El siguiente par de días, si bien los pasaron corriendo por el plató de cada estudio en el que entraban, enfrascados en entrevistas cada vez más ridículas (“¿Qué tan ciertos son los rumores, digamos en una escala de porcentajes, de que Bushido entre a la banda como su quinto miembro y segundo cantante líder?”) y un par de conciertos plagados de errores técnicos que casi costaron un accidente cuando Bill saltó en el entarimado y éste crujió bajo su peso, no se consideraron entre los peores llevados.
Al menos no para Gustav y George, quienes iban de un lado a otro como llevados por la marea en una nube de algodón de azúcar que apenas les dejaba mirar algo que no fueran el uno al otro.
Con excepción de un día, habían dormido juntos cada noche, acurrucados yaciendo mejilla contra mejilla y las piernas y brazos enredados de tal modo que sus niveles de cercanía estaban por rebasar el de los Kaulitz, que ni estos siendo gemelos superaban al par de siameses en el que los dos mayores se convertían.
Claro que hablar de ese modo de ellos era llegar a una exageración patente, pero no existía otra manera de llamar al cambio que se notaba en ellos y que todo el que los rodeaba notaba de primera mano. Bill y Tom eran cercanos, por descontado, así que no era necesario arquear cejas ante cualquiera de sus actos, pero hablando de George y de Gustav, las sospechas se dejaban oír por labios de todo mundo, quienes se tenían que rendir tarde o temprano pues más allá de su compenetración mutua y una ligerísima variante a sus personalidades, no se delataban de ningún otro modo.
Todos excepto Bill, quien tras enterarse de que era noche social o traducido en el medio como noche de parranda con alcohol, sexo y drogas gratis, se ofreció a comunicar al resto de los chicos, que sólo era George. Quería con sus propios oídos escuchar todo para confirmar sus sospechas y no pensaba retirarse hasta obtener lo deseado. Costara lo que costara…
Subió hasta su puerta y tocó con fuerza. Muy alegre de lo que se venía, pues se dejaba castrar si acaso fallaba su gran intuición de que el bajista y Gustav ya lo habían hecho, lo que por descarte era imposible que no hubiera sucedido. Semejante disfraz era prueba más que suficiente.
—¡Tú! –Apuntó con el dedo a George apenas le abrió la puerta y se colaba dentro—. Vamos, cuenta, que no subí todos estos pisos por nada.
—Usaste el elevador, no las escaleras, tsk –giró los ojos el mayor al darse cuenta de a qué venía—. Supongo que tengo que darte las gracias por ese disfraz –interpretó la sonrisa del menor como un rotundo ‘sí’—, lo mismo que el lubricante de coco. Hum, no entiendo cómo a Tom no le gusta… —Se distrajo antes de recibir un manotazo—. ¡Oye!
—Me debes más que las gracias. No creo que ‘gracias’ fuera todo lo que le diste a Gustav luego de… —Hizo un gesto obsceno que le sacó al bajista todos los colores del rostro por lo chocante que resultó—. No te hagas el sorprendido, sólo… —Se quitó los zapatos antes de saltarle en la cama y rodar un par de veces sobre el edredón hasta que encontró una postura cómoda —, cuenta todo. Cómo pasó, dónde, cuántas veces y si Gustav se veía o no genial como zorrita colegiala.
A George casi se le desencajó la mandíbula de la impresión pero optó por hacer caso. Bill ya le había demostrado en numerosas ocasiones que si bien parecía tomarse todo a broma, era una gran ayuda en lo que a relaciones de pareja se refería. No por nada le agradecía, secretamente claro, la ayuda que le prestaba con el bajista, pues tanto sus consejos como sus patadas en el trasero para que actuara de modo correcto y su hombro sobre el cuál a veces lloraba, eran mejor que ir con el psicólogo. Y aunado a que no cobraba, iba genial como terapia.
—Pues verás… —Comenzó su relato. Narró todo hasta donde el límite de la decencia y el pudor le dejaban, que tampoco quería hablar de intimidades que sólo les correspondían a Gustav y a él, pero atento en no ser muy vago en descripciones. Para cuando terminó, Bill estaba vibrando de emoción y con los ojos húmedos—. Qué marica eres –le reprochó.
—Disculpa si me emociono, jo. De no ser porque faltó un ‘Te amo’, sería la historia gay que cualquier adolescente quisiera vivir.
—Sí, de pronto todos quieren tirarse a un amigo que casi es como un hermano –rodó los ojos—. Como sea, eso me recuerda pedirte un, ejem, frasco nuevo de… —Se sonrojo al tiempo que la voz se le disminuía. Era el colmo poder contar una primera vez con lujo de pelos y señales, pero no pedir un poco de lubricante.
—Oh, pero si estaba a la mitad cuando te… Lo di… —Sonrió con picardía—. Ok, no preguntaré nada, pero deja lo imagino –comentó al poner una cara de pervertido que le hizo merecedor de un golpe.
—¡Bill! No imagines nada, ugh, eso es grotesco.
—Es sexy –le corrigió. Luego comprobó la hora en su teléfono—. Demonios, casi lo olvidaba. David nos quiere listos a las ocho para una pequeña reunión de la disquera. –Vio la mueca que el bajista ponía en su rostro y lo compadeció—. Lo sé, la última vez que fuimos a una ese viejo asqueroso de sonido me tocó el trasero en la barra de las bebidas. Fue totalmente, iax. ¡Iax! –Se sacudió como si trajera bichos.
—Nah, es sólo que estoy cansado. Pensaba ir con Gusti por un firme masaje en la espalda, una hora en la tina para luego… Ya sabes. Fantasea lo que quieras, no me importa nadita.
