—Uh, uh… Ahí… —Gimió quedito Gustav al sentir los labios de Georg recorrer sus clavículas en tiernos y húmedos besos—. Mmm, sí…
—Shhh, Gus, o el conductor nos va a escuchar.
De vuelta a la carretera, al mundo real o al menos al mundo real que les pertenecía al conformar una banda de fama internacional, Gustav no podía estar más agradecido. De nueva cuenta en lunes, pero esta vez una semana después de haber decidido conservar al bebé que crecía en su interior. Si bien la idea aún le producía tics de nerviosismo, confiaba en llegar a los nueve meses sin que milagrosamente nadie se diera cuenta. Eso o esperar la situación ideal, que de momento, entre él y Tom, habían decidido que no llegaba.
Ahora, empacados como latas de sardina en los autobuses de la gira y de nueva cuenta en la carretera, no podía sino encontrar la espera como una modo de disfrutar el tiempo y dejarlo correr a como el destino quisiera. Por ende, mientras el golpe final de aquella caída que experimentaba no diera fin, gozaría de todo lo posible. Como Georg.
Concretamente Georg…
Georg que se movía en rítmicos empujones de la cadera y lo tenía estrujando las finas sábanas.
—Justo… ¡Ah! –Siseando ante la ardiente sensación que era la mano de Georg circundando su miembro para proceder a masturbarlo, el baterista se retorció en su sitio, presa de un calor que lo bañó de pies a cabeza y que pronosticaba un seguro orgasmo—. Sigue así –pidió con una milésima de voz que no se adelantó lo suficiente, pues al instante una tibia sensación estalló en su interior.
—Uh, perdón, perdón… —Avergonzado de su propia carencia de resistencia, Georg jadeó un par de segundos contra la garganta de su amante. La cabeza le daba vueltas debido a la intensidad de su orgasmo. Decidido a que Gustav merecía una recompensa por haberlo hecho correrse de aquella manera, plantó un beso en sus fruncidos labios antes de salirse de un interior y dedicarse a su labor anterior.
Con una mano siguió masajeando su pene en rítmicos movimientos que en cuestión de cantidad, con tres bastaron para tener al rubio líquido sobre el delgado colchón de la litera que compartían. Como si eso no bastara, Georg se inclinó sobre el pecho de su novio para trazar con su lengua un camino húmedo desde un hombro a otro y luego en dirección al sur, a su pecho.
—¿Me vas a chupar? –Preguntó Gustav con las mejillas color grana; la simple idea hacía que el poco flujo de sangre que corría por su cabeza, tomara la sana decisión de irse a otro lado.
—Nah –dijo Georg con simpleza—, no aún al menos. No teniendo un postre tan delicioso como éste a la vista… —Sin darle tiempo a Gustav de averiguar de qué hablaba, pasó la lengua por el pezón izquierdo del rubio—. Sabe casi tan bien como…
—No, ugh, no lo digas… —Más sonrojado aún que antes, si es que era posible, Gustav se cubrió el rostro con una mano, la otra usándola para apretar con fuerza la almohada sobre la que su cabeza se apoyaba y que fungía como piedra se salvación para no venirse a la primera. Quería que aquello durara un poco más; si no como reto personal, al menos para extender la placentera sensación.
—Ok, pero quiero destacar la palabra ‘casi’. –Usando la lengua, trazó un remolino sobre la rosácea piel de la areola—. Lo que no resta sabor…
—Georg… —El bajista alzó el rostro desde su sitio para encontrarse a Gustav jadeando con pesadez—. Cállate.
—¿Alguien está tímido hoy? –Molestó el mayor. Como castigo, recibió un golpe juguetón en la base de la mollera—. Ok, lo dejará por la paz.
—Gracias –bufó el baterista, aunque era obvio que su indignación no era más que una simple bravata. Comprobado quedó aquello cuando al sentir un par de dedos pellizcando sus pezones, exhaló todo el aire contenido—. Lengua –pidió con una vocecita queda. Apenas su petición fue dicha y Georg succionaba de nueva cuenta.
En divina sincronía además, los dedos de la otra mano del bajista trabajaban alternando entre su pene y la hendidura entre su trasero. En el primero circulando y en el segundo penetrando, ambos con fuerza.
Lo que fue chocante en ello, pues cuando el orgasmo lo alcanzó, fue por la sensación de la lengua en su irritado pezón y no por los largos dedos que se presionaban repetidamente contra su próstata, o por la suave piel de la pierna de Georg, que se frotaba contra su miembro.
—Diosss… —Con las rodillas temblando, el rubio agradeció estar sobre su espalda porque de otra manera dudaba de haberse podido sostener. Una gota de sudor corrió por el costado de su sien y Georg, con un beso leve, la borró.
—¿Mejor? –Agitó las cejas de arriba abajo—. ¿Otro round?
—Eres un cerdo… —Desdeñó Gustav, jugando a morderse el labio inferior y parecer sexy en una; algo que no le salía mal considerando que nunca fallaba para convencer a Georg de cualquier cosa que quisiera. Lo que no fue cuando una punzada de dolor, no tan aguda como para hacerlo gritar, pero lo suficiente notoria como para esbozar una mueca, se hizo presente—. ¡Ou!
—¿Qué pasa? –Incorporándose en lo reducido del espacio, Georg miró a Gustav en búsqueda de cualquier signo de incomodidad—. ¿Te lastime?
—No, no –cabeceó de lado a lado el baterista—. Sólo un dolor como el de un alfiler. Ya pasó.
Georg hesitó un segundo antes de presionar más el tema, pero en vista de que Gustav no tenía razones para mentir, optó por dejarlo pasar. –Voy al baño, ¿Quieres que te traiga algo?
—¿Del baño? –El baterista se contuvo de reír muy fuerte—. No gracias. Aprecio la intención y todo, pero creo que paso.
—No, idiota. De la cocina –rodó Georg los ojos—. ¿Un vaso de agua? ¿Coca-Cola? –Chasqueó los dedos como cayendo en cuenta de la respuesta correcta—. Ya sé, ¿Un vaso de leche? –El rubio asintió con un rubor que no pertenecía al orgasmo de minutos antes—. Eso será. –Lo besó con delicadeza en los labios—. Ya vengo –anunció, para salir de la litera y descalzo enfilar al baño.
Apenas las pisadas se alejaron, Gustav se llevó ambas manos al pecho desnudo. Lo que lo alteraba en aquella punzada dolorosa no era el haberla experimentado. Ya de antes las conocía. Como cuando Georg aún salía con chicas y lo veía partir ebrio de la mano de ellas; o como después, cuando él ya estaba con Bushido y partía a su vez dejando atrás la sensación de estar vivo. Ahora nada de eso se asemejaba. El dolor no era en el corazón, era justo en el pezón que Georg había mordisqueado como siempre.
Curioso a la reacción obtenida, consciente de que además agradecía su orgasmo a aquella repentina sensibilidad, presionó a la altura de sus axilas para darse contra la realidad de que no sólo palpaba pecho, sino que además estaba sensible al tacto.
—¡No puede ser! –Rechinando los dientes, cerró los ojos para volver a probar. Las manos circundaron aún más la dolorida zona para encontrar que en efecto, lo que sostenía era más de lo que nunca antes había tenido—. No, no, no… —Gimió no muy seguro si era por las yemas de sus dedos que se auto-examinaban o por la congoja que aquello representaba.
Gustav ni siquiera estaba seguro de que aquello fuera posible. ¿De verdad no estaba soñando? Si le comenzaban a crecer los senos como a una mujer, juraba, se iba a colocar frente a las llantas del autobús de la gira y morir arrollado. Cualquier cosa era mejor que tener que usar un sostén.
De sólo pensarlo, la boca se le torció hacía abajo. ¡Antes muerto! Si además era como su abuela, madre y hermana, seguro que la copa necesaria sería una que muchas fangirls que se rellenaban el brassiere con papel higiénico, soñarían con poseer.
—¿Gus, caliente o helada? –Asomando la cabeza dentro de la litera, Georg encontró a su novio con el revoltijo de mantas apretujadas contra el cuerpo—. Gus, no es como si no te hubiera visto desnudo antes…
—Huhmmm… —Fue la única respuesta del baterista—. ¿Me preguntabas algo?
—Sí. ¿Leche helada o caliente? –Tironeó de las sábanas juguetón—. Cualquiera de las dos, tengo ideas de cómo matar el tiempo en lo que se pone al tiempo.
El rubio soltó una risita nerviosa. Tenía que hablar con Tom lo antes posible. Ni de broma se iba a quitar la sábana; ni cinco Georgs tirando de ellas lo iban a convencer hasta no estar ciento por ciento seguro de que lo que le crecía en el pecho era no era un seno femenino. Prefería un tumor antes que verse ridiculizado a ser un remedo de mujer.
“No que no lo sea ya” se lamentó hundiendo el mentón, al recordar que llevaba una vida dentro, algo que hasta donde su conocimiento llegaba, no era posible para el sexo masculino. Su gesto no pasó desapercibido para el bajista, que desistió de tenerlo de nueva cuenta desnudo para tallar su espalda con esmero. Aquel simple contacto tuvo a Gustav ronroneando como el más manso de los gatitos. Últimamente, quizá a causa del embarazo, la sensibilidad que experimentaba al menor contacto estaba multiplicada por mil. Agradecía los mejores orgasmos de su vida, mas no lo que al parecer se venía con ello.
¡Senos, por el amor a Dios!
La tensión de sus músculos fue evidente para Georg, quien detuvo su caricia para suspirar.
—En serio, ¿No pasa nada? –Volvió a suspirar—. Siempre tengo esa sensación de que me ocultas algo, Gus. Llámalo paranoia, yo le digo intuición. –Interpretó correctamente el silencio de su novio como un ‘sí’ rotundo a que mantenía en secreto algo grave—. Gus, por favor.
—No me creerías, en serio— dijo por lo bajo el baterista. En verdad que no. Si de pronto le daba por soltarse contando lo que sucedía, lo iba a tildar no de mentiroso, sino de bromista, de estar consumiendo hierba mágica u hongos alucinógenos. La boca se le torció de pensarlo.
—¡Claro que lo haría! –Replicó airado el mayor—. Me ofende que…
—Georg –murmuró Gustav al silenciarlo con un beso—, shhh. No me estoy muriendo —nuevo beso—, ni te engaño con alguien más. –Esta vez, el beso fue un poco más largo. Al separarse, ambos tenían las pupilas dilatadas—. ¿Qué te dije?
—Que mientras estemos juntos estaremos bien –tragó con dificultad—. Pero Gus…
—No, mientras tú estés conmigo yo estaré bien. –Las manos que sujetaban las mantas se tensaron—. Por favor, olvídalo. Aún no es nada.
—¿Aún? –La alarma en el tono del bajista fue evidente—. Ahora sí me estás asustando.
