George estaba en el séptimo cielo…
—Oh Dios santo… Es, esto es, ¡Woah! –Jadeó Gustav, acostado debajo de su cuerpo y jadeando como si hubiera corrido el maratón de los diez kilómetros en tiempo récord. Sus piernas se cerraron en torno a la cintura de George y éste movió un poco más la cadera. Sus propios pies apoyados en el borde del colchón y creando un agradable propulsor que hacía que sus cuerpos, incrustadas uno contra el otro, se frotaran sin descanso. Sus erecciones atrapadas, igual.
Quizá el séptimo cielo fuera realmente estar dentro de Gustav, pero eso George todavía no lo sabía más allá de uno o dos dedos que en el último par de semanas, el rubio le había dejado meter.
—Estoy cerca –susurró el baterista con una voz sobrecogida de la excitación—. Yo sé que tú también, vamos, vamos… —Continuó diciendo entre respiros. Sus manos que descansaban en los hombros de George, liberaron la presión viajando por la espalda de su amigo en ondulantes caricias hasta situarse en su trasero e incrementar el vaivén que sobrepasó su rápido ritmo a uno más ansioso y desesperado.
El colchón sobre el que estaban comenzó a crujir y era evidente que o ellos se apuraban en aquel asunto o la cama se iba a venir abajo con usuarios en ella o no sin molestarse en aguantar más.
—Ah, veo que alguien está muy ansioso –dijo el mayor, pausando un poco el rotar de su cuerpo antes de besar a Gustav con labios llenos y dejarlo pidiendo por más cuando se separaba un poco para miraba con devoción—. Wow.
—¿Qué? –El rubio frunció el ceño—. No te atrevas a decirme algún piropo que no soy ninguna mujer en la cama.
—Oh, ese comentario rompe mis ilusiones, Gus. –Hizo un puchero con su labio para darle énfasis y sin previo aviso de sus intenciones, sus manos, que instantes antes habían estado a cada lado de su amigo, recorrían los costados de su cuerpo para quedar detrás de sus rodillas y alzarlas—. Creo que al menos tienes que compensarlo.
—¿Desayuno continental? –Tonteó el rubio. Aunque George no lo pidiera, luego de esa magnífica noche que estaban pasando juntos, era lo menos que le debía para compensar tanto cuidado y un buen orgasmo.
—Eso en la mañana porque ahora mismo… —Su lengua saliendo por sus labios en un gesto de suma concentración—, yo tengo otros planes. Mejores planes… -Enunció con voz ronca.
Para Gustav, planes que no sonaban nada mal cuando oía un gemido sonoro retumbar por toda la habitación y se daba cuenta que había salido de su propia boca. Un poco de rubor en sus mejillas antes de sentir el familiar remolino en su vientre y la inminente sensación de un orgasmo a punto de llegar.
Al bajista nada de aquello le pasó inadvertido.
El nuevo cambio de postura, él no sólo recostado encima de Gustav, sino con sus caderas alzadas y su propio pene moviéndose primero entre los muslos del menor y después entre su trasero dejando una húmeda señal, prometía un resultado satisfactorio que era cumplido apenas segundos después cuando una última embestida le cegaba todo pensamiento coherente.
—La puta –maldijo con los ojos fuertemente cerrados antes de colapsar encima de Gustav y sentir que el rubio hacía lo propio unos segundos después por la humedad que entre ambos cuerpos se sentía atrapada.
Suaves besos en su cuello y una pesadez que llamaba al sueño.
—No siento mis pies –comentó el baterista de pronto—, mejor dicho, ni mis piernas. Caderas. Oh, estoy muerto de cintura para abajo.
—¿Eso quiere decir que mi idea ha sido buena? –Pinchó el mayor hundiendo el rostro en la curva de su cuello para dejar un par de besos tímidos ahí. Amaba la manera en que Gustav olía justo después de aquellos encuentros. Una mezcla de sudor almizclado y energía que le ponía de buen humor—. ¿O que te he dejado paralítico?
