Tenía que confesarlo: la lengua se le estaba entumiendo, lo mismo que la quijada que parecía a punto de zafársele, pero no podía parar.
Imposible, y no sólo porque le gustaba aquello que hacía, o tampoco porque Gustav tuviera los muslos fuertemente presionando su cabeza en la dirección correcta. Tenía más que ver con una mezcla de ambas, que lo mismo que el cansancio que sentía al mantener el ritmo de su lengua al entrar y salir por el pequeño orificio de Gustav, el placer de hacerlo sentir al grado de que sus gemidos eran el mejor pago, no tenía precio.
Por tanto y atreviéndose a más, dio una larga lamida a lo largo de la hendidura en su trasero y se deleitó aún más por el tacto exquisito que se sentía en su lengua, lo mismo que el sabor tan particular que pertenecía al rubio y su aroma almizclado que lo excitó al punto de restregar sus caderas contra el colchón de su litera en busca de un alivio a su dolorosa erección.
Pero ni el ramalazo eléctrico que lo recorrió de pies a cabeza fue la mitad de impresionante que el sofocado chillido de sorpresa que Gustav dio. La tensión en sus piernas tomó tal intensidad que la fuerza empleada le dio a pensar que podría ser una muerte curiosa la decapitación o un ahorcamiento si no quería exagerar. Era un crujir de los huesos de su cuello que ni con su amenaza lograba apartarlo de su postura.
Justo iba a centrarse en un profundo beso apasionado cuando un par de rechinidos en el pasillo del autobús le erizó los vellos del cuerpo.
Mejor que un orgasmo para matar cualquier erección, un susto de muerte…
—George… —Le llamó una voz desde el otro lado de la cortinilla, y entre cualquier opción posible que se barajara en mente, la idea de que fuera Tom como en esos instantes lo era, resultaba irrisoria.
¿Tom a las dos de la madrugada llamándolo en un susurro al otro lado de su litera? Frunció el ceño. Con todo, ¿Por qué carajos pasaba eso cuando Gustav al fin se atrevía a acceder a ese tipo de atenciones? Mala suerte o pésima mala suerte, que más opciones en el mundo no existían, se apartó un poco del trasero de Gustav para contestar lo que fuera.
Carraspeó y fingiendo estar semi dormido, bostezó antes de hacer un sonido que denotaba claramente que no le agradaba de ninguna manera ser interrumpido. Fuera que durmiera o que estuviera entre las piernas de Gustav…
—Pssst –pronunció Tom al otro lado—. Tengo que hablar contigo.
—Ugh, Tom…
Miró por entre las piernas de Gustav y encontró al rubio con una sonrisa entre labios que poco parecía conveniente. Si Tom abría la cortinilla, estaban jodidos en un sentido que no tendría nada que ver con lo que segundos antes hacían. Para colmo, se llevaba las manos a la boca y controlaba lo que parecía un ataque de risa nerviosa que explicable era, pero no conveniente.
—Es importante –puntualizó el mayor al otro lado de la cortina. Un ruido se dejó oír y el bajista se congeló en su sitio al darse cuenta que Tom se sentaba en el suelo a un lado y esperaba.
—Bueno, mis horas de sueño también son importantes –refunfuñó, esperando sonar hastiado y no asustado como en verdad estaba.
Maniobrando en el reducido espacio, se incorporó en manos y rodillas para sentarse lo más posible alejado de Gustav. Tenía que pensar en algo o la maldición divina que parecía haber caído en su cabeza desde conocer a los gemelos se activaría de mala forma.
—Si te has peleado con Bill vete a dormir en otro lado. Hum –agitó un poco las sábanas como disponiéndose a regresar al país de los sueños y aguzó el oído.
Al otro lado no se apreció ni el sonido de un alfiler al caer. Era evidente que Tom seguía sentado ahí, muy terco como para rendirse al primer impedimento, por mucho que la amenaza patente fuera un supuesto George con sueño y malhumorado al verse privado de éste.
—Tom –suspiró con desgana. Sus manos sudaban de los nervios, pero logró contener el temblor de su voz para no delatarse. Irse con pies de plomo era la mejor opción así que aparentando su papel lo mejor posible, bostezó con ganas antes de proseguir—. Déjame dormir, Kaulitz. Mañana hablamos.
