Bill aprovechó un receso entre dos entrevistas de medios impresos para acercarse a George y lo más discreto posible, pasarle una pequeña botellita.
—Ahí tienes –canturreó, esperando un ‘gracias’ que nunca llegó—. George –lo pateó—, ¿Es el sabor? Puedo cambiarla. A Tom tampoco le gustan los de sabores frutales así que hay lubricante de piña, limón, manzana… —Enumeró contando con los dedos y mucha concentración—, kiwi y claro, tuti-fruti. Creo que tengo lubricante para regalar a todo mundo por culpa de sus manías con el coco —bufó.
—Hum –fue toda la respuesta que obtuvo, lo que bastó para conseguir su atención y sentarse a un lado de él lo más cerca posible. Por todos lados caminaban maquillistas y personal del staff así que en parte era seguro tener su conversación siempre y cuando no elevaran la voz más allá de lo que los demás hablaban.
—¿Mala suerte anoche? –Tanteó mordiéndose el labio inferior.
—También en la mañana –gruño el bajista al finalmente prestarle atención al lubricante y tras contemplarlo unos momentos, guardárselo en la bolsa del pantalón—. Alguien –imprimió un tono diferente—, decidió interrumpirnos y…
—¡Te juro que no fui yo! –Se disculpó Bill desde antes, pero al ver que George lo miraba con extrañeza, se contuvo—. Ok, no fui yo. Punto aclarado, ¿Entonces…?
George rodó los ojos. –Tom –dijo.
Prosiguió a contarle su primer infarto en la madrugada y la repetición que se dio en la mañana sin importarle que el menor de los gemelos se contuviera de reírse, lo cual hizo una vez se enteró de todo. Se cubrió el medio con ambos brazos casi hasta rodar al suelo y orinarse, pero como también tenía una imagen que cumplir, se contentó con carcajearse por un par de minutos pero sin permitir que las lágrimas le estropearan el maquillaje.
—No le veo lo gracioso –masculló el mayor—, pensé que se me iban a caer los calzones del susto.
—Bueno, eso pudo haber sido algo bueno –dijo Bill al enjugarse el borde de los ojos—. Si se tiene que enterar tarde o temprano, mejor que sea antes de que pase mucho tiempo.
—Ugh, Gustav me cortaría las bolas –confesó—. …l prefiere… Ejem, preferimos mantenerlo secreto al menos por un tiempo. –Trató de ignorar la mirada inquisitiva de Bill, pero era imposible—. Bien, bien, él lo prefiere así. Yo también, pero ya sabes, me gustaría que tú y Tom lo supieran. Antes que la familia, incluso. No sé si esto vaya a durar, pero siento que si ustedes dos lo saben así será. Esconderlo es de muy, muy mal agüero.
—Yo lo sé –puntualizó Bill con énfasis.
—Pero Tom no… ¡Y no quiero que se entere… Así, demonios, no! –Agregó al ver que el vocalista parecía dispuesto a abrir la boca y replicar.
—Ya, Georgie Pooh –le susurró con tono maternal al ponerse de pie y abrazarlo con fuerza.
Un par de personas que pasaron por ahí les dirigieron miradas raras, pero no se separaron. Bill porque en verdad quería confortar al bajista y George porque… Necesitaba un abrazo.
Era lujo. Lujuria… ¿Serían sinónimos? Pensaba entre cortos el cerebro de George, cuando con la espuma tibia por todo el cuerpo y Gustav encima, se sentían tan bien.
Podía ser uno de esos días en hotel en los que Jost se portaba menos tacaño que de costumbre -permitiendo que hubiera tina en el cuarto- pero no tan suelto de bolsillo -como para no hacerles compartir habitaciones-, que por lo demás estaba bien.
Las camas eran suaves, la tina era amplia y Gustav… Gustav lo tenía loco desde el momento en que se les anunció un par de horas libres. Quince minutos después de la noticia y con la bañera repleta de agua tibia y espuma con aroma a eucalipto, Gustav lo había arrastrado al baño para desvestirse, desvestirlo y proceder a darse una ducha que fuera más allá de lo que hacían desde una semana atrás en carretera.
Por tanto, con esponja en la mano George procedía a limpiar cada rincón de Gustav sin molestarle en lo más mínimo que cada toque que le prodigara ocasionara un gemido más alto que el anterior. Al diablo con el decoro si estaban a solas por primera vez en semanas y tenía el tiempo necesario para desquitarse las ansías.
Gustav por su parte tiraba del cabello del bajista, en lo que según era un intento de masaje al cuero cabelludo, pero que a causa de las manos de George, no lograba llevar más allá de jalonearlo. Sentado en su regazo y rodeando su cuello con ambos brazos, agradecía de mil amores el poder estar con ese tipo de cercanía.
Más aún, el momento se tornó íntimo y juguetón cuando la esponja que George maniobraba fue suprimida y las manos del bajista subían y bajaban por todos lados delineando cada uno de sus contornos. Eran un gesto tan privado y que sólo habían experimentado el uno con el otro que tenía un matiz plagado de sentimientos el cual siempre degeneraba en ojos tiernos y labios suaves. Era su manera de hacer el amor, más allá de lo que pudieran definir con palabras.
Por eso, cuando George tanteó entre el trasero de Gustav con una mano experta e introdujo un dedo, ninguno de los dos se atrevió a parpadear.
A su alrededor, el vapor del agua ascendió y se enroscó en torno a sus cuerpos quienes sin perder la cadencia mantenían el agua arremolinándose en torno suyo. Una quietud y una paz inexplicable que sólo era interrumpida por ocasionales jadeos o chapoteos de agua.