—Lo dudo –se retorció en respuesta con una risa que algo de tímida tenía—, menos sí… —Su entrepierna presionando contra el vientre de George y éste entendiendo que Gustav quería un segundo round esa noche.
—Cinco minutos para que mi ‘amiguito’ se recupere, ¿Sí? –Alzándose sobre el pecho del rubio para dar la más pequeña de las sonrisas de vergüenza—. Ha sido buen chico pero necesita descansar antes de… —Se sonrojó.
—¿Antes de qué, George? –Preguntó alzando las caderas y dejando muy claro que no iba a ser paciente para esperar mucho.
El mayor sólo se dejó desplomar bajo su propio peso con un sonido de queja, pero con una sonrisa entre labios que nadie le podría quitar jamás ni usando un bat de béisbol en su contra para obligarlo. De eso podía estar seguro porque a medidas preventivas para esa noche en hotel que su manager les había otorgado como premio a un disco de platino en Francia, había pedido tanto una habitación en un piso alejado de los gemelos, como puesto en la puerta el infalible letrero de ‘No molestar’ que les aseguraba una noche en paz.
Si es que aquello se podía llamar paz… Estar toda la noche o al menos hasta las dos de la mañana, tiempo presente y contando, en juegos de besos y caricias no se le podía llamar precisamente un descanso reparador aunque tampoco tortura medieval… El nombre que tuviera, iba a cobrar factura muy temprano en la mañana cuando se tuvieran que levantar todos pringosos y con los músculos adoloridos.
Y sin embargo, valía la pena…
—Tengo tu cosa en mi… Oh, es raro. –Gustav rió como nunca antes en una cascada de soniditos que le recordaron a George un tipo de gesto nervioso que algunas fans solían tener cuando estaban a un metro de la banda y en sus ojos se adivina algo del fangirlismo peligroso que ocasionaba desastres.
—¿Mi cosa en tu…? Hum… Ah… —La punta de sus orejas ardió.
—Sí, se escurre –dijo con un suspiro—. No me desagrada si eso piensas, pero es… Ya sabes…
Al respecto, George de verdad que no sabía. Trató de imaginarse que era estar recostado con alguien de tu mismo sexo encima de ti y su semen secándose en tu trasero, rodando por él y manchando las sábanas… Más razones para sentirse abochornado y no sólo por lo incómodo de la idea, sino porque le excitaba en su vulgaridad. Que desnudo y apoyado uno contra el otro pensado cochinadas, evitar aquella reacción era imposible.
Gustav no lo pasó de lado cuando sintió la presión extra en su cadera y el temblor de George que le indicaba cuán confuso era aquello.
—Hey, de verdad está bien. –Besó su cabeza antes de continuar—. Lo creas o no, es sexy. Ya antes, hum, había querido que ahí… —Suspiró dos veces porque la primera era una manera de relajarse, tanto como la segunda era saber que la atención de George a sus palabras era total. Carraspeó un poco—. Creo que una ducha…
—Oh, dilo. Termina la frase –pidió con voz baja pero serena. Sus brazos abrazándolo tan cálido que Gustav no tuvo duda alguna que podía dejar salir sus palabras y George no se iba a reír.
—Imagínalo, George. –Sus manos cubriendo su rostro y un frío repentino cuando sintió al mayor quitar su peso de su cuerpo para apoyado en sus brazos, mirarle de cerca—. Ya sé que quieres verme la cara cuando lo diga, pero no te voy a dar el gusto de verme cuando hago el ridículo.
—Bien, ojos cerrados –dijo. El rubio partió sus dedos para encontrar que de verdad George había cerrado sus ojos pese a que estaban a pocos centímetros el uno del otro. Ese pequeño detalle le hizo sentir un calor agradable en el pecho que le dio la confianza suficiente para decirlo.
—Ok, pero no quiero burlas después… —Suspiro de nuevo—. Está ahí, ¿Correcto? –Asentimiento mudo—. Se sintió bien porque fue increíble como te, hum, movías alrededor de esa… Zona y tu, oh, tu… Estaba ahí tocándome, y haciendo que me sintiera muy bien y… No sé, nunca habíamos llegado a este punto o tan cerca, pero es que creo que quiero más y a la vez… Pues no. Porque yo… Yo tengo miedo… —Musitó lo último. Una piedra bajando por su garganta mientras lo pronunciaba, pero aliviado de que al menos fuera cierto.
