Tokio Hotel World

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    Chapter 10 2/2: Ve Que Es Mutuo

    Thomas Kaulitz
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    Mensaje  Thomas Kaulitz Vie Ago 05, 2011 6:05 pm

    A George se le hizo fácil pasar de largo de las primeras cinco llamadas que escuchó con su nombre. Todas de labios de Gustav que le venía siguiendo de cerca, pero en ningún momento atreviéndose a correr, alcanzarle y espetar la atención que requería para ser tomado en cuenta.

    Falta de valor por parte del rubio que servía sólo para echar más leña al fuego de su rabia y que le hizo apretar el ritmo rumbo al ascensor porque era su escapada rápida. El iba a un piso inferior y Gustav estaba en uno superior al que estaban así que con al menos una planta de diferencia entre ambos, esperaba poder amainar todo el coraje que se lo venía carcomiendo desde temprano.

    Su dolorosa tristeza había dejado paso a la furia más incontrolable de la que tenía en memoria desde siempre. Por ende, lo único que deseaba era apartarse lo más posible, porque temía verse de frente a un enfrentamiento. No quería resultar más herido y lo que a su parecer era la daga en su pecho, tampoco quería herir a Gustav.

    —George, oh, lo siento tanto –susurró Gustav cuando al fin le alcanzó frente a las puertas metálicas. Lucía tenso, arrepentido, pero nada más. No era que George esperase verlo desecho en un mar de lágrimas, pero quería que así fuera... Le ardía en el orgullo saberse como el único llorón y el único al que todo aquello le había afectado como si fuera la muerte de un ser querido.

    —Ya –masculló presionando repetidas veces el botón del elevador y rogando al cielo, al infierno o a cualquier condenado ente que moviera el universo a su antojo, y que al parecer la cargaba en contra suya, que le librara de tener que mantener aquella conversación en medio de tan desolado pasillo.

    —No sé qué decir –se disculpó Gustav avanzando un paso.

    —Hum –Salió de su garganta. Apoyó la frente contra el frío metal esperando que fuera mentira aquello de que en momentos de crisis el tiempo se extendía como si fuera de látex. No lo parecía del todo, pero ya sentía que si permanecía más tiempo se iba a desmoronar cual castillo de naipes—. Está bien, está bien –repitió en un mantras más para sí mismo, que para Gustav—. Lo podemos olvidar. Dejemos de lado que esto pasó y ya. No tenemos que hablarlo –articuló con dificultad.

    Para su gran consuelo, la puerta se abrió dando pie a que se escabullera en menos de unos cortos segundos.

    Gustav, que se quedó boquiabierto, cabeceó de lado a lado con negativas.

    Conocía a George más de lo que el bajista creía, más de lo que para sí mismo se creía capaz de admitir porque involucraba aceptar que más allá de la amistad, lo que ambos hacían estaba creciendo. Se desbordaba.

    A única medida, una muy desesperada, pensaba mordiéndose el labio con saña, quedaba tomar aquel asunto por su propia rienda.

    “Yo la embarro, yo la limpio” razonó yendo hacía las escaleras y dispuesto a lo que fuera con George.

    ¿Una discusión? De tener que haberla, la habría. ¿Palabras duras, verdades completas o tener que hablar con el corazón estrujado en la mano? Adelante. ¿Sexo? Estaba listo con todas sus letras. Lo deseaba con todo y manos sudadas, con timidez, con sonrojos brutales, pero lo deseaba... Ya no pensaba huir de aquello. Ya no estaba ebrio y presa de un torrente de adrenalina que le dio el impulso necesario, corrió hacía las escaleras y de ahí al piso de abajo por lo que parecían infinitos escalones directo al ascensor, a sus puertas que se abrían y a George, que recargado contra uno de los paneles laterales, lloraba con toda el alma.

    —Ugh, Gusti... –Lloriqueaba el mayor, deseando esconderse en un rincón para desahogarse. No se sentía capaz de cruzar el pasillo hasta su habitación con tanta desolación a cuestas. Le parecía más posible comportarse como chiquillo desamparado que sacar valor de la bolsa y enfrentarse al mundo cruel y hostil que le esperaba.

    Claro que todo se sentía irreal. Siempre era mejor tragarse el orgullo, limpiarse los ojos y enfrentar al mundo con entereza... Con valor, aunque no se creyera poseedor ni de la más mínima traza de aquello.

