Tokio Hotel World

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^-^Dediado a todos los Aliens ^-^


    Capitulo 8: Introspecciones

    Thomas Kaulitz
    Thomas Kaulitz
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    Mensaje  Thomas Kaulitz Miér Ago 03, 2011 2:17 pm

    Muy en contra de su voluntad, a la mañana siguiente, apenas despuntó el sol, Tom abrió los ojos de golpe y se encontró con la novedad de que ya no tenía ni una pizca de sueño. Ni el brazo posesivo de Bill en torno a su cintura o los pies siempre helados que se enredaban con los suyos pudieron lograr que volviera al apacible estado onírico en el que se encontraba antes.
    Probó cerrando los ojos con fuerza y relajando la mente, pero no funcionó; tomó inspiraciones largas y pausadas hasta que su corazón bajó de ritmo y tampoco sirvió de nada.
    —Es ridículo –farfulló para sí mismo, frunciendo el ceño y pegando más su cuerpo contra el de Bill, pero como si de una fuerza del destino se tratara, su gemelo rodó al lado contrario de la cama y le dio la espalda. Pronto Tom se dio cuenta del frío que tenía y el dolor de espalda que las ocho horas reglamentarias de sueño logran—. Genial… —Masculló cuando en sucesión de mala suerte, su vejiga decidió que era momento de anunciar que estaba repleta y sólo quedaban dos opciones: O se levantaba e iba al sanitario o le iba a hacer pasar un momento digno de vergüenza.
    A pesar de todo, Tom salió de la cama y enfiló con pasos torpes rumbo al sanitario.
    Cinco minutos después salió con los dientes lavados, la cara mojada y la vejiga libre de todo peso.
    ¿Y qué hacer? Mirando a la cama donde su gemelo parecía más un habitante del país de los muertos que del reino de los durmientes, Tom descartó la opción de despertarlo y que sufriera su mismo suplicio. Un vistazo al reloj de pared negro con el que Bill decoraba su habitación, le dijo que sus buenas intenciones de sacarlo de sus buenos sueños, no serían recibidas con agrado. Las siete de la mañana no eran ni serían jamás, una hora que ninguno de los dos considerara sana para estar en pie.
    Consideró la posibilidad de bajar a la cocina y comer algo, pero su estómago no daba muestras de querer nada y de cualquier modo, Bill alegaría ofensa si se atrevía a comer sin él.
    Barajando entre la opción de simplemente volver a la cama y quedarse ahí hasta que pasaran las horas o… Tom miró con interés el portátil brillando en la artificial oscuridad que un par de gruesas cortinas proveían a la habitación, incitándolo a dar un vistazo que se transformarían en horas y más horas si su contenido valía la pena tanto como si contraseña le había prometido la noche anterior.
    El mayor de los gemelos se mordisqueó el labio inferior, no muy seguro si debía o no hacerlo.
    Antes de caer dormido, Bill le había pedido que lo esperara y así los dos podrían revisar la información que guardaba antes del accidente.
    Por una parte, si Bill lo atrapaba, podía considerarse hombre muerto, pero por otro lado… «Es mi portátil a fin de cuentas» razonó Tom con un sentido de autopreservación, «y es privada… Por algo tenía contraseña».
    Parado sobre el suave alfombrado que cubría el suelo de la habitación de su gemelo, Tom primero se resistió a la idea de ceder a la tentación y no hacer nada; arrastrarse de vuelta bajo las mantas y elegir su sitio entre los brazos de Bill.
    Bill… ¿Qué podía ser mejor que eso? Incluso aunque le gruñera como lobo si lo despertaba para pedirle un poco de cariño, Tom lo disfrutaría. Era algo en el calor, en el aroma, en las sensaciones y aunque el inconveniente era despertarse con una erección fulminante que le tomaba menos de cinco minutos en el baño para saciarse, lo prefería por encima de muchas cosas.
    —Mmm, quizá no tanto –murmuró para sí mismo, cediendo finalmente a la tentación y arrodillándose a un lado de la cama para extraer de ésta su portátil. Un último vistazo de culpa a su gemelo, y salió de la habitación con pasos lentos y haciendo el menor ruido posible hasta que estuvo de vuelta en su propio cuarto.
