—¡Lo tengo! ¿Qué tal Mary-Kate y Ashley? –Dijo Bill con emoción.
—Claaaro, ¿y no quieres que se apelliden Olsen? –Gustav se sujetó el tabique de la nariz con fuerza entre dos dedos para no estallar por lo que sería la cuarta vez en esa mañana—. En serio chicos, nombres reales, no súper estrellas famosas, ¿ok? ¿Es que es tan difícil esforzarse?
Ciertamente lo era. Gustav, tras haber establecido desde un inicio que las niñas jamás se llamarían, ni Tomsina ni Billarina, así como tampoco Samy y Nena, pensaba que quizá podrían llegar a un acuerdo conjunto en donde elegir nombres de bebé no ocasionara ni canas verdes ni trifulcas. Y oh, cuán equivocado estaba al tener esperanzas en aquel par para cooperar al respecto.
Peor aún, en su gran mundo de arcoiris y caramelos, confiarse de que todo iría tan bien, que ahora los cinco, David Jost incluido, estaban en el auto de Georg rumbo a la oficina de bienes raíces.
Gustav y Georg apenas tenían una semana de nuevo juntos, pero el asunto de irse a vivir por su propia cuenta, tener un hogar y más que nada privacidad, corría con prisa. No por alguna razón en especial, cierto que Gustav disfrutaba de lo maternales que podían ser los gemelos pese a que de vez en cuando le dieran unas irreprimibles ganas de ahorcarlos cada que se empeñaban en agregarle una frazada más a la pila de varias que ya cargaba encima, pero la simple idea lo despegaba del suelo cinco centímetros dado lo idílico que resultaba ver cumplido su sueño de estar con Georg.
Un plus de embarazo y gemelas no le iba a arruinar nada, al contrario, fortalecía el vínculo. Decir que Georg podía ser incluso más protector que Bill y Tom al respecto de su embarazo era quedarse corto en cuanto a la verdad de que el bajista no rechistaba cuando a las tres de la mañana a Gustav le daba antojo de un vaso de leche tibia con una pizca de vainilla. Ni eso, ni los nachos con mermelada de piña que tenía que salir a buscar de madrugada y en pijamas por la ciudad.
Y no que los masajes de cuerpo entero no tuvieran su ventaja, lo mismo que las sesiones de besos en la barriga o el casi verse cargado en brazos cada que se tenía que mover. Simplemente Gustav no encontraba una manera en la que Georg no le demostrara su amor. No que tuviera mucho que ver con mudarse o no, pero le pintaba la vida tan de color rosa que incluso se encontraba añorando el día del parto para sentir que todo aquello había valido la pena y era real.
—¿Y si son nombres que empiecen con ‘G’? –Sugirió Tom—. Ya lo dije antes, pero creo que es lo mejor. A menos de que consideres…
—Por doceava vez, no. Samy, Samantha, Sama-lo-que-sea está fuera de cuestión. Hablo en serio. Piensen con buen juicio, por Dios. No quiero que mis hijas sean la burla de la escuela porque se les ocurrió que ponerle Osama a una y… —Estalló Gustav al final, hasta que Georg detuvo el automóvil y fue patente que habían llegado.
—Shhh, calma –lo tranquilizó el bajista al cruzar el espacio entre los dos asientos delanteros para cubrirlo en un abrazo—. Ya pensaremos en algo. Hasta entonces, re-lá-ja-te.
Gustav se contuvo de replicar. Quedaban unos tres meses y medio para decidir aún, lo que no lo consolaba en lo mínimo una vez que pensaba en las palabras de Sandra al confirmarle la noticia de que por ser un parto doble, lo más probable era que se adelantara. Eso y el hecho de que fuera hombre, no ayudaba mucho. Tener preocupaciones, no sólo por los nombres, sino por conseguir lo que faltaba pues una vez nacidas las niñas no iban a tener tiempo, lo tenía explosivo como nunca antes.
—Pero…
—No, no ‘peros’. Esto tiene que ser divertido, no una pesadilla. Así que… —Fulminó a los tres pasajeros del asiento trasero por medio del espejo retrovisor hasta que los vio enrojecer desde la raíz del cabello a los dedos de los pies; Jost a punto de replicar que él venía por asuntos relacionados con la banda y las finanzas, pero silenciado por igual—. ¿Qué decías, Tom, de los nombres?
Antes de que el mayor de los gemelos pudiera abrir la boca, una mano golpeó la ventanilla con suavidad y todos se giraron para ver una pelirroja de unos treinta años que sonreía como si la vida fuera tan maravillosa que no expresarlo fuera un crimen.
Georg bajó el cristal y la mujer se presentó como la agente de bienes raíces que se iba a encargar de buscarles una casa.
—Queremos… —Gustav se encontró silenciado por un dedo largo con las uñas rojas.
—Nada, déjenmelo todo a mí, querida. –La nariz del rubio se frunció como si hubiera olido algo fétido y putrefacto justo en ese instante por ser llamado ‘querida’. Yo me encargaré de que sus sueños se hagan realidad. –Desde atrás se dejaron oír las risitas disimuladas de los gemelos. Ajeno a ello, la mujer abrió una de las puertas traseras del vehículo y sin esperar a ser invitada, se subió sin más—. Ahora bien, empecemos con el tour.
Los cinco presentes hicieron una mueca que no presagió nada bueno…
—Patrañas. –Gustav se quitó el brazo de los ojos para buscar a Georg, que en ese momento se quitaba la camiseta y la tiraba en el cesto de la ropa sucia—. ¿Me escuchaste? Esa mujer es una incompetente. ¿Quién quiere una casa de dos pisos con cinco habitaciones y un baño? Ugh, y no quiero hablar de esa casa con papel tapiz de payasos. Digo, ¿payasos? ¿Quién decora su casa así?
—Siempre podemos hacer que pinten las paredes. –Georg se sentó a los pies de la cama y bostezó—. Además, no todas estaban tan horribles –se justificó, dejando de lado por supuesto, que la palabra clave en esa oración era ‘tan’.
—¿Ah, sí? –El baterista se apoyó en los codos para luego arquear una ceja—. Dime entonces cuál era la más decente. –Veinte casas en un día y todas espantosas lo tenían mordiendo yugulares por todos lados. Jost había huido más temprano pretextando una llamada urgente en el estudio y los gemelos estaban refugiados en el piso inferior por lo mismo.
—La , creo que era… —Empezó a contar con los dedos—. La novena que vimos. Estaba bien. –Sujetó una pierna de Gustav y la masajeó. El rubio ronroneó ante aquel contacto pues los pies le estaban matando de horas antes—. Tiene cuartos para todos. Suficientes baños. Y…
—La piscina, lo sé… —Gustav bufó—. No sé, no me convence. Las niñas…
—¿Las niñas qué? –Frunció el ceño el bajista—. A ellas les encantará. En unos años, claro. Sólo deja que se pongan trajes de baño de las princesas y les saldrán escamas de tanto estar en el agua.
—Si es que no se ahogan antes. –Gustav se giró de costado—. Olvídalo, es un miedo estúpido.
Georg no dijo nada mientras se despojaba del pantalón y gateando se acercaba a Gustav para abrazarlo por detrás. Con una mano en el vientre del rubio, se enfrascó en aquella pequeña zona detrás de la oreja que era la debilidad de su pareja. –Ellas van a estar bien. Y cuando empiecen a caminar sólo nos aseguraremos de ser extra cuidadosos. Luego podrían aprender a nadar, ¿sabes?
—Seh –suspiró Gustav—, porque la casa en verdad me gustó. ¿Viste el piso? Era tan hermoso.
—Reflejaba debajo de la falda de la mujer de bienes raíces –arrugó la nariz el bajista. Recibió un pellizco en el muslo por decirlo, pese a que Gustav lo había notado desde antes.
Permanecieron unos minutos más en completo silencio. La quietud de la noche envolviéndolos, pues tras un largo día, lo más conveniente era dormir. A Georg los ojos ya se le cerraban por aquella mezcla de cansancio, Gustav en sus brazos y paz que se sobresaltó al oír la voz del baterista llamándolo.
—¿Mmm? –Con la nariz acarició al rubio por el cuello—. ¿Qué pasa? ¿Bocadillo de medianoche?
Gustav se sonrojó. –Eso también… —Georg le sopló aire tibio en la nuca con una carcajada—. No, idiota. ¿Qué dices si compramos la casa?
—¿Y la alberca? –El bajista le pasó una pierna por en medio de las suyas y Gustav se derritió por el tibio contacto.
—Ya tendremos tiempo para eso. Como dices, siempre podemos ser cuidadosos. Tengo entendido que las niñas empezarán a caminar hasta después de un año. Podemos rellenar la piscina con gelatina durante ese tiempo… Hey… —Rodó hasta quedar de espaldas porque Georg le alzaba la camiseta y le palpaba el vientre con suaves cosquillas.
—¿Oyeron? No se preocupen, haré que Gusti la llene de flan porque sabe mejor.
—Idiota –murmuró haciéndose el ofendido Gustav, al pegarle en la cabeza a Georg, que se fingió el dolido—. Entonces… ¿La compramos?
El bajista soltó un largo suspiro. –Los gemelos van a llorar, pero qué diablos. Hagámoslo.
Esa noche, tras acurrucarse bajo los edredones y besarse para dormir entrelazados el uno con el otro, ni a Gustav ni a Georg se les pudo borrar la sonrisa de los labios.
Un hogar era el primer paso para conformar la familia que querían juntos.
—No va a tardar, estoy seguro –se disculpó Gustav con Sandra y volvió a intentar llamando de nueva cuenta. El buzón del teléfono lo saludó por tercera vez en aquella noche y no se molestó en dejar otro mensaje pues los anteriores ya sonaban desesperados, no quería agregarle paranoia al siguiente.
Una llamada anterior a los gemelos le había aclarado que Georg ya venía en camino a lo que sería su primera consulta ginecológica juntos, pero tras una hora de espera y sin vistas de comunicación, comenzaba a preocuparse en serio. Más que nada, no quería empezar sin su pareja, porque ir a abrirse piernas y dejarse auscultar entre ellas, no era lo que se decía reconfortante si se hacía a solas.
—Ugh, se lo recordé esta mañana infinidad de veces –murmuró para sí el baterista. Sandra no dijo nada. Su habitual petición de no retrasarse puesto que odiaba dejar a su hija sola tan tarde se la guardó al ver que Gustav de verdad parecía desconcertado con aquella ausencia.
Aquel sería el primer día que Georg conocería a Sandra y por lo tanto querían de hacer de aquella ocasión algo ligero, algo que no se podía si una de las personas faltaba.
Veinte minutos después, jadeando por el esfuerzo de correr desde el estacionamiento hasta la clínica, el bajista al final hizo aparición.
—Perdón… El tráfico… Y luego… Pasó que… —Tragó saliva sujetándose el costado del estómago. Gustav le tendió de la botella de agua que bebía para que se recuperara. Apenas pasó el primer trago, Georg le dio la buena noticia—. Ya venía en camino cuando Natasha llamó y… —La ceja arqueada de Gustav le dijo que debía explicarse—. Ya sabes, la de bienes raíces.
—¿Qué con eso? –Gustav abrió grandes los ojos porque aquella era la noticia que venían esperando por una semana. Tras haber tenido que entrar en una puja por la casa una vez que descubrieron que otra pareja la quería con el mismo ahínco, al fin parecían haber ganado—. Dime que…
—¡Es nuestra! –Georg lo abrazó y Gustav se dejó envolver en aquellos brazos—. Por eso llegué tarde. Tuve que ir a firmar el contrato, era urgente. Sólo faltas tú, y la casa nos pertenecerá. Incluso hablé con Jost y la transferencia del dinero estará completa mañana al mediodía si hacemos llegar estos papeles a primera hora del día. ¿No es genial?
—Espera a que le digamos a los gemelos…
Los dos se mecieron en su sitio, aún abrazos por lo que aquella noticia significaba.
Lo que de paso poco le importaba a Sandra, que apenas los vio volver a la calma, los arrastró al cuarto de exploraciones en donde Georg descubrió lo que realmente significaba que Gustav estuviera embarazado una vez que contempló a las niñas a través del monitor.