Gustav sonrió y sus ojos se estrecharon al sentir la deliciosa sensación de ser penetrado con un dedo más al que luego se le unió otro. Tres en total que se movían con delicadeza en su interior, pero al mismo tiempo con la fuerza necesaria para producir relámpagos en su interior.
—¿Estás listo? –Preguntó el bajista con el rostro en el pecho de su amante y mordisqueando una tetilla. Obtuvo un gemido lo bastante sonoro como para ser tomado como un rotundo ‘sí’ y procedió sacando sus dedos con cuidado y posicionando a Gustav en su sitio.
El menor se arrodilló con cuidado y atento a cualquier mínima reacción, George le ayudó a sentarse, lleno y tenso, sobre su regazo. Una sonrisa que parecía flotar en sus labios antes de besarse y dar tiempo a que Gustav estuviera listo para moverse.
Apenas un par de segundos antes de que un apretón se hiciera sentir y los ojos del bajista giraran al cielo del placer experimentado.
Como confirmación bastaba, sino, Gustav no sabía en lo que se metía dando falsas señales… Con eso en mente, George lo tomó de las caderas y hundiendo el rostro en su pecho, empezó un ritmo que el menor imitó y en el cual ambos se perdieron. El agua a su alrededor comenzó a salpicarse y a correr por el piso de azulejo, pero a ninguno de los dos pareció importarles.
Si todo iba bien, aquella hora en la tina los dejaría relajados. Y si la racha de buena suerte llovía como oro del cielo, podrían hacer un par de intentos en cada una de las camas.
Ambos rieron ante la idea con malicia y el ritmo de sus embestidas cobró velocidad mientras en sus vientres se acrecentaba la sensación de un torbellino dando vueltas al punto de tenerlos sin poder recordar ni su propio nombre… Hasta que…
Knock-knock… La mala suerte a veces tocaba a la puerta como en servicio a domicilio…
—No, no –casi chilló Gustav—, no te atrevas a detenerte, uh, deja que toquen lo que quieren… Ah, sólo no abras…
George ni siquiera tuvo palabras al respecto. Su respuesta fue un gruñido parecido al que hacen los animales en épocas de celo y con eso su cadera cobró vida propia. El agua saltó alrededor de ambos como géiser, pero el ruido de la puerta se escuchó más fuerte.
—Nooo, ¡Mierda! –Maldijo George perdiendo la concentración, el ánimo y hasta las ganas con los golpes que se dejaban escuchar. Ya no eran aquel par de suaves toques sobre la madera, como mano de niña, sino golpes recios y varoniles que no podrían provenir de nadie más que…
—Es Tom, por Dios santo… —Se resignó Gustav. Miró por encima de su hombro hacía la puerta abierta y resopló. Un quejido por parte de sus labios cuando George salió de su interior y otro más al abandonar la bañera y envolverse con una toalla—. Cámbiate –ordenó sin más al salir del agua.
—Uh –fue su respuesta. George golpeó el agua y se salpicó el rostro. De la frustración que le entró, hasta ganas le dieron de ahogarse en la bañera…
—¿Qué diablos le pasa? Bill, di algo… —Susurró George al ver que Tom entraba a la habitación que compartía con Gustav, cargando lo que parecía todo su equipaje. De hecho, era todo su equipaje, como después comprobó al ver que abría maletas y sacaba su colección de gorras para alinearlas en la cama tal y como hacía cuando reclamaba una habitación como suya.
—No me preguntes a mí –masculló el menor yendo directo al mini bar y sacando tres cervezas: la primera para él, la segunda para George, aún envuelto en la toalla y húmedo y la tercera para Gustav, que estaba en ropa interior y con expresión patibularia.
—Oh vamos, esto será divertido –dijo Tom al ver que todos se quedaban en silencio—. Hoy dormiré con George para disfrutar una noche de aquellas; beberemos cerveza, jugaremos póker, sacaremos mi consola de playstation –le codeó al bajista el costado e ignoró su mueca—. Te pondré una paliza en Guitar Hero II.
—Yo te pondré una paliza –masculló Gustav, uno de sus ojos casi saltando de su órbita.
—Lo siento, sólo cuerdas esta noche –rió Tom sin darse cuenta de la tensión en el aire—. De todos modos Gus, siempre te quejas de que George ronca. Esta noche puedes dormir con Bill y descansar.
Y sin darles tiempo de más, sacó sus maletas, lo sacó a él junto con Bill y les cerró la puerta en la cara.
—¡Lo mato! ¡Juro que lo mato! –Se escuchó un segundo después, pero a juzgar por las voces, según comprendió George, venían tanto de Bill como de Gustav.
En los días posteriores, Tom se las ingenió de la manera más casual y poco intencionada de seguir interrumpiendo a George y a Gustav… Una vez más en las literas, en el estudio de grabación, y para colmo, en un hotel anónimo al cual habían huido una mañana libre. Su llamada al móvil de George fue el acabose para Gustav, quien se lo quitó de encima y salió azotando la puerta mientras gritaba improperios.
Aquello era el colmo. Ni una pizca de intimidad se podía tener, pero tampoco era de reclamársela a Tom, quien con obviedad se esforzaba en tener una mejor relación con el bajista. La única opción posible de salir de aquel embrollo era confesarle sin más lo sucedía y porqué diablos sus interrupciones ocasionaban que la sangre corriera.
