Tokio Hotel World

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    Chapter 16 1/2: Agradece Por Siempre a Roxane

    Thomas Kaulitz
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    Mensaje  Thomas Kaulitz Vie Ago 05, 2011 6:19 pm

    —No sé… —Dijo Gustav delatando la inseguridad que sentía con un tono de voz plagado de pánico—. ¿Por qué dices que vinimos? –Se llevó la mano a la boca con ese afán nuevo de morderse las uñas pero se contuvo a tiempo—. Mejor nos regresamos –pero antes de poder enfilar de vuelta, Bill lo cogió del brazo como una tenaza y no lo soltó para nada.
    —Nop, dijiste que sí vendrías y ahora cumples. Además –prosiguió ante la puerta que bellamente decorada con letras platinadas nombraba “Der Orgasmus” a la sex-shop de Roxane—, hay alguien que te quiere conocer desde hace mucho. –Se detuvo un instante para buscar en sus bolsas y sacar un marcador indeleble junto con una fotografía suya de tamaño natural—. Ya sabes, se la firmas y la besas en la mejilla.
    —¿Lo beso? –Preguntó Gustav, que ante la mención de la pantomima a montar con Roxane, el travesti que tan amigo de todos era, se asustaba.
    —La besas –le corrigió Bill—. Es una dama, Gus. Sé educado. Nunca la mires a los senos por muy bonitos que los tenga, eh pillín.
    El baterista se contuvo de girar los ojos sólo porque en ese preciso instante la puerta se abrió de par en par y el mismo o a la misma Roxane, fuera el caso que fuera, abría los brazos para recibirlos con todo el encanto que se cargaba encima. Precisamente por ser domingo y por consiguiente día inhábil, aquella era una visita que si bien entraba en la categoría de negocios, también era especial.
    —¡Bill! ¡Gusti! –Chilló apenas los vio—. Pero pasen, pasen… —Los condujo por detrás de un par de cortinas recargadas de perfume y Gustav al fin se enfrentó a lo más chocante de toda la tarde.
    Abrió los ojos grande y la boca más, pero disimulando lo mejor que podía, optó por sonrojarse con modestia antes de pegarse a Bill y prensarse del borde de su playera.
    —Tengo miedo –susurró—. De nuevo, ¿Por qué estamos aquí?
    Fue el turno de Bill de contenerse.
    —Ya te dije, Roxane quiere conocerte. Oh Gus, suelta que me lastimas y no es del tipo de dolor que me suele gustar –se lo quitó del brazo que de tanta presión se le estaba acalambrando—, no sé que te dijo Tom para asustarte pero te aseguro que no te va a pasar nada. Es una sex-shop cualquiera, sólo que mejor surtida, ¿Ves? –Y señalizó alrededor con embeleso—. Wow, eso no lo tengo; ha de ser nuevo –y sin darle tiempo a Gustav de recomponerse, se alejó para curiosear por un par de vitrinas que mostraban lo que parecían ser aparatos de tortura medievales.
    Así que solo y a merced de un travesti que merodeaba por ahí con un servicio de té y un par de delicadas tazas, Gustav no tuvo de otra que sentarse en un silloncito tan pequeño y blando que sintió como si se hubiera ido al fondo de una nube que no pudo con su peso. Fue en vano cruzarse de pierna o buscar un mejor acomodo, así que renunció a moverse de aquella postura tan incómoda.
    Suspiró con desgana. ¿Cómo diablos se las arreglaba para terminar en las peores situaciones posibles? Si contaba con el siempre aterrador riesgo de ser atrapado por la prensa amarillista o alguna revista de adolescentes saliendo de una tienda de ese tipo y peor, en compañía de Bill que de seguro compraría sus dotaciones para un mes dado el tour largo que se les venía encima, los titulares imaginarios que ya casi podía leer le daban dolor de cabeza.
    —¿Té? –Preguntó Roxane que sentada a su lado, se inclinaba con la tetera caliente para servirle.
    Gustav asintió en un único movimiento, presa de la parálisis más extraña pues al inclinarse Roxane se dio cuenta de que más que una vampiresa con ganas de violarlo, aquella era una mujercita tímida que se sonrojaba como colegiala al conocer a su ídolo. Lo que a palabras de todos en la banda, él era para aquella criatura…
    —Gracias –musitó muy consciente de cuánto significaba aquello para ella y bebió un sorbo delicioso de un rico té frutal. La expresión que obtuvo a cambio le maravilló por su candidez al grado que cuando le ofreció un par de galletas y sus manos se rozaron, no sintió el miedo inicial.
    ¿Era que su imaginación había exagerado todo aquello y en realidad esperaba un cuadro demasiado perverso para lo cotidiano? Vista de cerca, Roxane si vestía ropa entallada y un escote de vértigo que atrapó su mirada con un espectacular par de senos que cualquier mujer desearía tener, pero nada más. Ni era obsceno o vulgar y al pensarlo, Gustav se tuvo que corregir al olvidar que era una mujer y que la estaba tratando como igual.
    —Oh Diosss –Exclamó Bill, atrayendo la atención de Gustav y de Roxane al mismo tiempo para encontrarlo descolgar un conjunto de falda, chaleco y saco negros a juego una camisa blanca y un par de gafas de montura gruesa. Para completar el disfraz que parecía ser de maestra estricta, dado que venía con botas de soldado, un pequeño látigo rígido y medias de red, Bill tomó un pequeño listón que presumiblemente iba anudando el cabello y una corbata que anexó—. ¡Me lo llevo! –Dijo con los ojos centelleantes de la emoción por su nueva compra.