—¡Georg!
—¡Gus, por Dios! Parece que me quieres matar con la espera.
—Tenme fe, ¿Sí? –Recargó la cabeza contra el hombro desnudo de su novio, que asintió casi a regañadientes—. Entonces… ¿Leche?
—¿Fría o caliente? –Gimió al verse de pronto envuelto por el edredón y las sábanas en un abrazo estrecho que al instante produjo una fina capa de sudor en toda aquella zona donde su piel rozaba la de Gustav. De espaldas y atacado por besos ansiosos por todo el cuerpo, entendió la respuesta incluso antes de recibirla entre jadeos.
—Tibia.
—¿Hablas en serio? –Cuestionó Tom con la mandíbula casi golpeando el suelo—. ¿En serio de verdad? –Ignoró el golpe en la nuca—. Ok, ya entendí.
—Shhh –siseó Gustav. Comprobó que a los alrededores no estuviera ningún técnico de sonido antes de sujetar el brazo del mayor de los gemelos y arrastrarlo a la zona de los camerinos tratando de no llamar la atención de ojos indiscretos.
El concierto de aquella noche era uno pequeño. Aún no salían de Alemania por lo que los grandes estadios estaban reservados para otros países. El de aquella noche, pese a tener todas las entradas vendidas, no superaba ni los cinco mil espectadores. Era la manera en que Jost los preparaba por lo venidero, que en sus palabras, corrían dos meses de gira que culminarían con un espectáculo masivo que de ir bien, sería el próximo DVD a vender en las tiendas de música a más tardar para finales del verano.
Esperado recibir expresiones de júbilo, David Jost se encontró con que aquello suscitaba diversas reacciones. Bill y Georg mantenían rostros alegres; el menor de los gemelos incluso comentando que ya extrañaba la vida sobre ruedas y que si los preparativos para el disco nuevo ya estaban listos para entonces, incluso hasta podrían continuar con una tanda más de presentaciones que incluyeran las nuevas canciones.
Por otro lado, lo que Jost no esperaba ni por asomo eran las caras largas que Gustav y Tom portaban. El baterista, sumido en silencio y con las líneas del rostro tensas, se cruzaba de brazos casi en actitud defensiva. Tom por otra parte, saltó con resorte de su asiento para respingar. Que si aquello era sobreexplotación, que si merecían un descanso, que si lo que fuera. Se negaba a continuar pasados los dos meses y por obvias razones.
Gustav ya entraba a la treceava semana de embarazo y sumadas las nueve semanas que los dos meses otorgaban, venía a ser algo como presentarse ante quince mil fans o más con una barriga de cinco meses.
Si el Internet no mentía, para entonces el rubio tendría un bulto considerable que no podría esconder detrás de su set de batería por mucho que lo intentara.
De sólo pensarlo, a Tom le daba una de aquellas migrañas asesinas de neuronas de las que Gustav sufría ocasionalmente. Para entonces lo más probable sería que las fechas estuvieran canceladas, porque de ningún modo iban a poder pasar de largo con el secretito por tanto tiempo. Georg podía ser más que ciego en lo tocante a Gustav y Bill no era precisamente alguien que prestara atención a los demás como para captar sutilezas, pero no era lo mismo para David.
Tom ya juraba que sabía algo…
—¡Kaulitz! –Saltando de ensoñaciones, Tom regresó a la realidad. Bufando frente a él, Gustav le chasqueaba los dedos frente a la nariz—. Concéntrate, esto es importante.
—Es sexy –se burló el menor de los gemelos, para recibir una patada en la espinilla. El misterio era cómo Gustav le atinó a través de los pantalones tres tallas más grandes—. Admítelo, de ser verdad, Georg tendrá un juguetito más con qué divertirse.
—¡Tom, me están creciendo senos! ¡Senos! ¡¿Oyes bien bajo esas gorras? Senos! –Se cubrió el rostro—. Mierda, voy a terminar como todas las mujeres de mi familia usando sostenes del tamaño de paracaídas.
—Tu hermana… —Comenzó Tom, con una sonrisa soñadora.
—No metas a mi hermana en esto –gruñó el baterista—. Ahora, tenemos que apresurarnos. No quiero imaginar que podría pasar si Bill entra…
—… O Georg nos descubre –completó la oración Tom. Mejor no tentarle los cojones al destino demorándose con aquello porque no era conveniente descubrir todo aquello del embarazo apenas un par de horas antes de un concierto del cual todas las entradas estaban agotadas.
Gustav suspiró sujetando el borde de la playera que usaba y dudando en subírsela. Claro, quería una segunda opinión respecto a si el par de bultos que le crecían en el pecho eran senos femeninos o sólo que estaba subiendo de peso por todos lados. Que fuera lo segundo; agregar más mierda a un embarazo ya no le parecía sino una patada del karma por haber sido Napoleón, Hitler o Charles Manson en una vida anterior. Sólo así explicaba tanta mala suerte seguida de lo mismo.
—Entonces… —Gustav parpadeó confundido. Tom, sentado en una de las sillas reclinables del staff, aguardaba—. La camiseta –aclaró, al ver que el rubio dudaba más de lo necesario para desnudarse—. Gus, vamos. No lo pienses.
—Sólo hazlo, blablablá. Vete al demonio, Tom –gruñó Gustav al tomar aire y despojarse de la camiseta en un movimiento rápido y limpio; para ello, antes cerró los ojos, que no creía poder ser capaz de soportar la inquisidora mirada del mayor de los gemelos sobre un cuerpo que sabía, estaba en proceso de una enorme transformación—. ¿Y bien? –Esperó un par de segundos lo que creía una pausa razonable para recibir una respuesta meditada—. ¿Tom?
—¿Desde cuándo tienes ese bulto en el estómago? –A la mera mención de la protuberancia en el vientre, a Gustav se le mudó el color del rostro.
—¿Qué? –Balbuceó—. ¿Qué dijiste?
—Tienes una… Barriguita. Quisiera decir que prefiero que es porque has tomado cerveza, pero…
—¡No he tomado nada de alcohol! –Chilló el barrista al abrazarse. La salud del bebé encabezaba su nueva lista de prioridades; nada de alcohol.
—No quise decir eso. Sólo que… Wow. Wow. –Tom se inclinó en la silla—. ¡Wow!
—¡’Wow’ no me dice nada, Tom! –Decidido a que veía o moría en el intento, Gustav abrió los ojos de golpe y miró hacía abajo—. Wow… —Sin contenerse, la palabra le salió con naturalidad. De verdad, ahí estaba. Un tierno bultito de asomaba por debajo de su ombligo.
—Eso mismo dije yo –replicó con acidez Tom—. Por cierto, sí, tienes senos. Felicidades. Mi gran experiencia con chicas me dice que es copa A pero que irá creciendo.
—No juegues conmigo –fue la respuesta mordaz del baterista— o te golpearé y acusaré a mis hormonas de no controlarse.
—Uf, me golpearás con tu nuevo sostén –Tom rodó los ojos para encontrarse con que Gustav se dejaba caer sobre uno de los sofás y parecía en estado de shock—. Lo siento. –murmuró avergonzado del golpe bajo—. Creo que debes vestirte. Georg y Bill no tardan en llegar.
—¿Para qué? –Con la voz cargada de emoción, Gustav usó el dorso de la mano para limpiarse el contorno de los ojos—. Demonios, sería más fácil si me quedo así y los dejamos adivinar. No sería tan difícil –se burló—. Esto apesta –se sorbió la nariz—. Ugh.
¿A cuatro horas del concierto? Puf, olvídalo. Ten –le pasó la camiseta por la cabeza. Gustav cooperó metiendo ambos brazos y controlándose lo mejor posible. Lo que no dejó al menos un par de lágrimas de fuera—. Toma –le tendió la caja con papel desechable que Bill usaba para desmaquillarse—. Vamos a pensar en algo, pero hasta entonces, sé fuerte.
—Sé fuerte –remedó Gustav con malhumor—. Sé que voy a lamentarlo… —Denegó con la cabeza—. Necesitamos hacer una cita con la doctora y…
—¿Esa mujer? –La cara de desagrado de Tom decía mucho—. No es por ofender, pero ella debió de haber considerado ser veterinaria, no doctora. Tiene un carácter del demonio.
—¿Quieres que alguien más se entere? ¿No? –Tomó el silencio como la respuesta que quería—. Muy bien. La llamas y haces una cita. Además –se presionó el tabique nasal entre dos dedos temblorosos— tenemos que investigar. No puede ser que esté embarazado de tres meses y aún no sepa qué puede pasar. Tenemos que empezar a pensar en el futuro, ugh, o lo que sea.
Tom se contuvo de sonreír de manera demasiado abierta.
Por fortuna, Georg y Bill, peleando al entrar al camerino, ayudaron.
—No lo vas a creer… —Fue lo primero que dijo Tom al dejar pasar a Gustav a su habitación de hotel y mostrarle lo que cinco horas de desvelo en la madrugaba lograban navegando en Internet—. Hay montones de páginas con información respecto a los bebés. –Ignoró el “Obvio, idiota” que Gustav soltó por lo bajo—. No me pude contener, ya hasta miré algunos nombres.
—Sorpréndeme –fue la fría respuesta de Gustav, que decidió que los pies lo mataban lo suficiente como para irse a sentar en la montaña de ropa sucia que el mayor de los gemelos tenía por toda la cama.
—Dolores Abigail Listing-Schäfer –pronunció con orgullo—. ¿Qué te parece? Abigail significa ‘fuente de alegría’ y le podríamos decir Lolita.
Gustav se estrelló la mano en pleno rostro. Si los nombres ya estaban horrorosos, no quería hablar del problema que el apellido de Georg metido en todo aquello representaba. –Tom, seriedad. –Exhaló aire con pesadez—. ¿Hablaste con la doctora?
—¿No te gustó el nombre? Podemos hacer cambios; incluso hasta hice una lista con mis diez nombres favoritos. Algo así como un Top Ten. Aún no tengo ideas de nombres si nace un niño, pero tengo una corazonada que…
—¡Tom! –El mencionado saltó de la sorpresa—. ¿Lo hiciste o no? Llamar a la doctora –explicó el baterista al ver que Tom no sabía de qué hablaba.
—Sip. Al parecer la desperté, pero accedió a encontrarnos antes de salir de Alemania. El problema es que necesitamos el día libre porque mencionó algo de… —Arrugó la nariz—. No sé, jerga médica. Dijo algo de asegurarse que todo estuviera bien. En una semana más la vamos a encontrar. Ya reservé una habitación de hotel y ella prometió estar ahí. Todo va a salir bien –aseguró al ver que Gustav miraba un punto fijo en el alfombrado color beige—. ¿Gus?
