Feliz cumpleaños, papá –musitó Gustav cuando cruzó el umbral de la puerta. Se abrazó al hombre mayor que lo rodeó con ambos brazos y besó su cabeza—. Lo siento, de verdad que lo siento.
—Shhh –lo meció un par de segundos antes de dejarlo ir—. No quiero que llegues tarde a tu cita médica. Es importante. Nosotros sólo estamos… Conmocionados. Ha sido una noticia inesperada, pero estaremos bien. –Presionó la mano en el hombro de su hijo—. Gustav, en algún momento tendrás qué decirnos quién es el padre, ¿lo entiendes? Cuando lo desees, habrá tiempo para ello.
El baterista tragó una piedra atorada en el estómago. Asintió para luego darse media vuelta y cabizbajo, llorar lo que no había llorado con su familia.
—Estoy asustado –admitió quedó Gustav cuando al fin llegaron al consultorio médico y se estacionaron en el desierto aparcamiento.
—Gustav, ya leímos en Internet que muchas de las razones para el útero distendido eran inofensivas. No te tienes que angustiar por esto. –Para reafirmar lo dicho, Tom le sujetó la mano a Gustav y la presionó levemente—. Verás que todo va a estar bien. Además –sonrió—, hoy por fin confirmaremos que es una niña.
Aquella pequeña distracción le sirvió a Gustav, quien también esbozó un amago de sonrisa en la comisura de los labios al recordar que en el transcurso de las últimas semanas Tom había estado asegurándole que lo que esperaba era una niña. Tan seguro de ello, que hasta apostó a favor de ello el guardarropa de bebé que usaría en el primer año. Ya amenazaba con vestidos rosados y botitas a juego.
Así, tratando de pensar en lo agradable, ambos se escabulleron por la entrada de emergencia de la cual la doctora les había dado acceso. Dos golpes en la puerta y ésta se abrió dejándolos pasar a un ala nueva que no conocían de la pequeña clínica.
—Llegan tarde –les recriminó Sandra apenas comprobar que eran ellos. En la manera que lo dijo, una leve irritación—. ¿Ha pasado algo?
—Les dije a mis padres –dijo Gustav. Al instante, las facciones molestas de la doctora se suavizaron—. Lo tomaron mejor de lo que pensé, pero ellos quieren conocer al padre y…
—Bushido no es alguien que lleves a casa de tus padres, lo entiendo. –Ambos adolescentes la miraron con la boca abierta de la sorpresa. O aquella mujer tenía poderes mentales o su secreto no era secreto y mañana aquella noticia ya estaría en los programas de chismes—. ¿Qué? Mi sobrina es fan de Bill. Vimos mientras desayunábamos cuando aparecía en televisión por el incidente entre él y el rapero. Supuse que…
—Mierda –se tapó la cara Gustav con ambas manos—. Mierda, mierda, mierda…
—No deberías maldecir tanto –dijo como si nada Sandra, al comenzar a caminar y guiarlos a la sala de exámenes—, el bebé tendrá lindos ojos. Lindo perfil, también.
—Ugh, mujer. Suena a que te gusta Bushido –recriminó Tom a broma, pero al ver que Sandra no se reía, se estremeció—. ¿Te gusta, no es así?
—Algunas canciones –murmuró ella tomando un tono escarlata—. Ok, basta de charla. Necesitamos hacer esto rápido. Mi hija está en casa con fiebre y tuve que pagarle más a la niñera.
Le tendió la bata de siempre a Gustav y éste procedió a cambiarse de ropas.
—No me importa que sea tan… No sé, tosca para tratar a sus pacientes, pero que le guste Bushido… Mmm, eso es grave.
—Lo dice el que le gusta Samy Deluxe, por favor –rodó los ojos Gustav ante la incapacidad de Tom de olvidar el asunto—. Mejor no hablemos de él. Ayúdame con esto –gruñó al pujar el pantalón hacía abajo y tener dificultades por lo abultado del vientre—. Casi creo que crece por horas.
—Ídem. Pronto vas a tener que usar batas. Estos jeans estrangulan al bebé. –Tom sudó la gota gorda para ayudar a Gustav a que se los quitara y para cuando lo logró, la doctora entró a la habitación portando ya guantes y el estetoscopio en mano.
—Interesante –anotó en su tablilla al ver la postura en la que ambos estaban—. Ahora, Gustav, quiero que te subas a la báscula y así sabremos exactamente cuánto has subido para que esos pantalones te aprieten tanto. Por cierto –guiñó un ojo—, lindo trasero.
El baterista se sonrojó sin decir nada y se subió a la báscula que al instante marcó el aumentó de cinco kilogramos en dos semanas. –Mieeerda –exclamó.
—Interesante –volvió a repetir Sandra. Tom hizo una mueca. Interesante para ella; para Gustav era tener que empezar antes de tiempo a usar ropa de maternidad, algo a lo que por lo visto le tenía horror—. Ahora, recuéstate en la mesa de exploraciones. Vamos a usar esta pequeña maquina –señaló una especie de monitor sostenido en cuatro patas y de brillante color metálico—. Es algo parecido a la ecografía, sólo que ahora tendremos una imagen más clara. Antes de eso…
—Ugh… —Cerrando los ojos con fuerza y estrujando las manos de Tom que sostenían las suyas, el rubio abrió las piernas para colocarlas en lo alto de la camilla. Como esperaba, la doctora fue y echó un vistazo que se convirtió en una palpación completa de la zona entre sus piernas. Gustav aborrecía aquello con obvias razones; nunca se sentía tan expuesto como cuando lo miraban con ese interés médico. Al cabo de unos minutos, Sandra emergió con una expresión un tanto fuera de su habitual maléfico yo.
Si se le miraba de cerca, se apreciaba la preocupación.
—¿Qué tan grave es? –Preguntó Gustav apenas la vio cambiarse los guantes de látex por unos nuevos.
—Depende de cómo lo veas. –Sandra se mordió el labio inferior—. Sería gracioso que… Olvídenlo –murmuró al ver que tenía la atención de ambos chicos en sí—, hay que continuar.
Gustav se descubrió el estómago y conteniendo un temblor, recibió el gel helado sobre la zona del vientre bajo. Aunque pocas veces habían realizado aquel procedimiento, ya era uno de los que menos le gustaba. El líquido siempre estaba frío y le producía piel de gallina. Por mucho que se preparara mentalmente para soportarlo, siempre era una sensación desagradable que lo tomaba de sorpresa.
—¿Preparados? –Ambos asintieron y la doctora encendió el monitor que al instante proyecto la mancha borrosa que se suponía que era el bebé.
Ni Gustav ni Tom eran muy imaginativos al respecto. Tom entrecerraba los ojos y veía… Bueno, una mancha monocromática que se movía. Aquello redondo tenía que ser la cabeza, pero si lo era, entonces el bebé iba a pertenecer al circo porque al parecer un par de extremidades le brotaban de ahí. Gustav no era ni remotamente mejor; para él lo que veía en el monitor eran algodones de azúcar en tonos blanco, negro y una infinita escala de grises que interpretó a su manera: Era un bebé; que él no pudiera reconocerlo no interfería con su al parecer poco desarrollado sentido materno. Que lo que cargaba en el cuerpo no tuviera forma porque era un obtuso de pacotilla, poco tenía que ver con lo mucho que quería ya a su informe manchita. El corazón se le hinchaba de amor nomás de verlo retorcerse en la pantalla. Si aquel era su brazo, su pierna o lo que fuera, no afectaba en lo mínimo los sentimientos que le florecían dentro.
