Como si lo prometido fuera deuda, apenas cruzaron el umbral de la puerta, Bill se les lanzó encima con garras como zarpas buscando la yugular para un golpe certero y mortal. Más concretamente, la de Tom. Sus gritos de ‘Irresponsable’ y los repetidos ‘¡Te mato!’ ocasionaron un disturbio digno de llamar a la policía por ayuda en un caso de maltrato doméstico severo.
Nada nuevo, o no hasta que Bill optó por dejar de jalarle las rastas a Tom para comprimirlo en un abrazo tan estrecho que de haber durado un poco más, el mayor de los gemelos habría tenido que recibir primeros auxilios por hipoxia.
—Idiota –sollozaba Bill aferrando a su gemelo con uñas y dientes como si la vida se le fuera en ello—, jamás, ¿me oyes?, jamás te atrevas a desaparecer sin más. No sin una nota, no sin llevarme contigo. No tienes permiso a hacerlo. No me puedes dejar –gimoteó entre lágrimas conforme aligeraba un poco su abrazo para en su lugar proceder a besar el rostro de su gemelo con suavidad—. Jamás, ¿Lo entiendes? Hablo en serio, Tomi.
—Sólo fuimos a… —Tom abrió la boca en espera de que el cielo se partiera en dos y la iluminación divina le diera una mentira creíble para salirse con la suya.
—Tomar un par de cervezas –secundó Gustav—. El calor de la temporada hizo que se me antojaran… —Ignoró el gesto incrédulo de Bill que a sabiendas del clima con grados bajo cero, no se tragó aquello—. Bien, bien, no cerveza, sólo… Me apetecía salir.
—Pues ve tú solo. –Se aferró más a Tom que experimentó un segundo intento de asfixia antes de recuperarse del primero—. O con Georg. Tom es mío.
—¿Tuyo? Oh Bill, no exageres…
—No exagero, es que…
Gustav, que por otro lado nada tenía que ver con aquello, se escabulló silencioso hacía el dormitorio que él y Georg compartían en el segundo piso. Si aquel par querían discutir, adelante; Gustav lo que quería era recostarse sobre la cama con Georg a un lado y caer muerto. Ya no aguantaba las emociones del día, una más y quedaría extenuado.
Apenas abrir la puerta y ajustar los ojos a la patente oscuridad que reinaba en la habitación, supo que algo andaba mal. Por regla general, Georg jamás se iba a dormir sin él. Luces apagadas y bulto en la cama no hacían mella a aquel conocimiento. Dejaba una segunda opción: El bajista estaba enojado. Furioso si cabía decir, que la discusión del piso inferior no le arrancó un sonoro ronquido, sino un ruidito desaprobatorio que expresaba lo que sentía.
Conteniéndose las ganas de darse de cabeza contra el muro un par de veces, Gustav se descalzó, lanzó la ropa sin ganas por la habitación y de gatas, se colocó sobre la figura oscura que descansaba en uno de los costados de la cama falsamente roncando.
—Georg… —Le picó en un costado para ver que se retorcía sin palabras—. Anda, sé que estás despierto. Terminemos esta… —Arrugó la nariz –pelea y durmamos en paz.
—No estamos en una pelea, Gus –murmuró la voz desde debajo de los cobertores—. Ni siquiera sé si estoy enojado.
—Ah… —Ante aquello, Gustav se quedó sin saber cómo actuar. ¿Si no estaba enojado entonces qué era? No esperaba otro sentimiento que no fuera la ira asesina—. Lo siento –tanteó en espera de haber acertado, pero en su lugar recibió un suspiro largo y cansado—. ¿Qué?
—¿Por qué te disculpas? –Georg asomó la cabeza al fin para demostrar que no se escondía. En su cara se hacía patente la preocupación—. No es como si me tuvieras que dar explicaciones de haber salido…
—Ah… —Dijo de nuevo Gustav al apartarse para que Georg se pudiera sentar y entrando en razón. Georg estaba celoso. Como confirmación de sus palabras, el bajista carraspeó un par de veces antes de preguntar lo que era obvio se moría por formular desde que Gustav entró en la habitación.
—Tom también se fue e la tarde, ejem, ¿Acaso ustedes dos…?
—Sí, sí, estábamos juntos –repuso Gustav, no queriendo ir muy lejos—. Yo le pedí que me acompañara y no, nada pasó. Quería salir, Tom también y salimos. –Trató de aligerar la tensión en el aire acercándose al bajista y besando sus labios con una suave dulzura—. ¿Por qué? ¿Celoso?
—Jamás –afirmó el mayor con las mejillas del color de la grana—. Y este… ¿A dónde fueron? ¿Qué hicieron ahí? —Hesitó un segundo—. ¿Por qué volvieron tan tarde? Pudiste haber llamado y avisar.
Gustav ignoró sus preguntas al darle un nuevo beso, esta vez con renovados bríos, abriendo los labios un poco en una clara invitación de profundizar aquella tierna caricia. El leve contacto entre sus bocas aumentó en pasión y temperatura cuando un abrazo se hizo presente y los dos cayeron sobre el colchón entrelazos y ansiosos por continuar.
Dispuesto a hacer todo lo posible para dejar el tema anterior enterrado, Gustav se apresuró a desabotonar la camisa de dormir de Georg que no puso objeción mientras su cuello era recorrido con tenues besos de mariposa a lo largo de la yugular.
Apenas se vio despojado de la prenda superior, rodó con Gustav hasta intercambiar posiciones quedando el arriba y el rubio tendido sobre su espalda con los bóxers como única barrera entre la desnudez. No le dio tiempo de contemplarlo pues apenas se vio recostado entre las almohadas, el rubio usó ambas manos para ayudarse a desnudar al bajista que alzó las caderas para dejar que los pantalones del pijama se deslizaran por sus piernas.
—No pensé que estuvieras tan ansioso –murmuró al presionar sus entrepiernas juntas y moverse al comprobar que sus erecciones se encontraban incluso a través de la tela—. Teníamos tanto sin, ¡Ah!
—No tanto –replicó el baterista en un ronroneo bajo al arquear la espalda para un contacto más cercano. Contuvo un grito de sorpresa al sentir la mano rebasar la línea elástica de su ropa interior y cerrarse en torno a su turgente miembro.
—Mucho, mucho, mucho tiempo… —Siguió Georg al masturbar a Gustav con una lentitud que rozaba el borde de la crueldad—. Siempre estás cansado o con sueño; teníamos una semana sin esto… —Sin reproche en su voz, besó los entreabiertos labios del baterista—. No importa si no lo hacemos esta noche, pero de verdad extrañaba este tipo de cercanía…
Gustav no pudo evitar la sonrisa triste que se le formó en el rostro. Cierto, con el pretexto del exceso de trabajo, de estar agotado o con los ojos pegados el uno al otro, había rechazado cualquier tipo de contacto que no fuera un beso y un abrazo antes de caer dormido por doce horas.
—Lo siento –dijo por segunda vez en la noche, con voz contraída, mientras se venía en la mano de Georg. Largos jadeos que consumieron sus reservas de aire antes de poderse explicar—. Por ser egoísta.
—Perdonado. Ahora… —Georg agitó frente a Gustav la mano húmeda— hay que limpiar.
—Ven acá… —Tomando la punta de un dedo entre los labios, Gustav succionó—. ¿Quieres que lo limpie todo? –Escuchó un sonoro ‘gulp’—. Tomaré eso como un sí.
Un par de horas más tarde, casi esperando la salida del sol, Gustav se permitió relajarse por completo en la cama. Georg ya dormía desde al menos una hora atrás, extenuado como lo estaba él tras haber recuperado las semanas anteriores de agotamiento en una sola noche. Sólo recordarlo le ocasionaba un delicioso dolor de estómago que nada tenía de malo.
Aún con un saludable sonrojo esparcido a lo largo y ancho de la piel, Gustav se abrazó más a Georg que inconsciente hundió la nariz en la nuca de su amante y respiro aire tibio ahí, enviando piel de gallina por todo el cuerpo del rubio. Si aquello era el paraíso, Gustav no lo iba a poner en duda. Todo era calma y tranquilidad… O al menos lo fue hasta que casi caer dormir, sintió una oleada de náuseas que le fue imposible reprimir.
Diferente al último mes, se levantó y rumbo al baño, contó los días que faltaban para el siguiente lunes. Vomitó y por primera vez desde el inicio, se sintió aliviado en una forma perversa.
Mientras pudiera permanecer con Georg, soportaría lo demás.
Apagando el despertador que sonó esa mañana a las siete en punto, Tom se sentó en el borde del colchón en un patético intento por no caer de vuelta contra la almohada. Siendo vacaciones, la hora que su cuerpo consideraba correcta para levantarse, era pasado el mediodía, no cuando el cielo despuntaba y los gallos cantaban.
Como fuera, Tom ignoró su reloj biológico por razones más altruistas. Dándose un par de leves cachetadas sobre ambas mejillas consideró el ir al baño para orinar y lavarse el rostro con suficiente agua fría como para pertenecer al mundo de los vivos.
Tanteando el suelo con los pies en búsqueda de las pantuflas, casi saltó fuera de su piel al sentir una mano cerrarse en torno su brazo. Con ojos aún entrecerrados, localizó la figura de su gemelo que yacía a la mitad de la cama con aspecto de también haber sido despertado a una hora que no le correspondía.
—¿A dónde vas? –Preguntó el menor tratando de contener un bostezo—. Son apenas las siete, vuelve a la cama, Tomi… Nos acabamos de acostar.