    Roxane aplaudió por los complementos y se dio a la tarea de empaquetar todo aquello en una bolsa con el logo de su negocio. Dejando su asiento libre, Bill decidió sentarse ahí con una sonrisa en labios que ni un puñetazo le habría podido borrar dado el caso.
    —¿Sigues sin ver algo que te interese? –Le preguntó a Gustav, quien tomando un sorbo de té, casi se atragantaba—. No te quieras hacer el virginal conmigo que sé que has mandado varias veces tu uniforme de colegiala a la tintorería –se burló antes de servirse una taza de té y saborearlo.
    —Georg me mata si sabe que vine aquí –masculló el baterista con el rostro rojo grana.
    Aunque pensándolo bien, tal vez no. Georg, renovada su vieja amistad con Tom, pasaba las tardes con él comportándose como siempre y Gustav no tenía corazón para reclamar su tiempo común como pareja dado que religiosamente dormían juntos y pasaban sus tiempos libres uno al lado del otro. Ponerse celoso por Tom era infantil así que lo dejaba pasar del mismo modo que Bill hacía lo propio.
    O casi, que tras un mes de abandono por parte de sus respectivos ‘peor-es-nada’ en los malos tiempos o ‘mi-seme-de-caramelo-Pooh’ en los mejores, quedaba que tanto Bill como Gustav entendieran que podían divertirse por su cuenta. En tiempos de la liberación sexual tampoco tenían que quedarse en casa haciéndose manicura sólo porque ‘sus hombres’ estuvieran enfrascados en lo suyo.
    Y ahí estaban, ‘divirtiéndose por su cuenta’ aunque a Gustav le daban ganas de cambiar las palabras para definir la pena que sentía de haber terminado en semejante lugar. Con la promesa de ir a un sitio agradable y comprarle un regalo a Georg, engañado a fin de cuentas, Gustav acabó con Roxane en su tan particular tienda.
    —No me siento cómodo –dijo de la nada el baterista. Era la verdad así que cruzándose de brazos, sin importarle el rico té o las galletitas, hizo lo más cercano a un berrinche dado su carácter—. No es nada contra Roxane, pero me siento de la mierda sentado aquí y… —Resopló—. No sé. Vámonos.
    Bill lo miró de reojo bajo sus espesas pestañas antes de dejar su taza sobre la pequeña mesa que tenía enfrente y empezar a hablar.
    —¿Te digo algo tan valioso que Georg moriría de vergüenza si sabe que tú lo sabes? –Se ahorró la parte de que Georg lo iba a matar por irse de lengua, así que en su lugar se tocó el labio con la punta de la lengua y viendo que la atención de Gustav era total, lo soltó—: Roxane ama tu trasero –dijo saboreando cada palabrada, encantado de cómo lograba incomodarlo—, por eso eres su favorito y nadie más que tú.
    —Ugh, Bill, ¿Qué con eso? –Se intentó zafar, no muy seguro a dónde conducía aquella charla.
    —Vamos, Gus. ¿No ves la conexión? –Arqueó una ceja—. No juegues al tonto.
    —No –fue todo lo que respondió.
    —Ok, lo haré con peras y manzanas –masculló Bill al pasar a sentarse en el regazo de un reticente Gustav. A sus anchas, señaló a Roxane, que guardaba las compras de Bill con mucho esmero, casi como si aquello fuera para un regalo—. Ella, sí ella –reafirmó al ver la cara de disgusto que el baterista ponía—, se fue de juerga una noche y se topó con alguien. Nop, no fui yo… Ni Tom. ¡Georg, bingo! ¿Qué crees que le dijo?
    —Bill, en serio… —Quiso frenarlo el mayor, pero se vio silenciado con paciencia.
    —Roxane le dijo a Georg que su chico favorito en la banda eras tú, que tenías un trasero para infartarse y que… No sé, de hecho Georg no me quiso decir más, pero si algo me quedó claro, es que a ella le tienes que agradecer todo lo bueno que tienes en la vida.
    —¿Mi familia, mi salud y mi carrera como músico? –Inquirió Gustav sin entender.
    —No, le tienes que agradecer tener a Georg –y sin decir otra palabra más, se levantó de sus piernas para ir a curiosear en un par de vitrinas que todavía no había visto.
    Gustav, al fin con el velo fuera de los ojos, miró a Roxane bajo una nueva luz. La que fuera, no la volvía hermosa porque ya lo era, pero le confería la calidez humana que faltaba en su perspectiva. Bajó del pedestal de mujerzuela en la que la tenía para ser, pues ella. Aquella pequeña historia, burda y mal contada por el torpe de Bill, le apretaba el pecho al grado de que cuando Bill regresó cargando una dotación entera de lubricante de coco como para seis meses y los encontró hablando como viejos amigos, no se sintió para nada avergonzado.
    Más que nada, deseoso de contar con una nueva amistad, una amiga…
    —Creo que voy a comprar mi primer vibrador –dijo con ánimos festivos en vista de que pensaba comportarse un poco alocado y señaló uno rojo que orgulloso colgaba de la pared de enfrente. Silencio total. Miró a Bill que se contenía de reír a carcajadas y luego a Roxane que se tapó la boca con una delicada mano.
    —Gusti, ese es un… Extintor de incendios…
    Fracaso rotundo, pero al menos tuvo el humor de carcajearse de su propia elección.