Por otra parte, Sandra soltó una exclamación que los hizo saltar de los nervios. Casi en cadena de sucesos, una enfermera entró a la habitación y tras mirar en derredor, llamó a Sandra que se mostró renuente a abandonar la exploración. –Vuelvo en un minuto –se disculpó aún con la boca abierta.
—¿Crees que vio algo malo? –De sólo pensarlo, a Gustav le daban retortijones en el estómago. Quería pensar lo más positivo posible; Sandra nomás no ayudaba.
—Apuesto que exageramos… —Tom apretó la mano de Gustav que sostenía entre las suyas—. Mira ahí viene… —Se paralizó al ver que Sandra ahora lucía en shock.
—Tenemos visitas –murmuró.
—¿Reporteros? –Gustav se quiso sentar y Tom lo contuvo.
—Peor. Por lo que vi en el noticiero, con un bat de béisbol es peligroso…
—¡Bill! –Chillaron en un tiempo Gustav y Tom. Intercambiaron miradas antes de apreciar los gritos que se escuchaban en el pasillo y luego la puerta que se abrió de par en par.
Rojo, sólo Dios sabría si era de vergüenza o de ira contenida, Bill exhalaba con pesadez. –No los encontré con tus padres… Pero… Tenemos que hablar… —Se sostuvo el costado, al parecer con flato—. Los tres, en serio.
Sandra, ya tranquila de que no se iba a hacer un desastre y de que Bill venía desarmado, siguió con su exploración.
—¿Estás imbécil o qué? –Tom sintió la imperante necesidad de mesarse el cabello—. Bill, largo. Llevas toda la semana tratando a Gus como basura, mirándolo como si fuera su culpa. Y lo de Bushido –apretó los puños—, prefiero no hablar de eso.
—Lo siento, ¿bien? ¡Lo siento! ¡Lo siento Gustav y lo siento Tom, lo siento! –Gritó Bill—. Cometí un error, pero tienen que comprender que estaba histérico. Cuando esto se dé a conocer… No quiero ni pensarlo.
—Perdona si tu sufrimiento es taaan grande, Bill –estalló Tom.
—Chicos, basta… No aquí –intentó apaciguarlos Gustav. …l lo que quería era saber el estado del bebé, no oír a aquel par gritarse por su embarazo.
—No puedes hablar en serio –replicó Tom con acaloramiento—. Viene aquí quién sabe cómo y arma un escándalo. No tiene derecho de hablarte así, Gus.
—Revisé tu bote de basura. Las facturas médicas estaban ahí –se explicó el menor de los gemelos—. Como sea, esto me compete también a mí. No sé aún si pueda perdonar a Gustav, pero…
—¡¿Perdonar?! ¡¿Tú, perdonar a Gustav?! ¿Estás demente o qué diablos? –Tom dio dos pasos y tomó a Bill de la camiseta. Ambos se sujetaron por los hombros pero antes de poder decir algo, Sandra soltó un largo suspiro.
—Par de niñas… —Silbó con admiración.
Gustav denegó con la cabeza. Sólo a aquella doctora se le podría ocurrir desestimar a aquel par cuando discutían. Al menos eso pensó hasta que todas las miradas se centraron en él. Idénticos pares de bocas y ojos abiertos con incredulidad.
—¿Q-Qué? –Barbotó—. No me miren así –amenazó con voz temblorosa.
—Par de niñas… —Susurró Sandra de nuevo. Gustav enfocó la vista en los gemelos que ahora estaban uno al lado del otro sin rastros del anterior estado en el que se encontraban. En su lugar, observaban el monitor del ultrasonido. Veía lo mismo que en un principio, pero la expresión que la doctora mantenía, le indicó que el que él no viera la verdad, no significaba que no estuviera ahí—. Son gemelas –dijo ella al fin, pues Gustav no procesaba la información.
—Uhm… Ah… Ajá… Yo… —Gustav frunció el ceño—. ¿Está segura?
—El útero tiene el tamaño adecuado para un parto doble, por eso se estaba distendiendo más allá de lo normal –habló Sandra con profesionalidad—. Además, mira, esta es una cabeza, aquí está la otra. Por el ángulo una bebé cubre a la otra, pero no en su totalidad… —Tomó la mano de Gustav y le acarició el dorso con el pulgar—. Y son dos niñas.
—Vaya noticia tan… Tan… —El rubio tragó saliva audiblemente. Giró la cabeza de lado a lado al tiempo que el pecho se le hinchaba en un intento desesperado por respirar—. Wow, digo, estas cosas pasan pero… Quién fuera a decir que a mí –soltó una risa entrecortada antes de comenzar a llorar—. Que lindo, ¿no? Dos niñas, y gemelas. ¡Me he sacado la puta lotería de la vida! ¡Genial, esto es genial! No sólo me embarazo sino que lo hago en grande, oh Diosss…
—Pudo ser peor… —Murmuró Bill y al instante se encontró cerrando la boca por su impertinencia.
—¿Peor? –Gustav dio un puñetazo contra el la camilla—. ¿Sabes qué, Bill? ¡Vete a la mierda! –Se limpió el dorso de los ojos con el cuello de la bata y lloró más fuerte-. ¡Vete al carajo! ¡Al infierno! ¡Qué te den! ¡No quiero oírte, ni verte, ni…!
—Gus, lo siento… —Bill ignoró la mano de Tom que lo alejó, para ir a sentarse a un lado del rubio. No muy seguro de cómo proceder, lo rodeó con un brazo antes de encontrarse siendo el salvavidas de alguien, pues Gustav, furioso, deprimido, presa de mil emociones, lo abrazó mientras se desahogaba—. Nos vamos a acostumbrar, no te preocupes. Todo va a estar bien –lo meció sin dejar de lamentar el haber sido tan despiadado con el baterista.
—Tus niñas son también nuestras, Gus –lo intentó animar Tom al sentarse al otro lado del baterista y abrazarlo por igual. Uniendo su mano a la de Bill, los tres pasaron el siguiente par de horas juntos ideando planes estúpidos para animarse.
Tom prometió cambiar pañales siempre que fuera necesario y Bill alimentar a las bebés sin importar la hora de la madrugada que fuera. Ambos olvidando viejas rencillas; intercambiando miradas cómplices que conservaban la pureza del nacimiento del primer amor.
Gustav, sintiendo un alivio verdadero tras tanta tensión, no ajeno de nada, cerró al final los ojos para dormir. Que lo que tuviera que venir, viniera. Le iba a demostrar que podía con ello y más. A todo lo que le pusiera mala cara, le iba a patear el trasero.
Con el cabello alborotado y no por uso de secadoras o productos químicos para el cabello, estaba Bill. Bill Kaulitz. El vocalista de Tokio Hotel que portaba consigo ojos hundidos, rojos, al parecer, de tanto llorar; su aspecto así lo delataba. Además, las facciones de su rostro se veían ajadas, hundidas, como si estuviera al borde del agotamiento y se mantuviera por una fuerza de voluntad superior a la normal. O corrección: A fuerza de un bat de béisbol metálico que sujetaba con la mano derecha y unos dedos crispados en torno a la base.
—No me vengas con mierdas de cortesía –fue lo primero que dijo la figura. Confirmado, era Bill; nadie como él podría tener esa voz. Cabreado o no, era tan fácilmente reconocible como una ballena varada en la arena. Sólo no tenía pierde; resaltaba en su entorno.
