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^-^Dediado a todos los Aliens ^-^


    Capitulo 6: La Catástrofe Del Día Treinta

    Alisson Kaulitz
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    Capitulo 6: La Catástrofe Del Día Treinta Empty Capitulo 6: La Catástrofe Del Día Treinta

    Mensaje  Alisson Kaulitz Dom Ago 07, 2011 7:22 pm

    La mañana siguiente llegó demasiado pronto para Georg y para Gustav, quienes besándose lánguidamente en un éxtasis post-orgásmico, apenas si escucharon la puerta del departamento abrirse y las risas histéricas de una Franziska, que a juzgar por la torpeza con la que golpeaba los muebles y las paredes, o cualquier superficie que se le cruzara de frente y sin aviso, iba tan ebria como un marinero en tierra firme durante su día libre.
    Sintiendo como Gustav se tensaba en su abrazo, Georg lo tranquilizó. –Shhh, nada de pánico. Cerré la puerta con el pasador, es imposible que pueda abrirla a menos que tenga una sierra eléctrica.
    —¡Oh, mierda! –Les llegó la exclamación desde afuera de la habitación, probablemente desde la sala, donde Gustav tenía un par de fotografías enmarcadas sobre la mesa de entrada y que a juzgar por el ruido de cristal roto, pertenecían al pasado. Luego, más risas.
    —Creo que mejor voy a ver que pasa antes de que Franny acabe con mi decoración –se apartó Gustav de Georg, rodando fuera del cálido abrazo en el que se encontraba para ir a cuidar de su ebria hermana mayor. Algo en aquel cuadro no encajaba.
    —¿Quieres que te acompañe? Varios años de cuidar a los gemelos me han enseñado mucho de cómo lidiar con idiotas ebrios.
    —¡Hey! Es mi hermana de la que hablas –replicó Gustav, buscando en el suelo sus bóxers de la noche anterior—. ¿O es que quieres iniciar una pelea? –Se inclinó por el borde del colchón, pasando los pies por las mangas de su ropa interior. En tal postura, Georg sólo atinó a tocarle con descaro el trasero—. ¡Georg Listing!
    —Me estabas tentando con él, admítelo –se arrodilló Georg sobre el colchón, desnudo como el día en el que había nacido; a Gustav el detalle no le pasó inadvertido y casi deseó que Franziska colapsara en uno de los sillones y le permitiera seguir, pero…
    ¡Crash! Sonó un estruendo al otro lado de la puerta y fue más que evidente que aquella fantasía no se iba a cumplir, al menos esa mañana.
    —Vístete –se pasó el baterista la camiseta por encima de la cabeza— y sal. Franny puede ser un poco tozuda cuando está ebria, pero nada serio.
    —Ok –consintió Georg, recopilando sus prendas de la noche anterior y vistiéndose lo más rápido posible.
    Mientras tanto, Gustav abrió la puerta y lo primero que vio fue a Franziska sosteniendo al revés a Claudia, quien movía las patas en el aire como histérica, a toda la velocidad que su lento ser podía.
    —Franny, Claudia no es un juguete –se la quitó de las manos con delicadeza, girándola para que estuviera en su posición correcta. Como si supiera que al fin estaba a salvo, Claudia se tranquilizó al punto en que parecía congelada en su posición actual—. ¿Te divertiste anoche?
    —Anoche, hoy, mañana también –rió Franziska con desparpajo, arrastrando la lengua en el proceso y convirtiendo su frase en un amasijo sin mucha cohesión.
    —Creo que celebraste el año nuevo por adelantado –intentó Gustav sujetarla por un brazo, pero Franziska era demasiado rápida incluso en su estado y terminó saltando sobre el sofá en un giro aeróbico que quizá estando sobria, le habría ocasionado por lo menos un buen golpe—. Franny, quieta.
    —Buh, Gusti-Pooh no es divertido –cedió Franziska con un gran puchero en el rostro.
