Tokio Hotel World

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    Chapter 16 2/2: Agradece Por Siempre a Roxane

    Thomas Kaulitz
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    Mensaje  Thomas Kaulitz Vie Ago 05, 2011 6:20 pm

    —¡¿Eh?! –Georg, del susto, fue a dar contra el techo en un intento de huir lo que ocasionó la colisión de su cráneo en el duro material del que el autobús estaba construido—. ¡Ouch! Perdón… ¡¿Qué?!
    —Oh, vamos, no te hagas el que no lo veía venir –giró los ojos Gustav al apoyarse en sus codos y resoplar por la escandalosa, en su opinión, reacción de Georg.
    —Evidentemente no –alegó Georg con una mano en su cabeza y los ojos fuertemente cerrados. Aquello dolía peor que ir al dentista para extracción de muelas sin anestesia, pero su orgullo le impedía demostrarlo más allá de rechinar los dientes—. Bien, quizá lo pude suponer.
    —¡Claro sí! –Bufó Gustav, no dispuesto a dejar que aquello se le escapara—. La semana probamos un poco con mis dedos en tu trasero…
    —¡Basta, basta! –Se tapó los oídos Georg, que no quería oír de cómo aquello le había gustado tanto como para reconsiderar el intentar una segunda, tercera e incluso millonésima vez más. Gustav, a pesar de su nula habilidad para los instrumentos de cuerda, tenía dedos mágicos. Eso por descontado su recordaba con una sonrisa ida lo que aquella noche había sido.
    —… e incluso te viniste, así que no me vengas con esas –prosiguió el baterista sin darse aludido a un ‘te ignoro porque no me beneficia’ que Georg le daba como trato por sacar a colación que aquel trío de dedos tanteando en su trasero y golpeando repetidamente contra su próstata le habían otorgado uno de los más increíbles orgasmos de su vida—. Georg, por favor no actúes como niño.
    —Perdona si no quiero nada en mi trasero –se cruzó de brazos, indignado.
    —Entonces perdona su yo tampoco quiero nada ahí –sentenció el menor adoptando la misma postura de su amante y mirándolo con tanta determinación que Georg llegó a la conclusión de que o cedía o bueno… Cedía. Mejor por las buenas que se imaginaba que a las malas aquello sería como la pérdida de virginidad de una niña súper estrecha. Su odio al dolor y a la sangre lo convencieron.
    —Ya, lo quieres, lo tienes –murmuró frunciendo las cejas para dar a entender que si bien nada de aquello le convencía del todo, estaba dispuesto a probarlo.
    —¿Hablas en serio? –Preguntó Gustav, que sin su tono enojado, daba a su voz un matiz de sorpresa que provocó al corazón de Georg dar una voltereta en su sitio.
    “Por ti lo haría todo, Gusti” pensó con un amago de sonrisa en labios, pero pensando que aquello era excederse en el terreno de lo almibarado al grado de hacerlos vomitar a ambos, cabeceó en negación para disipar semejante idea de su cabeza y dijo un simple “Sí” que arregló su pequeña disputa e hizo regresar el ambiente cálido que entre ambos minutos antes se formaba.
    —Supongo que me querrás tener abajo –comentó lo más casual posible para así eliminar el nerviosismo de su voz, pero algo en el modo de decirlo lo delató.
    —¿Qué tal sí…? –Gustav se atragantó con sus propias palabras, pero decidiendo que si aquello iba a ser algo para recordar tenía que valer la pena—. Hum, tú en cuatro, yo atrás –explicó lo menos morboso posible. En su cabeza aquella postura tenía el poder de hacer que su entrepierna se estremeciera de placer con sólo imaginarla. Decirlo en voz alta era como confirmar que detrás de aquella fachada de tranquilidad, era un animal lujurioso deseoso de sexo.
    —¿Perrito? –Se carcajeó Georg, sabedor de que Gustav, en lo tocante al terreno sexual, era peor que una monja al grado de llamar a sus penes ‘pequeño Georgie’ y ‘pequeño Gusti’ como si eso restara lo que hacían con ellos.