Tom se preguntó por un segundo qué demonios hacía Bill en su cama. Los eventos de unas horas antes se le mezclaban en la memoria como borrosos. Recordaba haber llegado con Gustav y los gritos de Bill al respecto. También tenía presente la pelea ocurrida y las disculpas con las que el asunto quedó olvidado, pero se le escurría el elemento clave en ese cuadro: ¿Por qué Bill estaba en su cama?
En lugar de atormentarse por ello porque a fin de cuentas no le importaba realmente, no dijo nada. Descalzo, rindiéndose al fin de encontrar sus pantuflas que probablemente estaban perdidas en el desastre que reinaba debajo de la cama, caminó con una mueca dado lo helado del suelo, rumbo al baño. Sin molestarse en cerrar la puerta pues no esperaba que Bill lo siguiera, orinó y se lavó las manos a velocidad mínima. El adormecimiento que experimentaba lo tenía tambaleándose por el esfuerzo de permanecer consciente.
Contemplándose un segundo en el espejo del gabinete del baño, tomó la pasta y el cepillo de dientes para proceder a alistarse. Su cuerpo le pedía casi de manera agresiva que regresara a la tibieza de la cama, pero su conciencia le decía lo contrario.
En un plan elaborado con desesperación, Tom planeaba ir directo a la cocina a hacer desayuno, un buen desayuno, y hacer que Gustav se lo comiera. No tenía esperanza alguna de lograr que el rubio olvidara la idea de abortar su bebé, pero sí de retrasarlo lo más posible. Adormilado, pensaba que si lograba hacerlo dudar hasta el día del parto, todo iría bien.
—¿Tomi? –En el marco de la puerta y usando las pantuflas que en un inicio Tom había buscado, estaba Bill—. La cama se siente helada sin ti… —Su labio inferior tembló un poco y Tom se encontró preguntándose no sólo la razón de que hubieran dormido juntos, sino de esa repentina dependencia.
—Voy a ir a la cocina –dijo sin tratar de mentir. Era obvio que no podía explicarle a su gemelo las razones de porqué iba a hacer un desayuno saludable siendo que él se contentaba con comer restos de comida rápida que quedaran en el refrigerador, así que en su lugar comenzó a vestirse con las ropas del día.
Bill, sin moverse de su lugar, arrugó el ceño.
—Mmm… Mmm… —Oliendo algo delicioso, Gustav se incorporó a medias del abrazo estrecho que mantenía con Georg, ambos aún bajo las cobijas y dormidos. O dormido el bajista, que Gustav apenas abrió los ojos, entendió que o comía lo que fuera que oliera tan delicioso o no podría volver al país de los sueños.
Sin molestarse en lo helado del suelo, se apresuró rumbo a la cocina para casi irse de espaldas ante el espectáculo de Tom con un mandil y espátula en mano, trabajando frente a la estufa sumido en profunda concentración. Sentado en una silla al lado de la barra, Bill con una cara de puro fastidio.
—Ah, ¡Buenos días, Gus! –Saludó el mayor de los gemelos al baterista con excesiva alegría para ser tan temprano en la mañana, quien dio un paso con el terror pintado en el rostro no muy seguro si lo más raro de todo era verlo Tom al tomar el cartón de leche con una mano y el plato repleto de comida en otro y posarlos ambos frente al baterista—. Y sí, eres un entrometido.
El berrinche de Bill duró lo mismo que el magnífico desayuno sobre la mesa: Algo como dos horas. Ni mucho ni poco. El tiempo suficiente como para que el menor de los gemelos entendiera que no le iba a funcionar el hacerse el ofendido y en lugar de amargarse la tarde de manera miserable tomando un papel de víctima, optó por aparentar que nada había pasado y que todo iba bien.
Por ello, en la tarde, cuando Tom propuso un maratón de películas, accedió sin tratar de imponerse con alguna comedia romántico. O al menos lo intentó…
Con el tazón de palomitas de maíz recién hechas en la mano, casi se fue de espaldas al ver las primeras escenas de la primera película de la tarde.
—Ehm, Tom… Creo que se equivocaron en el videoclub. ¿Qué esa no es…? –Dejó el tazón sobre el sillón y se inclinó para tomar la caja donde iba el disco—. Sí, ‘Mira quién habla’.
—¿Hablan en serio? –Georg, que venía de la mano con Gustav, apenas oyó la noticia, se quejó—. Ni remedio, veremos alguna de las viejas películas de Bill. Y yo que pensaba que hoy nos librábamos de ver alguna cursi comedia romántica.
—¡Hey! Al menos es mejor que esta película.
—Alto los dos, esa es la que rivo gesto que Gustav entendió como “Por el bebé que llevas dentro, idiota” que ni en lo mínimo le pareció considerado.
—Tom, quiero café, no leche, gracias –fulminó con la mirada al mayor de los gemelos al arrebatarle la taza de café y tomar un sorbo largo de ella.
—¿En serio? Yo no lo creo. –Olvidando las buenas maneras, Tom se la arrebató de las manos por segunda ocasión y sin esperar un nuevo ataque, la vació en el fregadero, lo mismo que el tazón de la cafetera—. La leche es sana.
—Hey, yo quiero café –alegó Bill en cuanto vio el preciado líquido oscuro irse por la coladera.
—Si quieres, haz más –fue la corta respuesta de su gemelo—. Gustav no puede tomar café y no quiero que caiga en tentación si la cafetera está llena. Para él hay…
—Leche, ya entendí.
Gustav rodó los ojos. Ok, iba a jugar aquel jueguito. Ignorando la sonrisa de victoria de Tom, tomó de la leche que le tendió y comprobó extrañado que el sabor era más agradable de lo que recordaba. Sin darse cuenta, se bebió el vaso entero sin detenerse a respirar y al terminar un bigote de leche apareció sobre su labio superior. Limpiándoselo con la lengua, incluso aceptó una segunda dosis que Tom le sirvió acompañada de una pastilla de peculiar color azul.
—¿Qué, viagra? No gracias. –De pronto cayó en cuenta que eran las vitaminas prenatales que habían comprado la noche anterior—. Oh, ¿No hablarás en serio? –El bajista bebió un sorbo más de su leche y consideró el tirar la pastilla directo al bote de basura—. Tom…
—La doctora dijo que eran necesarias. No me hagas tener que mezclarla en tus alimentos o metértela como supositorio… —El baterista se sonrojo como nunca antes y sin más réplicas, se tomó la pastilla con un nuevo trago de leche—. Mucho mejor así. Ahora, a comer.
Sirviendo platillos al por mayor, en cuestión de segundos la mesa se vio repleta de una diversidad enorme de comidas. Los clásicos waflles con miel, tazones de fruta como mango, papaya, piña, manzana y melón cortadas, cereal de tipo integral y con granola, huevos cocinados de diferentes maneras; para rematar, incluso un poco helado sabor chocolate. De acompañamiento, al menos una torre de tostadas ya untadas de mantequilla, una variedad de al menos tres tipos de licuados que por los colores eran combinación de más de tres frutas.
—¿Esperas en serio que comamos todo eso? –Preguntó Bill al tomar un plato y comenzar a tomar un poco de todo—. Es demasiado.
—Para empezar… —Tom le quitó el plato a su gemelo y lo posó en las manos de Gustav, que lo sostuvo no muy seguro de si era lo correcto en vista de que Bill lo fulminaba con un par de ojos semejantes a metralletas— espero que Gustav sea el que coma todo esto. Si sobra, puedes tomar un poco.
—Nah, pues tomar lo que quieras, Bill –intentó aligerar el ambiente el baterista. Le devolvió el plato y esperó que eso funcionara—. Tom ha hecho como para un ejército así que podemos comer los cuatro sin problemas.
—¿Comer qué? –Entrando a la cocina con cara de apenas haberse levantado de la cama, estaba Georg—. Mierda, ¿Quién va a venir a desayunar? ¿O es que vamos a abrir un bufete?
—Van a desayunar Gustav y Tom –casi escupió Bill al dejar caer su plato sobre la mesa y salir de la habitación en grandes zancadas.
—Síndrome Premenstrual a la vista –ironizó Tom al tomar de nueva cuenta el plato desechado y proceder a llenarlo hasta los bordes y haciendo montañas con la comida—. Gus, ¿Cuántos waffles? –Georg arqueó una ceja y volteó a ver a Gustav que se encogió de hombros sin saber qué decir—. Olvídalo, comerás al menos cuatro. Sírvete un vaso más de leche y te llevaré la comida a la mesa—. Se detuvo para mirar como el baterista se quedaba en su sitio con una cara que expresaba lo poco que entendía—. Anda, con prisa.
—No quiero parecer entrometido, pero… —Empezó Georg tratando de no sonar molesto pero fallando miserablemente cuando su voz se tiñó de celos.
—Gustav tiene que comer sano, es todo –dijo Tom al tomar el cartón de leche con una mano y el plato repleto de comida en otro y posarlos ambos frente al baterista—. Y sí, eres un entrometido.
El berrinche de Bill duró lo mismo que el magnífico desayuno sobre la mesa: Algo como dos horas. Ni mucho ni poco. El tiempo suficiente como para que el menor de los gemelos entendiera que no le iba a funcionar el hacerse el ofendido y en lugar de amargarse la tarde de manera miserable tomando un papel de víctima, optó por aparentar que nada había pasado y que todo iba bien.
