¡Toc-toc!
—Mmm… —Gruñó Gustav por lo bajo. Desnudo y envuelto entre las mantas, por una fracción de segundo, hasta consideró volver a dormir, ignorar el maldito bastardo que tocaba a su puerta con tal insistencia a una hora más que impropia y simplemente dejarse llevar de vuelta al país del sueño…
—Gus, la puerta –murmuró Georg contra su nuca, presionando su igual carente de prendas de vestir cuerpo contra el suyo y demostrándole que las erecciones matutinas seguían siendo una constante en su vida adulta como lo fueron cuando era adolescente.
De golpe, el baterista abrió los ojos, el corazón en el pecho latiéndole a mil por hora y la mente trabajando a igual ritmo, tratando de discernir si Georg, a su lado, desnudo como el día en que había nacido y presionado contra su cuerpo, era o no parte de una de sus fantasías más alocadas.
Tanteando con la única mano libre que tenía –la otra entrelazada con la del bajista en un contacto íntimo-, Gustav recorrió el brazo que lo sujetaba por la cintura hasta el hombre que conectaba con Georg y presionó con cuidado, obteniendo a cambio una risita.
—Me haces cosquillas, Gus –dijo Georg con modorra, pasando una de sus piernas por encima de los muslos de Gustav y atrayéndolo más cerca—. ¿O es tu manera de decirme que quieres algo más?
—Yo… —Se dejó Gustav rodar sobre su espalda, perdiendo el aliento en el mismo instante en que Georg lo atrapó entre sus brazos y lo besó.
—Si quieres nos lavamos los dientes y proseguimos donde lo dejamos –sugirió el bajista, al ver que Gustav apretaba los labios en una delgada línea y en lugar de cerrar los ojos ante la caricia, los dejaba abiertos y grandes, como si hubiera sido el espectador de un terrible accidente de tráfico—. Gusti, di algo –frunció Georg el ceño, temiendo lo peor ante la seriedad de su ahora amante—. ¿Es por lo de anoche? ¿Estás teniendo segundos pensamientos? Porque si es así.
—No, yo… —Balbuceó Gustav, aún en shock como para encontrar una excusa plausible a su rigidez sin explicación. Si bien ahora el sueño de sus últimos años, el anhelo que lo mantenía vivo se había cumplido, todo parecía demasiado bueno como para ser real. Lo que menos quería en esos momentos era despertar solo, en su cama, descubriendo que había tenido el sueño más maravilloso del mundo—. Estoy anonadado –dijo al fin, mordiéndose el labio inferior, aún con el sabor de Georg.
El bajista pareció meditar aquella respuesta. —¿Te arrepientes, no es así? Estás asustado y quieres fingir que no pasó nada anoche.
—No es eso, en lo absoluto… —Denegó Gustav la cabeza de lado a lado; de ser así, seguro no llevaría entre las piernas una erección que competía con la de Georg en dureza y desesperación por alivio. Tenía mil y un sentimientos en su interior, pero por seguro, ninguno de ellos era miedo, arrepentimiento o asco, como podía adivinar en la tensión que Georg parecía estar soportando.
¡TOC-TOC-TOC!
Volvió a sonar la puerta, sacándolos de su pequeño mundo y advirtiéndoles que alguien, con toda seguridad una persona que no tenía respeto por la hora, ya que eran apenas las ocho de la mañana sin ningún minuto extra, quería entrar al departamento y haría lo que fuera necesario para ello.
La primera persona que se le vino a la mente a Gustav era Veronika, si es que la discusión que ella y Georg habían mantenido en el rellano el día anterior era una prueba fiable de ello, pero al mismo tiempo la idea no encajaba del todo…
—¡Gustav Schäfer, abre la puerta a tu querida hermana mayor o sufre las consecuencias de tus actos! –Se escuchó amortiguado el grito de Franziska en la entrada del departamento.
—¡Mierda! –Apartó Gustav a Georg encima y casi lo tumbó fuera de la cama por la fuerza de su empuje—. Mierda, mierda, mierda… —Repitió en una especie de mantra, poniéndose de pie y buscando entre las prendas del suelo, las que le pertenecían—. No, no puedo usar esto –tiró los pantalones que llevaba en la mano—. Debo de usar el pijama y… ¡Mierda! –Se golpeó la frente con la mano, inclinándose sobre los cajones y buscando un par limpio de ropa interior al mismo tiempo que maldecía por lo bajo.
Divertido por el cuadro de un baterista estresado hasta su máxima expresión, Georg lo contempló por un minuto completo, conteniendo las risas detrás de su mano y seguro de que en cuanto Gustav se diera cuenta de que estaba quieto como estatua, una lluvia de estrés llovería sobre él.
Tal como lo predijo, abotonándose la camisa de su pijama, fue que los ojos de Gustav dejaron de dar vueltas como locos y se posaron en Georg, recostado en su cama, desnudo y apenas cubierto obscenamente con las sábanas enredadas que aún olían a su encuentro de la noche anterior.
—¡Georg! –Gritó al borde de un ataque cardiaco.
—¡Gustav! –Respondió el bajista, en el mismo tono pero sin la crisis inminente en su tono de voz, si acaso divertido de aquella comedia que los dos representaban—. Tranquilo, Gus, es sólo Franziska. Siéntate un momento y respira un par de veces hasta que se te pase. Si sigues así, te quedarás calvo de las preocupaciones –se acomodó mejor entre las almohadas.
—Exacto, es Franziska –chilló Gustav, recogiendo las prendas de vestir del suelo que le pertenecían a Georg y tendiéndoselas con fuerza, casi dándole en la cara con ellas—. ¡Vístete ya! –Exigió con las facciones descompuestas—. Ella vino de visita a quedarse por unos días, no a enterarse de que su hermano está en la cama con otro hombre. Dios, eso suena horrible –se sujetó la cabeza entre las dos manos—. Vamos, date prisa, ¡ya! –ordenó al bajista con urgencia.
Viendo que Gustav no bromeaba en lo absoluto, Georg se desenredó de las mantas y a Gustav casi se le formó un bulto sospechoso en los pantalones. No podía evitarlo; mucho menos cuando Georg parecía el modelo estrella de ropa interior Calvin Klein, deslizando sobre sus caderas primero al ropa interior y luego los pantaloncillos. Apenas se pasó por encima de la cabeza la camiseta, Gustav suspiró de alivio, aún con la garganta seca y el corazón palpitándole con fuerza en el pecho.
—Bien, voy a abrirle la puerta. Mientras tanto, abre una ventana y acomoda un poco la cama. Finge que te acabas de despertar –pidió, tomando aire antes de salir de la habitación.
—Pero si me acabó de despertar –murmuró Georg, un poco ofendido. …l esperaba tener en la mañana una continuación de su primera noche, no un salto de trampolín para recibir visitas y de paso fingir que nada entre ellos había pasado. Suspirando por su mala suerte, el bajista abrió la ventana tal y como Gustav le había ordenado, eliminando así el ligero aroma a sexo del ambiente.
Mientras el bajista se ocupaba de adecentar la habitación, Gustav enfilaba rumbo a la puerta, temeroso de abrirla y deseando que Franziska hubiera renunciado a su deseo de visitarlo, que sin ser su habitual yo, hubiera desistido y aplazara su visita.
Como si el destino quisiera burlarse del baterista, la puerta volvió a sonar, esta vez acompañada del timbre que raras veces parecía funcionar, y lo hizo con tal fuerza, que hasta la madera se estremeció.