—Que envidia –murmuró el menor, yendo ya hacía la puerta para salir. Aunque faltaban horas para el evento, tenía mucho por hacerse, empezando por una nueva manicura y teñir su cabello. Ser Bill Kaulitz, el perfecto Bill Kaulitz, no era tan glamoroso como se pensaba cuando se descubría el tiempo que se requería en su imagen—. A las ocho entonces –se despidió.
Una vez cerrada la puerta, George también se despidió de una noche decente con Gustav. Ventajas de estar en hotel y no en la carretera cuando se pensaba en una cama de colchón blando en lugar de las terribles literas, pero terrible chasco con los compromisos de última hora con que David se los jodía. Sus días libres pero con pequeñas inclusiones de agenda, apestaban.
Con todo, optó por resignarse. La idea de fiesta, aunque fuera por parte de la disquera, siempre representaba diversión de su agrado así que tan malo no podía ser, ¿Cierto?
Con una mano sosteniendo un delicioso cóctel que era mitad y mitad de jugo y alcohol, y con la otra sobre el hombro de una chica, George se sentía en la gloria. Si los ángeles bajaban del cielo a coronarlo como el rey del universo al tiempo que música celestial sonaba en sus oídos, apenas llegarían a compararse a su presente. Realmente ya estaba en el cielo.
La chica que estaba a su lado y que para evitar llamarla ‘pechos de melón’, George preguntó su nombre obteniendo un ‘Larissa’, se inclinó sobre su oreja y rozando sus labios contra la piel disponible, le dijo que iba unos momentos al tocador de damas, para después ponerse de pie y contoneándose, cruzar por el lugar moviendo las caderas en un cadencioso ocho horizontal.
El bajista estaba casi seguro que Larissa era ser hija de algún importante ejecutivo dentro de la disquera y que por lo tanto el trato a darle no era el mismo que a una groupie, pero no podía evitar intercalar entre la conversación que mantenía con ella, algún ocasional apretón en la rodilla o un roce de su mano cada que su corto cabello castaño le caía sobre el rostro. Larissa era bella, sin duda alguna de ningún tipo, pero no su tipo.
Y en definitiva, no con quien se iría esa noche al hotel.
Claro que un poco de coquetería no le iba nada mal y guardar las apariencias no era precisamente un trabajo que le resultara el equivalente a la tortura china, pero le entristecía un poco.
Una mirada hacía donde Gustav se encontraba en compañía de Bill y un par de chicos que reconoció como los encargados de iluminación, le eximió de tener que dar disculpas. Se encogió de hombros apenas perceptiblemente mientras Gustav sonreía apenas alzando la comisura de los labios, pero el gesto de ambos era claro. Ya estaba perdonado por esa noche y Larissa era perfecta pues en verdad era una compañía agradable.
La única pena en todo aquello era que ciertamente George quería dejarla ahí para ir con Gustav y pasar la noche a su lado. Lo que sería muy raro, siendo que él nunca dejaba una chica por nada y menos una que con su carita de niña y cuerpo de mujer fatal que se le insinuara del modo en que Larissa lo hacía.
—Mierda… —Murmuró entre dientes, casi conteniéndose de agotar su bebida y embriagarse por esa noche hasta perder la conciencia.
Quería ser como Tom, quien sentado entre dos chicas reía y bebía como si el mundo se fuese a acabar a la medianoche y no hubiera oportunidad de disfrutarlo en otro momento. Se preguntó entonces si realmente Tom se las tiraría… Lo que entre los gemelos existía era obvio, pero no estaba seguro hasta que punto lo que se vivía y lo que se veía de ellos con la diaria convivencia, era verdad. ¿Realmente dormiría con todas aquellas groupies o qué? ¿Qué acaso a Bill no se le erizaban los cabellos de celos? Era una buena duda la que se le presentaba de frente y en la que pudo haber perdido fácil un par de horas en sopesar las opciones y deducir cuál podía ser la verdad, de no ser porque Larissa llegó a su lado y tomándolo de la mano, lo llevó a la pista de baile.
Casi demasiado tímida para la apariencia que tenía, Larissa se abochornó cuando al llegar a la zona de baile, la música cambió para dar paso a la tanda romántica haciendo que la única opción de bailar, fuera abrazándose.
—Si quieres podemos regresar –balbuceó cruzándose de brazos al darse cuenta de que un par de personas la miraban sin disimulo, pues la ropa que portaba dejaba poco a la imaginación.
Gustav no lucía como quien estuviera disfrutando de la fiesta y George se sintió tremendamente culpable. No era como si pudiera botar a su acompañante de buenas a primeras sin ser un grosero hijo de puta, pero tampoco era para tener cara larga y hacerse merecedor de una bofetada. Cerró los ojos y tuvo que respirar profundo para recobrar el dominio de todas sus fuerzas.
—¿George? –Larissa alzó el rostro y teniéndola tan de cerca, el bajista vio que tenía un par de pecas en el rostro justo sobre las mejillas. Lucía preocupada y supo al instante que era por él. Intentó componer su mejor cara de ‘aquí-no-pasa-nada’ pero en su lugar su rostro dio una mueca que la chica supo interpretar—. Es evidente que no estás cómodo conmigo.
Se separólos y buena voz; era romántica sin llegar a caer en la cursilería, pero no la disfrutaba como debería y la razón principal estaba a unos cuantos metros, mirándose las manos y fingiendo oír una conversación en la cual era obvio el aburrimiento.
Gustav no lucía como quien estuviera disfrutando de la fiesta y George se sintió tremendamente culpable. No era como si pudiera botar a su acompañante de buenas a primeras sin ser un grosero hijo de puta, pero tampoco era para tener cara larga y hacerse merecedor de una bofetada. Cerró los ojos y tuvo que respirar profundo para recobrar el dominio de todas sus fuerzas.