Cruzó los dedos y esperó. Ni un mísero sonido. De no ser porque tenía un temple de acero, lo más probable es que ya para ese instante una embolia fulminante lo hubiera matado. Siendo realista, un ataque cardiaco le estaba dando problemas, lo mismo que la pose de Gustav, quien seguía riéndose y con las piernas abiertas lucía terriblemente decadente.
¿Era indecencia en estado puro que a pesar de lo precario de la situación, su erección no se dignara a irse? Se lamió los labios. “No, ni de broma”, pensó al degustar al rubio aún en su boca y en su lengua. Y es que tendido de espaldas y desnudo, su cuerpo, pese a las sombras casi totales que invadían el cubículo, se perfilaba con asombrosa claridad. Si acaso había que imaginar algo, George rellenaba los huecos de su memoria con sus cinco sentidos sin errores de ningún tipo.
Quería saltarle encima y devorarlo por completo como un minuto antes, pero entonces Tom optó por dar señales de vida y si bien el corazón no le saltó fuera del pecho, si lo hizo su pene de su regazo.
—Te extraño, George… —Las palabras le llegaron amortiguadas no sólo por la barrera que entre ambos se interponía, sino porque su mente divagó lejos de su cuerpo cuando las manos de Gustav se situaron a cada lado de sus muslos internos y presionaron. El gesto de su cara era ya bastante malicioso como para dejarlo pasar así que el bajista apenas y prestó atención a lo extraño del comportamiento de Tom.
Gustav sólo inclinó la cabeza entre sus piernas y George tosió con todas sus fuerzas al intentar sofocar como fuera un gemido que juraba, haría retumbar las paredes si se le permitía salir.
—¿Qué…? –Alcanzó a farfullar.
Su espalda dio contra lo que se suponía era uno de los muros que limitaban su espacio de dormir y sentirse apoyado en algo le dio la capacidad mágica de derretirse en su sitio sin la más mínima oposición. ¿Acaso tenía sentido recular por una mamada bien realizada que su adorado Gusti le daba? ¡Pero ni pensarlo!
—Ya, no te creas que es una mariconada. Vamos, que ni gay soy. No tengo nada contra ellos, pero yo no lo soy –resopló Tom al otro lado—, y Bill tampoco así que… No sé… Aquello que pasó… Hizo una pausa muy larga—. ¿Me estás escuchando?
Oír, sí; escuchar, ni de broma. Lo segundo requería de al menos un par de neuronas y George las ocupaba todas en su mejor intento de autocontrol al no eyacular de buenas a primeras, lo mismo que no gemir como puta ante el buen trabajo que Gustav le hacía.
Si le excitaba aquello de verse envueltos en el peligro y ser atrapados, George no lo sabía, pero lo disfrutaba cuando la callosa mano del baterista masajeaba sus testículos casi con amor antes de darle rítmicos apretones que sin llegar a ser bruscos, le proporcionaban una deliciosa sensación de flotar. Si aparte sumaba la tibia cavidad que su boca proporcionaba a su miembro, no tenía queja alguna.
Con todo, no era para distraerse que aunque disfrutaba de aquello como poseso, no era como para que por un segundo de locura temporal causada por las hormonas de adolescente que ya no era, se dejara atrapar.
—Sí, sí. No eres marica, Tom. Sólo, uh… —Sus manos aferraron el borde del colchón y sus piernas abiertas temblaron sin control cuando al mirar en su regazo, el par de ojos castaños de Gustav le devolvieron una mirada cargada de lujuria. Apenas un brillo en la oscuridad, pero eso bastaba para que los dedos de sus pies se curvaran casi dolorosamente y su mente flotara—. Abrevia, chico, que me quiero dormir –mintió con falsa impaciencia. Al menos en motivos.
Le bastaba con que Tom se fuera un par de metros, que a como veía aproximarse su orgasmo, una distancia de cien metros apenas sería suficiente para eludir lo que sería un orgasmo fulminante y ruidoso.
Ok… —Aspiró aire Tom para darse valor, muy ajeno a lo que sucedía a escasos centímetros de él y soltó su perorata.
Una enorme confesión en la que se explicaba solo… Abandonado. No que George fuera a suplantar a Bill o algo parecido, pero sí una en la que explicaba que tras el cavilar mucho al respecto sobre el tema, entendía que no era malo que el bajista supiera de la relación que mantenía con su gemelo. Es más, que resultaba en parte como un vínculo de cercanía malogrado. O algo por el estilo… Avergonzado y casi patético, Tom no encontraba cómo explicar que quería que las cosas volvieran a ser como antes.
