Tokio Hotel World

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^-^Dediado a todos los Aliens ^-^


    Chapter 6 2/2: Ni Los Gemelos Los Detienen...Mucho...Demaciado

    Thomas Kaulitz
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    Mensaje  Thomas Kaulitz Vie Ago 05, 2011 5:58 pm

    —Buenos días –saludó Bill como flor a primera hora de la mañana a los presentes en aquel que era un desayuno retrasado y recibió un par de gruñidos en respuesta. Gestos hoscos de los cuales pasó con desdeño sirviéndose jugo y comiendo su plato de huevos con salchichas lo más silencioso posible. Un poco del color de sus mejillas desapareció con el ya de por sí escaso buen humor de Gustav cada que le hablaba y le contestaba con monosílabos y se desvaneció del todo con tenedor empuñado cual cuchillo por parte de George al preguntarle lo más amable posible, si había pasado una buena noche.

    —No –fue la respuesta tras una mordida a su tostada y Bill se hizo lo más atrás posible en su asiento. Su muerte parecía tan cercana o al menos un atentado grave a la vida, que sonrió con genuino alivio cuando Tom hizo acto de aparición y eligiendo cereal y leche en un plato enorme, se sentó a su lado.

    Gustav sirvió de excusarse y alegó haber olvidado algo en la habitación para así desaparecer y dejar a George con un tic nervioso que se manifestaba en contracciones involuntarias del rostro.

    —¿Y este que se ha levantado del lado equivocado de la cama o qué? –Susurró a Bill con sorna pero lo imitó al apoyar la espalda en todo el asiento de manera rígida y borrando la expresión divertida que tenía cuando el bajista dio con el puño en la mano contra la mesa y los fulminó con los ojos.

    —Ustedes dos… —Farfulló, apuntándolos con el cuchillo de la mantequilla mientras los señalaba alternadamente—. ¡Jodidos conejos! De vez en cuando aprendan a ser discretos con sus asuntos y a no incluir a un público con ustedes.

    Se levantó de golpe y la silla en la que estaba, se balanceó precariamente.

    Dio media vuelta y enfiló a la salida donde en breve la camioneta en la que viajarían los recogería para cumplir su itinerario del día. No se dignó de dudar mientras se alejaba y tampoco de hacer caso a los llamados que le hacían.


    —Billy Pooh se siente arrepentido –dijo Bill con un puchero y batiendo pestañas de arriba abajo al tiempo que le entregaba a George un café doble, azúcar y mucha crema; su favorito—. Billy Pooh también quiere disculparse y agregar que su intención nunca fue ser ruidoso o… —Se sentó a un lado del bajista y con el mentón en su hombro, pronunció sus confidentes palabras—, interrumpir algo.

    Su jugarreta dio resultado y la rabia de George dio paso al sano sentimiento de la frustración. De que seguía molesto con los gemelos, lo seguía bastante, pero ya no con la misma intensidad. Bill, en representación de ambos Kaulitz hacía siempre un buen trabajo de embajador diplomático cuando uno o ambos la embarraban y era evidente que siempre funcionaba o la banda haría tiempo que estaría separada.

    —Georgie Pooh fue interrumpido por los Kaulitz Pooh y está molesto con ambos –respondió dando un sorbo a su bebida y encogiéndose de hombros—. Anoche Gusti Pooh era sexy y más grandioso aún, creía Georgie Pooh lo era también. ¿Lo entiendes, Billy Pooh? –Apretó los labios y segundos después agradeció no haber dado un nuevo sorbo al café que sostenía porque Tom aparecía a un lado y lo espantaba.

    —¿Georgie Pooh? –Preguntaba con un deje sarcástico-. ¿De qué carajos hablan ustedes dos, par de nenas?

    Al bajista las orejas le zumbaron al instante y agradeció llevar el cabello largo y suelto porque le tapaba también el rubor que se le formaba en las mejillas y frente.

    —Uh, Tomi Pooh –decía Bill girando los ojos y mandándolo lejos con un ademán de manos que lo decía todo—, largo de aquí.

    George no quiso enterarse de cuánto más se dijeron en murmullos y lecturas de labios, pero lo agradeció mucho cuando Tom resopló un poco de aire y se retiró diciendo que “Nadie trataba bien al lindo de Tomi Pooh” lo que bastó para hacerlos reír por lo sentido que su tono de voz dejaba entrever.


