Tokio Hotel World

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^-^Dediado a todos los Aliens ^-^


    Chapter 10 1/2: Ve Que Es Mutuo

    Thomas Kaulitz
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    Mensaje  Thomas Kaulitz Vie Ago 05, 2011 6:04 pm

    —George… —Le llamó Bill desde los confines de su mente repetidas veces hasta que el bajista decidió luchar contra la oscuridad y abrir un ojo—. ¡George! –Le estampó la mano contra el rostro y el aludido aulló de dolor. Bien, no de tan lejos que Bill estaba enfrente de él lo suficientemente cerca para golpearle y no en otra galaxia distante…

    —¿Mmm…? –Barbotó con su garganta doliendo horrores y una pesadez total de cabeza. Parecía, y no dudaba que fuera cierto, que alguien le hubiera dado con un martillo hasta la inconsciencia—. Tengo sueño –masculló tomando las pesadas mantas para hacerse un ovillo en ellas.

    —Tom viene para acá, ¿Cómo crees que se pondrá cuando te vea todavía en mi cama? Eh, piensa un poco –le pinchó en el costado.

    George sólo abrió otra vez los ojos, para una vez que se acostumbrase a la luz matinal, saltar de la cama.

    —¿Qué diablos es eso que usas? –Señaló, tanto la cofia, como la bata y las botas. De no ser porque conocía a Bill de años atrás, lo consideraría candidato al travestismo. La influencia de Roxane ya le estaba afectando a límites insospechados sin que lo quisiera admitir. Con todo, ¿Acaso era una enfermera? El conjunto, había que admitirlo, era convincente… Y sexy… –Si Tom te ve en esas fachas…

    —Saltará encima de mí y verás algo que desearás olvidar de tu mente por el resto de tus días –finalizó el menor. Se estiraba para proceder a desabrochar los botones cuando un golpe en la puerta los hizo a ambos congelarse—. Hablando del rey de Roma.

    —O de un matón paranoico… —Gimió George, pensando que el mayor de los gemelos en ocasiones parecía muy capaz de asesinar por celos.

    Alguien que podría matar por su querida Gibson… Por un rayón a su adorado auto… Por una mirada a su amadísimo hermano gemelo…

    —¿Me meto debajo de la cama? –Se sentía como el amante al que el marido podía atrapar y por un instante la idea de esconderse en el clóset y salir de ahí a punta de escopeta por parte de Tom, con Bill envuelto en una sábana alrededor de su cuerpo, le dio una risa tremenda. No era una novela, era la vida real.

    No cuentos de hadas, ni telenovelas mexicanas de final feliz y beso sobre los créditos finales. Aquello no existía, mucho menos después de lo ocurrido con Gustav harían apenas unas doce horas.

    Lo acontecido la noche anterior le hizo volver a sentir una piedra en el estómago dejado de lado todo lo anterior. Tom podía entrar a la habitación y apuñalarlo en una muestra de celos obsesivos sin que le llegase a importar.

    Estaba tan aturdido y alejado de sí mismo que cuando Bill al fin abrió la puerta para dejar pasar a su gemelo y Tom le miró, lo que vio no fue el monstruo de los celos, sino el de la lástima, la compasión. Hería más.


    Fue una pesadilla para ambos gemelos sacar a George de la cama, convencerle de que se bañara, comiera, alistara o todo aquello que implicara una mínima atención al espacio y tiempo en que se encontraba.

    Para Tom era la prueba divina de que todas las cabronadas que al habían hecho al bajista se le estaban cobrando por la ley de karma y casi le daban ganas de llorar mientras Bill alzaba a George por la cintura con todo su peso y a riesgo de conseguir una hernia, mientras él le subía los pantalones por las piernas y le abrochaba tanto la cremallera como el botón.

    —Uf, esto es peor que cuando mamá nos obligaba a limpiar el desván –resopló apartando un par de rastas que le caían libres sobre la frente—. Al menos uno de los dos pretende decirme que pasa –exigió.

    —Verás –intentó Bill con su mejor tono cortés—, es asunto de George así que deberíamos dejarlo hablar, hum, cuando se sienta listo, ¿No es así? –Preguntó al aludido, ayudándole con su camiseta y casi terminando de vestirlo.

    —Ok, ya entendí, pero sólo tenías que decir ‘Tom, no es de tu jodida incumbencia’ en lugar de intentar que él hable –accedió, inclinándose para ponerle un par de calcetines al bajista.