    Gustav se limitó a asentir con una mano cubriéndole el rostro por lo soez que el bajista podía llegar a ser pero encantado al mismo tiempo de que aquello fuera así. No podía explicar mejor cómo se sentía completo a su lado sino era diciendo aquel tipo de barbaridades que siempre lo tenían abochornado.
    —Tus deseos son órdenes –aceptó con una sonrisa completa y malévola que Gustav no supo interpretar sino hasta que Georg se acomodó en sus cuatro extremidades y con al trasero al aire supo apreciar en todo su esplendor.
    —Ugh –gruñó al darse cuenta de que el modo en el que todo se desarrollaba le tenía la mente trastornada y el cuerpo al borde de un accidente propio de un crío de trece años y no un adulto con plena experiencia en lo tocante al sexo—. Ok, tengo que aprovechar que te tengo así antes de que lo lamentes.
    Maniobrando con dificultad dado lo incómodo que la litera era para probar nuevas posturas del kamasutra que él y Georg habían estado componiendo en aquellos meses juntos, se quitó los bóxers cortos que regularmente usaba para dormir y una vez desnudo, mirarse al regazo como pidiendo disculpas al ‘pequeño Gusti’ porque su momento de entrar en acción aún estaba lejano, alentándolo al mismo tiempo a esperar porque la paciencia se recompensa siempre de la mejor manera.
    —Gus, quiero recordarte que soy virgen…
    —Ajá –ignoró el aludido el comentario mientras buscaba debajo de su almohada el pequeño frasquito de lubricante que recién comprado en “Der Orgasmus” permanecía incluso con su etiqueta puesta esperando a ser usado.
    —Hablo en serio. Mañana quiero ser capaz de… —La sábana bajo sus manos se hizo un nudo entre sus puños por la presión ejercida—, ejem, ya sabes.
    —¿Poderte sentar sin poner una cara de dolor? –Adivinó el baterista con una nota de burla en sus palabras.
    —No. Quiero poder ir al baño sin tener que sentir que comí un embutido de cerdo que sale completo y horizontal.
    —Vale –aseguró Gustav. Ni se molestó en atragantarse por la honestidad que le castaño le dejó con lo chocante de su comentario.
    Abriendo el lubricante, ambos se deleitaron con la suave fragancia que la resbalosa sustancia exudaba por el pequeño espacio. El chocolate alertó sus sentidos en un simple paso que tuvo el resultado de aliviar sus nervios para tenerlos con las sensaciones a flor de piel por lo que iba a pasar.
    —Voy a… —Gustav extendió sus manos para tomar ambos pies de Georg e instarlo a abrir las piernas, lo que logró tras un poco de reticencia. Un leve masaje en los tobillos y la inicial terquedad del bajista por mantenerlos juntos tanto como le fuera posible, se desvaneció.
    Exhalando un aliento tibio que erizó los vellos de ambos, el rubio procedió a seguir su camino desde las pantorrillas de Georg hasta tener las manos en la parte interna de sus muslos y con dedos temblorosos, pellizcar lo más suave posible para darle a entender que era momento de dejar aquello a la vista sin temores.
    Georg tragó con dificultad porque trasero al aire y rostro enterrado contra la mullida almohada, no era lo mejor para sus ejercicios de respiración. Con todo, hizo lo que se le pidió y un calor que nació en su bajo vientre y corrió a raudales por sus extremidades temblorosas, lo reconfortó al instante. Los dedos tibios de Gustav recorrieron la tela de la ropa interior hasta el punto de tenerlo erizado por todos lados en ansías de verse despojado de cintura para abajo porque la expectación de todo aquello corría peor que toques eléctricos por su tensa espalda.
    Ajeno a ello, Gustav por su parte disfrutaba lo mejor posible de aquello. No que viera mucho dado lo oscuro que estaba todo, pero el cuerpo del bajista le era tan conocido, tan suyo ya en toda extensión o al menos así lo sería en un par de minutos más, que lo disfrutaba con todos sus sentidos, no sólo con la vista cuando retiraba la pequeña prenda que los separaba y la dejaba por encima de sus rodillas sin molestarse en quitarla del todo.