    —Gusti-Pooh dormía cuando llegaste, Gusti-Pooh quiere volver a dormir, así que… —Se la echó encima del hombro con facilidad, ignorando las cosquillas que intentaba hacerle para avanzar rumbo a su habitación y encontrarse con Georg a la mitad del camino, vestido y con aspecto de ir en su rescate.
    —¿Le vas a dar nuestra cama? –Preguntó Georg en susurros, viendo con tristeza como el baterista depositaba a su hermana sobre las mantas y ésta caía dormida como golpeada por un mazo. Adiós a sus oportunidades de continuar en lo que estaban antes de la llegada de Franziska—. ¡Gusss!
    —No puedo dejarla en el sofá, así que… Lo siento –se disculpó Gustav, sacándole a su hermana las botas de tacón alto que llevaba puestas y cubriéndola con las mantas—. Vivirás.
    Georg se presionó el bulto de la entrepierna con una mueca. –Probablemente.
    —Te lo compensaré, ¿sí? –Pegó Gustav su cuerpo al de Georg, haciendo que sus erecciones igual de firmes se rozaran a través de la tela—. Sé lo que se siente, pero con Franny en la casa, siento que es peor que hacerlo en la cama de mis padres.
    —Argh, qué desagradable –se estremeció el bajista ante la idea—. Es lo más poco sexy que he oído en meses. Vas a tener que compensármelo de alguna manera.
    Por instinto, Gustav se llevó ambas manos al trasero, como si quisiera protegerlo y en cierta manera así era…
    —Oh, no, Gusti, no eso –lo besó en los labios con un suave toque—. Sin presiones, ¿de acuerdo?
    Gustav asintió con la timidez de una virgen al mismo tiempo que Franziska roncaba con toda la potencia de sus pulmones y arruinaba el momento. –Ugh, vaya manera de romper el encanto –rió Georg por lo bajo, acompañado de Gustav, quien cambió de expresión de un segundo para otro—. Dejémosla dormir. Si te interesa, puedo hacer desayuno y disfrutar de la tranquilidad antes de que despierte de vuelta con una resaca que nos hará sufrir a nosotros también.
    —Bien. Adelántate –indicó Gustav—, quiero sólo dejarle las aspirinas a la mano.
    Intercambiando un último beso en los labios, Georg salió de la habitación rumbo a la cocina y apenas desapareció de su vista, Gustav soltó un suspiro largo y cansado, como el de quien se quita un enorme peso de encima de los hombros; algo que en su caso, era cierto.
    Y es que la noche anterior a él y a Georg se les habían ido un poco las cosas fuera de las manos… Concretamente, la mano de Georg en el trasero de Gustav.
    Sólo de recordarlo y el baterista sintió como un calor en el bajo vientre le recorría el sistema nervioso por cada terminación y explotaba como volcán en sus mejillas.
    —Tranquilo, Schäfer, pareces colegiala –se reprimió apenas moviendo los labios. Quería ser más maduro al respecto, tratar los demás del sexo como cualquier adulto normal en sus veintes, pero lo cierto era que apenas podía imaginar a Georg desnudo cuando un calor agradable le calentaba la piel y lo tenía tembloroso como una virgen a punto de pasar por el trance de la primera vez—. Soy patético.
    La idea de llevar el asunto más lejos con Georg no era tan complicada y aunque lo suyo apenas tenía un par de días en marcha, iba de maravilla. El bajista tenía una manera tan sencilla de agregar erotismo en su ‘relación’, que de alguna manera, Gustav apenas si había sentido el cambio.
    La noche anterior había dado su primera mamada y se había sentido bien, o algo así. La experiencia había resultado ser menos aterradora que en su cabeza y si bien no se creía capaz de practicarle sexo oral a cualquiera que se le cruzara por el camino, sí podría volver a hacerlo con Georg. Y con gusto.
