Luego de su parranda y al día siguiente en una soleada y fresca mañana de mayo, George abrió los ojos y soltó un quejido tal que la persona que dormía a su lado despertó de su congestión alcohólica y le dio una mirada de muerte por ello.
Con una incipiente barba mañanera y el maquillaje corrido, Roxane era al fin, el hombre que realmente era. Al menos ya lo aparentaba, y dándose media vuelta luego de fulminarlo con todo su rencor por ser arrancado del placentero y reparador sueño en el que estaba sumido, jalaba las cobijas y se hacía un ovillo tan pequeño y apretado, que lo tiraba de su litera.
—Jo, mi cabeza… —Murmuró el bajista cubriéndose la cara con el brazo y tanteando con la otra mano libre por debajo de él pues había caído en algo tan blando y que también se quejaba, que no dudaba ni por error que fuera alguien vivo.
Después de la juerga que se habían tomado y más por su parte luego de haber besado o sido besado en todo caso, por Gustav, las bebidas habían corrido tan libres por su mesa que era un milagro que no estuvieran devolviendo las tripas.
—Pesas, bruto –vino de abajo. Por la voz, Bill, quien no parecía haber tenido tanta suerte y sus barboteos pronosticaban lo mucho que su estómago se iba a vaciar en medio pasillo—. Me siento como mierda…
—Roxane está en mi litera –dijo George ignorándolo—. Si alguien me asegura que practicamos zoofilia homosexual con, no sé, un perro callejero, le creeré. Ouch, me duele hasta el alma.
Bill sentía lo propio, pero se agravaba el dolor con el bajista encima, así que haciendo uso de la fuerza bruta, se lo quitaba de encima sin importar lo mucho que los dos sufrían en ello. A veces, con la cruda haciendo saltar chispas rojas alrededor de sus cabezas, lo mejor era quedarse quietecitos y apenas respirando.
Por desgracia, no era una opción muy viable, ya que de la pequeña cocina del autobús de la gira, llegaba un tenue pero prometedor aroma que hizo a sus delicados estómagos gruñir por un poco de amor y alimento.
—Huele bien –balbuceó Bill apenas moviendo los labios. Algo en ellos le recordaba el sabor amargo del vodka y la garganta la raspaba como si se hubiera tomado un garrafón él solo.
—Juraría que Gusti cocina… —George pasó la lengua por sus resecos labios y casi era probar un desayuno con amor. No le importaba si lo que iba a comer consistía en un magro café acompañado por un par de tostadas con mantequilla, porque hecho por el rubio, hasta eso sabía a gloria.
—¿Quién, perdón? Yo quiero comer con ustedes también. Oh, Gusti. – Roxane sacó la cabeza por el borde de la litera y contempló el espectáculo tan triste y patético que eran Bill y George con las ropas del día anterior arrugadas y con manchas por todos lados. Caras pálidas y sufridas que se complementaban con gestos hoscos y síntomas de alguna enfermedad que se incubaban. Lo resumió muy bien con cuatro palabras—: ustedes dos, están jodidos.
—Gracias –dijeron a coro y con mutuas muestras de ayuda, se intentaron poner de pie apoyados el uno con el otro.
Ya en la cocina, el panorama no era muy diferente…
—Humpf –era la respuesta de Tom a los ‘Buenos días’ que Gustav le daba. Se desplomaba ante la mesa, pero agradecía no tener resaca tan grave como la que auguraba para los dos ex bellos y ex durmientes que entraban descalzos y con mala cara al reducido espacio que conformaba lo que pomposamente llamaban la cocina y comedor presidencial en el bus—. ¿Mala mañana? –Preguntaba desde su lugar.
Bill le demostraba que eran gemelos dándole una respuesta de muchas consonantes y alguna vocal perdida como la que le había dado a Gustav y que indicaba cuán grande era su malestar y lo hecho mierda que se sentía. Lo dejó todavía más claro cuando se dejó caer a su lado y abrió la boca para soltar un gruñido lastimero.
—No puedo creer que me dejaras beber así, Tomi. –Le pinchó un brazo con saña necesaria para hacerle saber su reproche—, ni siquiera recuerdo como regresamos.
Tom se encogió de hombros, lo mismo que George y para sorpresa de los tres presentes, Gustav también. O sea que era un milagro estar los cuatro ahí y sólo con una resaca, en lugar de a un lado de la carretera y muertos.
George, quien lo tenía justo de frente y recibiendo su espalda, se encontró cohibido ante su silencio y ante ese pequeño gesto de no darse vuelta que le hizo sentir la piedra en el estómago y la opresión en el pecho, que de días atrás cargaba.
¿Después del beso de la noche anterior era mucho pretender que no iban a cambiar las cosas? La entera situación parecía ridícula si tomaba en cuenta que nadie sabía nada de nada a excepción de ellos dos y comportarse extraños levantaría enormes sospechas. Por mucha resaca que los gemelos cargasen, no iban a dejar pasar aquello como desapercibido.
Abrió la boca, quizá para decir algo, pero se encontró boqueando como un pez e incapaz de pronunciar algo que no fuera un ronco gemido.
Por fortuna suya, Bill era quejoso cuando se sentía mal y tras la juerga anterior, se sentía morir. Reclamó desayuno y Gustav asintió mirando la tablilla sobre la cual picaba un poco de fruta fresca.
Tom hizo lo propio pidiendo también algo de comer y levantándose para servir una taza de café para sí mismo y otra para Bill. Sin mediar palabra, sirvió otras dos apenas colocó las primeras en la mesa y George arqueó una ceja sin entender bien el recipiente excedente.
La explicación apareció segundos después, envuelta en un albornoz que George solía usar cuando salía de la ducha y estirándose al tiempo que daba los buenos días como flor saludando al sol.
—Oí desayuno –dijo Roxane con franqueza y sentándose en el ya reducido espacio de la mesa al tiempo que se palmeaba un poco las mejillas—. Y no se preocupen, me voy después de eso. Lo juro. Palabra de –apoyo una mano en el pecho—, todo corazón. – Para enfatizarlo, dejó una abertura bajo la tela y la firma que Gustav había hecho la noche anterior, saltó a la vista de todos.
—Genial –barbotó Bill con voz rasposa. Extendió los dedos y rozó la piel encantado. Le gustaba la firma y se hizo a la resolución de hacer lo propio alguna vez.