Claro que para decirle de su relación con Gustav, el mismo Gustav tenía que aprobarlo. Pensarlo ya era una pesadilla, decírselo sería ser eunuco sin uso de anestesia. Sólo imaginarlo le hacía tragar con dificultad y reducía su entusiasmo por acortar de algún modo su tortura.
Ser interrumpidos cada que la temperatura subía le estaba ocasionando un dolor de testículos que en un par de días sería tan grande como para no dejarlo caminar.
—Mierda… —Murmuró. En su oído, Tom seguía hablando—. Ok, saldremos. Ahora voy a colgar… Ajá… Sí… Esta noche. Temprano, lo sé… Yo también. Adiós.
—Parece tu novia; ¡Argh! Por lo más sagrado de este mundo, me cago en Diox –resopló Gustav desde la puerta—. Te juro que si nos vuelve a interrumpir, si tú lo permites, pagarás junto con él –se cruzó de brazos—. Es en serio, George.
El aludido sólo se sentó en la cama y hundió la cabeza en su regazo. Aquello le daba dolor de cabeza. Su erección, en definitiva, había huido. Vaya día de mierda.
—¿Nos vamos? –Preguntó Gustav manteniendo el tono frío de su voz.
—Seh –suspiró al pararse—. Nos vamos…
Se contuvo de agregar: “Al mismísimo infierno”. Esperándolo en el hotel, Tom prometía pizza, cerveza y una sesión de videojuegos… ¿En que momento el mayor de los Kaulitz se había convertido en su novia? Eso George no lo sabía; negaba con la cabeza en repetida confirmación al respecto.
—Wow, sólo mírala –señaló el mayor de los gemelos con un dedo discreto a una pelirroja que avanzaba por entre el abarrotado bar y se contoneaba con su falda corta—. George, reacciona. Esa chica pide una buena meneada.
—No sé… —Intentó excusarse el bajista. A su lado, Gustav le lanzaba miradas de muerte—. No parece de mi tipo.
—Tú no tienes tipo. Anda, elije una. ¿Qué tal esa…? –Señaló esta vez a una preciosura de largas piernas y cabello lacio color negro que le enmarcaba el rostro que se dirigía a la barra con soltura.
—Esa es Bill –gruñó Gustav. Ignoró el que Tom se ahogara con su trago y directo a George, espetó—: me quiero ir. Ya.
El bajista arrugó el ceño. …l también quería irse del lugar. Desde que tenía a Gustav en su vida bajo una nueva perspectiva, sus noches de fin de semana ideales eran ellos dos retozando desnudos en la misma cama, si acaso con un tazón de maíz tostado y una suave manta encima, no en un bar con la música pulsando en sus oídos de manera dolorosa y Tom intentándole conseguir chicas bajo la mirada atónita de Gustav que no podía rezongar pero que lo tenía como amenazado con cuchillo de carnicero.
En cualquier otro momento le habría dado la razón, se habría puesto de piel y salido detrás de él, pero algo en el tono con el que lo dijo puso sus sentidos en alerta. De no ser porque Gustav no era una perra, pensaría, bueno, que se estaba portando como tal… Esa entonación no auguraba nada bueno.
—Hey, ¿Qué pasa? –Preguntó al fingir que se inclinaba un poco. Su mano buscó la rodilla del baterista por debajo de la mesa y le dio un apretón.
—Me quiero ir. Esto no es divertido. Estoy harto –siseó todo de golpe—. Y si Tom no deja de buscarte chica le voy a romper un par de dientes.
—Wow, calma –intentó tranquilizarle—. Tú sabes que no me voy a ir con nadie. Y Tom fanfarronea; estoy seguro que se va a ir con Bill así que… —La mano subió por su muslo—, ¿Dentro de cinco minutos en el sanitario? –Le guiñó un ojo.
Gustav bajó el rostro. George sintió la compañía de una mano sobra la suya y el recorrido que hizo hasta llegar a la entrepierna del baterista. Bajo la tela de sus pantalones un bulto reclamaba atención y exudaba calor.
—Es un sí –dijo poniéndose de pie y desapareciendo en lo que George adivinó que era el baño. Miró su reloj y no pudo controlar su rictus facial cuando una sonrisa radiante se le extendió por el rostro.
—… Entonces es un sí –dijo de la nada Tom, alzó un brazo y dos chicas llegaron. George no pudo evitar preguntarse como Tom había decidido que era un sí a… ¿Conseguir un par de desnudistas? Cualquier seña que se le hubiera salido, en definitiva no podía ser una chica sobre su regazo.
—Ugh –gruñó después de las presentaciones y un par de frases torpes. No podía con la rubia que le intentaba lamer el cuello; era peor que tener un perro grande y peludo respirando encima y para colmo no tenía cinco minutos de retraso, sino diez. El tedio le robaba la vida.
Conclusión: Gustav lo iba a matar…
Lo mejor que pudo alegó ir por una nueva tanda de bebidas y corrió en dirección a los baños, que para rematar estaban sucios y atestados. Gustav, parado junto a la puerta, tenía mal aspecto.
—No te voy a pedir que vengas conmigo, pero yo me largo. Diviértete –murmuró al verlo llegar. Se dio media vuelta, al parecer rumbo a la salida y sin palabras, George lo siguió de cerca.
No lo tocó y la distancia que mantuvieron fue más que prudencial, pero Tom los vio marchar y sin darle aviso a Bill, los siguió.
