Casa. Por ende, un hogar.
Para Tom, el concepto no encajaba con la realidad en lo más mínimo.
La construcción era de apariencia normal. Dos plantas, un pequeño ático, un jardín amplio y una cerca lo bastante alta como para impedir, en palabras de Bill, que un par de chicas desquiciadas decidieran dar un vistazo a su propiedad.
—Uhm, aquí estamos —declaró el menor de los gemelos al apagar el motor del automóvil después de haber estacionado el vehículo en la entrada—. ¿Todo bien hasta aquí? No es mucho. Compramos la propiedad hace menos de un año y aún le faltan reparaciones, no hemos terminado de redecorar y…
—Es… —Lo interrumpió Tom, eligiendo cuidadosamente las palabras que iba a decir.
En apariencia, lucía como la casa de cualquiera. No era ni grande ni pequeña; vieja o nueva; nada delataba en su apariencia que les pertenecía a ellos o a alguien más. Simplemente, no le decía nada.
—¿Y bien? —Se exaltó Bill al cabo de unos segundos tensos y silenciosos—. Me puse terco cuando la compramos a pesar de que querías una propiedad más cerca de la ciudad, pero… —Suspiró—. En su momento, dijiste que te gustaba. ¿Mentiste?
—No lo sé —desvió Tom la mirada de su gemelo, enfocándola de nuevo en la casa—. Quizá. No lo creo. —Era difícil recordar si mentía o no de un sitio que le parecía por completo desconocido.
—Tendrás que verla por dentro entonces —salió Bill del automóvil, trotando por el frente hasta posicionarse al lado de la portezuela de Tom y abrirla—. ¿Crees poder caminar solo hasta la puerta o quieres que yo…?
—Estoy bien —masculló Tom con un deje de fastidio. Estaba amnésico, no discapacitado; si Bill de pronto intentaba llevarlo en brazos o a cuestas, hermano gemelo o no, le iba a dar un puñetazo justo en la cara. Con cuidado de no golpearse al salir del vehículo, estiró los brazos por encima de su cabeza.
—Mira quién viene ahí —dijo Bill con alegría, y al instante Tom sonrió de oreja a oreja.
Avanzando a cuatro patas y con la lengua de fuera, Scotty corría a su encuentro seguido de un par de mascotas más, todos de diferentes tamaños y colores.
—Wow, Scotty, luces genial —se dejó Tom lamer por el perro, dando golpecitos de cariño contra su cabeza—. ¿Quién es un buen chico? —El perro comenzó a dar vueltas a su alrededor, moviendo la cola de lado a lado como si no hubiera visto a sus amos en mucho tiempo.
Ajenos al nuevo estado de su dueño, los demás perros se le unieron en coro alrededor y a Tom no le quedó otra opción más que acariciar sus lomos y detrás de las orejas de cada uno mientras Bill le decía los nombres uno por uno.
—Son demasiados perros —exclamó Tom con asombro.
—Nah —lo desdeñó Bill, abriendo la cajuela y empezando a sacar maletas del portaequipaje—, aún queremos más mascotas.
—¿En serio? ¿Nosotros queremos o tú quieres? —Arqueó Tom una ceja, entretenido en pasarle la mano por encima del lomo a Scotty—. ¿Quieres ayuda?
—Los enfermos no cargan nada —lo desdeñó Bill—. Pero si insistes, toma —le tendió un enorme oso de felpa que una fan les había mandado acompañada de una carta bastante tierna y plagada de buenos deseos.
Tom rodó los ojos con fastidio, pero de cualquier modo tomó el animal y comenzó a caminar a paso lento hacía la entrada de la casa, rodeado por la manada de perros.
Una vez abierta la puerta principal, Bill entró con facilidad, seguido de un reluctante Tom, que asombrado por lo que veía, miraba a su alrededor con ojos grandes.
Por dentro, la casa se asemejaba mucho al ideal que tenía. Ventanas grandes, decoración lujosa y decadente, distribución por áreas… Bien podría acostumbrarse con facilidad a vivir ahí.
—Ehm, ¿Tomi? —Lo sacó Bill de sus pensamientos—. Los zapatos.
Tom miró los pies de su gemelo y al instante vio que se había sacado las botas que llevaba puestas. La entrada y el resto de la casa discrepaban con un nivel diferente, al parecer para recordarles a los invitados que la regla de ir descalzo era obligatoria sin excepción para nadie.
—Ok —se sacó el mayor de los gemelos los tenis que usaba y dio lo que él consideraba, el primer paso dentro de su nuevo hogar—. Es bonito aquí.