Olvidar lo que ya se sabía era por descarte imposible, pero al menos ya no quería que fuera una relación plagada de silencios hoscos o una especie de culpa.
Tom lo dijo con tal seriedad que cuando repitió su ‘te extraño mucho, George’, pensó que se explicaba como nunca en su vida. Estaba en paz al fin y si bien no quería que todo cambiara más allá de lo necesario, le hacía falta recobrar la seguridad.
Bill actuaba como siempre al lado del bajista y Tom quería que fuera lo mismo en su caso. Tampoco es que planeara contarle detalles de su vida privada que salieran sobrando en la amistad que mantenían, pero quería todo lo anterior de regreso. Salir de noche alguna vez, bromear y demás.
Lo dijo ya al final seguro de que iba por buen camino, cuando un gruñido bajo y parecido al de un animal, se dejó escuchar por todos lados…
—Duh –dijo George al asomar la cabeza por entre la cortina y soplar aire para apartarse un par de mechones de cabello pegados a la frente y al cuello con su sudor—. Perfecto, genial. Tan amigos como siempre pero vete a dormir.
Tom alzó una ceja. —¿De verdad oíste lo que dije?
—Tú, Bill, incesto, regresar a nuestra profunda amistad, uf –resopló de nuevo—. ¿Algo más? Si me perdí de algo ven mañana. Buenas noches –y como apareció, se volvió a ocultar.
A Tom no le quedó de otra que regresar a su litera y yacer con Bill invadiendo su espacio vital, pensando que por alguna razón, algo en todo aquello parecía raro…
George tenía ojeras a la siguiente mañana cuando se levantó del colchón y siguiendo un aroma irresistible, fue a dar a la cocina donde Gustav hacía su mejor intento de desayuno con magros y pasados ingredientes.
Olía como a tostadas con mantequilla y café. No mucho considerando que eran supuestas estrellas del rock, pero tras varios años sobreviviendo a la tacañería que Jost les ordenaba seguir cuando viajaban en el autobús, ya estaba acostumbrado, así que tras sentarse frente a su plato y dar un sorbo a su taza, recuperó el color.
Las palabras de Bill eran más que ciertas al respecto del café, porque el calor que le corrió desde el vientre hasta la punta de los dedos le dibujó una sonrisa suave que Gustav vio y correspondió regresando frente a la parrilla con espátula en mano.
¿Podía ser algo mejor que aquello? George no encontraba un modo de superarlo, excepto quizá si en lugar del atestado autobús de la gira, fuera una casa de dos pisos, un par de niños y un perro que moviera la cola cada que lo viera. Con Gustav por descontado en esa fantasía, pero entonces los niños no podrían estar… Tal vez no era algo tan agradable de pensar, pero la simple fantasía entró en su cabeza dando vueltas como torbellino y dejando una estampa de absoluta armonía familiar que quería vivir. Vivir con su Gusti…
—Hey, Gus, ¿Gato o perro? –Le preguntó de la nada. De momento era preferible guardarse los sueños imposibles, pero no pudo evitar averiguar al menos un detalle que le confiriera realidad a si fantasía. No era ningún crimen.
—Ambos –respondió el baterista. Se giró a verlo con una ceja alzada—, ¿Por qué? Mi cumpleaños no es hasta el próximo año. Preferiría calcetines o ropa interior.
—Ya, pero entonces sería tu abuela. Simple curiosidad –e ignoró el gesto que su amante le daba.
Gustav se volteó de nuevo, no muy convencido de la respuesta que había obtenido, pero tampoco tan picado en su curiosidad como para forzar la verdad. La suya le gustaba más: Brutus y Bolita de nieve le gustaban como nombres para el perro y el gato que podrían tener juntos. Quizá hasta ponerles Tom y Bill por pura venganza o Bom y Till para hacer todo aquello más bizarro…
Denegó con la cabeza mientras cortaba un poco de fruta para su desayuno y casi era un auto regaño de su parte por caer tan temprano en la mañana con los sueños que a veces le daban de vivir en la misma casa con George y compartir el resto de su vida.
Un par de meses atrás todo aquello podría haber sido bizarro, pero ahora… Suspiró mientras ponía la fruta recién cortada en un tazón y agregaba un poco de azúcar, ahora era una especie de deseo oculto que quería tener al menos una mínima esperanza de poder llegar a cumplir.