Por ello, en la tarde, cuando Tom propuso un maratón de películas, accedió sin tratar de imponerse con alguna comedia romántico. O al menos lo intentó…
Con el tazón de palomitas de maíz recién hechas en la mano, casi se fue de espaldas al ver las primeras escenas de la primera película de la tarde.
—Ehm, Tom… Creo que se equivocaron en el videoclub. ¿Qué esa no es…? –Dejó el tazón sobre el sillón y se inclinó para tomar la caja donde iba el disco—. Sí, ‘Mira quién habla’.
—¿Hablan en serio? –Georg, que venía de la mano con Gustav, apenas oyó la noticia, se quejó—. Ni remedio, veremos alguna de las viejas películas de Bill. Y yo que pensaba que hoy nos librábamos de ver alguna cursi comedia romántica.
—¡Hey! Al menos es mejor que esta película.
—Alto los dos, esa es la que renté –se defendió Tom—. ‘Mira quién habla’ es un clásico y pensé que podíamos pasar una divertida tarde con ella. Además –agregó al ver que Gustav se empezaba a poner de color morado a causa de la rabia— quiero ver algo que no haya visto ya antes cincuenta veces.
—Si lo dices por ‘Legalmente rubia’… —Se intentó defender Bill ante la certera indirecta que le saltó a la yugular—. Porque no fueron cincuenta.
—Como si cuarenta y nueve no fueran casi cincuenta. Ya, lo que sea, veamos esta. –Georg tomó el asiento de la esquina y se sentó con Gustav en el medio. Apenas acurrucarse un poco el uno sobre el otro, Tom se sentó en el espacio restante y Bill frunció el ceño al colocarse en el sillón de una plaza.
La película dio comienzo con su clásica escena de una carrera de espermatozoides persiguiendo un óvulo. En cuestión de segundos, todos olvidaron que aquella película era tan vieja como los dinosaurios y comenzaron a disfrutarla entre risas.
Todos excepto Gustav, que ni comió maíz tostado ni se sintió cómodo ante las casi programadas miradas que Tom, a un lado suyo, le daba. Más que relajarse o poderse concentrar en la trama, se sentía caminando por la cuerda floja a sabiendas de que la caída que le esperaba era mortal.
Lo sabía, Tom no era idiota o al menos no del tipo que lo podía perjudicar. …l no diría su secreto y en cuanto el lunes se aproximara podría olvidarse de aquello e ignorar que en algún momento en el pasado se sintieron así. Hasta entonces, quedaba tratar de actuar lo más normal posible. Casi forzado, recargó la cabeza sobre el hombro de Georg e intentó con toda su fuerza de voluntad prestar atención a la película que ya casi terminaba y que admitía, estaba divertida.
Media hora después, con el beso final y el crío diciendo ‘Papá’ a Bill le dio por soltar un suspiro amoroso que fue la señal de que la película había terminado y de que era hora de ver otra.
—Eso fue lindooo –canturreó Bill al estirarse desde su sitio y voltear a ver a los demás chicos—. Lo admito, no estuvo tan mal la película.
—Claro que no; joder, los bebés son geniales –dijo Tom y los demás le dirigieron gestos de incredulidad—. Hey, es cierto. Disculpen si soy el único aquí que quiere tener hijos algún día.
—Tom –gruñó Gustav, dispuesto a darle un puñetazo si se atrevía siquiera a dar una insinuación de su embarazo. Lo iba a colgar del farol de la luz que estaba en la entrada y a usarlo de piñata si se le escapaba cualquier palabra o insinuación.
—¿Y yo que estoy invisible o qué? –Replicó Bill con indignación—. Yo también quiero hijos Algún día. Cinco por lo menos. O seis y así tendré tres pares de gemelos.
—Sí claro, sueña Billy –se burló Georg con una amplia carcajada—. Antes tendremos hijos Gustav y yo, ¿no es así? –Le pasó el brazo por encima al rubio y Gustav rezó como un mantra una plegaría al cielo, al infierno y a los viejos dioses del Valhala que la tierra se abriera y se lo tragara—. Vamos, Gus, di que sí.
—No vale, no serían sus hijos de verdad –los acusó Bill con un dedo—. No es como si Gustav pudiera embarazarse y así el bebé fuera de ambos.
Lo que siguió fue un acceso de tos que no le dio a Gustav, sino a Tom que segundos antes bebía un refresco de Coca-Cola que se le atoró a la mitad del camino como un ladrillo. Bill ni se inmutó al ponerse de pie para darle unos golpecitos en la espalda y hacerlo recobrar la compostura.
—Dudo mucho que ustedes dos adoptaran y en vista de que Tom siempre usa condón con sus groupies, quedo yo como único posible candidato a ser el primer padre de la banda—. Sonrió—. Sólo falta encontrar a ‘La única’ y todos ustedes se convertirán en tíos de un precioso par de gemelas.
—Sueña, Billy –lo desdeñó Georg al abrazar más de cerca de Gustav—. Adoptar niños es un desastre. En todo caso, Gustav y yo podemos usar una madre sustituta usando nuestro… Nuestro… Ya saben, ‘elixir de la vida’ y quedarnos con el bebé.
—Tienes que admitirlo, Bill, ellos lo harán antes de que tú encuentres a la única –se burló Tom y Gustav captó un brilló en los ojos del mayor de los gemelos que para nada le agradó—. Chicos, sólo no olviden usar el ‘elixir de la vida’ –enfatizó con ambas manos al decir aquellas cuatro palabras— de Gustav.
—Sí, nadie quiere ver pequeños Georgies corriendo por la casa –secundó Bill—. ¿Se imaginan pequeñas copias de Gustav? Sería un bebé rubio con un malhumor del demonio si no nos levantamos a hacerle su biberón temprano.
—Ouch, cinco de la mañana… ¿No quieren mejor que los niños sean míos? –Dijo Georg al imaginarse de pie antes de que saliera el sol para atender a un bebé gruñón. A su lado, Gustav se encogió un poco y se sintió por toda la habitación—. Es broma, Gus. Tú sabes que el bebé tendría que ser tuyo.
—Sí, mejores genes –ayudó Bill—. Igual Georg lo amaría tanto que lo echaría a perder como si fuera suyo. Ya sabes que el quiere todo lo que venga de ti.
—Todo –repitieron los tres en coro para Gustav, en torno a una vieja broma de años atrás en la que la premisa rezaba: “Por Gusti Pooh, Georgie Pooh hace de todo. TODO.”
—A Georg le valdría un carajo que el niño no fuera suyo –comentó Tom al cabo de unos segundos y el color de la cara de Gustav se drenó fuera.
—Exacto. –Georg besó a Gustav en la mejilla e ignoró los sonidos obscenos que a los gemelos les dio por hacer—. Apenas vivamos fuera de esta casa y lejos de este par de locos tendremos nuestros hijos. Y no –miró a Tom y luego a Bill— serán gemelos, eso se los aseguro.
—Aburridooo, no sabes de lo que te pierdes con un par de encantadores gemelos –exclamó Bill al buscar otra película para ver en la bolsa de las cintas que Tom había rentado.
—Ya lo viví, gracias, no quiero más –desdeñó Georg, ajeno a la repentina seriedad que dominó a Gustav y que lo tenía sentado a su lado como piedra en el camino—. Pon la otra cinta que Tom trajo. Espero que esta sea mejor –rodó los ojos.
—Es mejor –dijo Tom como toda respuesta—. Sólo intenten no comer mucho mientras la vemos –comentó como de pasada. Segundos después, su comentario cobró significado.
—Oh Tomi, tienes que estar de broma. No podemos ver esto –refunfuñó Bill al sacar la caja del DVD y mostrar la grotesca portada. El título ya decía mucho: “Crónica de un embarazo: Meses cero al nueve”. La imagen de fondo era la de un quirófano y a juzga por la mujer sudorosa que cargaba un bulto bañado en sangre, aquello era un parto—. ¡Acabo de terminar de comer!
—Pensé que sería educativo ver eso en lugar de rentar ‘Mr. & Mrs. Smith’ por veinteava vez –se justificó el mayor de los gemelos—. Siempre quise saber como vienen los bebés al mundo.
—Ugh, eres un cerdo pervertido –gruñó Bill al dejar caer el CD y sacudirse las manos con asco—. Olvídalo, vamos a ver una de mis películas y no quiero oír quejas de tu parte.
—¡Bill! –Renegó su gemelo al verlo ponerse de pie y enfilar a su habitación.
—Lo siento, yo opino lo mismo que Bill –dijo Georg—. No es que no me interese, pero acabo de terminar de comer una pizza grande con anchoas y champiñones así que…
—¿Y tú, Gus? –Ignorando las palabras del bajista, Tom preguntó directo a Gustav que permanecía quieto contemplándose las manos sobre el regazo.
—Voy al baño –dijo sin más el baterista y en segundos la puerta del sanitario se cerró con fuerza excesiva, casi con furia.
—‘Spanglish’ con Adam Sandler, ¿Qué opinan? –Ajeno a la repentina huida de Gustav, Bill regresó la película mencionada en mano—. ¿Y Gus?
Gustav pasó el resto de la tarde malhumorado y alegando un dolor de cabeza que no se iba sin importar el número de aspirinas que tomara. Sin comportarse fuera de su yo habitual, despachó a Georg del cuarto diciendo que no quería arruinar su tarde haciéndolo quedarse con él. “Quizá estoy por atrapar un resfriado o algo así” dijo, y para darle realismo a sus palabras, fingió una sarta de estornudos.