—Gusti se divirtió anoche –río Tom con sorna. Tosió luego de eso; en su cuerpo, la sensación de haber tragado una bola de pelos porque le costaba un poco lidiar con la resequedad que le quedaba luego de bebidas fuertes.
—Tsk –hizo el rubio.
Por primera vez en lo que iba de la mañana, se daba vuelta en sus propios pies y llevaba en manos consigo, un traste sobre el que preparaba masa. Presumiblemente, crepas para desayunar y por la fruta que ya tenía lista, quizá eran sus crepas especiales rellenas con dulce, fruta y bañadas en chocolate. Por ende y a sabiendas de lo que implicaba, sus tres compañeros de banda escucharon un triple rugir de tripas, que Roxane celebró palmoteando las manos.
Pero el hambre no quita la vergüenza y de eso estaba muy seguro el bajista, quien eludía a Gustav se miraba las manos con un interés tan falso como el que tenía Tom sobre las quejas que Bill profería conforme despertaba más.
—George… —El aludido hacía caso del llamado y aunque fuese por parte de Gustav, con todo el valor que se vio capaz de reunir, levantó la cabeza que de pronto pesaba una tonelada y fijó su vista con tanta intensidad en la de su amigo, que ambos sintieron un ramalazo de energía—. ¿Tú… —Carraspeó y enrojeció de las mejillas en apenas un segundo—, ya sabes, quieres desayuno?
Asintió y exhaló aire con un suspiró tan profundo que resonó por el estrecho espacio en el que los cinco estaban.
—Gracias –susurró al final y fue una loza imaginaria la que le cayó del cielo y le aplastó todo lo que la borrachera que había pescado la noche anterior, no había jodido de antemano.
La siguiente hora pasó dominada por las voces de Bill y Roxane, quienes luego de engullir más que comer su desayuno, se habían despedido de una manera tan efusiva que George había tenido que girar los ojos incrédulo y Tom separarlos del abrazo que se daban y tornarse posesivo con su gemelo, quien parecía despedirse de una vieja amiga de toda la vida en lugar de un travesti que apenas conocía de menos de veinticuatro horas atrás.
—Estás celoso, Tomi… —Le había chanceado Bill al tiempo que lo abrazaba y le daba besos en el cuello. Lo que iba a venir luego de eso, George en definitiva y por descarte, no lo quería ver. Pasaba de ello, así que regresando por donde había venido, se maldecía apenas unos segundos después cuando llegaba a la cocina y encontraba a Gustav terminando de comer su plato y dispuesto a recoger la mesa.
Era como encontrarse entre dos fuertes enemigos, con la diferencia de que él era el que tenía el disgusto por ambas partes y al menos una de ellas no la traía en contra suya. ¿Era descabellado huir? Si presumía tan bien como solía de conocer a los gemelos, sabía de antemano que regresar no era una opción a menos que quisiese involucrarse en lo que podía haberse desarrollado como una pelea de dimensiones catastróficas o una tórrida escena no digna de estómagos fuertes. Ese día, el suyo no trabajaba bien, así que optó por no dar vuelta atrás y ser valiente en la medida de lo posible y lo imposible a la vez.
Gustav, quien se había quedado paralizado y con dos platos en precario equilibrio, esperaba alguna reacción de su parte para realizar su siguiente movimiento, pero ambos, tiesos como estatuas, parecían anhelar lo mismo el uno del otro.
Al final, fue un tenedor y no ellos, quien rompió el momento y cayendo de uno de los platos mal equilibrados, hizo un ruido tremendo contra el suelo.
Fue alivio mutuo y dos pares de suspiros que dieron pauta a ambos corazones de palpitar de nueva cuenta y a sus dueños caer en cuenta de que se comportaban como adolescentes en su primera cita.
“Bueno, nos hemos besado, ¿Y qué?”, pensaba el rubio al inclinarse y tomar por el mango el pegajoso tenedor. Como bien sabía, el mundo no se había detenido ni la luz del cielo se había apagado. Yendo no tan lejos, nada malo a simple vista parecía alterado a su alrededor y era la prueba necesaria que tenía de que nada trágico y desolador había acontecido aún. Es más, dudaba que fuese a pasar, porque en todo caso ya habría recibido un golpe de puño en la cara por su osado atrevimiento y ni eso había pasado.
Gustav lo había besado. Eso tenía que, de manera forzosa, significar algo para su rubio amigo. Lo que quedaba por hacer, era averiguar razones y vivir con ello. No era un gran trato.
—Besas bien –escuchó cuando se incorporaba y tuvo que hacer una segunda pesca del tenedor, pues se le cayó de la impresión.
Desde su lugar en el suelo, apretó el objeto por el cual se había agachado en primer lugar y la sensación que le invadió, fue la de tener el estómago repleto de agua. No de un modo desagradable, pero tampoco placentero del todo. Confundía por las sensaciones que le daban y en un segundo después, se encontró sin tenedor y con la palma de las manos húmeda de nervios.
—¿Perdón? –Tartamudeó. Dejó el tenedor de lado y se alzó sin apoyar las manos en el suelo al tiempo que contenía la respiración—. Gus…
—Ya no me dices así –comentó el menor, pero sacudió la cabeza y dando un giro, le dio la espalda para concentrarse en el fregadero y en los platos del desayuno que iba a lavar—. Pásame aquellos –pidió al tiempo que abría la llave del agua y con esponja en mano, comenzaba a fregar—. Yo, hum, sólo dije que besas bien. Ya sabes –encogimiento de hombros—, el de anoche fue un buen beso.
—Un buen beso… —Repitió el bajista con un estremecimiento. Algo de morboso tenía el decirlo así de sus propios labios que le agregaba emoción. No como el oírlo del propio Gustav, pero era una especie de reafirmación al hecho que no dejaba pasar.
—Un beso genial –vino de nueva cuenta. El rubio golpeaba los trastes con tanta fuerza, que parecía asesinarlos en lugar de lavarlos.
Gustav estaba nervioso, eso George lo podía asegurar y el alivio que le invadió desde los pies hasta el último cabello, fue relajante. No que quisiera ver al baterista en apuros, pero no saberse tan solo en semejante trance, ya era una gran ayuda.