—Ya voy –carraspeó antes de abrir, decidido a que si había sobrevivido la Navidad con su familia, bien podría pasar unos días con la hermana que tanto quería, incluso si ésta tenía la costumbre de llegar en los momentos menos adecuados—. ¡Franny! –Fingió una sonrisa y abrió los brazos al aire, sólo para encontrar a su hermana en el suelo y rodeada de una pila y media de basura.
Ok, no basura. Un segundo vistazo le hizo comprender que lo que el consideraba desechos de la papelera, era el contenido de la bolsa de la bolsa de mano de su hermana desparramado en el suelo.
—¡Al fin! –Gritó ésta triunfante, alzando un llavero con una única llave en él.
—¿Es esa la llave de emergencias para mi departamento que ti el año pasado? –Preguntó Gustav, alegrándose como nunca de no haber ignorado la puerta. Tarde pero segura, Franziska habría usado su propia llave y lo habría encontrado en una postura poco digna de mencionar, con probabilidad, demasiado ido como para importarle si estaba con las piernas al aire o no.
—Duh, claro que sí –empezó Franziska a meter toda clase de objetos en su bolso de mano; desde plumas hasta lo que parecía una tira de condones, para mortificación del baterista, que miró a otro lado, decidido a condonar que su hermana era una mujer adulta con una vida sexual activa incluso si a él no le parecía ni una pizca—. Como no abrías, pensé que quizá estabas en el baño o con alguien –alzó las cejas repetidas veces, sugiriendo algo sucio con ello.
—Ay Franny, creo que tienes una imaginación demasiado…
—¿Fran, eres tú? –Apareció Georg detrás de Gustav, pegando su cuerpo contra el suyo, abriendo más la puerta y portando una sonrisa espléndida, a pesar de lo desarreglado de su cabello; al baterista casi se le fue toda la sangre de la cabeza—. Gustav no me dijo que fueras a venir.
—Ni a mí que tú estuvieras aquí, ¿eh? –Le guiñó un ojo a su hermano—. Así que supongo que estamos a mano.
—Bien por mí –salió Georg a recibirla, dando un breve abrazo y un beso en la mejilla—. ¿Quieres ayuda con el equipaje? –Miró a su alrededor, sorprendido de que no llevaba consigo nada más que su bolso de mano—. ¿O eres de esas chicas que viajan ligeras?
—Eso quisieras –rodó Franziska los ojos—. Dejé mis maletas en el primer piso; si las hubiera cargado hasta el segundo piso, seguro no vivía para contarlo. No sé por qué Gustav insiste vivir en este sitio sin elevador. Bien podría comprarse un departamento en un pent-house y vivir mejor.
—Mmm –gruñó Gustav—, no tienes permiso a criticarme si tu departamento no es mejor que el mío.
—Eso es, hermanito –se quitó deprisa las acusaciones de encima—, porque yo no soy una estrella de la música. Yo pago mis cuentas con mi trabajo en la oficina, no yéndome de tour por todo el mundo.
—No discutan –los interrumpió Georg, tomando la mano de Gustav y tirando de él hacía las escaleras—. Vamos, hay que traer el equipaje de Fran y no pienso hacerlo solo.
—Bien, en un segundo estamos de vuelta, Franny. Así que nada de husmear por ahí –le dijo a su hermana, quien miraba más a su mano sujeta por la de Georg que a otra cosa.
—Ajá, Gusti –respondió entrando al departamento y sonriendo para sí, deduciendo a medias entre lo que acababa de ver y lo que sospechaba.
—Diosss –siseó Gustav, arrastrando en cada mano y por tres pisos ya, con dos maletas repletas de viaje; al parecer, Franziska era incapaz de salir de viaje (sin importar que fuera a salir por menos de cinco días) sin llevar consigo la casa completa por piezas y completa marcada como equipaje de emergencia—, ¿pero es que trae piedras o algo así?
—No, las piedras están acá –llevaba Georg un gran bolso, resoplando con cada escalón que avanzaban.
—Espera –se detuvo Gustav antes de alcanzar su piso—. Franny es lista, tenemos que actuar como si nada hubiera pasado jamás. Si ella pregunta…
—Gus, no le voy a decir que sigo con Veronika aún, si es lo que me vas a pedir –dijo Georg con seriedad, y Gustav se sintió culpable, pero era eso precisamente lo que tenía en mente—. Si quieres, podemos mantener esto en secreto, pero… Te preguntaré antes, ¿qué somos?
—No ahora –suplicó Gustav, convencido de que lo suyo con Georg no tenía futuro, no porque él no lo quisiera así, sino porque el bajista acababa de terminar una relación de dos años y él era su amigo, un hombre por encima de todo—, por favor.
—Gustiii –gritó Franziska desde un piso arriba—, ¿aún no llegan?
—Dos pisos más –mintió Gustav en respuesta—. Georg –se dirigió al bajista, quien parecía haber perdido el brillo alegre de la mañana y lucía molesto—, lo que pasó anoche fue de improvisto, pero no lo lamento, en serio. Es sólo que… Estoy asustado –admitió al final.
—Si te soy honesto, yo también –dio Georg un paso hacía adelante y miró a Gustav a los ojos—, pero quiero intentar esto, sea lo que sea.
Al baterista se le secó la boca. –Yo también.
—Gusti, ¿qué tan difícil es subir un par de malet-…? –Bajó Franziska por las escaleras, deteniéndose de golpe ante el cuadro que tenía—. Perdón –se disculpó antes de dar media vuelta y subir los peldaños de dos en dos.
—Mierda, ¿nos vio, no es así? Joder… —Se cubrió Gustav la cara con las manos, consciente de que en cuanto entrara al departamento, su hermana lo acribillaría a preguntas hasta que le sangraran los oídos de escucharla, un panorama que para nada le convencía.
—No importa –le apartó Georg las manos de la cara, besándolo después en los labios con rapidez—. Si pregunta, le diré lo que quieras que le diga. Sólo déjame besarte otra vez –sonrió un poco.
Gustav fingió considerar la opción. –Concedido –cedió cerrando los ojos y presionando los labios de Georg contra los suyos.
Había ocasiones en los que las opciones eran Ganar vs. Ganar; ésta era una de ellas.
—¿En serio? –Le llegó a Gustav la voz de la sala hasta la cocina donde él se encontraba preparando un par de tazas de café—. Qué maldita, y perdona que lo diga…
—Y que lo digas, Franny –murmuró Gustav frente a la cafetera, distrayéndose de la conversación que su hermana y Georg mantenían en la sala mientras el jugaba el papel del perfecto anfitrión al llevarles café recién preparado y un tazón con galletas dulces.
Porque a fin de cuentas mentir no tenía sentido, Georg le estaba contando a Franziska su reciente rompimiento con Veronika y ésta se comportaba como la perfecta oyente, agregándole silencio a las pausas y preguntas a los puntos clave; increíble como era, Georg parecía encantado de poder contarlo todo.
Desde su pequeña casita y al parecer cumpliendo el refrán de que ‘cada mascota se parece a su dueño’, apenas el café destilado inundó con su aroma la cocina, Claudia sacó la cabeza marrón por encima de su caja y miró al baterista con sus ojos negros.
—Nada de esta porquería para ti –se inclinó Gustav para acariciarle el caparazón—. Toma un poco de lechuga –le tendió un par de tiras, que Claudia contempló con interés y que a paso de (¡valga la redundancia!) tortuga, alcanzó y procedió a masticar con calma—. Eso me gusta.