Al dejar la habitación, Georg no lucía muy convencido, pero confiaba en Gustav casi con fe ciega. Si él decía estar bien, sólo cansado y posiblemente a punto de caer con alguna mala gripe, lo entendía. Con un último beso en los labios, apagó la luz y cerró la puerta tras de sí lo más silencioso posible.
Dentro del cuarto, Gustav soltó un largo y profundo suspiró que hizo eco. La verdad era que sí, la cabeza le daba tumbos, la mentira era que no, nada de aspirinas. ¿La razón? El empaque decía claramente ‘No usar en caso de embarazo o lactancia’ lo que lo hizo sentir mal frente al gabinete de las medicinas. A manera de cruel burla, el espejo del baño lo censuró por siquiera llegar a pensar en tomarse una.
Resignado, había optado por permanecer a oscuras y tratar de deshacerse de aquel dolor de cabeza lo más sano posible. Tom, al que al parecer ninguna de sus mínimas molestias se le escapaba, le había llevado un té de manzanilla que le aseguró obraría maravillas. Si lo admitía, Gustav sabía que el mayor de los gemelos estaba en lo correcto. Las palpitaciones que antes eran por toda la cabeza ahora sólo se concentraban justo encima de los ojos.
Le daban la oportunidad de permanecer recostado, pero también de dejar que su mala costumbre de pensar las cosas demasiado ocurriera.
En aquellos instantes, en lo único que podía concentrarse era en las palabras de Georg con respecto a la idea de algún día adoptar niños. O en todo caso, si era honesto con lo que en realidad lo tenía ansioso, con el hecho de que Georg había dicho que no le importaría tener bebés que sólo fueran de Gustav. Claro que la hipotética situación se planteaba usando a una desconocida madre sustituta que desaparecería de sus vidas apenas el parto ocurriera, no a Gustav cargando al bebé por nueve meses y siendo el padre Bushido, mejor conocido como la relación anterior antes de que Georg y Gustav estuvieran juntos. Preferible no considerar la opción que la única semejanza entre ambas historias era un bebé. Lo demás era lo que afectaba y hablando con honestidad, no era poca cosa.
Pensar en aquello sólo contribuía a un aumento del dolor de cabeza y Gustav se vio forzado a hacer un esfuerzo supremo por relajarse o le iba a dar una embolia.
Para colmo y no remediar nada, los dos golpes a su puerta que fueron acompañados por un cuerpo que se introdujo en la habitación, no ayudaron en lo más mínimo. Era Tom, con un vaso de agua y al parecer un par de pastillas para la migraña.
—No voy a tomar eso –murmuró por lo bajo el baterista al hundir el rostro en la almohada. Lo suyo era ridículo: Cuidar la salud de un bebé que iba a abortar el lunes de la siguiente semana, porque lastimarlo de cualquier otro modo le parecía imperdonable. Era lo menos que podía hacer siendo que en un par de días lo iba a exterminar de una vida que nunca lograría tener.
—Llamé a la doctora Dörfler y me dijo que podías tomar una de estas cada doce horas. Toma. –Gustav hesitó un poco antes de tomar la pastilla y deglutirla con un poco de agua que le corrió por la barbilla—. Sé que no tomaste las aspirinas, ¿Por qué?
—Contraindicaciones –dijo el baterista como toda respuesta—. Le podía hacer daño al… —Se mordió la lengua para no decir el ‘bebé’ porque en su opinión, darle nombre a algo era permitirle existir y él mismo no podía dejar eso pasar. Por el bien de no sólo su vida o la relación que mantenía con Georg, sino por la banda entera—. Las instrucciones decían que no era recomendable hacerlo.
—Quieres conservar al bebé… —La voz de Tom se quebró y tuvo que recomponerse antes de seguir—. O al menos no lo quieres lastimar, Gus. Sé que lo quieres conservar, aún estamos a tiempo…
—¿’Estamos’? –Gustav estalló—. No, Tom, no ‘estamos’. El que está a tiempo soy yo y no quiero. No quiero y no… No puedo hacer esto solo. –Tom pareció dispuesto a abrir la boca, pero Gustav lo silenció cabeceando en negación ante cualquier argumento que quisiera usar—. Detén lo que sea que quieras decir para convencerme porque no va a funcionar. Yo necesito alguien que esté conmigo como pareja…
—Georg dijo…
—Georg dice muchas cosas sin pensarlo. No es lo mismo. –Gustav arrugó la nariz ante una punzada en la cabeza especialmente dolorosa que lo hizo ver puntos luminosos detrás de los párpados—. No voy a tener a este bebé y es mejor que me deshaga de él antes de que… —Quiso decir ‘antes de sea más difícil de lo que ya es’ pero se cortó. Por el gesto que Tom mantenía, supo que él entendía lo que flotaba en el aire—. No es correcto tener un hijo. Todavía estoy a tiempo de no tenerlo y elijo tomar esa opción.
—Te estás comportando como un idiota. Un cobarde. Si tan poco te preocupa tu hijo, por favor, toma aspirinas –dijo Tom sin dar media vuelta y salir de la habitación.
Gustav, que ya no podía soportar más, dejó salir un sollozo apagado que no supo si era debido a las duras palabras o al dolor de cabeza que crecía en intensidad.
—… Y le dije que no. ¿Un hijo? Bah, ni siquiera estaba seguro si era mío.
—Hummm… —Es la única respuesta de Gustav ante las palabras de Bushido. Picotea un poco del par de huevos estrellados que el rapero ha preparado como desayuno y espera que el fin de la historia no esté muy lejano. Ya se ha cambiado de ropa y las ansías de regresar con los chicos de la banda lo matan. Extraña a Georg como nunca—. ¿Y luego, qué pasó?
—Luego le pagué para abortarlo. –Bushido hace un ruidito despectivo entre labios mientras toma de su taza de café negro, ‘nada de azúcar, nada de crema, porque eso es para maricas’—. Seguimos un par de meses juntos, pero ya no era lo mismo. Luego ella se mudó a otra ciudad y no la volví a ver. Lindo trasero —agrega—, también lindas tetas; un bebé la habría arruinado. Lo que teníamos no daba para tanto, ¿Sabes? Con las relaciones y los hijos, uno debe de tener cuidado. Mantenerlos separados de ser posible –bromeó.
Gustav no tuvo ni como sonreír ante tan triste idea.
—¿Gus, eres tú? –Con la voz espesa por el sueño, Georg caminó por la sala hasta darse justo en el dedo pequeño del pie con el borde puntiagudo de una mesa—. ¡Oh, mierda! Duele, duele…
—Ten cuidado –es la monótona respuesta del rubio. Tiene sentado en el mismo lugar dos horas y dado que la madrugada ya apunta al amanecer, su voz se aprecia ronca.
—¿Qué haces despierto a las… ¡No puede ser, a las cuatro de la mañana!? –El bajista se sentó al lado de Gustav y tocó su frente para ver si había indicios de fiebre—. No estás caliente –murmuró al abrazarlo más de cerca y oler un poco su cabello corto—. ¿Te sientes mal? ¿Cómo va el dolor de cabeza?
—Nah, no es nada. Sólo… —Con control remoto en la mano, Gustav se encogió de hombros y señaló la televisión encendida— no me sentía con ánimos como para dormir.
—¿Y por eso te quedaste viendo…? –La mueca de Georg al darse cuenta de lo que Gustav veía a semejantes horas en la madrugada era total—. No me digas que eso es un bebé…
Ambos contemplaron con morbosa fascinación el proceso de parto que ocurría casi en cámara lenta a través de la pantalla. Una mujer que lucía como si estuviera dando a luz una sandía y no un crío de tres ó cuatro kilos, chilló con toda la fuerza de sus pulmones y congeló el aire en la oscura sala. Presa del terror, Georg sujetó la mano de Gustav que no dijo nada y así ambos terminaron de ver el video que horas antes Tom había traído para ver y que por unanimidad habían desechado. Ahora las razones parecían evidentes.
—Me alegro de ser hombre –afirmó Georg apenas la los créditos de la cinta comenzaron a aparecer—. No sé porque te ha dado por ver esta cinta tan tarde y tan de la nada, pero… —Se estremeció –si querías me podrías haber despertado y verla juntos.
Gustav se recargó contra el bajista. Aún entrelazados sus dedos, dudó un poco antes de atreverse a preguntar.
—¿De verdad querrías pequeños Gustavs corriendo por la casa? ¿O preferirías que fueran tus hijos?
—Buena pregunta… —El mayor se mordió el labio inferior antes de contestar—. ¿Honestamente, no? –Gustav asintió con solemnidad—. ¿Qué tal de ambos? Podríamos intentar tener la pareja sin tener que sufrir con otro par de gemelos. Podemos ir al mercado de las madres sustitutas y elegir un par para que tengan a nuestros hijos –bromeó.
—Seh –el rubio se sumió en aquella espléndida idea. Tener hijos no lo aterraba si se planteaba de aquella idílica manera.
—En un par de años será perfecto tener una casa con un enorme jardín, unas cuantas mascotas y unos dos o tres niños que nos levanten los sábados en la mañana para ver las caricaturas con ellos.
—Genial –susurró Gustav. La sonrisa que se dibujó en sus labios fue genuina. Un par de años en el futuro le parecían el tiempo correcto precisamente porque no era un tiempo cercano, uno definido y por obvias razones, uno que tenía que enfrentar en el presente.
—¿Nos vamos a dormir? –De pie, esperando con la mano extendida a que Gustav decidiera ir a la cama, Georg igualmente sonreía.