—¿George? –Larissa alzó el rostro y teniéndola tan de cerca, el bajista vio que tenía un par de pecas en el rostro justo sobre las mejillas. Lucía preocupada y supo al instante que era por él. Intentó componer su mejor cara de ‘aquí-no-pasa-nada’ pero en su lugar su rostro dio una mueca que la chica supo interpretar—. Es evidente que no estás cómodo conmigo.
Se separó y aunque la música siguió sonando, ambos se quedaron de pie frente a frente calibrando qué pasaba.
—No es eso –dijo George. No quería entrar en detalles, pero tampoco quería herir a la chica. Cruzada de brazos en actitud cohibida, con un par de mechones sueltos por el rostro bonito que tenía, él supo que enamorarse de ella no era difícil, pero al menos en su caso ya no era posible.
—Bien –y sin mediar otra palabra, se dio vuelta y se alejó.
George consideró la opción de seguirla, ¿Pero y luego? Era exagerado pretender que ellos dos eran más que meros conocidos y era a la vez más que evidente que el alivio que se le extendió desde el pecho hasta las extremidades, aliviaba el malestar general que segundos antes sentía. Optó por dejarlo pasar y enfilando a la barra, pidió un trago fuerte para celebrar. El qué celebraba, ni él mismo lo sabía, pero se sentía como lo correcto.
—Ni pienses embriagarte que no cargaré con tu trasero alcoholizado hasta el hotel –le dijo Bill, colocándose a un lado y con el maquillaje un poco difuminado por su rostro a causa del sudor.
—Es apenas mi segundo trago.
—Hum… Parecía el noveno por la manera en que abrazaste a esa… –Bill calibró la palabra antes de soltarla— perra.
—Se llamaba Larissa, sólo para no llamarla perra, ¿Ok? Creo que pudo haber sido el amor de mi vida –se excusó al empinar la copa y ver fondo. El alcohol que bajó por su garganta le calentó el cuerpo al instante—, pero llegó tarde o algo así. –Extendió entonces las manos al frente y comprendió que quizá serían dos tragos, pero habían estado tan cargados que ya estaba un poco achispado pese a que tenía resistencia—. Eres un poco duro con las mujeres, creo.
—Bah –desdeñó exponiendo su cadera a un costado de la barra y mirando alrededor antes de señalar con perfectas uñas a las chicas que estaban al lado de Tom—, perra, perra; quien va por algo que es ajeno, merece el título.
—Discúlpalas por antes de acercarse a un tipo, no mirar en su bola de cristal si están ocupados o no –se encogió de hombros y pidió al barman otro trago—. ¿Y Gus? –Se atrevió a preguntar lo más casual posible.
La verdad es que su voz falseaba, pero Bill optó por no hacer ninguna burla al respecto mientras le explicaba que el baterista se le había escapado minutos antes para ir al baño. Luego comenzó a contar y al llegar al número cinco vio con grata emoción que George se alejaba con rumbo a los sanitarios.
Lo sabía, aquel par eran unos bobos respecto a la relación que tenían, pero lo invadía la fe en que saldrían adelante porque se amaban. Más les valía…
El bajista se encontró con un baño desolado y, bueno, sucio. No precisamente un basurero, pero se le aproximaba peligrosamente con su pila de papeles sucios en el suelo y el suelo manchado con agua de procedencia desconocida y que prefería siguiera siendo anónima.
Caminó por entre los cubículos mirando siempre por debajo de la puerta hasta que dio con un par de particulares zapatos que reconoció como los de Gustav. Tocó la puerta una, dos veces antes de recibir un gruñido acompañado de un escueto ‘ocupado’.
No moqueo ni voz quebrada, pero el tono alarmó todos los sentidos de George, quien volvió a tocar, esta vez con tono claro que pretendía ser alegre y habló para evitar que le llovieran palabrotas.
—Gusti, soy yo –pronunció, no muy seguro si sonaba como el marido infiel que tras ser descubierto le llevaba a su esposa flores y chocolates implorando su perdón.
Consideró acaso la posibilidad de que estallase la bomba en ese cochambroso baño de gasolinera, que Gustav llorase y él hiciera lo propio; vamos, un drama de índole épico que terminaría con ellos dos rompiendo su relación y estropeando el futuro de la banda haciendo que Tokio Hotel se separase y tuviera que suicidarse a los cuarenta años a causa de un daño hepático por su alcoholismo. Quizá antes, por allá como a los treinta… El futuro nada halagüeño le hizo estrujarse la mano sobre el pecho, pero la realidad fue distinta.
Gustav abrió la puerta sin signos de haber llorado, desgarrado la ropa o haber sufrido un colapso nervioso. Nada de eso; exageraciones de la mente de George quien siempre dramatizaba, pero sin embargo, triste.
—Este baño es un asco –le dijo con disgusto apenas lo vio—. Orinar aquí es casi garantía de pescar alguna cepa extraña de enfermedad de transmisión sexual nueva. Puaj, uno corre el riesgo de que se le pudra y se caiga…
—No me dejes… —Balbuceó George, no muy seguro porque pedía algo que iba con el hilo de la conversación, dando un paso dentro del estrecho cubículo y abrazando a Gustav con una necesidad que creía desconocida de sentir jamás en la vida. Soltarlo le parecía como perder lo que lo mantenía al borde de un precipicio profundo y escarpado. Daba miedo.
—¿De qué diablos hablas? –Preguntó extrañando el rubio. Sobó un poco su espalda mientras se preguntaba si Tom le había dado de fumar aquella cochinada de mala calidad que a veces compraba, porque no se explicaba el abrazo tan estrecho que George le daba y que casi le rompía las costillas—. ¿Estás ebrio?