    —¿Vas a….? Uh, uh, está helado –musitó con una vocecita Georg, al sentir un par de dedos fríos y húmedos abriendo su trasero en dos y tocando de arriba abajo acostumbrándolo a ello.
    —Lo siento –respondió Gustav con el mismo tono. Queriendo aliviar un poco el ligero malestar del bajista, se inclinó un poco hasta posar sus labios en la suave piel de su glúteo derecho y raspar con sus dientes un poco de ella.
    El castaño estaba a punto de sufrir un ataque de risa nerviosa cuando un dígito tocó muy cerca de su entrada y consciente de que la vacilación con la que se detenía de ser algo más que una leve presión eran los modales de Gustav, requebró su cadera hasta hacer que el primer falange se introdujera en su cuerpo con una facilidad asombrosa.
    Apretando la mandíbula, le costó un poco más de valor proseguir en lo que Gustav estaba más que aterrado por continuar, pero igual lo hizo hasta el punto de encontrarse con un dedo completamente en su interior y su espalda curvada en un ángulo doloroso.
    —¿Se siente igual que la otra vez? –Susurró Gustav posando su otra mano en la espalda baja de Georg, aún cubierta por el resto del negligé y moviéndola en círculos concéntricos que aliviaban de algún modo la ligera incomodidad que el mayor sentía.
    —No, la vez pasada no pensé que llegaríamos más allá de tres dedos –pronunció el bajista lo más serio posible. La tensión en su parte inferior se desvaneció a pasos agigantados hasta que él mismo se sorprendió de encontrarse diciendo a Gustav que podía continuar con más soltura—. Estoy listo –afirmó del todo convencido.
    El rubio tomó aire y tras torcer su muñeca en un hábil movimiento perfeccionado en sus fantasías, introdujo dos dedos con un poco más de rudeza que la primera vez. Al mismo segundo el bajista siseó no muy seguro si aquello era placentero o doloroso, pero enredado en ello sin saber en qué punto empezaba uno y terminaba el otro.
    —Vamos por tres –raspó desde lo más bajo de su garganta apenas pudo hablar y Gustav lo complació empujando tres dedos con tan buena puntería que dieron en su próstata haciéndole ver el cielo estrellado en la más oscura de las profundidades—. Mieeerda… —Gimoteó ya no tan seguro si la idea de dejarse tomar por su amante era buena o malo, sino preocupado porque la inmensidad de aquello lo abrumaba confusamente.
    —Georg, hey… —Besando su espalda e inclinándose a buscar su rostro y besar sus sienes, el baterista no podía ser más considerado, lo que el bajista agradeció como nunca antes y le dio lo que necesitaba para saber que como fuera que sucediera, estar con Gustav era lo mejor jamás habido en su vida—. ¿Estás bien? –Un nuevo beso y Georg ahogó un nuevo chillido, esta vez de un inmenso placer quemando sus entrañas para dejarle saber que estaba listo.
    —Yap –se sonrojó—, disculpa que yo no… —Su seña lo dijo todo pero al rubio aquello no le molestó. El gesto le pareció encantador. En lugar de las manos callosas del bajista, usó las propias para untarse la loción por encima de su endurecido miembro en largos y suaves tirones que impregnaron aún más el espacio con aroma a chocolate.
    Listo del todo, se arrodilló detrás de Georg y saboreando el momento, balanceó sus caderas de adelante a atrás un par de veces por encima de la larga línea que componía la finalizada columna vertebral hasta tener enfrente un cuerpo que pedía ser penetrado.
    —Oh, tú quieres que te lo ruegue –se quejó el mayor al verse torturado de aquel modo.
    —Quizá –contestó el menor, pero de cualquier modo tomó aire y posicionándose en su abertura, aventuró el primer punto de presión que tras un poco de resistencia, cedió ante su fuerza.