Casi… Quedaba apenas superada la primer traba que se le ponía de frente, ¿Pero cómo proceder después? Y si lo besaba otra vez… Gustav había dicho que el beso de la noche anterior había sido bueno, genial en su corrección, así que la opción de repetir no era tan descabellada, pero los caminos a tomar luego de ello podían ser tan escabrosos y escarpados que optar por una elección en ese mismo instante parecía tan complicado como saltar con los ojos vendados y con la vana esperanza de hacerlo a una escasa distancia y no a un precipicio.
Gusti, yo… —Empezó, muy dispuesto al riesgo y a la aventura, pero entonces hicieron aparición los gemelos con ánimo festivo y no le quedó de otra que sólo tomar el trapo y ayudar a secar los platos limpios de la manera más falsamente relajada que podía aparentar.
Igual que la vez anterior, la semana se les fue de una manera ridícula y tan extraña, que cuando el viernes dio inicio la proposición de salir de juerga no la hizo nadie y aún arrepentidos de su anterior estado de ebriedad y la posterior penitencia que había sido dar una entrevista so pena de muerte por parte de su manager con una resaca espantosa, George y Bill habían sacado la consola de Tom para jugar videojuegos un rato y luego irse a dormir a una hora decente y sana.
Por eso mientras conectaban los cables al televisor y desenredaba la maraña que se había formado en la prisa de empacarlo la última vez que lo habían usado, juntaban cabezas encima del Playstation y se susurraban un plan a llevar.
Bill decía “Ve por él, tigre” y daba un zarpazo que con sus uñas recién manicuradas enfatizaba mucho lo que parecía algo arriesgado, pero que ya no podía ser relegado. George lo entendía, pero se mostraba remolón mientras se desesperaba por el desastre que los controles formaban.
—No –siseaba entre dientes. Tom se bañaba en esos momentos y dado que era su habitación y la de Bill, aún tardaría un buen rato en aparecer. Les daba más que unos minutos para planearse con técnicas de seducción que según Bill no fallaban, pero de las que el bajista no estaba muy seguro y no se fiaba ni un pelo.
Menos cuando a dos metros tenía al causante de sus desvelos y aunque miraba el televisor con concentración más allá de la humana, no se confiaba en ello. “Carajo, ¿Desde cuándo Gusti prefiere la televisión a un buen libro?”, se cuestionaba con toda la paranoia que venía acumulando desde que todo había comenzado. No que el rubio no tuviera algún programa favorito que de vez en cuando viera, pero ¿ver el canal porno del hotel con cara de que era un interesantísimo documental de la vida en África y creer que eso lo hacía parecer natural? ¡Pamplinas! Fingía, eso de lejos se dejaba averiguar y para demostración de ello, cuando los golpes se escucharon en la puerta, salió de su trance con un salto.
—Servicio a la habitación –dijo Bill luchando con un par de conectores que parecían haberse fusionado—. Abre, Gus –pidió pleno en concentración.
Resoplido y pasos cansados sobre el alfombrado suelo que pertenecían al bajista. Se perdía en la entrada de la habitación mientras recibía la comida que habían pedido para esa noche y daba un par de euros de propina.
—Te lo digo, es sólo acorralarlo y darle una de esas miradas que le doy a Tom cuando… —Reí con picardía—, ya te imaginas. A lo que me refiero es ser muy macho y subyugar a la linda damita con tus encantos.
—Gusti no es una damita, Bill –se quejaba el bajista con un resoplido, al tiempo que palidecía de muerte y sentía la mano posada en su hombro como de plomo.
La mano de Gustav…
—Por como dicen ‘Gusti’ ustedes dos, me harán marica. Vamos chicos, prisa con los controles –y dando un último apretón en el brazo de George, se alejaba para de nuevo acomodarse en el sillón y sumirse en pensamientos tan densos que el trío porno que la pantalla proyectaba, se le resbalaba de la pupila como si nada.
—Bah, nunca he pensado que Gusti sea algo gay –se quejó Bill—, de hecho, es muy lindo. Demasiado, quizá sólo eso…
George rodó los ojos con apatía. –Mejor cállate.
Los marcadores finales dijeron que Bill no había ganado ninguna partida, que Gustav le seguía con una única y vergonzosa victoria que había obtenido mientras Tom soportaba un ataque de estornudos y estrellaba el automóvil en la carrera que corrían. Los restantes resultados habían dado un empate que no terminaba de suceder mientras George y Tom se disputaban ‘la última ronda’ a la que siempre le agregaban un nuevo juego y que los tuvo hasta las cuatro de la mañana, cuando al fin, Bill había desconectado la consola de la electricidad y con su más determinada voz, había amenazado a su gemelo de que o se dormían a la de ya o al día siguiente le iba a hacer pagar por ello.
‘Gulps’ sonoros por parte de los tres, quienes se habían deseado buenas noches y habían cerrado las puntuaciones declarando que luego decidirían quién era el master del Guitar Hero.
Puertas cele="margin: 0cm 0cm 0pt; text-indent: 35.4pt; text-align: justify" class="MsoNormal">Segundos después la luz se desvaneció y George se encontró agotado sobre su espalda y pensando en todo y nada a la vez.
Los labios que después se unieron en los suyos con suavidad, apenas en algo que no entraba en la descripción de un beso, pero que lo era por descarte, le sobresaltaron con la dulzura y pausa con la que se unían a los propios. Se separaban y un cálido aliento se posaba en su mejilla apenas un instante antes de desaparecer bajo el ruido de un par de pisadas lentas que se alejaban.
No hubo un ‘buenas noches’ de regreso, pero a George no le hizo falta. Cubriéndose la boca con ambas manos y abriendo los ojos a la oscuridad total de la habitación, laxo de cuerpo, supo que estaba enamorado de Gustav.
La mañana les sorprendió con prisas por haberse quedado dormidos y con un itinerario tan cargado, que luego de un par de tostadas y un café, habían sobrellevado casi al borde del desmayo y con toda la diplomacia con la que contaban para no estallar, prify" class="MsoNormal">La tensión se rompió con un golpe contra el muro y una risa sofocada que los hizo intercambiar gestos de exasperación al darse cuenta de las intenciones con las que contaba Bill en el momento de sacarlos casi a patadas del cuarto que compartía con Tom y que para nada tenían que ver con dormir.