—No. Sí. No sé… ¿Te parece que lo estoy?
—George, me asustas –intentó desasirse del abrazo, pero George no lo dejó y a riesgo de que alguien entrara en el baño y los viera, optó por mejor cerrar la puerta del sanitario para al menos tener un poco de privacidad—. No vayas a llorar, ¿Sí?
—Ugh, muy tarde –susurró compungido al hacer sonar su nariz y enterrar el rostro en su hombro—. Debo estar en mis días o algo así –se justificó, obteniendo así una mano en torno a su cintura y otra acariciando su cabello.
Pese a que Gustav era por un poco más bajo que él, a veces sus caricias eran tan tranquilizantes que el bajista se sentía mecido en sus brazos como un bebé.
—No me vengas con esa patraña que ya bastante tengo con la regla de Bill –resopló contra su oreja. Se la pensó un momento y preguntó con una voz muy pequeña y apenas audible—. ¿No te espera esa chica? Es bastante linda.
—Lindas pecas, pero no. Me botó –dijo como si nada.
—Ah, lo siento –pero por su tono era evidente que la frase provenía del viejo contrato de amigos, no el de amantes que eran, porque por dentro sus tripas bailaban conga celebrando que George no se había ido con alguien más.
—Nah. ¿Sabes…? –Alzó el rostro y se limpió el borde de los ojos con una sonrisa tímida—, me alegro que pasara. Creo que pude haber fantaseado con ella, casarme y tener cinco hijos, pero entonces te vi con Bill y tenías esa cara de…
—¿De que me aburría de muerte? –Gustav puso mala cara—. Bill hablando con los maricas de la sección de iluminación acerca de secadoras de pelo, manicura de lujo y marcas de ropa, mata las ilusiones de vivir de cualquiera. De otra manera, no habría huido a semejante baño.
—Ah… —El bajista se quedó serio. Él pensaba que era la cara de Gustav por extrañarlo y verlo coquetear con otra, pero al parecer su imaginación se había fumado un porro al exagerarlo todo. ¿Era que ambos no eran cercanos, que Gustav no esperaba que fueran pareja o que simplemente no le importaba que se fuera con otra? Le dolió un poco la idea, pero peor dolían las dudas.
—Y bueno, también estaba un poco… Celoso –murmuró sentándose en la tapa del inodoro y mirando arriba en espera de un comentario al respecto—. Digo, mi trasero tiene poderes que yo nunca creí que tendría, pero no se comparan con ella. –Carraspeó—. Te la pondré fácil porque sé que eres igual de bestia que Tom para estas cosas, así que ahí va: Tú y yo, ¿Qué somos? Me refiero a, ya sabes, ¿Somos pareja, queda en amantes o mis celos son haber tomado todo muy en serio y equivocarme?
Pareció librarse de un peso tremendo porque al instante la tensión en sus facciones se disipó y quedó un Gustav paciente que sólo pedía dejar todo claro como el agua. George no podía reprochárselo, muy al contrario, el poder hablarlo era un alivio tremendo que le refrescaba las ideas.
—La verdad es que yo pensé que ya éramos pareja y que te estaba engañando con Larissa –extendió la mano y le acaricio las mejillas para luego besarlo.
—Ay George, dices las palabras más tiernas en los lugares más sucios; debería ser al revés –se paró y posando los brazos en torno a su cuello, lo besó—. Ok, somos pareja –arrugó la nariz—, aunque preferiría que fuera un secreto…
—¿En que estás pensando? –El corazón de George se estrujó un poco, lo cual no era nada agradable teniendo a su Gusti en brazos.
—Dejar pasar un tiempo, unos meses, antes de decir algo. Esto va a funcionar, quiero creer que sí, pero hasta entonces me gustaría que fuera un secreto. –Lo abrazó—. No quiero pensar en hacer esto público o adelantarme mucho o presionarte, pero supongo que en algún momento habrá que decirle a los gemelos, a David y a nuestras familias. De momento es esperar, ¿Bien?
El bajista se mordió el labio inferior. ¿Sería correcto decirle que al menos Bill ya sabía? No es que quisiera probar la resistencia de Gustav a los infartos, pero la opción de mentirle no era viable si iban a tener una relación que quería con el alma que durase. De verdad que quería que funcionara y aunque de momento no podía hablar de pasar la eternidad a su lado por temor a exagerar una pizca, ya lo amaba.
Justo iba a confesarle al baterista lo del menor de los gemelos cuando recibió un beso que siguió a otro y la verdad se le ahogó en los labios. Estrechando a Gustav entre brazos contra la puerta, decidió que si no decía nada, entonces no mentía. De momento todo era tan perfecto, que arruinarlo por propia voluntad era casi un suicidio.
—Georgie Pooh ama a su Gusti Pooh –murmuró contra su labios, extasiado de cuán suaves se sentían contra los suyos.
—Yo también te amo, Georgie Pooh… —Se la pensó unos segundos antes de soltar una carcajada—. Somos unas nenazas.
—Tanto así como en plural… ¡Ouch! –El pellizco se lo ganó a pulso, pero Gustav seguía riendo—. Ok, un par de nenas. Soy muy macho para decirlo y no me da vergüenza admitirlo.
—Ya pues. Toca salir del baño, pero será como nuestro pequeño clóset personal –se tapó la boca con la mano—, aunque si es hora de confesiones, te diré que pese a los orines en el suelo y el escusado sucio, este lugar ha sido casi tan romántico como cualquier otro de los clichés. –Le dio un último beso en los labios antes de abrir la puerta y salió.