—Genial. –El baterista se forzó a sonreír. Lo de aquellos análisis extras no le convencía. Pensaba que un embarazo normal se componía, sí, de chequeos mensuales y quizá un par de ecografías en el transcurso, no de anormalidades. Claro que para empezar, el suyo era todo menos un embarazo normal, pero merecía llevarlo con tanta carga, no agregando más a lo que ya estaba—. Y entonces… ¿Qué más viste en Internet?
Tom colocó su portátil en las piernas de Gustav y lo guió por un par de páginas. En su mayoría, venían algunos textos informativos. Con creciente preocupación, Gustav leyó cambios en el cuerpo que ya experimentaba. Incluso su migraña estaba incluida en la lista. Más tarde, pasada la etapa de recopilación, se dieron a la tarea de investigar un poco más en torno al bebé.
Según muchos artículos, el sexo del bebé podría saberse en un mes. Ante eso y la creciente mala leche de Gustav a permitir que Tom le siguiera sugiriendo nombres de groupie para su nonato bebé, Tom aplazó las ideas que le brotaban.
Ya un poco entrada la mañana, tras desayunar una comida completa y una ración de fruta, creían estar un poco más conscientes de lo que se avecinaba. Gustav, que tras comprobar que la sensibilidad de sus pezones podría degenerar en dolor, optó por sacar la tarjeta de crédito y ordenar vía e-mail una docena de sostenes deportivos sin líneas. Mientras pudiera esconderlo, los usaría bajo las camisetas más grandes que encontrara en su maleta.
—Entrega en el mismo día. Vaya suerte de que la tienda esté en esta misma ciudad –exclamó Tom maravillado de lo que se lograba con dinero plástico y conexión a Internet—. Pero no pediste ninguno rojo o negro. Eres un desabrido, Gus.
El aludido le dio un golpe en el brazo. –Son por necesidad, no por fetiche. Además –sintió un zumbido en las orejas—, no quiero andar por ahí sabiendo que uso un sostén rojo.
—O bragas a tono –se burló el mayor de los gemelos—. Tienes que admitirlo, a Georg le encantaría.
—¡Tom…! –La sarta de reclamos que Gustav iba a soltar se quedó en sus labios en el instante en que un par de sonoros golpes dieron contra la puerta—. ¿Quién es? –Movió los labios sin dejar ningún sonido escapar. Si era Georg, estaban hasta el cuello de mierda.
—Tomi –nuevo par de golpes en los que ambos ocupantes de la habitación soltaron el aliento contenido; era nada más y nada menos que Bill—. Tom, abre…
—Son las ocho de la mañana. No tenemos llamado hasta mediodía, ¿Qué carajos hace despierto? –Preguntó Tom a nadie en particular—. Y tocando a mi puerta, además.
Gustav decidió guardarse la verdad.
—¡Te juro, Tom Kaulitz, que si tienes una chica ahí dentro llamaré a mamá! –La amenaza bastó para que Tom saltará de la cama rumbo a la puerta.
—¡No te atreverías! –Desafió en respuesta—. Estoy solo, Bill.
—Entonces abre la puerta –pidió su gemelo con voz de crío consentido—. Tomi, abreee…
Con la mano en la perilla, Tom se detuvo. Si Bill entraba, vería a Gustav y eso bastaría para un cataclismo. Convencer al bajista de que el repentino interés que tenía por su novio ya era mucho; si le daba motivos para volver a dudar, sería al acabose. Consciente también de ello, Gustav abrió la puerta del armario más cercano y se escondió ahí.
Aún sin estar seguro del todo, Tom abrió la puerta. –Ahí está. No llames a mamá.
—No la iba a llamar… —Empezó Bill, antes de verse interrumpido. Frente a sus ojos, descansaban dos charolas con comida. La mandíbula se le tensó—. Uhm, veo que sí tienes a alguien. ¿Qué? ¿La escondiste debajo de la cama? –Se cruzó de brazos—. ¿O está en el clóset?
Tom palideció. –Estás paranoico.
Bill esbozó una mueca que pretendía ser de censura y que se mostró como decepción con tristeza. A su gemelo, el gesto no le paso desapercibido. –Sabes que no me gusta que…
—Duerma con groupies, lo sé. Ya lo sé.
—Uhm, lo sabes. Vaya logro. Como sea –se encogió de hombros con desgano— venía a ver si querías hacer algo conmigo en lo que salimos, pero he cambiado de parecer.
—Bill…
—Déjalo, Tom. –Se dio media vuelta—. Y dile a tu amiguita que ya puede salir del armario porque desde ahí oigo sus horribles respiraciones. Lo que sea… —Salió azotando la puerta.
Desde su sitio en el ropero, Gustav soltó un largo y profundo quejido.
—Lindo par –halagó la mujer. Sentado en la cama, los labios de Gustav se contrajeron—. Hey, es en serio. Victoria Secret hace linda lencería. Sólo no pensé que un crío como tú estuviera en eso.
—Es por sus nuevos senos –dijo Tom—. No se burle si no quiere esto –señaló su brazo en donde una línea roja recorría desde la muñeca al codo.
—Ok, no burlas. Pero necesito tu lindo sostén blanco fuera. –Dejó su maletín sobre una mesa y lo abrió—. Antes que nada, quiero que arreglemos el asunto de la cuenta médica. El precio no es lo justo.
—Quiere más dinero… —Gruñó Tom—. Podríamos contratar otro médico, ¿Sabe? Intente extorsionarnos y se enterará de que…
—Por favor –la doctora alzó una ceja con escepticismo—, el gorila que los dejó no me asusta. Lo que yo quiero renegociar del precio es lo alto. No suelo cobrar eso a ninguna de mis pacientes y que éste sea un hombro no lo hace especial de ninguna manera.
—¿Está diciendo que ya no va a cobrar 1000€? –Arrugó el ceño—. ¿Cuánto menos?
—Mucho menos. Mi consulta normal cuesta 65€. Me han pagado ya por lo menos para unos tres embarazos más. –Gustav se cubrió la cara ante la simple mención de repetir aquello—. Lo que sí va seguir corriendo a cargo suyo, son los viáticos de viajes. Mientras me avisen de antemano con un par de días, los puedo seguir viendo en Europa.
—Gracias, oh Dios, muchas gracias –dijo Gustav. Se enjugó el borde de los ojos frenético de cualquier burla—. No hubiera podido a ir al médico con alguien más. Ya es bastante difícil y un extraño lo hubiera empeorado.
—Ten. –La doctora le tendió la caja de pañuelos desechables que estaba en el tocador—. Supongo que yo también soy una extraña… Me puedes llamar Sandra. Ambos pueden –aclaró, al ver que Tom permanecía con la boca abierta de la sorpresa—. Ahora, debemos empezar con el examen. Tengo que regresar antes de que el próximo vuelo salga.
Durante la siguiente hora, Gustav experimentó el dolor y la vergüenza habitual de la revisión. Paliando aquello, estaba el hecho de que Tom le sujetaba la mano y estoico no lloriqueaba más de lo necesario cuando sentía las uñas clavadas en el brazo. Por otra parte, Sandra resultó ser menos gruñona con la confianza recién ganada y sumando puntos a su favor, se abstuvo de mostrar su yo-sarcástico como en las citas anteriores.
Al terminar, una vez que se deshizo de los guantes plásticos y terminó de hacer un par de anotaciones en el expediente de Gustav, llegó la hora de la verdad.
—Tengo una noticia buena y una mala… —Observó con cuidado que la reacción de Gustav era diferente de la última vez que se habían visto. En lugar de mostrarse desinteresado, temblaba en su asiento. Detenía el acomodarse el sostén para ser todo ojos y oídos—. Nada grave, sólo…
—No puede ser… Cuando decido conservar el bebé pasa algo. Demonios. Es porque tarde mucho en darme cuenta, ¿No es así? Porque al principio no lo quería… Porque no me cuidé cuando todavía era a tiempo. Oh, mierda. –Se sujetó la cabeza.
—No es ese tipo de mala noticia. La parte buena es que el bebé crece sano. Por lo que me has dicho todo sigue su curso normal. Llevaré la muestra de sangre a mi laboratorio y en cuanto tenga los resultados les llamaré por teléfono. Lo que me preocupa es otro asunto. Cuando palpé tu útero noté que la distensión es mucho mayor de lo esperada.
—¿Y eso qué significa? –Preguntó Tom con preocupación—. Para empezar, ¿Dónde queda el útero?
—Biología I, Tom. El útero es donde está el bebé. –Gustav se tuvo que tragar la ironía al ver que esa respuesta no aclaraba mucho al mayor de los gemelos—. Dentro de mí, ¿Ok? Jo, hacer la escuela en línea no es tan buena idea.
—Hey –exclamó airado—, no estaba seguro del lugar.
—Niños, quietos. A más tardar necesitamos una cita para dentro de un mes en mi consultorio. Programaré la fecha para cuando la clínica se encuentre cerrada y realizaré un ultrasonido para determinar si realmente debemos de preocuparnos. En todo caso, no es un problema serio. Pasa en algunos embarazos. Algo como uno de cada quinientos.
—Sea honesta, ¿Requiere de estar en reposo total?
—Tom, no…
—Cállate, Gus. Si es necesario, si algo puede pasar, tenemos que parar la gira y hablar con Dave. –Miró a la doctora y en su expresión se adivinaba una intensidad impresionante—. Sea honesta.
—No será necesario. Mientras no realice esfuerzos excesivos, tu amigo estará bien. Antes de irme, les voy a dejar un par de recetas. Ácido fólico, calcio y más vitaminas prenatales. En cuanto a la alimentación, sería conveniente que ingirieras más frutas y verduras. Si el útero dilatado se confirma en un mes, quiero estar segura de que habrás aumentado al menos un par de kilogramos. ¿Entendido? –A regañadientes, Gustav asintió. La idea de subir de peso le parecía tan seductora como convertirse en un elefante. Si la ropa ya le apretaba, no quería imaginarse lo difícil que sería respirar con ese ‘par de kilogramos’ encima.
—Gracias por venir. No se imagina cuanto lo agradezco –dijo Tom al despedirse de ella, una vez que Gustav se encerró en el baño para cambiarse de ropa. Ambos fuera de la habitación en el pasillo del piso en el que estaban, esperando el elevador.
—Sandra. –Tom se quedó serio—. Me llamo Sandra. Esto no va a funcionar si mantenemos las formalidades. Una relación médico-paciente requiere de más.
—Yo no soy el paciente –murmuró el mayor de los gemelos—. No veo porqué…
—Pero eres lo más cercano a Gustav. De momento, él necesita quien vele por su salud y ese lugar es tuyo. Quisiera conocer al padre, ayudaría verlo involucrarse más. Hasta entonces tú ocuparás su sitio.
—Sí. –Acomodó su gorra por nervios—. Ok, sí.
