Una mano pidiendo permiso tironeó de la prenda que portaba y asintiendo con más nervios que nunca, recibió una bocanada de aire tibio que lo sumergió de pies a cabeza en un calor increíble y devorador que provino de ser desnudado con pausa y deleite como quien retira la envoltura de un caramelo a sabiendas de lo delicioso que éste resultará en el paladar.
Las medias siguieron, una tras otra deslizándose por sus muslos, por medio de besos y mordidas en la corva de las rodillas que lo hicieron casi olvidar una dolorosa erección que descansaba entre sus piernas saltando al menor roce o contacto.
Apenas se sintió del todo libre de ropa cuando George clavó su mirada con la suya y tomando sus manos, lo instó a deslizar su ya por demás apretado bóxer hasta que ambos estuvieron del todo desnudos.
Un leve parpadeo que incluso después de haber terminado por esa noche, ninguno de los dos pudo recordar a quien perteneció, los sacó de ensoñaciones para continuar.
George bajó su mirada hasta el regazo de Gustav y no pudo contenerse de pasar la lengua por sus labios saboreando lo que a su paladar le parecía un platillo gourmet: totalmente rasurado, el miembro de Gustav permanecía quieto e hinchado esperando ser devorado. Aterciopelado era la palabra indicada.
—No me dirás que semejante matorral combinaba a la perfección con mis piernas recién depiladas –se justificó el menor al notar la insistente mirada que George le daba—. Tuve que hacerlo… ¡Ah! –Jadeó antes de taparse la boca con ambas manos y quebrar su cadera ante el primer lametón que el bajista la prodigaba—. No voy a durar –gimoteó lo menos quejoso que pudo, pero aún así asustado de correrse a la primera. Antes muerto a que le pasara semejante vergüenza.
—Lo mismo –puntualizó el mayor, apoyando la palma entera sobre sus testículos y masajeando en un ritmo casi cercano al de una madre primeriza con su bebé en brazos por primera vez.
—Ok, sólo… Sólo… No preliminares que para eso han sido semanas. –Tragó saliva al sentir un par de dedos deslizarse más debajo de la línea de sus testículos y hundirse en su trasero—. Oh… ¡Oh Diox!
—¿Diox? –Preguntó George sacando la mano para abrir el frasquito de lubricante y prepararse mejor.
—No quiero cometer sacrilegio –se explicó Gustav, antes de tener que morder el dorso de su mano al sentir un par de dedos fríos y húmedos aproximarse de nuevo.
Abrió las piernas muy consciente de que estaba enseñando todas las joyas de la familia Schäfer pero ni remotamente avergonzado. Estaba tan deseoso de sentir aquel tipo de contacto que luchó contra las lágrimas y se tragó los sollozos que pugnaban por salir de su boca, hasta encontrar el placer que tanto había anhelado cuando con dos dedos tanteando su interior, sintió un golpe sordo de placer que le hizo morderse la parte interna de la mejilla.
—Ahí –alcanzó a susurrar con un hilo de voz y venciendo la tentación apremiante de cerrar las piernas de golpe.
George, que hasta ese momento estaba aterrado de lastimar a Gustav, posó la palma en su bajo vientre y con los dedos que aún tenía en su interior, hizo un movimiento que solía usar en el bajo y que produjo una melodiosa sucesión de gemidos en los labios del menor.
—Hey… —Se alzó para besar sus trémulos labios una vez más antes de acariciar un poco más en su interior y extasiado, comprobar que lo que hacía estaba bien. Casi suspirando de alivio, abrió un poco los dos dedos que ya tenía dentro, para introducir un tercer dedo y estrechar un poco más el tenso canal.
Un par de gruñidos y un grito amortiguado que el baterista ahogó con su brazo antes de impulsarse contra los dedos en su interior y casi venirse.
—No, no, ya no… —Balbuceó en éxtasis—. George, tienes que… —Su mano libre buscó entre el desastre que su cama se había convertido y justo al lado de la almohada dio con el tan ansiado frasco—. Ven, ven… —Gimió al sentir los dedos abandonarlo del todo y esparciendo una generosa cantidad en la palma de su mano, frotó de arriba abajo el pene de George, quien embistió en su palma con ojos cerrados y un ronco silbido exhalado en cada respiración—. Estoy listo –confirmó recostándose de nuevo en el colchón y abriendo las piernas.
—Gus, hey, Gusti… —Murmuró besando sus labios en un flojo beso al arrodillarse entre sus piernas y posicionarse justo en medio para hacer todo más sencillo—. ¿Lo sabes, verdad? –Quiso agregar: “¿Sabes que te amo, verdad?” pero el temor de echar a perder el momento lo hizo contenerse. Un pequeño golpe apenas en la base del estómago, pero no se permitió que eso arruinara el momento, mucho menos cuando Gustav miró en sus ojos y entendió.
—Yo también –asintió—, ahora sólo, ya sabes… Adentro.
Apretó los dientes apenas las palabras escaparon de su boca. Sus manos se ciñeron sin controlar su fuerza en torno a George, quien experimentando una estreches más allá de lo antes experimentada, se hundía en su interior con desquiciante lentitud.