—¿En serio son ellas? –Balbuceó incrédulo de lo que las sombras le dejaban adivinar. A diferencia de los gemelos y del mismo Gustav, él veía con claridad las dos cabezas y el par de extremidades que cada una movía como si estuvieran saludando.
—Aún faltan dos meses, un poco más si acaso, para que tomen la postura adecuada para el parto, pero ésta de aquí –Sandra señaló la pantalla con un dedo encima de la niña que se proyectaba a la derecha y que Gustav identificó como la que le pateó una costilla como si supiera que hablaban de ella— es la más probable de ser la primera.
—Yo veo puré de papa revolviéndose… —Gustav eructó después de sus palabras, como una venganza de las niñas al no ser reconocidas por su progenitor.
—Nah, mira… —Georg soltó una de sus manos de las de Gustav para ayudarlo a visualizar qué era lo que veían en pantalla—. Tomsina… ¡Auch! –Chilló cuando Gustav le dio un manotazo en el costado. Una mirada lo dijo todo—. Ok, ok, ya entendí. No Tomsina…
—… Y menos Billarina –completó el rubio, el refrán de aquellos días en que todavía estaban en búsqueda de un nombre decente—. Inventa algo, cualquier cosa está bien.
Georg se frotó la barbilla como si lo pensara mucho. –Entiendo –divagó un par de segundos—. Entonces, Gwendolyn aquí –apuntó con un dedo a la bebé que estaba pronosticada a nacer primero—, éste es su brazo, aquí está el otro aunque no se ve bien porque parece estar de costado. Ginebra por otro lado…
—¿Cómo el alcohol? –Preguntó Sandra riéndose.
—Qué va, más bien como nombre celta. Así las podemos llamar Gweny y Ginny de cariño. –Se encogió de hombros—. ¿Dónde me quedé…? Murmuró para sí—. Ah, Gus, ¿ves esto? Es una de las piernas de Ginny. La otra parece estar cubierta. Parece que están abrazadas así que no estoy seguro que sea este bulto de aquí ya que no son niños, pero… —Dejó de mirar la pantalla para enfocarse en Gustav que le ponía más atención a él que al monitor—. ¿Pasa algo? –Cuestionó con una pizca de preocupación que no se le fue de largo al rubio al enjugarse el borde de los ojos con la esquina de la bata que portaba—. ¿Gus, te duele algo?
¿Gwendolyn y Ginebra? –Alcanzó la caja de pañuelos que Sandra le ofrecía, tomó uno y se limpió la nariz y los ojos de nueva cuenta.
—Me dijiste que improvisara… —Empezó a disculparse Georg—, es sólo por ahora, no te tienen que gustar –se sonrojó tras tartamudear un poco. La verdad es que los nombres sí le gustaban. Los venía buscando de días atrás en Internet y en un libro llamado ‘50000 nombres de bebés’ que se había robado del cuarto de Bill. La idea de Tom de que fueran con G era la razón por la que desde un inicio se encerrara en el baño a leer la lista y entonces, tras unas páginas, aquellos dos resaltaron como neón. No mentía si decía que a escondidas del rubio, ya las llamaba Gweny y Ginny con todo el amor que cargaba encima—. Vamos, Gus, sin presiones.
—¿Te gustan? –Gustav le tomó las manos y lo miró a los ojos.
—En serio, si los odias olvídalo –se sonrojó el bajista—. Puedes ponerles el nombre que tú quieras. No me importaría si las llamas como sea o dejas que los gemelos elijan. Yo las quiero así.
—Georg –Gustav lo tomó de las mejillas y lo besó—, los nombres me gustan. ¿Por qué no lo dijiste antes? Me hubiera ahorrado dolores de cabeza.
—Y-Yo… ¿En serio? ¿Te gustan? —Tartamudeó Georg al recibir pulgares arriba por su sugerencia, en vez de esos mismos dedos como garras sacándole los ojos—. Digo, porque lo que tú decidas eso será.
—‘Nos’ gusta –enfatizó el baterista al apoyar ambas manos de Georg en su vientre desnudo y dejarlo sentir las pataditas—. También son tuyas. –De pronto le cayó la revelación de lo que pasaba: Georg se sentía inseguro al tomar decisiones de las niñas. La única razón que veía para no haberle dicho desde antes los nombres era esa—. Georg, son tus hijas si así lo deseas, ¿entiendes? ¿Sin compromisos, recuerdas? No funciona si de verdad no lo piensas así. Si te presiono de alguna manera sólo dilo y…
—No, Gus, no es eso –alegó Georg con vergüenza—. Es que… —La cara seria del rubio lo decía todo: ‘Escúpelo de una vez que arruinas el momento’ así que tomó aire y lo soltó—: ¿De verdad me quieres como padre de las niñas? –La boca de Gustav se abrió para replicar airado, pero Georg no lo dejó—. Mira, yo quiero. Es algo grande, enorme y viene por partida doble, y aún así lo quiero, pero tenemos que ser serios al respecto. Ya sabes, hablar con tus padres y los míos. Sólo si estás de acuerdo con todo. Además –llegó el momento de que el bochorno que sufría explotara—, quiero que todos sepan que son mías.
—¿Hablas de…? –Sandra, que no se perdía la plática mientras terminaba de rellenar el formulario de aquel mes y anotaba los últimos datos de la presión sanguínea de Gustav, se sobresaltó—. Perdón, perdón. No era mi intención inmiscuirme pero…
—Tu sobrina va a saltar de una ventana cuando se entere –dijo Georg sin importarle mucho que la doctora los estuviera escuchando. Si lo sabía ella, que lo supiera el mundo—. Lo que quiero decir, Gustav, es que quiero declarar a la prensa que son mis hijas. Si tú lo permites, claro está. —Las rítmicas pataditas que el baterista sentía en el vientre respondieron por él cuando segundos después abrazó a Georg y le dijo que sí ahogado en lágrimas.
—Ugh, estúpidas hormonas… —Masculló al limpiarse la nariz en el hombro de Georg y agradecer al universo por alguien tan maravilloso como él—. Aunque no lo hagas, Gweny y Ginny son tuyas, ¿ok? Nuestras, ¿sí? Siempre va a ser así.
El beso con el que sellaron la elección de nombres le arrancó una sonrisa incluso a la estoica doctora, que se retiró de la habitación para darles un poco de privacidad.
—Wow –fue la primera palabra de la mañana que dijo Tom cuando dos días después abrió las cortinas de la sala y se encontró siendo fotografiado por un reportero entre los arbustos.
Nada que una llamada a Saki no resolviera, lo que no desmeritaba el esfuerzo de la prensa por capturar la imagen más cotizada en aquellos días: Una de Georg y Gustav juntos.
La noticia, apenas unas horas antes entregada en un comunicado de prensa a los medios, que declaraba a Georg padre de las gemelas de Gustav ya se dejaba sentir con fuerza. Para prueba los flashes que lo deslumbraban sin piedad.
Desayunando los cuatro en la mesa, lo comprobaron.
El periódico que leía Gustav estaba encabezado por la noticia en la primera plana de la sección de espectáculos, lo mismo que el televisor, que apenas Bill lo encendió para ver si el clima era propicio para su cabello o no, se topó con un mini clip de Gustav y Georg caminando juntos al tiempo que la conductora los declaraba la pareja del año.
—Y lo que falta por venir –gruñó Gustav a causa de una acidez tremenda que cargaba esa mañana. Tom le tendió un vaso de leche y las vitaminas prenatales pero dejó que fuera Georg el que hiciera círculos reconfortantes en su espalda con la mano—. Apenas se hizo público recibí una llamada de mis padres exigiendo una explicación. –Se volteó de costado para ver al bajista—. Mi padre quiere hablar contigo de ‘hombre a hombre’, sea lo que sea. Pfff, como si por estar embarazado yo dejara de serlo.
—Hablando de llamadas –dijo Bill—, tu madre llamó cuando estabas dormido –picó a Georg en el costado—. Por como sonaba, creo que planea comprar un unicornio para sus nietas.
—Si la conozco bien, ahora mismo debe estar buscando dos unicornios y no uno –se estampó la mano en la cara—. O peor, esa mujer es…
—¡Georg! –Lo reprendió Gustav, alarmado de lo que podía decir. Que la verdad fuera dicha, la madre del bajista era todo menos normal. Divorciada de años atrás del marido más gris y plano existido jamás en la tierra, la felicidad que desbordaba por la vida era tan grande que llegaba a aturdir.
Por no mencionar que ella amaba a Gustav como un miembro más de su familia, e incluso de años atrás, sabía que Georg sería suyo. No podía sino quererla como a su propia madre, fuera su suegra o no.
—Lo siento, pero admite que es capaz de aparecerse en dos horas cargando todos los juguetes de cero a noventa y nueve años de la juguetería –se explicó Georg al tomar una de las tostadas con mantequilla del plato de en medio y darle una mordida—. Es mi madre, la conozco tan bien que me daría miedo si no estuviera haciendo algo.
—Cierto –dio la razón Gustav—. Como sea, David quiere que demos una pequeña entrevista. Sólo una –agregó al ver que todos torcían la boca de incredulidad a que fuera ‘una y una nada más’ porque con Jost los ceros a la derecha eran la regla lo mismo que la sobreexplotación—. Tenemos que estar libres temprano si queremos ir a cenar con mis padres.
—¿Queremos? –Gustav rodó los ojos cuando Georg se le apoyó en el hombro haciendo gestos de cachorrito apaleado—. ¿Debo ir preparado para que tu padre me dé un puñetazo en la entrada o no?
—Georgie tiene miedo –se burló Tom, recibiendo una patada por debajo de la mesa.
—Señor Listing para ti, Tomi-Pooh, que anoche te oí lloriquear. “¡Bill, Bill, nooo!”, ¿uhm? –Los tres presentes en la mesa palidecieron, hecho que no pasó de largo para Georg cuando el silencio se hizo sepulcral y tenso—. Chicos, ¿hay algo que yo no sepa?
Olvidado el tema con tantas emociones a flor de piel en los últimos meses, tanto a los gemelos como a Gustav se les había olvidado comentarle el hecho de que él y el baterista no eran la única pareja viviendo bajo el mismo techo. Por tanto, que aquellos lloriqueos no eran precisamente de miedo o dolor.
De sólo pensarlo, a Gustav la cara se le tornaba color grana. No era su asunto explicar lo ajeno, pero por las caras de los gemelos y las manos sujetas debajo de la mesa, que no veía pero sospechaba sin error, o era él o no era nadie.
—Uh, no. Lo hablaremos más tarde –desechó con malhumor—. No voy a arruinar mi desayuno por ninguno de ustedes. –Las gemelas en su vientre, patearon en afirmación—. Coman o se enfría.
Aplacado el ambiente, los cuatro procedieron a terminar de desayunar.
“No dejes que Georg lea…” empezaba el mensaje de texto. Gustav no pudo sino fruncir el ceño. ¿Qué Georg no leyera qué? El mensaje parecía continuar sólo relleno de puntos suspensivos.
—Me pierdo. ¿Vuelta a la derecha o a la izquierda?
—Uhm… —Gustav parpadeó dejando la luminosa pantalla de plasma de su teléfono móvil para prestar atención en los alrededores. Por sugerencia de su hermana, la misma hermana que no le hablaba de meses atrás porque ella misma no podía embarazarse, la reunión familiar se hacía en su casa y no en la de sus padres. El rubio no podía más que resignarse; las negativas en la familia Schäfer no eran aceptables, mucho menos por simple cobardía. Así que ahí estaban los dos buscando una dirección y un tanto perdidos—. Según yo debe haber una lavandería en la esquina. Eso o una panadería.
—Vi la panadería tres calles atrás –dijo Georg al dar vuelta en la siguiente esquina y regresar al mismo punto. Tiempo que Gustav aprovechó para seguir leyendo el mensaje y palidecer de golpe—. Ahí está, la panadería. ¿Y luego qué sigue?
Gustav abrió la boca pero no sabía que decir. –Es en la otra calle, número 1045 –musitó.
—¿Estás bien? –A Georg no se le iba nada; Gustav tenía que reconocérselo al darle un beso en la mejilla y sonreír con toda la compostura que cargaba encima.
