Desde el mismo lugar, en un rincón apartado del minibar, Tom observó la escena que protagonizaba su hermano pequeño. Su mente divagaba entre intervenir o no, si sacarlo a rastras gritándole que se está comportando como un cualquiera o esperar a que Bill volviera en sí. Porque no lo iba a dejar así, no podía quedar tranquilo con lo que presenciaba.
¿De qué servía que hubiera negado una y mil veces las acusaciones de ser gay si un día se le ocurre darse besos en público con un chico que ni conoce? ¿Es que acaso estaba loco?
O estaba en su derecho- pensó. Pero no duró mucho aquél pensamiento en su mente, fue reemplazado inmediatamente por unas inmensas oleadas de furia y dolor atravesándole el pecho. Una extraña mezcla de ira y dolor arremetía con fuerza su cuerpo.
Celos.
Algo que nunca había pensado que iba a sentir comenzaba a inundar cada centímetro de su ser, haciéndole sentir ahogado y confundido.
Pero, ¿celos de qué? ¿De que su hermano se divirtiera tal como él lo había hecho tantas miles de veces él mismo?
¿Pero qué era lo que realmente estaba sintiendo? ¿Celos de la felicidad de su hermano o envidia del chico que le devoraba los labios en ese mismo instante?
Ridículo, estúpido, enfermo, sin sentido.
Todos aquellos adjetivos encajaban perfectamente en su actuar.
Sin embargo, continuaba ahí, con las manos tiritando de furia y el corazón desangrándose lenta y tortuosamente.
Las mismas sensaciones que, irónicamente, había sentido su gemelo hace tan sólo un tiempo atrás, en el mismo lugar, por la misma situación.
Inevitable- concluyó el guitarrista mientras tragaba al seco el contenido del vaso de vodka.
En la mesilla se podían observar un incontable número de vasos. El alcohol comenzó a hacer efecto en su cuerpo; su vista se iba tornando borrosa, sus sentidos se iban volviendo torpes, pero aún así el vacío de su pecho no se llenaba. Y nunca se iba a llenar.
-Mierda- refunfuñó mientras intentaba deshacerse del lío formado en su mente.
En ese preciso momento se dio cuenta que estaba enamorado de su hermano. Podía gritar, podía correr o esconderse atrás de una máscara. Pero ya no se sentía con ganas de luchar una batalla que sabía que iba a perder. Las fuerzas le habían abandonado en cuanto vio que Bill se iba del local de la mano de aquél chico, dejándole más solo que en cualquier otro momento de su vida.
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Las respiraciones eran cada vez más entrecortadas. Sus cuerpos iban adquiriendo una agradable temperatura, cada vez más alta, a medida que los segundos pasaban. No había espacio entre ellos que no fuera ocupado por su contrario, sus manos se recorrían frenéticamente el uno al otro mientras sus labios no se separaban.
Habían logrado entrar al departamento prácticamente a rastras, luchando en contra de sus cuerpos para poder separarse y caminar. Una vez dentro de él pudieron dar rienda suelta al deseo y la pasión que inundaba en aquellos dos seres desconocidos, pero que sabían lo que buscaban. Calor. Compañía. Alguna forma de sentirse deseados.
Pero, ¿estaba haciendo lo correcto?
Aún había algún tipo de rastro de desconfianza en los pensamientos de Bill, al fin y al cabo,
estaba a punto de entregar su cuerpo a alguien que había conocido tan sólo unos minutos antes. No era que fuera virgen, pero nunca había estado en esa situación en compañía de alguien con quien no tuviera la suficiente confianza. En ese aspecto era totalmente diferente a su hermano.
Sonrió tristemente, continuaba pensando en él, incluso en los momentos menos adecuados.
¿Qué importaba? Era un hombre adulto, con una vida formada, maduro y con libertad de hacer lo que quisiera.
De pronto se sintió liviano, pleno, incluso feliz.
Su conciencia se fue quemando lentamente, consumiéndose en un baile sensual y adictivo hasta que sólo restaron cenizas.
El sol comenzaba a aparecer de a poco, dejando ver débiles rayos de luz que indicaban el comienzo del amanecer.
Bill entró cuidadosamente al apartamento. No sabía si esperar a un Tom dormido, un Tom enfadado o con una groupie, pero tampoco le importaba demasiado.
En cuanto encendió la luz de la sala de estar dio un pequeño salto.