Era mucho más de lo que llegó siquiera a imaginar en sus más ardientes sueños y quizá más de lo que la fantasía podía otorgar a algún ser humano, pero tuvo que controlarse al respirar con pesadez en el cuello de su ahora amante y contenerse de eyacular a la primera embestida.
—¿Bien? –Preguntó con la voz quebrada. Gustav, que yacía debajo de él boqueaba por aire—. ¿Todo bien?
Lo vio asentir repetidas veces, pero igual formuló su pregunta sin parar, porque sería una cabronada suya no estar seguro antes de dar el primer tentativo impulso.
Con voz quebrada, Gustav dijo ‘sí’ y George, tras besarlo largamente, aceptó su respuesta para clavar los pies en el colchón y empezar un ritmo quiero y perezoso que transformó los lloriqueos del baterista en auténticos jadeos de placer apenas el dolor dio paso a la maravillosa sensación que se extendía como agua caliente desde su vientre a sus extremidades.
Un par de largos minutos que se estiraban y extendían en la penumbra de aquella habitación de hotel mientras los dos se consumían el uno por el otro hasta sentir sus orgasmos aproximándose a un ritmo vertiginoso y con amenaza de dejar caer una tonelada de concreto encima de sus cuerpos.
—Nghhh… —Tarareó de pronto Gustav, apretando con fuerza los ojos y soltando a George con una mano, buscar entre su cuerpo hasta dar con su pene atrapado entre los dos cuerpos, húmedo y duro como nunca. Un par de tirones que el bajista acompañó con la pericia de años de tocar el bajo y una mano firme, al recorrer con un dedo la tierna piel de la cabeza y tras retirar el frenillo, hacerlo eyacular en tres potentes chorros justo entre los vientres de ambos.
Un par de embestidas que se cubrieron con espasmódicas contracciones por parte de Gustav y que drenaron la vida de su interior al perder la consciencia por un segundo con la fuerza de su orgasmo.
Un beso más, suave, carente de la ansía antes experimentada en donde ambos se sonrieron, sudorosos y pegajosos con semen, pero felices.
—Yo también, Georgie Pooh –acarició con su nariz la oreja del aludido. También lo amaba, quería decirlo, pero no era momento. Ya habría otras ocasiones.
Cayendo en un sueño profundo, deslizándose en él como quien es devorado por la noche o la más absoluta de las oscuridades, jugueteó un poco con el par de orejitas de cerdo que George todavía portaba. Apenas le quedaron fuerzas para comprobar que las suyas estaban en su sitio y dormir…
Dormir si podía hasta el final de sus días con George aún en su interior…
Las medias siguieron, una tras otra deslizándose por sus muslos, por medio de besos y mordidas en la corva de las rodillas que lo hicieron casi olvidar una dolorosa erección que descansaba entre sus piernas saltando al menor roce o contacto.
Apenas se sintió del todo libre de ropa cuando George clavó su mirada con la suya y tomando sus manos, lo instó a deslizar su ya por demás apretado bóxer hasta que ambos estuvieron del todo desnudos.
Un leve parpadeo que incluso después de haber terminado por esa noche, ninguno de los dos pudo recordar a quien perteneció, los sacó de ensoñaciones para continuar.
George bajó su mirada hasta el regazo de Gustav y no pudo contenerse de pasar la lengua por sus labios saboreando lo que a su paladar le parecía un platillo gourmet: totalmente rasurado, el miembro de Gustav permanecía quieto e hinchado esperando ser devorado. Aterciopelado era la palabra indicada.
—No me dirás que semejante matorral combinaba a la perfección con mis piernas recién depiladas –se justificó el menor al notar la insistente mirada que George le daba—. Tuve que hacerlo… ¡Ah! –Jadeó antes de taparse la boca con ambas manos y quebrar su cadera ante el primer lametón que el bajista la prodigaba—. No voy a durar –gimoteó lo menos quejoso que pudo, pero aún así asustado de correrse a la primera. Antes muerto a que le pasara semejante vergüenza.
—Lo mismo –puntualizó el mayor, apoyando la palma entera sobre sus testículos y masajeando en un ritmo casi cercano al de una madre primeriza con su bebé en brazos por primera vez.
—Ok, sólo… Sólo… No preliminares que para eso han sido semanas. –Tragó saliva al sentir un par de dedos deslizarse más debajo de la línea de sus testículos y hundirse en su trasero—. Oh… ¡Oh Diox!
—¿Diox? –Preguntó George sacando la mano para abrir el frasquito de lubricante y prepararse mejor.
—No quiero cometer sacrilegio –se explicó Gustav, antes de tener que morder el dorso de su mano al sentir un par de dedos fríos y húmedos aproximarse de nuevo.