Un poco ebrio ya, se tambaleó un poco hasta la salida, donde los encontró buscando un taxi lo más apartados posibles de la multitud que entraba y salía del local. Alzó una mano para hacerse ver, pero fuera el ruido o personas cruzándose por enfrente, no lo vieron. Optó por acercarse.
Con tan mala suerte, que el tiempo que tardó para llegar con ambos le hizo sentir un dolor de estómago. Algo en su interior se retorció de manera nada agradable mientras un par de piezas caían en el cuadro que dos de sus mejores amigos conformaban.
Fue apenas una mirada, quizá el ligero roce de sus hombros cuando intercambiaron una broma, pero lo supo en ese mismo instante y la carencia de inhibiciones le obnubiló el racionamiento.
—¿Qué diablos…? –Casi escupió. No era justificable, pero una bilis amarga, unas ganas de vomitar, lo invadieron de golpe. Se fue directo de rodillas contra el pavimento y por más que lo evitó, el estómago se le vació entre estertores.
—¿Tom? Hey, Tom… —George se arrodilló a su lado apenas lo vio caer y Gustav hizo lo propio, que si bien Tom les había estado cargando la última semana, seguía siendo su amigo. Antes tendría que interrumpirlo mil veces para dejarlo tirado en el pavimento como vil vagabundo.
—¡Tomi! ¿Qué tiene? –Chilló Bill. Tras ver a aquellos tres salir los había seguido de cerca. Dado que el ambiente seguía ligero, al inclinarse para ayudarlo a limpiarse la boca, se sorprendió de ver una especie de rechazo en sus ojos. Con las pupilas dilatadas, recordaba la mala imagen que solía tener cuando estaba furioso. Porque en aquel instante, Tom lo estaba.
—Qué va a ser, este idiota otra vez tomó demasiado –dijo George, antes de atragantarse con sus palabras cuando Tom levantó la mirada y fue como estrellarse de frente contra las peores malas noticias. Su boca se contrajo, incapaz de discernir porqué de pronto sentía que había recibido un puñetazo en pleno rostro.
Tom se sacudió su mano del hombro y se volteó. Hizo su mejor intento de levantarse, pero casi se iba de costado. El dolor en el estómago acrecentado con la náusea sólo empeoraba y le daban ganas de soltarse gritando por la revelación que le acababa de llegar. Aquello era desagradable en extremo.
—¿Tomi…? –Bill intentó sujetarlo al ver que enfilaba por la calle a paso rápido—. Tom, espera… —Corrió por alcanzarlo, lo mismo que George y Gustav quienes seguían sin entender nada de aquello.
—Para ya, Kaulitz –le frenó por los hombros el bajista, antes de recibir de frente un empujón que lo hizo trastabillar—. ¡¿Y a ti qué putas te pasa?!
—Calma los dos –se interpuso Gustav. Todo aquello le daba mala espina, no sólo por lo errático del comportamiento de Tom, sino porque al parecer todo iba cuesta abajo.
—Oh por Dios, no puede ser cierto… —A Tom se le quebró la voz mientras se cruzaba ambos brazos por el estómago y se posicionaba en cuclillas, al parecer dispuesto a vomitar de nuevo.
—Ha bebido mucho –intento disculparlo Bill. Hizo su mejor esfuerzo de poner en pie a Tom para coger un taxi y salir lo más rápido de ahí pero era imposible con su nula cooperación.
Un par de transeúntes se acercaron y el pequeño grupo de curiosos comenzó a murmurar tanto el nombre de la banda como algunos nombres.
Por fortuna, entre todo aquel desastre, Gustav consiguió detener a un taxi en cual se subieron apenas la puerta se cerró. Una pesadez tremenda que se instauró en el ambiente y que empeoró con Tom vomitando por tercera vez, esta vez una plasta de saliva, y el taxista gritando en una mezcla de alemán con turco por lo que parecía ser la limpieza de su vehículo a lo que pedía indemnización.
—Ustedes dos me dan asco –escupió al fin el mayor de los gemelos. Se limpió la boca con el borde de la manga y clavó sus ojos primero en Gustav y luego en George, a quien miró con un desprecio capaz de perforar muros—. Ustedes par de… —Bill se aferró a su brazo y trató de acallarlo, pero las palabras igual salieron de su boca— maricas.
—Tomi… —Chilló Bill, incapaz de prever lo que sucedería—. Cállate, no digas nada…
—Paren el maldito taxi –balbuceó Gustav haciendo puños ambas manos y mirando sus rodillas sin enfocar nada más—. ¿Qué no me oyó? –Le espetó al taxista, quien empezó a orillarse sobre la acera—. ¡Detenga el condenado taxi de una vez! ¡Ya!
—Gustav, está bien. Yo, yo… Yo te entiendo –se atragantó Bill, pero en su intención de confortar no sirvió más que para acrecentar la rabia y la vergüenza que el baterista sentía—. Tomi sólo está ebrio, por favor. Gus, espera…
—¿Tú ya lo sabías?
—Gus…
—¡Responde a la maldita pregunta! –Gritó. Un asentimiento fue toda la respuesta que necesitó para cobrar valor y alejarse.
Para entonces George despertó de su shock a tiempo de ver que Gustav abría la puertezuela y parecía dispuesto de huir.
Quiso llamarlo por su nombre, pero la puerta se azotó con estrépito y un segundo después, Gustav ya no estaba más. Se había ido…
—Ay no –musitó Bill.
—Ugh –dijo George—. Estamos jodidos.
—Condenadamente jodidos –confirmó Bill.