    Una tensión increíble que centímetro a centímetro creció cual burbuja en espera de reventar.
    Apenas un par de segundos de espera, pero en el instante en que las caderas de Gustav se presionaron directamente en el trasero de Georg, algo cambió. Ambos dejaron escapar sus alientos contenidos y el momento se volvió surreal tanto en la postura como el cambio que aquello significaba, algo que meses atrás no existía para nada y que en el pequeño espacio que compartían de sus cortas vidas, ambos entrelazaban a su particular decisión.
    Era tan simple e igualmente especial que la pompa de jabón que habían construido a su alrededor no pudo sino estallar y regresarlos al aquí y al ahora que los bombardeó con sus sensaciones corporales.
    Un quejido mutuo que explicaba la infinita cadena del placer más exquisito y el dolor más puro dando vueltas sobre un mismo punto y concentrándose en la unión de sus cuerpos cuando Gustav tomó con manos sudorosas los costados de Georg e impulsándose con ellos, dio su primer tentativo empujón.
    Un shock total que abrió sus ojos a sabiendas de que incluso en la oscuridad más completa, encontraban la manera de complementarse.
    —Se siente tan bien –habló entre dientes Gustav, no pudiendo evitar moverse una vez más dentro y fuera del bajista. Aquello les arrancó de los labios una inentendible sucesión de palabras dulces que se transformaron en guturales ruidos pronto el dolor inicial fue superado y un torbellino de éxtasis lo sustituyó de una buena vez.
    Georg sólo dijo “Tócame” una vez para tener a Gustav buscando entre sus piernas hasta dar con su pene duro y húmedo de la punta y comenzar un ritmo idéntico al que tenía con sus embestidas para hacer de aquella litera un rechinar que fue aumentando de nivel paso a paso en el transcurso de los minutos más sentidos.
    Al final, Gustav sólo atinó a hacer un ruido sordo cuando su cabeza dio contra el techo repetidas veces mientras su cuerpo, ya sin control de sí mismo, se dejaba guiar al borde del abismo y saltaba en un orgasmo que lo bañó de sudor hasta el último de sus poros mientras se corría dentro de Georg en tres fuertes embestidas que dejaron sus piernas temblando como gelatina.
    —Sentí eso –susurró el bajista con la voz ronca y cargada de deseo. Su mano se perdió entre sus piernas y con el rostro hundido en la almohada unió su mano a la de Gustav en una última y larga caricia que lo hizo descargar su carga contra el colchón antes de caer desplomado con su amante encima.
    El tiempo pasó sin diferenciarse entre los segundos y los minutos que permanecieron tendidos, aún uno dentro del otro, acompasando sus respiraciones en necesidad de decir una palabra que lo definiera todo aquello.
    —Te amo, Georg… —Murmuró contra la piel de su cuello una y otra vez Gustav. Presionando su entrepierna en su trasero, en lo último que pensaba era en apartarse. El cansancio que lo dominó por completo hizo de sus extremidades entes ajenos a su cuerpo al grado de considerar seriamente el dormirse en aquella posición sin nada más.
    Claro que para romper el romanticismo, el número de Georg necesitaba ser colocado en la guía telefónica por ser un experto en la materia…
    —¿Gus? –Alzó la voz Georg desde su lugar. El aludido esperó las más dulces palabras de amor.
    —¿Sí? –Cuestionó besando un hombro disponible.
    —Me aplastas. Me matas con tu peso.
    —Oh, perdón –se abochornó Gustav al ver que el bajista respiraba aún con pesadez.
    Se retiró de su cuerpo con un largo gemido, incrédulo de ver como aún permanecía su miembro rígido. Un poco de semen salió y no pudo evitar el tomar un poco entre sus dedos y succionarlos directamente. Georg, que en ningún momento lo perdió de vista, lo atrajo en un abrazo que culminó en un beso donde aquel sabor se compartió por medio de sus lenguas.
    —Ve por la cámara –susurró apenas se separaron.
    Divertido, Gustav arqueó una ceja ante la petición que en un principio el mayor había negado alegando indignación.