—Esos dos… —Dijo Gustav con un poco de reproche, pero divertido a la vez.
George no podía asegurar hasta que punto el baterista estaba enterado de lo que era la relación que los gemelos mantenían, pero era evidente que Gustav no se chupaba el dedo en lo que refería a aquellos dos y si bien no tiraba flores al aire por lo que hacían, tampoco le había escuchado algún comentario negativo que no fuera una traza de sincera preocupación porque fueran atrapados.
Al menos era seguro que era abierto de mente y… ¿Y qué? El calor le subió de pronto como ráfaga desde la punta de los dedos de los pies y le sofocó cual incendió mientras se extendía por sus miembros, daba vueltas como montaña rusa en su estómago y se dispersaba en todas direcciones.
—Gusti… —Susurró, no muy seguro de sus siguientes palabras, pero con fe de que éstas saldrían por sí solas—. ¿En verdad te gustó aquel beso?
Ya estaba. Tanto si era rechazado como aceptado, sobreviviría con ello. Sólo que antes tenía que saber. No era del tipo de gente que huía de lo que representaba un peligro o incomodidad a su persona, pero hasta ese segundo, tampoco había sido uno muy valiente. Únicamente le quedaba rezar para que si el final resultaba ser fatídico, no lo fuera tanto como para querer hacer un hoyo y arrastrarse dentro a morir.
—Tú sabes que sí –escuchó—, estuviste ahí… También te gusto, ¿No?
¿Era líneas de qué tipo? George desearía estar más versado en cuestiones amorosas que fueran más allá de la decena de groupies con las que se había acostado en los últimos años y que hasta hacía un mes todavía se tiraba, porque estaba con la mente en blanco y la lengua seca de palabras.
—Sí. —¿Sí qué? Exhaló con exasperación por sí mismo y se tronó con cuidado cada dedo de la mano. Los hizo resonar por toda la habitación antes de dejarse caer de espaldas en su cama y sacarse los zapatos de una buena vez.
—¿George…? –Tanteó el rubio. Cuando George giró el rostro para verlo, lo vio a la luz de la única lámpara encendida, mordiéndose los labios con indecisión y un tanto nervioso. Sabía que no era justo, pero temblaba presa del miedo, la angustia y la tristeza por lo que todo significaba o podía significar, que sólo por respeto y educación escuchó sus restantes palabras—. Pensé que quizá hoy podríamos hablar… Tú y yo.
—Estoy cansado –murmuró con las orejas ardiendo—. Hum, buenas noches, Gus… Gusti…
Segundos después la luz se desvaneció y George se encontró agotado sobre su espalda y pensando en todo y nada a la vez.
Los labios que después se unieron en los suyos con suavidad, apenas en algo que no entraba en la descripción de un beso, pero que lo era por descarte, le sobresaltaron con la dulzura y pausa con la que se unían a los propios. Se separaban y un cálido aliento se posaba en su mejilla apenas un instante antes de desaparecer bajo el ruido de un par de pisadas lentas que se alejaban.
No hubo un ‘buenas noches’ de regreso, pero a George no le hizo falta. Cubriéndose la boca con ambas manos y abriendo los ojos a la oscuridad total de la habitación, laxo de cuerpo, supo que estaba enamorado de Gustav.
La mañana les sorprendió con prisas por haberse quedado dormidos y con un itinerario tan cargado, que luego de un par de tostadas y un café, habían sobrellevado casi al borde del desmayo y con toda la diplomacia con la que contaban para no estallar, primero ante una sesión de fotos, luego un entrevista para una televisora francesa y un ajuste de último minuto con la redacción de una revista sensacionalista que aseguraba contar con pruebas concluyentes a irrefutables de que los gemelos no sólo mantenían una relación incestuoso, sino que además se sentían orgullosos de ella.
La cara tanto de George como de Gustav eran todo un poema épico, pero todo rastro de horror había desaparecido cuando se sentaban a admirar como Bill lidiaba con una mordaz periodista y negaba algo cierto, pero aún increíble. Tom se había burlado por igual y habían salido tan bien parados de aquello, que su manager los había dejado dos horas libres antes de los preparativos del concierto.
—Eso fue… Asombroso, Dios santo –seguía repitiendo el bajista.
Bill se aplicaba maquillaje frente al enorme espejo del camerino con el que los cuatro contaban y ni se molestaba en asentir. Sólo luego de que George se convirtió en algo repetitivo, fue cuando asestó su puñalada con el veneno de la realidad.
Declaró, con una sonrisa entre labios, que quería estar presente cuando George tuviera que negar los rumores, si es que estos se colaban en algún momento, de su relación con Gustav. Porque, como repitió enfatizando sus palabras con golpes de su pincel de ojos, eso iba a suceder tarde o temprano. Aseguró también, para un alivio bastante agridulce de George, que ellos dos iban a estar juntos…
El concierto fue bastante bien.
Tanto, que Bill regresó al escenario y se tomó cinco minutos extras de los planeados para agradecer a las fans y sincronizar un improvisado canto sincronizado.
Para eso, Tom salió con él y los gritos de la multitud fueron tan fuertes que George se hizo un ovillo contra una pared y apoyando el mentón contra las rodillas recogidas, rogó porque los gemelos no se emocionaran demasiado o los tendrían que ir a rescatar de las manos de algunas fangirls desquiciadas.
Se rió de su propia broma y cargado de adrenalina y euforia, no le importó gran cosa cuando Gustav se dejó caer en idéntica postura a su lado y le codeó para que compartiera la broma que lo tenía con ojos brillosos y batiendo la dentadura.
En lugar de ello, George lo besó de nuevo y se encontró con una respuesta igual de agradable, cuando Gustav tomó su rostro con una mano caliente y ampollada y profundizó aún más el beso. Se encontró cerrado el contacto haciendo lo propio y en un segundo se enfrascaron en un momento íntimo y agradable que los hizo entrecerrar los ojos de gusto y disfrutar el momento.
Ya no había nada de sórdido en ello, porque era un modo de decir sin palabras que hacerlo entre ellos dos, estaba bien y permitido por ambos.