—George –dijo en voz baja, mirando por encima de su hombro—, ¿Tú crees que…? –“¿… tendremos un final de cuento de hadas?” quiso preguntar, pero le pareció bastante cursi. La cara le ardía ya así que bajó la mirada y rezó porque la tierra se lo tragara.
Lo cual el 99.9999% a la infinita no resulta, ya bien porque la tierra no tiene hambre y los terremotos no ocurren a deseo cada que a alguien se le antoja uno, como porque aclararlo todo siempre era una mejor opción.
George lo sabía, y atento a cada mínima fluctuación en el ánimo del baterista, dejó su asiento para abrazarlo por detrás y besar su nuca. Todo un placer que el rubio tuviera su cabello corto pues le dejaba libre acceso a zonas que nunca antes había disfrutado con ninguna chica.
Su mano serpenteó por su cintura y aunque no era el cuerpo de una mujer con su cintura estrecha o su trasero abultado contra su entrepierna, estaba mucho mejor. Gustav encajaba tan bien en su anatomía que fue natural el cerrar los ojos y aspirar su tenue fragancia justo por detrás de las orejas antes de plantar un beso y estremecerse. De lograr que por igual, Gustav temblara ante su caricia.
—¿Piensas en hacerlo en la cocina? –Jadeó el menor agarrándose del borde de la alacena porque las piernas le empezaban a fallar.
—Nah –respondió el bajista al morder su cuello con cuidado para no dejar marcas visibles—, sólo pensaba que el perro se podría llamar Tom y el gato Bill. Oh vamos, ¿Qué es lo gracioso? –Le picó el costado al darse cuenta de que reía.
—Uh, uh… —Siseó al baterista, dándose media vuelta y moliendo sus caderas contra las de George. Ambos estaban duros, lo cual no era nada de alarmarse siendo jóvenes, sanos y fuertes, por no mencionar excitados el uno con el otro, pero la mini cocina no parecía el mejor lugar—. Justo pensaba eso. Tendremos que compartir mascotas –susurró al levantar el rostro y sin perder un instante los ojos de George, besarlo en los labios.
—¿Y compartir casa? –Murmuró con los labios aún unidos, su respiración entrecortada de nervios por la posible respuesta. Sus manos, inquietas, bajaron de la espalda del rubio y apretaron su trasero con tanta fuerza que un quejido se dejó oír.
—Ya en esas compartimos la habitación principal –y deslizó su lengua por entre los labios del mayor, quien quiso profundizar el beso y hacer de aquello una escena clásica del cine mudo inclinando a Gustav y besándolo casi en horizontal, cuando un par de pies se hicieron notar por el pasillo.
Fue apenas una milésima de segundo en la que ambos se quedaron paralizados, aún usando de conector la lengua de Gustav, antes de casi saltar de sus pieles y correr en direcciones distintas tal cual si hubiera caído una bomba en la mesa.
El cuadro que encontró Tom no fue extraño a su particular visión del mundo, en la que si no eran cambios significativos, se le escurrían de la atención. George sentado encima de la mesa del comedor y Gustav con un cuchillo en la mano y al parecer, dispuesto a cortar… Aire. Una cara de ausente y un color pálido que contrastaba con una respiración entrecortada.
—Gus –le palmeó el hombro—, ¿Estás…?
—¡Bien! –Gritó el baterista dándose vuelta y evitando por poco, muy poco, apuñalar a Tom. Casi sin intenciones, que debía admitirse que ese ‘casi’ era la pieza fundamental en la oración; no que fuera hacerlo, pero las ganas que de pronto le dieron eran muy justificadas.
—Iba a decir loco –dijo Tom con ambas manos alzadas y dando pasos atrás. Justo iba a comentarle a George que Gustav parecía listo para el manicomio cuando se dio cuenta que más que un aliado, iba a encontrar que el ingreso sería doble.
George estaba cruzado de piernas encima de la mesa, lo cual podría ser de algún modo normal, pero para nada explica que estuviera relajado en una pose de súper modelo apoyado en un brazo que daba y terminaba justo en un plato. Una mano posada en su mísero desayuno de pan con mantequilla y los dedos temblando.
—Ok, sólo tengo que decirles que si descubrieron la hierba que estaba escondida en el retrete y la fumaron, no es mi culpa –y como si nada fue directo a la cafetera para servirse una taza que disfrutó a sorbos, para luego desaparecer, al parecer, para despertar a Bill.