    El único inconveniente, se recordó Gustav al buscar en su mesa de noche por las aspirinas que le iba a dejar a Franziska a la mano, era la rapidez con la que todo avanzaba. Georg no tenía ni una semana de haber roto con Veronika, de estar viviendo en su departamento… ¡Si apenas dos días antes habían intercambiado su primer beso! Y no era como si fueran un par de extraños, pero…
    También la noche anterior Gustav había roto la marca de ‘sus primeras veces’ al dejar que Georg le convenciera de probar ‘algo nuevo’, que resultó ser un dedo en un lugar que nunca antes había imaginado, fuera digno de hacerse. El baterista no era idiota, sabía cómo funcionaba el sexo anal por verlo en algún porno, pero la idea no le atraía tanto como la manera tradicional. Gran desventaja que él y Georg fueran hombres y por lo tanto sólo les quedara un camino si es que estaban dispuestos a proseguir con su curiosidad.
    Siendo honesto consigo mismo, Gustav estaba seguro de que así sería y la idea, si bien no le producía repulsión, sí lo aterraba hasta la médula.
    “No puedo creer que esté pensando en hacer eso con Georg estando en la misma habitación donde mi hermana mayor duerme”, pensó con burla interna, dando al mismo tiempo con el frasco de aspirinas y dejándolo sobre su mesita de noche a la vista de Franziska.
    Con el ánimo lúgubre, Gustav casi ni podía creer que sus deseos se fueran por un camino que jamás antes había considerado transitar. ¿Qué se sentiría? ¿Sería tan placentero como se rumoraba gracias a la próstata o sería doloroso e incómodo? El baterista jamás se había tocado a sí mismo ahí, pero de pronto la idea parecía seducirlo con un cierto encanto malsano del que se tenía que deshacer de la única manera que conocía como posible: Experimentando por su propia cuenta.
    Fue así como Georg lo encontró, cuando quince minutos después y a punto de servir el desayuno fue a buscarlo, rojo de la cara y con aspecto de estar pensando en la cura de la hambruna mundial.
    —¿Gus? –Lo tocó en el hombro, haciéndolo saltar en su lugar.
    —Dios santo, me asustaste –se llevó el baterista una mano al pecho.
    —Te tardaste bastante –se explicó Georg— y vine para asegurarme de que Franziska no se hubiera vomitado o algo peor…
    —Nah, sólo… Estaba pensando un poco –miró Gustav hacia abajo, delatándose al instante.
    —¿Es sobre nosotros, no es así? Estás teniendo segundos pensamientos y te arrepientes de lo que pasó anoche –adivinó Georg a medias, porque si bien el baterista tenía dudas, también tenía deseo de seguir adelante.
    —No es eso –denegó Gustav con la cabeza—. Pero hablemos en la cocina. No quiero que Franny despierte con esta conversación.
    Aún con miedo al rechazo, el bajista cedió, reprimiendo el impulso de entrelazar sus dedos con los de Gustav y en lugar de ello, guiando el camino hacia la cocina.
    Una vez sentados frente a la mesa y con el desayuno del día sobre sus platos, pan francés con miel de maple, la charla superficial dio paso a algo más.
    —¿Y bien? –Quiso saber Georg, al ver que Gustav rehuía su mirada y se sonrojaba cada vez que sus ojos coincidían aunque fuera por una fracción de segundo—. Estás actuando raro. Si es por algo que pasó anoche, me disculpo.
    —No es por eso, o sí, pero no… —Se ahogó Gustav con los nervios. ¿Cómo explicarle a Georg que la causa de sus nervios era no lo que habían hecho, sino lo que probablemente harían, a ese paso, antes de que el año terminara? Tarea en cierto modo complicada, porque ya era treinta y tenían menos de cuarenta y ocho horas. Una cantidad, que si era honesto consigo mismo por una vez, sería más que suficiente para consumar el acto…
    —Gus, te estás poniendo como tomate –señaló Georg—. ¿Tienes fiebre?
    —Uhm, no.
    —Ok. Sólo responde… ¿Es por algo que yo hice? –La cabeza del baterista se movió de lado a lado y Georg pudo sentir como el peso que se había postrado en su pecho se tornaba más ligero—. Bien, entonces no me preocuparé más, pero si necesitas hablar con alguien, aquí estoy yo, ¿de acuerdo?