Su gemelo estaba enfrente del. Sus trenzas caían desordenadamente por sus hombros y tenía la ropa desarreglada.
La expresión en su rostro era fría y distante.
-Tenemos que hablar- sentenció el mayor de los gemelos.
-Yo no tengo nada que discutir contigo- respondió Bill secamente, dispuesto a irse a su cuarto pero el brazo del de trenzas lo detuvo .
-¡¿Pones en peligro la reputación de la banda y dices que no tienes nada que discutir?!- explotó el mayor, pero luego se calmó y después de soltar una gran cantidad de aire continuó con voz menos aliterada. - ¿Dónde estabas?
-No te debo ninguna explicación de mi vida privada ni a ti ni a nadie.
El mayor sonrío amargamente.
Sabía donde había estado y con quién.
- ¿Sabes que? Tienes razón. No me debes ninguna explicación. Perdóname por preocuparme por ti, hermanito- dijo sarcásticamente, acorralando a Bill contra una pared.
- Tom, suéltame, estás borracho
-Lo estoy, y probablemente sea esa la causa de que ya no tenga miedo de nada.
Sin si quiera tener que pensarlo, el mayor acercó su rostro peligrosamente al de Bill, quedando a mínina distancia de sus labios.
-No me digas que no sientes lo mismo que yo cuando te acaricio- Deslizó sus dedos suavemente por el rostro de Bill.
-No me digas que no te provoca nada mi respiración tan cerca de la tuya.- Acercó su rostro peligrosamente al del menor. Bill jadeó.
-No me digas que si junto mis labios con los tuyos no sentirás que tu pecho se llena de amor tal como lo siento yo. No lo digas, porque no te voy a creer.
Sin necesidad de pensarlo dos veces, el mayor posó sus labios sobre los de su igual. Sus bocas colisionaron en un beso lento, cuidadoso, pero no por eso menos lleno de pasión.
El menor sintió su cabeza dar vueltas, se dejó llevar por aquella dulce sensación que llenaba su ser, respirando entrecortadamente hasta que el contacto finalizó, pero se quedó en silencio. Un silencio que se extendió por varios minutos hasta que el mayor, que le analizaba con la mirada, decidió romper.
-¿No dirás nada?
El menor suspiró.
-No entiendo. No te entiendo a ti ni me entiendo a mí mismo. No puedo soportar esto-dijo Bill justo antes de salir a través de la puerta, dejando a un Tom perplejo y confundido.
¿De qué servía que hubiera negado una y mil veces las acusaciones de ser gay si un día se le ocurre darse besos en público con un chico que ni conoce? ¿Es que acaso estaba loco?
O estaba en su derecho- pensó. Pero no duró mucho aquél pensamiento en su mente, fue reemplazado inmediatamente por unas inmensas oleadas de furia y dolor atravesándole el pecho. Una extraña mezcla de ira y dolor arremetía con fuerza su cuerpo.
Celos.
Algo que nunca había pensado que iba a sentir comenzaba a inundar cada centímetro de su ser, haciéndole sentir ahogado y confundido.
Pero, ¿celos de qué? ¿De que su hermano se divirtiera tal como él lo había hecho tantas miles de veces él mismo?
¿Pero qué era lo que realmente estaba sintiendo? ¿Celos de la felicidad de su hermano o envidia del chico que le devoraba los labios en ese mismo instante?
Ridículo, estúpido, enfermo, sin sentido.
Todos aquellos adjetivos encajaban perfectamente en su actuar.
Sin embargo, continuaba ahí, con las manos tiritando de furia y el corazón desangrándose lenta y tortuosamente.
Las mismas sensaciones que, irónicamente, había sentido su gemelo hace tan sólo un tiempo atrás, en el mismo lugar, por la misma situación.
Inevitable- concluyó el guitarrista mientras tragaba al seco el contenido del vaso de vodka.
En la mesilla se podían observar un incontable número de vasos. El alcohol comenzó a hacer efecto en su cuerpo; su vista se iba tornando borrosa, sus sentidos se iban volviendo torpes, pero aún así el vacío de su pecho no se llenaba. Y nunca se iba a llenar.
-Mierda- refunfuñó mientras intentaba deshacerse del lío formado en su mente.
En ese preciso momento se dio cuenta que estaba enamorado de su hermano. Podía gritar, podía correr o esconderse atrás de una máscara. Pero ya no se sentía con ganas de luchar una batalla que sabía que iba a perder. Las fuerzas le habían abandonado en cuanto vio que Bill se iba del local de la mano de aquél chico, dejándole más solo que en cualquier otro momento de su vida.