—Genial. ¿Cómo no estarlo? –Mintió.
—Ahora sí me asustas –siguió conduciendo el bajista, atento a los números de las casas que pasaban—. Dudo mucho que tu padre me reciba con los brazos abiertos. Ellos saben de Bushido, ¿no? –Tamborileó los dedos contra el volante tratando de calmar los celos que le afloraban cada que mencionaba al rapero. Gesto que al rubio no le pasó desapercibido, pues le puso la mano en el muslo y apretó con cariño—. Bueno, qué remedio. Ahora son mías –y correspondiendo la caricia, la pasó por el vientre de Gustav.
—Mira, es ahí –señaló Gustav al pasar por la casa y reconocer la fachada, lo mismo que los automóviles estacionados—. ¿Listo?
—Realmente no –confesó el bajista—, pero allá vamos. –Detuvo el vehículo y tras rodearlo, abrió la puerta de Gustav para ayudarlo a bajar.
Apenas iban a medio camino del jardín delantero cuando la puerta de la casa se abrió y la hermana de Gustav salió a recibirlos con aspecto de haber llorado.
—Gus –chilló antes de abrazar a su hermano y con voz entrecortada disculparse por su actitud de meses atrás. El baterista, al principio no muy seguro de cuál era la reacción correcta puesto que el dolor de la indiferencia en meses pasados aún le hacía mella, terminó por rodearla igual con ambos brazos y estrecharla como cuando eran pequeños y no resultaba tan ‘embarazoso’.
En los dos sentidos, que la barriga no le permitía abrazarla sin sentir que se asfixiaba.
—Franny –la soltó Gustav de golpe—, me ahogas.
En refuerzo de cariños, la madre del rubio salió a recibirlos y en lugar de una mujer llorosa, éste se encontró con el par haciéndolo carantoñas a él y a las niñas como si fueran sus mascotas.
Georg, que entretenido contemplaba la escena, casi se fue al suelo al ver la figura del padre de Gustav acercarse. Un hombre que recordaba de años atrás por las interminables horas que pasaban en el asiento trasero del automóvil que aquel hombre conducía y hablando de el día en que la fama los tomaría por sorpresa para hacerlos estrellas. El apoyo de aquellos días que no desaparecían, lo mismo que el cariño con el que los instaba a seguir cualquier sueño por loco que fuera.
El baterista cerró los ojos al ver que se aproximaba, no muy seguro de la reacción que obtendría. Si él mismo se culpaba por lo que Gustav estaba pasando con aquel embarazo imprevisto, no quería ni saber la culpa que el padre del rubio podía estar colocando encima suyo sólo por tener a quien reprochar.
En su lugar, se encontró recibiendo una mano que estrechó para después rodearse igual que Gustav, de un abrazo familiar.
—Bienvenido a la familia –escuchó de boca del hombre mayor y el cálido sentimiento que le inundó el pecho no se equiparó con nada en el resto de la noche.
—Gus, despierta –murmuró Georg en la oreja del rubio al abrir la puerta del asiento del copiloto y observarlo dormir con placidez—. Vamos, un poco más y estaremos en cama.
—Aquí estoy bien –gruñó el baterista con somnolencia. La cabeza le colgó por encima del cinturón de seguridad en una postura aparentemente incómoda que lo hizo enderezarse—. Tengo sueño –murmuró con molestia al tallarse el cuello—. ¿Dónde estamos?
—Ya llegamos, casi –fue la respuesta del bajista, que se inclinó por encima de Gustav para liberarlo del cinturón. Apenas el clic se dejó escuchar cuando Gustav le tendió los brazos alrededor y volvió a caer dormido—. Gus, ¡con ánimo! Sólo hay que entrar a la casa.
—Musado –balbuceó el baterista tratando de hacerse entender por encima de la modorra que una cena completa y tres raciones de ésta más un pastel de chocolate especial de su madre cubierto en helado y caramelo producían. Se aclaró la garganta al ver que su novio no entendía—. Muy cansado. Muy con muuuy.
Georg soltó un quejido. –Ah no, yo también estoy cansado. No te puedo llevar cargando hasta la cama. –Ignoró el puchero que Gustav le ponía—. No eres una plumita, necesito que cooperes.
—Ok. Ya entendí. –Con todo el esfuerzo del mundo, el rubio se puso de pie fuera del automóvil y con pasos vacilantes, enfiló por el corto tramo que separaba la cochera de la puerta principal.
En cuestión de segundos, ambos ya se encontraban frente a la puerta delantera lamentando no haber aceptado la oferta de la hermana de Gustav y de su marido de quedarse a dormir la velada. Por terquedad más que por incomodarlos, ahora cargaban con el arrepentimiento, pues ni encontraban la llave de la entrada en la oscuridad, ni mucho menos podían hacerlo con el sueño que los tenía considerando seriamente la idea de tumbarse sobre una maceta y dormir.
—Sólo toquemos, ¿sí? –Gustav no espero respuesta al aporrear la puerta con fuerzas y seguir en ello hasta que minutos después un par de pisadas en la escalera se dejaron oír—. ¿Ves? –Le dijo a Georg—. Los gemelos están en casa y ellos… —La boca se le abrió el doble de su tamaño cuando Tom, envuelto en las mantas de la cama, lo recibió sin aspecto de encontrarse precisamente en acostado para dormir.
Tanto el rubor que cargaba por toda la piel que dejaba ver, que por cierto delataba su desnudez una vez que los dejó pasar y al voltearse la línea de su trasero hizo aparición, así como una fina capa de sudor por todo el cuerpo. Ni hablar del ceño fruncido que denotaba lo que hacía antes de ser interrumpido.
—¿Qué hacen aquí? –Les espetó con voz ronca—. Pensé que se iban a quedar a dormir allá. No los esperábamos sino hasta mañana.
—Yo también te extrañé, Kaulitz –ironizó Georg al quitarse los zapatos y masajearse un poco el hombro izquierdo—. Gustav se puso terco que quería dormir en su cama. Ya sabes cómo se pone con el dolor de espalda y dice que sólo sus almohadas pueden lidiar con eso.
—Seh –Gustav se rió sin gracia. Intercambio una rápida mirada con Tom y no fue necesario decir más palabras. No entre ellos al menos, que de pronto Georg miró a Tom con extrañeza.
—¿Estás con alguien?
—Con ustedes, duh –soltó Tom queriendo dejar correr el tema pero fracasando en el intento. No por él mismo. El bajista estaba tan cansado que no le importaba realmente. Si Tom gustaba de compañía allá él mientras no le incordiara el sueño. Lo que en realidad les arruinó la oportunidad perfecta de dejar aquel asunto para luego, fue Bill bajando las escaleras en la misma condición que su gemelo, pero en su lugar, desnudo. Apenas los vio en el rellano de la entrada volvió a correr hacía arriba.
—¿Ese no era Bill…? –El viejo tic que el bajista sufría ante el estrés y que se manifestaba contrayendo la comisura de sus labios de hizo presente.
Tom hizo una mueca como su hubiera sido abofeteado.
—¿En serio importa cuando son las… —Gustav miró el reloj— … casi cuatro de la mañana? ¿Hablan en serio? –Bostezó con ganas—. Les juro que voy a dormir ya. Subiré, me pondré el pijama, me lavaré los dientes y para cuando esté en la cama quiero ver a Georg a mi lado para dormir en paz. No pido mucho, chicos. Si quieren aclarar algo, mañana lo haremos todos. No hoy.
Sin más, sin dejarles replicar, comenzó la exhaustiva tarea de hacer que su voluminosa humanidad cooperara para subir las escaleras caminando y no rodando.
Boquiabiertos, quizá por la sorpresa de un descubrimiento o ser descubierto según el caso o por las palabras del rubio, ni Tom ni Georg se atrevieron a contradecir a Gustav. En su lugar, intercambiaron un escueto ‘buenas noches’ que no llegó a más cuando al final se despidieron en el segundo piso y con paso firme, enfilaron a sus respectivas habitaciones.
Parpadeando un par de veces antes de despertar en su totalidad, Gustav casi se cayó fuera de la cama al encontrarse que Georg, acostado de a su lado y el rostro a escasos centímetros del suyo, despierto. Dos ojos enrojecidos producto de una noche en su totalidad en vela.
—Buenos días –murmuró el bajista, pero por el tono en el que lo dijo, algo entre ronco y contenido, Gustav supo al instante para donde iba todo aquello.
—Ahí vamos –dijo al acomodarse mejor en la cama, pues la espalda lo mataba.
—¿Eso es todo lo que me vas a decir? –Apoyado sobre su codo, Georg parecía molesto—. No es que no lo hubiera imaginado antes, pero de ahí a confirmarlo…
—¿Importa realmente? –Gustav ignoró el ‘sí’ rotundo que su pareja le daba—. No veo porqué. No digo que me ponga muy feliz, tampoco que me den ganas de saltar de alegría –“y como su pudiera” pensó con amargura al constatar que amanecía con la barriga aunque fuera un centímetro más amplia—. Lo que ellos hagan no es de nuestra incumbencia.
—Anoche lo fue –protestó el mayor—. Gus, ¿en serio?
—¿En serio qué? –El aludido bufó—. Ellos estuvieron por mí cuando los necesité, claro que sí. Si tú no puedes simplemente hacerte el de la vista gorda es tu asunto, no el mío.
—No es que no pueda… —El primer suspiro largo de la mañana. De meses atrás, Georg soltaba uno diario y ese día no era la excepción—. Ya lo veíamos venir. Todos. Los gemelos son… Ellos. Era de esperarse que acabarían así.
—¿Entonces? –Gustav se pegó a Georg al costado y recibió gustoso un beso en la frente—. ¿Cuál es el problema? Aquel par han de estarse comiendo las uñas de los nervios. No es como si pudiéramos borrarlos de nuestra vida. Son los padrinos.
—Seh…
El bajista volvió a suspirar. Que lío aquel. No es que no pudiera olvidar el hecho de que ahora Bill y Tom estaban juntos en todo el sentido de la palabra; ese no era el problema. Podía, como decía Gustav, hacerse de la vista gorda con facilidad. Aquel par eran como sus hermanos; los apoyaría hasta el final.
—Ugh, tú ganas –dijo al fin—, pero no me pidas mucho. Aún no creo poder mirarlos a los ojos en digamos… ¿Unos veinte años? Hasta entonces podemos escondernos aquí. –Y sin darle tiempo de replicar a su novio, comenzó a besarlo con delicadeza en torno a la clavícula.
Por desgracia, los crujidos de tripa de Gustav dijeron otra cosa al retumbar. –Creo que Gweny –susurró con vergüenza Gustav al notar las patadas de una de las niñas justo debajo de las costillas—. O yo. Tenemos hambre –admitió al fin con sofoco.
El reloj apenas marcaba las siete de la mañana, pero ya era hora de comenzar la jornada.
Con dificultad y ayuda de Georg al ser su puente de equilibrio, Gustav logró ponerse de pie sin terminar rodando por el suelo. Nota mental suya para llamar a Sandra y quejarse una hora porque los ‘cuantos kilos’ que iba a subir y que cada vez se multiplicaban por cifras mayores.
No que tuviera mucho de que lloriquear al respecto con Georg a su lado diciéndole lo poco que le importaba si subía un kilo más o una tonelada, pero el asunto de la ropa se estaba convirtiendo en la mayor dificultad. El comprar batas de maternidad no le iba y tampoco la idea de acudir a alguna tienda especializada porque estaba seguro que todo lo que iba a encontrar era rosa o con listones de encaje. Antes usar una camiseta de Tom que caer tan bajo.
Ya una vez en la cocina, cuenco de cereal con leche en mano, ignoró todo pensamiento negativo al paladear la delicia del primer bocado de alimento en la mañana. Como confirmación, ambas niñas comenzaron a moverse en un suave y tranquilizador ritmo. Con suerte, podría regresar a dormir un rato más. Antes no era tan dormilón, pero cargando peso extra y amodorrado cada que comía algo, ahora no encontraba como mantenerse despierto mucho rato.
—Estaba pensando –Georg lo sacó de ensoñaciones— en comenzar la mudanza.