—Es una gran responsabilidad, Tom. –Agitó la mano en despedida al ver que las puertas del ascensor se abrían y daba un paso al interior—. Nos veremos…
Las puertas se cerraron y el elevador comenzó a funcionar. En su sitio, convertido en una estatua de carne y hueso, Tom se preguntó por primera vez si su deseo egoísta de que Gustav no abortara al bebé, era realmente lo correcto.
Dándose ánimos, enfiló de vuelta con el rubio, que por el tono de voz que usaba, quería repetir desayuno…
—Negro –aseguró con vehemencia Bill—. Negro y quizá accesorios en plata. Nada fastuoso, sólo… Elegante. Con clase. Tampoco quiera que parezca que es algo que acabo de comprar. Que no luzca nuevo. Más bien algo que elegí al azar y que por casualidad se ve me es-pec-ta-cu-lar –remarcó cada sílaba con un golpe de la lengua en el paladar.
—Duh, pero si precisamente vamos a comprarlo –replicó su gemelo con un gruñido—. Una vez más, ¿Por qué te tenemos que acompañar a comprar ropa? Jesús, no es como si fuéramos pobres. Pudiste haber pedido todo por catálogo como la última vez.
Sí, y dejar que ese pantalón tan apretado abusara de mí. –Rodó los ojos—. Ni de broma.
—Claaaaro… Como si no estuvieras acostumbrado. –Recibió un golpe en el brazo. A su lado, Gustav soltó una risita secundado por Georg.
Aprovechando que la última entrega de premios caía en fin de semana, aquel miércoles recorrían un centro comercial en Berlín. Bill, que clamaba necesitar comprar un outfit completo para la gala de ceremonias, había convencido a Jost de ir por su cuenta de compras llevando guardaespaldas a cuestas. Y hablando de seguridad, se refería más a los chicos de la banda que a Saki o a Tobi. Confiaba que con gorra y lentes oscuros podía pasar desapercibido, lo que por extraño que fuera, sucedía.
—Ese guardia a las nueve en punto me mira –murmuró Tom entre dientes. Sí, el guardia lo miraba, convencido de que un adolescente que usaba esas ropas tres tallas más grandes de las que eran necesarias, podía el candidato perfecto para robar en las tiendas, no para ser el guitarrista de la banda estrella de Alemania—. Mira –codeó a su gemelo.
—Me gusta eso… —Fue la respuesta de Bill, que sin tomar en cuenta la desconfianza que Tom apreciaba, enfilaba rumbo a una tienda de grandes escaparates. Detrás del cristal, una chaqueta roja con detalles en negro y una enorme etiqueta de tres cifras, le guiñaba el ojo.
—No quiero arruinar el momento, Billy boy, pero eso que miras está en una tienda de mujer. No que no sepamos lo mucho que te gusta eso, pero… —Bill le sacó el dedo medio—. No va a haber de tu talla. Y además, ¿Qué no veníamos por otra cosa? “Clásico y elegante” si recuerdo bien tus palabras.
—Tsk –desdeñó el menor de los gemelos con la mano—. Piérdete, Listing. Tomi, vamos. –Cabeceó al interior de la tienda—. Necesito que sostengas mi bolso mientras estoy en el probador.
—A alguien le van a arrancar las bolas por sumiso –se burló el bajista. Igual, rojo de las mejillas, Tom siguió a Bill, que apenas localizó a una vendedora, pasó directo a los vestidores.
—Van a irse por al menos una hora –dijo Gustav.
—Seh… —Confirmó el bajista—. ¿Quieres dar la vuelta?
A Gustav un delicioso calorcillo se le extendió por todo el cuerpo desde el estómago. —¿C-como en una cita? –Preguntó no pudiendo contener la emoción que la respuesta afirmativa a esa expectativa podía otorgar. En respuesta a sus plegarias, el bajista asintió—. ¿En serio?
Como único gesto, Georg le cogió la mano. –Muy, muy, muy en serio. Vi una fuente de helados justo detrás de aquellas bancas, ¿Qué dices?
—Alguien nos va a ver. Ahí hay como cinco millones de adolescentes… —Sonrió tratando de contener el impulso de inclinarse y besar a su novio.
—Nah. Y si quieren ver, les daremos que ver. Vamos, Gus. ¿Pistache con cacahuates, qué dices? Tu favorito. –El baterista experimentó la sensación de que el estómago se le volvía líquido, no a la idea de su helado predilecto en el mundo, sino porque el antojo se parecía a uno de aquellos que lo despertaba de nuevos tiempos para acá, con ganas de pastel de zanahoria con jalapeños encima.
—Bien. –Ya no de la mano, pero juntos, fueron al puesto de helados, donde sí, Gustav obtuvo su postre de pistache con cacahuate, al que además le agregó un par de bolas extras de limón, vainilla y jarabe de chocolate para coronar. Georg en su lugar, optó por el sencillo barquillo de fresa.
Apenas tuvieron las consumiciones en la mano y pagadas, decidieron que lo mejor era sentarse un poco alejados del gentío. La docena de adolescentes que circundaban el lugar sospechosamente, dado que era un día entre semana y estaban en edad escolar, armaban un barullo que a Gustav le producía un dolor sordo justo detrás de los ojos.
—Vaya manera de arruinarnos el momento –comentó el bajista apenas se alejaron unos metros y encontraron una zona despejada junto a la fuente que presidía el punto medio del centro comercial. En aquel lugar, ellos y una pareja de ancianos que contemplaban embelesados el agua, disfrutaban de la soledad y la tranquilidad que se respiraba.
—Mmm, era como estar rodeados por los gemelos. –Gustav dio una lamida a su helado—. Aquello de la trágica primera cita es verdad.
—Nada que no se pueda arreglar. ¿Qué opinas de salir de vacaciones juntos? –Prosiguió al ver que tenía toda la atención del baterista—. Ya sabes, tenemos un par de semanas entre giras. En junio tendremos el mes para nosotros dos. –Lo golpeó con la rodilla—. ¿Qué dices?
Gustav dejó salir una sonrisa triste. En junio cumpliría los cinco meses. Si para entonces Georg aún no lo aborrecía, claro que iría con él.
—Demonios… —Masculló al sentir los ojos húmedos. Al ver la atención que atraía, se abanicó y se explicó lo mejor posible—. Una basurita me entró en el ojo.
—Ven… —Con cuidado, Georg sopló sobre las pestañas—. Una vez más, trata de no parpadear… —Volvió a soplar—. ¿Listo?
—Hmmm, gracias. –De pronto el helado ya no parecía tan delicioso—. Georg, yo… —“… Estoy embarazado y el hijo no es tuyo” casi paladeando las palabras, la acuciante sensación de que iba a mandar toda su vida al garete, se hizo presente. Con precisión, visualizó ante sí la cara de disgusto que pondría, la fuerza con la que tiraría el postre que momentos antes disfrutaba. En cámara lenta, no estaba seguro si gritaría o sólo se daría media vuelta para dejarlo llamar su nombre hasta quedar afónico. Cualquier opción que fuera, le deprimía—. Ugh…
—¿Pasa algo? –Sin preocuparse por el qué dirían, se inclinó para posar un beso casto en sus labios—. Iremos de vacaciones, ¿Ok? Lo juro.
Gustav soltó una risita nerviosa—. Así será.
El resto de la tarde, Gustav lo pasó recostado en cama alegando que el dolor de cabeza estaba fuera de control. Que lo dejaran en paz y con un gruñido abandonó la estancia para irse a refugiar bajo una tonelada de mantas.
Quería morirse.
No literalmente, claro. Mientras se tocaba el vientre abultado con dedos inexpertos de lastimarse si no tenía cuidado, encontraba más razones para aferrarse a la vida. Quizá no a la que conocía una vez que se secreto ya no lo fuera más, ¿Pero y qué importaba? Antes no hubiera considerado la idea de tener un hijo; no era lo suficientemente arriesgado. Ahora se sentía listo y fuera o no por error y en circunstancias desfavorables, no importaba.
Resignado, llegó a la conclusión de que si Georg quería estar a su lado, lo estaría. Bebé o no. Suyo o no; si lo amaba, podrían salir adelante.
Lo que no restaba lágrimas o chispazos de luz que empeoraban la migraña. El medicamento que Sandra le había recetado en un principio funcionaba, pero últimamente ya no. Sabía muy dentro de sí que lo que necesitaba era relajarse y sin embargo no podía. La siempre perenne sensación de estar cayendo lo atormentaba como la sed en el desierto.
Aún sumido en sombríos pensamientos, dejó pasar por alto los insistentes golpes a su puerta que anunciaban la entrada que se dio segundos después.
Tom, contrito, con un vaso de leche en una mano y una pastilla en la otra.
—¿Te sientes mejor? –Ignoró el bufido—. La doc… Sandra me dijo que podías tomar esto sin dañar al bebé. También dijo que deberías relajarte. Concuerdo con ella.
—Genial, Tom. Concuerdas con tu amiga del alma. –Tomó la píldora y tras darle un par de vueltas en los dedos, la engulló con un trago de leche.
Esperando verse solo apenas se tomara el medicamento, Gustav encontró que Tom se traía algo. Fuera del modo en que conocía al mayor de los gemelos, éste se estrujaba el borde de la playera con ademanes un tanto torpes—. ¿Qué? –Estalló cuando soportarlo no era una opción.
—Vi algo y no me pude resistir a comprarlo. –Ignoró la mueca de Gustav—. Espera aquí, voy por eso a mi cuarto.
Sin darle tiempo de replicar, salió de la habitación corriendo. En su sitio, el baterista soltó el suspiro más largo de su existencia. Si Tom osaba a aparecer de nuevo con sostén rojo de encaje, lo iba a castrar sin anestesia procurando que sufriera…
—No estoy para juegos. En serio que… ¡Oh! –La boca se le contrajo en una fina línea al ver que de la bolsa color lila que Tom vaciaba sobre su cama, salían tres pequeños trajecitos de bebé: Uno rosa, uno azul y uno amarillo, todos en tono pastel. Cada uno con zapatitos y gorra en combinación.
—No me podía decidir –se explicó con timidez—. Pensé que sería niña, pero si me equivocaba... Luego tomé el azul y la dependienta me dijo que el amarillo es neutro. Sea lo que sea, al menos tendrá dos cambios de ropa… —Se frotó el cuello—. ¿Te… Te gustan? Sé que es pronto para comprar algo y que quizá sea de mala suerte o que hubieras preferido ir a escogerlos tú. O ir con Georg pero…
—Gracias… —Susurró Gustav al extender la mano a uno de los trajecitos y sentir la suavidad de la tela. Casi palpaba el calor que un día iban a contener—. Muchas gracias, Tom.
—Yo… Uhm, de nada. –Mejillas sonrojadas, Tom observó como durante un rato más, Gustav olvidó su dolor de cabeza por el primer indicio real de que iba a ser padre. O madre. Lo que fuera. Primoroso al doblarlos después de haber jugado con las mangas, lloraba por primera vez de verdadera felicidad.