Enfilando a la habitación que compartían, fue el bajista el que detuvo su caminar. –Espero no tener pesadillas por esa película.
El rubio cerró los ojos. –Espero yo tampoco tener pesadillas al respecto…
Nada nuevo, o no hasta que Bill optó por dejar de jalarle las rastas a Tom para comprimirlo en un abrazo tan estrecho que de haber durado un poco más, el mayor de los gemelos habría tenido que recibir primeros auxilios por hipoxia.
—Idiota –sollozaba Bill aferrando a su gemelo con uñas y dientes como si la vida se le fuera en ello—, jamás, ¿me oyes?, jamás te atrevas a desaparecer sin más. No sin una nota, no sin llevarme contigo. No tienes permiso a hacerlo. No me puedes dejar –gimoteó entre lágrimas conforme aligeraba un poco su abrazo para en su lugar proceder a besar el rostro de su gemelo con suavidad—. Jamás, ¿Lo entiendes? Hablo en serio, Tomi.
—Sólo fuimos a… —Tom abrió la boca en espera de que el cielo se partiera en dos y la iluminación divina le diera una mentira creíble para salirse con la suya.
—Tomar un par de cervezas –secundó Gustav—. El calor de la temporada hizo que se me antojaran… —Ignoró el gesto incrédulo de Bill que a sabiendas del clima con grados bajo cero, no se tragó aquello—. Bien, bien, no cerveza, sólo… Me apetecía salir.
—Pues ve tú solo. –Se aferró más a Tom que experimentó un segundo intento de asfixia antes de recuperarse del primero—. O con Georg. Tom es mío.
—¿Tuyo? Oh Bill, no exageres…
—No exagero, es que…
Gustav, que por otro lado nada tenía que ver con aquello, se escabulló silencioso hacía el dormitorio que él y Georg compartían en el segundo piso. Si aquel par querían discutir, adelante; Gustav lo que quería era recostarse sobre la cama con Georg a un lado y caer muerto. Ya no aguantaba las emociones del día, una más y quedaría extenuado.
Apenas abrir la puerta y ajustar los ojos a la patente oscuridad que reinaba en la habitación, supo que algo andaba mal. Por regla general, Georg jamás se iba a dormir sin él. Luces apagadas y bulto en la cama no hacían mella a aquel conocimiento. Dejaba una segunda opción: El bajista estaba enojado. Furioso si cabía decir, que la discusión del piso inferior no le arrancó un sonoro ronquido, sino un ruidito desaprobatorio que expresaba lo que sentía.
Conteniéndose las ganas de darse de cabeza contra el muro un par de veces, Gustav se descalzó, lanzó la ropa sin ganas por la habitación y de gatas, se colocó sobre la figura oscura que descansaba en uno de los costados de la cama falsamente roncando.
—Georg… —Le picó en un costado para ver que se retorcía sin palabras—. Anda, sé que estás despierto. Terminemos esta… —Arrugó la nariz –pelea y durmamos en paz.
—No estamos en una pelea, Gus –murmuró la voz desde debajo de los cobertores—. Ni siquiera sé si estoy enojado.
—Ah… —Ante aquello, Gustav se quedó sin saber cómo actuar. ¿Si no estaba enojado entonces qué era? No esperaba otro sentimiento que no fuera la ira asesina—. Lo siento –tanteó en espera de haber acertado, pero en su lugar recibió un suspiro largo y cansado—. ¿Qué?
—¿Por qué te disculpas? –Georg asomó la cabeza al fin para demostrar que no se escondía. En su cara se hacía patente la preocupación—. No es como si me tuvieras que dar explicaciones de haber salido…
—Ah… —Dijo de nuevo Gustav al apartarse para que Georg se pudiera sentar y entrando en razón. Georg estaba celoso. Como confirmación de sus palabras, el bajista carraspeó un par de veces antes de preguntar lo que era obvio se moría por formular desde que Gustav entró en la habitación.
—Tom también se fue e la tarde, ejem, ¿Acaso ustedes dos…?
—Sí, sí, estábamos juntos –repuso Gustav, no queriendo ir muy lejos—. Yo le pedí que me acompañara y no, nada pasó. Quería salir, Tom también y salimos. –Trató de aligerar la tensión en el aire acercándose al bajista y besando sus labios con una suave dulzura—. ¿Por qué? ¿Celoso?
—Jamás –afirmó el mayor con las mejillas del color de la grana—. Y este… ¿A dónde fueron? ¿Qué hicieron ahí? —Hesitó un segundo—. ¿Por qué volvieron tan tarde? Pudiste haber llamado y avisar.
Gustav ignoró sus preguntas al darle un nuevo beso, esta vez con renovados bríos, abriendo los labios un poco en una clara invitación de profundizar aquella tierna caricia. El leve contacto entre sus bocas aumentó en pasión y temperatura cuando un abrazo se hizo presente y los dos cayeron sobre el colchón entrelazos y ansiosos por continuar.
Dispuesto a hacer todo lo posible para dejar el tema anterior enterrado, Gustav se apresuró a desabotonar la camisa de dormir de Georg que no puso objeción mientras su cuello era recorrido con tenues besos de mariposa a lo largo de la yugular.
Apenas se vio despojado de la prenda superior, rodó con Gustav hasta intercambiar posiciones quedando el arriba y el rubio tendido sobre su espalda con los bóxers como única barrera entre la desnudez. No le dio tiempo de contemplarlo pues apenas se vio recostado entre las almohadas, el rubio usó ambas manos para ayudarse a desnudar al bajista que alzó las caderas para dejar que los pantalones del pijama se deslizaran por sus piernas.
—No pensé que estuvieras tan ansioso –murmuró al presionar sus entrepiernas juntas y moverse al comprobar que sus erecciones se encontraban incluso a través de la tela—. Teníamos tanto sin, ¡Ah!
—No tanto –replicó el baterista en un ronroneo bajo al arquear la espalda para un contacto más cercano. Contuvo un grito de sorpresa al sentir la mano rebasar la línea elástica de su ropa interior y cerrarse en torno a su turgente miembro.
—Mucho, mucho, mucho tiempo… —Siguió Georg al masturbar a Gustav con una lentitud que rozaba el borde de la crueldad—. Siempre estás cansado o con sueño; teníamos una semana sin esto… —Sin reproche en su voz, besó los entreabiertos labios del baterista—. No importa si no lo hacemos esta noche, pero de verdad extrañaba este tipo de cercanía…
Gustav no pudo evitar la sonrisa triste que se le formó en el rostro. Cierto, con el pretexto del exceso de trabajo, de estar agotado o con los ojos pegados el uno al otro, había rechazado cualquier tipo de contacto que no fuera un beso y un abrazo antes de caer dormido por doce horas.
—Lo siento –dijo por segunda vez en la noche, con voz contraída, mientras se venía en la mano de Georg. Largos jadeos que consumieron sus reservas de aire antes de poderse explicar—. Por ser egoísta.
—Perdonado. Ahora… —Georg agitó frente a Gustav la mano húmeda— hay que limpiar.
—Ven acá… —Tomando la punta de un dedo entre los labios, Gustav succionó—. ¿Quieres que lo limpie todo? –Escuchó un sonoro ‘gulp’—. Tomaré eso como un sí.
Un par de horas más tarde, casi esperando la salida del sol, Gustav se permitió relajarse por completo en la cama. Georg ya dormía desde al menos una hora atrás, extenuado como lo estaba él tras haber recuperado las semanas anteriores de agotamiento en una sola noche. Sólo recordarlo le ocasionaba un delicioso dolor de estómago que nada tenía de malo.
Aún con un saludable sonrojo esparcido a lo largo y ancho de la piel, Gustav se abrazó más a Georg que inconsciente hundió la nariz en la nuca de su amante y respiro aire tibio ahí, enviando piel de gallina por todo el cuerpo del rubio. Si aquello era el paraíso, Gustav no lo iba a poner en duda. Todo era calma y tranquilidad… O al menos lo fue hasta que casi caer dormir, sintió una oleada de náuseas que le fue imposible reprimir.
Diferente al último mes, se levantó y rumbo al baño, contó los días que faltaban para el siguiente lunes. Vomitó y por primera vez desde el inicio, se sintió aliviado en una forma perversa.
Mientras pudiera permanecer con Georg, soportaría lo demás.
Apagando el despertador que sonó esa mañana a las siete en punto, Tom se sentó en el borde del colchón en un patético intento por no caer de vuelta contra la almohada. Siendo vacaciones, la hora que su cuerpo consideraba correcta para levantarse, era pasado el mediodía, no cuando el cielo despuntaba y los gallos cantaban.
Como fuera, Tom ignoró su reloj biológico por razones más altruistas. Dándose un par de leves cachetadas sobre ambas mejillas consideró el ir al baño para orinar y lavarse el rostro con suficiente agua fría como para pertenecer al mundo de los vivos.
Tanteando el suelo con los pies en búsqueda de las pantuflas, casi saltó fuera de su piel al sentir una mano cerrarse en torno su brazo. Con ojos aún entrecerrados, localizó la figura de su gemelo que yacía a la mitad de la cama con aspecto de también haber sido despertado a una hora que no le correspondía.
—¿A dónde vas? –Preguntó el menor tratando de contener un bostezo—. Son apenas las siete, vuelve a la cama, Tomi… Nos acabamos de acostar.