—Tiene que serlo después de lo que costó amueblarlo. ¿Ves ese sillón? Ikea y costó casi lo mismo que mi guardarropa completo para el tour. —Tom asintió por compromiso, importándole poco el sillón o la mencionada ropa—. ¿Recuerdas al menos algo?
Tom miró alrededor una vez más y dijo ‘No’ con facilidad. Lo cierto es que no mentía. La idea de entrar en una casa que no conocía y que repentinamente todo viniera a él como por arte de magia de una manera abrumadora era una fantasía bastante común usada en libros y películas, pero jamás en la vida real. —Uhm, esa lámpara de la esquina —señaló con el brazo—, un poquito.
Los labios de Bill se convirtieron en una fina línea que reflejaba su desilusión. —Esa lámpara estaba en casa y mamá decidió regalárnosla por alguna razón que sigo sin comprender.
—Oh —se pasó el mayor de los gemelos la mano por la nuca en un ademán nervioso—. Lo siento.
—Hey, no pasa nada —cerró Bill la distancia entre ambos y atrapó a Tom en un abrazo—. Si no recuerdas nada aún, está bien. Todo vendrá sin esforzarse, ¿ok?
Tom se tensó unos segundos, pero a medida que las manos de Bill se deslizaban por su espalda y esparcían una calidez especial, comenzó a relajarse. Respondiendo, con inseguridad abrazó a su gemelo por la cintura y depositó la cabeza sobre uno de sus hombros.
—Vamos a superar esto juntos.
El mayor de los gemelos prefirió no responder nada. La sensación de sentirse querido y protegido era una que lo hacía experimentar una opresión en el pecho de una manera que resultaba ser aterradora y gratificante al mismo tiempo. No podía explicarlo ni él mismo. Escondiendo el rostro en la curva del cuerpo de su gemelo, aspiró el familiar aroma que siempre asociaba con Bill; no podía definirlo de ninguna manera. No era floral, ni cítrico; no podía asignar el olor a nada que no fuera su gemelo y la idea le fascinaba. ¿Bill pensaría lo mismo de él? Lo dudaba. Para Tom, nada olía mejor que su gemelo.
Apretando el agarre que tenía en Bill por la cintura, Tom unió más sus cuerpos y su gemelo respondió al instante. Dejándose llevar por el cúmulo de emociones que se agolpaban en su pecho, Tom recorrió el cuello de Bill con la nariz hasta el lóbulo de la oreja y una vez ahí depositó un pequeño, casi imperceptible beso en el punto exacto donde su pulso palpitaba.
—T-Tomi… —Exhaló Bill en un temblor involuntario.
El rostro del mayor de los gemelos tomó un ligero tono rojizo. —Perdón —se apartó con estupor.
Bill decidió pasar por alto aquel pequeño incidente. —¿Quieres conocer el resto de la casa? —Preguntó con fingida emoción, aún en shock por la caricia.
Tom aceptó con gusto. —Me gustaría mucho.
—Adelante pues —guió el menor de los gemelos el camino. Con Tom atento al acomodo y la decoración interior, el gesto imperceptible de tocarse justo donde el beso había sido depositado, pasó desapercibido.
—… y éste es el estudio —abrió Bill una de las últimas puertas en el segundo piso—. Apenas lo usamos, a menos que estemos en casa por más de una semana. Se supone que aquí íbamos a escribir canciones, darles melodía pero —arrugó la nariz—, ya sabes cómo somos. Hemos compuesto más canciones en el baño o en la cocina que aquí donde se supone que debería pasar ‘la magia’ —encomilló las últimas dos palabras usando los dedos en una ademán irónico.
Tom entró a la habitación y admiró el impecable gusto con el que estaba decorada. De techos altos y con un gran ventanal que iluminaba la estancia con luz natural, realmente daba el aire de sala de estudio como se pretendía. De un lado se encontraba una colección de libros bastante basta que habían ido acumulando a lo largo de los años y del otro algunas de las guitarras e instrumentos que les pertenecían.
—Wow, no lo creo —exclamó Tom con emoción, viendo que en uno de los rincones descansaba la misma guitarra acústica que Gordon le había regalado tantos años atrás cuando por primera vez intentó aprender a tocar el instrumento—. Es increíble que aún la tenga —se acercó para pasarle la mano por el brillante costado.
—Ya no es más tu favorita, pero la tocas con regularidad —se acercó Bill por detrás.
—Con estas guitarras aquí, no lo dudo —contempló Tom con arrobo el resto de los instrumentos.
—Espera que veas las que hay en el estudio de grabación —golpeó Bill los hombros con Tom y éste sonrió ampliamente como un niño pequeño el día de Navidad.
—No puedo esperar —exclamó Tom con ilusión.