—Shhh, Gus, o el conductor nos va a escuchar.
De vuelta a la carretera, al mundo real o al menos al mundo real que les pertenecía al conformar una banda de fama internacional, Gustav no podía estar más agradecido. De nueva cuenta en lunes, pero esta vez una semana después de haber decidido conservar al bebé que crecía en su interior. Si bien la idea aún le producía tics de nerviosismo, confiaba en llegar a los nueve meses sin que milagrosamente nadie se diera cuenta. Eso o esperar la situación ideal, que de momento, entre él y Tom, habían decidido que no llegaba.
Ahora, empacados como latas de sardina en los autobuses de la gira y de nueva cuenta en la carretera, no podía sino encontrar la espera como una modo de disfrutar el tiempo y dejarlo correr a como el destino quisiera. Por ende, mientras el golpe final de aquella caída que experimentaba no diera fin, gozaría de todo lo posible. Como Georg.
Concretamente Georg…
Georg que se movía en rítmicos empujones de la cadera y lo tenía estrujando las finas sábanas.
—Justo… ¡Ah! –Siseando ante la ardiente sensación que era la mano de Georg circundando su miembro para proceder a masturbarlo, el baterista se retorció en su sitio, presa de un calor que lo bañó de pies a cabeza y que pronosticaba un seguro orgasmo—. Sigue así –pidió con una milésima de voz que no se adelantó lo suficiente, pues al instante una tibia sensación estalló en su interior.
—Uh, perdón, perdón… —Avergonzado de su propia carencia de resistencia, Georg jadeó un par de segundos contra la garganta de su amante. La cabeza le daba vueltas debido a la intensidad de su orgasmo. Decidido a que Gustav merecía una recompensa por haberlo hecho correrse de aquella manera, plantó un beso en sus fruncidos labios antes de salirse de un interior y dedicarse a su labor anterior.
Con una mano siguió masajeando su pene en rítmicos movimientos que en cuestión de cantidad, con tres bastaron para tener al rubio líquido sobre el delgado colchón de la litera que compartían. Como si eso no bastara, Georg se inclinó sobre el pecho de su novio para trazar con su lengua un camino húmedo desde un hombro a otro y luego en dirección al sur, a su pecho.
—¿Me vas a chupar? –Preguntó Gustav con las mejillas color grana; la simple idea hacía que el poco flujo de sangre que corría por su cabeza, tomara la sana decisión de irse a otro lado.
—Nah –dijo Georg con simpleza—, no aún al menos. No teniendo un postre tan delicioso como éste a la vista… —Sin darle tiempo a Gustav de averiguar de qué hablaba, pasó la lengua por el pezón izquierdo del rubio—. Sabe casi tan bien como…
—No, ugh, no lo digas… —Más sonrojado aún que antes, si es que era posible, Gustav se cubrió el rostro con una mano, la otra usándola para apretar con fuerza la almohada sobre la que su cabeza se apoyaba y que fungía como piedra se salvación para no venirse a la primera. Quería que aquello durara un poco más; si no como reto personal, al menos para extender la placentera sensación.
—Ok, pero quiero destacar la palabra ‘casi’. –Usando la lengua, trazó un remolino sobre la rosácea piel de la areola—. Lo que no resta sabor…
—Georg… —El bajista alzó el rostro desde su sitio para encontrarse a Gustav jadeando con pesadez—. Cállate.
—¿Alguien está tímido hoy? –Molestó el mayor. Como castigo, recibió un golpe juguetón en la base de la mollera—. Ok, lo dejará por la paz.
—Gracias –bufó el baterista, aunque era obvio que su indignación no era más que una simple bravata. Comprobado quedó aquello cuando al sentir un par de dedos pellizcando sus pezones, exhaló todo el aire contenido—. Lengua –pidió con una vocecita queda. Apenas su petición fue dicha y Georg succionaba de nueva cuenta.
En divina sincronía además, los dedos de la otra mano del bajista trabajaban alternando entre su pene y la hendidura entre su trasero. En el primero circulando y en el segundo penetrando, ambos con fuerza.
Lo que fue chocante en ello, pues cuando el orgasmo lo alcanzó, fue por la sensación de la lengua en su irritado pezón y no por los largos dedos que se presionaban repetidamente contra su próstata, o por la suave piel de la pierna de Georg, que se frotaba contra su miembro.
—Diosss… —Con las rodillas temblando, el rubio agradeció estar sobre su espalda porque de otra manera dudaba de haberse podido sostener. Una gota de sudor corrió por el costado de su sien y Georg, con un beso leve, la borró.
—¿Mejor? –Agitó las cejas de arriba abajo—. ¿Otro round?
—Eres un cerdo… —Desdeñó Gustav, jugando a morderse el labio inferior y parecer sexy en una; algo que no le salía mal considerando que nunca fallaba para convencer a Georg de cualquier cosa que quisiera. Lo que no fue cuando una punzada de dolor, no tan aguda como para hacerlo gritar, pero lo suficiente notoria como para esbozar una mueca, se hizo presente—. ¡Ou!
—¿Qué pasa? –Incorporándose en lo reducido del espacio, Georg miró a Gustav en búsqueda de cualquier signo de incomodidad—. ¿Te lastime?
—No, no –cabeceó de lado a lado el baterista—. Sólo un dolor como el de un alfiler. Ya pasó.
Georg hesitó un segundo antes de presionar más el tema, pero en vista de que Gustav no tenía razones para mentir, optó por dejarlo pasar. –Voy al baño, ¿Quieres que te traiga algo?
—¿Del baño? –El baterista se contuvo de reír muy fuerte—. No gracias. Aprecio la intención y todo, pero creo que paso.
—No, idiota. De la cocina –rodó Georg los ojos—. ¿Un vaso de agua? ¿Coca-Cola? –Chasqueó los dedos como cayendo en cuenta de la respuesta correcta—. Ya sé, ¿Un vaso de leche? –El rubio asintió con un rubor que no pertenecía al orgasmo de minutos antes—. Eso será. –Lo besó con delicadeza en los labios—. Ya vengo –anunció, para salir de la litera y descalzo enfilar al baño.
Apenas las pisadas se alejaron, Gustav se llevó ambas manos al pecho desnudo. Lo que lo alteraba en aquella punzada dolorosa no era el haberla experimentado. Ya de antes las conocía. Como cuando Georg aún salía con chicas y lo veía partir ebrio de la mano de ellas; o como después, cuando él ya estaba con Bushido y partía a su vez dejando atrás la sensación de estar vivo. Ahora nada de eso se asemejaba. El dolor no era en el corazón, era justo en el pezón que Georg había mordisqueado como siempre.
Curioso a la reacción obtenida, consciente de que además agradecía su orgasmo a aquella repentina sensibilidad, presionó a la altura de sus axilas para darse contra la realidad de que no sólo palpaba pecho, sino que además estaba sensible al tacto.
—¡No puede ser! –Rechinando los dientes, cerró los ojos para volver a probar. Las manos circundaron aún más la dolorida zona para encontrar que en efecto, lo que sostenía era más de lo que nunca antes había tenido—. No, no, no… —Gimió no muy seguro si era por las yemas de sus dedos que se auto-examinaban o por la congoja que aquello representaba.
Gustav ni siquiera estaba seguro de que aquello fuera posible. ¿De verdad no estaba soñando? Si le comenzaban a crecer los senos como a una mujer, juraba, se iba a colocar frente a las llantas del autobús de la gira y morir arrollado. Cualquier cosa era mejor que tener que usar un sostén.
De sólo pensarlo, la boca se le torció hacía abajo. ¡Antes muerto! Si además era como su abuela, madre y hermana, seguro que la copa necesaria sería una que muchas fangirls que se rellenaban el brassiere con papel higiénico, soñarían con poseer.
—¿Gus, caliente o helada? –Asomando la cabeza dentro de la litera, Georg encontró a su novio con el revoltijo de mantas apretujadas contra el cuerpo—. Gus, no es como si no te hubiera visto desnudo antes…
—Huhmmm… —Fue la única respuesta del baterista—. ¿Me preguntabas algo?
—Sí. ¿Leche helada o caliente? –Tironeó de las sábanas juguetón—. Cualquiera de las dos, tengo ideas de cómo matar el tiempo en lo que se pone al tiempo.
El rubio soltó una risita nerviosa. Tenía que hablar con Tom lo antes posible. Ni de broma se iba a quitar la sábana; ni cinco Georgs tirando de ellas lo iban a convencer hasta no estar ciento por ciento seguro de que lo que le crecía en el pecho era no era un seno femenino. Prefería un tumor antes que verse ridiculizado a ser un remedo de mujer.
“No que no lo sea ya” se lamentó hundiendo el mentón, al recordar que llevaba una vida dentro, algo que hasta donde su conocimiento llegaba, no era posible para el sexo masculino. Su gesto no pasó desapercibido para el bajista, que desistió de tenerlo de nueva cuenta desnudo para tallar su espalda con esmero. Aquel simple contacto tuvo a Gustav ronroneando como el más manso de los gatitos. Últimamente, quizá a causa del embarazo, la sensibilidad que experimentaba al menor contacto estaba multiplicada por mil. Agradecía los mejores orgasmos de su vida, mas no lo que al parecer se venía con ello.
¡Senos, por el amor a Dios!
La tensión de sus músculos fue evidente para Georg, quien detuvo su caricia para suspirar.
—En serio, ¿No pasa nada? –Volvió a suspirar—. Siempre tengo esa sensación de que me ocultas algo, Gus. Llámalo paranoia, yo le digo intuición. –Interpretó correctamente el silencio de su novio como un ‘sí’ rotundo a que mantenía en secreto algo grave—. Gus, por favor.
—No me creerías, en serio— dijo por lo bajo el baterista. En verdad que no. Si de pronto le daba por soltarse contando lo que sucedía, lo iba a tildar no de mentiroso, sino de bromista, de estar consumiendo hierba mágica u hongos alucinógenos. La boca se le torció de pensarlo.
—¡Claro que lo haría! –Replicó airado el mayor—. Me ofende que…
—Georg –murmuró Gustav al silenciarlo con un beso—, shhh. No me estoy muriendo —nuevo beso—, ni te engaño con alguien más. –Esta vez, el beso fue un poco más largo. Al separarse, ambos tenían las pupilas dilatadas—. ¿Qué te dije?
—Que mientras estemos juntos estaremos bien –tragó con dificultad—. Pero Gus…
—No, mientras tú estés conmigo yo estaré bien. –Las manos que sujetaban las mantas se tensaron—. Por favor, olvídalo. Aún no es nada.
—¿Aún? –La alarma en el tono del bajista fue evidente—. Ahora sí me estás asustando.
—¡Georg!
—¡Gus, por Dios! Parece que me quieres matar con la espera.