—¿Los pintores ya terminaron? –Por petición de Gustav, después de haber comprado la casa, habían contratado a un par de trabajadores que encargados de pintar y limpiar, además de algunas pequeñas instalaciones eléctricas, que al parecer ya habían finalizado su trabajo.
—Dejaron un mensaje, todo está listo. –Con un vaso de licuado de fresas en la mano, Georg tomó asiento al lado de Gustav—. Si quieres no tiene que ser hoy. Aún falta ir a comprar un refrigerador, una estufa, un horno de microondas, ummmm… Lavadora, secadora, al menos un televisor… —Enumeró, ajeno a que Gustav rodaba los ojos.
Como su primer hogar, no había considerado antes la idea de que irse a vivir por su cuenta ya no era atenerse a que todo estaría listo para su llegada. Ahora tenían que lidiar con pagar a los empleados, ir de compras y surtirse de víveres.
—¿Crees que los muebles sean urgentes? –Preguntó Georg con toda inocencia al mordisquear de un panecillo con mermelada y masticarlo—. Quizá de momento sólo la cama. Una mesa sobre la que comer y unos sillones también serían de gran ayuda.
Ambos soltaron sendos gruñidos. El trabajo que se les venía encima parecía demasiado si se ponían a recapacitarlo un poco. Y posponerlo no era una opción. La casa era sino enorme, al menos de grandes proporciones. No que tener eco no fuera divertido, pero el plan era formar un hogar, no una bodega vacía en la que esconderse del mundo para vivir ahí con las niñas. Ni en sueños.
—Empecemos por lo básico –tomó el control Gustav el estirarse con cuidado para tomar la libreta de compras que mantenían junto a uno de los estantes y abriendo una página nueva y preparando el bolígrafo para escribir, comenzar—. Nos iremos por habitaciones y así veremos qué nos hace falta.
El bajista se acomodó mejor en la silla. Aquello iba a tomar sus horas. –Ok, listo.
—¿Un Nintendo Wii? –Gustav alzó la ceja ante aquella compra. Con tantas habitaciones en su nueva casa, Georg quería que tuvieran un cuarto de entretenimientos y dado que el rubio ya había rechazado la mesa de billar y el karaoke porque sería el fin del mundo si a Bill le gustaba, no quedaba más que aceptar un pequeño videojuego—. Bien, pero a cambio…
El ruido de pisadas en la escalera los sacó de concentración. Dos cabezas se asomaron con timidez para volver a desaparecer.
—Chicos, Georg está bien con ustedes siendo una pareja –les llamó Gustav aún con la cabeza metida en la lista de compras. Indeciso si el color de la cocina combinaría con muebles oscuros o claros. Deseaba un refrigerador completamente platinado, pero decorar todo del mismo modo era en su parecer, abrir un burdel. Tanto color plata lastimaba a la vista y abarataba el lugar—. Oscuro será… —Murmuró para sí.
Alzó la vista para encontrarse a los gemelos tomados de la mano y desafiando a Georg a decir algo, que igual se cruzaba de brazos con fiereza. Un duelo de tensión que honestamente al baterista le importaba un comino en el mayor de los casos.
—Vamos a ser adultos, ¿me escucharon? –Tronó los dedos al aire para tener la atención de todos centrada en él—. Ahora, tengo que elegir colores para el cuarto de las niñas. ¿Rosa o lila, uhm? –Tres pares de ojos lo miraron como si aquel asunto fuera broma—. ¿O qué tal azul cielo? No tiene que ser exclusivamente para varones si le agregamos detalles femeninos. Estoy abierto a sugerencias.
Tomando aire, los tres presentes dieron aquello pelea por perdida. Con Gustav lo mejor era siempre hacer lo que él quería. De cualquier modo, como comprobaron una vez que estuvieron los cuatro juntos trabajando en la lista, aquello era divertido.
—Ya no máaasss… —Haraganeó Tom al balancearse en las dos patas traseras de su silla y estirar los brazos al techo—. Quiero comer. Pizza de preferencia.
—O comida china –secundó Bill la noción al dejar caer un catálogo de edredones en la mesa y volver a gruñir—. Quizá sushi, lo que sea asiático. Quiero arroz.
Gustav se decantó por la pizza. –Las nenas quieren pizza –fanfarroneó con una risita—, así que dejen de hacer ojos chiquitos.
—Hablando de las niñas –se iluminó Bill, olvidando al instante que su propuesta había sido rechazada—, aún no les hemos puesto nombre.
—De hecho –tosió Gustav.
—… Ya lo hicimos –aseguró Georg al tomar la mano de su pareja y apretarla—. Como padrinos pueden elegir el segundo si quieren.
—¡¿Qué?! –Saltó Tom como impulsado por un resorte—. Dime que no les pusieron nombres de groupies o pongo una orden de restricción contra ustedes por malos padres.
—Uhmf, mira quién habla –ironizó Bill—. El señor ‘las-quiero-llamar-Tiffany-&-Brittany’ como pésimo remedo de Tomsina y Billarina.
Antes de que su gemelo tuviera tiempo de replicar, Gustav los aplacó con aquella paz suya. –Nada de nombres de fangirls o lo que sea. Son clásicos.
—¿Artemisa y Minerva? –Intentó adivinar Bill. Luego se quejó por el golpe en la cabeza que Georg le dio por semejante ocurrencia—. Hey, dijeron clásicos.
—Celtas, quise decir.
—Dios, escúpelo ya. Talvez aún podamos hacerte cambiar de opinión antes de que le arruines la vida a alguien –exigió Tom.
—Gwendolyn y Ginebra. –Decir aquellas tres palabras le costó a Gustav el valor de un mes y tres canas—. Así podemos llamarlas Gweny y Ginny –finalizó usando las palabras de Georg cuando éste se había explicado con los nombres.
—Uhm… —Ambos gemelos intercambiaron una mirada inescrutable.
—¡A mí me gusta! –Habló Gustav con apasionamiento—. Así que…
—A nosotros también, calma… —Dijo Tom con una sonrisa—. Entonces, ¿pizza para Gweny y Ginny o sólo para Gustav?
Aquello lo hizo merecedor de una patada debajo de la mesa por parte del rubio, pero también de la más grande sonrisa de éste. Valía la pena, vaya que sí.
Gus, psst, Gus. –El baterista miró de lado a lado en la sección de electrónicos sin encontrar la fuente de los llamados—. ¡Gusss, acá abajo! –Siseó la voz de nuevo y al mover una licuadora fuera de su vista, encontró el rubio encontró a Bill.
—¿Qué haces ahí? –Preguntó no muy interesado. Estaba indeciso entre llevar una tostadora de pan de cuatro o seis plazas—. ¿Ya encontraste la batidora que te pedí?
—Como si la fueras a usar –se burló el menor de los gemelos—. Como sea, ¿recibiste…?
—Sí… —Gustav perdió un poco de la luz que la felicidad de estar de compras para su primer hogar traía consigo al recordar el tema. El mensaje que le había llegado dos noches atrás y que no quería recordar a toda costa—. No ahora, por favor.
—Sigue ahí. Gus, te juro que yo quería tirarlo todo, pero Tom dijo que tenías que verlo primero.
—Qué considerado, caray –dijo sarcástico el baterista. No le importaba en lo más mínimo lo que Bushido podía haberle mandado; se lo imaginaba, con eso bastaba—. Regresando lo vemos, lo tiramos y Georg jamás se entera, ¿ok?
Bill asintió.
—Ahora dile a Tom lo mismo… —Lo vio alejarse antes de agregar—: y dile que si me encuentra una wafflera, que sea una grande o si no lo va a lamentar.
—No lo puedo creer… —Musitó Gustav cuando vio el ‘pequeño regalo’ que Bushido le mandó como si nada en el mundo.
Por la tarjeta, aquella notita que siempre agregaba el rapero rezando “Un detallito por ahora. Las quiere papá. B.” lo que se esperaba era un precisamente un detalle, algo pequeño, algo que Bill pudiera esconder debajo de la cama para mantenerlo fuera de los ojos de Georg, no escondido en el sótano como un feo y pútrido secreto de que avergonzarse.
—Tiene que estar bromeando –gruñó apretando los puños espasmódicamente al sentir la ira corriendo por sus venas y la macabra idea de estrellar el regalo contra la pared más próxima. No como si pudiera, puesto que eran un par de cunas gemelas primorosamente labradas en madera sólida y con colchón incluido, además de que venían cargadas de mantas, ropa, pañales, un par de juguetes e incluso, dos mascotas felpudas—. ¿Quién demonios se cree que es? ¡Argh! –Le dio una patada a la estructura y lo lamentó como nunca cuando el dolor lo invadió—. Mierda, mierda, mierda…
—Por eso te dije que Georg no debe verlos. –Bill le pasó el brazo por encima de los hombros para reconfortarlo—. Podemos donar todo esto a la caridad, pero…
—Van a seguir llegando, ¿no es así? –El baterista conocía muy bien a Bushido. No era una persona de las que se rendía ante una simple negativa, oh no, al contrario. Un ‘No’ le exacerbaba la voluntad al límites insospechados y en lo que se refería a familia, era un demonio.
—Es que también son sus…
—¡No, no son sus hijas! –Gritó Gustav, ofendido de que Bill considerara siquiera que sus niñas, las niñas que tendría con Georg, pudieran ser en lo mínimo de Bushido—. No puedo hablar de esto ahora.
—Gus…
—Hay que deshacernos de esto. Ahora. –Se presionó las sienes experimentando la ya acuciante sensación del dolor de cabeza aproximándose—. Georg no lo puede ver…
—¡Gustav! –La ira de éste saltó—. Tienes que calmarte.
—¡Estoy calmado! –Gritó a su vez—. ¡Calmadísimo, ahora ayúdame a sacar esto de aquí!
El menor de los gemelos se cruzó de brazos. –No es que no te apoye, pero… Esto no es lo correcto, al menos no legalmente.
—¿Sacar dos puñeteras cunas no es legal? –Al decirlo, se presionó el costado del estómago—. No… Juegues… Conmigo… —Jadeó cada vez más entrecortado.
—¡Bushido es su padre, te guste o no!
—¿Y yo qué carajos soy, uh? ¿La madre? ¡Yo soy su padre, Bill! –Chilló Gustav antes de apoyarse sin aire contra el barandal de la cuna más cercana—. Nadie me va a quitar ese lugar, nadie. Yo soy el padre. ¡Soy hombre! ¡Hombre! Tener a mis hijas no me lo impide, ¿me escuchas? ¡No me lo impide!
A punto de gritar más alto porque aquel tema lo sacaba de sus casillas, se encontró abrazado con fuerza por Bill. Caricias de preocupación en la espalda, en la cabeza; palabras de disculpa una tras otra, asegurándole que las cunas se iban, que él era el padre, que todo saldría bien.
Por desgracia, una mentira.
Nada iba a salir bien. El mismo Gustav lo sabía.
—Es tradición –dice Bushido—. Una manera de exorcizar viejos fantasmas. –Da unas palmaditas al nuevo colchón—. …ste será tuyo. Sólo tuyo.
—¿Es…? –Gustav no sabe qué decir. Es lo que es; eso lo sabe. Lo que no es lo mismo a que le agrade. Camina alrededor de la cama con edredones de satín en rojo y negro, algo en ello muy lujurioso; le gusta. Exuda deseo.
—Mi fidelidad. Nunca he usado el mismo colchón por más de dos meses, pero… Vale la pena el cambio así como comprar uno nuevo. Cada quien merece su lugar, ¿sabes? –Ladea la cabeza al decirlo. El baterista sólo quiere besarle el cuello, justo encima del tatuaje. Quiere comprobar si el sabor sigue siendo el mismo. Aún lo saborea, confirma, al chuparse los labios.
El rostro de Gustav es una máscara que no revela sus fantasías. Sólo piensa “va en serio” y algo en el pecho se le presiona al darse de cuenta de que antes que Georg, alguien ‘va en serio’ con él. Alguien quiere hacerlo; la idea es abrumadora en muchas maneras.
—Wow… Gracias, creo. —Es lo más que puede decir.