    Consideró por una fracción de segundo el colocar el seguro en la puerta, pero se dijo que eso lo haría parecer culpable. Y lo fuera o no, tampoco quería colocar una barrera entre él y Bill.
    Así que al fin, sentado en la cama y con la espalda apoyada contra la cabecera, soltó un suspiro y abrió la portátil. Dio inicio al sistema y en los escasos minutos que tardó en estar lista, pensó más de una vez en apagarla de vuelta y arrastrarse de vuelta a la cama de su gemelo para pedir perdón de rodillas si era necesario, por cometer una falta que no era tal.
    ¿Alguien lo podía juzgar por querer saber más de ese Tom Kaulitz que era él mismo y a la vez otro totalmente diferente que no conocía en lo absoluto? Ajeno en su propio cuerpo a su persona, Tom al fin cedió a la tentación y comprobó con un ligero sabor agridulce que en efecto, la contraseña era ‘Bill Kaulitz’ tal y como recordaba de horas atrás.
    Sólo quedaba por decidir el lugar de inicio en su búsqueda. Tom temía con cada pequeña partícula de su ser encontrarse con algo inapropiado, obsceno o incriminante en contra suya, incluso si era él mismo quién lo había colocado ahí.
    —Lo de menos sería encontrar pornografía –se dijo a sí mismo con un poco de humor, aliviado de que al menos en el Escritorio no hubiera gran cosa. Un par de archivos y algunas carpetas—. Arthur und die Minimoys –leyó en voz alta sin saber exactamente de que hablaba—. ¿Qué carajos es un Minimoy? –Se preguntó, la palabra haciendo eco en su cabeza pero sin aclarar nada.
    Intrigado, dio doble clic y al instante el reproductor de videos se abrió.
    —Que no sea porno –rogó Tom al cielo—, o al menos no muy pervertido –agregó en voz bajita, angustiado de descubrir que ‘Minimoy’ fuera una palabra que designara algo extremadamente sucio.
    Muy para su sorpresa, no era nada ni remotamente parecido a la pornografía. En su lugar, los créditos de una película comenzaron a rodar y al cabo de unos minutos entendió por qué guardaba aquella película en su portátil. Cuando el actor principal salió en escena y comenzó a hablar con la voz de Bill, Tom no pudo reprimir una sonrisa boba que le iluminó el ánimo.
    Era extraño oír la voz de su gemelo en la pantalla cuando veía abrir y cerrar la boca a un mocoso de diez años, y lo fue más cuando adelantó la barra de tiempo y vio que al parecer era una de esas cintas con animación por computadora.
    Sonriendo una vez más antes de cerrar el video, Tom se consoló pensando que seguramente ya lo había visto alguna vez y no era necesario hacer una repetición por mucho que quisiera.
    Probando suerte con una de las carpetas, musitó ‘¡Bingo!’ cuando aparecieron varias carpetas secundarias marcadas como imágenes, todas y cada una de ellas con su etiqueta habitual. Optando por la que llevaba el título de ‘Vacaciones’, abrió grandes los ojos de la sorpresa al encontrarse con una foto de él y Bill en la playa…
    —Diciembre de 2008 –leyó en propiedades. Haciendo la fotografía más grande, no pudo apartar los ojos de la imagen por al menos un minuto hasta que le ardieron.
    Revisando con rapidez y eficiencia el resto de las fotografías, se encontró con el detalle de que todas aquellas eran de sus vacaciones en diferentes años y al parecer, tomadas desde lejos, porque en ninguna de ellas aparecían él o Bill posando para la cama.
    Probando suerte con otra carpeta y luego otras más por al menos una hora, Tom llegó a la conclusión de que no sólo era un maniático del orden también en su acomodo exterior, sino también con lo que guardaba en su portátil. Sin excepción, todos y cada uno de los archivos que encontraba tenía nombre y fecha, estaban acomodados en su categoría correspondiente y además, protegidos del simple espectador.