—¿Qué te gusta? –Preguntó Georg, entrando a la cocina, atraído por el aroma que emanaba de la cafetera. Aprovechándose de que Franziska estaba en la sala, abrazó a Gustav desde atrás y le besó un punto sensible detrás de la oreja que hizo al baterista arder hasta la frente.
—¡Georg! –Siseó por lo bajo, alarmado de que sus reacciones lo traicionaran—. Aquí no, Franny puede vernos.
—Está en la sala, viendo el televisor, no a nosotros, Gus –intentó Georg repetir su acción, pero el baterista se dio media vuelta y lo advirtió con una simple mirada.
—Hablo en serio.
—Yo también –replicó con su mejor cara de niño bueno—. Un beso, sólo uno y me iré.
Las aletas de la nariz de Gustav temblaron, pero como era más sencillo ceder a la tentación que luchar contra ella, terminó por aceptar. –Ok, pero sólo uno.
—Hecho –lo besó Georg con lentitud, alargando el momento en que sus labios debían separarse. Sujetándolo por la nuca con una mano, pronto su beso cobró intensidad y fue por ello que por poco fueron atrapados al no escuchar los pasos que se acercaban a la cocina.
Franziska no vio nada raro a excepción de su hermano con la cara enrojecida y a su amigo demasiado pegado a la estufa como para ser normal. —¿Chicos?
—El ca-café no tard-da en estar-r listo —tartamudeó Gustav, llevándose una mano al pecho.
—Uhm, si ustedes dicen… —Salió Franziska de la cocina—. Voy a si encuentro algo de música en la radio.
—Por poco –exhaló Georg aire. Gustav, por otra parte, apenas si podía contener la risa—. ¿Casi nos atrapa y lo único que haces es reírte? –El baterista lo haló contra sí por el cuello de la camiseta—. ¿Gusti, ya te volviste loco por la tensión?
—Uh, uh, puede ser –murmuró antes de volverlo a besar, la cafetera a su lado pitando que ya había terminado.
—… entonces le dije: “Mira, puedo llegar antes, pero tienes que prometerme que esa fiesta vale la pena, porque si no…”, je, obviamente dijo “sí, claro” pero sé que no es tan buena –explicaba Franziska, mordisqueando galletas y bebiendo su café con dos cucharadas de crema y dos de azúcar—. Cambiar el boleto fue fácil y papá me llevó a la estación de trenes para asegurarse de que estuviera bien y listo. Heme aquí, ¡tadán! –Finalizó con emoción su relato de por qué estaba antes de lo previsto.
Gustav tenía contemplada su visita ese mismo día, pero en la tarde, después de anochecer, no cuando aún el sol consideraba temprano salir.
—¿No pudiste llamar antes por lo menos? –Inquirió el baterista, un poco adusto.
—Sí, porque francamente eso de interrumpir el sueño de otras personas debería ser el onceavo pecado capital o algo así, ¿eh, Gusti? –Le pasó Georg el brazo por encima de los hombros al baterista, quien se tensó un poco, pero al mismo tiempo intentaba actuar como si eso pasara todos los días.
—Ajá –concedió el baterista bebiendo un poco de su café con gesto vago.
—Eso me lleva a preguntar, Georg –usó Franziska su tonó meloso para preguntar—, ¿qué haces tú aquí? Dices que rompiste con Veronika, pero el departamento lo pagas tú si la memoria no me falla, ¿eh, Gusti? –Consultó con su hermano, quien sólo asintió—. ¿O por qué no un hotel?
La sonrisa de Georg no perdió ni uno sólo de sus watts de luminosidad. –No tenía a dónde ir realmente. Mi cama donde Veronika durmió con alguien más –esbozó una mueca—, no gracias. Paso. Un hotel no es caro, pero es impersonal. Y no sé, primero pensé en Gustav. No hay una razón detrás de eso, ¿verdad, Gus?
Gustav rodó los ojos con fastidio. –¿Podrían hablar entre ustedes sin tener que consultarme de por medio?
Los tres soltaron una carcajada por el comentario y pronto el tema quedó olvidado para bien.
—¿Estás segura que sabes bien la dirección? –Consultó Gustav a su hermana, quien viendo su reflejo en el espejo del baño y con el delineador de ojos apoyado contra su párpado inmóvil, trataba de maquillarse para la fiesta de esa noche.
—Ya te dije, Gus, que Julie y Evchen pasarán por mí, nada de qué preocuparse. Estaré antes de que vuelva a salir el sol, ni siquiera notarás que no estoy.
—Contigo dejando objetos por todas partes, lo dudo –replicó Gustav, entrando al baño y tomando asiento sobre la tapa del inodoro—. Sólo quiero asegurarme de que es seguro. Si algo te llega a pasar, no tendría cómo pagarle a mamá su primogénita.
—No exageres –se retocó Franziska el labial, haciendo una boca de pez en el proceso—. Además, Georg está aquí, ¿no? Los dos pueden encontrar maneras de divertirse, si es que me entiendes.
—Uhmmm… —Gustav pateó la puerta y ésta se entrecerró—. No digas eso, no con Georg en la casa al menos –susurró con un evidente malhumor en su voz.
—¿Crees que no noté las miradas que se estaban dando entre ustedes dos? –Se detuvo Franziska para mirar a Gustav a través del espejo y con el frasco de perfume en la mano—. Vamos, Gus. Tenme más crédito. Casi se lanzaban el uno sobre el otro en el sofá. Y no es que me fuera a quejar si lo hubieran hecho, ¿sabes?
—¿En serio? –Abrió Gustav grandes los ojos de la sorpresa y fue cuando Franziska chasqueó la lengua.
—No necesito más confirmación que ésa –dictaminó Franziska, dándose media vuelta y lista para salir por la noche—. Gusti, no te estreses sin razón. Por lo que vi, ustedes dos tienen química, siempre lo he pensado, pero necesitan trabajar más en lo que dicen y lo que hacen. Especialmente lo primero. Piensa, ¿si Georg nunca dice nada, te vs a quedar de brazos cruzados?
—Es complicado –musitó Gustav apoyando la barbilla sobre el pecho—. …l acaba de terminar con Veronika y… Eso debería bastar como excusa.
—Oh, Gusti… —Se sentó Franziska en su regazo, abrazándolo por el cuello como si lo quisiera consolar, pero haciendo de ello un cuadro extraño al ser ella quien se acurrucaba en sus piernas—. Eso es un pretexto, uno muy malo si me permites agregar.
—Franny, shhh –respondió Gustav el abrazo y sujetándola por la cintura—. Voy a pensar en lo que me dices, ¿está bien así?
—Por el momento –besó Franziska la frente de Gustav—, ¿ok?
—Ok –respondió éste.
Y cinco minutos después, cuando Georg entró al baño buscando a Franziska porque sus amigas ya habían llegado por ella, fue como encontró a los hermanos aún abrazados y susurrándose confidencias al oído.
El momento en que Franziska se despidió de Gustav y de Georg fue uno muy tenso, no por el adiós momentáneo, sino porque cuando se cerró la puerta y aquel par se quedó a solas, de pronto el mundo pareció girar en sentido contrario.
—Solos los dos –dijo Georg al aire, como si el hecho no fuera suficiente y requiriera de una confirmación.
—Ajá –respondió Gustav, deseando romper la tensión en el aire, pero no muy seguro de cómo.
—¿Podríamos…?
—¿Sí?
—¿Quizá…?
—¿Mmm?
—¿Tú y yo…?
Gustav se giró a ver a Georg, quien miraba un punto en la pared al tiempo que se atoraba con sus propias palabras. –Franny ya no está –dictaminó el baterista, decidido a hacerle caso a su hermana por una vez en la vida y tomar la iniciativa con el bajista—. ¿Quieres hacer algo?