Pasaron un rato más en el estudio, pero finalmente Tom cedió y se dejó guiar a las dos últimas habitaciones por ver.
—¿Falta algo? —Inquirió, un poco cansado ya de ver tantos cuartos. La casa parecía grande desde afuera, pero por dentro era inmensa.
—Mi cuarto, el tuyo —dijo Bill con sencillez—. Dejé lo mejor para el final —agregó guiñando un ojo a su gemelo y éste casi se tropezó con el alfombrado del descansillo.
Subiendo las escaleras, uno podía girar hacía la derecha donde todos los cuartos eran un baño, el estudio, una pequeña cocina, una terraza al aire libre y una bodega o a la izquierda, donde encontraron primero dos cuartos de invitados y al final del corredor, tres puertas idénticas; una en el centro y dos a los costados.
—Creo que me encapriché con esta casa por el baño —tironeó Bill de su gemelo a la puerta del centro.
Apenas girar la perilla, Tom abrió grandes los ojos de asombro al ver el maravilloso baño que se destacaba por su simplicidad y lujo en uno. Las paredes estaban recubiertas por innumerables espejos; el retrete y el lavabamos ocupaban un rincón, lo mismo que un urinal y un bidé; y lo más asombroso (además del hecho de que todo el maquillaje y productos para la piel y el cabello de Bill tenía su sitio y acomodo en un amplio estante) era la tina estilo antiguo de color mármol separada de la regadera.
—Espera que veas el jacuzzi exterior —dijo Bill al guiar a su gemelo dentro del baño.
—¿Qué son esas dos puertas? ¿Armarios para las toallas? —Preguntó Tom aún con asombro de lo magnífico que lucía el baño. No podía esperar para probar la tina repleta de agua caliente burbujas aroma lavanda.
—Pero qué dices, Tom —rechazó Bill la posibilidad—, son nuestras habitaciones. …sa es la tuya —señaló la puerta al lado izquierdo —y ésta la mía —se dirigió a girar la perilla—. Voilá —exclamó con dramatismo, dando un paso dentro de su propia alcoba y mostrándole a Tom con orgullo su propio espacio—. ¿Qué te parece?
Tom aspiró aire con gusto. Cada rincón del cuarto de Bill llevaba consigo el aroma de su gemelo y ese simple hecho convertía la habitación en un sitio donde podría pasar semanas, sino es que meses, hacinado sin comida de ser necesario.
Siguiendo el estilo en la construcción, el cuarto se encontraba distribuido bajo al premisa de altos muros y amplias ventanas. La cama ocupaba un sitio central y los doseles que cubrían el colchón resultaron ser de un decadente rojo borgoña.
—Parece la cama de una princesa, ¿no? —Saltó Bill sobre su cama con orgullo—. Fue una pesadilla encontrar cortinas gruesas a juego, pero valió la pena al final.
Tom se recargó contra el marco de la puerta, bastante incómodo de dar un pie dentro del cuarto sin previa invitación.
—Y por último —recuperó Bill la cordura—, el cuarto que supongo, te mueres por ver.
—Uhm, no estés tan seguro —balbuceó Tom, siguiendo de vuelta a su gemelo a través del baño y cerrando los ojos con fuerza una vez se encontraron frente a la segunda puerta.
—¿Preparado? —Posó Bill la mano sobre la perilla.
—Supongo —respondió Tom inseguro.
—Tranquilo, Tom —sujetó Bill la mano de su gemelo y éste sintió un tirón en el estómago. Repentinamente, los nervios no eran por ver su actual habitación, sino para la mano que Bill le sujetaba con firmeza y él sentía sudorosa—. A la cuenta de tres: Uno, dos… Tres.
La puerta se abrió, y para asombro de Tom, nada pasó.
—Debí suponerlo —soltó Tom el aire en sus pulmones dándose cuenta que había contenido la respiración.
—¿Qué? —Quiso saber Bill.
Tom no respondió nada. En su lugar, arrastró a su gemelo consigo dentro de la habitación y una vez en el centro de éste, contempló sin mucho asombro, como todo parecía muy acorde a él mismo, a sus gustos y manías. La única diferencia apreciable estribaba que el sitio estaba limpio. Muy limpio como para que fuera obra suya.
—Fareeha viene tres días a la semana a limpiar la casa —explicó Bill la pregunta sin formular de su gemelo—. Es la señora de la limpieza —explicó al cabo de unos segundos—. Es árabe. Mañana la podrás conocer de vuelta…
—Quisiera estar a solas —barbotó Tom de la nada; la mano que Bill aún le sujetaba, cayendo contra su costado como peso muerto—. Estoy muy cansado y quiero dormir un poco —se excusó, aludiendo los ojos de su gemelo.