Aliviado igual porque George no fruncía el ceño o demostraba algo que no fuera comprensión.
—¿Puedo tallar tu espalda? –Cuestionó de pronto el mayor, abriendo los ojos y encontrando que Gustav no entendía para nada de lo que hablaba—. Dijiste que te querías bañar así que pensé que quizá podría hacerte compañía. Si deseas…
El rubio parpadeó. No esperaba que luego de su confesión obtuviera un confort que no lo era.
—Tócame –balbuceó apenas moviendo los labios—. Tócame ahí, por favor… —Pronunció un poco más alto mientras tomaba una mano del bajista que conducía por entre sus cuerpos sólo hasta donde alcanzaba, justo un poco debajo de sus testículos.
—No… —Tragó con dificultad—, no llega… —Habló con voz ronca—. ¿Estás seguro? ¿No ducha?
—Sí. No –respondió casi sin aliento—. Hazlo, un poquito. Que valga la pena tener que tomar una ducha…
Conectó ojos con el bajista y ambos se contemplaron haciendo prueba de resistencia antes de besarse con lentitud y fundirse en un abrazo cálido que se distanciaba de lo que minutos antes habían hecho con desesperación para iniciar de nueva cuenta pero diferente. Con quietud.
En su totalidad cuando el mayor rompió el beso. Cuando un pequeño empujón en el hombro de Gustav bastó como indicación para hacerle entender que se girara quedando sobre su estómago. Cuando un par de dedos recorrieron su espalda hasta el final de ésta y se hundieron un poco entre los pliegues de su trasero.
“De verdad es sexy”, pensó el bajista, inclinándose para dar un beso en el último hueso de la espalda de Gustav y lamer un poco alrededor. Suaves quejidos que se convirtieron en gemidos cuando el mayor humedeció sus dedos con un poco de los restos de su semen fresco y los hundía dentro de Gustav…
—Oh mierda… —Siseó el menor, cuando minutos después, el segundo orgasmo lo golpeó casi al borde de la inconsciencia entre el placer y el extraño dolor.
Bill dejó caer su mandíbula y George casi lamentó haberle contado lo que había pasado la noche anterior. No con detalles, claro, pero sí un resumen completo que incluía el tercer orgasmo de la noche ya en la bañera y unas prometedoras palabras de Gustav, que a grandes rasgos e interpretadas por el menor de los gemelos indicaban algo muy pero muy importante…
—Está listo… —Susurró con tono cómplice—. Tres dedos y le gustó no pueden decir nada que no sea eso. Oh, yo quiero ver…
—Ugh, ¡Bill! –Se quejó el bajista—. No te he contado esto para que te den deseos voyeuristas. Lo que necesito es tu consejo para… —Tosió con falsedad—, eso que ya sabes que los adultos hacemos en la oscuro con responsabilidad.
—Ejem, George… —Dijo Bill con tono meloso y un tanto sarcástico—, no sé si te habrás dado cuenta que yo no, tú sabes, soy muy activo en mi relación con Tom, así que mi consejo no va más allá de ‘Métela y hazme sentir bien’.
—¿Y si le pregunto a Tom? Oh, pero de qué demonios hablo –se reprendió antes de siquiera sopesar la situación más allá de dos segundos.
Ok, Bill sabía de lo suyo con Gustav tanto como él de lo que los dos gemelos mantenían, pero era evidente que los dos integrantes restantes no sabían nada al respecto ni de lo que protagonizaban a ojos ajenos, como de que los secretos de vida de pareja se compartían como si fuera aire.
Era probable que quizá encontrando el momento adecuado el hecho de que Tom se enterara no le costara nada más allá de un ojo morado en el peor de los casos, pero, ¿Y luego? ¿Todos sabrían excepto Gustav? ¿Todos menos su adorado Gusti que sin deberla ni temerla terminaría expuesto a los ojos morbosos de los gemelos? En definitiva no.