—¿Algo como…? –Empezó Georg, sólo para verse silenciado por los labios de Gustav presionándose con los suyos—. Woah –exclamó apenas se separaron—, eso –murmuró correspondiendo al beso y recorriendo a Gustav con las manos, primero por la espalda y después descendiendo por las caderas.
—¿Recuerdas a…? No importa. Me regalaron un kit de aceites para masaje –gimió Gustav con los labios de Georg recorriendo su quijada en pequeños besos y mordiscos—, ¿quieres probarlo?
—No soy muy afecto a los masajes, pero por ti… —Sin mediar una palabra más, el bajista cargó a Gustav y con él a cuestas, avanzó con paso seguro rumbo a la habitación, cerrando la puerta detrás de sí con el pie.
Resultó que si bien no era muy afecto a recibir masajes, Georg lo era al darlos. Y a muestra de ello, Gustav podía testificar con una mano sobre la Biblia… Eso si era capaz de salir del éxtasis que era tener las manos del bajista por todo su cuerpo, untadas con esencia de cítricos y recorriendo cada rincón de su piel expuesta, que para estar desnudo, era toda y sensible al tacto.
—Owww –se quejó de placer, cuando el bajista, en una técnica nunca antes vista, le hizo crujir hueso a hueso la columna, al mismo tiempo que lo besaba en la nuca con devoción. ¿Cómo era tan multitareas? Ni el mismo baterista lo sabía—. Eso es genial.
—Espera a que llegue más abajo –le susurró Georg al oído, sólo para mordisquearle el lóbulo segundos después.
—¿Abajo? –Se tensó Gustav por instinto, de pronto no tan dispuesto a yacer desnudo sobre su cama mientras dejaba a Georg hacer el resto—. ¿Por qué abajo? Me duelen más los hombros –trastabilló en búsqueda de una excusa plausible.
—Gusti, calma –se inclinó Georg sobre su amigo, recorriendo sus brazos con las manos en un largo y sensual movimiento—. No haré nada que tú no quieras, si es lo que temes.
—Lo que temo es que me quieras tocar el trasero –barbotaron las palabras de la boca de Gustav y éste se sintió al borde del desmayo apenas las pronunció—. Lo siento, es que esto del sexo gay es confuso para mí –confesó a medias.
La verdad es que Gustav podría con facilidad ser considerado heterosexual. Sus únicas parejas sexuales habían sido mujeres, todas y cada una de ellas sin excepción, siendo femeninas y tiernas; sin ir más lejos, su última novia de más de un mes había sido una preciosura de cabello largo y suave, con voz dulce y carácter tierno que cuando tomaba más de un poco, se comportaba como un duende embriagado con néctar dulce.
La única excepción en su historial, era Georg, tan varonil como se podía con su barba de días y la manía de eructar para dejarle saber a todos que la comida le gustaba.
Y es que si Gustav era honesto consigo mismo, su atracción por Georg iba más allá de lo físico, lo suyo era un enamoramiento que al jamás haber pasado de la etapa platónica hasta entonces y por lo mismo carecía de puntos de referencia por los cuales guiarse.
—¿Puedo preguntarte algo? –Inquirió Gustav cuando Georg hizo una pausa en su masaje y se tendió a su lado.
—Supongo… —Le pasó el bajista una pierna por encima de las suyas.
—Uhm, verás… ¿Te sientes atraído por mí? –Preguntó Gustav, hundiendo la cara en la almohada sobre la que descansaba—. Es decir, no enamorado o algo así, no te preocupes, sólo… Digo… ¿Atracción, quizá?
Georg suspiró a un lado con fuerza. –Vamos, Gus. ¿Crees que haría esto contigo sin sentirme atraído por ti? Sé que es pronto para hablar de cursilerías, pero me gustas y mucho. Mientras me lo permitas, quiero seguir a tu lado y ver a dónde nos lleva esto.
—¿Esto? –Repitió Gustav la palabra, de un algún modo decepcionado.
—Gusti, quita esa cara de tristeza –lo besó Georg en el hombro—. No te sienta en lo absoluto.
—Ni siquiera me puedes ver la cara, duh –el baterista presionó el rostro con más fuerza contra la almohada.
—Pero te conozco bien –dictaminó Georg—, y sé que ahora mismo tienes una expresión de cachorro apaleado a la hora de la cena.
Gustav arrugó la nariz y giró la cabeza para enfrentarse con Georg, quien divertido, tenía una sonrisa de oreja a oreja. —¿Cachorro apaleado, en serio, Listing?
Decidido a no dejar que su conversación discurriera por caminos menos placenteros, como respuesta, Georg se limitó a cambiar de tema. –Te propongo un trato interesante…
Gustav arqueó una ceja, dejándose acomodar sobre su espalda y con Georg entre sus piernas, inclinado sobre su regazo y con un gesto travieso.
—Voy probar algo nuevo y si te gusta, me dejas continuar… —Gustav iba a preguntar qué era eso nuevo, pero en lugar de palabras coherentes, de sus labios lo único que salió fue un gemido ronco cuando Georg sujetó su miembro con una mano y sin más preámbulo, le pasó la lengua sobre el glande—. Mmm –saboreó alrededor de la sensible piel, su aliento enviando oleadas de placer por toda la zona de la entrepierna—, tomaré eso como una crítica positiva.
—N-No tienes que hacer eso –tartamudeó el baterista, intentando incorporarse en sus codos y fallando por completo cuando Georg se dejó de preliminares y lo succionó con los labios—. Ah-h –jadeó y la cabeza se le desplomó sin fuerzas sobre el colchón.
Con un brillo en los ojos, Georg prosiguió. Usando la boca y probando sus límites tomando cada vez un poco más, pronto usó las manos para ayudarse, masajeando los testículos de Gustav y comprobando extasiado lo sensible que era en aquella zona.
Lamiendo a lo largo de su erección, besó el frenillo y volvió a introducirse el miembro en la boca, probando por completo un sabor nuevo pero no por ello desagradable. Sabía a Gustav de una manera en la que no era capaz de explicarse sin sonar como un idiota o un pervertido; quizá ambas.
—Sabes bien –se detuvo por un segundo, masturbando con la mano al baterista que parecía incapaz de formular una respuesta coherente.
Sin esperar más, Georg se volvió a inclinar sobre el regazo de Gustav y sujetando su pene desde la base, trabajó con el resto usando la lengua y la boca, extrañado de no haberlo intentado antes.
—G-Georg, mmm-ah, voy a… ¡Ah! –Exclamó el baterista, abochornándose por completo ante la poca resistencia y corriéndose, para su angustia, en la boca de Georg—. Perdón, perdón, perdón –repitió varias veces a modo de mantra, cubriéndose el rostro con las manos.
—Vamos, Gusti –avanzó en cuatro patas Georg sobre su cuerpo—, fue bueno para mí también.
—¿Bromeas? Porque acabo de… ¡Ohmp! –Se calló el baterista cuando un par de labios húmedos y turgentes se presionaron contra los suyos en un beso—. Sabes a…
—A ti. Sabe bien, te lo dije –profundizó Georg el beso, compartiendo con Gustav un sabor que no tenía nada de malo como en un principio el miedo le había hecho pensar—. Y me gusta.
Pronto Gustav lo comprobó a su manera, arrodillándose al pie de la cama, entre las piernas de Georg y con una mano gentil sobre su cabeza, no presionándolo, sino dándole ánimos a continuar.
Algo que por descontado, el baterista hizo con gusto.