Pudo ser efecto de la luz pobre y parpadeante del techo, pero George vislumbró la figura de Gustav de una manera nunca antes vista.
Se sonrojó y casi corrió en pos suya.
Amaba a su Gusti… Su Gusti Pooh…
Al menos no para Gustav y George, quienes iban de un lado a otro como llevados por la marea en una nube de algodón de azúcar que apenas les dejaba mirar algo que no fueran el uno al otro.
Con excepción de un día, habían dormido juntos cada noche, acurrucados yaciendo mejilla contra mejilla y las piernas y brazos enredados de tal modo que sus niveles de cercanía estaban por rebasar el de los Kaulitz, que ni estos siendo gemelos superaban al par de siameses en el que los dos mayores se convertían.
Claro que hablar de ese modo de ellos era llegar a una exageración patente, pero no existía otra manera de llamar al cambio que se notaba en ellos y que todo el que los rodeaba notaba de primera mano. Bill y Tom eran cercanos, por descontado, así que no era necesario arquear cejas ante cualquiera de sus actos, pero hablando de George y de Gustav, las sospechas se dejaban oír por labios de todo mundo, quienes se tenían que rendir tarde o temprano pues más allá de su compenetración mutua y una ligerísima variante a sus personalidades, no se delataban de ningún otro modo.
Todos excepto Bill, quien tras enterarse de que era noche social o traducido en el medio como noche de parranda con alcohol, sexo y drogas gratis, se ofreció a comunicar al resto de los chicos, que sólo era George. Quería con sus propios oídos escuchar todo para confirmar sus sospechas y no pensaba retirarse hasta obtener lo deseado. Costara lo que costara…
Subió hasta su puerta y tocó con fuerza. Muy alegre de lo que se venía, pues se dejaba castrar si acaso fallaba su gran intuición de que el bajista y Gustav ya lo habían hecho, lo que por descarte era imposible que no hubiera sucedido. Semejante disfraz era prueba más que suficiente.
—¡Tú! –Apuntó con el dedo a George apenas le abrió la puerta y se colaba dentro—. Vamos, cuenta, que no subí todos estos pisos por nada.
—Usaste el elevador, no las escaleras, tsk –giró los ojos el mayor al darse cuenta de a qué venía—. Supongo que tengo que darte las gracias por ese disfraz –interpretó la sonrisa del menor como un rotundo ‘sí’—, lo mismo que el lubricante de coco. Hum, no entiendo cómo a Tom no le gusta… —Se distrajo antes de recibir un manotazo—. ¡Oye!
—Me debes más que las gracias. No creo que ‘gracias’ fuera todo lo que le diste a Gustav luego de… —Hizo un gesto obsceno que le sacó al bajista todos los colores del rostro por lo chocante que resultó—. No te hagas el sorprendido, sólo… —Se quitó los zapatos antes de saltarle en la cama y rodar un par de veces sobre el edredón hasta que encontró una postura cómoda —, cuenta todo. Cómo pasó, dónde, cuántas veces y si Gustav se veía o no genial como zorrita colegiala.
A George casi se le desencajó la mandíbula de la impresión pero optó por hacer caso. Bill ya le había demostrado en numerosas ocasiones que si bien parecía tomarse todo a broma, era una gran ayuda en lo que a relaciones de pareja se refería. No por nada le agradecía, secretamente claro, la ayuda que le prestaba con el bajista, pues tanto sus consejos como sus patadas en el trasero para que actuara de modo correcto y su hombro sobre el cuál a veces lloraba, eran mejor que ir con el psicólogo. Y aunado a que no cobraba, iba genial como terapia.
—Pues verás… —Comenzó su relato. Narró todo hasta donde el límite de la decencia y el pudor le dejaban, que tampoco quería hablar de intimidades que sólo les correspondían a Gustav y a él, pero atento en no ser muy vago en descripciones. Para cuando terminó, Bill estaba vibrando de emoción y con los ojos húmedos—. Qué marica eres –le reprochó.
—Disculpa si me emociono, jo. De no ser porque faltó un ‘Te amo’, sería la historia gay que cualquier adolescente quisiera vivir.
—Sí, de pronto todos quieren tirarse a un amigo que casi es como un hermano –rodó los ojos—. Como sea, eso me recuerda pedirte un, ejem, frasco nuevo de… —Se sonrojo al tiempo que la voz se le disminuía. Era el colmo poder contar una primera vez con lujo de pelos y señales, pero no pedir un poco de lubricante.
—Oh, pero si estaba a la mitad cuando te… Lo di… —Sonrió con picardía—. Ok, no preguntaré nada, pero deja lo imagino –comentó al poner una cara de pervertido que le hizo merecedor de un golpe.
—¡Bill! No imagines nada, ugh, eso es grotesco.
—Es sexy –le corrigió. Luego comprobó la hora en su teléfono—. Demonios, casi lo olvidaba. David nos quiere listos a las ocho para una pequeña reunión de la disquera. –Vio la mueca que el bajista ponía en su rostro y lo compadeció—. Lo sé, la última vez que fuimos a una ese viejo asqueroso de sonido me tocó el trasero en la barra de las bebidas. Fue totalmente, iax. ¡Iax! –Se sacudió como si trajera bichos.
—Nah, es sólo que estoy cansado. Pensaba ir con Gusti por un firme masaje en la espalda, una hora en la tina para luego… Ya sabes. Fantasea lo que quieras, no me importa nadita.
—Que envidia –murmuró el menor, yendo ya hacía la puerta para salir. Aunque faltaban horas para el evento, tenía mucho por hacerse, empezando por una nueva manicura y teñir su cabello. Ser Bill Kaulitz, el perfecto Bill Kaulitz, no era tan glamoroso como se pensaba cuando se descubría el tiempo que se requería en su imagen—. A las ocho entonces –se despidió.