    —¿Quieres que Bill te vea así? –Se atrevió a imaginar aquella escena. El menor de los gemelos quería ver el negligé puesto, pero suponía que la escena de Georg post-coital y post-orgasmo no era lo que esperaba.
    —Nop, quiero que me tomes una foto así porque será la última vez que lo haremos de esta manera. –Ante sus palabras, el baterista hizo un puchero que divirtió al mayor—. Bien, lo pensaré…
    Gustav rodó los ojos… Bajó sus manos entre las piernas de Georg y con un dedo aún resbaloso por la loción, lo penetró sin darle aviso de ningún tipo. El primer siseó de sorpresa se convirtió en un gemido quedo.
    —Creo, Georgie Pooh, que tus palabras son vanas.
    Entrelazando manos, entonces se besaron una última vez para dormir.

    La mañana los sorprendió en el suelo pero juntos. Las literas eran buenas para los gemelos que entre sus dos figuras delgaduchas se hacían una normal, pero no para Gustav y Georg que eran todo menos un par de desnutridos como el otro par.
    Bostezando y eliminando la modorra de encima, sin embargo a ninguno de los dos les importó gran cosa. Aún desnudos exceptuando por el negligé de Georg, compartieron un beso húmedo de buenos días que se vio interrumpido por un par de gritos que les erizó los vellos del cuello al reconocer las voces de sus tan adorados gemelos.
    Gruñendo por semejante interrupción, abrieron la puerta para ver que cualquiera que fuera el destino locacional de esa semana, estaban en tierra firme y en el estacionamiento en el que los autobuses estaban aparcados, corría Tom desnudo perseguido por un Bill en tanga roja…
    —¡Tomi, ven acá!
    —¡NOOO! –Gritaba el aludido corriendo en círculos para no ser atrapado.
    —¡No dolerá! ¡Lo juro! –Prometía Bill, que extintor de fuegos rojo en mano, corría hasta alcanzarlo y tumbarlo al asfalto.
    La boca de Georg dio casi contra el suelo sin entender aquel cuadro tan extraño. ¿Un incendio? Olisqueó el aire en espera de humo o de Jost que como primera advertencia en memoria al viejo autobús, había advertido cuidarse de accidentes en la cocina. Olfateó de nuevo y nada. De fuego y humo, cero. Sospechoso en extremo, pero por alguna razón no quiso averiguarlo. El extintor le inspiraba tan poca confianza como Bill y Tom con sus sonrisas maquiavélicas.
    —No me interesa saber –señalizó a los gemelos para luego encogerse de hombros. Su brazo rodeó la cintura de Gustav que recargó la cabeza en su hombro y optó por no atormentar a Georg con sus sospechas de que Tom no tardaría en ceder ante Bill y su… Extintor.
    —¿Georg? –Volteó a verlo para encontrar unos ojos que lo miraban con adoración—. ¿Me contarás la historia de Roxane?
    —¿No hay de otra? –Se sonrojó el mayor. La sonrisa de Gustav lo dijo todo. Las opciones viables eran narrar el inicio de su historia juntos o correr detrás de Bill con el negligé hasta cobrar venganza por ser tan boquifloja. La primera era mala, pero la segunda peor. “Qué remedio” pensó ya sin ganas de eludir nada con su Gusti. Contar el inicio de todo parecía simplemente lo correcto y adecuado dado lo que ya llevaban a cuestas juntos.
    —No, cuenta.
    —Ok… —Cerrando la puerta del bus, lo guió al interior para contar aquella historia que tituló “De cuando Georg mira a Gustav y…” todo es gracias a un travestí llamado Roxane.
    —¿Qué título es ese? –Se rió el baterista sirviéndose café a sí mismo y a su novio—. Suena a novela barata.
    —Barata o no, cuando Georg mira a Gustav… —Alzó sus cejas repetidas veces—, lo que encuentra es amor…
    —¿Amor? –Repitió abrazando a Georg.
    —Yep, amor –y lo besó...

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