—Mmm… —Gruñó Gustav por lo bajo. Desnudo y envuelto entre las mantas, por una fracción de segundo, hasta consideró volver a dormir, ignorar el maldito bastardo que tocaba a su puerta con tal insistencia a una hora más que impropia y simplemente dejarse llevar de vuelta al país del sueño…
—Gus, la puerta –murmuró Georg contra su nuca, presionando su igual carente de prendas de vestir cuerpo contra el suyo y demostrándole que las erecciones matutinas seguían siendo una constante en su vida adulta como lo fueron cuando era adolescente.
De golpe, el baterista abrió los ojos, el corazón en el pecho latiéndole a mil por hora y la mente trabajando a igual ritmo, tratando de discernir si Georg, a su lado, desnudo como el día en que había nacido y presionado contra su cuerpo, era o no parte de una de sus fantasías más alocadas.
Tanteando con la única mano libre que tenía –la otra entrelazada con la del bajista en un contacto íntimo-, Gustav recorrió el brazo que lo sujetaba por la cintura hasta el hombre que conectaba con Georg y presionó con cuidado, obteniendo a cambio una risita.
—Me haces cosquillas, Gus –dijo Georg con modorra, pasando una de sus piernas por encima de los muslos de Gustav y atrayéndolo más cerca—. ¿O es tu manera de decirme que quieres algo más?
—Yo… —Se dejó Gustav rodar sobre su espalda, perdiendo el aliento en el mismo instante en que Georg lo atrapó entre sus brazos y lo besó.
—Si quieres nos lavamos los dientes y proseguimos donde lo dejamos –sugirió el bajista, al ver que Gustav apretaba los labios en una delgada línea y en lugar de cerrar los ojos ante la caricia, los dejaba abiertos y grandes, como si hubiera sido el espectador de un terrible accidente de tráfico—. Gusti, di algo –frunció Georg el ceño, temiendo lo peor ante la seriedad de su ahora amante—. ¿Es por lo de anoche? ¿Estás teniendo segundos pensamientos? Porque si es así.
—No, yo… —Balbuceó Gustav, aún en shock como para encontrar una excusa plausible a su rigidez sin explicación. Si bien ahora el sueño de sus últimos años, el anhelo que lo mantenía vivo se había cumplido, todo parecía demasiado bueno como para ser real. Lo que menos quería en esos momentos era despertar solo, en su cama, descubriendo que había tenido el sueño más maravilloso del mundo—. Estoy anonadado –dijo al fin, mordiéndose el labio inferior, aún con el sabor de Georg.
El bajista pareció meditar aquella respuesta. —¿Te arrepientes, no es así? Estás asustado y quieres fingir que no pasó nada anoche.
—No es eso, en lo absoluto… —Denegó Gustav la cabeza de lado a lado; de ser así, seguro no llevaría entre las piernas una erección que competía con la de Georg en dureza y desesperación por alivio. Tenía mil y un sentimientos en su interior, pero por seguro, ninguno de ellos era miedo, arrepentimiento o asco, como podía adivinar en la tensión que Georg parecía estar soportando.
¡TOC-TOC-TOC!
Volvió a sonar la puerta, sacándolos de su pequeño mundo y advirtiéndoles que alguien, con toda seguridad una persona que no tenía respeto por la hora, ya que eran apenas las ocho de la mañana sin ningún minuto extra, quería entrar al departamento y haría lo que fuera necesario para ello.
La primera persona que se le vino a la mente a Gustav era Veronika, si es que la discusión que ella y Georg habían mantenido en el rellano el día anterior era una prueba fiable de ello, pero al mismo tiempo la idea no encajaba del todo…
—¡Gustav Schäfer, abre la puerta a tu querida hermana mayor o sufre las consecuencias de tus actos! –Se escuchó amortiguado el grito de Franziska en la entrada del departamento.
—¡Mierda! –Apartó Gustav a Georg encima y casi lo tumbó fuera de la cama por la fuerza de su empuje—. Mierda, mierda, mierda… —Repitió en una especie de mantra, poniéndose de pie y buscando entre las prendas del suelo, las que le pertenecían—. No, no puedo usar esto –tiró los pantalones que llevaba en la mano—. Debo de usar el pijama y… ¡Mierda! –Se golpeó la frente con la mano, inclinándose sobre los cajones y buscando un par limpio de ropa interior al mismo tiempo que maldecía por lo bajo.
Divertido por el cuadro de un baterista estresado hasta su máxima expresión, Georg lo contempló por un minuto completo, conteniendo las risas detrás de su mano y seguro de que en cuanto Gustav se diera cuenta de que estaba quieto como estatua, una lluvia de estrés llovería sobre él.
Tal como lo predijo, abotonándose la camisa de su pijama, fue que los ojos de Gustav dejaron de dar vueltas como locos y se posaron en Georg, recostado en su cama, desnudo y apenas cubierto obscenamente con las sábanas enredadas que aún olían a su encuentro de la noche anterior.
—¡Georg! –Gritó al borde de un ataque cardiaco.
—¡Gustav! –Respondió el bajista, en el mismo tono pero sin la crisis inminente en su tono de voz, si acaso divertido de aquella comedia que los dos representaban—. Tranquilo, Gus, es sólo Franziska. Siéntate un momento y respira un par de veces hasta que se te pase. Si sigues así, te quedarás calvo de las preocupaciones –se acomodó mejor entre las almohadas.
—Exacto, es Franziska –chilló Gustav, recogiendo las prendas de vestir del suelo que le pertenecían a Georg y tendiéndoselas con fuerza, casi dándole en la cara con ellas—. ¡Vístete ya! –Exigió con las facciones descompuestas—. Ella vino de visita a quedarse por unos días, no a enterarse de que su hermano está en la cama con otro hombre. Dios, eso suena horrible –se sujetó la cabeza entre las dos manos—. Vamos, date prisa, ¡ya! –ordenó al bajista con urgencia.
Viendo que Gustav no bromeaba en lo absoluto, Georg se desenredó de las mantas y a Gustav casi se le formó un bulto sospechoso en los pantalones. No podía evitarlo; mucho menos cuando Georg parecía el modelo estrella de ropa interior Calvin Klein, deslizando sobre sus caderas primero al ropa interior y luego los pantaloncillos. Apenas se pasó por encima de la cabeza la camiseta, Gustav suspiró de alivio, aún con la garganta seca y el corazón palpitándole con fuerza en el pecho.
—Bien, voy a abrirle la puerta. Mientras tanto, abre una ventana y acomoda un poco la cama. Finge que te acabas de despertar –pidió, tomando aire antes de salir de la habitación.
—Pero si me acabó de despertar –murmuró Georg, un poco ofendido. …l esperaba tener en la mañana una continuación de su primera noche, no un salto de trampolín para recibir visitas y de paso fingir que nada entre ellos había pasado. Suspirando por su mala suerte, el bajista abrió la ventana tal y como Gustav le había ordenado, eliminando así el ligero aroma a sexo del ambiente.
Mientras el bajista se ocupaba de adecentar la habitación, Gustav enfilaba rumbo a la puerta, temeroso de abrirla y deseando que Franziska hubiera renunciado a su deseo de visitarlo, que sin ser su habitual yo, hubiera desistido y aplazara su visita.
Como si el destino quisiera burlarse del baterista, la puerta volvió a sonar, esta vez acompañada del timbre que raras veces parecía funcionar, y lo hizo con tal fuerza, que hasta la madera se estremeció.