—El taxista quiere que le paguen; parece que alguien vomito… –hipó Tom con ojos pesados antes de deslizarse a un costado y comenzar a roncar…
—Ahí tienes –canturreó, esperando un ‘gracias’ que nunca llegó—. George –lo pateó—, ¿Es el sabor? Puedo cambiarla. A Tom tampoco le gustan los de sabores frutales así que hay lubricante de piña, limón, manzana… —Enumeró contando con los dedos y mucha concentración—, kiwi y claro, tuti-fruti. Creo que tengo lubricante para regalar a todo mundo por culpa de sus manías con el coco —bufó.
—Hum –fue toda la respuesta que obtuvo, lo que bastó para conseguir su atención y sentarse a un lado de él lo más cerca posible. Por todos lados caminaban maquillistas y personal del staff así que en parte era seguro tener su conversación siempre y cuando no elevaran la voz más allá de lo que los demás hablaban.
—¿Mala suerte anoche? –Tanteó mordiéndose el labio inferior.
—También en la mañana –gruño el bajista al finalmente prestarle atención al lubricante y tras contemplarlo unos momentos, guardárselo en la bolsa del pantalón—. Alguien –imprimió un tono diferente—, decidió interrumpirnos y…
—¡Te juro que no fui yo! –Se disculpó Bill desde antes, pero al ver que George lo miraba con extrañeza, se contuvo—. Ok, no fui yo. Punto aclarado, ¿Entonces…?
George rodó los ojos. –Tom –dijo.
Prosiguió a contarle su primer infarto en la madrugada y la repetición que se dio en la mañana sin importarle que el menor de los gemelos se contuviera de reírse, lo cual hizo una vez se enteró de todo. Se cubrió el medio con ambos brazos casi hasta rodar al suelo y orinarse, pero como también tenía una imagen que cumplir, se contentó con carcajearse por un par de minutos pero sin permitir que las lágrimas le estropearan el maquillaje.
—No le veo lo gracioso –masculló el mayor—, pensé que se me iban a caer los calzones del susto.
—Bueno, eso pudo haber sido algo bueno –dijo Bill al enjugarse el borde de los ojos—. Si se tiene que enterar tarde o temprano, mejor que sea antes de que pase mucho tiempo.
—Ugh, Gustav me cortaría las bolas –confesó—. …l prefiere… Ejem, preferimos mantenerlo secreto al menos por un tiempo. –Trató de ignorar la mirada inquisitiva de Bill, pero era imposible—. Bien, bien, él lo prefiere así. Yo también, pero ya sabes, me gustaría que tú y Tom lo supieran. Antes que la familia, incluso. No sé si esto vaya a durar, pero siento que si ustedes dos lo saben así será. Esconderlo es de muy, muy mal agüero.
—Yo lo sé –puntualizó Bill con énfasis.
—Pero Tom no… ¡Y no quiero que se entere… Así, demonios, no! –Agregó al ver que el vocalista parecía dispuesto a abrir la boca y replicar.
—Ya, Georgie Pooh –le susurró con tono maternal al ponerse de pie y abrazarlo con fuerza.
Un par de personas que pasaron por ahí les dirigieron miradas raras, pero no se separaron. Bill porque en verdad quería confortar al bajista y George porque… Necesitaba un abrazo.
Era lujo. Lujuria… ¿Serían sinónimos? Pensaba entre cortos el cerebro de George, cuando con la espuma tibia por todo el cuerpo y Gustav encima, se sentían tan bien.
Podía ser uno de esos días en hotel en los que Jost se portaba menos tacaño que de costumbre -permitiendo que hubiera tina en el cuarto- pero no tan suelto de bolsillo -como para no hacerles compartir habitaciones-, que por lo demás estaba bien.
Las camas eran suaves, la tina era amplia y Gustav… Gustav lo tenía loco desde el momento en que se les anunció un par de horas libres. Quince minutos después de la noticia y con la bañera repleta de agua tibia y espuma con aroma a eucalipto, Gustav lo había arrastrado al baño para desvestirse, desvestirlo y proceder a darse una ducha que fuera más allá de lo que hacían desde una semana atrás en carretera.
Por tanto, con esponja en la mano George procedía a limpiar cada rincón de Gustav sin molestarle en lo más mínimo que cada toque que le prodigara ocasionara un gemido más alto que el anterior. Al diablo con el decoro si estaban a solas por primera vez en semanas y tenía el tiempo necesario para desquitarse las ansías.
Gustav por su parte tiraba del cabello del bajista, en lo que según era un intento de masaje al cuero cabelludo, pero que a causa de las manos de George, no lograba llevar más allá de jalonearlo. Sentado en su regazo y rodeando su cuello con ambos brazos, agradecía de mil amores el poder estar con ese tipo de cercanía.
Más aún, el momento se tornó íntimo y juguetón cuando la esponja que George maniobraba fue suprimida y las manos del bajista subían y bajaban por todos lados delineando cada uno de sus contornos. Eran un gesto tan privado y que sólo habían experimentado el uno con el otro que tenía un matiz plagado de sentimientos el cual siempre degeneraba en ojos tiernos y labios suaves. Era su manera de hacer el amor, más allá de lo que pudieran definir con palabras.
Por eso, cuando George tanteó entre el trasero de Gustav con una mano experta e introdujo un dedo, ninguno de los dos se atrevió a parpadear.
A su alrededor, el vapor del agua ascendió y se enroscó en torno a sus cuerpos quienes sin perder la cadencia mantenían el agua arremolinándose en torno suyo. Una quietud y una paz inexplicable que sólo era interrumpida por ocasionales jadeos o chapoteos de agua.