Bill, que fue el primero que entró en la habitación luego de una reverencia al frenético público femenino, regresó por donde vino y halando a Tom consigo, mientras esbozaba en labios la más pequeña de las sonrisas de complicidad.
Con una incipiente barba mañanera y el maquillaje corrido, Roxane era al fin, el hombre que realmente era. Al menos ya lo aparentaba, y dándose media vuelta luego de fulminarlo con todo su rencor por ser arrancado del placentero y reparador sueño en el que estaba sumido, jalaba las cobijas y se hacía un ovillo tan pequeño y apretado, que lo tiraba de su litera.
—Jo, mi cabeza… —Murmuró el bajista cubriéndose la cara con el brazo y tanteando con la otra mano libre por debajo de él pues había caído en algo tan blando y que también se quejaba, que no dudaba ni por error que fuera alguien vivo.
Después de la juerga que se habían tomado y más por su parte luego de haber besado o sido besado en todo caso, por Gustav, las bebidas habían corrido tan libres por su mesa que era un milagro que no estuvieran devolviendo las tripas.
—Pesas, bruto –vino de abajo. Por la voz, Bill, quien no parecía haber tenido tanta suerte y sus barboteos pronosticaban lo mucho que su estómago se iba a vaciar en medio pasillo—. Me siento como mierda…
—Roxane está en mi litera –dijo George ignorándolo—. Si alguien me asegura que practicamos zoofilia homosexual con, no sé, un perro callejero, le creeré. Ouch, me duele hasta el alma.
Bill sentía lo propio, pero se agravaba el dolor con el bajista encima, así que haciendo uso de la fuerza bruta, se lo quitaba de encima sin importar lo mucho que los dos sufrían en ello. A veces, con la cruda haciendo saltar chispas rojas alrededor de sus cabezas, lo mejor era quedarse quietecitos y apenas respirando.
Por desgracia, no era una opción muy viable, ya que de la pequeña cocina del autobús de la gira, llegaba un tenue pero prometedor aroma que hizo a sus delicados estómagos gruñir por un poco de amor y alimento.
—Huele bien –balbuceó Bill apenas moviendo los labios. Algo en ellos le recordaba el sabor amargo del vodka y la garganta la raspaba como si se hubiera tomado un garrafón él solo.
—Juraría que Gusti cocina… —George pasó la lengua por sus resecos labios y casi era probar un desayuno con amor. No le importaba si lo que iba a comer consistía en un magro café acompañado por un par de tostadas con mantequilla, porque hecho por el rubio, hasta eso sabía a gloria.
—¿Quién, perdón? Yo quiero comer con ustedes también. Oh, Gusti. – Roxane sacó la cabeza por el borde de la litera y contempló el espectáculo tan triste y patético que eran Bill y George con las ropas del día anterior arrugadas y con manchas por todos lados. Caras pálidas y sufridas que se complementaban con gestos hoscos y síntomas de alguna enfermedad que se incubaban. Lo resumió muy bien con cuatro palabras—: ustedes dos, están jodidos.
—Gracias –dijeron a coro y con mutuas muestras de ayuda, se intentaron poner de pie apoyados el uno con el otro.
Ya en la cocina, el panorama no era muy diferente…
—Humpf –era la respuesta de Tom a los ‘Buenos días’ que Gustav le daba. Se desplomaba ante la mesa, pero agradecía no tener resaca tan grave como la que auguraba para los dos ex bellos y ex durmientes que entraban descalzos y con mala cara al reducido espacio que conformaba lo que pomposamente llamaban la cocina y comedor presidencial en el bus—. ¿Mala mañana? –Preguntaba desde su lugar.
Bill le demostraba que eran gemelos dándole una respuesta de muchas consonantes y alguna vocal perdida como la que le había dado a Gustav y que indicaba cuán grande era su malestar y lo hecho mierda que se sentía. Lo dejó todavía más claro cuando se dejó caer a su lado y abrió la boca para soltar un gruñido lastimero.
—No puedo creer que me dejaras beber así, Tomi. –Le pinchó un brazo con saña necesaria para hacerle saber su reproche—, ni siquiera recuerdo como regresamos.
Tom se encogió de hombros, lo mismo que George y para sorpresa de los tres presentes, Gustav también. O sea que era un milagro estar los cuatro ahí y sólo con una resaca, en lugar de a un lado de la carretera y muertos.
George, quien lo tenía justo de frente y recibiendo su espalda, se encontró cohibido ante su silencio y ante ese pequeño gesto de no darse vuelta que le hizo sentir la piedra en el estómago y la opresión en el pecho, que de días atrás cargaba.
¿Después del beso de la noche anterior era mucho pretender que no iban a cambiar las cosas? La entera situación parecía ridícula si tomaba en cuenta que nadie sabía nada de nada a excepción de ellos dos y comportarse extraños levantaría enormes sospechas. Por mucha resaca que los gemelos cargasen, no iban a dejar pasar aquello como desapercibido.
Abrió la boca, quizá para decir algo, pero se encontró boqueando como un pez e incapaz de pronunciar algo que no fuera un ronco gemido.
Por fortuna suya, Bill era quejoso cuando se sentía mal y tras la juerga anterior, se sentía morir. Reclamó desayuno y Gustav asintió mirando la tablilla sobre la cual picaba un poco de fruta fresca.
Tom hizo lo propio pidiendo también algo de comer y levantándose para servir una taza de café para sí mismo y otra para Bill. Sin mediar palabra, sirvió otras dos apenas colocó las primeras en la mesa y George arqueó una ceja sin entender bien el recipiente excedente.
La explicación apareció segundos después, envuelta en un albornoz que George solía usar cuando salía de la ducha y estirándose al tiempo que daba los buenos días como flor saludando al sol.
—Oí desayuno –dijo Roxane con franqueza y sentándose en el ya reducido espacio de la mesa al tiempo que se palmeaba un poco las mejillas—. Y no se preocupen, me voy después de eso. Lo juro. Palabra de –apoyo una mano en el pecho—, todo corazón. – Para enfatizarlo, dejó una abertura bajo la tela y la firma que Gustav había hecho la noche anterior, saltó a la vista de todos.
—Genial –barbotó Bill con voz rasposa. Extendió los dedos y rozó la piel encantado. Le gustaba la firma y se hizo a la resolución de hacer lo propio alguna vez.