—Ya voy –carraspeó antes de abrir, decidido a que si había sobrevivido la Navidad con su familia, bien podría pasar unos días con la hermana que tanto quería, incluso si ésta tenía la costumbre de llegar en los momentos menos adecuados—. ¡Franny! –Fingió una sonrisa y abrió los brazos al aire, sólo para encontrar a su hermana en el suelo y rodeada de una pila y media de basura.
Ok, no basura. Un segundo vistazo le hizo comprender que lo que el consideraba desechos de la papelera, era el contenido de la bolsa de la bolsa de mano de su hermana desparramado en el suelo.
—¡Al fin! –Gritó ésta triunfante, alzando un llavero con una única llave en él.
—¿Es esa la llave de emergencias para mi departamento que ti el año pasado? –Preguntó Gustav, alegrándose como nunca de no haber ignorado la puerta. Tarde pero segura, Franziska habría usado su propia llave y lo habría encontrado en una postura poco digna de mencionar, con probabilidad, demasiado ido como para importarle si estaba con las piernas al aire o no.
—Duh, claro que sí –empezó Franziska a meter toda clase de objetos en su bolso de mano; desde plumas hasta lo que parecía una tira de condones, para mortificación del baterista, que miró a otro lado, decidido a condonar que su hermana era una mujer adulta con una vida sexual activa incluso si a él no le parecía ni una pizca—. Como no abrías, pensé que quizá estabas en el baño o con alguien –alzó las cejas repetidas veces, sugiriendo algo sucio con ello.
—Ay Franny, creo que tienes una imaginación demasiado…
—¿Fran, eres tú? –Apareció Georg detrás de Gustav, pegando su cuerpo contra el suyo, abriendo más la puerta y portando una sonrisa espléndida, a pesar de lo desarreglado de su cabello; al baterista casi se le fue toda la sangre de la cabeza—. Gustav no me dijo que fueras a venir.
—Ni a mí que tú estuvieras aquí, ¿eh? –Le guiñó un ojo a su hermano—. Así que supongo que estamos a mano.
—Bien por mí –salió Georg a recibirla, dando un breve abrazo y un beso en la mejilla—. ¿Quieres ayuda con el equipaje? –Miró a su alrededor, sorprendido de que no llevaba consigo nada más que su bolso de mano—. ¿O eres de esas chicas que viajan ligeras?
—Eso quisieras –rodó Franziska los ojos—. Dejé mis maletas en el primer piso; si las hubiera cargado hasta el segundo piso, seguro no vivía para contarlo. No sé por qué Gustav insiste vivir en este sitio sin elevador. Bien podría comprarse un departamento en un pent-house y vivir mejor.
—Mmm –gruñó Gustav—, no tienes permiso a criticarme si tu departamento no es mejor que el mío.
—Eso es, hermanito –se quitó deprisa las acusaciones de encima—, porque yo no soy una estrella de la música. Yo pago mis cuentas con mi trabajo en la oficina, no yéndome de tour por todo el mundo.
—No discutan –los interrumpió Georg, tomando la mano de Gustav y tirando de él hacía las escaleras—. Vamos, hay que traer el equipaje de Fran y no pienso hacerlo solo.
—Bien, en un segundo estamos de vuelta, Franny. Así que nada de husmear por ahí –le dijo a su hermana, quien miraba más a su mano sujeta por la de Georg que a otra cosa.
—Ajá, Gusti –respondió entrando al departamento y sonriendo para sí, deduciendo a medias entre lo que acababa de ver y lo que sospechaba.
—Diosss –siseó Gustav, arrastrando en cada mano y por tres pisos ya, con dos maletas repletas de viaje; al parecer, Franziska era incapaz de salir de viaje (sin importar que fuera a salir por menos de cinco días) sin llevar consigo la casa completa por piezas y completa marcada como equipaje de emergencia—, ¿pero es que trae piedras o algo así?
—No, las piedras están acá –llevaba Georg un gran bolso, resoplando con cada escalón que avanzaban.
—Espera –se detuvo Gustav antes de alcanzar su piso—. Franny es lista, tenemos que actuar como si nada hubiera pasado jamás. Si ella pregunta…
—Gus, no le voy a decir que sigo con Veronika aún, si es lo que me vas a pedir –dijo Georg con seriedad, y Gustav se sintió culpable, pero era eso precisamente lo que tenía en mente—. Si quieres, podemos mantener esto en secreto, pero… Te preguntaré antes, ¿qué somos?
—No ahora –suplicó Gustav, convencido de que lo suyo con Georg no tenía futuro, no porque él no lo quisiera así, sino porque el bajista acababa de terminar una relación de dos años y él era su amigo, un hombre por encima de todo—, por favor.
—Gustiii –gritó Franziska desde un piso arriba—, ¿aún no llegan?
—Dos pisos más –mintió Gustav en respuesta—. Georg –se dirigió al bajista, quien parecía haber perdido el brillo alegre de la mañana y lucía molesto—, lo que pasó anoche fue de improvisto, pero no lo lamento, en serio. Es sólo que… Estoy asustado –admitió al final.
—Si te soy honesto, yo también –dio Georg un paso hacía adelante y miró a Gustav a los ojos—, pero quiero intentar esto, sea lo que sea.
Al baterista se le secó la boca. –Yo también.
—Gusti, ¿qué tan difícil es subir un par de malet-…? –Bajó Franziska por las escaleras, deteniéndose de golpe ante el cuadro que tenía—. Perdón –se disculpó antes de dar media vuelta y subir los peldaños de dos en dos.
—Mierda, ¿nos vio, no es así? Joder… —Se cubrió Gustav la cara con las manos, consciente de que en cuanto entrara al departamento, su hermana lo acribillaría a preguntas hasta que le sangraran los oídos de escucharla, un panorama que para nada le convencía.
—No importa –le apartó Georg las manos de la cara, besándolo después en los labios con rapidez—. Si pregunta, le diré lo que quieras que le diga. Sólo déjame besarte otra vez –sonrió un poco.
Gustav fingió considerar la opción. –Concedido –cedió cerrando los ojos y presionando los labios de Georg contra los suyos.
Había ocasiones en los que las opciones eran Ganar vs. Ganar; ésta era una de ellas.
—¿En serio? –Le llegó a Gustav la voz de la sala hasta la cocina donde él se encontraba preparando un par de tazas de café—. Qué maldita, y perdona que lo diga…
—Y que lo digas, Franny –murmuró Gustav frente a la cafetera, distrayéndose de la conversación que su hermana y Georg mantenían en la sala mientras el jugaba el papel del perfecto anfitrión al llevarles café recién preparado y un tazón con galletas dulces.
Porque a fin de cuentas mentir no tenía sentido, Georg le estaba contando a Franziska su reciente rompimiento con Veronika y ésta se comportaba como la perfecta oyente, agregándole silencio a las pausas y preguntas a los puntos clave; increíble como era, Georg parecía encantado de poder contarlo todo.
Desde su pequeña casita y al parecer cumpliendo el refrán de que ‘cada mascota se parece a su dueño’, apenas el café destilado inundó con su aroma la cocina, Claudia sacó la cabeza marrón por encima de su caja y miró al baterista con sus ojos negros.
—Nada de esta porquería para ti –se inclinó Gustav para acariciarle el caparazón—. Toma un poco de lechuga –le tendió un par de tiras, que Claudia contempló con interés y que a paso de (¡valga la redundancia!) tortuga, alcanzó y procedió a masticar con calma—. Eso me gusta.