    —Georg va a pensar que soy un maniático sexual, en serio –aseguró Gustav por veinteava vez desde que montaron en el taxi y enfilaron de regreso a su hotel. En brazos, repleto el maletero y los asientos, lo que parecía ser la colección completa de ‘Der Orgasmus’ para el resto del año y quizá hasta el próximo. Tras mucha indecisión de su parte, el baterista había decidido que su lubricante tenía que ser clásico así que sabor chocolate en mano, se preparaba para darle una sorpresa a Georg.
    —Lo va a pensar si lo atas a la cama y abusas de él, no si sólo le muestras lo que compraste –le codeó Bill con un guiño travieso de su parte.
    —¡Bill! –Siseó Gustav al ver que el taxista que los llevaba de regreso tosía con embarazo. Para colmo, indiscreto como todos los chóferes, miraba ayudado por espejo retrovisor a los ocupantes del asiento trasero y a juzgar por ese brillo especial que se reflejaba en sus pupilas, se saboreaba ante lo que decían—. Basta pues. Shhh –le silenció—, ya veremos qué opina él –y dando por finalizada la charla, se reacomodó en el asiento para dedicarse a mirar por la ventanilla.

    —Espero –suspiró Jost al decirlo— que esto sea para el bien de todos. No quiero verme como un tacaño –“¡Pero si lo eres!” se escuchó entre toses por parte de los presentes, pero el hombre decidió ignorarlo mientras continuaba con su perorata— así que he decidido que en vista de que están creciendo y necesitan su propio espacio, dividirlos en dos grupos. Para ello… –señaló a sus espaldas con orgullo.
    Como gran espectáculo, dos autobuses, presumiblemente para giras europeas dada la decoración externa con logos de la banda en discreto fondo negro con rojo, permanecían estacionados sustituyendo el anterior que había muerto en servicio cumpliendo con su deber de transportar. Bill ahogó un grito de sorpresa dejando a los demás tiempo para recomponerse con las bocas abiertas y los ojos enormes abiertos de par en par como ventanas.
    —Oh por todos los demonios del infierno –barbotó el menor de los gemelos cuando su sorpresa dio paso a un torrente de elogios—. ¿Para mí? –Preguntó olvidando que los autobuses eran para ellos cuatro no sólo para él—, no te debiste de haber molestado…
    —Obvio que no, pero no es nada chic llegar a las grandes urbes europeas montados en un burro tirando una carreta así que… —Jost se encogió de hombros—. Con respecto a las parejas, creo que en este autobús podrán ir…
    —Tomi y yo –dijo Bill, tomando la mano de su gemelo y desapareciendo en el interior del bus que eligió con un sonoro portazo.
    —Ese par –suspiró Jost con resignación. Se giró para ver a Georg y a Gustav que compartían una ceja arqueada cada uno ante la actitud de los gemelos, pero se abstuvo de comentar nada—. ¿No les molesta ir juntos?
    —Nah –dijeron en unísono, para darse vuelta e instalarse en su nuevo vehículo.