—Gusti se divirtió anoche –río Tom con sorna. Tosió luego de eso; en su cuerpo, la sensación de haber tragado una bola de pelos porque le costaba un poco lidiar con la resequedad que le quedaba luego de bebidas fuertes.
—Tsk –hizo el rubio.
Por primera vez en lo que iba de la mañana, se daba vuelta en sus propios pies y llevaba en manos consigo, un traste sobre el que preparaba masa. Presumiblemente, crepas para desayunar y por la fruta que ya tenía lista, quizá eran sus crepas especiales rellenas con dulce, fruta y bañadas en chocolate. Por ende y a sabiendas de lo que implicaba, sus tres compañeros de banda escucharon un triple rugir de tripas, que Roxane celebró palmoteando las manos.
Pero el hambre no quita la vergüenza y de eso estaba muy seguro el bajista, quien eludía a Gustav se miraba las manos con un interés tan falso como el que tenía Tom sobre las quejas que Bill profería conforme despertaba más.
—George… —El aludido hacía caso del llamado y aunque fuese por parte de Gustav, con todo el valor que se vio capaz de reunir, levantó la cabeza que de pronto pesaba una tonelada y fijó su vista con tanta intensidad en la de su amigo, que ambos sintieron un ramalazo de energía—. ¿Tú… —Carraspeó y enrojeció de las mejillas en apenas un segundo—, ya sabes, quieres desayuno?
Asintió y exhaló aire con un suspiró tan profundo que resonó por el estrecho espacio en el que los cinco estaban.
—Gracias –susurró al final y fue una loza imaginaria la que le cayó del cielo y le aplastó todo lo que la borrachera que había pescado la noche anterior, no había jodido de antemano.
La siguiente hora pasó dominada por las voces de Bill y Roxane, quienes luego de engullir más que comer su desayuno, se habían despedido de una manera tan efusiva que George había tenido que girar los ojos incrédulo y Tom separarlos del abrazo que se daban y tornarse posesivo con su gemelo, quien parecía despedirse de una vieja amiga de toda la vida en lugar de un travesti que apenas conocía de menos de veinticuatro horas atrás.
—Estás celoso, Tomi… —Le había chanceado Bill al tiempo que lo abrazaba y le daba besos en el cuello. Lo que iba a venir luego de eso, George en definitiva y por descarte, no lo quería ver. Pasaba de ello, así que regresando por donde había venido, se maldecía apenas unos segundos después cuando llegaba a la cocina y encontraba a Gustav terminando de comer su plato y dispuesto a recoger la mesa.
Era como encontrarse entre dos fuertes enemigos, con la diferencia de que él era el que tenía el disgusto por ambas partes y al menos una de ellas no la traía en contra suya. ¿Era descabellado huir? Si presumía tan bien como solía de conocer a los gemelos, sabía de antemano que regresar no era una opción a menos que quisiese involucrarse en lo que podía haberse desarrollado como una pelea de dimensiones catastróficas o una tórrida escena no digna de estómagos fuertes. Ese día, el suyo no trabajaba bien, así que optó por no dar vuelta atrás y ser valiente en la medida de lo posible y lo imposible a la vez.
Gustav, quien se había quedado paralizado y con dos platos en precario equilibrio, esperaba alguna reacción de su parte para realizar su siguiente movimiento, pero ambos, tiesos como estatuas, parecían anhelar lo mismo el uno del otro.
Al final, fue un tenedor y no ellos, quien rompió el momento y cayendo de uno de los platos mal equilibrados, hizo un ruido tremendo contra el suelo.
Fue alivio mutuo y dos pares de suspiros que dieron pauta a ambos corazones de palpitar de nueva cuenta y a sus dueños caer en cuenta de que se comportaban como adolescentes en su primera cita.
“Bueno, nos hemos besado, ¿Y qué?”, pensaba el rubio al inclinarse y tomar por el mango el pegajoso tenedor. Como bien sabía, el mundo no se había detenido ni la luz del cielo se había apagado. Yendo no tan lejos, nada malo a simple vista parecía alterado a su alrededor y era la prueba necesaria que tenía de que nada trágico y desolador había acontecido aún. Es más, dudaba que fuese a pasar, porque en todo caso ya habría recibido un golpe de puño en la cara por su osado atrevimiento y ni eso había pasado.
Gustav lo había besado. Eso tenía que, de manera forzosa, significar algo para su rubio amigo. Lo que quedaba por hacer, era averiguar razones y vivir con ello. No era un gran trato.
—Besas bien –escuchó cuando se incorporaba y tuvo que hacer una segunda pesca del tenedor, pues se le cayó de la impresión.
Desde su lugar en el suelo, apretó el objeto por el cual se había agachado en primer lugar y la sensación que le invadió, fue la de tener el estómago repleto de agua. No de un modo desagradable, pero tampoco placentero del todo. Confundía por las sensaciones que le daban y en un segundo después, se encontró sin tenedor y con la palma de las manos húmeda de nervios.
—¿Perdón? –Tartamudeó. Dejó el tenedor de lado y se alzó sin apoyar las manos en el suelo al tiempo que contenía la respiración—. Gus…
—Ya no me dices así –comentó el menor, pero sacudió la cabeza y dando un giro, le dio la espalda para concentrarse en el fregadero y en los platos del desayuno que iba a lavar—. Pásame aquellos –pidió al tiempo que abría la llave del agua y con esponja en mano, comenzaba a fregar—. Yo, hum, sólo dije que besas bien. Ya sabes –encogimiento de hombros—, el de anoche fue un buen beso.
—Un buen beso… —Repitió el bajista con un estremecimiento. Algo de morboso tenía el decirlo así de sus propios labios que le agregaba emoción. No como el oírlo del propio Gustav, pero era una especie de reafirmación al hecho que no dejaba pasar.
—Un beso genial –vino de nueva cuenta. El rubio golpeaba los trastes con tanta fuerza, que parecía asesinarlos en lugar de lavarlos.
Gustav estaba nervioso, eso George lo podía asegurar y el alivio que le invadió desde los pies hasta el último cabello, fue relajante. No que quisiera ver al baterista en apuros, pero no saberse tan solo en semejante trance, ya era una gran ayuda.