—Tenme fe, ¿Sí? –Recargó la cabeza contra el hombro desnudo de su novio, que asintió casi a regañadientes—. Entonces… ¿Leche?
—¿Fría o caliente? –Gimió al verse de pronto envuelto por el edredón y las sábanas en un abrazo estrecho que al instante produjo una fina capa de sudor en toda aquella zona donde su piel rozaba la de Gustav. De espaldas y atacado por besos ansiosos por todo el cuerpo, entendió la respuesta incluso antes de recibirla entre jadeos.
—Tibia.
—¿Hablas en serio? –Cuestionó Tom con la mandíbula casi golpeando el suelo—. ¿En serio de verdad? –Ignoró el golpe en la nuca—. Ok, ya entendí.
—Shhh –siseó Gustav. Comprobó que a los alrededores no estuviera ningún técnico de sonido antes de sujetar el brazo del mayor de los gemelos y arrastrarlo a la zona de los camerinos tratando de no llamar la atención de ojos indiscretos.
El concierto de aquella noche era uno pequeño. Aún no salían de Alemania por lo que los grandes estadios estaban reservados para otros países. El de aquella noche, pese a tener todas las entradas vendidas, no superaba ni los cinco mil espectadores. Era la manera en que Jost los preparaba por lo venidero, que en sus palabras, corrían dos meses de gira que culminarían con un espectáculo masivo que de ir bien, sería el próximo DVD a vender en las tiendas de música a más tardar para finales del verano.
Esperado recibir expresiones de júbilo, David Jost se encontró con que aquello suscitaba diversas reacciones. Bill y Georg mantenían rostros alegres; el menor de los gemelos incluso comentando que ya extrañaba la vida sobre ruedas y que si los preparativos para el disco nuevo ya estaban listos para entonces, incluso hasta podrían continuar con una tanda más de presentaciones que incluyeran las nuevas canciones.
Por otro lado, lo que Jost no esperaba ni por asomo eran las caras largas que Gustav y Tom portaban. El baterista, sumido en silencio y con las líneas del rostro tensas, se cruzaba de brazos casi en actitud defensiva. Tom por otra parte, saltó con resorte de su asiento para respingar. Que si aquello era sobreexplotación, que si merecían un descanso, que si lo que fuera. Se negaba a continuar pasados los dos meses y por obvias razones.
Gustav ya entraba a la treceava semana de embarazo y sumadas las nueve semanas que los dos meses otorgaban, venía a ser algo como presentarse ante quince mil fans o más con una barriga de cinco meses.
Si el Internet no mentía, para entonces el rubio tendría un bulto considerable que no podría esconder detrás de su set de batería por mucho que lo intentara.
De sólo pensarlo, a Tom le daba una de aquellas migrañas asesinas de neuronas de las que Gustav sufría ocasionalmente. Para entonces lo más probable sería que las fechas estuvieran canceladas, porque de ningún modo iban a poder pasar de largo con el secretito por tanto tiempo. Georg podía ser más que ciego en lo tocante a Gustav y Bill no era precisamente alguien que prestara atención a los demás como para captar sutilezas, pero no era lo mismo para David.
Tom ya juraba que sabía algo…
—¡Kaulitz! –Saltando de ensoñaciones, Tom regresó a la realidad. Bufando frente a él, Gustav le chasqueaba los dedos frente a la nariz—. Concéntrate, esto es importante.
—Es sexy –se burló el menor de los gemelos, para recibir una patada en la espinilla. El misterio era cómo Gustav le atinó a través de los pantalones tres tallas más grandes—. Admítelo, de ser verdad, Georg tendrá un juguetito más con qué divertirse.
—¡Tom, me están creciendo senos! ¡Senos! ¡¿Oyes bien bajo esas gorras? Senos! –Se cubrió el rostro—. Mierda, voy a terminar como todas las mujeres de mi familia usando sostenes del tamaño de paracaídas.
—Tu hermana… —Comenzó Tom, con una sonrisa soñadora.
—No metas a mi hermana en esto –gruñó el baterista—. Ahora, tenemos que apresurarnos. No quiero imaginar que podría pasar si Bill entra…
—… O Georg nos descubre –completó la oración Tom. Mejor no tentarle los cojones al destino demorándose con aquello porque no era conveniente descubrir todo aquello del embarazo apenas un par de horas antes de un concierto del cual todas las entradas estaban agotadas.
Gustav suspiró sujetando el borde de la playera que usaba y dudando en subírsela. Claro, quería una segunda opinión respecto a si el par de bultos que le crecían en el pecho eran senos femeninos o sólo que estaba subiendo de peso por todos lados. Que fuera lo segundo; agregar más mierda a un embarazo ya no le parecía sino una patada del karma por haber sido Napoleón, Hitler o Charles Manson en una vida anterior. Sólo así explicaba tanta mala suerte seguida de lo mismo.
—Entonces… —Gustav parpadeó confundido. Tom, sentado en una de las sillas reclinables del staff, aguardaba—. La camiseta –aclaró, al ver que el rubio dudaba más de lo necesario para desnudarse—. Gus, vamos. No lo pienses.
—Sólo hazlo, blablablá. Vete al demonio, Tom –gruñó Gustav al tomar aire y despojarse de la camiseta en un movimiento rápido y limpio; para ello, antes cerró los ojos, que no creía poder ser capaz de soportar la inquisidora mirada del mayor de los gemelos sobre un cuerpo que sabía, estaba en proceso de una enorme transformación—. ¿Y bien? –Esperó un par de segundos lo que creía una pausa razonable para recibir una respuesta meditada—. ¿Tom?
—¿Desde cuándo tienes ese bulto en el estómago? –A la mera mención de la protuberancia en el vientre, a Gustav se le mudó el color del rostro.
—¿Qué? –Balbuceó—. ¿Qué dijiste?
—Tienes una… Barriguita. Quisiera decir que prefiero que es porque has tomado cerveza, pero…
—¡No he tomado nada de alcohol! –Chilló el barrista al abrazarse. La salud del bebé encabezaba su nueva lista de prioridades; nada de alcohol.
—No quise decir eso. Sólo que… Wow. Wow. –Tom se inclinó en la silla—. ¡Wow!
—¡’Wow’ no me dice nada, Tom! –Decidido a que veía o moría en el intento, Gustav abrió los ojos de golpe y miró hacía abajo—. Wow… —Sin contenerse, la palabra le salió con naturalidad. De verdad, ahí estaba. Un tierno bultito de asomaba por debajo de su ombligo.
—Eso mismo dije yo –replicó con acidez Tom—. Por cierto, sí, tienes senos. Felicidades. Mi gran experiencia con chicas me dice que es copa A pero que irá creciendo.
—No juegues conmigo –fue la respuesta mordaz del baterista— o te golpearé y acusaré a mis hormonas de no controlarse.
—Uf, me golpearás con tu nuevo sostén –Tom rodó los ojos para encontrarse con que Gustav se dejaba caer sobre uno de los sofás y parecía en estado de shock—. Lo siento. –murmuró avergonzado del golpe bajo—. Creo que debes vestirte. Georg y Bill no tardan en llegar.
—¿Para qué? –Con la voz cargada de emoción, Gustav usó el dorso de la mano para limpiarse el contorno de los ojos—. Demonios, sería más fácil si me quedo así y los dejamos adivinar. No sería tan difícil –se burló—. Esto apesta –se sorbió la nariz—. Ugh.
¿A cuatro horas del concierto? Puf, olvídalo. Ten –le pasó la camiseta por la cabeza. Gustav cooperó metiendo ambos brazos y controlándose lo mejor posible. Lo que no dejó al menos un par de lágrimas de fuera—. Toma –le tendió la caja con papel desechable que Bill usaba para desmaquillarse—. Vamos a pensar en algo, pero hasta entonces, sé fuerte.
—Sé fuerte –remedó Gustav con malhumor—. Sé que voy a lamentarlo… —Denegó con la cabeza—. Necesitamos hacer una cita con la doctora y…
—¿Esa mujer? –La cara de desagrado de Tom decía mucho—. No es por ofender, pero ella debió de haber considerado ser veterinaria, no doctora. Tiene un carácter del demonio.
—¿Quieres que alguien más se entere? ¿No? –Tomó el silencio como la respuesta que quería—. Muy bien. La llamas y haces una cita. Además –se presionó el tabique nasal entre dos dedos temblorosos— tenemos que investigar. No puede ser que esté embarazado de tres meses y aún no sepa qué puede pasar. Tenemos que empezar a pensar en el futuro, ugh, o lo que sea.
Tom se contuvo de sonreír de manera demasiado abierta.
Por fortuna, Georg y Bill, peleando al entrar al camerino, ayudaron.
—No lo vas a creer… —Fue lo primero que dijo Tom al dejar pasar a Gustav a su habitación de hotel y mostrarle lo que cinco horas de desvelo en la madrugaba lograban navegando en Internet—. Hay montones de páginas con información respecto a los bebés. –Ignoró el “Obvio, idiota” que Gustav soltó por lo bajo—. No me pude contener, ya hasta miré algunos nombres.
—Sorpréndeme –fue la fría respuesta de Gustav, que decidió que los pies lo mataban lo suficiente como para irse a sentar en la montaña de ropa sucia que el mayor de los gemelos tenía por toda la cama.
—Dolores Abigail Listing-Schäfer –pronunció con orgullo—. ¿Qué te parece? Abigail significa ‘fuente de alegría’ y le podríamos decir Lolita.
Gustav se estrelló la mano en pleno rostro. Si los nombres ya estaban horrorosos, no quería hablar del problema que el apellido de Georg metido en todo aquello representaba. –Tom, seriedad. –Exhaló aire con pesadez—. ¿Hablaste con la doctora?
—¿No te gustó el nombre? Podemos hacer cambios; incluso hasta hice una lista con mis diez nombres favoritos. Algo así como un Top Ten. Aún no tengo ideas de nombres si nace un niño, pero tengo una corazonada que…
—¡Tom! –El mencionado saltó de la sorpresa—. ¿Lo hiciste o no? Llamar a la doctora –explicó el baterista al ver que Tom no sabía de qué hablaba.
—Sip. Al parecer la desperté, pero accedió a encontrarnos antes de salir de Alemania. El problema es que necesitamos el día libre porque mencionó algo de… —Arrugó la nariz—. No sé, jerga médica. Dijo algo de asegurarse que todo estuviera bien. En una semana más la vamos a encontrar. Ya reservé una habitación de hotel y ella prometió estar ahí. Todo va a salir bien –aseguró al ver que Gustav miraba un punto fijo en el alfombrado color beige—. ¿Gus?