Tom se preguntó por un segundo qué demonios hacía Bill en su cama. Los eventos de unas horas antes se le mezclaban en la memoria como borrosos. Recordaba haber llegado con Gustav y los gritos de Bill al respecto. También tenía presente la pelea ocurrida y las disculpas con las que el asunto quedó olvidado, pero se le escurría el elemento clave en ese cuadro: ¿Por qué Bill estaba en su cama?
En lugar de atormentarse por ello porque a fin de cuentas no le importaba realmente, no dijo nada. Descalzo, rindiéndose al fin de encontrar sus pantuflas que probablemente estaban perdidas en el desastre que reinaba debajo de la cama, caminó con una mueca dado lo helado del suelo, rumbo al baño. Sin molestarse en cerrar la puerta pues no esperaba que Bill lo siguiera, orinó y se lavó las manos a velocidad mínima. El adormecimiento que experimentaba lo tenía tambaleándose por el esfuerzo de permanecer consciente.
Contemplándose un segundo en el espejo del gabinete del baño, tomó la pasta y el cepillo de dientes para proceder a alistarse. Su cuerpo le pedía casi de manera agresiva que regresara a la tibieza de la cama, pero su conciencia le decía lo contrario.
En un plan elaborado con desesperación, Tom planeaba ir directo a la cocina a hacer desayuno, un buen desayuno, y hacer que Gustav se lo comiera. No tenía esperanza alguna de lograr que el rubio olvidara la idea de abortar su bebé, pero sí de retrasarlo lo más posible. Adormilado, pensaba que si lograba hacerlo dudar hasta el día del parto, todo iría bien.
—¿Tomi? –En el marco de la puerta y usando las pantuflas que en un inicio Tom había buscado, estaba Bill—. La cama se siente helada sin ti… —Su labio inferior tembló un poco y Tom se encontró preguntándose no sólo la razón de que hubieran dormido juntos, sino de esa repentina dependencia.
—Voy a ir a la cocina –dijo sin tratar de mentir. Era obvio que no podía explicarle a su gemelo las razones de porqué iba a hacer un desayuno saludable siendo que él se contentaba con comer restos de comida rápida que quedaran en el refrigerador, así que en su lugar comenzó a vestirse con las ropas del día.
Bill, sin moverse de su lugar, arrugó el ceño.
—Mmm… Mmm… —Oliendo algo delicioso, Gustav se incorporó a medias del abrazo estrecho que mantenía con Georg, ambos aún bajo las cobijas y dormidos. O dormido el bajista, que Gustav apenas abrió los ojos, entendió que o comía lo que fuera que oliera tan delicioso o no podría volver al país de los sueños.
Sin molestarse en lo helado del suelo, se apresuró rumbo a la cocina para casi irse de espaldas ante el espectáculo de Tom con un mandil y espátula en mano, trabajando frente a la estufa sumido en profunda concentración. Sentado en una silla al lado de la barra, Bill con una cara de puro fastidio.
—Ah, ¡Buenos días, Gus! –Saludó el mayor de los gemelos al baterista con excesiva alegría para ser tan temprano en la mañana, quien dio un paso con el terror pintado en el rostro no muy seguro si lo más raro de todo era verlo Tom al tomar el cartón de leche con una mano y el plato repleto de comida en otro y posarlos ambos frente al baterista—. Y sí, eres un entrometido.
El berrinche de Bill duró lo mismo que el magnífico desayuno sobre la mesa: Algo como dos horas. Ni mucho ni poco. El tiempo suficiente como para que el menor de los gemelos entendiera que no le iba a funcionar el hacerse el ofendido y en lugar de amargarse la tarde de manera miserable tomando un papel de víctima, optó por aparentar que nada había pasado y que todo iba bien.
Por ello, en la tarde, cuando Tom propuso un maratón de películas, accedió sin tratar de imponerse con alguna comedia romántico. O al menos lo intentó…
Con el tazón de palomitas de maíz recién hechas en la mano, casi se fue de espaldas al ver las primeras escenas de la primera película de la tarde.
—Ehm, Tom… Creo que se equivocaron en el videoclub. ¿Qué esa no es…? –Dejó el tazón sobre el sillón y se inclinó para tomar la caja donde iba el disco—. Sí, ‘Mira quién habla’.
—¿Hablan en serio? –Georg, que venía de la mano con Gustav, apenas oyó la noticia, se quejó—. Ni remedio, veremos alguna de las viejas películas de Bill. Y yo que pensaba que hoy nos librábamos de ver alguna cursi comedia romántica.
—¡Hey! Al menos es mejor que esta película.
—Alto los dos, esa es la que rivo gesto que Gustav entendió como “Por el bebé que llevas dentro, idiota” que ni en lo mínimo le pareció considerado.
—Tom, quiero café, no leche, gracias –fulminó con la mirada al mayor de los gemelos al arrebatarle la taza de café y tomar un sorbo largo de ella.
—¿En serio? Yo no lo creo. –Olvidando las buenas maneras, Tom se la arrebató de las manos por segunda ocasión y sin esperar un nuevo ataque, la vació en el fregadero, lo mismo que el tazón de la cafetera—. La leche es sana.
—Hey, yo quiero café –alegó Bill en cuanto vio el preciado líquido oscuro irse por la coladera.
—Si quieres, haz más –fue la corta respuesta de su gemelo—. Gustav no puede tomar café y no quiero que caiga en tentación si la cafetera está llena. Para él hay…
—Leche, ya entendí.
Gustav rodó los ojos. Ok, iba a jugar aquel jueguito. Ignorando la sonrisa de victoria de Tom, tomó de la leche que le tendió y comprobó extrañado que el sabor era más agradable de lo que recordaba. Sin darse cuenta, se bebió el vaso entero sin detenerse a respirar y al terminar un bigote de leche apareció sobre su labio superior. Limpiándoselo con la lengua, incluso aceptó una segunda dosis que Tom le sirvió acompañada de una pastilla de peculiar color azul.
—¿Qué, viagra? No gracias. –De pronto cayó en cuenta que eran las vitaminas prenatales que habían comprado la noche anterior—. Oh, ¿No hablarás en serio? –El bajista bebió un sorbo más de su leche y consideró el tirar la pastilla directo al bote de basura—. Tom…
—La doctora dijo que eran necesarias. No me hagas tener que mezclarla en tus alimentos o metértela como supositorio… —El baterista se sonrojo como nunca antes y sin más réplicas, se tomó la pastilla con un nuevo trago de leche—. Mucho mejor así. Ahora, a comer.
Sirviendo platillos al por mayor, en cuestión de segundos la mesa se vio repleta de una diversidad enorme de comidas. Los clásicos waflles con miel, tazones de fruta como mango, papaya, piña, manzana y melón cortadas, cereal de tipo integral y con granola, huevos cocinados de diferentes maneras; para rematar, incluso un poco helado sabor chocolate. De acompañamiento, al menos una torre de tostadas ya untadas de mantequilla, una variedad de al menos tres tipos de licuados que por los colores eran combinación de más de tres frutas.
—¿Esperas en serio que comamos todo eso? –Preguntó Bill al tomar un plato y comenzar a tomar un poco de todo—. Es demasiado.
—Para empezar… —Tom le quitó el plato a su gemelo y lo posó en las manos de Gustav, que lo sostuvo no muy seguro de si era lo correcto en vista de que Bill lo fulminaba con un par de ojos semejantes a metralletas— espero que Gustav sea el que coma todo esto. Si sobra, puedes tomar un poco.
—Nah, pues tomar lo que quieras, Bill –intentó aligerar el ambiente el baterista. Le devolvió el plato y esperó que eso funcionara—. Tom ha hecho como para un ejército así que podemos comer los cuatro sin problemas.
—¿Comer qué? –Entrando a la cocina con cara de apenas haberse levantado de la cama, estaba Georg—. Mierda, ¿Quién va a venir a desayunar? ¿O es que vamos a abrir un bufete?
—Van a desayunar Gustav y Tom –casi escupió Bill al dejar caer su plato sobre la mesa y salir de la habitación en grandes zancadas.
—Síndrome Premenstrual a la vista –ironizó Tom al tomar de nueva cuenta el plato desechado y proceder a llenarlo hasta los bordes y haciendo montañas con la comida—. Gus, ¿Cuántos waffles? –Georg arqueó una ceja y volteó a ver a Gustav que se encogió de hombros sin saber qué decir—. Olvídalo, comerás al menos cuatro. Sírvete un vaso más de leche y te llevaré la comida a la mesa—. Se detuvo para mirar como el baterista se quedaba en su sitio con una cara que expresaba lo poco que entendía—. Anda, con prisa.
—No quiero parecer entrometido, pero… —Empezó Georg tratando de no sonar molesto pero fallando miserablemente cuando su voz se tiñó de celos.
—Gustav tiene que comer sano, es todo –dijo Tom al tomar el cartón de leche con una mano y el plato repleto de comida en otro y posarlos ambos frente al baterista—. Y sí, eres un entrometido.
El berrinche de Bill duró lo mismo que el magnífico desayuno sobre la mesa: Algo como dos horas. Ni mucho ni poco. El tiempo suficiente como para que el menor de los gemelos entendiera que no le iba a funcionar el hacerse el ofendido y en lugar de amargarse la tarde de manera miserable tomando un papel de víctima, optó por aparentar que nada había pasado y que todo iba bien.
Por ello, en la tarde, cuando Tom propuso un maratón de películas, accedió sin tratar de imponerse con alguna comedia romántico. O al menos lo intentó…
Con el tazón de palomitas de maíz recién hechas en la mano, casi se fue de espaldas al ver las primeras escenas de la primera película de la tarde.