Casi… Quedaba apenas superada la primer traba que se le ponía de frente, ¿Pero cómo proceder después? Y si lo besaba otra vez… Gustav había dicho que el beso de la noche anterior había sido bueno, genial en su corrección, así que la opción de repetir no era tan descabellada, pero los caminos a tomar luego de ello podían ser tan escabrosos y escarpados que optar por una elección en ese mismo instante parecía tan complicado como saltar con los ojos vendados y con la vana esperanza de hacerlo a una escasa distancia y no a un precipicio.
Gusti, yo… —Empezó, muy dispuesto al riesgo y a la aventura, pero entonces hicieron aparición los gemelos con ánimo festivo y no le quedó de otra que sólo tomar el trapo y ayudar a secar los platos limpios de la manera más falsamente relajada que podía aparentar.
Igual que la vez anterior, la semana se les fue de una manera ridícula y tan extraña, que cuando el viernes dio inicio la proposición de salir de juerga no la hizo nadie y aún arrepentidos de su anterior estado de ebriedad y la posterior penitencia que había sido dar una entrevista so pena de muerte por parte de su manager con una resaca espantosa, George y Bill habían sacado la consola de Tom para jugar videojuegos un rato y luego irse a dormir a una hora decente y sana.
Por eso mientras conectaban los cables al televisor y desenredaba la maraña que se había formado en la prisa de empacarlo la última vez que lo habían usado, juntaban cabezas encima del Playstation y se susurraban un plan a llevar.
Bill decía “Ve por él, tigre” y daba un zarpazo que con sus uñas recién manicuradas enfatizaba mucho lo que parecía algo arriesgado, pero que ya no podía ser relegado. George lo entendía, pero se mostraba remolón mientras se desesperaba por el desastre que los controles formaban.
—No –siseaba entre dientes. Tom se bañaba en esos momentos y dado que era su habitación y la de Bill, aún tardaría un buen rato en aparecer. Les daba más que unos minutos para planearse con técnicas de seducción que según Bill no fallaban, pero de las que el bajista no estaba muy seguro y no se fiaba ni un pelo.
Menos cuando a dos metros tenía al causante de sus desvelos y aunque miraba el televisor con concentración más allá de la humana, no se confiaba en ello. “Carajo, ¿Desde cuándo Gusti prefiere la televisión a un buen libro?”, se cuestionaba con toda la paranoia que venía acumulando desde que todo había comenzado. No que el rubio no tuviera algún programa favorito que de vez en cuando viera, pero ¿ver el canal porno del hotel con cara de que era un interesantísimo documental de la vida en África y creer que eso lo hacía parecer natural? ¡Pamplinas! Fingía, eso de lejos se dejaba averiguar y para demostración de ello, cuando los golpes se escucharon en la puerta, salió de su trance con un salto.
—Servicio a la habitación –dijo Bill luchando con un par de conectores que parecían haberse fusionado—. Abre, Gus –pidió pleno en concentración.
Resoplido y pasos cansados sobre el alfombrado suelo que pertenecían al bajista. Se perdía en la entrada de la habitación mientras recibía la comida que habían pedido para esa noche y daba un par de euros de propina.
—Te lo digo, es sólo acorralarlo y darle una de esas miradas que le doy a Tom cuando… —Reí con picardía—, ya te imaginas. A lo que me refiero es ser muy macho y subyugar a la linda damita con tus encantos.
—Gusti no es una damita, Bill –se quejaba el bajista con un resoplido, al tiempo que palidecía de muerte y sentía la mano posada en su hombro como de plomo.
La mano de Gustav…
—Por como dicen ‘Gusti’ ustedes dos, me harán marica. Vamos chicos, prisa con los controles –y dando un último apretón en el brazo de George, se alejaba para de nuevo acomodarse en el sillón y sumirse en pensamientos tan densos que el trío porno que la pantalla proyectaba, se le resbalaba de la pupila como si nada.
—Bah, nunca he pensado que Gusti sea algo gay –se quejó Bill—, de hecho, es muy lindo. Demasiado, quizá sólo eso…
George rodó los ojos con apatía. –Mejor cállate.
Los marcadores finales dijeron que Bill no había ganado ninguna partida, que Gustav le seguía con una única y vergonzosa victoria que había obtenido mientras Tom soportaba un ataque de estornudos y estrellaba el automóvil en la carrera que corrían. Los restantes resultados habían dado un empate que no terminaba de suceder mientras George y Tom se disputaban ‘la última ronda’ a la que siempre le agregaban un nuevo juego y que los tuvo hasta las cuatro de la mañana, cuando al fin, Bill había desconectado la consola de la electricidad y con su más determinada voz, había amenazado a su gemelo de que o se dormían a la de ya o al día siguiente le iba a hacer pagar por ello.
‘Gulps’ sonoros por parte de los tres, quienes se habían deseado buenas noches y habían cerrado las puntuaciones declarando que luego decidirían quién era el master del Guitar Hero.
Puertas cele="margin: 0cm 0cm 0pt; text-indent: 35.4pt; text-align: justify" class="MsoNormal">Segundos después la luz se desvaneció y George se encontró agotado sobre su espalda y pensando en todo y nada a la vez.
Los labios que después se unieron en los suyos con suavidad, apenas en algo que no entraba en la descripción de un beso, pero que lo era por descarte, le sobresaltaron con la dulzura y pausa con la que se unían a los propios. Se separaban y un cálido aliento se posaba en su mejilla apenas un instante antes de desaparecer bajo el ruido de un par de pisadas lentas que se alejaban.
No hubo un ‘buenas noches’ de regreso, pero a George no le hizo falta. Cubriéndose la boca con ambas manos y abriendo los ojos a la oscuridad total de la habitación, laxo de cuerpo, supo que estaba enamorado de Gustav.
La mañana les sorprendió con prisas por haberse quedado dormidos y con un itinerario tan cargado, que luego de un par de tostadas y un café, habían sobrellevado casi al borde del desmayo y con toda la diplomacia con la que contaban para no estallar, prify" class="MsoNormal">La tensión se rompió con un golpe contra el muro y una risa sofocada que los hizo intercambiar gestos de exasperación al darse cuenta de las intenciones con las que contaba Bill en el momento de sacarlos casi a patadas del cuarto que compartía con Tom y que para nada tenían que ver con dormir.
