Tokio Hotel World

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^-^Dediado a todos los Aliens ^-^


    Chapter 15 2/2: Sabe Que Su Perro Sera Bom y Su Gato Till

    Thomas Kaulitz
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    Mensaje  Thomas Kaulitz Vie Ago 05, 2011 6:18 pm

    —Gus, pst, despierta –susurró George a la oreja del mencionado. Era de madrugada y según la luna que se proyectaba en el suelo de la habitación, marcaban algo entre la una y las tres de la madrugada.
    Sin esperar respuesta, el bajista se introdujo bajo las mantas tibias de su amante y se le pegó por la espalda, maravillado de cuán suave se sentía su piel desnuda en comparación con el sucio y helado suelo que segundos antes pisaba.
    —Vamos, despierta. –Besó su cuello y recibió un gemido quedo que dejaba muy en claro que Gus seguía dormido, pero no por mucho tiempo. Sin tomarse la molestia de preparar terreno, fue directo a su entrepierna para encontrar con gusto que le esperaba una erección ansiosa que apenas rodeó con su mano, se tornó más dura y caliente que antes.
    —Ugh, George –gimió Gustav con la voz gruesa por el sueño. Una queja que se transformó en gozo cuando la mano libre del bajista apresó su cadera y tras una débil indecisión, optó por moverse a su trasero. No teniendo como quejarse si aquello de ser atrapados lo ponía caliente, aunque no lo admitiera, prefirió torcer la cabeza y besar a George con suavidad—. Bien, pero si haces algún ruido, te mato.
    —Mira quién habla –se burló George al deslizarle la ropa interior por los muslo obteniendo así un gemido bajo pero claro.
    —No te burles –le amonestó Gustav, que prefirió mantenerse lo más controlado posible, pero mordiéndose el labio inferior porque aquello resultaba complicado.
    Estaba a punto de experimentar lo que creía era un dedo húmedo con saliva cerca de su entrada, cuando el ruido de un par de pasos en el suelo le hizo abrir los ojos lo más posible en un vano esfuerzo por discernir de quién era la figura que se movía en penumbras.
    Su erección murió con aquello y para un ligero regusto amargo que lo invadió, George no le prestó atención pues restregándose contra su costado, mordía la piel de su hombro para acallar sus propios jadeos.
    “Vaya mierda” pensó con desilusión al pellizcarle la pierna a su amante y acallarle la queja con la palma de la mano presionándose por completo en su boca.
    —Bill, vuelve a la cama –pronunció con voz clara y fuerte. Los pies se detuvieron en su camino haciendo del silencio algo tan real que por un instante Gustav temió haberse equivocado.
    —Uh, malvado –respingó al fin el menor de los gemelos en retroceso a su propia cama—. Sólo para que lo sepas, pensaba ser silencioso.
    —Sí claro –ironizó Gustav. Se la pensó un segundo y agregó—: ¿Te puedo pedir un favor? Di: “George, regresa a tu cama”, por favor.
    Una risita.
    —George, regresa a tu puñetera cama o patearé tu trasero por hipócrita –dijo Bill, agregando a la frase algunas palabras de su propia invención—. Si yo no duermo con Tomi, tú no duermes con Gusti.
    Más pasos por el suelo seguidos del rechinar del colchón y Gustav cerró los ojos dispuesto a dormir. Ah, amaba a George, vaya que lo hacía, pero no consentía ni los espectáculos ni la falta de intimidad. Mejor la castidad y convencido de que su solución era perfecta descontando bueno, la parte de la castidad, se durmió.

    Como suele suceder con la represión y las normas ridículas, Gustav y Tom cedieron a las dos semanas con un pequeño acuerdo: dormir juntos. No entre ellos, eso por descontado que no, pero sí al permitir que George y Bill respectivamente, se colaran en sus camas. Mientras mantuvieran el ruido en nivel decente, nada podía salir mal. ¿Verdad?