El problema era que tampoco quería ir dando golpes de ciego y menos contra Gustav… Menos contra su trasero. Su lindo, suave, redondo y aterciopelado trasero. Le constaba, que luego de un par de besos y manos recorriéndolo, ya conocía cada pequeña curva que lo conformaba. Inclusive, los tres lunares que componían un lindo triángulo sobre su piel y que… —¡Auch!
Queja inminente ante el no menos predecible golpe.
Bill odiaba muchas cosas, pero entre las más peligrosas para ganarse su rabia, en uno de los primeros lugares quedaba ignorarlo.
—Claro, yo aquí ayudándote y tú pasando de mí. Típico –bufó—. ¿No tienes algo qué decir al respecto?
—Que no sirves para nada, ¿O es que quieres unas disculpas, diva? –dijo al evitar un segundo manotazo pero no una certera patada. Aulló de dolor antes de intentar lanzarse sobre Bill, pero dejándolo todo en intenciones cuando la puerta del autobús se abrió y Tom entró.
Les dirigió una mirada que dejaba mucho entrever la desconfianza que le daba ver a aquellos dos tan cerca y más desde su anterior pelea con Bill de la cual todavía no se curaba del todo. De no ser porque sabía que lo que tenía con su gemelo era algo profundo, casi juraría que dejaba que George se lo tirara…
—Ni se te ocurra –le replicó Bill—. Conozco esa cara y te juro que no pasará jamás. No es lo que piensas porque yo te amo, Tomi.
Doble palidecer. Tom por un lado que sintió sus propios intestinos ahorcarlo y George porque sentía que presenciaba algo que no debía.
Bill, inmutable en todo caso, mandó lejos a su gemelo con un gesto de su mano antes de sacar su celular y buscar un número en su agenda. Marcó y mientras esperaba el número de espera, tapó el auricular para susurrarle a George. –No te preocupes, tengo la solución perfecta… —Luego fue todo risas y sonrisas para quien fuera con quien hablaba. Alguien que por su voz, le erizaba los vellos finos de la nuca al bajista.
—Oh Dios santo… Es, esto es, ¡Woah! –Jadeó Gustav, acostado debajo de su cuerpo y jadeando como si hubiera corrido el maratón de los diez kilómetros en tiempo récord. Sus piernas se cerraron en torno a la cintura de George y éste movió un poco más la cadera. Sus propios pies apoyados en el borde del colchón y creando un agradable propulsor que hacía que sus cuerpos, incrustadas uno contra el otro, se frotaran sin descanso. Sus erecciones atrapadas, igual.
Quizá el séptimo cielo fuera realmente estar dentro de Gustav, pero eso George todavía no lo sabía más allá de uno o dos dedos que en el último par de semanas, el rubio le había dejado meter.
—Estoy cerca –susurró el baterista con una voz sobrecogida de la excitación—. Yo sé que tú también, vamos, vamos… —Continuó diciendo entre respiros. Sus manos que descansaban en los hombros de George, liberaron la presión viajando por la espalda de su amigo en ondulantes caricias hasta situarse en su trasero e incrementar el vaivén que sobrepasó su rápido ritmo a uno más ansioso y desesperado.
El colchón sobre el que estaban comenzó a crujir y era evidente que o ellos se apuraban en aquel asunto o la cama se iba a venir abajo con usuarios en ella o no sin molestarse en aguantar más.
—Ah, veo que alguien está muy ansioso –dijo el mayor, pausando un poco el rotar de su cuerpo antes de besar a Gustav con labios llenos y dejarlo pidiendo por más cuando se separaba un poco para miraba con devoción—. Wow.
—¿Qué? –El rubio frunció el ceño—. No te atrevas a decirme algún piropo que no soy ninguna mujer en la cama.
—Oh, ese comentario rompe mis ilusiones, Gus. –Hizo un puchero con su labio para darle énfasis y sin previo aviso de sus intenciones, sus manos, que instantes antes habían estado a cada lado de su amigo, recorrían los costados de su cuerpo para quedar detrás de sus rodillas y alzarlas—. Creo que al menos tienes que compensarlo.