    Gustav tomó la mano que el bajista le ofrecía y decidido a no arruinar lo que apuntaba a ser una buena mañana, mandó a volar los pensamientos que lo tenían así.
    Compartir con Georg un beso sabor a maple por encima de sus platos a medio comer valía más la pena que cualquier preocupación presente o futura.

    Con la perspectiva de una tarde en silencio si se quedaban en el departamento (Franziska solía despertarse de un pésimo humor cuando estaba en proceso de curarse los excesos del alcohol y alguien la sacaba de su proceso de sanación), Georg terminó sugiriendo salir de compras y traer lo necesario para una cena digna de año nuevo. Gustav no estaba muy seguro de ello, consistiendo su recetario personal en platillos que no requerían más de quince minutos en el microondas, sino es que cinco sobre la estufa, pero el bajista lo mandó callar con un par de besos en los sitios adecuados y terminó ganando una batalla que apenas comenzaba.
    —Déjamelo todo a mí –declaro ufano—. Los últimos dos años ayudé a mi madre a preparar la cena de Navidad, no puede ser tan difícil. Sólo necesitamos mirar la receta en internet y voilá.
    Y así fue como Gustav terminó comprando los ingredientes necesarios, de mano de Georg, los dos pasando un par de horas fuera del departamento y divirtiéndose en el proceso.
    Luego de un pequeño pero acalorado debate, decidieron que lo más conveniente sería cenar pavo a la orange y con eso en mente, compraron una pieza de tamaño mediano y los ingredientes necesarios para que el sabor fuera digno de recordarse.
    De postre, porque con los ánimos renovados Gustav quería darle uso a su horno, una caja de harina para pastel que sólo requería se le agregara leche y huevos. También un poco de crema, bombones y una lata de frutas en almíbar para un postre que Franziska solía preparar años atrás.
    —Creo que al final seremos tú y yo –arrugó Gustav la nariz ante el primer copo de nieve del día, justo cuando salían del supermercado y una ráfaga de aire frío los cubría—. Franny planeaba celebrar Año Nuevo con unas amigas suyas, así que quizá coma y se vaya antes de medianoche.
    —Haga lo que haga, no pasa nada mientras estés conmigo –chocó Georg hombros con el baterista, divertido de cómo un par de palabras lograban tenerlo con un saludable sonrosado en las mejillas.
    —Cursi –rebatió Gustav, acelerando el paso. La nieve apenas comenzaba a caer, pero el frío cortaba la respiración del mismo modo que un puñetazo helado en el estómago.
    —Uhuh. –Cada uno con una bolsa de la compra en una mano y sujetos de la que les quedaba libres, avanzaron con cuidado sobre la resbalosa acera. Sin decirlo en voz alta, pero sintiéndose como pareja por primera vez.

    Apenas entraron de regreso al departamento y dos cosas los recibieron. La primera fue el tibio calor de la calefacción; y la segunda, Franziska, que recién salida de bañar y envuelta en una de las batas nuevas que Gustav había conseguido esa Navidad, yacía en estado semi catatónico sobre el sofá.
    —Me mueeerooo –lloriqueó apartándose el brazo de encima de los ojos y exudando lástima a su alrededor para cualquiera que quisiera tenerle compasión—. La cabeza me está matando y las luces… ¡Oh, las luces son tan brillantes! –Gimió de dolor, en parte honesto y en parte fingido porque adoraba cuando Gustav jugaba a la enfermera con ella.
    —Franny, te di aspirinas. Si eso no hace nada por ti, yo no podré hacer más –la ignoró el baterista, quitándose la bufanda del cuello y estremeciéndose de gusto por la agradable temperatura que reinaba en el interior su departamento. Nada como salir al exterior a finales de diciembre para apreciar las pequeñas comodidades de la vida diaria, como tener calefacción y un techo sin agujeros bajo el qué vivir—. Además –le recordó con un cierto tono de reproche—, ya sabes por experiencia lo que es una resaca. Nadie te apuró con esos tragos de vodka que bebiste.