    —Tom, esto está jodido –dijo Gustav a la oscuridad, pero recibió una respuesta igual.
    Bill era ruidos, George era ruidoso, ¿Entonces por qué pretender que aquello de ‘mantenerlo en nivel decente’ iba a funcionar? Malhumorado al fin por lo del incendio que ocasionó la falta de privacidad en la vida de ellos cuatro, se quitó de encima a George y encendió la lámpara de noche sin importarle que en la cama de Tom un bulto enorme por la zona de su entrepierna delataba lo que Bill hacía en ese momento.
    —Voy a dormir a la sala –anunció con desgano sin esperar respuesta alguna. No se dignó ni de mirar a George porque le pareció que por primera vez en su nueva vida como pareja, no sabría cuál sería su ánimo y la idea lo deprimía.

    —Ok, yo lavaré los platos sucios y la ropa hasta que estemos en el autobús, tenderé las camas y… Les daré esto –dijo George con una seriedad increíble al tiempo que sobre la mesa de las negociaciones, que no era otra sino en la que desayunaban en el departamento, deslizaba un indiscreto paquete de colores chillones en el que se leía con claridad “Condones de sabor: Coco” y que Tom no pudo sino recibir con una sonrisa total—. ¿Trato hecho?
    —Claro que acep… —Empezó Tom con alegría, pero Bill le contuvo colocando una mano perfectamente arreglada con manicure por encima de su antebrazo.
    —No tan rápido, ¿A dónde iremos? –Captó la indecisión en el rostro de George, que desde que Jost los tenía castigados, también los tenía sin dinero—. El Royal Hamburg Internacional cobra €650 la noche, pero… —Agregó al ver que la débil calculadora que George tenía como cerebro sacaba chispas—, acepto pasar la noche en un hotel de €200.
    —Que sean €107.55 y acepto –murmuró el bajista al vaciarse los bolsillos sobre la mesa y contar infinidad de monedas y billetes de denominación pequeña. Apenas y los ahorros restantes para una semana que les quedaba de reclusión en el departamento, pero si eso valía el tener el lugar por toda la noche para él y su Gusti, lo pagaba con gusto.
    —Trato hecho –selló Bill al tomar el dinero para subir a la habitación que compartían, hacer una maleta y no regresar sino hasta dentro de 24 horas como estipulaba el convenio.
    Media hora después, ya en soledad y esperando a Gustav de su regreso del supermercado, George no pudo evitar sonreírse a sí mismo al despedir en la puerta a los gemelos y azotarla con lo que consideraba malicia. Que los €107.55 valieran la pena…