—Lo sé. –Bushido es cálido; aquella noche estrenan juntos el colchón nuevo.
—Claaaro, ¿y no quieres que se apelliden Olsen? –Gustav se sujetó el tabique de la nariz con fuerza entre dos dedos para no estallar por lo que sería la cuarta vez en esa mañana—. En serio chicos, nombres reales, no súper estrellas famosas, ¿ok? ¿Es que es tan difícil esforzarse?
Ciertamente lo era. Gustav, tras haber establecido desde un inicio que las niñas jamás se llamarían, ni Tomsina ni Billarina, así como tampoco Samy y Nena, pensaba que quizá podrían llegar a un acuerdo conjunto en donde elegir nombres de bebé no ocasionara ni canas verdes ni trifulcas. Y oh, cuán equivocado estaba al tener esperanzas en aquel par para cooperar al respecto.
Peor aún, en su gran mundo de arcoiris y caramelos, confiarse de que todo iría tan bien, que ahora los cinco, David Jost incluido, estaban en el auto de Georg rumbo a la oficina de bienes raíces.
Gustav y Georg apenas tenían una semana de nuevo juntos, pero el asunto de irse a vivir por su propia cuenta, tener un hogar y más que nada privacidad, corría con prisa. No por alguna razón en especial, cierto que Gustav disfrutaba de lo maternales que podían ser los gemelos pese a que de vez en cuando le dieran unas irreprimibles ganas de ahorcarlos cada que se empeñaban en agregarle una frazada más a la pila de varias que ya cargaba encima, pero la simple idea lo despegaba del suelo cinco centímetros dado lo idílico que resultaba ver cumplido su sueño de estar con Georg.
Un plus de embarazo y gemelas no le iba a arruinar nada, al contrario, fortalecía el vínculo. Decir que Georg podía ser incluso más protector que Bill y Tom al respecto de su embarazo era quedarse corto en cuanto a la verdad de que el bajista no rechistaba cuando a las tres de la mañana a Gustav le daba antojo de un vaso de leche tibia con una pizca de vainilla. Ni eso, ni los nachos con mermelada de piña que tenía que salir a buscar de madrugada y en pijamas por la ciudad.
Y no que los masajes de cuerpo entero no tuvieran su ventaja, lo mismo que las sesiones de besos en la barriga o el casi verse cargado en brazos cada que se tenía que mover. Simplemente Gustav no encontraba una manera en la que Georg no le demostrara su amor. No que tuviera mucho que ver con mudarse o no, pero le pintaba la vida tan de color rosa que incluso se encontraba añorando el día del parto para sentir que todo aquello había valido la pena y era real.
—¿Y si son nombres que empiecen con ‘G’? –Sugirió Tom—. Ya lo dije antes, pero creo que es lo mejor. A menos de que consideres…
—Por doceava vez, no. Samy, Samantha, Sama-lo-que-sea está fuera de cuestión. Hablo en serio. Piensen con buen juicio, por Dios. No quiero que mis hijas sean la burla de la escuela porque se les ocurrió que ponerle Osama a una y… —Estalló Gustav al final, hasta que Georg detuvo el automóvil y fue patente que habían llegado.
—Shhh, calma –lo tranquilizó el bajista al cruzar el espacio entre los dos asientos delanteros para cubrirlo en un abrazo—. Ya pensaremos en algo. Hasta entonces, re-lá-ja-te.
Gustav se contuvo de replicar. Quedaban unos tres meses y medio para decidir aún, lo que no lo consolaba en lo mínimo una vez que pensaba en las palabras de Sandra al confirmarle la noticia de que por ser un parto doble, lo más probable era que se adelantara. Eso y el hecho de que fuera hombre, no ayudaba mucho. Tener preocupaciones, no sólo por los nombres, sino por conseguir lo que faltaba pues una vez nacidas las niñas no iban a tener tiempo, lo tenía explosivo como nunca antes.
—Pero…
—No, no ‘peros’. Esto tiene que ser divertido, no una pesadilla. Así que… —Fulminó a los tres pasajeros del asiento trasero por medio del espejo retrovisor hasta que los vio enrojecer desde la raíz del cabello a los dedos de los pies; Jost a punto de replicar que él venía por asuntos relacionados con la banda y las finanzas, pero silenciado por igual—. ¿Qué decías, Tom, de los nombres?
Antes de que el mayor de los gemelos pudiera abrir la boca, una mano golpeó la ventanilla con suavidad y todos se giraron para ver una pelirroja de unos treinta años que sonreía como si la vida fuera tan maravillosa que no expresarlo fuera un crimen.
Georg bajó el cristal y la mujer se presentó como la agente de bienes raíces que se iba a encargar de buscarles una casa.
—Queremos… —Gustav se encontró silenciado por un dedo largo con las uñas rojas.
—Nada, déjenmelo todo a mí, querida. –La nariz del rubio se frunció como si hubiera olido algo fétido y putrefacto justo en ese instante por ser llamado ‘querida’. Yo me encargaré de que sus sueños se hagan realidad. –Desde atrás se dejaron oír las risitas disimuladas de los gemelos. Ajeno a ello, la mujer abrió una de las puertas traseras del vehículo y sin esperar a ser invitada, se subió sin más—. Ahora bien, empecemos con el tour.
Los cinco presentes hicieron una mueca que no presagió nada bueno…
—Patrañas. –Gustav se quitó el brazo de los ojos para buscar a Georg, que en ese momento se quitaba la camiseta y la tiraba en el cesto de la ropa sucia—. ¿Me escuchaste? Esa mujer es una incompetente. ¿Quién quiere una casa de dos pisos con cinco habitaciones y un baño? Ugh, y no quiero hablar de esa casa con papel tapiz de payasos. Digo, ¿payasos? ¿Quién decora su casa así?
—Siempre podemos hacer que pinten las paredes. –Georg se sentó a los pies de la cama y bostezó—. Además, no todas estaban tan horribles –se justificó, dejando de lado por supuesto, que la palabra clave en esa oración era ‘tan’.
—¿Ah, sí? –El baterista se apoyó en los codos para luego arquear una ceja—. Dime entonces cuál era la más decente. –Veinte casas en un día y todas espantosas lo tenían mordiendo yugulares por todos lados. Jost había huido más temprano pretextando una llamada urgente en el estudio y los gemelos estaban refugiados en el piso inferior por lo mismo.
—La , creo que era… —Empezó a contar con los dedos—. La novena que vimos. Estaba bien. –Sujetó una pierna de Gustav y la masajeó. El rubio ronroneó ante aquel contacto pues los pies le estaban matando de horas antes—. Tiene cuartos para todos. Suficientes baños. Y…
—La piscina, lo sé… —Gustav bufó—. No sé, no me convence. Las niñas…
—¿Las niñas qué? –Frunció el ceño el bajista—. A ellas les encantará. En unos años, claro. Sólo deja que se pongan trajes de baño de las princesas y les saldrán escamas de tanto estar en el agua.
—Si es que no se ahogan antes. –Gustav se giró de costado—. Olvídalo, es un miedo estúpido.
Georg no dijo nada mientras se despojaba del pantalón y gateando se acercaba a Gustav para abrazarlo por detrás. Con una mano en el vientre del rubio, se enfrascó en aquella pequeña zona detrás de la oreja que era la debilidad de su pareja. –Ellas van a estar bien. Y cuando empiecen a caminar sólo nos aseguraremos de ser extra cuidadosos. Luego podrían aprender a nadar, ¿sabes?
—Seh –suspiró Gustav—, porque la casa en verdad me gustó. ¿Viste el piso? Era tan hermoso.
—Reflejaba debajo de la falda de la mujer de bienes raíces –arrugó la nariz el bajista. Recibió un pellizco en el muslo por decirlo, pese a que Gustav lo había notado desde antes.
Permanecieron unos minutos más en completo silencio. La quietud de la noche envolviéndolos, pues tras un largo día, lo más conveniente era dormir. A Georg los ojos ya se le cerraban por aquella mezcla de cansancio, Gustav en sus brazos y paz que se sobresaltó al oír la voz del baterista llamándolo.
—¿Mmm? –Con la nariz acarició al rubio por el cuello—. ¿Qué pasa? ¿Bocadillo de medianoche?
Gustav se sonrojó. –Eso también… —Georg le sopló aire tibio en la nuca con una carcajada—. No, idiota. ¿Qué dices si compramos la casa?
—¿Y la alberca? –El bajista le pasó una pierna por en medio de las suyas y Gustav se derritió por el tibio contacto.
—Ya tendremos tiempo para eso. Como dices, siempre podemos ser cuidadosos. Tengo entendido que las niñas empezarán a caminar hasta después de un año. Podemos rellenar la piscina con gelatina durante ese tiempo… Hey… —Rodó hasta quedar de espaldas porque Georg le alzaba la camiseta y le palpaba el vientre con suaves cosquillas.
—¿Oyeron? No se preocupen, haré que Gusti la llene de flan porque sabe mejor.
—Idiota –murmuró haciéndose el ofendido Gustav, al pegarle en la cabeza a Georg, que se fingió el dolido—. Entonces… ¿La compramos?
El bajista soltó un largo suspiro. –Los gemelos van a llorar, pero qué diablos. Hagámoslo.
Esa noche, tras acurrucarse bajo los edredones y besarse para dormir entrelazados el uno con el otro, ni a Gustav ni a Georg se les pudo borrar la sonrisa de los labios.
Un hogar era el primer paso para conformar la familia que querían juntos.
—No va a tardar, estoy seguro –se disculpó Gustav con Sandra y volvió a intentar llamando de nueva cuenta. El buzón del teléfono lo saludó por tercera vez en aquella noche y no se molestó en dejar otro mensaje pues los anteriores ya sonaban desesperados, no quería agregarle paranoia al siguiente.
Una llamada anterior a los gemelos le había aclarado que Georg ya venía en camino a lo que sería su primera consulta ginecológica juntos, pero tras una hora de espera y sin vistas de comunicación, comenzaba a preocuparse en serio. Más que nada, no quería empezar sin su pareja, porque ir a abrirse piernas y dejarse auscultar entre ellas, no era lo que se decía reconfortante si se hacía a solas.
—Ugh, se lo recordé esta mañana infinidad de veces –murmuró para sí el baterista. Sandra no dijo nada. Su habitual petición de no retrasarse puesto que odiaba dejar a su hija sola tan tarde se la guardó al ver que Gustav de verdad parecía desconcertado con aquella ausencia.
Aquel sería el primer día que Georg conocería a Sandra y por lo tanto querían de hacer de aquella ocasión algo ligero, algo que no se podía si una de las personas faltaba.
Veinte minutos después, jadeando por el esfuerzo de correr desde el estacionamiento hasta la clínica, el bajista al final hizo aparición.
—Perdón… El tráfico… Y luego… Pasó que… —Tragó saliva sujetándose el costado del estómago. Gustav le tendió de la botella de agua que bebía para que se recuperara. Apenas pasó el primer trago, Georg le dio la buena noticia—. Ya venía en camino cuando Natasha llamó y… —La ceja arqueada de Gustav le dijo que debía explicarse—. Ya sabes, la de bienes raíces.
—¿Qué con eso? –Gustav abrió grandes los ojos porque aquella era la noticia que venían esperando por una semana. Tras haber tenido que entrar en una puja por la casa una vez que descubrieron que otra pareja la quería con el mismo ahínco, al fin parecían haber ganado—. Dime que…
—¡Es nuestra! –Georg lo abrazó y Gustav se dejó envolver en aquellos brazos—. Por eso llegué tarde. Tuve que ir a firmar el contrato, era urgente. Sólo faltas tú, y la casa nos pertenecerá. Incluso hablé con Jost y la transferencia del dinero estará completa mañana al mediodía si hacemos llegar estos papeles a primera hora del día. ¿No es genial?
—Espera a que le digamos a los gemelos…
Los dos se mecieron en su sitio, aún abrazos por lo que aquella noticia significaba.
Lo que de paso poco le importaba a Sandra, que apenas los vio volver a la calma, los arrastró al cuarto de exploraciones en donde Georg descubrió lo que realmente significaba que Gustav estuviera embarazado una vez que contempló a las niñas a través del monitor.
