El entierro fue al día siguiente. No acudió mucha gente, de hecho nadie. Pero Bill no podía faltar, a pesar de la negativa de su madre. Su padre le apoyó una vez más, y no era ya solo por él. Tom era un niño que acababa de perder a su padre, lo único que le quedaba en ese mundo que tan injusto era con él.
Aún no le había visto nadie. Georg le fue a ver por la noche y le explicó que había recorrido el pueblo de arriba a abajo en vano, nadie le había visto ni sabía donde se había podido meter.
Se quedó sin habla cuando Georg le dijo que él no pintaba nada en el funeral. Pero eso no le hizo desistir, solo aumentó las ganas que tenía de ir. Quería ver si Tom aparecía, y si no le iría a buscar en cuanto se deshiciera de su madre.
Y en eso estaba en esos momentos. Tom no apareció al funeral, solo estaban él con sus padres, David y un enojado Georg que se preguntaba que demonios hacía de pies allí parado.
Un par de curiosos miraban desde lejos, pero nadie había ido a despedirse del difunto Jörg Kaulitz, ni siquiera su único hijo.
Tras celebrarse la ceremonia, escuchó como su padre suspiraba sin quitarle los ojos de encima. Sabía de sobra cual era su plan y no le quedaba más remedio que llevarse a su madre y mirar a otro lado.
Con la excusa de que Bill se iría con Georg, Gordon insistió en comer en el pueblo de al lado con su mujer, dándole a su hijo unas dos horas para levar a cabo su plan. Se despidió de él con un beso en la mejilla, al igual que hizo su mujer y entraron en el coche, que salió del cementerio derrapando.
-¿Te llevo a algún lado?-preguntó Georg acercándosele.
Bill asintió en silencio y entró en su coche. No había necesidad de decir a donde quería ir, y Georg aparcó delante de la tienda que su padre había cerrado por ese único día.
-¿Le vas a ver?-preguntó Georg apagando el motor.
-Tengo que hacerlo, está sufriendo-contestó Bill saliendo del coche-Gracias por traerme…y comprenderlo.
Georg se le quedó mirando en silencio. ¿Acaso él no estaba también sufriendo? ¿Quién había dicho que lo comprendía?
Subió las escaleras con rapidez. Había visto luz en el apartamento y se moría por ir a consolar a Tom. Si se muriera su padre, no sabía como lo podría soportar él, y Tom no tenía a nadie.
Se paró ante la puerta y llamó con suavidad sin pensárselo dos veces. Pegó un bote cuando fue abierta de golpe, retrocediendo un paso al ver a Tom ante él, tambaleándose y aferrándose al manillar para no caer. No faltaba mucho para que se cayera, de lo borracho que estaba.
-Vaya, si es Bill-dijo Tom mirándole sin dejar de sonreír de pies a cabeza-Pasa, pasa.
Abrió más la puerta y se dio media vuelta, tropezando con la alfombra y casi cayéndose. Gracias a que recuperó el equilibrio no cayó al suelo. Siguió andando haciendo eses por el camino y se dejó caer en el sofá resoplando.
-Estás borracho-resopló Bill sin poder evitarlo.
Cerró la puerta y entró en el salón mirando seriamente a Tom. El olor a whisky flotaba en el aire y le hizo arrugar la nariz. Descubrió una botella medio vacía sobre la mesa al lado del sofá y se cruzó de brazos mirando seriamente a Tom esperando su respuesta.
-Pues sí-contestó Tom sin mirarle.
Reclinó la cabeza en el sofá y extendió sus largas piernas sobre la alfombra. Iba descalzo, llevaba unos calcetines deportivos sucios y una camiseta sin mangas por fuera de los pantalones. El pelo lo llevaba despeinado y las trenzas le ocultaban parte de la cara.
Su aspecto era fiero, pero a Bill no le daba ni pizca de miedo, ebrio o no. En sus ojos podía ver una profunda tristeza…
-¿Supiste lo de mi padre?-preguntó Tom con la mirada perdida.
Echó mano a la botella, se la llevó a los labios y echó un trago largo. Luego se secó la boca con la mano, dejando la botella en su sitio con el peligro de que se cayera.
-Fui al funeral-explicó Bill.
-¿Y tú que demonios pintabas allí?-preguntó Tom mirándole por primera vez.
-Pensé que estarías y quería acompañarte en ese momento-murmuró Bill todo cortado.
-Pues ya ves, fuiste para nada-resopló Tom.
-¿Has comido algo?-preguntó Bill cambiando de tema, viendo como se encogía de hombros como respuesta-Te puedo preparar algo en un minuto.
