Tokio Hotel World

¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.

^-^Dediado a todos los Aliens ^-^


    Chapter 6 1/2: Ni Los Gemelos Los Detienen...Mucho...Demaciado

    Thomas Kaulitz
    Thomas Kaulitz
    Viceprecidente
    Viceprecidente


    Mensajes : 178
    Fecha de inscripción : 11/07/2011
    Edad : 35
    Localización : Leipzig, Alemania

    Chapter 6 1/2: Ni Los Gemelos Los Detienen...Mucho...Demaciado Empty Chapter 6 1/2: Ni Los Gemelos Los Detienen...Mucho...Demaciado

    Mensaje  Thomas Kaulitz Vie Ago 05, 2011 5:57 pm

    Gustav sólo se rió, y tímido y sonrojado en partes iguales, apoyó su frente en el hombro de George en donde se quedó unos segundos más disfrutando del contacto y del calor que ambos emanaban al estar tan cerca.

    El golpe contra la pared se repitió y lo que le acompañó fue un quejido de Bill que resonó por cada rincón de la habitación y los hizo sentir las orejas arder porque sabían lo que los gemelos hacían. Eso de tiempo atrás, pero pertenecía al trato de “Detalles no, gracias pero nuevo no” y una de las partes no lo cumplía.

    —Ough, Tomi… Eso fue… ¡Ah! –Fuera lo que fuera, no podía superar lo que tanto George como Gustav pensaban. Rezaban por ello… Y también porque la pared que compartían soportase lo que parecían ser embestidas no sólo de Tom, sino de la cabecera de la cama de los gemelos, que con cada tumbo, hasta el piso vibraba.

    —Nuestros pequeños gemelos han crecido –dijo George enjugándose una lágrima falsa de la comisura del párpado y estallando en carcajadas que ahogaba en el cuello de Gustav mientras lo abrazaba con los dos brazos en torno a la cintura.

    Un apretón significativo que daba y le era retribuido con igual paz y quietud. Ambos temblando un poco al contacto y aún recargados contra la puerta, que apenas y se habían visto libres del todo para esa noche, casi habían corrido a refugiarse a la habitación del hotel que compartían.

    Y luego en ella, uno, sino es que ambos, saltaban sobre el otro y comenzaban lo que tenía noches y más noches ocurriendo.

    Pasada aquella velada en la que realmente sobrios y coherentes en sus cinco sentidos se habían besado, los días que habían venido se tornaron tan dulces como la mejor de las mieles. George lo podía asegurar mientras sus manos acariciaban los costados de Gustav con un poco de lentitud y fuerza al tiempo que succionaba su labio inferior y lo mordía con toda la suavidad que se encontraba capaz de proyectar.

    Para su deleite, Gustav no era ningún virgen asustadizo y retribuía la atención recibida con un juego de pies tan habilidoso que lo posicionaba con la espalda justo contra el muro y tras arrinconarlo, besaba su cuello.

    La lengua que salió a probar la piel expuesta era traviesa y veloz mientras recorría con tortuosa lentitud la zona de lado a lado y unos gentiles dientes arañaban un poco el bulto que su manzana de Adán formaba.

    George no podía sino sentir las rodillas formadas de gelatina y unas ansías tremendas de corresponder las caricias, pero estaba tan extasiado que su única arma de defensa fue mostrarse sumiso.

    —Dios santo… —Siseó en deleite total tomando la cabeza del rubio entre sus manos y haciéndolo parar cuando llegaba al borde del cuello de su camiseta y la tironeaba con insistencia para encontrar un poco más de piel—. Espera –jadeó y con un poco de vergüenza por la mirada divertida que Gustav le daba, se sacaba la prenda con un poco de reticencia.

    El aire que se arremolinó en torno al pecho era fresco, sino es que es helado y un escalofrío le recorrió por toda la espalda mientras se acariciaba con fuerza los antebrazos para entrar en calor.

    Pensaba que era su movimiento más osado desde que su relación con Gustav había tomado ese nuevo giro, pero le parecía tan natural desear ese nuevo tipo de contacto… Hasta ese momento, se habían limitado a una variante de besos y abrazos al estar solos, pero con la ropa en su lugar y nada más. El reciente avance era en medida un poco atrevido de su parte, pero la opción no era sino continuar y no atascarse.