—Nuestro perro se llamará Tom, eso te lo juro –gruñó el bajista al bajarse de la mesa—. Y me aseguraré de que sea un perro castrado…
Imposible, y no sólo porque le gustaba aquello que hacía, o tampoco porque Gustav tuviera los muslos fuertemente presionando su cabeza en la dirección correcta. Tenía más que ver con una mezcla de ambas, que lo mismo que el cansancio que sentía al mantener el ritmo de su lengua al entrar y salir por el pequeño orificio de Gustav, el placer de hacerlo sentir al grado de que sus gemidos eran el mejor pago, no tenía precio.
Por tanto y atreviéndose a más, dio una larga lamida a lo largo de la hendidura en su trasero y se deleitó aún más por el tacto exquisito que se sentía en su lengua, lo mismo que el sabor tan particular que pertenecía al rubio y su aroma almizclado que lo excitó al punto de restregar sus caderas contra el colchón de su litera en busca de un alivio a su dolorosa erección.
Pero ni el ramalazo eléctrico que lo recorrió de pies a cabeza fue la mitad de impresionante que el sofocado chillido de sorpresa que Gustav dio. La tensión en sus piernas tomó tal intensidad que la fuerza empleada le dio a pensar que podría ser una muerte curiosa la decapitación o un ahorcamiento si no quería exagerar. Era un crujir de los huesos de su cuello que ni con su amenaza lograba apartarlo de su postura.
Justo iba a centrarse en un profundo beso apasionado cuando un par de rechinidos en el pasillo del autobús le erizó los vellos del cuerpo.
Mejor que un orgasmo para matar cualquier erección, un susto de muerte…
—George… —Le llamó una voz desde el otro lado de la cortinilla, y entre cualquier opción posible que se barajara en mente, la idea de que fuera Tom como en esos instantes lo era, resultaba irrisoria.
¿Tom a las dos de la madrugada llamándolo en un susurro al otro lado de su litera? Frunció el ceño. Con todo, ¿Por qué carajos pasaba eso cuando Gustav al fin se atrevía a acceder a ese tipo de atenciones? Mala suerte o pésima mala suerte, que más opciones en el mundo no existían, se apartó un poco del trasero de Gustav para contestar lo que fuera.
Carraspeó y fingiendo estar semi dormido, bostezó antes de hacer un sonido que denotaba claramente que no le agradaba de ninguna manera ser interrumpido. Fuera que durmiera o que estuviera entre las piernas de Gustav…
—Pssst –pronunció Tom al otro lado—. Tengo que hablar contigo.
—Ugh, Tom…
Miró por entre las piernas de Gustav y encontró al rubio con una sonrisa entre labios que poco parecía conveniente. Si Tom abría la cortinilla, estaban jodidos en un sentido que no tendría nada que ver con lo que segundos antes hacían. Para colmo, se llevaba las manos a la boca y controlaba lo que parecía un ataque de risa nerviosa que explicable era, pero no conveniente.
—Es importante –puntualizó el mayor al otro lado de la cortina. Un ruido se dejó oír y el bajista se congeló en su sitio al darse cuenta que Tom se sentaba en el suelo a un lado y esperaba.
—Bueno, mis horas de sueño también son importantes –refunfuñó, esperando sonar hastiado y no asustado como en verdad estaba.
Maniobrando en el reducido espacio, se incorporó en manos y rodillas para sentarse lo más posible alejado de Gustav. Tenía que pensar en algo o la maldición divina que parecía haber caído en su cabeza desde conocer a los gemelos se activaría de mala forma.
—Si te has peleado con Bill vete a dormir en otro lado. Hum –agitó un poco las sábanas como disponiéndose a regresar al país de los sueños y aguzó el oído.
Al otro lado no se apreció ni el sonido de un alfiler al caer. Era evidente que Tom seguía sentado ahí, muy terco como para rendirse al primer impedimento, por mucho que la amenaza patente fuera un supuesto George con sueño y malhumorado al verse privado de éste.
—Tom –suspiró con desgana. Sus manos sudaban de los nervios, pero logró contener el temblor de su voz para no delatarse. Irse con pies de plomo era la mejor opción así que aparentando su papel lo mejor posible, bostezó con ganas antes de proseguir—. Déjame dormir, Kaulitz. Mañana hablamos.
Cruzó los dedos y esperó. Ni un mísero sonido. De no ser porque tenía un temple de acero, lo más probable es que ya para ese instante una embolia fulminante lo hubiera matado. Siendo realista, un ataque cardiaco le estaba dando problemas, lo mismo que la pose de Gustav, quien seguía riéndose y con las piernas abiertas lucía terriblemente decadente.