—Ehm, Tom… Creo que se equivocaron en el videoclub. ¿Qué esa no es…? –Dejó el tazón sobre el sillón y se inclinó para tomar la caja donde iba el disco—. Sí, ‘Mira quién habla’.
—¿Hablan en serio? –Georg, que venía de la mano con Gustav, apenas oyó la noticia, se quejó—. Ni remedio, veremos alguna de las viejas películas de Bill. Y yo que pensaba que hoy nos librábamos de ver alguna cursi comedia romántica.
—¡Hey! Al menos es mejor que esta película.
—Alto los dos, esa es la que renté –se defendió Tom—. ‘Mira quién habla’ es un clásico y pensé que podíamos pasar una divertida tarde con ella. Además –agregó al ver que Gustav se empezaba a poner de color morado a causa de la rabia— quiero ver algo que no haya visto ya antes cincuenta veces.
—Si lo dices por ‘Legalmente rubia’… —Se intentó defender Bill ante la certera indirecta que le saltó a la yugular—. Porque no fueron cincuenta.
—Como si cuarenta y nueve no fueran casi cincuenta. Ya, lo que sea, veamos esta. –Georg tomó el asiento de la esquina y se sentó con Gustav en el medio. Apenas acurrucarse un poco el uno sobre el otro, Tom se sentó en el espacio restante y Bill frunció el ceño al colocarse en el sillón de una plaza.
La película dio comienzo con su clásica escena de una carrera de espermatozoides persiguiendo un óvulo. En cuestión de segundos, todos olvidaron que aquella película era tan vieja como los dinosaurios y comenzaron a disfrutarla entre risas.
Todos excepto Gustav, que ni comió maíz tostado ni se sintió cómodo ante las casi programadas miradas que Tom, a un lado suyo, le daba. Más que relajarse o poderse concentrar en la trama, se sentía caminando por la cuerda floja a sabiendas de que la caída que le esperaba era mortal.
Lo sabía, Tom no era idiota o al menos no del tipo que lo podía perjudicar. …l no diría su secreto y en cuanto el lunes se aproximara podría olvidarse de aquello e ignorar que en algún momento en el pasado se sintieron así. Hasta entonces, quedaba tratar de actuar lo más normal posible. Casi forzado, recargó la cabeza sobre el hombro de Georg e intentó con toda su fuerza de voluntad prestar atención a la película que ya casi terminaba y que admitía, estaba divertida.
Media hora después, con el beso final y el crío diciendo ‘Papá’ a Bill le dio por soltar un suspiro amoroso que fue la señal de que la película había terminado y de que era hora de ver otra.
—Eso fue lindooo –canturreó Bill al estirarse desde su sitio y voltear a ver a los demás chicos—. Lo admito, no estuvo tan mal la película.
—Claro que no; joder, los bebés son geniales –dijo Tom y los demás le dirigieron gestos de incredulidad—. Hey, es cierto. Disculpen si soy el único aquí que quiere tener hijos algún día.
—Tom –gruñó Gustav, dispuesto a darle un puñetazo si se atrevía siquiera a dar una insinuación de su embarazo. Lo iba a colgar del farol de la luz que estaba en la entrada y a usarlo de piñata si se le escapaba cualquier palabra o insinuación.
—¿Y yo que estoy invisible o qué? –Replicó Bill con indignación—. Yo también quiero hijos Algún día. Cinco por lo menos. O seis y así tendré tres pares de gemelos.
—Sí claro, sueña Billy –se burló Georg con una amplia carcajada—. Antes tendremos hijos Gustav y yo, ¿no es así? –Le pasó el brazo por encima al rubio y Gustav rezó como un mantra una plegaría al cielo, al infierno y a los viejos dioses del Valhala que la tierra se abriera y se lo tragara—. Vamos, Gus, di que sí.
—No vale, no serían sus hijos de verdad –los acusó Bill con un dedo—. No es como si Gustav pudiera embarazarse y así el bebé fuera de ambos.
Lo que siguió fue un acceso de tos que no le dio a Gustav, sino a Tom que segundos antes bebía un refresco de Coca-Cola que se le atoró a la mitad del camino como un ladrillo. Bill ni se inmutó al ponerse de pie para darle unos golpecitos en la espalda y hacerlo recobrar la compostura.
—Dudo mucho que ustedes dos adoptaran y en vista de que Tom siempre usa condón con sus groupies, quedo yo como único posible candidato a ser el primer padre de la banda—. Sonrió—. Sólo falta encontrar a ‘La única’ y todos ustedes se convertirán en tíos de un precioso par de gemelas.
—Sueña, Billy –lo desdeñó Georg al abrazar más de cerca de Gustav—. Adoptar niños es un desastre. En todo caso, Gustav y yo podemos usar una madre sustituta usando nuestro… Nuestro… Ya saben, ‘elixir de la vida’ y quedarnos con el bebé.
—Tienes que admitirlo, Bill, ellos lo harán antes de que tú encuentres a la única –se burló Tom y Gustav captó un brilló en los ojos del mayor de los gemelos que para nada le agradó—. Chicos, sólo no olviden usar el ‘elixir de la vida’ –enfatizó con ambas manos al decir aquellas cuatro palabras— de Gustav.
—Sí, nadie quiere ver pequeños Georgies corriendo por la casa –secundó Bill—. ¿Se imaginan pequeñas copias de Gustav? Sería un bebé rubio con un malhumor del demonio si no nos levantamos a hacerle su biberón temprano.
—Ouch, cinco de la mañana… ¿No quieren mejor que los niños sean míos? –Dijo Georg al imaginarse de pie antes de que saliera el sol para atender a un bebé gruñón. A su lado, Gustav se encogió un poco y se sintió por toda la habitación—. Es broma, Gus. Tú sabes que el bebé tendría que ser tuyo.
—Sí, mejores genes –ayudó Bill—. Igual Georg lo amaría tanto que lo echaría a perder como si fuera suyo. Ya sabes que el quiere todo lo que venga de ti.
—Todo –repitieron los tres en coro para Gustav, en torno a una vieja broma de años atrás en la que la premisa rezaba: “Por Gusti Pooh, Georgie Pooh hace de todo. TODO.”
—A Georg le valdría un carajo que el niño no fuera suyo –comentó Tom al cabo de unos segundos y el color de la cara de Gustav se drenó fuera.
—Exacto. –Georg besó a Gustav en la mejilla e ignoró los sonidos obscenos que a los gemelos les dio por hacer—. Apenas vivamos fuera de esta casa y lejos de este par de locos tendremos nuestros hijos. Y no –miró a Tom y luego a Bill— serán gemelos, eso se los aseguro.
—Aburridooo, no sabes de lo que te pierdes con un par de encantadores gemelos –exclamó Bill al buscar otra película para ver en la bolsa de las cintas que Tom había rentado.
—Ya lo viví, gracias, no quiero más –desdeñó Georg, ajeno a la repentina seriedad que dominó a Gustav y que lo tenía sentado a su lado como piedra en el camino—. Pon la otra cinta que Tom trajo. Espero que esta sea mejor –rodó los ojos.
—Es mejor –dijo Tom como toda respuesta—. Sólo intenten no comer mucho mientras la vemos –comentó como de pasada. Segundos después, su comentario cobró significado.
—Oh Tomi, tienes que estar de broma. No podemos ver esto –refunfuñó Bill al sacar la caja del DVD y mostrar la grotesca portada. El título ya decía mucho: “Crónica de un embarazo: Meses cero al nueve”. La imagen de fondo era la de un quirófano y a juzga por la mujer sudorosa que cargaba un bulto bañado en sangre, aquello era un parto—. ¡Acabo de terminar de comer!
—Pensé que sería educativo ver eso en lugar de rentar ‘Mr. & Mrs. Smith’ por veinteava vez –se justificó el mayor de los gemelos—. Siempre quise saber como vienen los bebés al mundo.
—Ugh, eres un cerdo pervertido –gruñó Bill al dejar caer el CD y sacudirse las manos con asco—. Olvídalo, vamos a ver una de mis películas y no quiero oír quejas de tu parte.
—¡Bill! –Renegó su gemelo al verlo ponerse de pie y enfilar a su habitación.
—Lo siento, yo opino lo mismo que Bill –dijo Georg—. No es que no me interese, pero acabo de terminar de comer una pizza grande con anchoas y champiñones así que…
—¿Y tú, Gus? –Ignorando las palabras del bajista, Tom preguntó directo a Gustav que permanecía quieto contemplándose las manos sobre el regazo.
—Voy al baño –dijo sin más el baterista y en segundos la puerta del sanitario se cerró con fuerza excesiva, casi con furia.
—‘Spanglish’ con Adam Sandler, ¿Qué opinan? –Ajeno a la repentina huida de Gustav, Bill regresó la película mencionada en mano—. ¿Y Gus?
Gustav pasó el resto de la tarde malhumorado y alegando un dolor de cabeza que no se iba sin importar el número de aspirinas que tomara. Sin comportarse fuera de su yo habitual, despachó a Georg del cuarto diciendo que no quería arruinar su tarde haciéndolo quedarse con él. “Quizá estoy por atrapar un resfriado o algo así” dijo, y para darle realismo a sus palabras, fingió una sarta de estornudos.
Al dejar la habitación, Georg no lucía muy convencido, pero confiaba en Gustav casi con fe ciega. Si él decía estar bien, sólo cansado y posiblemente a punto de caer con alguna mala gripe, lo entendía. Con un último beso en los labios, apagó la luz y cerró la puerta tras de sí lo más silencioso posible.