—¿Vas a estar bien solo? —Bill permaneció de pie en el mismo lugar, siguiendo los movimientos de Tom a lo largo de la pieza, viendo como se desnudaba y apartaba las mantas para meterse debajo de ellas.
—Seguro —se acomodó Tom dándole la espalda a su gemelo—. Buenas noches, Bill.
El menor de los gemelos salió de la habitación. —Buenas noches, Tom —susurró antes de apagar la luz y cerrar la puerta tras de sí.
A pesar de haber tomado un par de píldoras y permanecido era ama por horas ya, Tom no podía dormir.
Todo era tan extraño.
Tendido de costado, miró alrededor sólo para consolidar la idea en su mente de que estaba en la habitación de alguien más, acostada en su cama y de algún modo viviendo su vida. O intentándolo en todo caso. Tom sabía que en ese aspecto estaba fallando miserablemente.
¿Y de ahí en adelante qué? ¿Viviría para llenar unas expectativas de las que no sabía nada o simplemente despertaría un día recordándolo todo o nada? El futuro se veía lo suficiente incierto como para darle la sensación de tener una placa de concreto sobre el cuerpo.
Rodando por la cama hasta estar bocabajo, Tom apreció con un poco de satisfacción entre toda su miseria, que ya era tan alto como para que la punta de los dedos de los pies se le salieran por el borde del colchón. Ahora era un adulto, todo un hombre… Sin importar si por dentro se sentía como un torpe crío que apenas entraba a la adolescencia y era todo hormonas y tonterías.
¿Cómo habrían sido esos años? Pensó que no podía ser justo tener que pasar por esa misma etapa de la vida por segunda ocasión. Tremendamente injusto, eso era. Volver a la incomodidad de sentirse fuera de lugar, sin opinión, sin derechos. Nadie lo trataba como a un niño, pero Tom no podía olvidarlo.
Por un segundo, olvidando todo lo malo, se preguntó qué había pasado con sus sentimientos por Bill y si había logrado suprimirlos, en el mejor de los casos, controlarlos de una vez por todas. Que al ver a su gemelo todavía le produjera la angustiante emoción del amor imposible que era inconfesable por su incapacidad de ser correspondido, no significaba nada. Quizá era el simple hecho de haber perdido la memoria el que lo tuviera sintiéndose como siempre, pero también estaba la posibilidad de haber crecido y superado todo en la medida de lo posible.
Tom no estaba ni siquiera seguro de que fuera posible. No al menos con Bill tan… Tan… Suspiró. Bill era Bill; para él, eso lo definía todo. La acuciante emoción que se le aposentaba en el corazón cada vez que lo veía, lo tocaba, o incluso pensaba en él, y que se extendía por su cuerpo en todas direcciones como agua caliente, no tenía una definición que le hiciera justicia, pero para el mayor de los gemelos era amor.
…l amaba a Bill. Pasado, presente y tal vez futuro.
Cerrando los puños contra las sábanas, Tom se impulsó fuera de la cama y parpadeó un par de veces en la oscura habitación antes de decidirse a dar un paso fuera de la cama.
Con seguridad de movimientos y un repentino valor salido de la nada, cruzó el umbral de su puerta y el baño que conectaba su cuarto con el de Bill para alzar los nudillos contra la siguiente puerta, antes de decidir que no importaba; entre él y su gemelo jamás había habido muro ni distancia que uno no pudiera traspasar por el otro, permiso no incluido. Ni el tiempo podría cambiar eso.
Así que sin más preámbulo, entró a la habitación de Bill y sin pensárselo mucho, se deslizó debajo de las mantas sin mucha ceremonia.
—¿Tomi? —Habló Bill con tono adormilado, cuando una mano helada le asió por el costado.
—Perdón por lo de hace rato —se repegó Tom a su gemelo, pasándole un brazo y una pierna por encima hasta tenerlo seguro en una apretada maraña de miembros—. No quiero estar solo en un lugar que no conozco… —Admitió al fin, apoyando el mentón contra la clavícula desnuda de su gemelo.
—Aquí estoy —murmuró Bill cerrando de vuelta los ojos y extendiendo una mano por la espalda de Tom—, no es un lugar desconocido. Es nuestra casa. Nuestra —repitió para cerciorarse de que su gemelo entendía—. Tú estás aquí y yo… estoy… contigo… —Cayó dormido con un pequeño puchero en los labios.
—Mmm —aspiró Tom a profundidad del cuello de Bill, abrazándolo más de cerca y afianzando su agarre.
Tapados con las mantas por encima de la cabeza, no pasó mucho tiempo antes de que Tom cayera en el mismo sueño, compartiendo sin saberlo, una pesadez inexplicable en el pecho.