—¿Qué te gusta? –Preguntó Georg, entrando a la cocina, atraído por el aroma que emanaba de la cafetera. Aprovechándose de que Franziska estaba en la sala, abrazó a Gustav desde atrás y le besó un punto sensible detrás de la oreja que hizo al baterista arder hasta la frente.
—¡Georg! –Siseó por lo bajo, alarmado de que sus reacciones lo traicionaran—. Aquí no, Franny puede vernos.
—Está en la sala, viendo el televisor, no a nosotros, Gus –intentó Georg repetir su acción, pero el baterista se dio media vuelta y lo advirtió con una simple mirada.
—Hablo en serio.
—Yo también –replicó con su mejor cara de niño bueno—. Un beso, sólo uno y me iré.
Las aletas de la nariz de Gustav temblaron, pero como era más sencillo ceder a la tentación que luchar contra ella, terminó por aceptar. –Ok, pero sólo uno.
—Hecho –lo besó Georg con lentitud, alargando el momento en que sus labios debían separarse. Sujetándolo por la nuca con una mano, pronto su beso cobró intensidad y fue por ello que por poco fueron atrapados al no escuchar los pasos que se acercaban a la cocina.
Franziska no vio nada raro a excepción de su hermano con la cara enrojecida y a su amigo demasiado pegado a la estufa como para ser normal. —¿Chicos?
—El ca-café no tard-da en estar-r listo —tartamudeó Gustav, llevándose una mano al pecho.
—Uhm, si ustedes dicen… —Salió Franziska de la cocina—. Voy a si encuentro algo de música en la radio.
—Por poco –exhaló Georg aire. Gustav, por otra parte, apenas si podía contener la risa—. ¿Casi nos atrapa y lo único que haces es reírte? –El baterista lo haló contra sí por el cuello de la camiseta—. ¿Gusti, ya te volviste loco por la tensión?
—Uh, uh, puede ser –murmuró antes de volverlo a besar, la cafetera a su lado pitando que ya había terminado.
—… entonces le dije: “Mira, puedo llegar antes, pero tienes que prometerme que esa fiesta vale la pena, porque si no…”, je, obviamente dijo “sí, claro” pero sé que no es tan buena –explicaba Franziska, mordisqueando galletas y bebiendo su café con dos cucharadas de crema y dos de azúcar—. Cambiar el boleto fue fácil y papá me llevó a la estación de trenes para asegurarse de que estuviera bien y listo. Heme aquí, ¡tadán! –Finalizó con emoción su relato de por qué estaba antes de lo previsto.
Gustav tenía contemplada su visita ese mismo día, pero en la tarde, después de anochecer, no cuando aún el sol consideraba temprano salir.
—¿No pudiste llamar antes por lo menos? –Inquirió el baterista, un poco adusto.
—Sí, porque francamente eso de interrumpir el sueño de otras personas debería ser el onceavo pecado capital o algo así, ¿eh, Gusti? –Le pasó Georg el brazo por encima de los hombros al baterista, quien se tensó un poco, pero al mismo tiempo intentaba actuar como si eso pasara todos los días.
—Ajá –concedió el baterista bebiendo un poco de su café con gesto vago.
—Eso me lleva a preguntar, Georg –usó Franziska su tonó meloso para preguntar—, ¿qué haces tú aquí? Dices que rompiste con Veronika, pero el departamento lo pagas tú si la memoria no me falla, ¿eh, Gusti? –Consultó con su hermano, quien sólo asintió—. ¿O por qué no un hotel?
La sonrisa de Georg no perdió ni uno sólo de sus watts de luminosidad. –No tenía a dónde ir realmente. Mi cama donde Veronika durmió con alguien más –esbozó una mueca—, no gracias. Paso. Un hotel no es caro, pero es impersonal. Y no sé, primero pensé en Gustav. No hay una razón detrás de eso, ¿verdad, Gus?
Gustav rodó los ojos con fastidio. –¿Podrían hablar entre ustedes sin tener que consultarme de por medio?
Los tres soltaron una carcajada por el comentario y pronto el tema quedó olvidado para bien.
—¿Estás segura que sabes bien la dirección? –Consultó Gustav a su hermana, quien viendo su reflejo en el espejo del baño y con el delineador de ojos apoyado contra su párpado inmóvil, trataba de maquillarse para la fiesta de esa noche.
—Ya te dije, Gus, que Julie y Evchen pasarán por mí, nada de qué preocuparse. Estaré antes de que vuelva a salir el sol, ni siquiera notarás que no estoy.
—Contigo dejando objetos por todas partes, lo dudo –replicó Gustav, entrando al baño y tomando asiento sobre la tapa del inodoro—. Sólo quiero asegurarme de que es seguro. Si algo te llega a pasar, no tendría cómo pagarle a mamá su primogénita.
—No exageres –se retocó Franziska el labial, haciendo una boca de pez en el proceso—. Además, Georg está aquí, ¿no? Los dos pueden encontrar maneras de divertirse, si es que me entiendes.
—Uhmmm… —Gustav pateó la puerta y ésta se entrecerró—. No digas eso, no con Georg en la casa al menos –susurró con un evidente malhumor en su voz.
—¿Crees que no noté las miradas que se estaban dando entre ustedes dos? –Se detuvo Franziska para mirar a Gustav a través del espejo y con el frasco de perfume en la mano—. Vamos, Gus. Tenme más crédito. Casi se lanzaban el uno sobre el otro en el sofá. Y no es que me fuera a quejar si lo hubieran hecho, ¿sabes?
—¿En serio? –Abrió Gustav grandes los ojos de la sorpresa y fue cuando Franziska chasqueó la lengua.
—No necesito más confirmación que ésa –dictaminó Franziska, dándose media vuelta y lista para salir por la noche—. Gusti, no te estreses sin razón. Por lo que vi, ustedes dos tienen química, siempre lo he pensado, pero necesitan trabajar más en lo que dicen y lo que hacen. Especialmente lo primero. Piensa, ¿si Georg nunca dice nada, te vs a quedar de brazos cruzados?
—Es complicado –musitó Gustav apoyando la barbilla sobre el pecho—. …l acaba de terminar con Veronika y… Eso debería bastar como excusa.
—Oh, Gusti… —Se sentó Franziska en su regazo, abrazándolo por el cuello como si lo quisiera consolar, pero haciendo de ello un cuadro extraño al ser ella quien se acurrucaba en sus piernas—. Eso es un pretexto, uno muy malo si me permites agregar.
—Franny, shhh –respondió Gustav el abrazo y sujetándola por la cintura—. Voy a pensar en lo que me dices, ¿está bien así?
—Por el momento –besó Franziska la frente de Gustav—, ¿ok?
—Ok –respondió éste.
Y cinco minutos después, cuando Georg entró al baño buscando a Franziska porque sus amigas ya habían llegado por ella, fue como encontró a los hermanos aún abrazados y susurrándose confidencias al oído.
El momento en que Franziska se despidió de Gustav y de Georg fue uno muy tenso, no por el adiós momentáneo, sino porque cuando se cerró la puerta y aquel par se quedó a solas, de pronto el mundo pareció girar en sentido contrario.
—Solos los dos –dijo Georg al aire, como si el hecho no fuera suficiente y requiriera de una confirmación.
—Ajá –respondió Gustav, deseando romper la tensión en el aire, pero no muy seguro de cómo.
—¿Podríamos…?
—¿Sí?
—¿Quizá…?
—¿Mmm?
—¿Tú y yo…?
Gustav se giró a ver a Georg, quien miraba un punto en la pared al tiempo que se atoraba con sus propias palabras. –Franny ya no está –dictaminó el baterista, decidido a hacerle caso a su hermana por una vez en la vida y tomar la iniciativa con el bajista—. ¿Quieres hacer algo?
