Luchando contra la inconsciencia, el sueño y también contra más de un par de tragos de alcohol, George abrió los ojos a la realidad para darse con ella de frente como lo hace un auto en un accidente contra el muro de contención. Siendo que estaba en su litera y con las cortinas cerradas la luz era poca, arrugó el rostro entero ante la más mínima partícula de iluminación que se dejaba entrever. Ciertamente ya el sol estaba en el cielo, pero el bajista lo quería apagado y deseó, quizá con el pensamiento irracional del ebrio, que ojala alguien le desconectara.
Más cruel que la luz, fue el tener que moverse, respirar siquiera. Su estómago dolía por no decir que amenazaba con voltearse y desparramar su contenido por todos lados. También hizo aparición una migraña detestable; un flash de luz y ahí estaba incordiando a su dueño, quien con todo, reconocía su culpa. ¿Es que quién era él para negarse a una noche de juerga? Luego de todos los malentendidos y lo que la banda entera había tenido que sufrir desde el día en el que el trasero de Gustav apareció resaltado como para una sesión fotográfica ante sus ojos, nada como una borrachera conjunta.
Todo olvidado y aceptado en partes iguales, los dejó con una cuenta enorme en el bar más cercano y una sonrisa de oreja a oreja a cada uno. O al menos hasta hace unas horas, que George sabía reconocer que en tiempo presente sus labios se curvaban hacía abajo, no hacía arriba.
—Oh Dios santo, quiero morir –gruñó al quererse poner de pie y recibir una descarga de malestares multiplicados al infinito con tan poco esfuerzo. No quiso ni pensar lo que sería salir de su litera y enfrentar la cotidianidad; vilmente, le vomitaría por todos lados.
—¿George, eres tú? –Preguntó una voz a un lado. Por la litera, la de Tom, pero quedaba ver cuál de los dos gemelos era el que le hablaba con el mismo tono de arrepentimiento que el suyo—. Si vas a la cocina me traes una, no, dos… Hum, tres aspirinas, por favor. Ah, y agua. Uh, uh y otras tres más para Tom…
—Y otro vaso de agua –confirmó el mayor de los gemelos antes de sumirse en quejas.
George rodó los ojos por lo que creía un descaro supremo por parte de los gemelos al saber su estado y lo pesado que le estaba resultando salir de la cama, como para aparte pedir que les trajera algo… Resoplando un par de maldiciones en su contra, se rascó el rostro con parsimonia esperando el momento ideal para abrir su cortinilla y salir al mundo real. Momento que no llegaba… Se detuvo de consultar un reloj imaginario, pero la broma no era graciosa si Gustav no estaba ahí para reír, así que…
Un segundo, ¿Y Gustav? Enfocó como pudo a su alrededor en búsqueda de alguna pista de su paradero o mejor: una prueba de que hubiese dormido a su lado, la cual encontró con un par de bóxers blanco reluciente (por ser el único en la banda que sabía usar la lavadora correctamente) y lo que creía eran sus babas en la almohada. Tenían que ser y presa de un ataque romántico en extremo, se inclinó para olisquear y sonreír de la manera más boba al reconocer el aroma que él creía como el más delicioso, pero que si lo hacía Tom o Bill producía muecas de repugnancia.
Con ánimos ya, abrió la cortinilla de su litera portando una sonrisa de oreja a oreja que se le desvaneció con el resplandor que reinaba en el exterior y que reavivó su antigua amenaza de sacar sus intestinos por la boca. Un quejido y se dejó oír una patada contra su litera junto con una palabrota y un par de voces que en unísono gritaron: “¡Aspirinas, Georgie Pooh!” para hacer que su cabeza vibrara como gong luego de ser golpeado.
Así, sintiéndose como guerrero caminando al campo de batalla, enfiló por el pasillo con rumbo a la cocina, llevando consigo la almohada apretada en uno de sus costados. Más que por amor a las babas de su Gusti, por miedo a irse de bruces y darse un trastazo digno de ser recordado ya fuera con un dedo roto o la boca sangrante.
No pasó mucho antes de que el aire le empezara a oler como a… Olfateó un poco más y no había modo de dudarlo: un delicioso desayuno de Gustav. ¡Omelet de huevo! Por primera vez en la deprimente mañana sus tripas protestaron y fue más por hambre y antojo que por dolor, lo que le dio renovadas fuerzas para sonreír al tiempo que se acercaba a Gustav y lo contemplaba…
Un segundo… Dos segundos… Tres… Cuatro… La boca se le caía de la impresión y permanecía abierta como esperando la entrada de las moscas. Diez segundos… Veinte… Un minuto completo en el que sus manos sudaron y dejaron resbalar la almohada que traía produciendo apenas un sonido leve, pero conciso que dejó saber a Gustav que tenía compañía.