    —¡Gustiii! –Se hizo Franziska un ovillo en el sillón como si fuera un gatito.
    —Yo voy a dejar esto en la cocina –se excusó Georg, divertido de cómo se desenvolvían Gustav y su hermana, pero deseoso de poner el pavo en el fregadero, flotando en agua tibia.
    —¿Qué compraron? –Preguntó Franziska, de pronto ya no tan afectada por la cruda realidad que la golpeaba—. Y espero que sea algo de comer porque me muero de hambre…
    —Vamos a cocinar pavo para mañana y un par de platillos –levantó Gustav las piernas de su hermana del sillón y se sentó en ese lugar—. Georg insistió en cocinar, ¿así que por qué no tomarle la palabra?
    —¿Estoy invitada? –Fingió Franziska un tono de niña pequeña.
    —Déjame pensarlo… ¡Ow, claro que sí, caray! –Resopló Gustav cuando su hermana le presionó los pies contra el estómago en una jugada que no llevaba a cabo desde que era un par de críos y su madre aún tenía que separarlos por la fuerza—. Pero pensé que ibas a salir.
    —Y voy a hacerlo –se incorporó Franziska desde su sitio, alzando los brazos al aire al estirarse y logrando que la camiseta que llevaba puesta se le subiera por encima del ombligo, para mortificación de Gustav, quien siempre veía en su hermana la inocencia de la niñez y le gustaba mantener esa imagen en si cabeza—. Pero también quiero pasar un rato contigo. Dejarte solo en noche vieja no es lo que se considera un gesto de buena hermana mayor, ¿sabes?
    —Georg va a estar conmigo. No estaré solo –murmuró Gustav por lo bajo, tomando uno de los pies de su hermana y haciéndole cosquillas en la planta.
    —Deja –lo amonestó ésta con una risita—. Sé que no estarás solo, pero ¿qué clase de monstruo sería si no pasara un rato con ustedes, chicos? Un par de brindis y entonces podré ir a la fiesta de Evchen con la conciencia tranquila.
    —Ni te molestes –le gritó Georg desde la cocina, entre el ruido de las cacerolas—, sé que cuando regreses, esa consciencia tuya estará sucia como el cochambre.
    Franziska fingió indignación llevándose la mano al pecho, justo sobre el corazón. –Georg Listing, espero que te retractes de tus palabras.
    —¿O es que me equivoco? –Chanceó Georg de la cocina.
    —Hey, basta los dos. Pelean como dos viejas vecinas –se levantó Gustav de golpe, estirándose a su vez y escuchando con agrado cómo los huesos de la espalda y los hombros le tronaban.
    —Perdón, Gusti –recibió una respuesta a coro por parte del bajista y su hermana.
    —Mejor. Y si me disculpan… —Enfiló rumbo a su habitación—. Quiero tomar un baño. Necesito un baño.
    Mientras en la sala Franziska y Georg conversaban, el baterista se dedicó a buscar un par de pijamas viejos en su armario y una toalla. El salir cuando el clima estaba por debajo de cero le había dejado un frío interno que estaba seguro se le quitaría con un bien merecido baño en agua caliente.
    Si le sumaba a eso unos calcetines de lana y una taza de té de canela para agarrar calor, estaba seguro que la picazón en la nariz y la garganta desaparecerían. No quería pasar el cambio de año con resfriado o algo peor.
    —¿Gus? –Entró Georg al cuarto que compartían y Gustav lo miró por encima del hombro—. Ya puse tu toalla sobre el radiador para que esté calientita.
    —Gracias –sonrió Gustav desde el fondo del corazón, maravillado por las pequeñas atenciones que Georg solía tener en los momentos más inesperados. Ya fuera la toalla o prepararle su café matutino, siempre resultaba ser algo que le arrancaba un sentimiento suave y cálido del alma.
    —Mientras tanto… Voy a ver si Franziska quiere comer algo. Dice que no vomitó, pero nada para curar la resaca como un poco de pan y mucha agua.