Para Tom, el concepto no encajaba con la realidad en lo más mínimo.
La construcción era de apariencia normal. Dos plantas, un pequeño ático, un jardín amplio y una cerca lo bastante alta como para impedir, en palabras de Bill, que un par de chicas desquiciadas decidieran dar un vistazo a su propiedad.
—Uhm, aquí estamos —declaró el menor de los gemelos al apagar el motor del automóvil después de haber estacionado el vehículo en la entrada—. ¿Todo bien hasta aquí? No es mucho. Compramos la propiedad hace menos de un año y aún le faltan reparaciones, no hemos terminado de redecorar y…
—Es… —Lo interrumpió Tom, eligiendo cuidadosamente las palabras que iba a decir.
En apariencia, lucía como la casa de cualquiera. No era ni grande ni pequeña; vieja o nueva; nada delataba en su apariencia que les pertenecía a ellos o a alguien más. Simplemente, no le decía nada.
—¿Y bien? —Se exaltó Bill al cabo de unos segundos tensos y silenciosos—. Me puse terco cuando la compramos a pesar de que querías una propiedad más cerca de la ciudad, pero… —Suspiró—. En su momento, dijiste que te gustaba. ¿Mentiste?
—No lo sé —desvió Tom la mirada de su gemelo, enfocándola de nuevo en la casa—. Quizá. No lo creo. —Era difícil recordar si mentía o no de un sitio que le parecía por completo desconocido.
—Tendrás que verla por dentro entonces —salió Bill del automóvil, trotando por el frente hasta posicionarse al lado de la portezuela de Tom y abrirla—. ¿Crees poder caminar solo hasta la puerta o quieres que yo…?
—Estoy bien —masculló Tom con un deje de fastidio. Estaba amnésico, no discapacitado; si Bill de pronto intentaba llevarlo en brazos o a cuestas, hermano gemelo o no, le iba a dar un puñetazo justo en la cara. Con cuidado de no golpearse al salir del vehículo, estiró los brazos por encima de su cabeza.
—Mira quién viene ahí —dijo Bill con alegría, y al instante Tom sonrió de oreja a oreja.
Avanzando a cuatro patas y con la lengua de fuera, Scotty corría a su encuentro seguido de un par de mascotas más, todos de diferentes tamaños y colores.
—Wow, Scotty, luces genial —se dejó Tom lamer por el perro, dando golpecitos de cariño contra su cabeza—. ¿Quién es un buen chico? —El perro comenzó a dar vueltas a su alrededor, moviendo la cola de lado a lado como si no hubiera visto a sus amos en mucho tiempo.
Ajenos al nuevo estado de su dueño, los demás perros se le unieron en coro alrededor y a Tom no le quedó otra opción más que acariciar sus lomos y detrás de las orejas de cada uno mientras Bill le decía los nombres uno por uno.
—Son demasiados perros —exclamó Tom con asombro.
—Nah —lo desdeñó Bill, abriendo la cajuela y empezando a sacar maletas del portaequipaje—, aún queremos más mascotas.
—¿En serio? ¿Nosotros queremos o tú quieres? —Arqueó Tom una ceja, entretenido en pasarle la mano por encima del lomo a Scotty—. ¿Quieres ayuda?
—Los enfermos no cargan nada —lo desdeñó Bill—. Pero si insistes, toma —le tendió un enorme oso de felpa que una fan les había mandado acompañada de una carta bastante tierna y plagada de buenos deseos.
Tom rodó los ojos con fastidio, pero de cualquier modo tomó el animal y comenzó a caminar a paso lento hacía la entrada de la casa, rodeado por la manada de perros.
Una vez abierta la puerta principal, Bill entró con facilidad, seguido de un reluctante Tom, que asombrado por lo que veía, miraba a su alrededor con ojos grandes.
Por dentro, la casa se asemejaba mucho al ideal que tenía. Ventanas grandes, decoración lujosa y decadente, distribución por áreas… Bien podría acostumbrarse con facilidad a vivir ahí.
—Ehm, ¿Tomi? —Lo sacó Bill de sus pensamientos—. Los zapatos.
Tom miró los pies de su gemelo y al instante vio que se había sacado las botas que llevaba puestas. La entrada y el resto de la casa discrepaban con un nivel diferente, al parecer para recordarles a los invitados que la regla de ir descalzo era obligatoria sin excepción para nadie.
—Ok —se sacó el mayor de los gemelos los tenis que usaba y dio lo que él consideraba, el primer paso dentro de su nuevo hogar—. Es bonito aquí.