    Además de películas y fotografías, Tom también había podido ingresar a su cuenta de correo electrónico con la novedad de que no tenía nada interesante en la bandeja de entrada. Apenas unos correos de Georg, otros de Gustav y una pila considerable de bromas por internet que Andreas le había enviado en el transcurso de los últimos meses. Casi no había respondido ninguno, pero leyó sus propias respuestas y se encontró con que a pesar de todo, la persona en la que se había transformado le caía bien.
    Conocerse a sí mismo por medio de sus mensajes electrónicos no era lo más tradicional, pero era lo que había y Tom no estaba dispuesto a mostrarse quisquilloso.
    Por otro lado, el historial de navegación tampoco lo escandalizó. Uno de sus mayores miedos de materializó cuando encontró un par de páginas web en Favoritos y resultaron ser porno, pero aparte de eso, el disgusto no pasó a mayores.
    Al parecer era asiduo lector a un par de blogs y tenía una cuenta propia donde escribía de… ¡¿Poesía?! Tom casi se pegó en la cara con la mano, avergonzado de sus propias creaciones literarias. Y lo peor no era encontrarse con sus propias palabras en lírica, sino el leer fragmentos y experimentar la acuciante sensación de estar recibiendo puñaladas en el pecho, porque todas y cada una de las poesías que había escrito, hablaban indirectamente de algo que él conocía muy bien: Bill…
    —Dios, soy patético –balbuceó con ojos llorosos, leyendo página tras página de poemas tristes y empantanados en miseria. No podía creer que era él, porque incluso cuando aquello le estaba presionando el pecho al límite del dolor, no podía dejar de leer y sentirse identificado con cada letra—. Obvio, esto es mío –masculló como escusa, limpiándose el rostro húmedo con el dorso de la mano y preguntándose por primera vez si quería seguir leyendo más.
    Cerró de golpe el explorador del internet y se contuvo de darle una patada a su laptop, pensando que no valía la pena desperdiciar una máquina tan buena en un arranque infantil.
    ¿En verdad era él aquella criatura deprimida que desnudaba su alma ante desconocidos? Por los comentarios recibidos que había leído, tenía lectores asiduos y por sus propias respuestas, hablaba con ellos en bases regulares. Siendo que Tom consideraba todo eso como una pérdida total de tiempo por no ser una interacción de frente, se preguntó qué había pasado exactamente en todos esos años que no recordaba, a qué grado habían llegado él y Bill de reclusión y soledad, en que sus conocidos fueran por internet y no supieran realmente con quién hablaban.
    —Ugh –soltó Tom un quejido. No quería saber más de sí mismo.
    Podía estar en la flor de su vida teniendo veinte años, haber viajado por el mundo, tener el dinero y las posibilidades de hacer lo que se le viniera en gana y ser una estrella musical internacional, pero al final del día sólo era el mismo miserable adolescente que se había enamorado de su gemelo y jamás había dicho una palabra al respecto…
    —En qué me convertí –musitó—, ¿en qué te convertiste, Tom Kaulitz, idiota? –Se recriminó, consciente de que no serviría de nada. No habría jamás una voz en su cabeza que le respondiera a sus preguntas sin respuesta, así como tampoco solucionaría nada.
    Simplemente estaba jodido.

    Cuando Bill despertó al fin horas después que su gemelo, lo primero que hizo fue estirar uno de sus pies helados y buscar el calor corporal que sólo deseaba de Tom. Pero al cabo de unos segundos de fútil búsqueda donde lo único que encontró fue la otra mitad de una cama helada, alzó los párpados sólo para encontrarse en completa soledad.
    ¿Dónde estaba Tom? Resoplando por verse de pronto a solas, Bill lanzó las mantas fuera de la cama y de un salto se puso de pie.
    Sin molestarse en usar algún tipo de calzado o cubrirse un poco más, miró primero en el baño y luego en el cuarto de Tom antes de percatarse que en la planta baja se escuchaban ruidos un tanto violentos.
    —Tomi –murmuró por inercia, dirigiéndose a la escalera y bajando los peldaños de dos en dos hasta dar un brinco final al piso de madera que se encontraba en el rellano—. ¿Puedo preguntar qué estás haciendo? –Asomó la cabeza despeinada por el marco de la puerta y vio a Tom concentrado frente a la estufa.
    —Puedes –respondió el mayor de los gemelos sin siquiera mirar por encima de su hombro.