—¿Puedo hacer algo por ti? –Replicó el hombre mayor decidiendo que nada podía ser tan importante como para que lo vinieran a despertar de madrugada. Tras un día largo, lo que menos quería era estar atendiendo visitas que desde un principio mostraban su hostilidad.
—De hecho… —Bill apretó los dedos contra el bat con tal fuerza que los nudillos se le tornaron blancos. Aquel gesto no pasó desapercibido a Bushido, que dio un paso atrás justo a tiempo para evitar que un certero golpe le diera en la base del pie.
—¡Carajo, cuida lo que haces! –Amenazó. Sin quererlo, algo en el tono en que lo dijo tembló. No estaba asustado de un crío de diecinueve años, sino aterrorizado. Si algún día tenía que contar su versión de los hechos, Bushido mentiría. Que no había sido nada, que apenas logró despertar su interés, pero en tiempo presente, oh, estaba que el sudor de la espalda le corría por los nervios.
—Es una advertencia –clarificó Bill—. Tenemos que hablar, ¿sabes?
—No tengo nada que hablar. –Hizo amago de cerrar la puerta para luego llamar a la policía y se encontró con que el bat interfería su intención. Bill había sido más rápido al interponerse entre la puerta y la pared dando un paso adelante e invitándose solo al departamento.
Sin perder el aplomo, Bushido lamentó en primer lugar haberse levantado de la cama. En segundo, haber abierto la puerta y en tercero… Bueno, en tercero a no haber ido al baño antes de todo eso, puesto que su vejiga elegía aquel mal momento para activarse al indicarle que o iba al baño o lo iba a hacer protagonizar una experiencia digna del álbum de las vergüenzas.
—Mira, esto es allanamiento de propiedad. No quiero tener que… —El hombre mayor tragó saliva con dificultad. Hizo nota mental de no haber tomado un trago de agua antes de haberse levantado porque la sequedad en la garganta lo mataba hasta para articular una simple advertencia.
—¿Tener que…? –Bill remedó—. Patrañas. Tú y yo, oh, tenemos muuucho de qué hablar. ¿Ok? –Golpeó el linóleo con el bat y Bushido arrugó el ceño al pensar en la marca que quedaría. El casero lo iba a matar y hacer que le pagara el desperfecto como si fuera nuevo; lo mismo que el vecino del piso de abajo si se despertaba; el maldito tenía un carácter de los mil demonios.
—Crío de mierda –murmuró por lo bajo. El menor de los gemelos lo escuchó pero decidió pasarlo por alto porque ese asunto no le importaba en lo más mínimo.
Tras contemplarse mutuamente un par de segundos, ambos sopesando las fuerzas y debilidades del contrincante, tomaron asiento en la desordenada sala que coronaba la habitación.
El departamento era pequeño, no tanto como para ser un nido de ratas, pero era lo que Bushido solía alquilar cuando no estaba en su mansión a las afueras de la ciudad. No que no ganara lo necesario como para comprar un piso en el centro de Berlín, pero le gustaba la acogedora sensación de la vida que tenía antes de ganar dinero con la música y ese departamento lo representaba todo.
Mientras trabajaba en algún álbum, suyo o de alguno de sus amigos, ese era su hogar. Los trastes sucios en el fregadero, las cajas de pizza y las botellas de cerveza en el cesto de la basura y alguna prenda de ropa colgando de las sillas lo afirmaban.
Bill, que no apreciaba aquello, con recelo tomó asiento en un sofá que su hundió bajo su peso. Aún sin soltar el bat, se preguntó por millonésima vez si lo que hacía era lo correcto. Visto de manera objetiva, era un loco cualquiera que había irrumpido en la casa de alguien más y que se imponía sin explicar sus razones. Lo cual empezando, sería un buen inicio.
—Verás… —Comenzó tras carraspear un poco. Una parte de la rabia asesina que lo había conducido hasta ahí se evaporó apenas el tratar de acomodar sus pensamientos se hizo presente. Demonios, ¿realmente qué hacía ahí? David lo iba a matar si algo de todo eso salía a flote. No sabía ni siquiera la situación que estaban viviendo allá en Francia o si es que se habían movilizado buscándolo. Ni modo de saberlo tampoco, puesto que su teléfono había caído en aquella habitación y no se había tomado la molestia de recogerlo.
De pronto, estar ahí le pareció lo más ilógico. Ningún juzgado lo iba a perdonar si alegaba locura temporal en caso de cometer algún error.
—¿Te hice algo? –La grave voz de Bushido lo sacó de concentración. Intentando entender lo que le decía, denegó con lentitud—. No veo entonces una razón para que estés aquí.
Bill se mordió el labio inferior diciéndose a sí mismo que el hombre mayor estaba en lo cierto. Si él estaba ahí tras haber conducido por horas, mil kilómetros y dos países, era su asunto, no tenía nada que ver con el rapero y a la vez sí.
—Gustav –susurró y el decirlo le hizo recobrar la sombría expresión con la que había entrado.
—¿Gus? –Bushido arqueó una ceja al dejarse caer contra el respaldo del sillón. De frente a Bill, puesto que él había elegido el de una plaza, se extendió a sus anchas—. ¿Qué con él?
—Tiene que ser una jodida broma… —Bill se puso de pie en un saltó y el coraje que lo inundó tiñó su rostro de rojo—. Eres un…
—Guárdatelo. –Bushido ignoró lo que Bill iba a decir con un desdeñoso gesto con la mano. Inclinándose a un costado, tomó un cigarrillo de una caja que descansaba sobre la mesa y lo encendió con una larga inhalación que llenó la estancia de humo—. Voy a adivinar que él no te mandó –Bill le dio la razón en un refunfuño—, así que el resto no te incumbe en lo mínimo.
—Claro que me incumbe –espetó el menor de los gemelos. Recobrando algo de aquella confianza que lo tenía ahí con un bat de béisbol en la mano y listo para dar el primer golpe, repitió—: ¡Mierda, sí, me incumbe! ¡Tú… Tú…! –El peso de una loza sobre los hombres le cayó de pronto.
—¿Yo? –Tirándole el humo casi en la cara, Bushido se encogió de hombros—. Tengo meses sin verlo porque así él lo quiso y si él mismo no viene a verme, en su lugar estás tú y supongo que Gustav no sabe… Lo siento, no te incumbe en lo mínimo. No veo porqué estar manteniendo esta conversación.
Se puso de pie y Bill apreció que ambos eran igual de altos, sino es que Bushido se veía más impresionante con un cuerpo el doble de ancho. –Te quiero fuera de mi casa ahora mismo.
—No. –Presa de una furia repentina, Bill apretó los puños—. No vine hasta acá para… —Tomó aire—. Te voy a golpear.
—Hum. –Bushido soltó un ruidito despectivo desde el fondo de su ser. ¿Aquel crío que usaba maquillaje corrido? En sus sueños—. Quiero verlo –lo retó.
En cuestión de segundos, obtuvo más de lo que podía haber imaginado.
El primer puñetazo, uno contra el pómulo izquierdo les arrancó gritos de dolor a ambos. Bushido porque sintió el hueso impactarse con más fuerza de la esperada y Bill porque en el proceso se rompió de cuajo dos uñas.
Sin darle tiempo de recuperarse, el rapero se vio de pronto en el suelo. Una patada al aire dio contra el muslo de Bill, lo que no evitó que casi al instante recibiera un nuevo golpe, esta vez en el estómago que le sacó el aire. Abrió el ojo justo a tiempo para ver el bat volando en su dirección. Un sólido impacto que lo hizo ver negro por el resto de aquel día.