-No te molestes tanto por mi Bill, a tu padre no le gusta que lo hagas-resopló de nuevo Tom.
Ignorándole, Bill pasó junto a sus piernas extendidas y recogió la botella, entrando en la parte del apartamento que hacía las veces de cocina. Durante unos minutos se ocupó en prepararle a Tom unos huevos, tostadas y café con las escasas provisiones que tenía a mano.
Salio con una bandeja y la dejó en la mesa, donde antes estaba la botella de whisky que había tirado por la pila.
-Toma, bebe esto-dijo Bill ofreciéndole una taza de café.
-Volví a la casa de mi padre-explicó Tom ignorándole de nuevo-Había moscas por todas partes y hacía un calor infernal. Comparado con el nido de ratas en el que mi padre estuvo viviendo, lo mío era una jodida colonia de verano.
Bill dedujo que hablaba de su estancia en el reformatorio. Le tocó el brazo, por el momento su principal preocupación era devolverle la sobriedad y hacerle comer.
-Tom, bebe esto por favor-insistió en voz baja sentándose a su lado-Es café, y lo necesitas.
Tom le volvió a mirar fijamente, en sus ojos brillaba algo parecido a una especie de odio intenso.
-Tú no sabes una mierda de lo que yo necesito-estalló sin querer evitarlo-¿Cómo ibas a saberlo? ¿Acaso alguna vez te ha faltado algo? ¡No, maldita sea! Tú y tu bonita casa, con tus cariñosos padres… ¿qué sabes tú de la gente como yo?
-Sé que sufres-murmuró Bill.
Aunque su voz era muy suave, las palabras parecieron sacudir a Tom, que torció la boca en una mueca furiosa.
-Si sufro, maldita sea. ¿Por qué no? Soy humano, como todos los demás. Sufro…
Soltando una maldición, se incorporó de un salto y derribó la mesita de un empujón furioso tirando la bandeja que Bill había preparado con tanto esmero. Se volvió hacia Bill con una mirada violenta. Ni siquiera el hecho de que se tambaleara disminuía si aire amenazante cuando se incorporó, con los puños apretados a los lados.
Bill lo miró con una calma que era fingida solo a medias.
-¿Te sientes mejor?-le preguntó.
Tom le miraba fijamente. Masculló una maldición y se pasó las manos por el pelo.
-¡Joder! ¿Por qué no me tienes miedo? Deberías temerme, como todos los demás-estalló.
De pronto pareció que las rodillas se negaban a sostenerle, se inclinó hacia delante y se desplomó. Quedó sentado pesadamente en el suelo, a los pies de Bill, de espaldas a él.
-No te tengo miedo, Tom, nunca te lo he tenido-dijo Bill con firmeza.
Tom se giró para verle. Por un instante una sonrisa fatigada asomó a sus ojos. Dejó ir hacia a tras la cabeza para apoyarla en las rodillas de Bill.
-No entiendo por que-murmuró Tom.
Bill sintió una compasión tan intensa que le causaba dolor, al sentir como apoyaba con pesadez su cabeza con toda naturalidad en él. Bajó las manos y se las pasó por el pelo.
-Me da mucha pena lo de tu padre, Tom-murmuró casi sin voz.
-Pues a mi no-contestó Tom encogiéndose de hombros.
-Es muy cruel que digas eso, está muerto y…
-Tú no sabes nada de mi padre, de cómo me pegaba cuando era pequeño hasta que supe defenderme-le cortó Tom furioso.
De pronto su voz se apagó. Bill siguió acariciándole el pelo trenza por trenza, de manera tranquilizadora. Le escuchó sollozar por lo bajo, por muy mal que le hubiera tratado, no dejaba de ser su padre y habría sentido algo por él alguna vez… ¿no?
-¿Sabes que solía soñar cuando estaba en el reformatorio?-preguntó de repente Tom-Soñaba contigo. Eras la única persona que hablaba conmigo en el colegio, la única decente que quedaba en mi vida. Solía imaginar que te quitaba la ropa, prenda a prenda, como sería verte desnudo y que sentiría al hacerte el amor. A decir verdad, a partir de los 14 me he masturbado todas las noches pensando en ti.
Bill dejó de acariciarle el pelo, poniéndose tenso cuando Tom se giró y le miró fijamente. Separó los labios asombrado por lo que acababa de escuchar.
-Estoy cansado de soñar-murmuró Tom con voz ronca.