    A respuesta, Gustav extendió un dedo que delineó el contorno de sus clavículas y se detuvo justo en el centro. Un rápido vistazo bastó para ver la chispa en los ojos del rubio y hacer que el bajista lo asiera un poco por el borde de la playera que usaba y tironeara de ella con infantil insistencia.

    Un puchero y un rubor en mejillas cuando el baterista asintió y alzando los brazos se dejaba despojar de la prenda.

    Se contemplaban un escaso segundo antes de saltar en brazos del otro y con un nuevo impulso, apoyarse contra la pared mientras los toques se volvían rudos y sus lenguas se encontraban sin un poco de pudor de por medio.

    Para desgracia, un cierto grito se dejó escuchar…

    —¡Joder! –Un puñetazo a la pared que compartían y tanto George como Gustav dieron un salto conjunto al oír las quejas de Tom—. Decencia, por Dios, qué jodida falta de respeto –retumbaba su voz—. Hay personas que no molestamos en las otras habitaciones, por favor.

    Idéntico rodar de ojos mientras se soltaban y tras recoger sus camisetas y darse un último beso que apenas fue un roce de labios, se dieron las buenas noches y se acostaron cada quien en su cama.


    Bill leía una revista juvenil justo en el instante en que George le llegó por detrás y con precisión le estampaba un golpe en la nuca que lo hacía maldecir con sonoridad y escupiendo la palabrota que se le había ido.

    Dio una mirada de muerte, pero el bajista parecía tan malhumorado que prefirió no hacer peligrar su vida por cuenta propia y siendo tan educado como podía cuando alguna cámara lo enfocaba, apartaba su lectura y arqueaba una ceja para hacer entender que era todo oídos y atención.

    —Anoche… —Fueron por todo las palabras del mayor. Bill fingió un gesto de sorpresa con un corto ‘oh’ que salió de sus labios mientras mordisqueaba una uña con falso bochorno y se soltaba carcajeando después—. Sí, que lindo; veo que ya sabes.

    —Golpearon el muro, pillines –le chanceó el menor. Saltaba de su asiento en el sillón y caía al lado de George, que no oponía resistencia a la barbilla que buscaba sitio en su hombro o a los labios que susurraban en su oído toda clase de teorías descabelladas que venían a resumirse en—: Lo hiciste con Gusti.

    —Hum, no –negaba el bajista—. Verás… —Bajó el tono de su voz y se convirtió en un rasgueo entrecortado del cual Bill se emocionó esperando mucho—. Entramos a la habitación y ya sabes, el estuche de mi bajo estaba abierto así que casi nos caíamos en él pero… —Golpe en la rodilla—. Ok, total que lo besé o me besó, da lo mismo y… —Suspiro. El menor de los gemelos lo mira con tanta intensidad que George se siente cohibido y con un hoyo por la fuerza con la que Bill espera que continúe—. ¿Qué?

    —Anda, ¿Qué pasó después? –Es todo ojos, oídos y atención mientras se hace un ovillo y tras asegurarse con una mirada de que no se encuentre nadie alrededor, sigue con su interrogatorio—. ¿Lo arrinconaste contra el muro mientras lo besabas?

    Asentimiento. George no estaba siquiera seguro quién había dado ese primer movimiento pero poco importaba. –Eso – corroboraba—. Luego, ya sabes, camisetas fuera… —Se muerde el labio inferior ante el recuerdo y es casi como palpar la suave piel de Gustav… Probarlo en un sentido que antes no había pensando y en el que se pierde el tiempo necesario para conseguir que Bill le regrese su anterior golpe y salga de ensoñaciones—. ¡Jo! –Se queja y frota al mismo tiempo.

    —Me has obligado —canturrea el menor en excusa—. ¿Y luego?

    Ojos grandes y traviesos. George se burla diciendo ‘sexo’ sólo moviendo la boca pero sin sonido y es como poder ver la cara que Bill pondría en caso de encontrar a Tom con alguna tanga de color rojo, un gorro de Santa Claus y un moño en torno al cuello que lo declare el regalo navideño.

    —No… —Susurra con incredulidad.

    —Sí –le responde, esperando para soltar la bomba.

    —¡No…! –Boca abierta hasta el suelo.

    —Mmm, pues no. –Expresión seria—. En serio, Bill, golpearon el muro. Los gritos de Tom hicieron que, ugh, ‘aquello’ se fuera a pique –mencionó lo más casual posible al tiempo que señalaba su entrepierna con el pulgar hacía abajo.