—¿Desayuno continental? –Tonteó el rubio. Aunque George no lo pidiera, luego de esa magnífica noche que estaban pasando juntos, era lo menos que le debía para compensar tanto cuidado y un buen orgasmo.
—Eso en la mañana porque ahora mismo… —Su lengua saliendo por sus labios en un gesto de suma concentración—, yo tengo otros planes. Mejores planes… -Enunció con voz ronca.
Para Gustav, planes que no sonaban nada mal cuando oía un gemido sonoro retumbar por toda la habitación y se daba cuenta que había salido de su propia boca. Un poco de rubor en sus mejillas antes de sentir el familiar remolino en su vientre y la inminente sensación de un orgasmo a punto de llegar.
Al bajista nada de aquello le pasó inadvertido.
El nuevo cambio de postura, él no sólo recostado encima de Gustav, sino con sus caderas alzadas y su propio pene moviéndose primero entre los muslos del menor y después entre su trasero dejando una húmeda señal, prometía un resultado satisfactorio que era cumplido apenas segundos después cuando una última embestida le cegaba todo pensamiento coherente.
—La puta –maldijo con los ojos fuertemente cerrados antes de colapsar encima de Gustav y sentir que el rubio hacía lo propio unos segundos después por la humedad que entre ambos cuerpos se sentía atrapada.
Suaves besos en su cuello y una pesadez que llamaba al sueño.
—No siento mis pies –comentó el baterista de pronto—, mejor dicho, ni mis piernas. Caderas. Oh, estoy muerto de cintura para abajo.
—¿Eso quiere decir que mi idea ha sido buena? –Pinchó el mayor hundiendo el rostro en la curva de su cuello para dejar un par de besos tímidos ahí. Amaba la manera en que Gustav olía justo después de aquellos encuentros. Una mezcla de sudor almizclado y energía que le ponía de buen humor—. ¿O que te he dejado paralítico?
—Lo dudo –se retorció en respuesta con una risa que algo de tímida tenía—, menos sí… —Su entrepierna presionando contra el vientre de George y éste entendiendo que Gustav quería un segundo round esa noche.
—Cinco minutos para que mi ‘amiguito’ se recupere, ¿Sí? –Alzándose sobre el pecho del rubio para dar la más pequeña de las sonrisas de vergüenza—. Ha sido buen chico pero necesita descansar antes de… —Se sonrojó.
—¿Antes de qué, George? –Preguntó alzando las caderas y dejando muy claro que no iba a ser paciente para esperar mucho.
El mayor sólo se dejó desplomar bajo su propio peso con un sonido de queja, pero con una sonrisa entre labios que nadie le podría quitar jamás ni usando un bat de béisbol en su contra para obligarlo. De eso podía estar seguro porque a medidas preventivas para esa noche en hotel que su manager les había otorgado como premio a un disco de platino en Francia, había pedido tanto una habitación en un piso alejado de los gemelos, como puesto en la puerta el infalible letrero de ‘No molestar’ que les aseguraba una noche en paz.
Si es que aquello se podía llamar paz… Estar toda la noche o al menos hasta las dos de la mañana, tiempo presente y contando, en juegos de besos y caricias no se le podía llamar precisamente un descanso reparador aunque tampoco tortura medieval… El nombre que tuviera, iba a cobrar factura muy temprano en la mañana cuando se tuvieran que levantar todos pringosos y con los músculos adoloridos.
Y sin embargo, valía la pena…
—Tengo tu cosa en mi… Oh, es raro. –Gustav rió como nunca antes en una cascada de soniditos que le recordaron a George un tipo de gesto nervioso que algunas fans solían tener cuando estaban a un metro de la banda y en sus ojos se adivina algo del fangirlismo peligroso que ocasionaba desastres.
—¿Mi cosa en tu…? Hum… Ah… —La punta de sus orejas ardió.