—¿Algo como…? –Empezó Georg, sólo para verse silenciado por los labios de Gustav presionándose con los suyos—. Woah –exclamó apenas se separaron—, eso –murmuró correspondiendo al beso y recorriendo a Gustav con las manos, primero por la espalda y después descendiendo por las caderas.
—¿Recuerdas a…? No importa. Me regalaron un kit de aceites para masaje –gimió Gustav con los labios de Georg recorriendo su quijada en pequeños besos y mordiscos—, ¿quieres probarlo?
—No soy muy afecto a los masajes, pero por ti… —Sin mediar una palabra más, el bajista cargó a Gustav y con él a cuestas, avanzó con paso seguro rumbo a la habitación, cerrando la puerta detrás de sí con el pie.
Resultó que si bien no era muy afecto a recibir masajes, Georg lo era al darlos. Y a muestra de ello, Gustav podía testificar con una mano sobre la Biblia… Eso si era capaz de salir del éxtasis que era tener las manos del bajista por todo su cuerpo, untadas con esencia de cítricos y recorriendo cada rincón de su piel expuesta, que para estar desnudo, era toda y sensible al tacto.
—Owww –se quejó de placer, cuando el bajista, en una técnica nunca antes vista, le hizo crujir hueso a hueso la columna, al mismo tiempo que lo besaba en la nuca con devoción. ¿Cómo era tan multitareas? Ni el mismo baterista lo sabía—. Eso es genial.
—Espera a que llegue más abajo –le susurró Georg al oído, sólo para mordisquearle el lóbulo segundos después.
—¿Abajo? –Se tensó Gustav por instinto, de pronto no tan dispuesto a yacer desnudo sobre su cama mientras dejaba a Georg hacer el resto—. ¿Por qué abajo? Me duelen más los hombros –trastabilló en búsqueda de una excusa plausible.
—Gusti, calma –se inclinó Georg sobre su amigo, recorriendo sus brazos con las manos en un largo y sensual movimiento—. No haré nada que tú no quieras, si es lo que temes.
—Lo que temo es que me quieras tocar el trasero –barbotaron las palabras de la boca de Gustav y éste se sintió al borde del desmayo apenas las pronunció—. Lo siento, es que esto del sexo gay es confuso para mí –confesó a medias.
La verdad es que Gustav podría con facilidad ser considerado heterosexual. Sus únicas parejas sexuales habían sido mujeres, todas y cada una de ellas sin excepción, siendo femeninas y tiernas; sin ir más lejos, su última novia de más de un mes había sido una preciosura de cabello largo y suave, con voz dulce y carácter tierno que cuando tomaba más de un poco, se comportaba como un duende embriagado con néctar dulce.
La única excepción en su historial, era Georg, tan varonil como se podía con su barba de días y la manía de eructar para dejarle saber a todos que la comida le gustaba.
Y es que si Gustav era honesto consigo mismo, su atracción por Georg iba más allá de lo físico, lo suyo era un enamoramiento que al jamás haber pasado de la etapa platónica hasta entonces y por lo mismo carecía de puntos de referencia por los cuales guiarse.
—¿Puedo preguntarte algo? –Inquirió Gustav cuando Georg hizo una pausa en su masaje y se tendió a su lado.
—Supongo… —Le pasó el bajista una pierna por encima de las suyas.
—Uhm, verás… ¿Te sientes atraído por mí? –Preguntó Gustav, hundiendo la cara en la almohada sobre la que descansaba—. Es decir, no enamorado o algo así, no te preocupes, sólo… Digo… ¿Atracción, quizá?
Georg suspiró a un lado con fuerza. –Vamos, Gus. ¿Crees que haría esto contigo sin sentirme atraído por ti? Sé que es pronto para hablar de cursilerías, pero me gustas y mucho. Mientras me lo permitas, quiero seguir a tu lado y ver a dónde nos lleva esto.
—¿Esto? –Repitió Gustav la palabra, de un algún modo decepcionado.
—Gusti, quita esa cara de tristeza –lo besó Georg en el hombro—. No te sienta en lo absoluto.
—Ni siquiera me puedes ver la cara, duh –el baterista presionó el rostro con más fuerza contra la almohada.
—Pero te conozco bien –dictaminó Georg—, y sé que ahora mismo tienes una expresión de cachorro apaleado a la hora de la cena.
Gustav arrugó la nariz y giró la cabeza para enfrentarse con Georg, quien divertido, tenía una sonrisa de oreja a oreja. —¿Cachorro apaleado, en serio, Listing?
Decidido a no dejar que su conversación discurriera por caminos menos placenteros, como respuesta, Georg se limitó a cambiar de tema. –Te propongo un trato interesante…
Gustav arqueó una ceja, dejándose acomodar sobre su espalda y con Georg entre sus piernas, inclinado sobre su regazo y con un gesto travieso.
—Voy probar algo nuevo y si te gusta, me dejas continuar… —Gustav iba a preguntar qué era eso nuevo, pero en lugar de palabras coherentes, de sus labios lo único que salió fue un gemido ronco cuando Georg sujetó su miembro con una mano y sin más preámbulo, le pasó la lengua sobre el glande—. Mmm –saboreó alrededor de la sensible piel, su aliento enviando oleadas de placer por toda la zona de la entrepierna—, tomaré eso como una crítica positiva.
—N-No tienes que hacer eso –tartamudeó el baterista, intentando incorporarse en sus codos y fallando por completo cuando Georg se dejó de preliminares y lo succionó con los labios—. Ah-h –jadeó y la cabeza se le desplomó sin fuerzas sobre el colchón.
Con un brillo en los ojos, Georg prosiguió. Usando la boca y probando sus límites tomando cada vez un poco más, pronto usó las manos para ayudarse, masajeando los testículos de Gustav y comprobando extasiado lo sensible que era en aquella zona.
Lamiendo a lo largo de su erección, besó el frenillo y volvió a introducirse el miembro en la boca, probando por completo un sabor nuevo pero no por ello desagradable. Sabía a Gustav de una manera en la que no era capaz de explicarse sin sonar como un idiota o un pervertido; quizá ambas.
—Sabes bien –se detuvo por un segundo, masturbando con la mano al baterista que parecía incapaz de formular una respuesta coherente.
Sin esperar más, Georg se volvió a inclinar sobre el regazo de Gustav y sujetando su pene desde la base, trabajó con el resto usando la lengua y la boca, extrañado de no haberlo intentado antes.
—G-Georg, mmm-ah, voy a… ¡Ah! –Exclamó el baterista, abochornándose por completo ante la poca resistencia y corriéndose, para su angustia, en la boca de Georg—. Perdón, perdón, perdón –repitió varias veces a modo de mantra, cubriéndose el rostro con las manos.
—Vamos, Gusti –avanzó en cuatro patas Georg sobre su cuerpo—, fue bueno para mí también.
—¿Bromeas? Porque acabo de… ¡Ohmp! –Se calló el baterista cuando un par de labios húmedos y turgentes se presionaron contra los suyos en un beso—. Sabes a…
—A ti. Sabe bien, te lo dije –profundizó Georg el beso, compartiendo con Gustav un sabor que no tenía nada de malo como en un principio el miedo le había hecho pensar—. Y me gusta.
Pronto Gustav lo comprobó a su manera, arrodillándose al pie de la cama, entre las piernas de Georg y con una mano gentil sobre su cabeza, no presionándolo, sino dándole ánimos a continuar.
Algo que por descontado, el baterista hizo con gusto.