    —Tom, no es de tu jodida incumbencia –obedeció Bill con una sonrisa traviesa en labios—, ¿Mejor?

    —Duh… —Respondió rodando los ojos.


    Gustav, para desgracia suya, amaneció peor que George y sintiendo que si el cosmos se desquitaba de esa manera con él, no era sino por rechazar al bajista de semejante modo.

    —¡Ouuu! –Rodó fuera de la cama. Quizá lo que había bebido la noche anterior tenía algo que ver en todo aquel asunto, pero le dolían más las dentelladas que la conciencia le daba que la cruda que se cargó a cuestas y que dejó ir por el retrete luego de vomitar para liberar sus demonios internos.

    Casi un ademán infantil cuando se despidió con la mano de sus desechos y le jaló a la cadena para caer a un lado de la regadera y pensar en bañarse o al menos dejar correr al agua encima de él.

    Quiso recomponer trazos de lo que su noche le mostraba como flashes de una cámara lenta, pero parecía más fácil pararse de manos y recitar la tabla periódica de los elementos que intentar entender todo lo que le hacía sentir como la cucaracha más grande y asquerosa del mundo.

    Maldecía por primera vez en años que su cuerpo despertase siempre temprano, pero no le quedaban quejas cuando luego de media hora de yacer en el frío suelo, decidió que una ducha caliente y un desayuno sólido no le vendrían nada mal.

    Por tanto, abriendo las llaves y metiéndose con todo y ropa, pasó ahí cinco minutos en total sopor deseando ser líquido y que el drenaje se lo succionara sin problemas. Se sentía pertenecer a las cañerías…

    Al final, viendo ya cuando el reloj de la habitación le indicó que eran las nueve en punto de un día libre, cayó en cuenta que aquella bata del baño no era la suya, que las maletas del suelo no le pertenecían y que esa falsedad de cena de un platón de fresas medio derretidas, chocolate endurecido y vino flotando en agua que fue hielo no era algo que él pediría jamás.

    ¿Acaso se había colado en la habitación de alguien más? Pensaba con atisbos de pánico mirando como loco por toda la habitación por algún otro inquilino a la vista, pero encontrando sólo soledad.

    No era su habitación, eso seguro, sin embargo tenía que ser de alguno de los chicos de la banda o alguien que conociera, porque nadie que lo hubiera visto en semejante estado de ebriedad lo habría dejado entrar a su habitación sin antes cargar un arma o protegerse de algún modo.

    Descartando de primera mano la improbable situación de que alguna fan le hubiera raptado, porque se sabía el último en la lista de los miembros de la banda al que le podría pasar eso, se sentó sobre el mullido colchón y encontró que algo crujió bajo su trasero e hizo un sonoro ‘crash’ que lo hizo saltar.

    Asustado se paró para encontrar una caja de DVD que tenía una portada bastante… Arqueó una ceja, murmurando entre labios “¿Qué puta mierda es esta?” antes de ver la portada del todo y tirarla como si estuviera en llamas y no sólo maldita por la fotografía de dos chicos rubios unidos por un beso y extasiados por caricias. El título ‘Sala de masajes cachonda II: Humedad de Amazonas’ no ayudaba en lo más mínimo.

    ¿En que condenado cuarto había ido a parar? Faltaba que la puerta estuviera cerrada desde afuera y realmente su secuestro no fuera por unas locas fangirls que al final pedirían autógrafos y conocer a los demás de la banda, sino realizado por algún viejo cuarentón, obeso y homosexual que le intentara corromper…

    Era de reírse todo aquello y más cuando la puerta se abrió a su toque como si nada. El pasillo sólo habitado por una mucama que cargaba toallas y a la que regresó los buenos días cerrando la puerta con cuidado antes de intentar adivinar un poco más.

    No fue sino hasta que se quiso vestir que encontró que no era su habitación pero sí la de alguien de la banda. Lo que revisar maletas le dio un nombre: George.

    —George… —Tartamudeó, palideciendo de pronto mientras olvidaba sus momentáneo alivio para trastocarlo por la más horrible sensación en el pecho—. Mierda.


    —Demonios –maldijo Tom colgando el teléfono para hacer un nuevo intento con el móvil—. ¿Qué les pasa a todos? George está catatónico, tú sigues de enfermera cuidándolo con ese maldito disfraz y Gustav no aparece por ningún lado… Argh –colgaba de nuevo antes de que el buzón le contestara de nuevo—. ¿Tanto es pedir que me expliquen que carajos pasa antes de que me vuelva loco?