    Y pudo divagar al respecto... Encogido en el rincón de aquella cabina bien pudo haber viajado toda la noche piso tras piso como alma en pena, pero el par de brazos que le rodearon y la familiar esencia de Gustav, solucionaron aquello halándolo fuera del aparato en un estrecho abrazo antes de besarlo para dejarle probar no sólo su amor, sino lágrimas idénticas.

    —No me va a salir nada romántico aquí –balbuceó antes de un beso hambriento que dejó a George con las piernas convertidas en sopa—. Vamos a tu habitación –pidió buscando sus manos antes de entrelazar dedos.

    Acciones que le costaban mucho más de lo que pensaba, pero con cada aceleración de su corazón le convencían de que era lo correcto. Se sentía como tal y ya no estaba dispuesto a esperar.

    —¿Me vas a declarar tu amor entonces? –Le hipó el bajista rozando el borde de su mejilla con la nariz—. Me vas a hacer sentir como una colegiala con su primer amor.

    —¿Faldita de cuadros incluida? Es sexy, también una vieja fantasía–Bromeó, pero la voz se le quebró a la primera—. Estaba ebrio y sé que no es excusa, pero también estaba… Estoy –se corrijo— muy asustado.

    George apretó su mano en respuesta antes de tener que soltarla al oír ruidos al final del pasillo. Quizá alguien que se alojara en esa planta o no, pero no era cuestión de correr riesgos. Apresurado, lo haló hasta que se encontraron frente a su habitación y sin más espera, sacó su tarjeta y abrió la puerta empujando a Gustav dentro y cerrando apenas puso un pie en el alfombrado.

    Agradeció la estructura de la habitación que comenzaba con un pasillo antes de propiamente dar paso a la alcoba, pues cuando Gustav lo empujó contra el muro y lo besó con ansías, la falta de espacio suplió la vergüenza que ambos tenían y la sustituyó por un acomodo a las circunstancias.

    —De verdad que lo siento mucho… Mucho… Mucho… —Se disculpaba al baterista entre besos húmedos—. No quiero dejar nada de lado, ni olvidarlo, ni… —Jadeó con deseo al apartarse un poco y pasarse la camiseta que usaba por encima de la cabeza. Regresaba luego al abrazo de George, quien le mordía el cuello para ahogar al gemido ronco que salía de su garganta cuando sus entrepiernas chocaban y sus duras erecciones se frotaban sin la más mínima vergüenza.

    —¡Oh Diosss! –Siseó George balanceando su cadera a un ritmo enfebrecido antes de tratar de enfocar a Gustav, que se separaba, le daba una mirada que el bajista consideraba peligrosa y se arrodillaba dejando su rostro sobre su regazo.

    —Vaya, malditos nervios –balbuceó al batallar con los jeans que se abultaban por momentos—. Perdona –se disculpó luego, cuando los abrió de lado a lado en una perfecta ‘v’ y embutiendo las manos en el calor, sacaba su pene de entre los reducidos bóxers, sujetándolo con las dos manos como si temiera que se fuera a escapar volando.

    Al contacto con el aire fresco, las piernas de George se doblaron en ángulos raros y habría caído de no ser porque Gustav clavaba las manos en sus caderas y lo sostenían contra el muro.

    —Voy a, ya sabes –dijo antes de abrir la boca y engullirlo con tanta energía, que el bajista se sintió listo para alcanzar el orgasmo en ese mismo instante. Los dedos tibios que presionaron sus testículos con la firmeza necesaria, sin llegar a hacer cosquillas o lastimar por la rudeza, sólo pronunciaron la sensación que le hizo agarrarse el borde de la camiseta y conseguir un puño lleno de tela.

    En tanto, Gustav trabajaba lo mejor que podía. Abriendo más la boca y tragando con presteza, no dudó ni un segundo en presionarse a ir más lejos y casi besar las caderas de George con la profundidad que tomaba.

    La sensación de piel cálida y de un sabor fuerte pero agradable que recordaba a George en cada partícula recorriendo su lengua le hicieron tener que detener un poco su ritmo para buscar en su propio pantalón y luchar contra la cremallera y el botón antes de poder empujarlo sobre sus muslos y masturbarse sintiendo los dedos de George en su cabeza empujando.

    —Gus, ah, ¿No podías esperar? –Preguntaba George, mirando hacía abajo, apartando la cabeza de Gustav de su regazo y mirándolo directo a los ojos. Ambos se contemplaron con encanto el par de ojos perezosos y pesados que el punto cerca del orgasmo ofrecía y sabiendo que tanto así lucía el otro como uno mismo.