—¿Qué pasó? –Aprensivo como sólo él podía estarlo por la desaparición de su gemelo el día anterior, Tom brincó desde su sitio en la cabecera de la cama de Gustav apenas vio a Jost acercarse con cara de malas noticias—. Dios, dime qué hizo.
—Antes que nada… —David se presionó el tabique nasal para luego hacerle por señas salir de la habitación. Tras mucho batallar, Gustav al fin se había dormido. No era conveniente dar aquellas noticias cerca del rubio.
Una vez en el pasillo y tras asegurarse de que nadie estaba cerca, David tomó aire para hablar.
—Saki encontró a Bill. En Berlín –aclaró al ver que Tom casi se desmoronaba del alivio—. Tengo qué preguntarlo, ¿qué hace Bushido metido en todo esto, Tom?
—¿D-De qué hablas, Dave? –El adolescente siseó por lo que sabía se les venía encima a todos. Claro que le había dicho a Jost que Gustav estaba embarazado; lo que no le había aclarado era que el bebé no era de Georg. Sabía que su manager no era un idiota; él mismo podía atar cabos.
—Bill está en el hospital, lo mismo que Bushido. Acabo de recibir la noticia por parte de un reportero que pregunta al respecto de si es o no una táctica publicitaria.
—Oh mierda… —Imitando a David, Tom se presionó el tabique nasal con fuerza—. Ese idiota…
—Quiero la verdad, Tom. O me dices justo ahora o despertaré a Gustav –amenazó el hombre mayor. …l había visto al baterista, lo mal que lucía, lo pálido, lo desmejorado, pero de ser necesario, lo zarandearía hasta obtener la respuesta que necesitaba o su cabeza rodaría por el suelo.
—Ese asunto no es algo que te pueda decir yo –se excusó Tom al mirar por encima de su hombro. Por lo que veía, Gustav se retorcía en una pesadilla—. No es el momento –se explicó con tristeza al modo en el que todo se desarrollaba.
—¡No me interesa! No voy a ir a Berlín a salvar el trasero de tu gemelo si la culpa fue suya. Exijo saber qué demonios pasa en la banda. Sus asuntos son mis asuntos, les guste o no a ustedes. Si Gustav está… —Resopló aire con la poca paciencia que le quedaba—. Ya sabes, tenemos qué solucionarlo. Lo único que necesito saber es qué mierdas hace Bushido metido en todo esto. Saki me ha dicho que tengo qué preocuparme y es lo que voy a hacer.
—Dave, cálmate… —Tom intentó tomar del hombro a su manager y recibió una sacudida.
—No, cálmate tú. Es más, vete al carajo. Tú y Gustav me han estado viendo la cara de idiota desde hace meses. –Lo encaró de frente con todo la fuerza de presencia con la que contaba y Tom se vio subyugado contra el muro del mismo modo en que le sucedía con su madre cuando era un crío de cinco años—. Quiero que hagan maletas. Nos vamos en un vuelo que sale dentro de cinco horas.
—¿Pero y el concierto…? –Tom se atragantó con su propia saliva al pensar en aquellas fans que se iban a quedar sin poder verlos en vivo.
—¿Sin vocalista? Tienes que estar de coña a menos que quieras cantar tú… ¿No, verdad? –David se rió sin verdadera alegría—. Levanta a Gustav, yo iré por Georg y nos vemos en el lobby dentro de una hora. No me hagan esperar.
Sin esperar por réplicas pues sabía que no las iba a haber, David dio largas zancadas hasta el elevador y desapareció tras sus puertas metálicas. Tom se quedó en su sitió un par de segundos antes de escuchar los sollozos que provenían de dentro de la habitación.
Era Gustav, que llorando contra la almohada, se presionaba la frente contra la cabeza. “Lo siento”, murmuraba con labios tensos, “Oh, lo siento mucho…” mientras se mecía en los brazos de Tom, que por su parte, no encontraba palabras para decirle que no había tiempo para aquello.
Con tristeza apreciando que tiempo era lo que menos tendrían conforme transcurriera.
—… No. Las fechas de París serán agregadas a la agenda al final de la gira. –Jost le dio la voz a otro reportero y con la sonrisa más falsa del mundo, una parecida a estar disfrutando de aquello como si estuviera en el carnaval de invierno, escuchó otra nueva pregunta en lo referente a Bushido—. Temo decir que ambas partes hemos llegado a un acuerdo silencioso y me es imposible dar detalles al respecto.
Media hora después, temblando por cada intento de sacarle algo en concreto, Bill soportaba la dura reprimenda de la cual era objeto. Sí, la había cagado lindo y bonito. Salir del hospital con un par de costillas fisuradas gracias a la patada que Bushido le había propinado y además tener que pagar una cuenta médica de varios cientos de euros no era lo que consideraba el mejor regreso a Alemania.
Por fortuna, y Jost no dejaba de repetirlo, el incidente no había llegado a mayores. Bushido por su parte se había comportado como nunca. Sin comentarios para nadie, aún descansaba en una cama del hospital pues cierto golpe que Bill le había dado en la cabeza con el bat de béisbol y del cual el menor de los gemelos se sentía orgulloso, aún estaba de peligro; su estado era crítico. No tanto como para que la vida del rapero estuviera pendiendo de un hilo, pero si lo necesario como para tenerlo en observación un par de días más.
Entre eso, el escándalo que se había ocasionado y la recomendación del médico de tomar reposo por unos días, la banda se encontraba hacinada de vuelta en casa hasta nuevas noticias.
Jost seguía echando humo por la nariz cual dragón, lo que no era nada anormal, y sin embargo no restaba gravedad al asunto.
Así les llegó el tercer día desde que el embarazo de Gustav se diera a conocer.
Al despertar todos aquella mañana y descubrir que el tema era ineludible, cada quien lo tomó a su manera. Tom haciendo desayuno porque la salud de Gustav iba en pique por un espiral descendente rumbo al desastre. Bill que aún seguía dormido ni se movió desde su cama, al contrario que Georg, quien se despertó, pero no encontró fuerzas para moverse del colchón.
No era un día normal, pero al menos todo estaba ‘bien’…
—Gusss… —Tom abrazó a Gustav por detrás e ignoró el codazo que recibió en el estómago—. Apestas. Necesitas darte un baño.
—No quiero –gruñó al baterista por debajo de las cobijas.
Llevaba así varios días. Gustav no podía evitarlo. Estaba drenado hasta el alma de toda energía posible. No creía poderse levantar de su sitio en al menos un par de meses. Ahora que no tenía nada a lo que asirse excepto al bebé, lamentaba estar embarazado. Simplemente le parecía patético de su parte encontrar el final de su vida, de su felicidad, siendo dejado por Georg, pero siendo que había luchado tantos años por él, que el esfuerzo fuera en vano, lo mataba.
Ya no le quedaban lágrimas por llorarle puesto que tenía mucho en qué pensar. Que el bajista no quisiera estar con él era un enorme dolor, pero se consolaba masoquista al pensar que quedaba mucho por sufrir adelante. Empezando con que el fin de semana se aproximaba y en él se iban a enfrentar sus dos grandes temores: El primer ultrasonido del bebé, saber si la criatura se encontraba bien o no, y el cumpleaños de su padre, el cual lamentaba arruinar de antemano, pero iba a decirles que estaba embarazado.