Una vez cerrada la puerta, George también se despidió de una noche decente con Gustav. Ventajas de estar en hotel y no en la carretera cuando se pensaba en una cama de colchón blando en lugar de las terribles literas, pero terrible chasco con los compromisos de última hora con que David se los jodía. Sus días libres pero con pequeñas inclusiones de agenda, apestaban.
Con todo, optó por resignarse. La idea de fiesta, aunque fuera por parte de la disquera, siempre representaba diversión de su agrado así que tan malo no podía ser, ¿Cierto?
Con una mano sosteniendo un delicioso cóctel que era mitad y mitad de jugo y alcohol, y con la otra sobre el hombro de una chica, George se sentía en la gloria. Si los ángeles bajaban del cielo a coronarlo como el rey del universo al tiempo que música celestial sonaba en sus oídos, apenas llegarían a compararse a su presente. Realmente ya estaba en el cielo.
La chica que estaba a su lado y que para evitar llamarla ‘pechos de melón’, George preguntó su nombre obteniendo un ‘Larissa’, se inclinó sobre su oreja y rozando sus labios contra la piel disponible, le dijo que iba unos momentos al tocador de damas, para después ponerse de pie y contoneándose, cruzar por el lugar moviendo las caderas en un cadencioso ocho horizontal.
El bajista estaba casi seguro que Larissa era ser hija de algún importante ejecutivo dentro de la disquera y que por lo tanto el trato a darle no era el mismo que a una groupie, pero no podía evitar intercalar entre la conversación que mantenía con ella, algún ocasional apretón en la rodilla o un roce de su mano cada que su corto cabello castaño le caía sobre el rostro. Larissa era bella, sin duda alguna de ningún tipo, pero no su tipo.
Y en definitiva, no con quien se iría esa noche al hotel.
Claro que un poco de coquetería no le iba nada mal y guardar las apariencias no era precisamente un trabajo que le resultara el equivalente a la tortura china, pero le entristecía un poco.
Una mirada hacía donde Gustav se encontraba en compañía de Bill y un par de chicos que reconoció como los encargados de iluminación, le eximió de tener que dar disculpas. Se encogió de hombros apenas perceptiblemente mientras Gustav sonreía apenas alzando la comisura de los labios, pero el gesto de ambos era claro. Ya estaba perdonado por esa noche y Larissa era perfecta pues en verdad era una compañía agradable.
La única pena en todo aquello era que ciertamente George quería dejarla ahí para ir con Gustav y pasar la noche a su lado. Lo que sería muy raro, siendo que él nunca dejaba una chica por nada y menos una que con su carita de niña y cuerpo de mujer fatal que se le insinuara del modo en que Larissa lo hacía.
—Mierda… —Murmuró entre dientes, casi conteniéndose de agotar su bebida y embriagarse por esa noche hasta perder la conciencia.
Quería ser como Tom, quien sentado entre dos chicas reía y bebía como si el mundo se fuese a acabar a la medianoche y no hubiera oportunidad de disfrutarlo en otro momento. Se preguntó entonces si realmente Tom se las tiraría… Lo que entre los gemelos existía era obvio, pero no estaba seguro hasta que punto lo que se vivía y lo que se veía de ellos con la diaria convivencia, era verdad. ¿Realmente dormiría con todas aquellas groupies o qué? ¿Qué acaso a Bill no se le erizaban los cabellos de celos? Era una buena duda la que se le presentaba de frente y en la que pudo haber perdido fácil un par de horas en sopesar las opciones y deducir cuál podía ser la verdad, de no ser porque Larissa llegó a su lado y tomándolo de la mano, lo llevó a la pista de baile.
Casi demasiado tímida para la apariencia que tenía, Larissa se abochornó cuando al llegar a la zona de baile, la música cambió para dar paso a la tanda romántica haciendo que la única opción de bailar, fuera abrazándose.
—Si quieres podemos regresar –balbuceó cruzándose de brazos al darse cuenta de que un par de personas la miraban sin disimulo, pues la ropa que portaba dejaba poco a la imaginación.
Gustav no lucía como quien estuviera disfrutando de la fiesta y George se sintió tremendamente culpable. No era como si pudiera botar a su acompañante de buenas a primeras sin ser un grosero hijo de puta, pero tampoco era para tener cara larga y hacerse merecedor de una bofetada. Cerró los ojos y tuvo que respirar profundo para recobrar el dominio de todas sus fuerzas.
—¿George? –Larissa alzó el rostro y teniéndola tan de cerca, el bajista vio que tenía un par de pecas en el rostro justo sobre las mejillas. Lucía preocupada y supo al instante que era por él. Intentó componer su mejor cara de ‘aquí-no-pasa-nada’ pero en su lugar su rostro dio una mueca que la chica supo interpretar—. Es evidente que no estás cómodo conmigo.
Se separólos y buena voz; era romántica sin llegar a caer en la cursilería, pero no la disfrutaba como debería y la razón principal estaba a unos cuantos metros, mirándose las manos y fingiendo oír una conversación en la cual era obvio el aburrimiento.
Gustav no lucía como quien estuviera disfrutando de la fiesta y George se sintió tremendamente culpable. No era como si pudiera botar a su acompañante de buenas a primeras sin ser un grosero hijo de puta, pero tampoco era para tener cara larga y hacerse merecedor de una bofetada. Cerró los ojos y tuvo que respirar profundo para recobrar el dominio de todas sus fuerzas.