Abrió las piernas muy consciente de que estaba enseñando todas las joyas de la familia Schäfer pero ni remotamente avergonzado. Estaba tan deseoso de sentir aquel tipo de contacto que luchó contra las lágrimas y se tragó los sollozos que pugnaban por salir de su boca, hasta encontrar el placer que tanto había anhelado cuando con dos dedos tanteando su interior, sintió un golpe sordo de placer que le hizo morderse la parte interna de la mejilla.
—Ahí –alcanzó a susurrar con un hilo de voz y venciendo la tentación apremiante de cerrar las piernas de golpe.
George, que hasta ese momento estaba aterrado de lastimar a Gustav, posó la palma en su bajo vientre y con los dedos que aún tenía en su interior, hizo un movimiento que solía usar en el bajo y que produjo una melodiosa sucesión de gemidos en los labios del menor.
—Hey… —Se alzó para besar sus trémulos labios una vez más antes de acariciar un poco más en su interior y extasiado, comprobar que lo que hacía estaba bien. Casi suspirando de alivio, abrió un poco los dos dedos que ya tenía dentro, para introducir un tercer dedo y estrechar un poco más el tenso canal.
Un par de gruñidos y un grito amortiguado que el baterista ahogó con su brazo antes de impulsarse contra los dedos en su interior y casi venirse.
—No, no, ya no… —Balbuceó en éxtasis—. George, tienes que… —Su mano libre buscó entre el desastre que su cama se había convertido y justo al lado de la almohada dio con el tan ansiado frasco—. Ven, ven… —Gimió al sentir los dedos abandonarlo del todo y esparciendo una generosa cantidad en la palma de su mano, frotó de arriba abajo el pene de George, quien embistió en su palma con ojos cerrados y un ronco silbido exhalado en cada respiración—. Estoy listo –confirmó recostándose de nuevo en el colchón y abriendo las piernas.
—Gus, hey, Gusti… —Murmuró besando sus labios en un flojo beso al arrodillarse entre sus piernas y posicionarse justo en medio para hacer todo más sencillo—. ¿Lo sabes, verdad? –Quiso agregar: “¿Sabes que te amo, verdad?” pero el temor de echar a perder el momento lo hizo contenerse. Un pequeño golpe apenas en la base del estómago, pero no se permitió que eso arruinara el momento, mucho menos cuando Gustav miró en sus ojos y entendió.
—Yo también –asintió—, ahora sólo, ya sabes… Adentro.
Apretó los dientes apenas las palabras escaparon de su boca. Sus manos se ciñeron sin controlar su fuerza en torno a George, quien experimentando una estreches más allá de lo antes experimentada, se hundía en su interior con desquiciante lentitud.
Era mucho más de lo que llegó siquiera a imaginar en sus más ardientes sueños y quizá más de lo que la fantasía podía otorgar a algún ser humano, pero tuvo que controlarse al respirar con pesadez en el cuello de su ahora amante y contenerse de eyacular a la primera embestida.
—¿Bien? –Preguntó con la voz quebrada. Gustav, que yacía debajo de él boqueaba por aire—. ¿Todo bien?
Lo vio asentir repetidas veces, pero igual formuló su pregunta sin parar, porque sería una cabronada suya no estar seguro antes de dar el primer tentativo impulso.
Con voz quebrada, Gustav dijo ‘sí’ y George, tras besarlo largamente, aceptó su respuesta para clavar los pies en el colchón y empezar un ritmo quiero y perezoso que transformó los lloriqueos del baterista en auténticos jadeos de placer apenas el dolor dio paso a la maravillosa sensación que se extendía como agua caliente desde su vientre a sus extremidades.
Un par de largos minutos que se estiraban y extendían en la penumbra de aquella habitación de hotel mientras los dos se consumían el uno por el otro hasta sentir sus orgasmos aproximándose a un ritmo vertiginoso y con amenaza de dejar caer una tonelada de concreto encima de sus cuerpos.
—Nghhh… —Tarareó de pronto Gustav, apretando con fuerza los ojos y soltando a George con una mano, buscar entre su cuerpo hasta dar con su pene atrapado entre los dos cuerpos, húmedo y duro como nunca. Un par de tirones que el bajista acompañó con la pericia de años de tocar el bajo y una mano firme, al recorrer con un dedo la tierna piel de la cabeza y tras retirar el frenillo, hacerlo eyacular en tres potentes chorros justo entre los vientres de ambos.
Un par de embestidas que se cubrieron con espasmódicas contracciones por parte de Gustav y que drenaron la vida de su interior al perder la consciencia por un segundo con la fuerza de su orgasmo.
Un beso más, suave, carente de la ansía antes experimentada en donde ambos se sonrieron, sudorosos y pegajosos con semen, pero felices.
—Yo también, Georgie Pooh –acarició con su nariz la oreja del aludido. También lo amaba, quería decirlo, pero no era momento. Ya habría otras ocasiones.
Cayendo en un sueño profundo, deslizándose en él como quien es devorado por la noche o la más absoluta de las oscuridades, jugueteó un poco con el par de orejitas de cerdo que George todavía portaba. Apenas le quedaron fuerzas para comprobar que las suyas estaban en su sitio y dormir…
Dormir si podía hasta el final de sus días con George aún en su interior…