Gustav sonrió y sus ojos se estrecharon al sentir la deliciosa sensación de ser penetrado con un dedo más al que luego se le unió otro. Tres en total que se movían con delicadeza en su interior, pero al mismo tiempo con la fuerza necesaria para producir relámpagos en su interior.
—¿Estás listo? –Preguntó el bajista con el rostro en el pecho de su amante y mordisqueando una tetilla. Obtuvo un gemido lo bastante sonoro como para ser tomado como un rotundo ‘sí’ y procedió sacando sus dedos con cuidado y posicionando a Gustav en su sitio.
El menor se arrodilló con cuidado y atento a cualquier mínima reacción, George le ayudó a sentarse, lleno y tenso, sobre su regazo. Una sonrisa que parecía flotar en sus labios antes de besarse y dar tiempo a que Gustav estuviera listo para moverse.
Apenas un par de segundos antes de que un apretón se hiciera sentir y los ojos del bajista giraran al cielo del placer experimentado.
Como confirmación bastaba, sino, Gustav no sabía en lo que se metía dando falsas señales… Con eso en mente, George lo tomó de las caderas y hundiendo el rostro en su pecho, empezó un ritmo que el menor imitó y en el cual ambos se perdieron. El agua a su alrededor comenzó a salpicarse y a correr por el piso de azulejo, pero a ninguno de los dos pareció importarles.
Si todo iba bien, aquella hora en la tina los dejaría relajados. Y si la racha de buena suerte llovía como oro del cielo, podrían hacer un par de intentos en cada una de las camas.
Ambos rieron ante la idea con malicia y el ritmo de sus embestidas cobró velocidad mientras en sus vientres se acrecentaba la sensación de un torbellino dando vueltas al punto de tenerlos sin poder recordar ni su propio nombre… Hasta que…
Knock-knock… La mala suerte a veces tocaba a la puerta como en servicio a domicilio…
—No, no –casi chilló Gustav—, no te atrevas a detenerte, uh, deja que toquen lo que quieren… Ah, sólo no abras…
George ni siquiera tuvo palabras al respecto. Su respuesta fue un gruñido parecido al que hacen los animales en épocas de celo y con eso su cadera cobró vida propia. El agua saltó alrededor de ambos como géiser, pero el ruido de la puerta se escuchó más fuerte.
—Nooo, ¡Mierda! –Maldijo George perdiendo la concentración, el ánimo y hasta las ganas con los golpes que se dejaban escuchar. Ya no eran aquel par de suaves toques sobre la madera, como mano de niña, sino golpes recios y varoniles que no podrían provenir de nadie más que…
—Es Tom, por Dios santo… —Se resignó Gustav. Miró por encima de su hombro hacía la puerta abierta y resopló. Un quejido por parte de sus labios cuando George salió de su interior y otro más al abandonar la bañera y envolverse con una toalla—. Cámbiate –ordenó sin más al salir del agua.
—Uh –fue su respuesta. George golpeó el agua y se salpicó el rostro. De la frustración que le entró, hasta ganas le dieron de ahogarse en la bañera…
—¿Qué diablos le pasa? Bill, di algo… —Susurró George al ver que Tom entraba a la habitación que compartía con Gustav, cargando lo que parecía todo su equipaje. De hecho, era todo su equipaje, como después comprobó al ver que abría maletas y sacaba su colección de gorras para alinearlas en la cama tal y como hacía cuando reclamaba una habitación como suya.
—No me preguntes a mí –masculló el menor yendo directo al mini bar y sacando tres cervezas: la primera para él, la segunda para George, aún envuelto en la toalla y húmedo y la tercera para Gustav, que estaba en ropa interior y con expresión patibularia.
—Oh vamos, esto será divertido –dijo Tom al ver que todos se quedaban en silencio—. Hoy dormiré con George para disfrutar una noche de aquellas; beberemos cerveza, jugaremos póker, sacaremos mi consola de playstation –le codeó al bajista el costado e ignoró su mueca—. Te pondré una paliza en Guitar Hero II.
—Yo te pondré una paliza –masculló Gustav, uno de sus ojos casi saltando de su órbita.
—Lo siento, sólo cuerdas esta noche –rió Tom sin darse cuenta de la tensión en el aire—. De todos modos Gus, siempre te quejas de que George ronca. Esta noche puedes dormir con Bill y descansar.
Y sin darles tiempo de más, sacó sus maletas, lo sacó a él junto con Bill y les cerró la puerta en la cara.
—¡Lo mato! ¡Juro que lo mato! –Se escuchó un segundo después, pero a juzgar por las voces, según comprendió George, venían tanto de Bill como de Gustav.
En los días posteriores, Tom se las ingenió de la manera más casual y poco intencionada de seguir interrumpiendo a George y a Gustav… Una vez más en las literas, en el estudio de grabación, y para colmo, en un hotel anónimo al cual habían huido una mañana libre. Su llamada al móvil de George fue el acabose para Gustav, quien se lo quitó de encima y salió azotando la puerta mientras gritaba improperios.
Aquello era el colmo. Ni una pizca de intimidad se podía tener, pero tampoco era de reclamársela a Tom, quien con obviedad se esforzaba en tener una mejor relación con el bajista. La única opción posible de salir de aquel embrollo era confesarle sin más lo sucedía y porqué diablos sus interrupciones ocasionaban que la sangre corriera.