    Con la almohada encima del rostro, George reculó por lo bajo.

    Si la primera vez habían hecho retumbar el muro y la segunda el techo al mismo tiempo que el suelo, se creía a salvo de una tercera vez peor. Para su gran disgusto, estaba tan pero tan errado…

    Tenía que reconocer que su par de gemelos no tenían límites y que lo que hacían sonaba bien. Bastante bien de hecho, porque aparte de que lo decían y repetían a cada instante y sus voces se apreciaban con nitidez, su erección lo atestiguaba todo.

    Estaba duro e inseguro de aliviarse de semejante pena.

    En otro momento, no se lo habría pensado. Con justificación suficiente, aunque todo fuera provocado por un par de adolescentes calenturientos incestuosos, habría enfilado al baño y se la habría cascado sin menor rastro de culpa. Luego habría regresado a la cama y dormido como bebé.

    Tiempo pasado.

    Semejante osadía parecía una enorme falta de respeto teniendo a Gustav en la cama de enseguida y sufriendo el mismo suplicio aunque no lo admitiera.

    Aquel día, no se habían besado apenas cruzado el umbral de la puerta. Ni un abrazo, roce o mirada porque era terriblemente frustrante ser interrumpidos por aquellos dos y era tan probable que eso sucediera que mejor se habían turnado para una ducha rápida y enfundados en ropa interior, apagar la luz sin mediar palabra y tratar de dormir.

    Apenas minutos después, aquel par había comenzado y ya tenían cerca de una hora de “Dale, dale, yo te aviso cuándo” que lo tenía de nervios crispados y apretando las mantas con tanta fuerza que sin verlos, sabía que sus nudillos estaban blancos.

    Del otro lado de la habitación le llegaba una respiración pesada y entrecortada que confirmaba que no era el único que la pasaba mal. Gustav también debía sufrir lo suyo pero su aguante estoico era digno de elogios. Quería poder decir lo mismo de su resistencia, pero cuando soltó el borde de las mantas para rozar su erección con un par de dedos, supo que era débil. Su jadeo bajo lo delató.

    —¿George…? –Alzando la almohada de su lugar y abrazándola para posicionarse de costado y mirarlo en las sombras, agradeció la ausencia de luz pues le ahorraba la pena de mostrar su cara abochornada—. ¿Estás despierto?

    —Sí –susurró. Pese a lo oscuro, de la ventana llegaba un poco de luz y la silueta de Gustav se dejaba adivinar bastante bien.

    También de costado y muy pegado al borde del colchón, se mordía las uñas con inseguridad. En su cabeza discurriendo algún modo de decir lo que tenía en mente y temeroso de toparse con un tajante ‘no’.

    Tragó duro y George lo hizo instantes después cuando apartó sus cobijas y cruzó la escasa distancia que los separaba para encontrar el espacio que Gustav le ofrecía y que aceptaba gustoso arrodillándose y cayendo con suavidad encima de su cuerpo.

    A ambos se les cortó la respiración al primer contacto de sus cuerpos semi desnudos pues solía dormir en ropa interior y no más. Por tanto, la foránea suavidad de la piel del pecho quedó relegada en segundo término cuando sus piernas se enredaron juntas y tras encontrar una postura cómoda para ambos, que consistía en quedar sobre sus hombros y con las frentes apoyadas, unir los labios en un corto beso.

    Gustav tenía la palma de la mano sudorosa a causa de los nervios, pero encontró la manera de abrazar a George con un brazo y con el otro halarlo más cerca para un beso que incluyó algo más que un leve contacto. Su lengua pidió permiso con lametones cortos en los labios del bajista y una chispa de alegría se instaló en su pecho cuando fue correspondido y se enredaron un apasionado beso que los dejó sin aliento y con una pesadez agradable por todo el cuerpo.

    —Sigo pensando que besas bien –declaró el menor hundiendo el rostro con el cuello del bajista y frotando la nariz en su cuello antes de dejar un beso breve y húmedo en donde el pulso se sentía—. También que hueles bien… Delicioso –agregó con un estremecimiento al sentir un par de manos apoyarse en su trasero y hacerlo dar un salto de caderas que le cortó la respiración.