¿Era indecencia en estado puro que a pesar de lo precario de la situación, su erección no se dignara a irse? Se lamió los labios. “No, ni de broma”, pensó al degustar al rubio aún en su boca y en su lengua. Y es que tendido de espaldas y desnudo, su cuerpo, pese a las sombras casi totales que invadían el cubículo, se perfilaba con asombrosa claridad. Si acaso había que imaginar algo, George rellenaba los huecos de su memoria con sus cinco sentidos sin errores de ningún tipo.
Quería saltarle encima y devorarlo por completo como un minuto antes, pero entonces Tom optó por dar señales de vida y si bien el corazón no le saltó fuera del pecho, si lo hizo su pene de su regazo.
—Te extraño, George… —Las palabras le llegaron amortiguadas no sólo por la barrera que entre ambos se interponía, sino porque su mente divagó lejos de su cuerpo cuando las manos de Gustav se situaron a cada lado de sus muslos internos y presionaron. El gesto de su cara era ya bastante malicioso como para dejarlo pasar así que el bajista apenas y prestó atención a lo extraño del comportamiento de Tom.
Gustav sólo inclinó la cabeza entre sus piernas y George tosió con todas sus fuerzas al intentar sofocar como fuera un gemido que juraba, haría retumbar las paredes si se le permitía salir.
—¿Qué…? –Alcanzó a farfullar.
Su espalda dio contra lo que se suponía era uno de los muros que limitaban su espacio de dormir y sentirse apoyado en algo le dio la capacidad mágica de derretirse en su sitio sin la más mínima oposición. ¿Acaso tenía sentido recular por una mamada bien realizada que su adorado Gusti le daba? ¡Pero ni pensarlo!
—Ya, no te creas que es una mariconada. Vamos, que ni gay soy. No tengo nada contra ellos, pero yo no lo soy –resopló Tom al otro lado—, y Bill tampoco así que… No sé… Aquello que pasó… Hizo una pausa muy larga—. ¿Me estás escuchando?
Oír, sí; escuchar, ni de broma. Lo segundo requería de al menos un par de neuronas y George las ocupaba todas en su mejor intento de autocontrol al no eyacular de buenas a primeras, lo mismo que no gemir como puta ante el buen trabajo que Gustav le hacía.
Si le excitaba aquello de verse envueltos en el peligro y ser atrapados, George no lo sabía, pero lo disfrutaba cuando la callosa mano del baterista masajeaba sus testículos casi con amor antes de darle rítmicos apretones que sin llegar a ser bruscos, le proporcionaban una deliciosa sensación de flotar. Si aparte sumaba la tibia cavidad que su boca proporcionaba a su miembro, no tenía queja alguna.
Con todo, no era para distraerse que aunque disfrutaba de aquello como poseso, no era como para que por un segundo de locura temporal causada por las hormonas de adolescente que ya no era, se dejara atrapar.
—Sí, sí. No eres marica, Tom. Sólo, uh… —Sus manos aferraron el borde del colchón y sus piernas abiertas temblaron sin control cuando al mirar en su regazo, el par de ojos castaños de Gustav le devolvieron una mirada cargada de lujuria. Apenas un brillo en la oscuridad, pero eso bastaba para que los dedos de sus pies se curvaran casi dolorosamente y su mente flotara—. Abrevia, chico, que me quiero dormir –mintió con falsa impaciencia. Al menos en motivos.
Le bastaba con que Tom se fuera un par de metros, que a como veía aproximarse su orgasmo, una distancia de cien metros apenas sería suficiente para eludir lo que sería un orgasmo fulminante y ruidoso.
Ok… —Aspiró aire Tom para darse valor, muy ajeno a lo que sucedía a escasos centímetros de él y soltó su perorata.
Una enorme confesión en la que se explicaba solo… Abandonado. No que George fuera a suplantar a Bill o algo parecido, pero sí una en la que explicaba que tras el cavilar mucho al respecto sobre el tema, entendía que no era malo que el bajista supiera de la relación que mantenía con su gemelo. Es más, que resultaba en parte como un vínculo de cercanía malogrado. O algo por el estilo… Avergonzado y casi patético, Tom no encontraba cómo explicar que quería que las cosas volvieran a ser como antes.