    —Yep –asintió el baterista, con un bulto de ropa bajo el brazo.
    —Disfruta tu baño –lo abrazó Georg de pronto por detrás, besándole detrás de la oreja derecha y soltando un suspiro leve pero perceptible—. Te quiero, Gus.
    Aquel repentino gesto de amor hizo que el baterista viera estrellas en el horizonte por una fracción de segundo. –Yo también.
    —Eso me gusta –le quitó hierro el bajista, dándole una palmada en el trasero a Gustav y haciendo que éste soltara un chillido poco varonil—. No olvides pasarte el jabón por todas las zonas donde la luz del sol no llegue –le guiñó un ojo a un muy incrédulo Gustav.
    —Te diría que te encargues tú de esas zonas, pero…
    —Franziska, lo sé…
    Y como si la aludida supiera que hablaban de ella, soltó un quejido monumental que reverberó por las paredes del departamento.
    A Gustav no le quedó de otra que tomar su baño a solas y tallarse su zonas oscuras sin ayuda.

    El baño del departamento de Gustav era pequeño y estrecho; ‘acogedor’ en palabras de la agente de bienes raíces que se lo había recomendado, pero a Gustav le gustaba no por su diminuto tamaño, sino por el hecho de que a pesar de sus imperfecciones, contaba con una pequeña tina en la zona de la regadera. Apenas si era considerada como tal con su metro y veinte por ochenta centímetros, sumado eso a los sesenta de altura, pero a Gustav le gustaba.
    Abriendo la llave del agua caliente al máximo y esperando a que la tina se llenara, el baterista se despojó de sus prendas de vestir una a una, mirándose en el espejo que colgaba sobre el lavábamos y pensando al mismo tiempo en qué vería Georg de él que le convencía de besarlo y algo más…
    Decidido a no arruinarse la hora en el baño, Gustav revisó en el gabinete de las medicinas y fingiendo una indiferencia con la que en realidad no contaba, extrajo un pequeño frasco con lubricante que en alguna ocasión había adquirido por curiosidad y jamás había llegado a utilizar.
    “No es nada de qué avergonzarse”, se repitió un par de veces, al romper el sello y tirar la etiqueta al bote de la basura. Decidido a no desperdiciar tiempo ni agua caliente, cerró las llaves y con cuidado, metió un pie y luego otro a la tina rebosante de agua y vapor.
    —Ahhh… —Gimió de gusto cuando el agua lo rodeó hasta la altura del pecho y extendió las piernas sentado en la base de su tina. El mundo podía dejar de girar si quería, él estaba en la gloria.
    Pero un buen baño no lo era todo en la vida, así que en cuanto sintió la tensión abandonar sus adoloridos músculos, se incorporó a medias, dejando sólo las pies en el agua, sentándose en el borde de la tina y afianzando su posición apoyando el trasero en la parte más gruesa.
    Con manos temblorosas pero seguro de que quería probarlo antes de que fuera demasiado tarde, el baterista abrió el pequeño frasco de lubricante con un sonoro ‘plop’ y extendió una tira brillante del líquido viscoso sobre su dedo índice.
    —Uh… —Miró al techo, al tiempo que dirigía su mano y el dedo en cuestión, hacia su espalda y luego más abajo. Con más terquedad que verdadero deseo, el baterista presionó la punta de su dedo en el último hueso de la espalda y descendió hasta encontrar lo que buscaba.
    Hasta ese entonces, Gustav jamás había considerado que un orificio de su cuerpo al que no le dedicaba más que higiene pudiera causarle tanta curiosidad, pero así era. En cuanto la punta de su dedo tocó aquel pequeño bulto de carne, las rodillas le comenzaron a temblar y consideró renunciar, al menos por el bien de su hombría.
    —Y una mierda –murmuró para sí, convencido de que la hombría no tenía nada que ver con buscar nuevas maneras de conseguir placer. Mordiéndose el labio inferior, Gustav presionó un poco contra su abertura y el dedo en cuestión, se deslizó con una facilidad que para nada asociaba con la idea. De primera mano, creía que el dolor sería tan acuciante que chillaría de dolor, pero en lugar de ello, el baterista descubrió que si bien la sensación ondulaba entre extraña y tirante, no era doloroso en lo absoluto.