Claro que para decirle de su relación con Gustav, el mismo Gustav tenía que aprobarlo. Pensarlo ya era una pesadilla, decírselo sería ser eunuco sin uso de anestesia. Sólo imaginarlo le hacía tragar con dificultad y reducía su entusiasmo por acortar de algún modo su tortura.
Ser interrumpidos cada que la temperatura subía le estaba ocasionando un dolor de testículos que en un par de días sería tan grande como para no dejarlo caminar.
—Mierda… —Murmuró. En su oído, Tom seguía hablando—. Ok, saldremos. Ahora voy a colgar… Ajá… Sí… Esta noche. Temprano, lo sé… Yo también. Adiós.
—Parece tu novia; ¡Argh! Por lo más sagrado de este mundo, me cago en Diox –resopló Gustav desde la puerta—. Te juro que si nos vuelve a interrumpir, si tú lo permites, pagarás junto con él –se cruzó de brazos—. Es en serio, George.
El aludido sólo se sentó en la cama y hundió la cabeza en su regazo. Aquello le daba dolor de cabeza. Su erección, en definitiva, había huido. Vaya día de mierda.
—¿Nos vamos? –Preguntó Gustav manteniendo el tono frío de su voz.
—Seh –suspiró al pararse—. Nos vamos…
Se contuvo de agregar: “Al mismísimo infierno”. Esperándolo en el hotel, Tom prometía pizza, cerveza y una sesión de videojuegos… ¿En que momento el mayor de los Kaulitz se había convertido en su novia? Eso George no lo sabía; negaba con la cabeza en repetida confirmación al respecto.
—Wow, sólo mírala –señaló el mayor de los gemelos con un dedo discreto a una pelirroja que avanzaba por entre el abarrotado bar y se contoneaba con su falda corta—. George, reacciona. Esa chica pide una buena meneada.
—No sé… —Intentó excusarse el bajista. A su lado, Gustav le lanzaba miradas de muerte—. No parece de mi tipo.
—Tú no tienes tipo. Anda, elije una. ¿Qué tal esa…? –Señaló esta vez a una preciosura de largas piernas y cabello lacio color negro que le enmarcaba el rostro que se dirigía a la barra con soltura.
—Esa es Bill –gruñó Gustav. Ignoró el que Tom se ahogara con su trago y directo a George, espetó—: me quiero ir. Ya.
El bajista arrugó el ceño. …l también quería irse del lugar. Desde que tenía a Gustav en su vida bajo una nueva perspectiva, sus noches de fin de semana ideales eran ellos dos retozando desnudos en la misma cama, si acaso con un tazón de maíz tostado y una suave manta encima, no en un bar con la música pulsando en sus oídos de manera dolorosa y Tom intentándole conseguir chicas bajo la mirada atónita de Gustav que no podía rezongar pero que lo tenía como amenazado con cuchillo de carnicero.
En cualquier otro momento le habría dado la razón, se habría puesto de piel y salido detrás de él, pero algo en el tono con el que lo dijo puso sus sentidos en alerta. De no ser porque Gustav no era una perra, pensaría, bueno, que se estaba portando como tal… Esa entonación no auguraba nada bueno.
—Hey, ¿Qué pasa? –Preguntó al fingir que se inclinaba un poco. Su mano buscó la rodilla del baterista por debajo de la mesa y le dio un apretón.
—Me quiero ir. Esto no es divertido. Estoy harto –siseó todo de golpe—. Y si Tom no deja de buscarte chica le voy a romper un par de dientes.
—Wow, calma –intentó tranquilizarle—. Tú sabes que no me voy a ir con nadie. Y Tom fanfarronea; estoy seguro que se va a ir con Bill así que… —La mano subió por su muslo—, ¿Dentro de cinco minutos en el sanitario? –Le guiñó un ojo.
Gustav bajó el rostro. George sintió la compañía de una mano sobra la suya y el recorrido que hizo hasta llegar a la entrepierna del baterista. Bajo la tela de sus pantalones un bulto reclamaba atención y exudaba calor.
—Es un sí –dijo poniéndose de pie y desapareciendo en lo que George adivinó que era el baño. Miró su reloj y no pudo controlar su rictus facial cuando una sonrisa radiante se le extendió por el rostro.
—… Entonces es un sí –dijo de la nada Tom, alzó un brazo y dos chicas llegaron. George no pudo evitar preguntarse como Tom había decidido que era un sí a… ¿Conseguir un par de desnudistas? Cualquier seña que se le hubiera salido, en definitiva no podía ser una chica sobre su regazo.
—Ugh –gruñó después de las presentaciones y un par de frases torpes. No podía con la rubia que le intentaba lamer el cuello; era peor que tener un perro grande y peludo respirando encima y para colmo no tenía cinco minutos de retraso, sino diez. El tedio le robaba la vida.
Conclusión: Gustav lo iba a matar…
Lo mejor que pudo alegó ir por una nueva tanda de bebidas y corrió en dirección a los baños, que para rematar estaban sucios y atestados. Gustav, parado junto a la puerta, tenía mal aspecto.
—No te voy a pedir que vengas conmigo, pero yo me largo. Diviértete –murmuró al verlo llegar. Se dio media vuelta, al parecer rumbo a la salida y sin palabras, George lo siguió de cerca.
No lo tocó y la distancia que mantuvieron fue más que prudencial, pero Tom los vio marchar y sin darle aviso a Bill, los siguió.
Un poco ebrio ya, se tambaleó un poco hasta la salida, donde los encontró buscando un taxi lo más apartados posibles de la multitud que entraba y salía del local. Alzó una mano para hacerse ver, pero fuera el ruido o personas cruzándose por enfrente, no lo vieron. Optó por acercarse.