—Esos dos… —Dijo Gustav con un poco de reproche, pero divertido a la vez.
George no podía asegurar hasta que punto el baterista estaba enterado de lo que era la relación que los gemelos mantenían, pero era evidente que Gustav no se chupaba el dedo en lo que refería a aquellos dos y si bien no tiraba flores al aire por lo que hacían, tampoco le había escuchado algún comentario negativo que no fuera una traza de sincera preocupación porque fueran atrapados.
Al menos era seguro que era abierto de mente y… ¿Y qué? El calor le subió de pronto como ráfaga desde la punta de los dedos de los pies y le sofocó cual incendió mientras se extendía por sus miembros, daba vueltas como montaña rusa en su estómago y se dispersaba en todas direcciones.
—Gusti… —Susurró, no muy seguro de sus siguientes palabras, pero con fe de que éstas saldrían por sí solas—. ¿En verdad te gustó aquel beso?
Ya estaba. Tanto si era rechazado como aceptado, sobreviviría con ello. Sólo que antes tenía que saber. No era del tipo de gente que huía de lo que representaba un peligro o incomodidad a su persona, pero hasta ese segundo, tampoco había sido uno muy valiente. Únicamente le quedaba rezar para que si el final resultaba ser fatídico, no lo fuera tanto como para querer hacer un hoyo y arrastrarse dentro a morir.
—Tú sabes que sí –escuchó—, estuviste ahí… También te gusto, ¿No?
¿Era líneas de qué tipo? George desearía estar más versado en cuestiones amorosas que fueran más allá de la decena de groupies con las que se había acostado en los últimos años y que hasta hacía un mes todavía se tiraba, porque estaba con la mente en blanco y la lengua seca de palabras.
—Sí. —¿Sí qué? Exhaló con exasperación por sí mismo y se tronó con cuidado cada dedo de la mano. Los hizo resonar por toda la habitación antes de dejarse caer de espaldas en su cama y sacarse los zapatos de una buena vez.
—¿George…? –Tanteó el rubio. Cuando George giró el rostro para verlo, lo vio a la luz de la única lámpara encendida, mordiéndose los labios con indecisión y un tanto nervioso. Sabía que no era justo, pero temblaba presa del miedo, la angustia y la tristeza por lo que todo significaba o podía significar, que sólo por respeto y educación escuchó sus restantes palabras—. Pensé que quizá hoy podríamos hablar… Tú y yo.
—Estoy cansado –murmuró con las orejas ardiendo—. Hum, buenas noches, Gus… Gusti…
Segundos después la luz se desvaneció y George se encontró agotado sobre su espalda y pensando en todo y nada a la vez.
Los labios que después se unieron en los suyos con suavidad, apenas en algo que no entraba en la descripción de un beso, pero que lo era por descarte, le sobresaltaron con la dulzura y pausa con la que se unían a los propios. Se separaban y un cálido aliento se posaba en su mejilla apenas un instante antes de desaparecer bajo el ruido de un par de pisadas lentas que se alejaban.
No hubo un ‘buenas noches’ de regreso, pero a George no le hizo falta. Cubriéndose la boca con ambas manos y abriendo los ojos a la oscuridad total de la habitación, laxo de cuerpo, supo que estaba enamorado de Gustav.
La mañana les sorprendió con prisas por haberse quedado dormidos y con un itinerario tan cargado, que luego de un par de tostadas y un café, habían sobrellevado casi al borde del desmayo y con toda la diplomacia con la que contaban para no estallar, primero ante una sesión de fotos, luego un entrevista para una televisora francesa y un ajuste de último minuto con la redacción de una revista sensacionalista que aseguraba contar con pruebas concluyentes a irrefutables de que los gemelos no sólo mantenían una relación incestuoso, sino que además se sentían orgullosos de ella.
La cara tanto de George como de Gustav eran todo un poema épico, pero todo rastro de horror había desaparecido cuando se sentaban a admirar como Bill lidiaba con una mordaz periodista y negaba algo cierto, pero aún increíble. Tom se había burlado por igual y habían salido tan bien parados de aquello, que su manager los había dejado dos horas libres antes de los preparativos del concierto.
—Eso fue… Asombroso, Dios santo –seguía repitiendo el bajista.
Bill se aplicaba maquillaje frente al enorme espejo del camerino con el que los cuatro contaban y ni se molestaba en asentir. Sólo luego de que George se convirtió en algo repetitivo, fue cuando asestó su puñalada con el veneno de la realidad.
Declaró, con una sonrisa entre labios, que quería estar presente cuando George tuviera que negar los rumores, si es que estos se colaban en algún momento, de su relación con Gustav. Porque, como repitió enfatizando sus palabras con golpes de su pincel de ojos, eso iba a suceder tarde o temprano. Aseguró también, para un alivio bastante agridulce de George, que ellos dos iban a estar juntos…
El concierto fue bastante bien.
Tanto, que Bill regresó al escenario y se tomó cinco minutos extras de los planeados para agradecer a las fans y sincronizar un improvisado canto sincronizado.
Para eso, Tom salió con él y los gritos de la multitud fueron tan fuertes que George se hizo un ovillo contra una pared y apoyando el mentón contra las rodillas recogidas, rogó porque los gemelos no se emocionaran demasiado o los tendrían que ir a rescatar de las manos de algunas fangirls desquiciadas.
Se rió de su propia broma y cargado de adrenalina y euforia, no le importó gran cosa cuando Gustav se dejó caer en idéntica postura a su lado y le codeó para que compartiera la broma que lo tenía con ojos brillosos y batiendo la dentadura.
En lugar de ello, George lo besó de nuevo y se encontró con una respuesta igual de agradable, cuando Gustav tomó su rostro con una mano caliente y ampollada y profundizó aún más el beso. Se encontró cerrado el contacto haciendo lo propio y en un segundo se enfrascaron en un momento íntimo y agradable que los hizo entrecerrar los ojos de gusto y disfrutar el momento.
Ya no había nada de sórdido en ello, porque era un modo de decir sin palabras que hacerlo entre ellos dos, estaba bien y permitido por ambos.
Bill, que fue el primero que entró en la habitación luego de una reverencia al frenético público femenino, regresó por donde vino y halando a Tom consigo, mientras esbozaba en labios la más pequeña de las sonrisas de complicidad.