    —Tomi, no nos corresponde –le calmó tomándolo del brazo antes de besarlo en la mejilla. Lo vio enrojecer y mirar por encima de su hombro en dirección a George, quien seguía bajo las mantas y poco cooperativo a salir de ahí en al menos una semana—. Ya sabe –le explicó, muy para pesar del mayor, quien enrojeció, palideció y luego se puso en un tono ligeramente verdoso e insano, todo en menos de diez segundos para tiempo récord.

    —¡¿Qué él sabe qué…?! –Vociferó incapaz de controlarse—. Primero me explicas eso y sigues con los demás antes de que me quede calvo de la preocupación.

    —No lo regañes, Kaulitz –murmuró George desde su lugar, dirigiendo no sólo la atención de ambos gemelos hacía ahí, sino también el enojo de Tom—. Y no te atrevas a darme una de tus miradas de muerte que no funcionan con nadie más que con Bill.

    —¿Sólo conmigo? –Preguntó inseguro el aludido—. Tomi… —Tironeó de la manga de su camisa por atención.

    —Quiero escucharlo –dijo Tom con toda calma, para quince minutos después, salir de la habitación con las orejas ardiendo de vergüenza por lo que George le había demostrado eran pruebas irrefutables de lo que él y Bill hacían.. Arrepentido de tan tonta petición desapareció antes de que Bill le detuviese.

    Siendo entonces que George se giró sobre su costado y cerró de nueva cuenta los ojos para intentar dormir más.

    Sabía que no iba a poder porque rozaban ya las horas de la tarde y no tardaría en anochecer afuera, pero no le quedaba de otra.

    Más que la tristeza o cualquier otro sentimiento que le bullera en el interior, lo que más le dolía de todo aquello era haber sido rechazado de una manera tan vergonzosa y patética. Quizá, siendo poco descabellado el considerarlo, Gustav ahora lo creía una especie de pervertido que había mostrado sus garras.

    A lo que el baterista no era precisamente una Caperucita Roja perdida en el bosque a la que George había seducido usando artimañas, brebajes mágicos o bajo amenazas de cualquier tipo. Nada de aquello. ¡Vamos, que en ningún momento le había apuntado con un arma en la sien! Sin embargo, se admitía ante sí un poco, o bastante según fuera el caso, ansioso por aquellos contactos. Iniciador en todo caso.

    Su iniciativa en primer término desde aquel día en que su trasero le había cautivado, todo ya meses atrás y desembocando en la situación actual y presente en la que se encontraba sumido al lado de una desoladora desesperación.

    “Para colmo”, pensó con los atisbos de la locura a la vuelta de la esquina, “atendido por esta loca enfermera”. Bill, revoloteando a su lado y preocupado por su situación no estaba más que para el chisme, si bien se preocupaba de su manera, aunque aún usando su disfraz y al parecer, no muy dispuesto a cambiarse de ropas.

    —Espero que Tom no se quiera tirar de la azotea por lo que le dije –murmuró con desgana, dejando que Bill le apoyase la cabeza en sus piernas para acariciar su cabello.

    Había un toque maternal y femenino en aquella manera de consolar que George se encontró llorando al principio quedo, pero luego a borbotones y sin poderse detener. Sorbiendo mocos, lagrimeando como si acabase de terminar de cortar cebolla, herido de muerto porque se sentí abandonado a su suerte sin siquiera una explicación.

    Gustav había sido muy cruel y era lo que George no le perdonaba por encima de todo lo demás. Entendía de primeras veces, de lo complicado que se tornaba siendo no sólo hombres, sino amigos de varios años atrás, compañeros de trabajo y casi hermanos con todas las peripecias que habían compartido.

    No era lo mismo con los gemelos, lo admitía; al menos no a tal grado, pues ellos dos se pertenecían tal punto que ya nadie podría entrar jamás en su burbuja, pero igual incluidos en esa extraña hermandad. La diferencia radicaba en que a ese par los quería e inclusive tenía un deber de protección por ser el mayor, pero nada más.

    Con Gustav… Era totalmente diferente. Se sabía enamorado, que lo quería, pero ya rechazado y dolido de todo corazón, también comprendía que existía amor de por medio. Que podía no tener mucha experiencia en el campo pero ahí estaba: amaba a Gusti… Aquel idiota.