Deslizo las manos por sus muslos hacia arriba, le sujetó las caderas y le atrajo a sus rodillas. Cuando Bill se quiso dar cuenta, se encontraba sentado a horcajadas encima de él, con las manos abiertas contra su pecho mientras que Tom le sujetaba con firmeza.
Aún no le había visto nadie. Georg le fue a ver por la noche y le explicó que había recorrido el pueblo de arriba a abajo en vano, nadie le había visto ni sabía donde se había podido meter.
Se quedó sin habla cuando Georg le dijo que él no pintaba nada en el funeral. Pero eso no le hizo desistir, solo aumentó las ganas que tenía de ir. Quería ver si Tom aparecía, y si no le iría a buscar en cuanto se deshiciera de su madre.
Y en eso estaba en esos momentos. Tom no apareció al funeral, solo estaban él con sus padres, David y un enojado Georg que se preguntaba que demonios hacía de pies allí parado.
Un par de curiosos miraban desde lejos, pero nadie había ido a despedirse del difunto Jörg Kaulitz, ni siquiera su único hijo.
Tras celebrarse la ceremonia, escuchó como su padre suspiraba sin quitarle los ojos de encima. Sabía de sobra cual era su plan y no le quedaba más remedio que llevarse a su madre y mirar a otro lado.
Con la excusa de que Bill se iría con Georg, Gordon insistió en comer en el pueblo de al lado con su mujer, dándole a su hijo unas dos horas para levar a cabo su plan. Se despidió de él con un beso en la mejilla, al igual que hizo su mujer y entraron en el coche, que salió del cementerio derrapando.
-¿Te llevo a algún lado?-preguntó Georg acercándosele.
Bill asintió en silencio y entró en su coche. No había necesidad de decir a donde quería ir, y Georg aparcó delante de la tienda que su padre había cerrado por ese único día.
-¿Le vas a ver?-preguntó Georg apagando el motor.
-Tengo que hacerlo, está sufriendo-contestó Bill saliendo del coche-Gracias por traerme…y comprenderlo.
Georg se le quedó mirando en silencio. ¿Acaso él no estaba también sufriendo? ¿Quién había dicho que lo comprendía?
Subió las escaleras con rapidez. Había visto luz en el apartamento y se moría por ir a consolar a Tom. Si se muriera su padre, no sabía como lo podría soportar él, y Tom no tenía a nadie.
Se paró ante la puerta y llamó con suavidad sin pensárselo dos veces. Pegó un bote cuando fue abierta de golpe, retrocediendo un paso al ver a Tom ante él, tambaleándose y aferrándose al manillar para no caer. No faltaba mucho para que se cayera, de lo borracho que estaba.
-Vaya, si es Bill-dijo Tom mirándole sin dejar de sonreír de pies a cabeza-Pasa, pasa.
Abrió más la puerta y se dio media vuelta, tropezando con la alfombra y casi cayéndose. Gracias a que recuperó el equilibrio no cayó al suelo. Siguió andando haciendo eses por el camino y se dejó caer en el sofá resoplando.
-Estás borracho-resopló Bill sin poder evitarlo.
Cerró la puerta y entró en el salón mirando seriamente a Tom. El olor a whisky flotaba en el aire y le hizo arrugar la nariz. Descubrió una botella medio vacía sobre la mesa al lado del sofá y se cruzó de brazos mirando seriamente a Tom esperando su respuesta.
-Pues sí-contestó Tom sin mirarle.
Reclinó la cabeza en el sofá y extendió sus largas piernas sobre la alfombra. Iba descalzo, llevaba unos calcetines deportivos sucios y una camiseta sin mangas por fuera de los pantalones. El pelo lo llevaba despeinado y las trenzas le ocultaban parte de la cara.
Su aspecto era fiero, pero a Bill no le daba ni pizca de miedo, ebrio o no. En sus ojos podía ver una profunda tristeza…
-¿Supiste lo de mi padre?-preguntó Tom con la mirada perdida.
Echó mano a la botella, se la llevó a los labios y echó un trago largo. Luego se secó la boca con la mano, dejando la botella en su sitio con el peligro de que se cayera.
-Fui al funeral-explicó Bill.
-¿Y tú que demonios pintabas allí?-preguntó Tom mirándole por primera vez.
-Pensé que estarías y quería acompañarte en ese momento-murmuró Bill todo cortado.
-Pues ya ves, fuiste para nada-resopló Tom.
-¿Has comido algo?-preguntó Bill cambiando de tema, viendo como se encogía de hombros como respuesta-Te puedo preparar algo en un minuto.
-No te molestes tanto por mi Bill, a tu padre no le gusta que lo hagas-resopló de nuevo Tom.