—Genial. –El baterista se forzó a sonreír. Lo de aquellos análisis extras no le convencía. Pensaba que un embarazo normal se componía, sí, de chequeos mensuales y quizá un par de ecografías en el transcurso, no de anormalidades. Claro que para empezar, el suyo era todo menos un embarazo normal, pero merecía llevarlo con tanta carga, no agregando más a lo que ya estaba—. Y entonces… ¿Qué más viste en Internet?
Tom colocó su portátil en las piernas de Gustav y lo guió por un par de páginas. En su mayoría, venían algunos textos informativos. Con creciente preocupación, Gustav leyó cambios en el cuerpo que ya experimentaba. Incluso su migraña estaba incluida en la lista. Más tarde, pasada la etapa de recopilación, se dieron a la tarea de investigar un poco más en torno al bebé.
Según muchos artículos, el sexo del bebé podría saberse en un mes. Ante eso y la creciente mala leche de Gustav a permitir que Tom le siguiera sugiriendo nombres de groupie para su nonato bebé, Tom aplazó las ideas que le brotaban.
Ya un poco entrada la mañana, tras desayunar una comida completa y una ración de fruta, creían estar un poco más conscientes de lo que se avecinaba. Gustav, que tras comprobar que la sensibilidad de sus pezones podría degenerar en dolor, optó por sacar la tarjeta de crédito y ordenar vía e-mail una docena de sostenes deportivos sin líneas. Mientras pudiera esconderlo, los usaría bajo las camisetas más grandes que encontrara en su maleta.
—Entrega en el mismo día. Vaya suerte de que la tienda esté en esta misma ciudad –exclamó Tom maravillado de lo que se lograba con dinero plástico y conexión a Internet—. Pero no pediste ninguno rojo o negro. Eres un desabrido, Gus.
El aludido le dio un golpe en el brazo. –Son por necesidad, no por fetiche. Además –sintió un zumbido en las orejas—, no quiero andar por ahí sabiendo que uso un sostén rojo.
—O bragas a tono –se burló el mayor de los gemelos—. Tienes que admitirlo, a Georg le encantaría.
—¡Tom…! –La sarta de reclamos que Gustav iba a soltar se quedó en sus labios en el instante en que un par de sonoros golpes dieron contra la puerta—. ¿Quién es? –Movió los labios sin dejar ningún sonido escapar. Si era Georg, estaban hasta el cuello de mierda.
—Tomi –nuevo par de golpes en los que ambos ocupantes de la habitación soltaron el aliento contenido; era nada más y nada menos que Bill—. Tom, abre…
—Son las ocho de la mañana. No tenemos llamado hasta mediodía, ¿Qué carajos hace despierto? –Preguntó Tom a nadie en particular—. Y tocando a mi puerta, además.
Gustav decidió guardarse la verdad.
—¡Te juro, Tom Kaulitz, que si tienes una chica ahí dentro llamaré a mamá! –La amenaza bastó para que Tom saltará de la cama rumbo a la puerta.
—¡No te atreverías! –Desafió en respuesta—. Estoy solo, Bill.
—Entonces abre la puerta –pidió su gemelo con voz de crío consentido—. Tomi, abreee…
Con la mano en la perilla, Tom se detuvo. Si Bill entraba, vería a Gustav y eso bastaría para un cataclismo. Convencer al bajista de que el repentino interés que tenía por su novio ya era mucho; si le daba motivos para volver a dudar, sería al acabose. Consciente también de ello, Gustav abrió la puerta del armario más cercano y se escondió ahí.
Aún sin estar seguro del todo, Tom abrió la puerta. –Ahí está. No llames a mamá.
—No la iba a llamar… —Empezó Bill, antes de verse interrumpido. Frente a sus ojos, descansaban dos charolas con comida. La mandíbula se le tensó—. Uhm, veo que sí tienes a alguien. ¿Qué? ¿La escondiste debajo de la cama? –Se cruzó de brazos—. ¿O está en el clóset?
Tom palideció. –Estás paranoico.
Bill esbozó una mueca que pretendía ser de censura y que se mostró como decepción con tristeza. A su gemelo, el gesto no le paso desapercibido. –Sabes que no me gusta que…
—Duerma con groupies, lo sé. Ya lo sé.
—Uhm, lo sabes. Vaya logro. Como sea –se encogió de hombros con desgano— venía a ver si querías hacer algo conmigo en lo que salimos, pero he cambiado de parecer.
—Bill…
—Déjalo, Tom. –Se dio media vuelta—. Y dile a tu amiguita que ya puede salir del armario porque desde ahí oigo sus horribles respiraciones. Lo que sea… —Salió azotando la puerta.
Desde su sitio en el ropero, Gustav soltó un largo y profundo quejido.
—Lindo par –halagó la mujer. Sentado en la cama, los labios de Gustav se contrajeron—. Hey, es en serio. Victoria Secret hace linda lencería. Sólo no pensé que un crío como tú estuviera en eso.
—Es por sus nuevos senos –dijo Tom—. No se burle si no quiere esto –señaló su brazo en donde una línea roja recorría desde la muñeca al codo.
—Ok, no burlas. Pero necesito tu lindo sostén blanco fuera. –Dejó su maletín sobre una mesa y lo abrió—. Antes que nada, quiero que arreglemos el asunto de la cuenta médica. El precio no es lo justo.
—Quiere más dinero… —Gruñó Tom—. Podríamos contratar otro médico, ¿Sabe? Intente extorsionarnos y se enterará de que…
—Por favor –la doctora alzó una ceja con escepticismo—, el gorila que los dejó no me asusta. Lo que yo quiero renegociar del precio es lo alto. No suelo cobrar eso a ninguna de mis pacientes y que éste sea un hombro no lo hace especial de ninguna manera.
—¿Está diciendo que ya no va a cobrar 1000€? –Arrugó el ceño—. ¿Cuánto menos?
—Mucho menos. Mi consulta normal cuesta 65€. Me han pagado ya por lo menos para unos tres embarazos más. –Gustav se cubrió la cara ante la simple mención de repetir aquello—. Lo que sí va seguir corriendo a cargo suyo, son los viáticos de viajes. Mientras me avisen de antemano con un par de días, los puedo seguir viendo en Europa.
—Gracias, oh Dios, muchas gracias –dijo Gustav. Se enjugó el borde de los ojos frenético de cualquier burla—. No hubiera podido a ir al médico con alguien más. Ya es bastante difícil y un extraño lo hubiera empeorado.
—Ten. –La doctora le tendió la caja de pañuelos desechables que estaba en el tocador—. Supongo que yo también soy una extraña… Me puedes llamar Sandra. Ambos pueden –aclaró, al ver que Tom permanecía con la boca abierta de la sorpresa—. Ahora, debemos empezar con el examen. Tengo que regresar antes de que el próximo vuelo salga.
Durante la siguiente hora, Gustav experimentó el dolor y la vergüenza habitual de la revisión. Paliando aquello, estaba el hecho de que Tom le sujetaba la mano y estoico no lloriqueaba más de lo necesario cuando sentía las uñas clavadas en el brazo. Por otra parte, Sandra resultó ser menos gruñona con la confianza recién ganada y sumando puntos a su favor, se abstuvo de mostrar su yo-sarcástico como en las citas anteriores.
Al terminar, una vez que se deshizo de los guantes plásticos y terminó de hacer un par de anotaciones en el expediente de Gustav, llegó la hora de la verdad.
—Tengo una noticia buena y una mala… —Observó con cuidado que la reacción de Gustav era diferente de la última vez que se habían visto. En lugar de mostrarse desinteresado, temblaba en su asiento. Detenía el acomodarse el sostén para ser todo ojos y oídos—. Nada grave, sólo…
—No puede ser… Cuando decido conservar el bebé pasa algo. Demonios. Es porque tarde mucho en darme cuenta, ¿No es así? Porque al principio no lo quería… Porque no me cuidé cuando todavía era a tiempo. Oh, mierda. –Se sujetó la cabeza.
—No es ese tipo de mala noticia. La parte buena es que el bebé crece sano. Por lo que me has dicho todo sigue su curso normal. Llevaré la muestra de sangre a mi laboratorio y en cuanto tenga los resultados les llamaré por teléfono. Lo que me preocupa es otro asunto. Cuando palpé tu útero noté que la distensión es mucho mayor de lo esperada.
—¿Y eso qué significa? –Preguntó Tom con preocupación—. Para empezar, ¿Dónde queda el útero?
—Biología I, Tom. El útero es donde está el bebé. –Gustav se tuvo que tragar la ironía al ver que esa respuesta no aclaraba mucho al mayor de los gemelos—. Dentro de mí, ¿Ok? Jo, hacer la escuela en línea no es tan buena idea.
—Hey –exclamó airado—, no estaba seguro del lugar.
—Niños, quietos. A más tardar necesitamos una cita para dentro de un mes en mi consultorio. Programaré la fecha para cuando la clínica se encuentre cerrada y realizaré un ultrasonido para determinar si realmente debemos de preocuparnos. En todo caso, no es un problema serio. Pasa en algunos embarazos. Algo como uno de cada quinientos.
—Sea honesta, ¿Requiere de estar en reposo total?
—Tom, no…
—Cállate, Gus. Si es necesario, si algo puede pasar, tenemos que parar la gira y hablar con Dave. –Miró a la doctora y en su expresión se adivinaba una intensidad impresionante—. Sea honesta.
—No será necesario. Mientras no realice esfuerzos excesivos, tu amigo estará bien. Antes de irme, les voy a dejar un par de recetas. Ácido fólico, calcio y más vitaminas prenatales. En cuanto a la alimentación, sería conveniente que ingirieras más frutas y verduras. Si el útero dilatado se confirma en un mes, quiero estar segura de que habrás aumentado al menos un par de kilogramos. ¿Entendido? –A regañadientes, Gustav asintió. La idea de subir de peso le parecía tan seductora como convertirse en un elefante. Si la ropa ya le apretaba, no quería imaginarse lo difícil que sería respirar con ese ‘par de kilogramos’ encima.
—Gracias por venir. No se imagina cuanto lo agradezco –dijo Tom al despedirse de ella, una vez que Gustav se encerró en el baño para cambiarse de ropa. Ambos fuera de la habitación en el pasillo del piso en el que estaban, esperando el elevador.
—Sandra. –Tom se quedó serio—. Me llamo Sandra. Esto no va a funcionar si mantenemos las formalidades. Una relación médico-paciente requiere de más.
—Yo no soy el paciente –murmuró el mayor de los gemelos—. No veo porqué…
—Pero eres lo más cercano a Gustav. De momento, él necesita quien vele por su salud y ese lugar es tuyo. Quisiera conocer al padre, ayudaría verlo involucrarse más. Hasta entonces tú ocuparás su sitio.
—Sí. –Acomodó su gorra por nervios—. Ok, sí.