—¿En serio son ellas? –Balbuceó incrédulo de lo que las sombras le dejaban adivinar. A diferencia de los gemelos y del mismo Gustav, él veía con claridad las dos cabezas y el par de extremidades que cada una movía como si estuvieran saludando.
—Aún faltan dos meses, un poco más si acaso, para que tomen la postura adecuada para el parto, pero ésta de aquí –Sandra señaló la pantalla con un dedo encima de la niña que se proyectaba a la derecha y que Gustav identificó como la que le pateó una costilla como si supiera que hablaban de ella— es la más probable de ser la primera.
—Yo veo puré de papa revolviéndose… —Gustav eructó después de sus palabras, como una venganza de las niñas al no ser reconocidas por su progenitor.
—Nah, mira… —Georg soltó una de sus manos de las de Gustav para ayudarlo a visualizar qué era lo que veían en pantalla—. Tomsina… ¡Auch! –Chilló cuando Gustav le dio un manotazo en el costado. Una mirada lo dijo todo—. Ok, ok, ya entendí. No Tomsina…
—… Y menos Billarina –completó el rubio, el refrán de aquellos días en que todavía estaban en búsqueda de un nombre decente—. Inventa algo, cualquier cosa está bien.
Georg se frotó la barbilla como si lo pensara mucho. –Entiendo –divagó un par de segundos—. Entonces, Gwendolyn aquí –apuntó con un dedo a la bebé que estaba pronosticada a nacer primero—, éste es su brazo, aquí está el otro aunque no se ve bien porque parece estar de costado. Ginebra por otro lado…
—¿Cómo el alcohol? –Preguntó Sandra riéndose.
—Qué va, más bien como nombre celta. Así las podemos llamar Gweny y Ginny de cariño. –Se encogió de hombros—. ¿Dónde me quedé…? Murmuró para sí—. Ah, Gus, ¿ves esto? Es una de las piernas de Ginny. La otra parece estar cubierta. Parece que están abrazadas así que no estoy seguro que sea este bulto de aquí ya que no son niños, pero… —Dejó de mirar la pantalla para enfocarse en Gustav que le ponía más atención a él que al monitor—. ¿Pasa algo? –Cuestionó con una pizca de preocupación que no se le fue de largo al rubio al enjugarse el borde de los ojos con la esquina de la bata que portaba—. ¿Gus, te duele algo?
¿Gwendolyn y Ginebra? –Alcanzó la caja de pañuelos que Sandra le ofrecía, tomó uno y se limpió la nariz y los ojos de nueva cuenta.
—Me dijiste que improvisara… —Empezó a disculparse Georg—, es sólo por ahora, no te tienen que gustar –se sonrojó tras tartamudear un poco. La verdad es que los nombres sí le gustaban. Los venía buscando de días atrás en Internet y en un libro llamado ‘50000 nombres de bebés’ que se había robado del cuarto de Bill. La idea de Tom de que fueran con G era la razón por la que desde un inicio se encerrara en el baño a leer la lista y entonces, tras unas páginas, aquellos dos resaltaron como neón. No mentía si decía que a escondidas del rubio, ya las llamaba Gweny y Ginny con todo el amor que cargaba encima—. Vamos, Gus, sin presiones.
—¿Te gustan? –Gustav le tomó las manos y lo miró a los ojos.
—En serio, si los odias olvídalo –se sonrojó el bajista—. Puedes ponerles el nombre que tú quieras. No me importaría si las llamas como sea o dejas que los gemelos elijan. Yo las quiero así.
—Georg –Gustav lo tomó de las mejillas y lo besó—, los nombres me gustan. ¿Por qué no lo dijiste antes? Me hubiera ahorrado dolores de cabeza.
—Y-Yo… ¿En serio? ¿Te gustan? —Tartamudeó Georg al recibir pulgares arriba por su sugerencia, en vez de esos mismos dedos como garras sacándole los ojos—. Digo, porque lo que tú decidas eso será.
—‘Nos’ gusta –enfatizó el baterista al apoyar ambas manos de Georg en su vientre desnudo y dejarlo sentir las pataditas—. También son tuyas. –De pronto le cayó la revelación de lo que pasaba: Georg se sentía inseguro al tomar decisiones de las niñas. La única razón que veía para no haberle dicho desde antes los nombres era esa—. Georg, son tus hijas si así lo deseas, ¿entiendes? ¿Sin compromisos, recuerdas? No funciona si de verdad no lo piensas así. Si te presiono de alguna manera sólo dilo y…
—No, Gus, no es eso –alegó Georg con vergüenza—. Es que… —La cara seria del rubio lo decía todo: ‘Escúpelo de una vez que arruinas el momento’ así que tomó aire y lo soltó—: ¿De verdad me quieres como padre de las niñas? –La boca de Gustav se abrió para replicar airado, pero Georg no lo dejó—. Mira, yo quiero. Es algo grande, enorme y viene por partida doble, y aún así lo quiero, pero tenemos que ser serios al respecto. Ya sabes, hablar con tus padres y los míos. Sólo si estás de acuerdo con todo. Además –llegó el momento de que el bochorno que sufría explotara—, quiero que todos sepan que son mías.
—¿Hablas de…? –Sandra, que no se perdía la plática mientras terminaba de rellenar el formulario de aquel mes y anotaba los últimos datos de la presión sanguínea de Gustav, se sobresaltó—. Perdón, perdón. No era mi intención inmiscuirme pero…
—Tu sobrina va a saltar de una ventana cuando se entere –dijo Georg sin importarle mucho que la doctora los estuviera escuchando. Si lo sabía ella, que lo supiera el mundo—. Lo que quiero decir, Gustav, es que quiero declarar a la prensa que son mis hijas. Si tú lo permites, claro está. —Las rítmicas pataditas que el baterista sentía en el vientre respondieron por él cuando segundos después abrazó a Georg y le dijo que sí ahogado en lágrimas.
—Ugh, estúpidas hormonas… —Masculló al limpiarse la nariz en el hombro de Georg y agradecer al universo por alguien tan maravilloso como él—. Aunque no lo hagas, Gweny y Ginny son tuyas, ¿ok? Nuestras, ¿sí? Siempre va a ser así.
El beso con el que sellaron la elección de nombres le arrancó una sonrisa incluso a la estoica doctora, que se retiró de la habitación para darles un poco de privacidad.
—Wow –fue la primera palabra de la mañana que dijo Tom cuando dos días después abrió las cortinas de la sala y se encontró siendo fotografiado por un reportero entre los arbustos.
Nada que una llamada a Saki no resolviera, lo que no desmeritaba el esfuerzo de la prensa por capturar la imagen más cotizada en aquellos días: Una de Georg y Gustav juntos.
La noticia, apenas unas horas antes entregada en un comunicado de prensa a los medios, que declaraba a Georg padre de las gemelas de Gustav ya se dejaba sentir con fuerza. Para prueba los flashes que lo deslumbraban sin piedad.
Desayunando los cuatro en la mesa, lo comprobaron.
El periódico que leía Gustav estaba encabezado por la noticia en la primera plana de la sección de espectáculos, lo mismo que el televisor, que apenas Bill lo encendió para ver si el clima era propicio para su cabello o no, se topó con un mini clip de Gustav y Georg caminando juntos al tiempo que la conductora los declaraba la pareja del año.
—Y lo que falta por venir –gruñó Gustav a causa de una acidez tremenda que cargaba esa mañana. Tom le tendió un vaso de leche y las vitaminas prenatales pero dejó que fuera Georg el que hiciera círculos reconfortantes en su espalda con la mano—. Apenas se hizo público recibí una llamada de mis padres exigiendo una explicación. –Se volteó de costado para ver al bajista—. Mi padre quiere hablar contigo de ‘hombre a hombre’, sea lo que sea. Pfff, como si por estar embarazado yo dejara de serlo.
—Hablando de llamadas –dijo Bill—, tu madre llamó cuando estabas dormido –picó a Georg en el costado—. Por como sonaba, creo que planea comprar un unicornio para sus nietas.
—Si la conozco bien, ahora mismo debe estar buscando dos unicornios y no uno –se estampó la mano en la cara—. O peor, esa mujer es…
—¡Georg! –Lo reprendió Gustav, alarmado de lo que podía decir. Que la verdad fuera dicha, la madre del bajista era todo menos normal. Divorciada de años atrás del marido más gris y plano existido jamás en la tierra, la felicidad que desbordaba por la vida era tan grande que llegaba a aturdir.
Por no mencionar que ella amaba a Gustav como un miembro más de su familia, e incluso de años atrás, sabía que Georg sería suyo. No podía sino quererla como a su propia madre, fuera su suegra o no.
—Lo siento, pero admite que es capaz de aparecerse en dos horas cargando todos los juguetes de cero a noventa y nueve años de la juguetería –se explicó Georg al tomar una de las tostadas con mantequilla del plato de en medio y darle una mordida—. Es mi madre, la conozco tan bien que me daría miedo si no estuviera haciendo algo.
—Cierto –dio la razón Gustav—. Como sea, David quiere que demos una pequeña entrevista. Sólo una –agregó al ver que todos torcían la boca de incredulidad a que fuera ‘una y una nada más’ porque con Jost los ceros a la derecha eran la regla lo mismo que la sobreexplotación—. Tenemos que estar libres temprano si queremos ir a cenar con mis padres.
—¿Queremos? –Gustav rodó los ojos cuando Georg se le apoyó en el hombro haciendo gestos de cachorrito apaleado—. ¿Debo ir preparado para que tu padre me dé un puñetazo en la entrada o no?
—Georgie tiene miedo –se burló Tom, recibiendo una patada por debajo de la mesa.
—Señor Listing para ti, Tomi-Pooh, que anoche te oí lloriquear. “¡Bill, Bill, nooo!”, ¿uhm? –Los tres presentes en la mesa palidecieron, hecho que no pasó de largo para Georg cuando el silencio se hizo sepulcral y tenso—. Chicos, ¿hay algo que yo no sepa?
Olvidado el tema con tantas emociones a flor de piel en los últimos meses, tanto a los gemelos como a Gustav se les había olvidado comentarle el hecho de que él y el baterista no eran la única pareja viviendo bajo el mismo techo. Por tanto, que aquellos lloriqueos no eran precisamente de miedo o dolor.
De sólo pensarlo, a Gustav la cara se le tornaba color grana. No era su asunto explicar lo ajeno, pero por las caras de los gemelos y las manos sujetas debajo de la mesa, que no veía pero sospechaba sin error, o era él o no era nadie.
—Uh, no. Lo hablaremos más tarde –desechó con malhumor—. No voy a arruinar mi desayuno por ninguno de ustedes. –Las gemelas en su vientre, patearon en afirmación—. Coman o se enfría.
Aplacado el ambiente, los cuatro procedieron a terminar de desayunar.
“No dejes que Georg lea…” empezaba el mensaje de texto. Gustav no pudo sino fruncir el ceño. ¿Qué Georg no leyera qué? El mensaje parecía continuar sólo relleno de puntos suspensivos.
—Me pierdo. ¿Vuelta a la derecha o a la izquierda?
—Uhm… —Gustav parpadeó dejando la luminosa pantalla de plasma de su teléfono móvil para prestar atención en los alrededores. Por sugerencia de su hermana, la misma hermana que no le hablaba de meses atrás porque ella misma no podía embarazarse, la reunión familiar se hacía en su casa y no en la de sus padres. El rubio no podía más que resignarse; las negativas en la familia Schäfer no eran aceptables, mucho menos por simple cobardía. Así que ahí estaban los dos buscando una dirección y un tanto perdidos—. Según yo debe haber una lavandería en la esquina. Eso o una panadería.
—Vi la panadería tres calles atrás –dijo Georg al dar vuelta en la siguiente esquina y regresar al mismo punto. Tiempo que Gustav aprovechó para seguir leyendo el mensaje y palidecer de golpe—. Ahí está, la panadería. ¿Y luego qué sigue?
Gustav abrió la boca pero no sabía que decir. –Es en la otra calle, número 1045 –musitó.
—¿Estás bien? –A Georg no se le iba nada; Gustav tenía que reconocérselo al darle un beso en la mejilla y sonreír con toda la compostura que cargaba encima.