Sólo de pensarlo le dolía más la cabeza; se hundía más en los almohadones ignorando a Tom que lo cuidaba lo mejor posible, pero que poco podía hacer con la poca cooperación que el rubio mostraba.
Una cosa era alimentarlo, pinchar sus costillas para que comiera sus cinco raciones diarias. Otra era meterlo a bañar, hacer que se moviera de la misma postura en la que quedaba por horas.
—Vamos, Gus. Con ánimo –le alentaba sin éxito.
—No puedo –gimoteaba en respuesta. Tom no lo culpaba. De estar en su lugar, se estaría arrancando las rastas una por una del desconsuelo que lo tendría dominado.
Y mejor no pensar en ello. El panorama que vivía tampoco era muy consolador. Luego de su ex abrupto, Bill le huía como a la peste, no sólo él, a todos, y él mismo desde su posición, hacía lo propio.
Aquel beso de días antes le seguía quemando en los labios por mucho que no lo quisiera admitir. Lo tenía desconcertado, ardiendo en deseos por más e incapaz de clarificar su mente para descifrar qué demonios pasaba. Aquella era la casa de locos en la que vivían; en la que se amoldaba como una más de las personas que la componía. Vaya mierda.
—Gus… —Llamó por última vez—. Te tienes que bañar.
—Oblígame –murmuró el baterista. La voz pesada por el desánimo que le producía la acuciante sensación de estarse ahogando con sus problemas.
—Mañana vas a ver a tus padres… A Sandra. ¿Crees que ellos te quieren oler así? Tienes días en esta cama. Me preocupas, Gus. –Hundió el rostro en la espalda de su amigo y lo abrazó con más fuerza al ver que temblaba al no poderse contener—. Shhh, todo irá bien.
—Irá bien para ti —balbuceó Gustav—, mi familia se va a volver loca… Ugh, ¿te mencioné que mi papá cumple cincuenta años? Vaya mierda de regalo le voy a llevar. ‘Papá, adivina qué, ¡Estoy embarazado! ¡Vas a ser abuelo! ¡Feliz cumpleaños!’. Mi hermana lleva un año intentándolo y yo lo logro sin quererlo… —Sorbió mocos—. No me quiero bañar hoy. No me vas a obligar.
—Bien. –Tom soltó un suspiro largo—. Nada de baño. Pero en algún momento tendrás que salir de la cama y enfrentar el mundo.
—Enfréntalo por mí. Dale una patada en el trasero y dile que se ha comportado cruel conmigo. –Se giró para verlo por encima del hombro—. ¿Por qué sigues aquí?
—No razón. –Sostuvo la mirada de Gustav por un par de segundos antes de caer derrotado—. Ok, me escondo de Bill.
—Oh, Bill… —Gustav supo al instante la dirección que iba a tomar aquello—. Escúpelo.
—Me besó… Labios… —Gustav soltó la primera risita en días. Aunque la cabeza le dio vueltas, se dio el lujo de continuar—. Me gustó…
—Es tu gemelo.
—Duh, lo sé, Gustav. Ahora me vas a tachar de depravado, ¿no es así? –Gustav le tomó la mano y se abrazó más a él. Para quien viera la escena desde otro ángulo, creería que aquel par estaba unido por lazos románticos cuando la realidad era que cada uno, pese a su estado tan jodido, era el salvavidas del otro.
—Hey, yo estoy embarazado, soy varón y me acaban de dejar… Tal vez el depravado seas tú, pero no te voy a juzgar –rodó los ojos el baterista—. ¿Sabes qué pienso?
—¿Hummm? –Tom bostezó porque era tarde y porque las emociones de meses atrás los venían arruinando a ambos—. Dime.
—Que tienes mi apoyo. Sólo… No me dejes –susurró lo último—. Aún te necesito.
El corazón de Tom se derritió por aquella confesión. Lloró él, un poco, y Gustav lo sostuvo hasta que se le pasó. Así de buena era su amistad.
Con su “¿Y Georg, dónde está?” como saludó, Gustav pronosticó una horrible comida familiar de cumpleaños dando inicio. Y lo peor es que no se equivocó…
Apenas entrar y ser acribillado con preguntas referentes a su novio, optó por hacerse el sordo un rato. Hasta no apagar las velas y comer pastel, no pensaba arruinarles el día con las malas noticias. Todo dependiera de cómo lo tomaran que bien aquello de “Mamá, papá, van a ser abuelos; hermana, tú vas a ser tía” tenía su lado bueno si se tomaba la molestia de buscarlo con linterna, pico y pala. Su madre más que nada; ella era persona dada a ser positiva en todo aspecto de su vida. En todo negro, ella encontraba trazas de gris a las que aferrarse; Gustav la amaba como niño pequeño sólo por eso; porque representaba la esperanza que no perdía jamás. Su progenitor por otro lado era más realista. Casi podía oír el interrogatorio en torno al padre de la criatura que se aproximaba. ¿Cuántos años tendría? ¿Si se quedaría con él? ¿Si sabía de su embarazado? ¿Si se haría cargo de los gastos de la criatura o iba a desaparecer? Sólo pensarlo y el dolor de cabeza aumentaba. El miembro restante de su familia, su hermana, era de quien menos se podía esperar una reacción. Casada hacía dos años pese a que entre ambos no existía gran diferencia de edades, intentaba conseguir un bebé desde entonces. Gustav no quería tenerlo en cuenta como una posibilidad, pero creía que lo probable sería una mueca glacial que le dijera cuán injusto era que él obtuviera lo que ella no tenía y deseaba con toda su alma.
Con todo ello dando vueltas en la cabeza, se dejó empujar por Tom que lo acompañaba y entró en la casa que años atrás era su hogar. Que siendo honesto consigo mismo, seguía siendo. Mientras ese viejo sillón al que le había derramado jugo de zarzamoras a los ocho años siguiera ahí, esa seguiría siendo la casa donde creció y a la que llamaría hogar por siempre.
El simple recuerdo le inundó los ojos, que para mortificación de Tom, llamó la atención de la mamá de Gustav, una mujer pequeña y enérgica de cabellera rubia que heredó a ambos hijos.
—¿Qué pasa, cariño? –Preguntó con preocupación.
—Le duele la cabeza –lo excusó Tom con ademanes ligeros—. Han sido unos meses pesados; la gira duró más de lo que pensábamos.
—Seh –confirmó Gustav parpadeando para eliminar el exceso de humedad en los ojos y recobrarse. En un ademán inconsciente, se sujetó el vientre con una mano—. ¿Dónde está papá? Le he comprado de regalo una corbata nueva y una loción para después de afeitarse.
—Está en su estudio dándole los últimos toques a su nuevo proyecto –se rió su madre—. Ahora le ha dado por hacer aviones de guerra a escala. Ya sabes cómo es él.
—“Cuando se mete en algo no lo suelta hasta terminar” –repitieron a coro Gustav y su hermana para luego soltar una carcajada.
—Pasemos al comedor. Ya estábamos por sentarnos a la mesa –dijo su madre—. Te veo un poco pálido Gustav, así que espero verte comer una doble ración.
—Sí, mamá –aceptó el rubio con monotonía.
Aunque no lo hubiera confesado ni bajo efectos de tortura, ser tratado como un niño pequeño por su madre era la sensación reconfortante que le hacía falta en ese momento.
Huyendo de Bill y sus inquisitivos ojos que lo perseguían por todos lados en la casa, Tom había aceptado acompañar a Gustav al cumpleaños de su padre. No que ver las fotos de bebé del baterista fuera un desperdicio total dado que sumaban material con qué burlarse de éste, pero con la cabeza flotando por encima del ambiente festivo que imperaba en la familia, se sentía como un intruso que rompía la armonía familiar que no era suya.