    —No –fue la sencilla respuesta, mientras dejaba correr la palma sudorosa por su mejilla y continuaba con presteza sus atenciones.

    Con una mano en su propia erección y acelerando el ritmo que mantenía, Gustav volvió a abrir la boca para dejar salir la punta de su lengua y torturar a George con un par de lametones antes de mirar hacía arriba y encontrarlo con la boca entreabierta y la mirada cristalizada en deseo.

    —Gusss –gimoteó—, sigue… —Ordenó en un tono cargado de electricidad, para luego acompañar la mano de Gustav en torno a su miembro y dar un par de tentativos tirones. Gimió de placer y la boca del rubio se volvió a sentir como una calidez capaz de acabar con él cuando arrastró con mucho cuidado sus dientes a lo largo de la fina piel y regresaba succionando con más fuerza.

    Se sabía cerca del clímax lo mismo que Gustav, quien arrodillado se frotaba contra su pierna y marcaba un curvo camino húmedo a lo largo de ésta.

    Un último apretón en sus testículos y se encontró doblado en su medio con Gustav prendido de su pene y tragando todo su semen sin rechistar o derramar una gota, para luego segundos después, hacer lo propio en su muslo, al cerrar los ojos y eyacular en tres tirones precisos que lo dejaron boqueando por aire.

    Fue el golpe emocional más que la mamada lo que lo hizo desplomarse casi encima de Gustav, sudoroso y agotado en un modo que no se atrevía a definir como físico, pero que no le dejaba moverse o siquiera pensar con cordura. La simple idea de querer apartarse parecía titánica, pero dejaba la excusa necesaria para aceptar los brazos de Gustav rodearlo, sin tener que dar explicaciones a por qué sentía su ausencia de un par de horas tan acuciante.

    Sólo quería fundirse en ese abrazo con Gusti… Su Gusti… Su lindo Gusti Pooh suave al tacto y con ese aroma tan suyo que aspiraba en lentas bocanadas hundiéndose en la inconsciencia del sueño justo en la curva de su cuello.

    —¿Gusti Pooh? –Oía de pronto. Abría un ojo para encontrar a Gustav a su lado con idéntica expresión de cansancio, pero aún despierto. Se sintió ruborizar hasta la punta de las orejas por tal intromisión que seguro era murmurar tonterías medio dormido—. Ok, no me digas nada.

    ¿Ni siquiera gracias? –Bromeó el mayor—. Esa lengua tuya es cosa del infierno. Es… Mi perdición –se sonrojó. Para halagos no era lo que se podía decir bueno, mucho menos siendo para alguien con quién las pautas no se habían marcado o las líneas pertinentes cruzado, pero consideraba que la verdad de cómo se sentía, se podía aplicar en su nueva relación.

    Estaba divagando en ese tipo de asuntos cuando se cuerpo pidió, por clemencia y compasión luego de meses intermitentes de dormir en literas, que dejaran el frío y duro suelo por la cama que apenas estaba a un par de metros.

    —Gus –le sacudió con dulzura por el hombro, viendo que ya casi se dormía—, vamos la cama, ¿Hum? Cama, cariño –cabeceó en torno al inmueble y se incorporó lo mejor que pudo dado el estado en el que estaba. Se cuestionó entonces si el equivalente de un orgasmo venía a ser llanamente un mazazo en la nuca. No lo dudaba cuando coordinarse para estar de pie resultaba lo más difícil que jamás había pensado.

    Con los pantalones por las rodillas, no quiso ni hizo intentos de acomodarlos en su sitio así que se despojó de ellos y luego de su playera, para en cuatro patas besar a Gustav, quien arrugó la nariz y le pasó los brazos por el cuello.

    —No me digas que ya hay que levantarnos –habló con voz ronca—. Oh –exclamó al entender que seguían en el suelo.

    —Vamos a la cama, ¿Sí? –Instó George acariciando con una mano el muslo desnudo del baterista y depositando besos en torno al área del cuello.

    Gustav sólo tragó duro lo que de pronto parecían todos sus nervios acumulados desde que su relación con George había dado un giro más allá de la amistad.

    A la cama… Las resoluciones de la última hora, aunque apresuradas en lo que tardó en correr un piso en las escaleras presa de un remolino de emociones, eran firmes y honestas, pero no reducían para nada los metros que los separaban del colchón y que de pronto parecían una prueba digna de maratón.

    Con todo, besó a George en los labios y tras dejar sus pantalones y ropa interior en el suelo, le siguió desnudo tomando su mano hasta la cama.

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