—Tiene que serlo después de lo que costó amueblarlo. ¿Ves ese sillón? Ikea y costó casi lo mismo que mi guardarropa completo para el tour. —Tom asintió por compromiso, importándole poco el sillón o la mencionada ropa—. ¿Recuerdas al menos algo?
Tom miró alrededor una vez más y dijo ‘No’ con facilidad. Lo cierto es que no mentía. La idea de entrar en una casa que no conocía y que repentinamente todo viniera a él como por arte de magia de una manera abrumadora era una fantasía bastante común usada en libros y películas, pero jamás en la vida real. —Uhm, esa lámpara de la esquina —señaló con el brazo—, un poquito.
Los labios de Bill se convirtieron en una fina línea que reflejaba su desilusión. —Esa lámpara estaba en casa y mamá decidió regalárnosla por alguna razón que sigo sin comprender.
—Oh —se pasó el mayor de los gemelos la mano por la nuca en un ademán nervioso—. Lo siento.
—Hey, no pasa nada —cerró Bill la distancia entre ambos y atrapó a Tom en un abrazo—. Si no recuerdas nada aún, está bien. Todo vendrá sin esforzarse, ¿ok?
Tom se tensó unos segundos, pero a medida que las manos de Bill se deslizaban por su espalda y esparcían una calidez especial, comenzó a relajarse. Respondiendo, con inseguridad abrazó a su gemelo por la cintura y depositó la cabeza sobre uno de sus hombros.
—Vamos a superar esto juntos.
El mayor de los gemelos prefirió no responder nada. La sensación de sentirse querido y protegido era una que lo hacía experimentar una opresión en el pecho de una manera que resultaba ser aterradora y gratificante al mismo tiempo. No podía explicarlo ni él mismo. Escondiendo el rostro en la curva del cuerpo de su gemelo, aspiró el familiar aroma que siempre asociaba con Bill; no podía definirlo de ninguna manera. No era floral, ni cítrico; no podía asignar el olor a nada que no fuera su gemelo y la idea le fascinaba. ¿Bill pensaría lo mismo de él? Lo dudaba. Para Tom, nada olía mejor que su gemelo.
Apretando el agarre que tenía en Bill por la cintura, Tom unió más sus cuerpos y su gemelo respondió al instante. Dejándose llevar por el cúmulo de emociones que se agolpaban en su pecho, Tom recorrió el cuello de Bill con la nariz hasta el lóbulo de la oreja y una vez ahí depositó un pequeño, casi imperceptible beso en el punto exacto donde su pulso palpitaba.
—T-Tomi… —Exhaló Bill en un temblor involuntario.
El rostro del mayor de los gemelos tomó un ligero tono rojizo. —Perdón —se apartó con estupor.
Bill decidió pasar por alto aquel pequeño incidente. —¿Quieres conocer el resto de la casa? —Preguntó con fingida emoción, aún en shock por la caricia.
Tom aceptó con gusto. —Me gustaría mucho.
—Adelante pues —guió el menor de los gemelos el camino. Con Tom atento al acomodo y la decoración interior, el gesto imperceptible de tocarse justo donde el beso había sido depositado, pasó desapercibido.
—… y éste es el estudio —abrió Bill una de las últimas puertas en el segundo piso—. Apenas lo usamos, a menos que estemos en casa por más de una semana. Se supone que aquí íbamos a escribir canciones, darles melodía pero —arrugó la nariz—, ya sabes cómo somos. Hemos compuesto más canciones en el baño o en la cocina que aquí donde se supone que debería pasar ‘la magia’ —encomilló las últimas dos palabras usando los dedos en una ademán irónico.
Tom entró a la habitación y admiró el impecable gusto con el que estaba decorada. De techos altos y con un gran ventanal que iluminaba la estancia con luz natural, realmente daba el aire de sala de estudio como se pretendía. De un lado se encontraba una colección de libros bastante basta que habían ido acumulando a lo largo de los años y del otro algunas de las guitarras e instrumentos que les pertenecían.
—Wow, no lo creo —exclamó Tom con emoción, viendo que en uno de los rincones descansaba la misma guitarra acústica que Gordon le había regalado tantos años atrás cuando por primera vez intentó aprender a tocar el instrumento—. Es increíble que aún la tenga —se acercó para pasarle la mano por el brillante costado.
—Ya no es más tu favorita, pero la tocas con regularidad —se acercó Bill por detrás.
—Con estas guitarras aquí, no lo dudo —contempló Tom con arrobo el resto de los instrumentos.
—Espera que veas las que hay en el estudio de grabación —golpeó Bill los hombros con Tom y éste sonrió ampliamente como un niño pequeño el día de Navidad.
—No puedo esperar —exclamó Tom con ilusión.
Pasaron un rato más en el estudio, pero finalmente Tom cedió y se dejó guiar a las dos últimas habitaciones por ver.