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Las respiraciones eran cada vez más entrecortadas. Sus cuerpos iban adquiriendo una agradable temperatura, cada vez más alta, a medida que los segundos pasaban. No había espacio entre ellos que no fuera ocupado por su contrario, sus manos se recorrían frenéticamente el uno al otro mientras sus labios no se separaban.
Habían logrado entrar al departamento prácticamente a rastras, luchando en contra de sus cuerpos para poder separarse y caminar. Una vez dentro de él pudieron dar rienda suelta al deseo y la pasión que inundaba en aquellos dos seres desconocidos, pero que sabían lo que buscaban. Calor. Compañía. Alguna forma de sentirse deseados.
Pero, ¿estaba haciendo lo correcto?
Aún había algún tipo de rastro de desconfianza en los pensamientos de Bill, al fin y al cabo,
estaba a punto de entregar su cuerpo a alguien que había conocido tan sólo unos minutos antes. No era que fuera virgen, pero nunca había estado en esa situación en compañía de alguien con quien no tuviera la suficiente confianza. En ese aspecto era totalmente diferente a su hermano.
Sonrió tristemente, continuaba pensando en él, incluso en los momentos menos adecuados.
¿Qué importaba? Era un hombre adulto, con una vida formada, maduro y con libertad de hacer lo que quisiera.
De pronto se sintió liviano, pleno, incluso feliz.
Su conciencia se fue quemando lentamente, consumiéndose en un baile sensual y adictivo hasta que sólo restaron cenizas.
El sol comenzaba a aparecer de a poco, dejando ver débiles rayos de luz que indicaban el comienzo del amanecer.
Bill entró cuidadosamente al apartamento. No sabía si esperar a un Tom dormido, un Tom enfadado o con una groupie, pero tampoco le importaba demasiado.
En cuanto encendió la luz de la sala de estar dio un pequeño salto.
Su gemelo estaba enfrente del. Sus trenzas caían desordenadamente por sus hombros y tenía la ropa desarreglada.
La expresión en su rostro era fría y distante.
-Tenemos que hablar- sentenció el mayor de los gemelos.
-Yo no tengo nada que discutir contigo- respondió Bill secamente, dispuesto a irse a su cuarto pero el brazo del de trenzas lo detuvo .
-¡¿Pones en peligro la reputación de la banda y dices que no tienes nada que discutir?!- explotó el mayor, pero luego se calmó y después de soltar una gran cantidad de aire continuó con voz menos aliterada. - ¿Dónde estabas?
-No te debo ninguna explicación de mi vida privada ni a ti ni a nadie.
El mayor sonrío amargamente.
Sabía donde había estado y con quién.
- ¿Sabes que? Tienes razón. No me debes ninguna explicación. Perdóname por preocuparme por ti, hermanito- dijo sarcásticamente, acorralando a Bill contra una pared.
- Tom, suéltame, estás borracho
-Lo estoy, y probablemente sea esa la causa de que ya no tenga miedo de nada.
Sin si quiera tener que pensarlo, el mayor acercó su rostro peligrosamente al de Bill, quedando a mínina distancia de sus labios.
-No me digas que no sientes lo mismo que yo cuando te acaricio- Deslizó sus dedos suavemente por el rostro de Bill.
-No me digas que no te provoca nada mi respiración tan cerca de la tuya.- Acercó su rostro peligrosamente al del menor. Bill jadeó.
-No me digas que si junto mis labios con los tuyos no sentirás que tu pecho se llena de amor tal como lo siento yo. No lo digas, porque no te voy a creer.
Sin necesidad de pensarlo dos veces, el mayor posó sus labios sobre los de su igual. Sus bocas colisionaron en un beso lento, cuidadoso, pero no por eso menos lleno de pasión.
El menor sintió su cabeza dar vueltas, se dejó llevar por aquella dulce sensación que llenaba su ser, respirando entrecortadamente hasta que el contacto finalizó, pero se quedó en silencio. Un silencio que se extendió por varios minutos hasta que el mayor, que le analizaba con la mirada, decidió romper.
-¿No dirás nada?
El menor suspiró.
-No entiendo. No te entiendo a ti ni me entiendo a mí mismo. No puedo soportar esto-dijo Bill justo antes de salir a través de la puerta, dejando a un Tom perplejo y confundido.