    —Mierda, oh no, mierda –maldijo Gustav al regresar con la bolsa de las compras oscilando peligrosamente en sus brazos y encontrar el departamento oscuro. Pensó al instante en un bajón de la luz, pero considerando con quienes vivía, era más factible que no hubieran pagado el recibo de la luz y la oscuridad se debiera no precisamente al exceso de pago.
    La sorpresa que encontró al entrar, fue otra…
    No las velas iluminando tenuemente la habitación, el aroma a incienso subiendo en espirales cadenciosas; tampoco un licor suave frío en cubeta de hielo o al menos una sorpresa romántica que se le acercará. Pedirlo, era tirar monedas al pozo mágico de los deseos: no se cumplían.
    En su lugar, dio con George, que sentado en el sofá, estaba desnudo y… Esposado.
    —Muy bien, George. Ahora inventa algo que lo justifique –se rió Gustav dejando las compras en la cocina y regresando para sentarse a su lado. En las manos del bajista, un cuchillo con el que intentaba vencer la cerradura sin ningún éxito—. ¿Y bien? ¿No es una historia de fangirls irrumpiendo en el departamento y abusando de ti como amazonas sin control? Uh, toma nota; puede ser la próxima historia que Jost escuchará de nosotros.
    —No le veo la gracia –murmuró George con la lengua entre los dientes sufriendo por su pésima habilidad de forzar candados—. Pensaba darte una sorpresa…
    —¡Vaya que si me la diste!
    —No, así no –suspiró—. Esto –agitó sus cadenas— es un error. Pensaba ponerme sexy, darte un George último modelo a tu disposición, ejem, sexual y veo que lo he jodido.
    Gustav lo contempló unos segundos y pasó la yema de su dedo por su mejilla. Se inclinó para besarlo y sin tomarse un segundo más, lo empujó hasta estar entre sus piernas. Recostados uno encima del otro aquello se sentía como el cielo.
    —Me lo puedes dar. Las esposas siguen igual, ¿no? Es lo mismo –murmuró al arrodillarse en frente de George para dar batalla con sus pantalones y su camiseta.
    —Ummm, no. Pensaba quitármelas cuando el momento fuera adecuado. –Se ruborizó al decirlo, pero poco le duró el color carmín por la vergüenza cuando la excitación le tiró como un gancho desde el estómago. Con Gustav desnudo y con ojos de psicópata sexual, lo único que podía hacer era ponerse duro y soportar lo que viniera.
    Lo que fue Gustav buscando entre los sillones y sacando una botella de lubricante. No pudo evitar alzar una ceja cuestionando cómo rayos conocía las reservas secretas de los gemelos.
    —Hey, no me mires así, esta es mía. Luego del fiasco con el coco –se burló—, prefiero mi sabor, mi aroma. ¿Qué opinas? –Le mostró la etiqueta que marcaba chocolate y sin darle tiempo a una respuesta, abrió el envase para tomar un poco en sus manos y untarlo por sus dedos…
    Dedos…
    —¿Gus? –Pronunció no muy seguro George. Estando de espaldas y con un par de esposas que no tenían llave por ser de la dudosa procedencia del cajón de los gemelos, no se sentía nada seguro. Mucho menos cuando Gustav se limitó a esbozar una sonrisa torcida.
    Por ende, el dedo que rozo por su entrada no fue nada que lo sorprendiera.
    —¿Qui-quieres? –Tartamudeó. Si su Gusti decía que sí, no iba a poder negárselo. Para su sorpresa, el baterista negó con un poco de timidez.
    —Nah, otra ocasión será –se inclinó para besarlo—. Hoy sólo quería probarte, porque la verdad es que no tengo tiempo para tratar con vírgenes. Lo que más deseo es… —Tomó el pene de George en sus manos húmedas y lo masajeó un par de veces hasta tenerlo brillante y mojado con el lubricante— sentarme en ti. Las esposas sólo ayudan.
    —¡Gusss! –Siseó George al verse sorprendido con lo desinhibido que su amante se comportaba—. ¿Eres tú o los extraterrestres te han abducido, raptado, metido cosas por todos lados y regresado con una bolsa del supermercado repleta de frutas y verduras?
    —Leche también –dijo Gustav al untarse más lubricante y ante la mirada atónita de George, usar su propia mano para prepararse. Un rictus de placer que era tortura por lo que el bajista veía, pero no tocaba—. Y fueron las fangirls; a Jost le encantaría el detalle. Lo único que te falló es que no me han metido nada por ningún lado… Todavía.
    —Todavía –repitió como eco el bajista. Los ojos oscuros con su pupila dilatada al contemplar a Gustav retirar su mano y de rodillas, sentarse en su regazo. Un calor que lo abrasó incapacitándolo de algo más que ser un simple espectador—. Siéntate, uhm.
    —Estoy sentado –contesto el menor retorciéndose un poco en su sitio—, ah, ¿O quieres decir…? Georgie Pooh sabe tener una boca limpia.
    Sin más, se incorporó un poco, lo suficiente para maniobrar sobre la entrepierna de George y tomando su miembro con una mano, se posicionó para tomarlo dentro de su cuerpo con una lentitud tal que el propio George se sentía morir en dulce agonía.
    —Listo –sentenció al encontrarse del todo lleno e inclinarse para un beso suave como la brisa—. ¿Me muevo? ¿Bailo?
    —Muévete, Gus. Vamos… —Tanteó George al empujar su cadera y obtener un gemido en respuesta—. Los gemelos no están y te aseguro que voy a gritar. Puedes gritar. Sólo ha costado €107.55; toda una ganga.
    —Una oferta, vaya –ironizó el menor, pero su habitual tono cínico se desapareció igual que su seriedad al iniciar un ritmo pausado con su cadera que creció de intensidad y que los tuvo a ambos explotando en cuestión de minutos.
    Un orgasmo fulminante que podría ser mejor muerte que un infarto o una embolia. Como fuera, tendidos uno al lado del otro en el pequeño sofá, cayeron en un reparador sueño que de semanas atrás necesitaban. Sólo durmiendo juntos podían descansar.