—Es una gran responsabilidad, Tom. –Agitó la mano en despedida al ver que las puertas del ascensor se abrían y daba un paso al interior—. Nos veremos…
Las puertas se cerraron y el elevador comenzó a funcionar. En su sitio, convertido en una estatua de carne y hueso, Tom se preguntó por primera vez si su deseo egoísta de que Gustav no abortara al bebé, era realmente lo correcto.
Dándose ánimos, enfiló de vuelta con el rubio, que por el tono de voz que usaba, quería repetir desayuno…
—Negro –aseguró con vehemencia Bill—. Negro y quizá accesorios en plata. Nada fastuoso, sólo… Elegante. Con clase. Tampoco quiera que parezca que es algo que acabo de comprar. Que no luzca nuevo. Más bien algo que elegí al azar y que por casualidad se ve me es-pec-ta-cu-lar –remarcó cada sílaba con un golpe de la lengua en el paladar.
—Duh, pero si precisamente vamos a comprarlo –replicó su gemelo con un gruñido—. Una vez más, ¿Por qué te tenemos que acompañar a comprar ropa? Jesús, no es como si fuéramos pobres. Pudiste haber pedido todo por catálogo como la última vez.
Sí, y dejar que ese pantalón tan apretado abusara de mí. –Rodó los ojos—. Ni de broma.
—Claaaaro… Como si no estuvieras acostumbrado. –Recibió un golpe en el brazo. A su lado, Gustav soltó una risita secundado por Georg.
Aprovechando que la última entrega de premios caía en fin de semana, aquel miércoles recorrían un centro comercial en Berlín. Bill, que clamaba necesitar comprar un outfit completo para la gala de ceremonias, había convencido a Jost de ir por su cuenta de compras llevando guardaespaldas a cuestas. Y hablando de seguridad, se refería más a los chicos de la banda que a Saki o a Tobi. Confiaba que con gorra y lentes oscuros podía pasar desapercibido, lo que por extraño que fuera, sucedía.
—Ese guardia a las nueve en punto me mira –murmuró Tom entre dientes. Sí, el guardia lo miraba, convencido de que un adolescente que usaba esas ropas tres tallas más grandes de las que eran necesarias, podía el candidato perfecto para robar en las tiendas, no para ser el guitarrista de la banda estrella de Alemania—. Mira –codeó a su gemelo.
—Me gusta eso… —Fue la respuesta de Bill, que sin tomar en cuenta la desconfianza que Tom apreciaba, enfilaba rumbo a una tienda de grandes escaparates. Detrás del cristal, una chaqueta roja con detalles en negro y una enorme etiqueta de tres cifras, le guiñaba el ojo.
—No quiero arruinar el momento, Billy boy, pero eso que miras está en una tienda de mujer. No que no sepamos lo mucho que te gusta eso, pero… —Bill le sacó el dedo medio—. No va a haber de tu talla. Y además, ¿Qué no veníamos por otra cosa? “Clásico y elegante” si recuerdo bien tus palabras.
—Tsk –desdeñó el menor de los gemelos con la mano—. Piérdete, Listing. Tomi, vamos. –Cabeceó al interior de la tienda—. Necesito que sostengas mi bolso mientras estoy en el probador.
—A alguien le van a arrancar las bolas por sumiso –se burló el bajista. Igual, rojo de las mejillas, Tom siguió a Bill, que apenas localizó a una vendedora, pasó directo a los vestidores.
—Van a irse por al menos una hora –dijo Gustav.
—Seh… —Confirmó el bajista—. ¿Quieres dar la vuelta?
A Gustav un delicioso calorcillo se le extendió por todo el cuerpo desde el estómago. —¿C-como en una cita? –Preguntó no pudiendo contener la emoción que la respuesta afirmativa a esa expectativa podía otorgar. En respuesta a sus plegarias, el bajista asintió—. ¿En serio?
Como único gesto, Georg le cogió la mano. –Muy, muy, muy en serio. Vi una fuente de helados justo detrás de aquellas bancas, ¿Qué dices?
—Alguien nos va a ver. Ahí hay como cinco millones de adolescentes… —Sonrió tratando de contener el impulso de inclinarse y besar a su novio.
—Nah. Y si quieren ver, les daremos que ver. Vamos, Gus. ¿Pistache con cacahuates, qué dices? Tu favorito. –El baterista experimentó la sensación de que el estómago se le volvía líquido, no a la idea de su helado predilecto en el mundo, sino porque el antojo se parecía a uno de aquellos que lo despertaba de nuevos tiempos para acá, con ganas de pastel de zanahoria con jalapeños encima.
—Bien. –Ya no de la mano, pero juntos, fueron al puesto de helados, donde sí, Gustav obtuvo su postre de pistache con cacahuate, al que además le agregó un par de bolas extras de limón, vainilla y jarabe de chocolate para coronar. Georg en su lugar, optó por el sencillo barquillo de fresa.
Apenas tuvieron las consumiciones en la mano y pagadas, decidieron que lo mejor era sentarse un poco alejados del gentío. La docena de adolescentes que circundaban el lugar sospechosamente, dado que era un día entre semana y estaban en edad escolar, armaban un barullo que a Gustav le producía un dolor sordo justo detrás de los ojos.
—Vaya manera de arruinarnos el momento –comentó el bajista apenas se alejaron unos metros y encontraron una zona despejada junto a la fuente que presidía el punto medio del centro comercial. En aquel lugar, ellos y una pareja de ancianos que contemplaban embelesados el agua, disfrutaban de la soledad y la tranquilidad que se respiraba.
—Mmm, era como estar rodeados por los gemelos. –Gustav dio una lamida a su helado—. Aquello de la trágica primera cita es verdad.
—Nada que no se pueda arreglar. ¿Qué opinas de salir de vacaciones juntos? –Prosiguió al ver que tenía toda la atención del baterista—. Ya sabes, tenemos un par de semanas entre giras. En junio tendremos el mes para nosotros dos. –Lo golpeó con la rodilla—. ¿Qué dices?
Gustav dejó salir una sonrisa triste. En junio cumpliría los cinco meses. Si para entonces Georg aún no lo aborrecía, claro que iría con él.
—Demonios… —Masculló al sentir los ojos húmedos. Al ver la atención que atraía, se abanicó y se explicó lo mejor posible—. Una basurita me entró en el ojo.
—Ven… —Con cuidado, Georg sopló sobre las pestañas—. Una vez más, trata de no parpadear… —Volvió a soplar—. ¿Listo?
—Hmmm, gracias. –De pronto el helado ya no parecía tan delicioso—. Georg, yo… —“… Estoy embarazado y el hijo no es tuyo” casi paladeando las palabras, la acuciante sensación de que iba a mandar toda su vida al garete, se hizo presente. Con precisión, visualizó ante sí la cara de disgusto que pondría, la fuerza con la que tiraría el postre que momentos antes disfrutaba. En cámara lenta, no estaba seguro si gritaría o sólo se daría media vuelta para dejarlo llamar su nombre hasta quedar afónico. Cualquier opción que fuera, le deprimía—. Ugh…
—¿Pasa algo? –Sin preocuparse por el qué dirían, se inclinó para posar un beso casto en sus labios—. Iremos de vacaciones, ¿Ok? Lo juro.
Gustav soltó una risita nerviosa—. Así será.
El resto de la tarde, Gustav lo pasó recostado en cama alegando que el dolor de cabeza estaba fuera de control. Que lo dejaran en paz y con un gruñido abandonó la estancia para irse a refugiar bajo una tonelada de mantas.
Quería morirse.
No literalmente, claro. Mientras se tocaba el vientre abultado con dedos inexpertos de lastimarse si no tenía cuidado, encontraba más razones para aferrarse a la vida. Quizá no a la que conocía una vez que se secreto ya no lo fuera más, ¿Pero y qué importaba? Antes no hubiera considerado la idea de tener un hijo; no era lo suficientemente arriesgado. Ahora se sentía listo y fuera o no por error y en circunstancias desfavorables, no importaba.
Resignado, llegó a la conclusión de que si Georg quería estar a su lado, lo estaría. Bebé o no. Suyo o no; si lo amaba, podrían salir adelante.
Lo que no restaba lágrimas o chispazos de luz que empeoraban la migraña. El medicamento que Sandra le había recetado en un principio funcionaba, pero últimamente ya no. Sabía muy dentro de sí que lo que necesitaba era relajarse y sin embargo no podía. La siempre perenne sensación de estar cayendo lo atormentaba como la sed en el desierto.
Aún sumido en sombríos pensamientos, dejó pasar por alto los insistentes golpes a su puerta que anunciaban la entrada que se dio segundos después.
Tom, contrito, con un vaso de leche en una mano y una pastilla en la otra.
—¿Te sientes mejor? –Ignoró el bufido—. La doc… Sandra me dijo que podías tomar esto sin dañar al bebé. También dijo que deberías relajarte. Concuerdo con ella.
—Genial, Tom. Concuerdas con tu amiga del alma. –Tomó la píldora y tras darle un par de vueltas en los dedos, la engulló con un trago de leche.
Esperando verse solo apenas se tomara el medicamento, Gustav encontró que Tom se traía algo. Fuera del modo en que conocía al mayor de los gemelos, éste se estrujaba el borde de la playera con ademanes un tanto torpes—. ¿Qué? –Estalló cuando soportarlo no era una opción.
—Vi algo y no me pude resistir a comprarlo. –Ignoró la mueca de Gustav—. Espera aquí, voy por eso a mi cuarto.
Sin darle tiempo de replicar, salió de la habitación corriendo. En su sitio, el baterista soltó el suspiro más largo de su existencia. Si Tom osaba a aparecer de nuevo con sostén rojo de encaje, lo iba a castrar sin anestesia procurando que sufriera…
—No estoy para juegos. En serio que… ¡Oh! –La boca se le contrajo en una fina línea al ver que de la bolsa color lila que Tom vaciaba sobre su cama, salían tres pequeños trajecitos de bebé: Uno rosa, uno azul y uno amarillo, todos en tono pastel. Cada uno con zapatitos y gorra en combinación.
—No me podía decidir –se explicó con timidez—. Pensé que sería niña, pero si me equivocaba... Luego tomé el azul y la dependienta me dijo que el amarillo es neutro. Sea lo que sea, al menos tendrá dos cambios de ropa… —Se frotó el cuello—. ¿Te… Te gustan? Sé que es pronto para comprar algo y que quizá sea de mala suerte o que hubieras preferido ir a escogerlos tú. O ir con Georg pero…
—Gracias… —Susurró Gustav al extender la mano a uno de los trajecitos y sentir la suavidad de la tela. Casi palpaba el calor que un día iban a contener—. Muchas gracias, Tom.
—Yo… Uhm, de nada. –Mejillas sonrojadas, Tom observó como durante un rato más, Gustav olvidó su dolor de cabeza por el primer indicio real de que iba a ser padre. O madre. Lo que fuera. Primoroso al doblarlos después de haber jugado con las mangas, lloraba por primera vez de verdadera felicidad.