—Miren, este es Gustav a los dos años de edad. Le encantaba ponerse el pañal en la cabeza y jugar a que era el rey… —Tom miró por encima del hombro de la mamá del rubio y soltó una carcajada.
—Ciertamente era el rey –se burló al ver que el pañal le cubría hasta los ojos a aquel pequeño regordete bebé Gustav.
Reírse le ayudó a sacar de la cabeza a su gemelo que tras días de total mutismo, avergonzado de su locura en torno a Bushido y aún recuperándose de las fisuras que cargaba en las costillas, había salido aquella mañana a confrontarlo.
O algo así.
Sentados a la mesa del desayuno él y Georg no hablaban y comían sus alimentos en total calma hasta que Tom y Gustav entraron. Entonces el bajista se dio a la fuga a su habitación y con un portazo anunció que era hora de perturbar al prójimo. Con pesadez Gustav se había sentado a la mesa y Tom había tenido que soportar que Bill lo acosara con los ojos por toda la cocina ocasionando que casi se arrancara un dedo cuando rebanaba un poco de fruta fresca para el baterista.
Tom lo sabía, lo de Bill apenas iba a comenzar y sí lo que Gustav le había dicho era cierto, entonces tenía mucho de qué preocuparse. Lo que más le angustiaba era que si lo pensaba, en algún punto de todo aquel sinsentido él iba a decir sí; a seguir besándose, a llevar aquella relación suya a algo más y eso era precisamente lo que lo atemorizaba. Querer lo que no debes tener es la peor tentación; comiendo una segunda ración de pastel, se convenció de errar aquella decisión, iba a costar mucho dolor.
Como profecía diabólica, su teléfono móvil comenzó a sonar y el tono con el que lo hizo le confirmó que era Bill usando su impaciencia habitual. No tenía caso mandarlo al buzón de llamadas pues volvería a intentarlo. Evitando ser grosero, Tom se disculpó lo mejor posible para contestar la llamada y por ello terminó en el sanitario, sentado sobre la tapa de la taza del baño y contestando con voz tensa.
—¿Tomi? –La voz al otro lado de la línea se escuchaba insegura—. ¿Dónde estás?
—Eso no es de tu incumbencia. –Ok, lo grosero no venía a cuento; mirándose en el espejo de encima del lavamanos, Tom suspiró—. En casa de Gustav. Su padre cumple años y… Les vamos a dar la noticia.
—‘¿Les?’ ¿Hablas en serio. –En resentimiento con el que aquellas palabras fueron dichas, golpeó al mayor de los gemelos como un ladrillo justo en la oreja—-. ¿Tú qué tienes que ver en todo eso? El bebé no es tuyo. Ven a casa…
—Si hablaste para ser el gamberro egoísta de siempre mejor no te tomes la molestia –gruñó—. Gustav es nuestro amigo; los amigos se apoyan.
El silencio se hizo presente en los dos lados de la línea. Respiraciones agitadas contra el auricular, pues cada uno de los gemelos sufría su verdadera lucha interna. El asunto no era Gustav, eran ellos mismos. El problema es que no sabían como abordar el tema sin llevar a colación otro.
—Lo siento –cedió al fin Bill—. Es mi amigo, pero entiende que estoy… Demonios, ¡Estoy en shock, Tomi! N-No creo poder entender nada de esto y…
—Tom, cariño, ¿te sientes bien? –Tocaron a la puerta y Tom se alejó el teléfono. Tapó el auricular con la mano antes de contestar.
—Sí, ya salgo. Creo que comí mucho –se disculpó con la mamá de Gustav—. No me tardo.
—No hay problema –respondió la mujer—. Cuando salgas comeremos un poco de helado. No te tardes. Es de chispas de chocolate.
Tom escuchó con atención los pasos que se alejaban y volvió a colocarse el teléfono en el oído.
—¿Tom? ¡Tom! –Chillaba Bill desesperado.
—Ya estoy de vuelta… —Murmuró el mayor de los gemelos—. Bill, lo siento, tengo que colgar. Hablaremos cuando esté de regreso.
—¿Vas a tardar mucho? –Preguntó Bill con voz pequeña.
Tom se contuvo de ponerse a llorar en el baño. –No, perdón. Gustav tiene una cita con la doctora Sandra y no la podemos cancelar. Vamos a regresar quizá pasada medianoche.
—Tom…
—Te hablo más tarde. Adiós –colgó.
Tras lavarse las manos y la cara, Tom se dio fuerza en el espejo. Por Gustav, por su amigo, iba a ser fuerte hasta el final. Abriendo la puerta, exhaló el último suspiro antes de reunirse con los demás.
—Mamá, no llores… —Murmuró Gustav con las mejillas rojas. Le pasó un brazo por encima de los hombros a su madre y la confortó lo mejor posible dado que ella lloraba y se limpiaba los ojos con el dorso de una mano temblorosa.
—¿Quién es el padre, Gustav? –Preguntó su padre con los labios comprimidos en una fina línea. El baterista se contuvo de rodar los ojos ante el predecible carácter de su progenitor.
—Papá…
—No me digas eso. …l tiene qué hacerse responsable. ¿Es Georg, no es así? Por eso no vino el muy sinvergüenza. Tom –se dirigió el mayor de los gemelos, que sentado a un lado de Gustav, sentía que sobraba en aquella escena familiar. Estar ahí sentado le producía que lo comido con anterioridad se hiciera grumos en su estómago; de no ser porque sin él el baterista haría rato que estuviera convertido en un mar de llanto, haría mucho que se habría retirado—. Tú sabes quién es el padre. Dímelo –exigió.
—Yo… Señor, eso es asunto de Gustav.
—Basta todos –gruñó Gustav, incapaz de hacer que su madre dejara de sollozar y cansado de aquello. Consultó el reloj con un gesto rápido y se puso de pie—. Nos tenemos que ir.
—¿De qué hablas, Gusti? –Su mamá se cubrió la boca con la mano—. ¿A dónde? Es tarde, quédate a dormir y mañana hablaremos esto con más calma. Iremos con el médico familiar y…
—Mamá, por favor, no. –Gustav se talló la frente con cansancio, un ademán que Tom le había visto hacer recientemente con una asiduidad preocupante—. Ya tengo una doctora, precisamente vamos a ir con ella esta noche. Es mi chequeo del cuarto mes y no puedo faltar.
—Gusti…
—Dios… No tengo tiempo para esto. A todos, son mi familia, los quiero, pero es mi vida. Sólo quería informarles que estaba embarazado así que… —Suspiró—. No es Georg, sólo quiero que sepan eso.
—¿Al menos sabes quién es el padre? –Preguntó con dureza el progenitor de Gustav—. No quiero creer que has estado durmiendo con cualquiera.
—Sé quién es el padre, ¿contento? Sólo no lo quiero en mi vida o en la del bebé. Es… Complicado. –Volvió a consultar la hora—. Tom, ya vamos tarde.
—Vayan con cuidado –musitó la madre de Gustav, mirada baja y manos en el regazo.
—Mamá… —Al baterista se le hizo un nudo en la garganta al tener que dejar a su familia en aquel estado. No era justo arruinarles aquel día a todos, pero tampoco lo era mantenerlos ajenos a lo que sucedía—. En serio que lo lamento mucho.