    Se quedó muy quiero con su entrepierna presionando la de George y extasiado de encontrarlo igual de duro, sino es que más, apenas separados por un poco de tela. El pensamiento le hizo experimentar la sensación más obscena que jamás hubiese sentido y clavó las uñas en los hombros de su amigo.

    —Hace tiempo que quiero decir que Gusti, tienes un trasero genial. De ensueño –agregó con un poco de humor, recordando que el rubio solía corregirse siempre para bien—. Hum, y que quiero tocarlo.

    Como toda contestación, al baterista lo besó de nuevo en el cuello y succionó un poco de la piel alrededor. Si eso era un no, a George no se le podría recriminar jamás el evadir el elástico de los bóxers que Gustav usaba y apretar lo que encontraba.

    —Es suave –murmuró en su oído antes de separarse y besarlo repetidas veces en los labios. Frotaba la palma de las manos a lo largo de la zona recién conquistada y sus piernas se movían solas haciendo que su muslo estimulase la entrepierna de Gustav, quien jadeaba quedó en su nuca y lo aferraba con fuerza.

    —¿Crees que me puedas tocar? –Preguntaba con toda clase de reparos—. Aprieta –decía, mordiendo un labio y expectante de lo que iba a ocurrir.

    —Sí, claro. Sólo no te… Asustes. Voy a… —George hizo contacto con sus ojos y aún en la oscuridad, el brillo que se cargaba en ellos, resplandecía—. Ya sabes, lo voy a tomar –y sin sacar las manos de la ropa interior, llevo una al frente y tras detenerse un poco en la piel de su cadera, sus nudillos golpearon su miembro erecto.

    Gustav dejó salir un siseo fuerte que lo obligó a doblar los dedos de los pies y un juramento que competía con los que los gemelos todavía pronunciaban.

    Su espalda se tensó y fue irremediable el salto que su cadera dio cuando la mano de George al fin rodeó su pene y dio un tirón lento. Su mano firme y su pulgar acariciando la húmeda punta, mientras la otra tironeaba de la tela y la bajaba hasta sus rodillas para serpentear por entre sus muslos y tomar sus testículos en una firme y fuerte caricia larga.

    —Uh, uh, cuidado con el tesoro de la familia Schäfer –alcanzó a bromear antes de morder su hombro y gemir extasiado de cuán bien se sentía.

    George, que no estaba muy seguro de cómo proceder, acarició de arriba abajo un par de veces antes de asegurarse que no lo iba a romper o que no se iba a chafar el juguetito recién descubierto y con firme decisión, se hizo la meta de lograr que Gustav se corriese sin remedio.

    Hizo lo que creía apropiado y repitió algunos de los trucos que había aprendido de sí mismo con el paso de los años y aplicándolos en su rubio amigo. Al no haber quejas y sentir sólo un par de manos aferrando su espalda, se dio por contento enterrando el rostro en su pecho y atento al ritmo de su corazón y respiración.

    Prosiguió por largos minutos plagados de gemidos hondos y se centró tanto en su tarea que cuando la mano de Gustav se cerró en torno a la suya, no pudo sino abrir los ojos de golpe y tragar con dificultad todo lo que se le acumuló en la garganta en forma de nudo.

    —¿Qué pasa…? ¿No te ha… Hum, te ha disgustado? –Preguntó no muy seguro, porque Gustav aferraba su mano pero mantenía un ritmo lento y agradable que hasta para él resultaba placentero—. Gusti, si quieres dejarlo para luego…

    —Maldito, nada de luego –pronunció en respuesta el aludido—, me tienes tan jodidamente duro que…

    —¿Jodidamente duro? –Repitió, apretando un poco en la base de su miembro y escuchando el suave quejido.

    —Yep. –Asintió repetidas veces y ante un nuevo apretón, sus piernas se tensaron—. Cabrón, me vas a matar. Te voy a matar… —Y su última sentencia sonó a una amenaza que el bajista quería experimentar.