    Moviendo el dedo de adelante hacia atrás, pronto comenzó a jadear y el agua que lo rodeaba a moverse. Extrayendo el digito de su cuerpo, colocó un poco más de lubricante sobre el dedo medio y apretando los dientes, probó resistencia con dos dedos. Fue más difícil hacer que su cuerpo los aceptara, pero pronto se vio recompensado con la sensación de plenitud más extraña que en su vida hubiera experimentado.
    El cuerpo entero se le cubrió de una fina capa de sudor cuando un movimiento experimental rozó contra un pequeño bulto y la onda electrizante que lo recorrió por completo lo hizo ver fogonazos de luz blanca.
    —Diosss, debí de haber probado esto antes –murmuró presionando la mejilla ardiente contra los fríos azulejos que recubrían las paredes del baño.
    Entre sus piernas, Gustav ostentaba una orgullosa erección que hablaba por sí sola de lo mucho que le gustaba la nueva faceta aventurera de su dueño. Sin pensárselo mucho, el baterista rodeó su pene con la mano libre y presionó con poca fuerza, obteniendo así un placentero peso en la base de los testículos.
    Decidido a correrse así, Gustav pronto encontró un ritmo adecuado, presionando sus dedos dentro de sí mismo al tiempo que se masturbaba con rapidez.
    Con un último tirón de su pene, el baterista se vino con fuerza sobre la turbulenta agua de la bañera.
    —Mmm –exhaló Gustav, sensitivo a sus propias caricias y extrayendo los dos dedos del interior de su cuerpo con extremo cuidado—. Eso fue…
    —¿Gus? –Tocó Georg a su puerta y el baterista se dejó caer en la tina, decidido a ahogarse en sus sesenta centímetros de agua si es que acaso sus sonidos de placer habían sido oídos por el departamento.
    —¿Qué?
    —Vamos a ver una película y haré maíz tostado, ¿quieres que te haga una ración?
    El baterista casi suspiró con alivio. –Yep. Me apunto.
    —Ok.

    Al otro lado de la puerta, ajenos a la nueva aventura de Gustav, Georg terminó de guardar las compras en la alacena y el refrigerador, mientras que Franziska intentaba no morirse de dolor de cabeza sobre el sofá.
    —Toma –le tendió el bajista un vaso de agua a la hermana de Gustav, quien lo aceptó con gusto.
    —Masajea mis hombros, Georg –le ordenó Franziska—, como cuando éramos unos críos.
    —Entonces mientras lo hago intentaré mirar por encima de tu escote –confesó el bajista, obteniendo a cambio un golpe juguetón de Franziska en el brazo.
    —Idiota.
    —Hey, es cierto. Eras la chica más candente en todo el pueblo y de alguna manera tenía que fantasear –se posó Georg detrás de ella y le puso las manos sobre los hombros—. ¿Suave o duro?
    —¿Hablamos del masaje? Ah, que sea duro… Me está matando la nuca y los omóplatos –lloriqueó Franziska cuando Georg presionó en un nudo de tensión—. ¿Sabes? Lo sospechaba. Tantas pijamadas y encontrarlos en el cuarto de lavado sosteniendo mis sostenes, tsk, no soy tonta.
    —Qué puedo decir –recorrió Georg la espalda de Franziska con los pulgares, presionando con cuidado y al mismo tiempo con fuerza suficiente como para que ésta pujara con cada músculo liberado—. Era un adolescente, ahora soy un hombre. Los crushes ya no son lo mío.
    —¿Ah sí? –Inquirió Franziska, alzando una ceja—. ¿Y sigo siendo sexy o encontraste algo mejor?
    —Mucho mejor –confirmó el bajista con una sonrisa tímida.
    —Quiero saber –se giró con interés, decidido a sacarle una respuesta.