    —Mmm, ¿qué haces? –Bill entró a la cocina y olisqueó el aire con cautela; no sería ni la primera ni la última vez que Tom había intentado un nuevo platillo fuera de los tres miserables que sabía y terminaba creando un monstruo que olía y se veía mal.
    —Desayuno, porque bien… Desperté temprano y te esperé todo lo que pude, pero es tarde y tengo hambre así que… —Tom se encogió de hombros y fijó la vista en un recipiente alto que tenía frente al fuego.
    —No hay problema, puedes comer cuando quieras. –Cuestionándose si no sería un entrometido, Bill tomó asiento en la mesa de la cocina y tamborileó los dedos sobre la dura superficie—. ¿Qué vas a comer?
    —Huevo cocido –fue la respuesta del mayor de los gemelos. Bill arqueó una ceja por lo extraño que aquello sonaba, pero no dijo nada. Haciendo una fina línea con sus labios, se puso en pie y buscó en la alacena hasta dar con un plato hondo, una cuchara y después buscar en el refrigerador por un poco de leche. El paso final fue tomar la caja de cereal y con todos los elementos en mano balanceándose precariamente, volvió a tomar asiento—. Yo voy a comer esto –anunció con un poco de incomodidad, no muy seguro de por qué.
    Para entonces, Tom ya estaba vertiendo el agua caliente en el fregadero y sujetando dos huevos cocidos en una mano cubierta por un trapo.
    Tomando su propio plato, pronto Bill y Tom estuvieron sentados frente a la mesa y mirando con poco interés sus desayunos.
    —¿Estás seguro de poder comer eso? –Habló Bill al cabo de unos tensos minutos—. La última vez que comiste eso, erhm… Vomitaste sobre mis zapatos nuevos. No fue nada agradable.
    —Al menos –deslizó Tom su pie por debajo de la mesa hasta encontrarse con el de Bill—, ahora no usas nada. No va a ser gran pérdida.
    Bill rodó los ojos. –Eso es completamente asqueroso.
    —Bah –golpeó Tom el huevo por arriba y Bill se mordió la lengua de señalar cómo siempre lo hacía por el mismo lado—, prometo que si siento ganas de vomitar, lo haré hacia otro lado.
    —Gracias –fingió Bill agradecimiento, dando el primer bocado de cereal.
    —Ah… ¿Bill? –El aludido detuvo su mandíbula de seguir masticando—. Va a sonar raro, pero… ¿A dónde solemos ir de vacaciones?
    —Miraste las fotografías sin mí, ¿no es así? –Acusó Bill a su gemelo apenas pasó la comida—. No me esperaste –le recriminó con un ligero tono aniñado.
    —Uh –musitó Tom como toda respuesta. Aparentemente concentrado en la labor de quitarle la cáscara a su huevo, prosiguió—. Estaba aburrido. Sólo quería saber, ya sabes, quién era yo… —Finalizó miserablemente.
    —No, quién eres tú, porque aún lo eres, en tiempo presente y no pasado. Eres Tom Kaulitz, mi gemelo, mi Tomi. El mismo de siempre a pesar del peinado, la ropa y los años –dijo Bill con seriedad—. Sigues siendo el mismo hermano mayor que me consoló cuando lloraba; el bastardo que me dijo en el kindergarten que meterme plastilina en la nariz sería genial; el que me animó a pintarme el cabello de negro; eres aquél con el que compartí ocho meses y medio el vientre de mamá –apretó las manos en puño al decirlo—, así que hables de ti en ese modo. No tienes derecho a insultarte sólo porque no recuerdas nada.
    —Bill…
    —¡No! –El menor de los gemelos rechinó los dientes—. Ni lo pienses. Tal vez tú no recuerdes nada y no es tu culpa, incluso si jamás recuperas tu memoria, pero entonces yo recordaré por los dos y te diré mil y un veces lo felices que hemos sido estos siete años. Porque no te puedes imaginar, Tomi, lo que es haber crecido al fin lejos de toda esa mierda que vivimos –se cubrió la cara con las manos al finalizar.
    —Yo no recuerdo nada de eso… Yo… —Tom tragó saliva—. Creo que no he sido tan feliz como tú crees en todos estos años.