    —Oh… Vaya que lo siento –y luego Bill se escondió tras la revista que leía—. ¿Pero sabes…? –Dijo con malicia y en un intento de ser casual por el borde del papel sobre el cual se asomaba —, aunque eso no hubiera pasado, creo que no habrían hecho más. Casi lo puedo jurar.

    —¿Más de qué? –Preguntó Tom, que entraba en la habitación y se sentaba en medio de los dos.

    —Tomi –Bill sacó la lengua—, ¿Tú de qué crees? Verás, anoche…

    Ambos, Tom y George rompen en falsas toses y se levantan en un mismo impulso. Huyen por la puerta que Gustav abre y que mantiene abierta mientras alza una ceja y se pregunta qué carajos pasa…


    “Rueda de prensa y luego autógrafos” son las indicaciones. David Jost saca entonces su pequeño y moderno celular para marcar algún número y alejarse entre gente del staff mientras deja a los chicos ya detrás de los asientos que van a ocupar y a la maquillista que los atiende hacer su trabajo.

    Bill renuncia a su petición de un paquete de chicles y Tom a la oportunidad de ir al baño sin perderse. Se sientan juntos y el bullicio que acordona la mesa elevada por encima de todos gracias a una tarima de un metro, los coloca en un punto tan visible que las pocas fans con pases privados que han dejado pasar antes del show, se agolpan a sus pies y sacan pancartas y cantan a voz de grito.

    —Es nuestra canción y no la entiendo, mierda –murmura Bill a su gemelo y repite el comentario a George, que está sentado a su lado y juguetea con el borde del mantel blanco que han colocado en la mesa—. ¿George? –Llama su atención mientras lo codea—. Tierra a George. Cambio.

    Un nuevo haz de luces se hace presente y todos se encuentran tomando las posiciones de siempre y los arreglos pertinentes que empiezan con la cuenta regresiva hasta que las cámaras comienzan a grabar.

    Presentaciones repetidas y tiempo suficiente para pequeñas bromas. Bill muerde la punta del bolígrafo que ha conseguido del montón de tarjetas que son neceser del entrevistador y hace un pequeño y chueco corazón que rellena con “G&G” y pasa a George lo más discreto posible.

    Oye un sonido ahogado y sus pupilas se curvan en el borde de su visión para ver la burda réplica del bajista, que si bien es tosca, da muy bien a entender su intención: “Jódete, Bill”.

    Se mantienen así durante la media hora que el estira y afloja de preguntas se representa en la entrevista y al final el pequeño papel ocupa un lugar importante en el bolsillo trasero del pantalón de George.

    Finalizado el día y de regreso al hotel, saca el trozo de papel y lo sostiene en una mano mientras la otra busca a Gustav y presiona al encontrar a su par. No se miran y no intercambian gesto alguno, pero lo esencial se palpa en la electricidad del aire.


    A variante, por primera vez alcanzan la cama y sentados en el borde del colchón, los besos se tornan ansiosos y entrecortados. Son más rápidas sucesiones mientras sus manos se tocan la piel disponible y los contactos se tornan ásperos y ansiosos.

    Gustav rodea la nuca de George con un brazo y con el otro frota su costado de arriba a abajo con reverencial calma. Su mano está ampollada del último concierto y sus dedos húmedos de nervios. Para George es tortura pura y gruñe mientras sus lenguas se encuentran y se separan.

    Se siente diferente y no sabe si a causa de las sugerencias subidas de tono que Bill ilustraba con toscos dibujos en el papel de días antes o en las servilletas de la cena a la que asistieron esa misma tarde. Tan explícitos los condenados dibujos, que se había ahogado con un poco de puré de papa y se había acabado el vaso de agua para no morir por algo tan ridículo.

    Apenas eran sombras que se parecían a ellos, pues Bill era tan bueno en dibujo como lo era en la guitarra y por lo tanto apenas eran líneas y ruedas que asemejaban una versión del kamasutra bastante burda. Siempre debajo de cada viñeta con alguna nota subida de tona que incluía flechas para señalar quién era quién.

    Fruncía un poco el ceño al recordar que en algunas de las posturas ocupaba el dudable lugar de honor del que iba debajo. No que realmente le importase si es que algo como eso iba a suceder en algún momento, pero con la semilla de la inquietud sembrada en su interior, dejaba de parecer una idea descabellada del todo.