    Para cuando los gemelos regresaron, ni George ni Gustav podían conseguir una erección.
    Tras hacerlo de nuevo en el sofá, en la ducha, en la cocina, en las escaleras e incluso en la cama de los gemelos, estaban tan cansados que lo más que pudieron lograr después fue dejarse caer frente al televisor con un poco de maíz inflado y retozar juntos el resto de la tarde.
    —¿Huele a chocolate o lo imagino? –Gruñó Bill como bienvenida al entrar al departamento y olisquear alrededor como si algo ofendiera su nariz—. Ugh, odio el chocolate.
    —Mejor coco, ¿En, Bill? –Chanceó Tom a su gemelo dándole con el codo en el costado, pero lo que creyó era una broma en la que sólo ellos dos participaban, se tornó en muecas de disgusto por parte de George y Gustav—. ¿Qué? No neguemos que han tirado como conejos, nosotros hemos hecho lo mismo –se excusó con Bill, quien decidió que era preferible eludir que negar el hecho.
    Ya entonces los cuatro frente al sillón optaron por mirarlo.
    Pasaron las horas, el día transcurrió y el sueño llegó…
    Para los gemelos, la hora de ir a la cama. Cansados como estaban, caerían como piedras como mínimo por 24 horas y luego a esperar por Jost. Un mes de descanso de su presencia al menos debía otorgarle la paz necesaria para sobrellevar un par de años más sin una nueva crisis existencial. Aquello era normal, pero para George y Gustav…
    Aquello era una especie de nuevo comienzo. Juntos, revueltos y el uno para el otro…
    Viniera lo que viniera, en la mente de Gustav todo estaba bien. Observando a los gemelos retirarse a la cama, no pudo sino apretar la mano de George entre la suya y contener lo mejor que pudo de llorar. Los finales le ponían triste, aquel era el suyo; la vida en el departamento, el descanso más largo en años y el primero con George a su lado como pareja se finalizaba. Dolía en el pecho.
    Pensar en ello acrecentaba la sensación de pérdida, pero se desvaneció con el abrazo en el que se vio envuelto y el cálido aroma que George exhalaba.
    —No quiero –pronunció en un puchero. No había qué decir más; era algo sobrentendido que sólo hasta el final de sus carreras estarían en su propia casa… El final del sueño comenzaría otro, pero hasta pensar en el futuro lejano cortaba la respiración.
    —Chist, Gus, no llores –le limpió las mejillas. Entendía cómo se sentía. La diferencia entre ellos dos estribaba que a George ya no le quedaba nada más en su interior que amor por Gustav; sabía que era recíproco, pero el baterista cargaba además con un ‘algo’ que no tenía nombre, pero podía traducirse como temor a los tiempos que vendrían. A sus tiempos juntos.
    —No lloro –se pasó las manos por el rostro y las retiró húmedas—. Ok, lloro, pero estoy bien. Estaré bien. Estaremos bien –frunció el ceño—, incluyendo al gato y al perro. Tenemos que tener un par, y una casa grande y… —Viendo la duda en el rostro del bajista, lo acorraló contra el respaldo del sillón y le besó repetidas veces hasta tenerlo jadeando su nombre—. Me lo tienes que jurar…
    —¿Casa grande, tú y yo? Bien, genial. Lo juro, pero… —Lo besó por su cuenta—, ya tenemos al perro y al gato.
    Para confirmación de sus palabras, el techo retumbó con un fuerte golpe y un poco de yeso y pintura se desprendió encima de sus cabezas. Un par de risas y sus sospechas de que al menos por media hora, la entrada al cuarto en el que todos dormían, estaba vedada fueron ciertas.
    —¿Bom y Till? –Se carcajeó; estaba en lo cierto. Aquel par de gemelos eran sus mascotas.
    —Bom y Till, hecho –lo besó una vez más—. Perro y gato o gato y perro da lo mismo. Pelean como tales y hacen el mismo ruido.
    Nueva lluvia de porquerías y sólo sonrieron. Su vida de ensueño ya estaba presente…

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