    No les costó mucho a ambos terminar aquel masaje con una pequeña pelea inofensiva, una donde Franziska se lanzó sobre Georg y le hizo cosquillas en el estómago hasta tenerlo bajo su merced, en el proceso, sacando los cojines del sofá y haciendo que una pequeña hoja de papel atrapada entre los espacios saliera volando…
    —¿Qué es eso? –La tomó Georg y la abrió, leyendo el título—. ¿”Lista de doce deseos”? –Leyó el título en voz alta, intrigado por aquello.
    —Ajajá, con que ahí estaba –miró Fran la hoja al revés, reconociendo la letra de líneas torpes e inclinadas a la derecha que correspondía a su hermano—. Es de Gustav. Cada año hacemos una lista de deseos –se explicó al tiempo que Georg leía las palabras anotadas con numeración por orden—, los primero cuatro fáciles, los siguientes posibles y los últimos cuatro imposibles. ¿Qué puso este año? Yo siempre pongo un unicornio en el número doce y él… ¡Oh! –Se cubrió la boca, recordando de pronto perfectamente el número doce de Gustav y tratando de quitarle la hoja a Georg, quien de pronto parecía haber perdido el color de la cara—. No debemos leerla antes de tiempo. Gus se puede enojar, lo mejor es dejarla en su sitio y… ¡Georg!
    El bajista se puso de pie al instante, la hoja entre sus dedos arrugadas y deslizándose de ellos hasta tocar el suelo en un suave vaivén.
    —No te enojes —suplicó Franziska con un hilo de voz, intentando asir a Georg, pero éste parecía mirar a la distancia con los ojos desenfocados—. Por favor, por favor. Podemos pretender que nada pasó, Gustav no se tiene que enterar… No lo quieres lastimar, ¿o sí? Finjamos que no paso nada y… ¡Mierda! –Chilló con frustración, cuando el bajista se dio media vuelta y enfiló al perchero de la entrada, donde tomó su saco, una bufanda y guantes gruesos—. Georg, te lo pido de rodillas, no hagas esto más grande de lo que es, por favor… ¡No te vayas!
    Como saliendo de un trance, apenas si dedicándole un vistazo, Georg se abotonó la ropa hasta el cuello y se pasó la bufanda en torno a éste con firmeza. –Dile a Gustav que voy a volver en cuanto pueda. Ahora mismo tengo algo que hacer…
    —¿A dónde vas? –Miró Franziska a través de la ventana, donde gruesos copos de nieve que habían pronosticado para aquella noche, caían a un ritmo alarmante—. En serio, Georg.
    —Voy a volver, sólo dile eso –dijo el bajista con calma, abriendo la puerta y saliendo por ella en apenas un murmullo, cerrándola tras de sí con un ruido casi imperceptible.
    —Mierda…

    Cuando Gustav salió de bañarse, un solo vistazo a la situación le hizo entender lo que había pasado. El desorden en el sillón y la hoja tirada en el suelo, que incluso desde su distancia podía distinguir con más claridad de la que deseaba, confirmaban sus fúnebres sospechas.
    —Gusti –se apresuró Franziska a abrazarlo, no ofendida por la rigidez que se negaba a responder su gesto de cariño—. …l dijo que volvería.
    —No va a volver.
    —¡Gus!
    —No va a volver, Franziska –chilló Gustav—. ¡No va a volver y tendré suerte si me vuelve a hablar en la vida, maldita sea! –Estalló de golpe, llevándose las manos al rostro y comprobando que no lloraba. El dolor que llevaba dentro había cortado más profundo de lo que quería admitir y sus emociones habían sido destruidas de un simple tajo a la mitad.
    —Lo hará –dijo Franziska ahogada con sus propias lágrimas, llorando por ambos y asiendo a Gustav como a su propio madero de seguridad; con la certeza de que si alguien merecía vivir su historia de amor a su manera, era Gustav y si no era así, era porque el universo era cruel.
    Ante aquello a Gustav sólo le quedó esperar.


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