—Sí, se escurre –dijo con un suspiro—. No me desagrada si eso piensas, pero es… Ya sabes…
Al respecto, George de verdad que no sabía. Trató de imaginarse que era estar recostado con alguien de tu mismo sexo encima de ti y su semen secándose en tu trasero, rodando por él y manchando las sábanas… Más razones para sentirse abochornado y no sólo por lo incómodo de la idea, sino porque le excitaba en su vulgaridad. Que desnudo y apoyado uno contra el otro pensado cochinadas, evitar aquella reacción era imposible.
Gustav no lo pasó de lado cuando sintió la presión extra en su cadera y el temblor de George que le indicaba cuán confuso era aquello.
—Hey, de verdad está bien. –Besó su cabeza antes de continuar—. Lo creas o no, es sexy. Ya antes, hum, había querido que ahí… —Suspiró dos veces porque la primera era una manera de relajarse, tanto como la segunda era saber que la atención de George a sus palabras era total. Carraspeó un poco—. Creo que una ducha…
—Oh, dilo. Termina la frase –pidió con voz baja pero serena. Sus brazos abrazándolo tan cálido que Gustav no tuvo duda alguna que podía dejar salir sus palabras y George no se iba a reír.
—Imagínalo, George. –Sus manos cubriendo su rostro y un frío repentino cuando sintió al mayor quitar su peso de su cuerpo para apoyado en sus brazos, mirarle de cerca—. Ya sé que quieres verme la cara cuando lo diga, pero no te voy a dar el gusto de verme cuando hago el ridículo.
—Bien, ojos cerrados –dijo. El rubio partió sus dedos para encontrar que de verdad George había cerrado sus ojos pese a que estaban a pocos centímetros el uno del otro. Ese pequeño detalle le hizo sentir un calor agradable en el pecho que le dio la confianza suficiente para decirlo.
—Ok, pero no quiero burlas después… —Suspiro de nuevo—. Está ahí, ¿Correcto? –Asentimiento mudo—. Se sintió bien porque fue increíble como te, hum, movías alrededor de esa… Zona y tu, oh, tu… Estaba ahí tocándome, y haciendo que me sintiera muy bien y… No sé, nunca habíamos llegado a este punto o tan cerca, pero es que creo que quiero más y a la vez… Pues no. Porque yo… Yo tengo miedo… —Musitó lo último. Una piedra bajando por su garganta mientras lo pronunciaba, pero aliviado de que al menos fuera cierto.
Aliviado igual porque George no fruncía el ceño o demostraba algo que no fuera comprensión.
—¿Puedo tallar tu espalda? –Cuestionó de pronto el mayor, abriendo los ojos y encontrando que Gustav no entendía para nada de lo que hablaba—. Dijiste que te querías bañar así que pensé que quizá podría hacerte compañía. Si deseas…
El rubio parpadeó. No esperaba que luego de su confesión obtuviera un confort que no lo era.
—Tócame –balbuceó apenas moviendo los labios—. Tócame ahí, por favor… —Pronunció un poco más alto mientras tomaba una mano del bajista que conducía por entre sus cuerpos sólo hasta donde alcanzaba, justo un poco debajo de sus testículos.
—No… —Tragó con dificultad—, no llega… —Habló con voz ronca—. ¿Estás seguro? ¿No ducha?
—Sí. No –respondió casi sin aliento—. Hazlo, un poquito. Que valga la pena tener que tomar una ducha…
Conectó ojos con el bajista y ambos se contemplaron haciendo prueba de resistencia antes de besarse con lentitud y fundirse en un abrazo cálido que se distanciaba de lo que minutos antes habían hecho con desesperación para iniciar de nueva cuenta pero diferente. Con quietud.
En su totalidad cuando el mayor rompió el beso. Cuando un pequeño empujón en el hombro de Gustav bastó como indicación para hacerle entender que se girara quedando sobre su estómago. Cuando un par de dedos recorrieron su espalda hasta el final de ésta y se hundieron un poco entre los pliegues de su trasero.
“De verdad es sexy”, pensó el bajista, inclinándose para dar un beso en el último hueso de la espalda de Gustav y lamer un poco alrededor. Suaves quejidos que se convirtieron en gemidos cuando el mayor humedeció sus dedos con un poco de los restos de su semen fresco y los hundía dentro de Gustav…
—Oh mierda… —Siseó el menor, cuando minutos después, el segundo orgasmo lo golpeó casi al borde de la inconsciencia entre el placer y el extraño dolor.