—¿George? –Larissa alzó el rostro y teniéndola tan de cerca, el bajista vio que tenía un par de pecas en el rostro justo sobre las mejillas. Lucía preocupada y supo al instante que era por él. Intentó componer su mejor cara de ‘aquí-no-pasa-nada’ pero en su lugar su rostro dio una mueca que la chica supo interpretar—. Es evidente que no estás cómodo conmigo.
Se separó y aunque la música siguió sonando, ambos se quedaron de pie frente a frente calibrando qué pasaba.
—No es eso –dijo George. No quería entrar en detalles, pero tampoco quería herir a la chica. Cruzada de brazos en actitud cohibida, con un par de mechones sueltos por el rostro bonito que tenía, él supo que enamorarse de ella no era difícil, pero al menos en su caso ya no era posible.
—Bien –y sin mediar otra palabra, se dio vuelta y se alejó.
George consideró la opción de seguirla, ¿Pero y luego? Era exagerado pretender que ellos dos eran más que meros conocidos y era a la vez más que evidente que el alivio que se le extendió desde el pecho hasta las extremidades, aliviaba el malestar general que segundos antes sentía. Optó por dejarlo pasar y enfilando a la barra, pidió un trago fuerte para celebrar. El qué celebraba, ni él mismo lo sabía, pero se sentía como lo correcto.
—Ni pienses embriagarte que no cargaré con tu trasero alcoholizado hasta el hotel –le dijo Bill, colocándose a un lado y con el maquillaje un poco difuminado por su rostro a causa del sudor.
—Es apenas mi segundo trago.
—Hum… Parecía el noveno por la manera en que abrazaste a esa… –Bill calibró la palabra antes de soltarla— perra.
—Se llamaba Larissa, sólo para no llamarla perra, ¿Ok? Creo que pudo haber sido el amor de mi vida –se excusó al empinar la copa y ver fondo. El alcohol que bajó por su garganta le calentó el cuerpo al instante—, pero llegó tarde o algo así. –Extendió entonces las manos al frente y comprendió que quizá serían dos tragos, pero habían estado tan cargados que ya estaba un poco achispado pese a que tenía resistencia—. Eres un poco duro con las mujeres, creo.
—Bah –desdeñó exponiendo su cadera a un costado de la barra y mirando alrededor antes de señalar con perfectas uñas a las chicas que estaban al lado de Tom—, perra, perra; quien va por algo que es ajeno, merece el título.
—Discúlpalas por antes de acercarse a un tipo, no mirar en su bola de cristal si están ocupados o no –se encogió de hombros y pidió al barman otro trago—. ¿Y Gus? –Se atrevió a preguntar lo más casual posible.
La verdad es que su voz falseaba, pero Bill optó por no hacer ninguna burla al respecto mientras le explicaba que el baterista se le había escapado minutos antes para ir al baño. Luego comenzó a contar y al llegar al número cinco vio con grata emoción que George se alejaba con rumbo a los sanitarios.
Lo sabía, aquel par eran unos bobos respecto a la relación que tenían, pero lo invadía la fe en que saldrían adelante porque se amaban. Más les valía…
El bajista se encontró con un baño desolado y, bueno, sucio. No precisamente un basurero, pero se le aproximaba peligrosamente con su pila de papeles sucios en el suelo y el suelo manchado con agua de procedencia desconocida y que prefería siguiera siendo anónima.
Caminó por entre los cubículos mirando siempre por debajo de la puerta hasta que dio con un par de particulares zapatos que reconoció como los de Gustav. Tocó la puerta una, dos veces antes de recibir un gruñido acompañado de un escueto ‘ocupado’.
No moqueo ni voz quebrada, pero el tono alarmó todos los sentidos de George, quien volvió a tocar, esta vez con tono claro que pretendía ser alegre y habló para evitar que le llovieran palabrotas.
—Gusti, soy yo –pronunció, no muy seguro si sonaba como el marido infiel que tras ser descubierto le llevaba a su esposa flores y chocolates implorando su perdón.
Consideró acaso la posibilidad de que estallase la bomba en ese cochambroso baño de gasolinera, que Gustav llorase y él hiciera lo propio; vamos, un drama de índole épico que terminaría con ellos dos rompiendo su relación y estropeando el futuro de la banda haciendo que Tokio Hotel se separase y tuviera que suicidarse a los cuarenta años a causa de un daño hepático por su alcoholismo. Quizá antes, por allá como a los treinta… El futuro nada halagüeño le hizo estrujarse la mano sobre el pecho, pero la realidad fue distinta.
Gustav abrió la puerta sin signos de haber llorado, desgarrado la ropa o haber sufrido un colapso nervioso. Nada de eso; exageraciones de la mente de George quien siempre dramatizaba, pero sin embargo, triste.
—Este baño es un asco –le dijo con disgusto apenas lo vio—. Orinar aquí es casi garantía de pescar alguna cepa extraña de enfermedad de transmisión sexual nueva. Puaj, uno corre el riesgo de que se le pudra y se caiga…
—No me dejes… —Balbuceó George, no muy seguro porque pedía algo que iba con el hilo de la conversación, dando un paso dentro del estrecho cubículo y abrazando a Gustav con una necesidad que creía desconocida de sentir jamás en la vida. Soltarlo le parecía como perder lo que lo mantenía al borde de un precipicio profundo y escarpado. Daba miedo.
—¿De qué diablos hablas? –Preguntó extrañando el rubio. Sobó un poco su espalda mientras se preguntaba si Tom le había dado de fumar aquella cochinada de mala calidad que a veces compraba, porque no se explicaba el abrazo tan estrecho que George le daba y que casi le rompía las costillas—. ¿Estás ebrio?
—No. Sí. No sé… ¿Te parece que lo estoy?