    Sólo pensarlo le hacía desear acompañar a Tom en su salto suicida en la azotea y tirarse con él si es que acaso el mayor de los gemelos lo planeaba. Actitud de él, quizá sólo estaba abochornado en el restaurante del hotel. No tardaría en regresar para actuar como si nada hubiese pasado. Propio de él.

    No le iba a recriminar nada que no fuera la verdad.

    —Has sido duro con él –dijo Bill, casi adivinando sus pensamientos.

    —Bueno, ¿Pero es cierto o no que se escuchan a través del muro? No ibas a pensar que iba a dejar pasar esta oportunidad de oro para reclamárselo. –Sonrió un poco—. Cuando regrese le pediré disculpas.

    Se limpió los ojos deseando por primera vez en todo el día levantarse de la cama e ir a lavarse los dientes. También quería echar una meada.

    —George –le llamó Bill cuando estaba punto de cerrar la puerta del baño—, quise decir Gustav; que estás siendo duro con él. Tiempo presente.

    —Oh –respondió—, yo no lo creo.


    Pasado el resto de la tarde aunado a la llegada de Jost con el nuevo itinerario para el día siguiente, George se sintió mejor. Tener trabajo pendiente y retornar a lo que él ya veía como la cotidianidad de su vida, aceleró un proceso de curación que al menos detuvo sus lágrimas. Ya si por dentro se desgarraba, eras otro asunto, pero el trabajo era un excelente distractor.

    Para Bill, que lo miraba de reojo mientras repasaban los sitios a visitar en tiempo récord para promoción, no quedaba de lado la manera en que se tensaba cada que su rodilla rozaba con la de Gustav, quien a su vez se estremecía sabedor de una culpa abrumadora.

    “Vaya par de bobos”, pensaba entre divertido y preocupado. No podía evitar sonreír en complicidad cada que un nuevo paso de fraguaba en aquella relación, lo mismo que era fruncir el ceño cada que algo salía mal. Permanecía atento a todo aquello como espectador de la mejor serie televisiva lo que no se podía evitar viendo como aquel par intentaba y fallaba por errores nimios.

    A sus ojos, George amaba a Gustav, su adorado Gusti y viceversa. Sin remedio. Suspiró. Claro que ante las trabas que el destino les colocaba, quedaba mantenerse firme en el papel de testigo silencioso.

    Por su parte, luego de pedir disculpas a Tom y ponerse una tensa sonrisa en los labios para aparentar normalidad, George no estaba ni la milésima parte de divertido que Bill.

    Al contrario, saltaba de su piel cada que se temblor incontrolable le hacía chocar contra Gustav. Tener que disculparse cada minuto ya parecía regla de oro y esa pequeña anormalidad no se le escapaba a nadie de los presentes. Inclusive el mismo Gustav tenía una actitud extraña y tímida evitando todo tipo de contacto de visual.

    —... Hablo en serio; la camioneta pasará a las ocho en punto y estén o no en ella, partirá a la televisora –amonestó Jost al despedirse—. El que se quede dormido correrá la peor de las suertes bajo mi cargo.

    Tom, el único que no estaba al corriente de la tensión en el ambiente, hizo un ademán militar al asentir y así se encontró con tres pares de bocas torcidas, ceños fruncidos y miradas esquivas. Algo raro...

    —Creo que... –Intentó aventurarse, antes de darse cuenta de que George ya estaba de pie murmurando ‘Buenas noches’ en general sin ser muy específico a nadie en particular para luego salir por la puerta y azotarla—. Wow, no parece el mismo George deprimido de la mañana. Antes temía que cometiera suicidio, ahora temo que sea asesinato –bromeó.

    Luego Gustav también salió por la misma puerta y el azote que dejó como prueba de su existencia, hizo temblar los cristales de las ventanas. —¿Bill? –Tanteó Tom sentándose con la frente en sus rodillas mientras hundía el rostro en su regazo—, tengo algo que preguntarte...

    —Es algo entre ellos dos. No nos compete inmiscuirnos porque...

    —... Es personal. Ya lo sé –suspiró—. Lo que me inquieta es que tienes todo el día con ese uniforme de enfermera… David te miraba como loco, pero creo que no supo dejar volar las fantasías –murmuró con repentina timidez al juguetear con los dedos el borde del liguero que se dejaba entrever a medio muslo. Escuchó un jadeo al aumentar la intensidad de sus caricias.

    —Tomi –respondió dejándose caer en el colchón—, ¿El doctor está en consulta?

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