    —Gusti… —Murmuró contra los labios del rubio y entreabrió los ojos para encontrar un par igual que parpadeaba con dificultad y dejaba la tierra del ensueño para presentarse a la realidad—. ¿Puedo…? –A toda petición, ambas manos que apoyaba en sus hombros bajaban por su pecho y lo recorrían hasta encontrarse en el estómago—. Quiero tocarte más –dijo sin estar muy seguro si eran sus palabras las que sonaban en la habitación.

    Debían serlo por la palidez que Gustav mostró, pero con la sorpresa que acompañó su cambio de color, vino una ayuda que se manifestó en un par de manos rodeando las suyas y haciéndolas subir de nuevo a su pecho.

    —Así –indicó el baterista al tomar una mano y besar la yema de los dedos para humedecerlas un poco con saliva y posarlas de nuevo en su pecho.

    George sólo sonrió con complicidad mientras recorría uno de sus pezones y lo excitaba en movimientos circulares. Hizo lo propio con el otro y Gustav, quien solía ser el más silencioso de los dos, gimió en un tono bajo.

    —Se siente bien –susurró con voz cogida y se mordió los labios mientras observaba a George ir por su cuello y bajar en ruta directa a remplazar sus dedos y con suaves lametones y succiones leves, apoderarse de sus pezones y molestarlo—. Mierda, eso es… Uf.

    —¿Se siente bien? –Le preguntó George sin parar sus atenciones y besando alternadamente ambos lados—. ¿Quieres que siga?

    —Sí, sí –pronunció al tiempo que le apartaba el suelto cabello de la frente y resoplaba. Acariciaba bajo sus orejas y George hacía ruiditos de complacencia que denotaban cuán atendido se sentía mientras hacía lo propio, pero Gustav sabía que se estaba llevando la mejor parte de todo aquello.

    Obnubilado, apenas tuvo tiempo de quejarse cuando se vio empujado de manera suave pero firme contra el colchón y se encontró tendido de espaldas y temblando como hoja al viento. George seguía en su pecho, pero sus manos tanteaban el borde del pantalón y tironeaban de la tela con insistencia. Ni de broma eso era algo que no quería, pero tampoco parecía estar tan seguro…

    —George, creo que… ¡Woah! –Gimió de pronto; tan fuerte, que se cubrió la boca lo más rápido posible.

    Se alzó apoyado en sus codos y George se resbaló en el proceso. Llegó a posicionarse entre sus piernas y arrodillado al pie de la cama, tenía la barbilla descansando en su vientre con ojos perezosos y pesados a cada parpadeo.

    —Eso fue… —Su voz se entrecortó con el bajista arrastrándose en su regazo y haciendo que su vientre chocara contra su entrepierna y se frotara.

    Estaba duro y ambos lo sabían.

    —No digas nada —pidió con voz insegura—. Quiero que sigas, si puedes…

    A toda respuesta, George dio un mordisco suave en uno de sus costados y apoyando ambas manos a cada lado de sus caderas, hundió la lengua en el centro de su ombligo. Dio tentativos besos a la piel circundante y se divirtió como crío al encontrar un nuevo juguete. Los pequeños saltos que Gustav daba bajo su cuerpo sólo eran un aliciente para continuar y lo hizo con presteza.

    Para el rubio era un panorama aún mejor. Su cabeza pesaba una tonelada y a la vez se elevaba por encima de todo como en nubes. Algo de las dos partes había, pero de lo que estaba muy seguro era de que se sentía… Bien, genial. Lo que George hacía era algo nuevo y se preguntaba hasta que punto podían continuar sin tener que morir de vergüenza porque entre sus piernas cada vez se formaba un bulto mayor.

    Se sintió un globo al borde de estallar y la opción a futuro se mostró casi patente cuando George aligeró el agarre de su cintura para ir en pos del botón de su pantalón y tras un poco de dificultad, soltarlo.

    Iba por su cierre o eso parecía, cuando de la otra habitación se escuchó golpes y gritos. El suelo retumbó y George y Gustav tuvieron que dejar lo que estaban haciendo para torcer el cuello al lado del que todo provenía y enarcar cejas lo más dispares posibles porque no creían lo que los gemelos hacían… ¡Crash! La lámpara del techo se balanceó encima de ellos y se levantaron de un salto de la cama.

    Cómo era que ese par se lo montaban, era todo un misterio…

      Fecha y hora actual: Jue Nov 21, 2024 2:09 pm