—Genial. ¿Cómo no estarlo? –Mintió.
—Ahora sí me asustas –siguió conduciendo el bajista, atento a los números de las casas que pasaban—. Dudo mucho que tu padre me reciba con los brazos abiertos. Ellos saben de Bushido, ¿no? –Tamborileó los dedos contra el volante tratando de calmar los celos que le afloraban cada que mencionaba al rapero. Gesto que al rubio no le pasó desapercibido, pues le puso la mano en el muslo y apretó con cariño—. Bueno, qué remedio. Ahora son mías –y correspondiendo la caricia, la pasó por el vientre de Gustav.
—Mira, es ahí –señaló Gustav al pasar por la casa y reconocer la fachada, lo mismo que los automóviles estacionados—. ¿Listo?
—Realmente no –confesó el bajista—, pero allá vamos. –Detuvo el vehículo y tras rodearlo, abrió la puerta de Gustav para ayudarlo a bajar.
Apenas iban a medio camino del jardín delantero cuando la puerta de la casa se abrió y la hermana de Gustav salió a recibirlos con aspecto de haber llorado.
—Gus –chilló antes de abrazar a su hermano y con voz entrecortada disculparse por su actitud de meses atrás. El baterista, al principio no muy seguro de cuál era la reacción correcta puesto que el dolor de la indiferencia en meses pasados aún le hacía mella, terminó por rodearla igual con ambos brazos y estrecharla como cuando eran pequeños y no resultaba tan ‘embarazoso’.
En los dos sentidos, que la barriga no le permitía abrazarla sin sentir que se asfixiaba.
—Franny –la soltó Gustav de golpe—, me ahogas.
En refuerzo de cariños, la madre del rubio salió a recibirlos y en lugar de una mujer llorosa, éste se encontró con el par haciéndolo carantoñas a él y a las niñas como si fueran sus mascotas.
Georg, que entretenido contemplaba la escena, casi se fue al suelo al ver la figura del padre de Gustav acercarse. Un hombre que recordaba de años atrás por las interminables horas que pasaban en el asiento trasero del automóvil que aquel hombre conducía y hablando de el día en que la fama los tomaría por sorpresa para hacerlos estrellas. El apoyo de aquellos días que no desaparecían, lo mismo que el cariño con el que los instaba a seguir cualquier sueño por loco que fuera.
El baterista cerró los ojos al ver que se aproximaba, no muy seguro de la reacción que obtendría. Si él mismo se culpaba por lo que Gustav estaba pasando con aquel embarazo imprevisto, no quería ni saber la culpa que el padre del rubio podía estar colocando encima suyo sólo por tener a quien reprochar.
En su lugar, se encontró recibiendo una mano que estrechó para después rodearse igual que Gustav, de un abrazo familiar.
—Bienvenido a la familia –escuchó de boca del hombre mayor y el cálido sentimiento que le inundó el pecho no se equiparó con nada en el resto de la noche.
—Gus, despierta –murmuró Georg en la oreja del rubio al abrir la puerta del asiento del copiloto y observarlo dormir con placidez—. Vamos, un poco más y estaremos en cama.
—Aquí estoy bien –gruñó el baterista con somnolencia. La cabeza le colgó por encima del cinturón de seguridad en una postura aparentemente incómoda que lo hizo enderezarse—. Tengo sueño –murmuró con molestia al tallarse el cuello—. ¿Dónde estamos?
—Ya llegamos, casi –fue la respuesta del bajista, que se inclinó por encima de Gustav para liberarlo del cinturón. Apenas el clic se dejó escuchar cuando Gustav le tendió los brazos alrededor y volvió a caer dormido—. Gus, ¡con ánimo! Sólo hay que entrar a la casa.
—Musado –balbuceó el baterista tratando de hacerse entender por encima de la modorra que una cena completa y tres raciones de ésta más un pastel de chocolate especial de su madre cubierto en helado y caramelo producían. Se aclaró la garganta al ver que su novio no entendía—. Muy cansado. Muy con muuuy.
Georg soltó un quejido. –Ah no, yo también estoy cansado. No te puedo llevar cargando hasta la cama. –Ignoró el puchero que Gustav le ponía—. No eres una plumita, necesito que cooperes.
—Ok. Ya entendí. –Con todo el esfuerzo del mundo, el rubio se puso de pie fuera del automóvil y con pasos vacilantes, enfiló por el corto tramo que separaba la cochera de la puerta principal.
En cuestión de segundos, ambos ya se encontraban frente a la puerta delantera lamentando no haber aceptado la oferta de la hermana de Gustav y de su marido de quedarse a dormir la velada. Por terquedad más que por incomodarlos, ahora cargaban con el arrepentimiento, pues ni encontraban la llave de la entrada en la oscuridad, ni mucho menos podían hacerlo con el sueño que los tenía considerando seriamente la idea de tumbarse sobre una maceta y dormir.
—Sólo toquemos, ¿sí? –Gustav no espero respuesta al aporrear la puerta con fuerzas y seguir en ello hasta que minutos después un par de pisadas en la escalera se dejaron oír—. ¿Ves? –Le dijo a Georg—. Los gemelos están en casa y ellos… —La boca se le abrió el doble de su tamaño cuando Tom, envuelto en las mantas de la cama, lo recibió sin aspecto de encontrarse precisamente en acostado para dormir.
Tanto el rubor que cargaba por toda la piel que dejaba ver, que por cierto delataba su desnudez una vez que los dejó pasar y al voltearse la línea de su trasero hizo aparición, así como una fina capa de sudor por todo el cuerpo. Ni hablar del ceño fruncido que denotaba lo que hacía antes de ser interrumpido.
—¿Qué hacen aquí? –Les espetó con voz ronca—. Pensé que se iban a quedar a dormir allá. No los esperábamos sino hasta mañana.
—Yo también te extrañé, Kaulitz –ironizó Georg al quitarse los zapatos y masajearse un poco el hombro izquierdo—. Gustav se puso terco que quería dormir en su cama. Ya sabes cómo se pone con el dolor de espalda y dice que sólo sus almohadas pueden lidiar con eso.
—Seh –Gustav se rió sin gracia. Intercambio una rápida mirada con Tom y no fue necesario decir más palabras. No entre ellos al menos, que de pronto Georg miró a Tom con extrañeza.
—¿Estás con alguien?
—Con ustedes, duh –soltó Tom queriendo dejar correr el tema pero fracasando en el intento. No por él mismo. El bajista estaba tan cansado que no le importaba realmente. Si Tom gustaba de compañía allá él mientras no le incordiara el sueño. Lo que en realidad les arruinó la oportunidad perfecta de dejar aquel asunto para luego, fue Bill bajando las escaleras en la misma condición que su gemelo, pero en su lugar, desnudo. Apenas los vio en el rellano de la entrada volvió a correr hacía arriba.
—¿Ese no era Bill…? –El viejo tic que el bajista sufría ante el estrés y que se manifestaba contrayendo la comisura de sus labios de hizo presente.
Tom hizo una mueca como su hubiera sido abofeteado.
—¿En serio importa cuando son las… —Gustav miró el reloj— … casi cuatro de la mañana? ¿Hablan en serio? –Bostezó con ganas—. Les juro que voy a dormir ya. Subiré, me pondré el pijama, me lavaré los dientes y para cuando esté en la cama quiero ver a Georg a mi lado para dormir en paz. No pido mucho, chicos. Si quieren aclarar algo, mañana lo haremos todos. No hoy.
Sin más, sin dejarles replicar, comenzó la exhaustiva tarea de hacer que su voluminosa humanidad cooperara para subir las escaleras caminando y no rodando.
Boquiabiertos, quizá por la sorpresa de un descubrimiento o ser descubierto según el caso o por las palabras del rubio, ni Tom ni Georg se atrevieron a contradecir a Gustav. En su lugar, intercambiaron un escueto ‘buenas noches’ que no llegó a más cuando al final se despidieron en el segundo piso y con paso firme, enfilaron a sus respectivas habitaciones.
Parpadeando un par de veces antes de despertar en su totalidad, Gustav casi se cayó fuera de la cama al encontrarse que Georg, acostado de a su lado y el rostro a escasos centímetros del suyo, despierto. Dos ojos enrojecidos producto de una noche en su totalidad en vela.
—Buenos días –murmuró el bajista, pero por el tono en el que lo dijo, algo entre ronco y contenido, Gustav supo al instante para donde iba todo aquello.
—Ahí vamos –dijo al acomodarse mejor en la cama, pues la espalda lo mataba.
—¿Eso es todo lo que me vas a decir? –Apoyado sobre su codo, Georg parecía molesto—. No es que no lo hubiera imaginado antes, pero de ahí a confirmarlo…
—¿Importa realmente? –Gustav ignoró el ‘sí’ rotundo que su pareja le daba—. No veo porqué. No digo que me ponga muy feliz, tampoco que me den ganas de saltar de alegría –“y como su pudiera” pensó con amargura al constatar que amanecía con la barriga aunque fuera un centímetro más amplia—. Lo que ellos hagan no es de nuestra incumbencia.
—Anoche lo fue –protestó el mayor—. Gus, ¿en serio?
—¿En serio qué? –El aludido bufó—. Ellos estuvieron por mí cuando los necesité, claro que sí. Si tú no puedes simplemente hacerte el de la vista gorda es tu asunto, no el mío.
—No es que no pueda… —El primer suspiro largo de la mañana. De meses atrás, Georg soltaba uno diario y ese día no era la excepción—. Ya lo veíamos venir. Todos. Los gemelos son… Ellos. Era de esperarse que acabarían así.
—¿Entonces? –Gustav se pegó a Georg al costado y recibió gustoso un beso en la frente—. ¿Cuál es el problema? Aquel par han de estarse comiendo las uñas de los nervios. No es como si pudiéramos borrarlos de nuestra vida. Son los padrinos.
—Seh…
El bajista volvió a suspirar. Que lío aquel. No es que no pudiera olvidar el hecho de que ahora Bill y Tom estaban juntos en todo el sentido de la palabra; ese no era el problema. Podía, como decía Gustav, hacerse de la vista gorda con facilidad. Aquel par eran como sus hermanos; los apoyaría hasta el final.
—Ugh, tú ganas –dijo al fin—, pero no me pidas mucho. Aún no creo poder mirarlos a los ojos en digamos… ¿Unos veinte años? Hasta entonces podemos escondernos aquí. –Y sin darle tiempo de replicar a su novio, comenzó a besarlo con delicadeza en torno a la clavícula.
Por desgracia, los crujidos de tripa de Gustav dijeron otra cosa al retumbar. –Creo que Gweny –susurró con vergüenza Gustav al notar las patadas de una de las niñas justo debajo de las costillas—. O yo. Tenemos hambre –admitió al fin con sofoco.
El reloj apenas marcaba las siete de la mañana, pero ya era hora de comenzar la jornada.
Con dificultad y ayuda de Georg al ser su puente de equilibrio, Gustav logró ponerse de pie sin terminar rodando por el suelo. Nota mental suya para llamar a Sandra y quejarse una hora porque los ‘cuantos kilos’ que iba a subir y que cada vez se multiplicaban por cifras mayores.
No que tuviera mucho de que lloriquear al respecto con Georg a su lado diciéndole lo poco que le importaba si subía un kilo más o una tonelada, pero el asunto de la ropa se estaba convirtiendo en la mayor dificultad. El comprar batas de maternidad no le iba y tampoco la idea de acudir a alguna tienda especializada porque estaba seguro que todo lo que iba a encontrar era rosa o con listones de encaje. Antes usar una camiseta de Tom que caer tan bajo.
Ya una vez en la cocina, cuenco de cereal con leche en mano, ignoró todo pensamiento negativo al paladear la delicia del primer bocado de alimento en la mañana. Como confirmación, ambas niñas comenzaron a moverse en un suave y tranquilizador ritmo. Con suerte, podría regresar a dormir un rato más. Antes no era tan dormilón, pero cargando peso extra y amodorrado cada que comía algo, ahora no encontraba como mantenerse despierto mucho rato.
—Estaba pensando –Georg lo sacó de ensoñaciones— en comenzar la mudanza.