—¿Falta algo? —Inquirió, un poco cansado ya de ver tantos cuartos. La casa parecía grande desde afuera, pero por dentro era inmensa.
—Mi cuarto, el tuyo —dijo Bill con sencillez—. Dejé lo mejor para el final —agregó guiñando un ojo a su gemelo y éste casi se tropezó con el alfombrado del descansillo.
Subiendo las escaleras, uno podía girar hacía la derecha donde todos los cuartos eran un baño, el estudio, una pequeña cocina, una terraza al aire libre y una bodega o a la izquierda, donde encontraron primero dos cuartos de invitados y al final del corredor, tres puertas idénticas; una en el centro y dos a los costados.
—Creo que me encapriché con esta casa por el baño —tironeó Bill de su gemelo a la puerta del centro.
Apenas girar la perilla, Tom abrió grandes los ojos de asombro al ver el maravilloso baño que se destacaba por su simplicidad y lujo en uno. Las paredes estaban recubiertas por innumerables espejos; el retrete y el lavabamos ocupaban un rincón, lo mismo que un urinal y un bidé; y lo más asombroso (además del hecho de que todo el maquillaje y productos para la piel y el cabello de Bill tenía su sitio y acomodo en un amplio estante) era la tina estilo antiguo de color mármol separada de la regadera.
—Espera que veas el jacuzzi exterior —dijo Bill al guiar a su gemelo dentro del baño.
—¿Qué son esas dos puertas? ¿Armarios para las toallas? —Preguntó Tom aún con asombro de lo magnífico que lucía el baño. No podía esperar para probar la tina repleta de agua caliente burbujas aroma lavanda.
—Pero qué dices, Tom —rechazó Bill la posibilidad—, son nuestras habitaciones. …sa es la tuya —señaló la puerta al lado izquierdo —y ésta la mía —se dirigió a girar la perilla—. Voilá —exclamó con dramatismo, dando un paso dentro de su propia alcoba y mostrándole a Tom con orgullo su propio espacio—. ¿Qué te parece?
Tom aspiró aire con gusto. Cada rincón del cuarto de Bill llevaba consigo el aroma de su gemelo y ese simple hecho convertía la habitación en un sitio donde podría pasar semanas, sino es que meses, hacinado sin comida de ser necesario.
Siguiendo el estilo en la construcción, el cuarto se encontraba distribuido bajo al premisa de altos muros y amplias ventanas. La cama ocupaba un sitio central y los doseles que cubrían el colchón resultaron ser de un decadente rojo borgoña.
—Parece la cama de una princesa, ¿no? —Saltó Bill sobre su cama con orgullo—. Fue una pesadilla encontrar cortinas gruesas a juego, pero valió la pena al final.
Tom se recargó contra el marco de la puerta, bastante incómodo de dar un pie dentro del cuarto sin previa invitación.
—Y por último —recuperó Bill la cordura—, el cuarto que supongo, te mueres por ver.
—Uhm, no estés tan seguro —balbuceó Tom, siguiendo de vuelta a su gemelo a través del baño y cerrando los ojos con fuerza una vez se encontraron frente a la segunda puerta.
—¿Preparado? —Posó Bill la mano sobre la perilla.
—Supongo —respondió Tom inseguro.
—Tranquilo, Tom —sujetó Bill la mano de su gemelo y éste sintió un tirón en el estómago. Repentinamente, los nervios no eran por ver su actual habitación, sino para la mano que Bill le sujetaba con firmeza y él sentía sudorosa—. A la cuenta de tres: Uno, dos… Tres.
La puerta se abrió, y para asombro de Tom, nada pasó.
—Debí suponerlo —soltó Tom el aire en sus pulmones dándose cuenta que había contenido la respiración.
—¿Qué? —Quiso saber Bill.
Tom no respondió nada. En su lugar, arrastró a su gemelo consigo dentro de la habitación y una vez en el centro de éste, contempló sin mucho asombro, como todo parecía muy acorde a él mismo, a sus gustos y manías. La única diferencia apreciable estribaba que el sitio estaba limpio. Muy limpio como para que fuera obra suya.
—Fareeha viene tres días a la semana a limpiar la casa —explicó Bill la pregunta sin formular de su gemelo—. Es la señora de la limpieza —explicó al cabo de unos segundos—. Es árabe. Mañana la podrás conocer de vuelta…
—Quisiera estar a solas —barbotó Tom de la nada; la mano que Bill aún le sujetaba, cayendo contra su costado como peso muerto—. Estoy muy cansado y quiero dormir un poco —se excusó, aludiendo los ojos de su gemelo.