Olvidar lo que ya se sabía era por descarte imposible, pero al menos ya no quería que fuera una relación plagada de silencios hoscos o una especie de culpa.
Tom lo dijo con tal seriedad que cuando repitió su ‘te extraño mucho, George’, pensó que se explicaba como nunca en su vida. Estaba en paz al fin y si bien no quería que todo cambiara más allá de lo necesario, le hacía falta recobrar la seguridad.
Bill actuaba como siempre al lado del bajista y Tom quería que fuera lo mismo en su caso. Tampoco es que planeara contarle detalles de su vida privada que salieran sobrando en la amistad que mantenían, pero quería todo lo anterior de regreso. Salir de noche alguna vez, bromear y demás.
Lo dijo ya al final seguro de que iba por buen camino, cuando un gruñido bajo y parecido al de un animal, se dejó escuchar por todos lados…
—Duh –dijo George al asomar la cabeza por entre la cortina y soplar aire para apartarse un par de mechones de cabello pegados a la frente y al cuello con su sudor—. Perfecto, genial. Tan amigos como siempre pero vete a dormir.
Tom alzó una ceja. —¿De verdad oíste lo que dije?
—Tú, Bill, incesto, regresar a nuestra profunda amistad, uf –resopló de nuevo—. ¿Algo más? Si me perdí de algo ven mañana. Buenas noches –y como apareció, se volvió a ocultar.
A Tom no le quedó de otra que regresar a su litera y yacer con Bill invadiendo su espacio vital, pensando que por alguna razón, algo en todo aquello parecía raro…
George tenía ojeras a la siguiente mañana cuando se levantó del colchón y siguiendo un aroma irresistible, fue a dar a la cocina donde Gustav hacía su mejor intento de desayuno con magros y pasados ingredientes.
Olía como a tostadas con mantequilla y café. No mucho considerando que eran supuestas estrellas del rock, pero tras varios años sobreviviendo a la tacañería que Jost les ordenaba seguir cuando viajaban en el autobús, ya estaba acostumbrado, así que tras sentarse frente a su plato y dar un sorbo a su taza, recuperó el color.
Las palabras de Bill eran más que ciertas al respecto del café, porque el calor que le corrió desde el vientre hasta la punta de los dedos le dibujó una sonrisa suave que Gustav vio y correspondió regresando frente a la parrilla con espátula en mano.
¿Podía ser algo mejor que aquello? George no encontraba un modo de superarlo, excepto quizá si en lugar del atestado autobús de la gira, fuera una casa de dos pisos, un par de niños y un perro que moviera la cola cada que lo viera. Con Gustav por descontado en esa fantasía, pero entonces los niños no podrían estar… Tal vez no era algo tan agradable de pensar, pero la simple fantasía entró en su cabeza dando vueltas como torbellino y dejando una estampa de absoluta armonía familiar que quería vivir. Vivir con su Gusti…
—Hey, Gus, ¿Gato o perro? –Le preguntó de la nada. De momento era preferible guardarse los sueños imposibles, pero no pudo evitar averiguar al menos un detalle que le confiriera realidad a si fantasía. No era ningún crimen.
—Ambos –respondió el baterista. Se giró a verlo con una ceja alzada—, ¿Por qué? Mi cumpleaños no es hasta el próximo año. Preferiría calcetines o ropa interior.
—Ya, pero entonces sería tu abuela. Simple curiosidad –e ignoró el gesto que su amante le daba.
Gustav se volteó de nuevo, no muy convencido de la respuesta que había obtenido, pero tampoco tan picado en su curiosidad como para forzar la verdad. La suya le gustaba más: Brutus y Bolita de nieve le gustaban como nombres para el perro y el gato que podrían tener juntos. Quizá hasta ponerles Tom y Bill por pura venganza o Bom y Till para hacer todo aquello más bizarro…
Denegó con la cabeza mientras cortaba un poco de fruta para su desayuno y casi era un auto regaño de su parte por caer tan temprano en la mañana con los sueños que a veces le daban de vivir en la misma casa con George y compartir el resto de su vida.
Un par de meses atrás todo aquello podría haber sido bizarro, pero ahora… Suspiró mientras ponía la fruta recién cortada en un tazón y agregaba un poco de azúcar, ahora era una especie de deseo oculto que quería tener al menos una mínima esperanza de poder llegar a cumplir.
—George –dijo en voz baja, mirando por encima de su hombro—, ¿Tú crees que…? –“¿… tendremos un final de cuento de hadas?” quiso preguntar, pero le pareció bastante cursi. La cara le ardía ya así que bajó la mirada y rezó porque la tierra se lo tragara.