—Ja –soltó la risa falsa su hermana mayor. Ella, que en toda la plática se había mantenido silenciosa en el rincón más alejado, se puso de pie—. ¿Sabes qué, Gustav? No es justo. Llevó más de un año intentando tener un bebé y tú vas y lo logras. Lo tuyo simplemente es genial.
La postura de Gustav se tornó rígida. –No digas eso…
—No me digas qué hacer –escupió su hermana antes de dar media vuelta y a pasos agigantados, subir los escalones con prisa. El portazo que dio al final, retumbó por toda la casa.
—No hemos terminado, Gustav –dijo su padre apenas el ruido dejó de oírse—. Quiero que nos llames a tu madre y a mí en la mañana. Tendremos una charla más larga que esta manera tuya de dar las… Noticias.
Los acompañó solo a la puerta en vista de que su mujer no se podía mantener de pie dado que seguía llorando inconsolable.
—Feliz cumpleaños, papá –musitó Gustav cuando cruzó el umbral de la puerta. Se abrazó al hombre mayor que lo rodeó con ambos brazos y besó su cabeza—. Lo siento, de verdad que lo siento.
—Shhh –lo meció un par de segundos antes de dejarlo ir—. No quiero que llegues tarde a tu cita médica. Es importante. Nosotros sólo estamos… Conmocionados. Ha sido una noticia inesperada, pero estaremos bien. –Presionó la mano en el hombro de su hijo—. Gustav, en algún momento tendrás qué decirnos quién es el padre, ¿lo entiendes? Cuando lo desees, habrá tiempo para ello.
El baterista tragó una piedra atorada en el estómago. Asintió para luego darse media vuelta y cabizbajo, llorar lo que no había llorado con su familia.
—Estoy asustado –admitió quedó Gustav cuando al fin llegaron al consultorio médico y se estacionaron en el desierto aparcamiento.
—Gustav, ya leímos en Internet que muchas de las razones para el útero distendido eran inofensivas. No te tienes que angustiar por esto. –Para reafirmar lo dicho, Tom le sujetó la mano a Gustav y la presionó levemente—. Verás que todo va a estar bien. Además –sonrió—, hoy por fin confirmaremos que es una niña.
Aquella pequeña distracción le sirvió a Gustav, quien también esbozó un amago de sonrisa en la comisura de los labios al recordar que en el transcurso de las últimas semanas Tom había estado asegurándole que lo que esperaba era una niña. Tan seguro de ello, que hasta apostó a favor de ello el guardarropa de bebé que usaría en el primer año. Ya amenazaba con vestidos rosados y botitas a juego.
Así, tratando de pensar en lo agradable, ambos se escabulleron por la entrada de emergencia de la cual la doctora les había dado acceso. Dos golpes en la puerta y ésta se abrió dejándolos pasar a un ala nueva que no conocían de la pequeña clínica.
—Llegan tarde –les recriminó Sandra apenas comprobar que eran ellos. En la manera que lo dijo, una leve irritación—. ¿Ha pasado algo?
—Les dije a mis padres –dijo Gustav. Al instante, las facciones molestas de la doctora se suavizaron—. Lo tomaron mejor de lo que pensé, pero ellos quieren conocer al padre y…
—Bushido no es alguien que lleves a casa de tus padres, lo entiendo. –Ambos adolescentes la miraron con la boca abierta de la sorpresa. O aquella mujer tenía poderes mentales o su secreto no era secreto y mañana aquella noticia ya estaría en los programas de chismes—. ¿Qué? Mi sobrina es fan de Bill. Vimos mientras desayunábamos cuando aparecía en televisión por el incidente entre él y el rapero. Supuse que…
—Mierda –se tapó la cara Gustav con ambas manos—. Mierda, mierda, mierda…
—No deberías maldecir tanto –dijo como si nada Sandra, al comenzar a caminar y guiarlos a la sala de exámenes—, el bebé tendrá lindos ojos. Lindo perfil, también.
—Ugh, mujer. Suena a que te gusta Bushido –recriminó Tom a broma, pero al ver que Sandra no se reía, se estremeció—. ¿Te gusta, no es así?
—Algunas canciones –murmuró ella tomando un tono escarlata—. Ok, basta de charla. Necesitamos hacer esto rápido. Mi hija está en casa con fiebre y tuve que pagarle más a la niñera.
Le tendió la bata de siempre a Gustav y éste procedió a cambiarse de ropas.
—No me importa que sea tan… No sé, tosca para tratar a sus pacientes, pero que le guste Bushido… Mmm, eso es grave.
—Lo dice el que le gusta Samy Deluxe, por favor –rodó los ojos Gustav ante la incapacidad de Tom de olvidar el asunto—. Mejor no hablemos de él. Ayúdame con esto –gruñó al pujar el pantalón hacía abajo y tener dificultades por lo abultado del vientre—. Casi creo que crece por horas.
—Ídem. Pronto vas a tener que usar batas. Estos jeans estrangulan al bebé. –Tom sudó la gota gorda para ayudar a Gustav a que se los quitara y para cuando lo logró, la doctora entró a la habitación portando ya guantes y el estetoscopio en mano.
—Interesante –anotó en su tablilla al ver la postura en la que ambos estaban—. Ahora, Gustav, quiero que te subas a la báscula y así sabremos exactamente cuánto has subido para que esos pantalones te aprieten tanto. Por cierto –guiñó un ojo—, lindo trasero.
El baterista se sonrojó sin decir nada y se subió a la báscula que al instante marcó el aumentó de cinco kilogramos en dos semanas. –Mieeerda –exclamó.
—Interesante –volvió a repetir Sandra. Tom hizo una mueca. Interesante para ella; para Gustav era tener que empezar antes de tiempo a usar ropa de maternidad, algo a lo que por lo visto le tenía horror—. Ahora, recuéstate en la mesa de exploraciones. Vamos a usar esta pequeña maquina –señaló una especie de monitor sostenido en cuatro patas y de brillante color metálico—. Es algo parecido a la ecografía, sólo que ahora tendremos una imagen más clara. Antes de eso…
—Ugh… —Cerrando los ojos con fuerza y estrujando las manos de Tom que sostenían las suyas, el rubio abrió las piernas para colocarlas en lo alto de la camilla. Como esperaba, la doctora fue y echó un vistazo que se convirtió en una palpación completa de la zona entre sus piernas. Gustav aborrecía aquello con obvias razones; nunca se sentía tan expuesto como cuando lo miraban con ese interés médico. Al cabo de unos minutos, Sandra emergió con una expresión un tanto fuera de su habitual maléfico yo.
Si se le miraba de cerca, se apreciaba la preocupación.
—¿Qué tan grave es? –Preguntó Gustav apenas la vio cambiarse los guantes de látex por unos nuevos.
—Depende de cómo lo veas. –Sandra se mordió el labio inferior—. Sería gracioso que… Olvídenlo –murmuró al ver que tenía la atención de ambos chicos en sí—, hay que continuar.
Gustav se descubrió el estómago y conteniendo un temblor, recibió el gel helado sobre la zona del vientre bajo. Aunque pocas veces habían realizado aquel procedimiento, ya era uno de los que menos le gustaba. El líquido siempre estaba frío y le producía piel de gallina. Por mucho que se preparara mentalmente para soportarlo, siempre era una sensación desagradable que lo tomaba de sorpresa.
—¿Preparados? –Ambos asintieron y la doctora encendió el monitor que al instante proyecto la mancha borrosa que se suponía que era el bebé.