—¿Vas a estar bien solo? —Bill permaneció de pie en el mismo lugar, siguiendo los movimientos de Tom a lo largo de la pieza, viendo como se desnudaba y apartaba las mantas para meterse debajo de ellas.
—Seguro —se acomodó Tom dándole la espalda a su gemelo—. Buenas noches, Bill.
El menor de los gemelos salió de la habitación. —Buenas noches, Tom —susurró antes de apagar la luz y cerrar la puerta tras de sí.
A pesar de haber tomado un par de píldoras y permanecido era ama por horas ya, Tom no podía dormir.
Todo era tan extraño.
Tendido de costado, miró alrededor sólo para consolidar la idea en su mente de que estaba en la habitación de alguien más, acostada en su cama y de algún modo viviendo su vida. O intentándolo en todo caso. Tom sabía que en ese aspecto estaba fallando miserablemente.
¿Y de ahí en adelante qué? ¿Viviría para llenar unas expectativas de las que no sabía nada o simplemente despertaría un día recordándolo todo o nada? El futuro se veía lo suficiente incierto como para darle la sensación de tener una placa de concreto sobre el cuerpo.
Rodando por la cama hasta estar bocabajo, Tom apreció con un poco de satisfacción entre toda su miseria, que ya era tan alto como para que la punta de los dedos de los pies se le salieran por el borde del colchón. Ahora era un adulto, todo un hombre… Sin importar si por dentro se sentía como un torpe crío que apenas entraba a la adolescencia y era todo hormonas y tonterías.
¿Cómo habrían sido esos años? Pensó que no podía ser justo tener que pasar por esa misma etapa de la vida por segunda ocasión. Tremendamente injusto, eso era. Volver a la incomodidad de sentirse fuera de lugar, sin opinión, sin derechos. Nadie lo trataba como a un niño, pero Tom no podía olvidarlo.
Por un segundo, olvidando todo lo malo, se preguntó qué había pasado con sus sentimientos por Bill y si había logrado suprimirlos, en el mejor de los casos, controlarlos de una vez por todas. Que al ver a su gemelo todavía le produjera la angustiante emoción del amor imposible que era inconfesable por su incapacidad de ser correspondido, no significaba nada. Quizá era el simple hecho de haber perdido la memoria el que lo tuviera sintiéndose como siempre, pero también estaba la posibilidad de haber crecido y superado todo en la medida de lo posible.
Tom no estaba ni siquiera seguro de que fuera posible. No al menos con Bill tan… Tan… Suspiró. Bill era Bill; para él, eso lo definía todo. La acuciante emoción que se le aposentaba en el corazón cada vez que lo veía, lo tocaba, o incluso pensaba en él, y que se extendía por su cuerpo en todas direcciones como agua caliente, no tenía una definición que le hiciera justicia, pero para el mayor de los gemelos era amor.
…l amaba a Bill. Pasado, presente y tal vez futuro.
Cerrando los puños contra las sábanas, Tom se impulsó fuera de la cama y parpadeó un par de veces en la oscura habitación antes de decidirse a dar un paso fuera de la cama.
Con seguridad de movimientos y un repentino valor salido de la nada, cruzó el umbral de su puerta y el baño que conectaba su cuarto con el de Bill para alzar los nudillos contra la siguiente puerta, antes de decidir que no importaba; entre él y su gemelo jamás había habido muro ni distancia que uno no pudiera traspasar por el otro, permiso no incluido. Ni el tiempo podría cambiar eso.
Así que sin más preámbulo, entró a la habitación de Bill y sin pensárselo mucho, se deslizó debajo de las mantas sin mucha ceremonia.
—¿Tomi? —Habló Bill con tono adormilado, cuando una mano helada le asió por el costado.
—Perdón por lo de hace rato —se repegó Tom a su gemelo, pasándole un brazo y una pierna por encima hasta tenerlo seguro en una apretada maraña de miembros—. No quiero estar solo en un lugar que no conozco… —Admitió al fin, apoyando el mentón contra la clavícula desnuda de su gemelo.
—Aquí estoy —murmuró Bill cerrando de vuelta los ojos y extendiendo una mano por la espalda de Tom—, no es un lugar desconocido. Es nuestra casa. Nuestra —repitió para cerciorarse de que su gemelo entendía—. Tú estás aquí y yo… estoy… contigo… —Cayó dormido con un pequeño puchero en los labios.
—Mmm —aspiró Tom a profundidad del cuello de Bill, abrazándolo más de cerca y afianzando su agarre.
Tapados con las mantas por encima de la cabeza, no pasó mucho tiempo antes de que Tom cayera en el mismo sueño, compartiendo sin saberlo, una pesadez inexplicable en el pecho.