—George, me asustas –intentó desasirse del abrazo, pero George no lo dejó y a riesgo de que alguien entrara en el baño y los viera, optó por mejor cerrar la puerta del sanitario para al menos tener un poco de privacidad—. No vayas a llorar, ¿Sí?
—Ugh, muy tarde –susurró compungido al hacer sonar su nariz y enterrar el rostro en su hombro—. Debo estar en mis días o algo así –se justificó, obteniendo así una mano en torno a su cintura y otra acariciando su cabello.
Pese a que Gustav era por un poco más bajo que él, a veces sus caricias eran tan tranquilizantes que el bajista se sentía mecido en sus brazos como un bebé.
—No me vengas con esa patraña que ya bastante tengo con la regla de Bill –resopló contra su oreja. Se la pensó un momento y preguntó con una voz muy pequeña y apenas audible—. ¿No te espera esa chica? Es bastante linda.
—Lindas pecas, pero no. Me botó –dijo como si nada.
—Ah, lo siento –pero por su tono era evidente que la frase provenía del viejo contrato de amigos, no el de amantes que eran, porque por dentro sus tripas bailaban conga celebrando que George no se había ido con alguien más.
—Nah. ¿Sabes…? –Alzó el rostro y se limpió el borde de los ojos con una sonrisa tímida—, me alegro que pasara. Creo que pude haber fantaseado con ella, casarme y tener cinco hijos, pero entonces te vi con Bill y tenías esa cara de…
—¿De que me aburría de muerte? –Gustav puso mala cara—. Bill hablando con los maricas de la sección de iluminación acerca de secadoras de pelo, manicura de lujo y marcas de ropa, mata las ilusiones de vivir de cualquiera. De otra manera, no habría huido a semejante baño.
—Ah… —El bajista se quedó serio. Él pensaba que era la cara de Gustav por extrañarlo y verlo coquetear con otra, pero al parecer su imaginación se había fumado un porro al exagerarlo todo. ¿Era que ambos no eran cercanos, que Gustav no esperaba que fueran pareja o que simplemente no le importaba que se fuera con otra? Le dolió un poco la idea, pero peor dolían las dudas.
—Y bueno, también estaba un poco… Celoso –murmuró sentándose en la tapa del inodoro y mirando arriba en espera de un comentario al respecto—. Digo, mi trasero tiene poderes que yo nunca creí que tendría, pero no se comparan con ella. –Carraspeó—. Te la pondré fácil porque sé que eres igual de bestia que Tom para estas cosas, así que ahí va: Tú y yo, ¿Qué somos? Me refiero a, ya sabes, ¿Somos pareja, queda en amantes o mis celos son haber tomado todo muy en serio y equivocarme?
Pareció librarse de un peso tremendo porque al instante la tensión en sus facciones se disipó y quedó un Gustav paciente que sólo pedía dejar todo claro como el agua. George no podía reprochárselo, muy al contrario, el poder hablarlo era un alivio tremendo que le refrescaba las ideas.
—La verdad es que yo pensé que ya éramos pareja y que te estaba engañando con Larissa –extendió la mano y le acaricio las mejillas para luego besarlo.
—Ay George, dices las palabras más tiernas en los lugares más sucios; debería ser al revés –se paró y posando los brazos en torno a su cuello, lo besó—. Ok, somos pareja –arrugó la nariz—, aunque preferiría que fuera un secreto…
—¿En que estás pensando? –El corazón de George se estrujó un poco, lo cual no era nada agradable teniendo a su Gusti en brazos.
—Dejar pasar un tiempo, unos meses, antes de decir algo. Esto va a funcionar, quiero creer que sí, pero hasta entonces me gustaría que fuera un secreto. –Lo abrazó—. No quiero pensar en hacer esto público o adelantarme mucho o presionarte, pero supongo que en algún momento habrá que decirle a los gemelos, a David y a nuestras familias. De momento es esperar, ¿Bien?
El bajista se mordió el labio inferior. ¿Sería correcto decirle que al menos Bill ya sabía? No es que quisiera probar la resistencia de Gustav a los infartos, pero la opción de mentirle no era viable si iban a tener una relación que quería con el alma que durase. De verdad que quería que funcionara y aunque de momento no podía hablar de pasar la eternidad a su lado por temor a exagerar una pizca, ya lo amaba.
Justo iba a confesarle al baterista lo del menor de los gemelos cuando recibió un beso que siguió a otro y la verdad se le ahogó en los labios. Estrechando a Gustav entre brazos contra la puerta, decidió que si no decía nada, entonces no mentía. De momento todo era tan perfecto, que arruinarlo por propia voluntad era casi un suicidio.
—Georgie Pooh ama a su Gusti Pooh –murmuró contra su labios, extasiado de cuán suaves se sentían contra los suyos.
—Yo también te amo, Georgie Pooh… —Se la pensó unos segundos antes de soltar una carcajada—. Somos unas nenazas.
—Tanto así como en plural… ¡Ouch! –El pellizco se lo ganó a pulso, pero Gustav seguía riendo—. Ok, un par de nenas. Soy muy macho para decirlo y no me da vergüenza admitirlo.
—Ya pues. Toca salir del baño, pero será como nuestro pequeño clóset personal –se tapó la boca con la mano—, aunque si es hora de confesiones, te diré que pese a los orines en el suelo y el escusado sucio, este lugar ha sido casi tan romántico como cualquier otro de los clichés. –Le dio un último beso en los labios antes de abrir la puerta y salió.
Pudo ser efecto de la luz pobre y parpadeante del techo, pero George vislumbró la figura de Gustav de una manera nunca antes vista.
Se sonrojó y casi corrió en pos suya.
Amaba a su Gusti… Su Gusti Pooh…