Dentro del cuarto, Gustav soltó un largo y profundo suspiró que hizo eco. La verdad era que sí, la cabeza le daba tumbos, la mentira era que no, nada de aspirinas. ¿La razón? El empaque decía claramente ‘No usar en caso de embarazo o lactancia’ lo que lo hizo sentir mal frente al gabinete de las medicinas. A manera de cruel burla, el espejo del baño lo censuró por siquiera llegar a pensar en tomarse una.
Resignado, había optado por permanecer a oscuras y tratar de deshacerse de aquel dolor de cabeza lo más sano posible. Tom, al que al parecer ninguna de sus mínimas molestias se le escapaba, le había llevado un té de manzanilla que le aseguró obraría maravillas. Si lo admitía, Gustav sabía que el mayor de los gemelos estaba en lo correcto. Las palpitaciones que antes eran por toda la cabeza ahora sólo se concentraban justo encima de los ojos.
Le daban la oportunidad de permanecer recostado, pero también de dejar que su mala costumbre de pensar las cosas demasiado ocurriera.
En aquellos instantes, en lo único que podía concentrarse era en las palabras de Georg con respecto a la idea de algún día adoptar niños. O en todo caso, si era honesto con lo que en realidad lo tenía ansioso, con el hecho de que Georg había dicho que no le importaría tener bebés que sólo fueran de Gustav. Claro que la hipotética situación se planteaba usando a una desconocida madre sustituta que desaparecería de sus vidas apenas el parto ocurriera, no a Gustav cargando al bebé por nueve meses y siendo el padre Bushido, mejor conocido como la relación anterior antes de que Georg y Gustav estuvieran juntos. Preferible no considerar la opción que la única semejanza entre ambas historias era un bebé. Lo demás era lo que afectaba y hablando con honestidad, no era poca cosa.
Pensar en aquello sólo contribuía a un aumento del dolor de cabeza y Gustav se vio forzado a hacer un esfuerzo supremo por relajarse o le iba a dar una embolia.
Para colmo y no remediar nada, los dos golpes a su puerta que fueron acompañados por un cuerpo que se introdujo en la habitación, no ayudaron en lo más mínimo. Era Tom, con un vaso de agua y al parecer un par de pastillas para la migraña.
—No voy a tomar eso –murmuró por lo bajo el baterista al hundir el rostro en la almohada. Lo suyo era ridículo: Cuidar la salud de un bebé que iba a abortar el lunes de la siguiente semana, porque lastimarlo de cualquier otro modo le parecía imperdonable. Era lo menos que podía hacer siendo que en un par de días lo iba a exterminar de una vida que nunca lograría tener.
—Llamé a la doctora Dörfler y me dijo que podías tomar una de estas cada doce horas. Toma. –Gustav hesitó un poco antes de tomar la pastilla y deglutirla con un poco de agua que le corrió por la barbilla—. Sé que no tomaste las aspirinas, ¿Por qué?
—Contraindicaciones –dijo el baterista como toda respuesta—. Le podía hacer daño al… —Se mordió la lengua para no decir el ‘bebé’ porque en su opinión, darle nombre a algo era permitirle existir y él mismo no podía dejar eso pasar. Por el bien de no sólo su vida o la relación que mantenía con Georg, sino por la banda entera—. Las instrucciones decían que no era recomendable hacerlo.
—Quieres conservar al bebé… —La voz de Tom se quebró y tuvo que recomponerse antes de seguir—. O al menos no lo quieres lastimar, Gus. Sé que lo quieres conservar, aún estamos a tiempo…
—¿’Estamos’? –Gustav estalló—. No, Tom, no ‘estamos’. El que está a tiempo soy yo y no quiero. No quiero y no… No puedo hacer esto solo. –Tom pareció dispuesto a abrir la boca, pero Gustav lo silenció cabeceando en negación ante cualquier argumento que quisiera usar—. Detén lo que sea que quieras decir para convencerme porque no va a funcionar. Yo necesito alguien que esté conmigo como pareja…
—Georg dijo…
—Georg dice muchas cosas sin pensarlo. No es lo mismo. –Gustav arrugó la nariz ante una punzada en la cabeza especialmente dolorosa que lo hizo ver puntos luminosos detrás de los párpados—. No voy a tener a este bebé y es mejor que me deshaga de él antes de que… —Quiso decir ‘antes de sea más difícil de lo que ya es’ pero se cortó. Por el gesto que Tom mantenía, supo que él entendía lo que flotaba en el aire—. No es correcto tener un hijo. Todavía estoy a tiempo de no tenerlo y elijo tomar esa opción.
—Te estás comportando como un idiota. Un cobarde. Si tan poco te preocupa tu hijo, por favor, toma aspirinas –dijo Tom sin dar media vuelta y salir de la habitación.
Gustav, que ya no podía soportar más, dejó salir un sollozo apagado que no supo si era debido a las duras palabras o al dolor de cabeza que crecía en intensidad.
—… Y le dije que no. ¿Un hijo? Bah, ni siquiera estaba seguro si era mío.
—Hummm… —Es la única respuesta de Gustav ante las palabras de Bushido. Picotea un poco del par de huevos estrellados que el rapero ha preparado como desayuno y espera que el fin de la historia no esté muy lejano. Ya se ha cambiado de ropa y las ansías de regresar con los chicos de la banda lo matan. Extraña a Georg como nunca—. ¿Y luego, qué pasó?
—Luego le pagué para abortarlo. –Bushido hace un ruidito despectivo entre labios mientras toma de su taza de café negro, ‘nada de azúcar, nada de crema, porque eso es para maricas’—. Seguimos un par de meses juntos, pero ya no era lo mismo. Luego ella se mudó a otra ciudad y no la volví a ver. Lindo trasero —agrega—, también lindas tetas; un bebé la habría arruinado. Lo que teníamos no daba para tanto, ¿Sabes? Con las relaciones y los hijos, uno debe de tener cuidado. Mantenerlos separados de ser posible –bromeó.
Gustav no tuvo ni como sonreír ante tan triste idea.
—¿Gus, eres tú? –Con la voz espesa por el sueño, Georg caminó por la sala hasta darse justo en el dedo pequeño del pie con el borde puntiagudo de una mesa—. ¡Oh, mierda! Duele, duele…
—Ten cuidado –es la monótona respuesta del rubio. Tiene sentado en el mismo lugar dos horas y dado que la madrugada ya apunta al amanecer, su voz se aprecia ronca.
—¿Qué haces despierto a las… ¡No puede ser, a las cuatro de la mañana!? –El bajista se sentó al lado de Gustav y tocó su frente para ver si había indicios de fiebre—. No estás caliente –murmuró al abrazarlo más de cerca y oler un poco su cabello corto—. ¿Te sientes mal? ¿Cómo va el dolor de cabeza?
—Nah, no es nada. Sólo… —Con control remoto en la mano, Gustav se encogió de hombros y señaló la televisión encendida— no me sentía con ánimos como para dormir.
—¿Y por eso te quedaste viendo…? –La mueca de Georg al darse cuenta de lo que Gustav veía a semejantes horas en la madrugada era total—. No me digas que eso es un bebé…
Ambos contemplaron con morbosa fascinación el proceso de parto que ocurría casi en cámara lenta a través de la pantalla. Una mujer que lucía como si estuviera dando a luz una sandía y no un crío de tres ó cuatro kilos, chilló con toda la fuerza de sus pulmones y congeló el aire en la oscura sala. Presa del terror, Georg sujetó la mano de Gustav que no dijo nada y así ambos terminaron de ver el video que horas antes Tom había traído para ver y que por unanimidad habían desechado. Ahora las razones parecían evidentes.
—Me alegro de ser hombre –afirmó Georg apenas la los créditos de la cinta comenzaron a aparecer—. No sé porque te ha dado por ver esta cinta tan tarde y tan de la nada, pero… —Se estremeció –si querías me podrías haber despertado y verla juntos.
Gustav se recargó contra el bajista. Aún entrelazados sus dedos, dudó un poco antes de atreverse a preguntar.
—¿De verdad querrías pequeños Gustavs corriendo por la casa? ¿O preferirías que fueran tus hijos?
—Buena pregunta… —El mayor se mordió el labio inferior antes de contestar—. ¿Honestamente, no? –Gustav asintió con solemnidad—. ¿Qué tal de ambos? Podríamos intentar tener la pareja sin tener que sufrir con otro par de gemelos. Podemos ir al mercado de las madres sustitutas y elegir un par para que tengan a nuestros hijos –bromeó.
—Seh –el rubio se sumió en aquella espléndida idea. Tener hijos no lo aterraba si se planteaba de aquella idílica manera.
—En un par de años será perfecto tener una casa con un enorme jardín, unas cuantas mascotas y unos dos o tres niños que nos levanten los sábados en la mañana para ver las caricaturas con ellos.
—Genial –susurró Gustav. La sonrisa que se dibujó en sus labios fue genuina. Un par de años en el futuro le parecían el tiempo correcto precisamente porque no era un tiempo cercano, uno definido y por obvias razones, uno que tenía que enfrentar en el presente.
—¿Nos vamos a dormir? –De pie, esperando con la mano extendida a que Gustav decidiera ir a la cama, Georg igualmente sonreía.
Enfilando a la habitación que compartían, fue el bajista el que detuvo su caminar. –Espero no tener pesadillas por esa película.
El rubio cerró los ojos. –Espero yo tampoco tener pesadillas al respecto…