    Y Georg tenía qué admitirlo: ¡Estar sin los gemelos eran vacaciones! Viajando a gran velocidad entre países –sólo el chofer sabría cuáles que lo suyo no era ni sería la geografía- con la única compañía de Gustav, no podía sino recorrer su nuevo paraíso anhelando que la hora de dormir llegara para irse a dormir con el baterista sin necesidad de tener que soportar las pullas hipócritas de los gemelos con respecto a que ellos dos dormían abrazados juntos si ellos mismos lo hacían cada noche.
    Mejor que eso, no tendría que intentar suprimir los jadeos cuando el y Gustav decidieran… La idea lo hizo sonrojarse en pleno proceso de abrir su maleta en búsqueda de un par de bóxers limpios que ponerse para ir a la cama.
    Ya con ellos en mano, enfiló directo al baño para cepillarse los dientes y disponerse a dormir cuando algo le interrumpió de su rutina… Colgando del pomo de la puerta una especie de vestido de niña se balanceaba invitadoramente. Intrigado, se inclinó para recibir una ola de calor en el rostro al darse cuenta de que aquello no era sino un escueto negligé de color negro que venía acompañado, por fortuna, de algo que no era una tanga. Apenas lo tuvo en la mano el cepillo de dientes se le zafó de los dedos para hacer un ruidito que lo sacó de ensoñaciones con respecto a la suavidad que la textura de la tela podría tener con su piel.
    —Ehmmm… ¿Gustav? –Tanteó con un grito moderado al aire, sabiendo que el aludido ya estaba acostado en la litera que habían decidido sería su cama.
    —Pensé que el negro te quedaría bien –susurró una voz a lo largo del pasillo. A Georg las orejas le ardieron ante el cumplido y no necesitó más de cinco minutos para estar listo.
    Nervioso como nunca, aunque si se admitía para sí mismo, también un tanto excitado, caminó en línea recta tras apagar todas las luces del autobús hacía Gustav que con la cortinilla abierta, lo esperaba con las manos entrelazadas sobre su estómago.
    —¿Qué tal me queda? –Bromeó Georg al tomar el negligé por ambos lados y abrirlo de par en par por enfrente. El aire helado se le coló por la abertura dándole un escalofrío que nada tuvo que ver con los ojos negros de Gustav que escrutaban cada centímetro de piel expuesto—. ¿Y bien? –Esperó con ambas manos a cada lado de la cadera como veía a Bill hacerlo en sus mejores poses. Aquel era su más burdo intento de comportarse sexy y seductor para obtener la copia pirata que era ‘zecsi y zeduptor’.
    —Fatal, pero… Ven –dijo con voz ronca el rubio al hacerle una seña con el dedo índice y consiguiendo que el bajista, apoyado en manos y rodillas, gateara por encima de su regazo hasta quedar sentando en sus muslos.
    —Hey, tú pusiste eso en la puerta del baño. Pensé que querías que yo… —Se apartó el cabello del rostro para inclinarse sobre Gustav, porque lo reducido del espacio lo tenía golpeándose la cabeza contra el bajo techo.
    —Es un regalo de Bill –contestó el baterista al posar sus manos en los muslos de su amante y recorrerlos de arriba abajo un par de veces—. Me hizo prometer que te tomaría fotos para comprobar lo ridículo que lucías…
    —¡Gusss! –Siseó el bajista al sentirse un poco ofendido.
    —Pero, por Dios, déjame terminar –sus manos se afianzaron en el trasero del otro para apretar con un poco de rudeza y obtener así un grito ahogado— voy a tener que decepcionarlo.
    —¿Temes que se parta el culo en ocho trozos iguales al verme así? –Ironizó el mayor tratando de mostrarse frío y distante ante la broma, pero imposibilitado de ello cuando las manos calientes de Gustav alzaban su negligé por detrás y tironeaban del elástico y encaje que componían la parte inferior.
    —Nah. Ven para acá.
    Georg se hizo un poco el del rogar moviéndose en su regazo sólo para descubrir que si él estaba excitado, Gustav estaba combustionando debajo de su trasero. Se frotó un par de veces ayudado de la fricción para obtener a su amante desesperado, que de un tirón a sus cabellos, lo tuvo tan cerca que sus bocas se encontraron en un beso totalmente apasionado.
    —Te ves bien –murmuró el menor apenas sus labios se separaron un segundo. Georg tanteó en búsqueda de la mentira o la burla en sus pupilas dilatadas pero tuvo que contentarse con creer que aquello era cierto porque ningún asomo de risa se hizo presente.
    —¿Algo más que tengas planeado para hoy? –Aventuró. Atento siempre a los ánimos del rubio, Georg sabía que sus intentos de ir más lejos en el terreno de lo sexual siempre tenían algo que ver con un deseo oculto de tiempo atrás. Por tanto, siempre se trataba de mostrar accesible a lo que su amante proponía. Por fortuna, obteniendo siempre resultados más que placenteros.
    —Yo hacértelo a ti…

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