Con tan mala suerte, que el tiempo que tardó para llegar con ambos le hizo sentir un dolor de estómago. Algo en su interior se retorció de manera nada agradable mientras un par de piezas caían en el cuadro que dos de sus mejores amigos conformaban.
Fue apenas una mirada, quizá el ligero roce de sus hombros cuando intercambiaron una broma, pero lo supo en ese mismo instante y la carencia de inhibiciones le obnubiló el racionamiento.
—¿Qué diablos…? –Casi escupió. No era justificable, pero una bilis amarga, unas ganas de vomitar, lo invadieron de golpe. Se fue directo de rodillas contra el pavimento y por más que lo evitó, el estómago se le vació entre estertores.
—¿Tom? Hey, Tom… —George se arrodilló a su lado apenas lo vio caer y Gustav hizo lo propio, que si bien Tom les había estado cargando la última semana, seguía siendo su amigo. Antes tendría que interrumpirlo mil veces para dejarlo tirado en el pavimento como vil vagabundo.
—¡Tomi! ¿Qué tiene? –Chilló Bill. Tras ver a aquellos tres salir los había seguido de cerca. Dado que el ambiente seguía ligero, al inclinarse para ayudarlo a limpiarse la boca, se sorprendió de ver una especie de rechazo en sus ojos. Con las pupilas dilatadas, recordaba la mala imagen que solía tener cuando estaba furioso. Porque en aquel instante, Tom lo estaba.
—Qué va a ser, este idiota otra vez tomó demasiado –dijo George, antes de atragantarse con sus palabras cuando Tom levantó la mirada y fue como estrellarse de frente contra las peores malas noticias. Su boca se contrajo, incapaz de discernir porqué de pronto sentía que había recibido un puñetazo en pleno rostro.
Tom se sacudió su mano del hombro y se volteó. Hizo su mejor intento de levantarse, pero casi se iba de costado. El dolor en el estómago acrecentado con la náusea sólo empeoraba y le daban ganas de soltarse gritando por la revelación que le acababa de llegar. Aquello era desagradable en extremo.
—¿Tomi…? –Bill intentó sujetarlo al ver que enfilaba por la calle a paso rápido—. Tom, espera… —Corrió por alcanzarlo, lo mismo que George y Gustav quienes seguían sin entender nada de aquello.
—Para ya, Kaulitz –le frenó por los hombros el bajista, antes de recibir de frente un empujón que lo hizo trastabillar—. ¡¿Y a ti qué putas te pasa?!
—Calma los dos –se interpuso Gustav. Todo aquello le daba mala espina, no sólo por lo errático del comportamiento de Tom, sino porque al parecer todo iba cuesta abajo.
—Oh por Dios, no puede ser cierto… —A Tom se le quebró la voz mientras se cruzaba ambos brazos por el estómago y se posicionaba en cuclillas, al parecer dispuesto a vomitar de nuevo.
—Ha bebido mucho –intento disculparlo Bill. Hizo su mejor esfuerzo de poner en pie a Tom para coger un taxi y salir lo más rápido de ahí pero era imposible con su nula cooperación.
Un par de transeúntes se acercaron y el pequeño grupo de curiosos comenzó a murmurar tanto el nombre de la banda como algunos nombres.
Por fortuna, entre todo aquel desastre, Gustav consiguió detener a un taxi en cual se subieron apenas la puerta se cerró. Una pesadez tremenda que se instauró en el ambiente y que empeoró con Tom vomitando por tercera vez, esta vez una plasta de saliva, y el taxista gritando en una mezcla de alemán con turco por lo que parecía ser la limpieza de su vehículo a lo que pedía indemnización.
—Ustedes dos me dan asco –escupió al fin el mayor de los gemelos. Se limpió la boca con el borde de la manga y clavó sus ojos primero en Gustav y luego en George, a quien miró con un desprecio capaz de perforar muros—. Ustedes par de… —Bill se aferró a su brazo y trató de acallarlo, pero las palabras igual salieron de su boca— maricas.
—Tomi… —Chilló Bill, incapaz de prever lo que sucedería—. Cállate, no digas nada…
—Paren el maldito taxi –balbuceó Gustav haciendo puños ambas manos y mirando sus rodillas sin enfocar nada más—. ¿Qué no me oyó? –Le espetó al taxista, quien empezó a orillarse sobre la acera—. ¡Detenga el condenado taxi de una vez! ¡Ya!
—Gustav, está bien. Yo, yo… Yo te entiendo –se atragantó Bill, pero en su intención de confortar no sirvió más que para acrecentar la rabia y la vergüenza que el baterista sentía—. Tomi sólo está ebrio, por favor. Gus, espera…
—¿Tú ya lo sabías?
—Gus…
—¡Responde a la maldita pregunta! –Gritó. Un asentimiento fue toda la respuesta que necesitó para cobrar valor y alejarse.
Para entonces George despertó de su shock a tiempo de ver que Gustav abría la puertezuela y parecía dispuesto de huir.
Quiso llamarlo por su nombre, pero la puerta se azotó con estrépito y un segundo después, Gustav ya no estaba más. Se había ido…
—Ay no –musitó Bill.
—Ugh –dijo George—. Estamos jodidos.
—Condenadamente jodidos –confirmó Bill.
—El taxista quiere que le paguen; parece que alguien vomito… –hipó Tom con ojos pesados antes de deslizarse a un costado y comenzar a roncar…