    Sin detenerse del todo, Gustav soltaba su propia erección y apoyando esa mano en el pecho de su amigo y la otra en el estómago, acarició un poco la piel disponible antes de tomar un gran respiro y sin previo aviso, deslizarla dentro de la ropa interior y tantear la zona con temor reverencial antes de afianzarse en torno a su pene y pagarle el favor recibido con una caricia larga.

    —Está húmedo –balbuceó con la voz entrecortada y casi histérica. Dio inició a un ritmo torpe pero deseoso de agradar que hizo al bajista retorcerse en deleite—. Quítatelo –ordenó—, espera, yo te ayudo.

    Sacaba la mano de donde la tenía y tras quitarse unas gotas de sudor que perlaban su frente, bajaba la tela hasta donde podía y apoyaba la palma de su mano en la zona. La piel quemándose al contacto y sus dedos tomando vida propia al cerrarse en torno a la dureza y bombeando primero con lentitud y posteriormente acelerando la velocidad a un punto en el que ambos pronto estuvieron retorciéndose juntos y jadeando con las bocas juntas en un beso lujurioso.

    —¿Lo hago bien, eh? –Jadeaba el rubio—, porque tú lo haces genial y… Ah, estoy a punto de, hum, ya sabes…

    —Yo igual. Falta poco –contestó George contrayendo el rostro y chocando su nariz contra la de Gustav, quien sonrió en respuesta y sacó su lengua para lamer su labio inferior con hambre.

    —Yo también… —Susurró rechinando los dientes y con su mano libre, apretando el muslo de George, quien al instante sintió la mano húmeda y un orgullo inexplicable que le hizo mantener la cadencia hasta que Gustav paró de temblar y sus ojos se cerraron por unos segundos—. Espera, oh, perdón… —Se rió con ligereza antes de acariciar su costado y dar un apretón en la base de la erección de George para luego sentirlo venirse con suaves ondas sobre su mano.

    Agradeciendo el favor recibido, permaneció masajeando hasta que los temblores terminaron y hasta que George abrió los ojos y tras un momento de duda, lo besó con un poco de timidez y un abrazo sudoroso que correspondió un poco aturdido.

    —Fue… Increíble –dijo con sencillez. Su aliento cosquilleando en el cuello de George, quien rió y apretó su trasero con un sutil pellizco.

    —Lo sé, lo sé; me sentí tan…

    —¡Oh, Tomi Pooh! –Se levantó el estruendo de una voz a través del muro y ambos se quedaron en silencio absoluto y con los ojos enclavados en los del otro incapaces de calibrar cuál cementerio indio habían profanado para cargar con semejante maldición—. ¡Sí, sí, ahí… Empuja más, uh, Tomiii!

    —Sucio Billy Pooh; niño malo… -Y de acompañamiento un golpe más duro que los anteriores contra el muro.

    —Santo Dios –dijo Gustav con un resoplido—, eso ha matado mi erección. Muchas gracias a esos dos.

    —No los culpes. No han sido ellos –bromeó el mayor y con su rodilla recorrió la sensible zona entre sus piernas—. Dame méritos.

    Puchero y carita de perro apaleado. Por mucho que Tom y Bill hicieron ruido esa noche, no interfirieron nada en el íntimo abrazo que mantuvieron antes de caer dormidos en la misma cama.


    —Ouh –lloriqueó Bill al sentarse con todo el cuidado del mundo en la mesa del desayuno y toparse con un par de sonrientes compañeros de banda que elevaron más las comisuras de su boca al verlo aparecer—. ¿Qué? –Gruñó tomando un sorbo de su vaso de leche fría y haciendo una mueca a lo adolorido que se sentía. Concretamente, su trasero y piernas.

    Tom hizo aparición apenas terminó de decirlo y con idéntico gesto de dolor, se dejó caer en su silla con ojeras y quejas en partes iguales.

    —¿Billy Pooh? –Preguntó George con el dedo índice en la barbilla y una falsa preocupación—. ¿Tomi Pooh?

    —¡Más, más! –Remedó Gustav con burlesca entonación y rompió en carcajadas—. ¿Algo que alegar en su inocencia?

    —Jodidas paredes –murmuró Bill.

    Tom fue más categórico y fino. Cruzado de brazos soltó una palabrota. “Mierda” en conjunto por parte de los dos y el desayuno de desarrolló como cualquier otro día.

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