    —¿Cómo puedes saberlo? Ni siquiera recuerdas lo mucho que odias el huevo –se rió sin alegría el menor de los gemelos—. Es de locos, esto es de locos –puntualizó.
    —Pues lo sé, simplemente lo sé. No he sido feliz –admitió al fin—. Me he sentido miserable por años ¡y es tu culpa, no necesito recordar nada para saberlo!
    El tiempo se detuvo entre los dos.
    Bill lo miró incrédulo y dolido, asombrado por el golpe bajo que le sacó el aire de los pulmones con la misma intensidad que lo hubiera hecho un impacto directo en el estómago.
    —Sé que no piensas eso realmente –dijo con aparente calma, por dentro hecho un manojo de emociones cortadas y filosas—. No puedes pensar eso –susurró la última parte.
    Por la mejilla de Tom corrió una única lágrima. –Estoy completamente seguro. No he sido feliz en muchos años y es tu culpa, también mía, pero…
    —Me niego a seguir escuchando esto si te comportas así como un lunático sin sentimientos –empujó Bill la silla en la que estaba sentado hacía atrás y se puso de pie—. No me apetece oírte y si lo que querías era lastimarme, bingo, lo has hecho, imbécil.
    —Bill… —Tom no tuvo fuerza de ánimo para ponerse en pie cuando lo vio partir.
    Sentado a solas en la cocina, se comió el huevo con un asco supremo, conteniéndose para no vomitar, tampoco llorar.

    —¿Bill?
    El aludido apretó los ojos con fuerza, intentando con todo su poder, no ceder ante la pequeña voz que se oía perdida. Tendido de costado en su propia cama y con un brazo por encima de su rostro, consideró la posibilidad de fingirse dormido, pero la rechazó cuando la iluminación desapareció y el ruido de unos pasos acercándose a su cama lo alertaron.
    —Vete, Tom. No quiero verte o hablar contigo.
    Sin responder, Tom lo abrazó por detrás y escondió la cara en su espalda. —Ya no me ves… No tenemos que hablar, pero… No quiero dormir solo.
    Bill suspiró.
    …l tampoco quería dormir solo. Tenían menos de una semana durmiendo juntos, pero la idea de hacerlo separados lo espantaba; parecía tan poco natural…
    —Sigo molesto contigo. Mucho —agregó con tono dolido—. Y no pienso perdonarte tan fácil.
    —Ok, está bien —pasó Tom un brazo en torno a su cintura y se abrazó más de cerca—. Lo siento, si sirve de algo.
    Bill presionó los labios juntos. —Te va a costar más que eso.
    Tom bostezó con fuerza, relajando el cuerpo y presionando la mejilla contra uno de los omóplatos de su gemelo.
    Permanecieron en silencio largos minutos, hasta que al final Tom habló de vuelta.
    —Estuve pensando mucho hoy y hay algo que quiero, no… Tengo que decirte. No ahora, pero… Es importante. —El mayor de los gemelos sintió el corazón acelerársele en el pecho—. ¿Me escucharás cuando llegue el momento?
    —¿Vas a volver a lastimarme así? Porque no creo pod-…
    —Creo que es algo que no te puedes ni imaginar —se mordió Tom el labio inferior—. ¿Lo harás? ¿Me escucharás cuando llegue el momento?
    —Tomi… —Dándose vuelta, Bill abrazó a Tom de frente y ocupó su nuevo papel como el hermano mayor. Seguían siendo gemelos, sólo que ahora había entre ellos una tangible barrera de edad que los separaba por siete años mentales, no físicos—. Claro que sí. No lo dudes jamás.
    Tom hesitó una milésima de segundo, pero al final usó acopio de confianza y levantó el rostro lo justo necesario como para que labios rozaran los de Bill como venían haciendo de días atrás.
    —Gracias —musitó, cerrando la mente y cayendo dormido de golpe.
    —No es justo que te salgas con la tuya tan fácilmente —murmuró Bill con ligero reproche. Resoplando por encima de la cabeza de Tom, se preguntó si realmente llegaría a escuchar aquella futura de confesión por parte de Tom o todo quedaría en silencio. —Idiota —masculló antes de también caer dormido.

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