Bill dejó caer su mandíbula y George casi lamentó haberle contado lo que había pasado la noche anterior. No con detalles, claro, pero sí un resumen completo que incluía el tercer orgasmo de la noche ya en la bañera y unas prometedoras palabras de Gustav, que a grandes rasgos e interpretadas por el menor de los gemelos indicaban algo muy pero muy importante…
—Está listo… —Susurró con tono cómplice—. Tres dedos y le gustó no pueden decir nada que no sea eso. Oh, yo quiero ver…
—Ugh, ¡Bill! –Se quejó el bajista—. No te he contado esto para que te den deseos voyeuristas. Lo que necesito es tu consejo para… —Tosió con falsedad—, eso que ya sabes que los adultos hacemos en la oscuro con responsabilidad.
—Ejem, George… —Dijo Bill con tono meloso y un tanto sarcástico—, no sé si te habrás dado cuenta que yo no, tú sabes, soy muy activo en mi relación con Tom, así que mi consejo no va más allá de ‘Métela y hazme sentir bien’.
—¿Y si le pregunto a Tom? Oh, pero de qué demonios hablo –se reprendió antes de siquiera sopesar la situación más allá de dos segundos.
Ok, Bill sabía de lo suyo con Gustav tanto como él de lo que los dos gemelos mantenían, pero era evidente que los dos integrantes restantes no sabían nada al respecto ni de lo que protagonizaban a ojos ajenos, como de que los secretos de vida de pareja se compartían como si fuera aire.
Era probable que quizá encontrando el momento adecuado el hecho de que Tom se enterara no le costara nada más allá de un ojo morado en el peor de los casos, pero, ¿Y luego? ¿Todos sabrían excepto Gustav? ¿Todos menos su adorado Gusti que sin deberla ni temerla terminaría expuesto a los ojos morbosos de los gemelos? En definitiva no.
El problema era que tampoco quería ir dando golpes de ciego y menos contra Gustav… Menos contra su trasero. Su lindo, suave, redondo y aterciopelado trasero. Le constaba, que luego de un par de besos y manos recorriéndolo, ya conocía cada pequeña curva que lo conformaba. Inclusive, los tres lunares que componían un lindo triángulo sobre su piel y que… —¡Auch!
Queja inminente ante el no menos predecible golpe.
Bill odiaba muchas cosas, pero entre las más peligrosas para ganarse su rabia, en uno de los primeros lugares quedaba ignorarlo.
—Claro, yo aquí ayudándote y tú pasando de mí. Típico –bufó—. ¿No tienes algo qué decir al respecto?
—Que no sirves para nada, ¿O es que quieres unas disculpas, diva? –dijo al evitar un segundo manotazo pero no una certera patada. Aulló de dolor antes de intentar lanzarse sobre Bill, pero dejándolo todo en intenciones cuando la puerta del autobús se abrió y Tom entró.
Les dirigió una mirada que dejaba mucho entrever la desconfianza que le daba ver a aquellos dos tan cerca y más desde su anterior pelea con Bill de la cual todavía no se curaba del todo. De no ser porque sabía que lo que tenía con su gemelo era algo profundo, casi juraría que dejaba que George se lo tirara…
—Ni se te ocurra –le replicó Bill—. Conozco esa cara y te juro que no pasará jamás. No es lo que piensas porque yo te amo, Tomi.
Doble palidecer. Tom por un lado que sintió sus propios intestinos ahorcarlo y George porque sentía que presenciaba algo que no debía.
Bill, inmutable en todo caso, mandó lejos a su gemelo con un gesto de su mano antes de sacar su celular y buscar un número en su agenda. Marcó y mientras esperaba el número de espera, tapó el auricular para susurrarle a George. –No te preocupes, tengo la solución perfecta… —Luego fue todo risas y sonrisas para quien fuera con quien hablaba. Alguien que por su voz, le erizaba los vellos finos de la nuca al bajista.