Lo cual el 99.9999% a la infinita no resulta, ya bien porque la tierra no tiene hambre y los terremotos no ocurren a deseo cada que a alguien se le antoja uno, como porque aclararlo todo siempre era una mejor opción.
George lo sabía, y atento a cada mínima fluctuación en el ánimo del baterista, dejó su asiento para abrazarlo por detrás y besar su nuca. Todo un placer que el rubio tuviera su cabello corto pues le dejaba libre acceso a zonas que nunca antes había disfrutado con ninguna chica.
Su mano serpenteó por su cintura y aunque no era el cuerpo de una mujer con su cintura estrecha o su trasero abultado contra su entrepierna, estaba mucho mejor. Gustav encajaba tan bien en su anatomía que fue natural el cerrar los ojos y aspirar su tenue fragancia justo por detrás de las orejas antes de plantar un beso y estremecerse. De lograr que por igual, Gustav temblara ante su caricia.
—¿Piensas en hacerlo en la cocina? –Jadeó el menor agarrándose del borde de la alacena porque las piernas le empezaban a fallar.
—Nah –respondió el bajista al morder su cuello con cuidado para no dejar marcas visibles—, sólo pensaba que el perro se podría llamar Tom y el gato Bill. Oh vamos, ¿Qué es lo gracioso? –Le picó el costado al darse cuenta de que reía.
—Uh, uh… —Siseó al baterista, dándose media vuelta y moliendo sus caderas contra las de George. Ambos estaban duros, lo cual no era nada de alarmarse siendo jóvenes, sanos y fuertes, por no mencionar excitados el uno con el otro, pero la mini cocina no parecía el mejor lugar—. Justo pensaba eso. Tendremos que compartir mascotas –susurró al levantar el rostro y sin perder un instante los ojos de George, besarlo en los labios.
—¿Y compartir casa? –Murmuró con los labios aún unidos, su respiración entrecortada de nervios por la posible respuesta. Sus manos, inquietas, bajaron de la espalda del rubio y apretaron su trasero con tanta fuerza que un quejido se dejó oír.
—Ya en esas compartimos la habitación principal –y deslizó su lengua por entre los labios del mayor, quien quiso profundizar el beso y hacer de aquello una escena clásica del cine mudo inclinando a Gustav y besándolo casi en horizontal, cuando un par de pies se hicieron notar por el pasillo.
Fue apenas una milésima de segundo en la que ambos se quedaron paralizados, aún usando de conector la lengua de Gustav, antes de casi saltar de sus pieles y correr en direcciones distintas tal cual si hubiera caído una bomba en la mesa.
El cuadro que encontró Tom no fue extraño a su particular visión del mundo, en la que si no eran cambios significativos, se le escurrían de la atención. George sentado encima de la mesa del comedor y Gustav con un cuchillo en la mano y al parecer, dispuesto a cortar… Aire. Una cara de ausente y un color pálido que contrastaba con una respiración entrecortada.
—Gus –le palmeó el hombro—, ¿Estás…?
—¡Bien! –Gritó el baterista dándose vuelta y evitando por poco, muy poco, apuñalar a Tom. Casi sin intenciones, que debía admitirse que ese ‘casi’ era la pieza fundamental en la oración; no que fuera hacerlo, pero las ganas que de pronto le dieron eran muy justificadas.
—Iba a decir loco –dijo Tom con ambas manos alzadas y dando pasos atrás. Justo iba a comentarle a George que Gustav parecía listo para el manicomio cuando se dio cuenta que más que un aliado, iba a encontrar que el ingreso sería doble.
George estaba cruzado de piernas encima de la mesa, lo cual podría ser de algún modo normal, pero para nada explica que estuviera relajado en una pose de súper modelo apoyado en un brazo que daba y terminaba justo en un plato. Una mano posada en su mísero desayuno de pan con mantequilla y los dedos temblando.
—Ok, sólo tengo que decirles que si descubrieron la hierba que estaba escondida en el retrete y la fumaron, no es mi culpa –y como si nada fue directo a la cafetera para servirse una taza que disfrutó a sorbos, para luego desaparecer, al parecer, para despertar a Bill.
—Nuestro perro se llamará Tom, eso te lo juro –gruñó el bajista al bajarse de la mesa—. Y me aseguraré de que sea un perro castrado…