Ignorándole, Bill pasó junto a sus piernas extendidas y recogió la botella, entrando en la parte del apartamento que hacía las veces de cocina. Durante unos minutos se ocupó en prepararle a Tom unos huevos, tostadas y café con las escasas provisiones que tenía a mano.
Salio con una bandeja y la dejó en la mesa, donde antes estaba la botella de whisky que había tirado por la pila.
-Toma, bebe esto-dijo Bill ofreciéndole una taza de café.
-Volví a la casa de mi padre-explicó Tom ignorándole de nuevo-Había moscas por todas partes y hacía un calor infernal. Comparado con el nido de ratas en el que mi padre estuvo viviendo, lo mío era una jodida colonia de verano.
Bill dedujo que hablaba de su estancia en el reformatorio. Le tocó el brazo, por el momento su principal preocupación era devolverle la sobriedad y hacerle comer.
-Tom, bebe esto por favor-insistió en voz baja sentándose a su lado-Es café, y lo necesitas.
Tom le volvió a mirar fijamente, en sus ojos brillaba algo parecido a una especie de odio intenso.
-Tú no sabes una mierda de lo que yo necesito-estalló sin querer evitarlo-¿Cómo ibas a saberlo? ¿Acaso alguna vez te ha faltado algo? ¡No, maldita sea! Tú y tu bonita casa, con tus cariñosos padres… ¿qué sabes tú de la gente como yo?
-Sé que sufres-murmuró Bill.
Aunque su voz era muy suave, las palabras parecieron sacudir a Tom, que torció la boca en una mueca furiosa.
-Si sufro, maldita sea. ¿Por qué no? Soy humano, como todos los demás. Sufro…
Soltando una maldición, se incorporó de un salto y derribó la mesita de un empujón furioso tirando la bandeja que Bill había preparado con tanto esmero. Se volvió hacia Bill con una mirada violenta. Ni siquiera el hecho de que se tambaleara disminuía si aire amenazante cuando se incorporó, con los puños apretados a los lados.
Bill lo miró con una calma que era fingida solo a medias.
-¿Te sientes mejor?-le preguntó.
Tom le miraba fijamente. Masculló una maldición y se pasó las manos por el pelo.
-¡Joder! ¿Por qué no me tienes miedo? Deberías temerme, como todos los demás-estalló.
De pronto pareció que las rodillas se negaban a sostenerle, se inclinó hacia delante y se desplomó. Quedó sentado pesadamente en el suelo, a los pies de Bill, de espaldas a él.
-No te tengo miedo, Tom, nunca te lo he tenido-dijo Bill con firmeza.
Tom se giró para verle. Por un instante una sonrisa fatigada asomó a sus ojos. Dejó ir hacia a tras la cabeza para apoyarla en las rodillas de Bill.
-No entiendo por que-murmuró Tom.
Bill sintió una compasión tan intensa que le causaba dolor, al sentir como apoyaba con pesadez su cabeza con toda naturalidad en él. Bajó las manos y se las pasó por el pelo.
-Me da mucha pena lo de tu padre, Tom-murmuró casi sin voz.
-Pues a mi no-contestó Tom encogiéndose de hombros.
-Es muy cruel que digas eso, está muerto y…
-Tú no sabes nada de mi padre, de cómo me pegaba cuando era pequeño hasta que supe defenderme-le cortó Tom furioso.
De pronto su voz se apagó. Bill siguió acariciándole el pelo trenza por trenza, de manera tranquilizadora. Le escuchó sollozar por lo bajo, por muy mal que le hubiera tratado, no dejaba de ser su padre y habría sentido algo por él alguna vez… ¿no?
-¿Sabes que solía soñar cuando estaba en el reformatorio?-preguntó de repente Tom-Soñaba contigo. Eras la única persona que hablaba conmigo en el colegio, la única decente que quedaba en mi vida. Solía imaginar que te quitaba la ropa, prenda a prenda, como sería verte desnudo y que sentiría al hacerte el amor. A decir verdad, a partir de los 14 me he masturbado todas las noches pensando en ti.
Bill dejó de acariciarle el pelo, poniéndose tenso cuando Tom se giró y le miró fijamente. Separó los labios asombrado por lo que acababa de escuchar.
-Estoy cansado de soñar-murmuró Tom con voz ronca.
Deslizo las manos por sus muslos hacia arriba, le sujetó las caderas y le atrajo a sus rodillas. Cuando Bill se quiso dar cuenta, se encontraba sentado a horcajadas encima de él, con las manos abiertas contra su pecho mientras que Tom le sujetaba con firmeza.