—¿Los pintores ya terminaron? –Por petición de Gustav, después de haber comprado la casa, habían contratado a un par de trabajadores que encargados de pintar y limpiar, además de algunas pequeñas instalaciones eléctricas, que al parecer ya habían finalizado su trabajo.
—Dejaron un mensaje, todo está listo. –Con un vaso de licuado de fresas en la mano, Georg tomó asiento al lado de Gustav—. Si quieres no tiene que ser hoy. Aún falta ir a comprar un refrigerador, una estufa, un horno de microondas, ummmm… Lavadora, secadora, al menos un televisor… —Enumeró, ajeno a que Gustav rodaba los ojos.
Como su primer hogar, no había considerado antes la idea de que irse a vivir por su cuenta ya no era atenerse a que todo estaría listo para su llegada. Ahora tenían que lidiar con pagar a los empleados, ir de compras y surtirse de víveres.
—¿Crees que los muebles sean urgentes? –Preguntó Georg con toda inocencia al mordisquear de un panecillo con mermelada y masticarlo—. Quizá de momento sólo la cama. Una mesa sobre la que comer y unos sillones también serían de gran ayuda.
Ambos soltaron sendos gruñidos. El trabajo que se les venía encima parecía demasiado si se ponían a recapacitarlo un poco. Y posponerlo no era una opción. La casa era sino enorme, al menos de grandes proporciones. No que tener eco no fuera divertido, pero el plan era formar un hogar, no una bodega vacía en la que esconderse del mundo para vivir ahí con las niñas. Ni en sueños.
—Empecemos por lo básico –tomó el control Gustav el estirarse con cuidado para tomar la libreta de compras que mantenían junto a uno de los estantes y abriendo una página nueva y preparando el bolígrafo para escribir, comenzar—. Nos iremos por habitaciones y así veremos qué nos hace falta.
El bajista se acomodó mejor en la silla. Aquello iba a tomar sus horas. –Ok, listo.
—¿Un Nintendo Wii? –Gustav alzó la ceja ante aquella compra. Con tantas habitaciones en su nueva casa, Georg quería que tuvieran un cuarto de entretenimientos y dado que el rubio ya había rechazado la mesa de billar y el karaoke porque sería el fin del mundo si a Bill le gustaba, no quedaba más que aceptar un pequeño videojuego—. Bien, pero a cambio…
El ruido de pisadas en la escalera los sacó de concentración. Dos cabezas se asomaron con timidez para volver a desaparecer.
—Chicos, Georg está bien con ustedes siendo una pareja –les llamó Gustav aún con la cabeza metida en la lista de compras. Indeciso si el color de la cocina combinaría con muebles oscuros o claros. Deseaba un refrigerador completamente platinado, pero decorar todo del mismo modo era en su parecer, abrir un burdel. Tanto color plata lastimaba a la vista y abarataba el lugar—. Oscuro será… —Murmuró para sí.
Alzó la vista para encontrarse a los gemelos tomados de la mano y desafiando a Georg a decir algo, que igual se cruzaba de brazos con fiereza. Un duelo de tensión que honestamente al baterista le importaba un comino en el mayor de los casos.
—Vamos a ser adultos, ¿me escucharon? –Tronó los dedos al aire para tener la atención de todos centrada en él—. Ahora, tengo que elegir colores para el cuarto de las niñas. ¿Rosa o lila, uhm? –Tres pares de ojos lo miraron como si aquel asunto fuera broma—. ¿O qué tal azul cielo? No tiene que ser exclusivamente para varones si le agregamos detalles femeninos. Estoy abierto a sugerencias.
Tomando aire, los tres presentes dieron aquello pelea por perdida. Con Gustav lo mejor era siempre hacer lo que él quería. De cualquier modo, como comprobaron una vez que estuvieron los cuatro juntos trabajando en la lista, aquello era divertido.
—Ya no máaasss… —Haraganeó Tom al balancearse en las dos patas traseras de su silla y estirar los brazos al techo—. Quiero comer. Pizza de preferencia.
—O comida china –secundó Bill la noción al dejar caer un catálogo de edredones en la mesa y volver a gruñir—. Quizá sushi, lo que sea asiático. Quiero arroz.
Gustav se decantó por la pizza. –Las nenas quieren pizza –fanfarroneó con una risita—, así que dejen de hacer ojos chiquitos.
—Hablando de las niñas –se iluminó Bill, olvidando al instante que su propuesta había sido rechazada—, aún no les hemos puesto nombre.
—De hecho –tosió Gustav.
—… Ya lo hicimos –aseguró Georg al tomar la mano de su pareja y apretarla—. Como padrinos pueden elegir el segundo si quieren.
—¡¿Qué?! –Saltó Tom como impulsado por un resorte—. Dime que no les pusieron nombres de groupies o pongo una orden de restricción contra ustedes por malos padres.
—Uhmf, mira quién habla –ironizó Bill—. El señor ‘las-quiero-llamar-Tiffany-&-Brittany’ como pésimo remedo de Tomsina y Billarina.
Antes de que su gemelo tuviera tiempo de replicar, Gustav los aplacó con aquella paz suya. –Nada de nombres de fangirls o lo que sea. Son clásicos.
—¿Artemisa y Minerva? –Intentó adivinar Bill. Luego se quejó por el golpe en la cabeza que Georg le dio por semejante ocurrencia—. Hey, dijeron clásicos.
—Celtas, quise decir.
—Dios, escúpelo ya. Talvez aún podamos hacerte cambiar de opinión antes de que le arruines la vida a alguien –exigió Tom.
—Gwendolyn y Ginebra. –Decir aquellas tres palabras le costó a Gustav el valor de un mes y tres canas—. Así podemos llamarlas Gweny y Ginny –finalizó usando las palabras de Georg cuando éste se había explicado con los nombres.
—Uhm… —Ambos gemelos intercambiaron una mirada inescrutable.
—¡A mí me gusta! –Habló Gustav con apasionamiento—. Así que…
—A nosotros también, calma… —Dijo Tom con una sonrisa—. Entonces, ¿pizza para Gweny y Ginny o sólo para Gustav?
Aquello lo hizo merecedor de una patada debajo de la mesa por parte del rubio, pero también de la más grande sonrisa de éste. Valía la pena, vaya que sí.
Gus, psst, Gus. –El baterista miró de lado a lado en la sección de electrónicos sin encontrar la fuente de los llamados—. ¡Gusss, acá abajo! –Siseó la voz de nuevo y al mover una licuadora fuera de su vista, encontró el rubio encontró a Bill.
—¿Qué haces ahí? –Preguntó no muy interesado. Estaba indeciso entre llevar una tostadora de pan de cuatro o seis plazas—. ¿Ya encontraste la batidora que te pedí?
—Como si la fueras a usar –se burló el menor de los gemelos—. Como sea, ¿recibiste…?
—Sí… —Gustav perdió un poco de la luz que la felicidad de estar de compras para su primer hogar traía consigo al recordar el tema. El mensaje que le había llegado dos noches atrás y que no quería recordar a toda costa—. No ahora, por favor.
—Sigue ahí. Gus, te juro que yo quería tirarlo todo, pero Tom dijo que tenías que verlo primero.
—Qué considerado, caray –dijo sarcástico el baterista. No le importaba en lo más mínimo lo que Bushido podía haberle mandado; se lo imaginaba, con eso bastaba—. Regresando lo vemos, lo tiramos y Georg jamás se entera, ¿ok?
Bill asintió.
—Ahora dile a Tom lo mismo… —Lo vio alejarse antes de agregar—: y dile que si me encuentra una wafflera, que sea una grande o si no lo va a lamentar.
—No lo puedo creer… —Musitó Gustav cuando vio el ‘pequeño regalo’ que Bushido le mandó como si nada en el mundo.
Por la tarjeta, aquella notita que siempre agregaba el rapero rezando “Un detallito por ahora. Las quiere papá. B.” lo que se esperaba era un precisamente un detalle, algo pequeño, algo que Bill pudiera esconder debajo de la cama para mantenerlo fuera de los ojos de Georg, no escondido en el sótano como un feo y pútrido secreto de que avergonzarse.
—Tiene que estar bromeando –gruñó apretando los puños espasmódicamente al sentir la ira corriendo por sus venas y la macabra idea de estrellar el regalo contra la pared más próxima. No como si pudiera, puesto que eran un par de cunas gemelas primorosamente labradas en madera sólida y con colchón incluido, además de que venían cargadas de mantas, ropa, pañales, un par de juguetes e incluso, dos mascotas felpudas—. ¿Quién demonios se cree que es? ¡Argh! –Le dio una patada a la estructura y lo lamentó como nunca cuando el dolor lo invadió—. Mierda, mierda, mierda…
—Por eso te dije que Georg no debe verlos. –Bill le pasó el brazo por encima de los hombros para reconfortarlo—. Podemos donar todo esto a la caridad, pero…
—Van a seguir llegando, ¿no es así? –El baterista conocía muy bien a Bushido. No era una persona de las que se rendía ante una simple negativa, oh no, al contrario. Un ‘No’ le exacerbaba la voluntad al límites insospechados y en lo que se refería a familia, era un demonio.
—Es que también son sus…
—¡No, no son sus hijas! –Gritó Gustav, ofendido de que Bill considerara siquiera que sus niñas, las niñas que tendría con Georg, pudieran ser en lo mínimo de Bushido—. No puedo hablar de esto ahora.
—Gus…
—Hay que deshacernos de esto. Ahora. –Se presionó las sienes experimentando la ya acuciante sensación del dolor de cabeza aproximándose—. Georg no lo puede ver…
—¡Gustav! –La ira de éste saltó—. Tienes que calmarte.
—¡Estoy calmado! –Gritó a su vez—. ¡Calmadísimo, ahora ayúdame a sacar esto de aquí!
El menor de los gemelos se cruzó de brazos. –No es que no te apoye, pero… Esto no es lo correcto, al menos no legalmente.
—¿Sacar dos puñeteras cunas no es legal? –Al decirlo, se presionó el costado del estómago—. No… Juegues… Conmigo… —Jadeó cada vez más entrecortado.
—¡Bushido es su padre, te guste o no!
—¿Y yo qué carajos soy, uh? ¿La madre? ¡Yo soy su padre, Bill! –Chilló Gustav antes de apoyarse sin aire contra el barandal de la cuna más cercana—. Nadie me va a quitar ese lugar, nadie. Yo soy el padre. ¡Soy hombre! ¡Hombre! Tener a mis hijas no me lo impide, ¿me escuchas? ¡No me lo impide!
A punto de gritar más alto porque aquel tema lo sacaba de sus casillas, se encontró abrazado con fuerza por Bill. Caricias de preocupación en la espalda, en la cabeza; palabras de disculpa una tras otra, asegurándole que las cunas se iban, que él era el padre, que todo saldría bien.
Por desgracia, una mentira.
Nada iba a salir bien. El mismo Gustav lo sabía.
—Es tradición –dice Bushido—. Una manera de exorcizar viejos fantasmas. –Da unas palmaditas al nuevo colchón—. …ste será tuyo. Sólo tuyo.
—¿Es…? –Gustav no sabe qué decir. Es lo que es; eso lo sabe. Lo que no es lo mismo a que le agrade. Camina alrededor de la cama con edredones de satín en rojo y negro, algo en ello muy lujurioso; le gusta. Exuda deseo.
—Mi fidelidad. Nunca he usado el mismo colchón por más de dos meses, pero… Vale la pena el cambio así como comprar uno nuevo. Cada quien merece su lugar, ¿sabes? –Ladea la cabeza al decirlo. El baterista sólo quiere besarle el cuello, justo encima del tatuaje. Quiere comprobar si el sabor sigue siendo el mismo. Aún lo saborea, confirma, al chuparse los labios.
El rostro de Gustav es una máscara que no revela sus fantasías. Sólo piensa “va en serio” y algo en el pecho se le presiona al darse de cuenta de que antes que Georg, alguien ‘va en serio’ con él. Alguien quiere hacerlo; la idea es abrumadora en muchas maneras.
—Wow… Gracias, creo. —Es lo más que puede decir.
—Lo sé. –Bushido es cálido; aquella noche estrenan juntos el colchón nuevo.