Ni Gustav ni Tom eran muy imaginativos al respecto. Tom entrecerraba los ojos y veía… Bueno, una mancha monocromática que se movía. Aquello redondo tenía que ser la cabeza, pero si lo era, entonces el bebé iba a pertenecer al circo porque al parecer un par de extremidades le brotaban de ahí. Gustav no era ni remotamente mejor; para él lo que veía en el monitor eran algodones de azúcar en tonos blanco, negro y una infinita escala de grises que interpretó a su manera: Era un bebé; que él no pudiera reconocerlo no interfería con su al parecer poco desarrollado sentido materno. Que lo que cargaba en el cuerpo no tuviera forma porque era un obtuso de pacotilla, poco tenía que ver con lo mucho que quería ya a su informe manchita. El corazón se le hinchaba de amor nomás de verlo retorcerse en la pantalla. Si aquel era su brazo, su pierna o lo que fuera, no afectaba en lo mínimo los sentimientos que le florecían dentro.
Por otra parte, Sandra soltó una exclamación que los hizo saltar de los nervios. Casi en cadena de sucesos, una enfermera entró a la habitación y tras mirar en derredor, llamó a Sandra que se mostró renuente a abandonar la exploración. –Vuelvo en un minuto –se disculpó aún con la boca abierta.
—¿Crees que vio algo malo? –De sólo pensarlo, a Gustav le daban retortijones en el estómago. Quería pensar lo más positivo posible; Sandra nomás no ayudaba.
—Apuesto que exageramos… —Tom apretó la mano de Gustav que sostenía entre las suyas—. Mira ahí viene… —Se paralizó al ver que Sandra ahora lucía en shock.
—Tenemos visitas –murmuró.
—¿Reporteros? –Gustav se quiso sentar y Tom lo contuvo.
—Peor. Por lo que vi en el noticiero, con un bat de béisbol es peligroso…
—¡Bill! –Chillaron en un tiempo Gustav y Tom. Intercambiaron miradas antes de apreciar los gritos que se escuchaban en el pasillo y luego la puerta que se abrió de par en par.
Rojo, sólo Dios sabría si era de vergüenza o de ira contenida, Bill exhalaba con pesadez. –No los encontré con tus padres… Pero… Tenemos que hablar… —Se sostuvo el costado, al parecer con flato—. Los tres, en serio.
Sandra, ya tranquila de que no se iba a hacer un desastre y de que Bill venía desarmado, siguió con su exploración.
—¿Estás imbécil o qué? –Tom sintió la imperante necesidad de mesarse el cabello—. Bill, largo. Llevas toda la semana tratando a Gus como basura, mirándolo como si fuera su culpa. Y lo de Bushido –apretó los puños—, prefiero no hablar de eso.
—Lo siento, ¿bien? ¡Lo siento! ¡Lo siento Gustav y lo siento Tom, lo siento! –Gritó Bill—. Cometí un error, pero tienen que comprender que estaba histérico. Cuando esto se dé a conocer… No quiero ni pensarlo.
—Perdona si tu sufrimiento es taaan grande, Bill –estalló Tom.
—Chicos, basta… No aquí –intentó apaciguarlos Gustav. …l lo que quería era saber el estado del bebé, no oír a aquel par gritarse por su embarazo.
—No puedes hablar en serio –replicó Tom con acaloramiento—. Viene aquí quién sabe cómo y arma un escándalo. No tiene derecho de hablarte así, Gus.
—Revisé tu bote de basura. Las facturas médicas estaban ahí –se explicó el menor de los gemelos—. Como sea, esto me compete también a mí. No sé aún si pueda perdonar a Gustav, pero…
—¡¿Perdonar?! ¡¿Tú, perdonar a Gustav?! ¿Estás demente o qué diablos? –Tom dio dos pasos y tomó a Bill de la camiseta. Ambos se sujetaron por los hombros pero antes de poder decir algo, Sandra soltó un largo suspiro.
—Par de niñas… —Silbó con admiración.
Gustav denegó con la cabeza. Sólo a aquella doctora se le podría ocurrir desestimar a aquel par cuando discutían. Al menos eso pensó hasta que todas las miradas se centraron en él. Idénticos pares de bocas y ojos abiertos con incredulidad.
—¿Q-Qué? –Barbotó—. No me miren así –amenazó con voz temblorosa.
—Par de niñas… —Susurró Sandra de nuevo. Gustav enfocó la vista en los gemelos que ahora estaban uno al lado del otro sin rastros del anterior estado en el que se encontraban. En su lugar, observaban el monitor del ultrasonido. Veía lo mismo que en un principio, pero la expresión que la doctora mantenía, le indicó que el que él no viera la verdad, no significaba que no estuviera ahí—. Son gemelas –dijo ella al fin, pues Gustav no procesaba la información.
—Uhm… Ah… Ajá… Yo… —Gustav frunció el ceño—. ¿Está segura?
—El útero tiene el tamaño adecuado para un parto doble, por eso se estaba distendiendo más allá de lo normal –habló Sandra con profesionalidad—. Además, mira, esta es una cabeza, aquí está la otra. Por el ángulo una bebé cubre a la otra, pero no en su totalidad… —Tomó la mano de Gustav y le acarició el dorso con el pulgar—. Y son dos niñas.
—Vaya noticia tan… Tan… —El rubio tragó saliva audiblemente. Giró la cabeza de lado a lado al tiempo que el pecho se le hinchaba en un intento desesperado por respirar—. Wow, digo, estas cosas pasan pero… Quién fuera a decir que a mí –soltó una risa entrecortada antes de comenzar a llorar—. Que lindo, ¿no? Dos niñas, y gemelas. ¡Me he sacado la puta lotería de la vida! ¡Genial, esto es genial! No sólo me embarazo sino que lo hago en grande, oh Diosss…
—Pudo ser peor… —Murmuró Bill y al instante se encontró cerrando la boca por su impertinencia.
—¿Peor? –Gustav dio un puñetazo contra el la camilla—. ¿Sabes qué, Bill? ¡Vete a la mierda! –Se limpió el dorso de los ojos con el cuello de la bata y lloró más fuerte-. ¡Vete al carajo! ¡Al infierno! ¡Qué te den! ¡No quiero oírte, ni verte, ni…!
—Gus, lo siento… —Bill ignoró la mano de Tom que lo alejó, para ir a sentarse a un lado del rubio. No muy seguro de cómo proceder, lo rodeó con un brazo antes de encontrarse siendo el salvavidas de alguien, pues Gustav, furioso, deprimido, presa de mil emociones, lo abrazó mientras se desahogaba—. Nos vamos a acostumbrar, no te preocupes. Todo va a estar bien –lo meció sin dejar de lamentar el haber sido tan despiadado con el baterista.
—Tus niñas son también nuestras, Gus –lo intentó animar Tom al sentarse al otro lado del baterista y abrazarlo por igual. Uniendo su mano a la de Bill, los tres pasaron el siguiente par de horas juntos ideando planes estúpidos para animarse.
Tom prometió cambiar pañales siempre que fuera necesario y Bill alimentar a las bebés sin importar la hora de la madrugada que fuera. Ambos olvidando viejas rencillas; intercambiando miradas cómplices que conservaban la pureza del nacimiento del primer amor.
Gustav, sintiendo un alivio verdadero tras tanta tensión, no ajeno de nada, cerró al final los ojos para dormir. Que lo que tuviera que venir, viniera. Le iba a demostrar que podía con ello y más. A todo lo que le pusiera mala cara, le iba a patear el trasero.