Se dio vuelta con la espátula en mano para encontrar a George con su mejor cara de asombro y una erección que se dejaba adivinar por la ligera tela de su bóxer ya fuera por lo abultada que se veía o por el gemido que soltó al verse atrapado mirando.
Claro que si Gustav no quería que lo mirara no debería usar eso… O al menos no con niños en casa, hablando por los gemelos que estaban en una litera.
—Pensé que sería un desperdicio no usarlas si tanto me gustaba —comentó el baterista llevándose una mano a la cabeza para tocar el par de orejas peludas de zorro que traía—, pero ya sabes, no todos los días me depilo las piernas para ponerme la falda, así que opté por revivir un clásico a mi manera –finalizó con un guiño. Se movió un poco más y a George se le terminó por escurrir un hilo de baba por la boca—. Oh, no me dirás que te ha desagradado.
—Es tan… —El bajista se atragantó con sus propias palabras. Miró por detrás de su hombro para comprobar que ninguno de los gemelos se acercara y al ver que no era así, dio cortos pasos hasta quedar de frente a Gustav y besarlo. Un turno rápido que demostraba la urgencia que tenía de mostrarse rudo tirando lo que hubiese en la mesa para poner a Gustav sobre su estómago, inclinarse sobre él y…
—Alguien parece ansioso –gimió Gustav aún con sus labios unidos a los de George. Sus caderas encajando con las del bajista y haciendo contorsiones dignas del resultado que obtenía cuando lograba que el mayor cerrara los ojos en placer—. No pensé que pasaría esto –comentó lo más casual posible, pero era evidente que se mordía la lengua para no gritar luego de que George empujaba su miembro duro contra el suyo y le arrancaba fogonazos de lujuria—. Ah, George…
Con sus palabras apenas susurradas, George tuvo que hacer un esfuerzo considerable por no cumplir su fantasía de la mesa al ver que estaba dispuesta con cuatro platas, cubiertos, la sal y la pimienta alineadas, vasos con jugo y para rematar el ambiente hogareño, una mantel blanco y un florero con una rosa dentro. En definitiva, aquello no podía ser, pero entonces su mirada se desvió el fregadero y a la baja base limpia. Vamos, que en su mente obnubilada lo que necesitaba era una superficie donde colocar a Gustav y el resto saldría sobrando.
Apurado, sin dar aviso de su intención, Gustav chilló ante la sorpresa de casi darse en la nariz con la llave del agua y encontrarse con el estómago apoyado en la fría superficie. Apenas y registró aquel par de sensaciones cuando una nueva se hizo presente: la delicia que era la lengua de George bajando por su nuca en trazos juguetones por su espalda y deteniéndose en el trasero, bajar un poco la escasa prenda que portaba para darle un beso… Justo ahí.
Bastaba eso y nada más para que Gustav sintiera las piernas doblársele de la excitación, pues si bien no era la primera vez que lo hacían, George se abstenía de besarlo mucho por aquella zona. Fuera un poco de vergüenza o no, seguía siendo algo nuevo para ambos y la idea de que pasase, era sexy. Atrevida. Una actividad que por lo poco que sucedía, se convertía en lo más especial que George podía hacer por Gustav. Todo aquello, le daba el coraje necesario para empujar su cadera y apreciar la lengua del bajista recorriendo con círculos su abertura y entrando con lentitud en una mezcla de permiso con tortura que hizo a la zona de su entrepierna contraerse placenteramente.
Sus manos se cerraron en torno al trapo con el que solían secar la vajilla y con los puños repletos de la tela, se contuvo de eyacular luego de sentir un dedo humedecido con saliva vencer la resistencia de su cuerpo y tocar dentro suyo aquel pequeño punto que lo volvía loco.
Gimió sin control y el cuerpo grande y caliente de George se pegó al suyo para producir ramalazos eléctricos entre ambos que poco faltaron para tenerlos al borde del orgasmo. Hubiera sido de no ser por el grito que se dejó oír y que les cortó la inspiración del mismo modo que se corta la leche.
—¡Ustedes dos! –Gritó Tom entre avergonzado y divertido al entrar a la cocina y descubrirlos a punto de hacerlo—. ¿Pero qué no tienen vergüenza? ¿Qué tal si Bill los ve? Es muy joven para contemplar este tipo de espectáculos –gruñó sin poder de convencimiento a la par que trataba sin éxito controlar una carcajada.
Bill, que salió detrás de su gemelo con el cabello parecido a un nido de pájaros y los ojos adormilados, apenas si dijo algo. Bostezó ante el espectáculo de sus dos amigos a punto de montarse su numerito sexual contra el fregadero y se dejó caer sobre una de las sillas para poner los brazos arriba de la mesa y la cabeza entre sus manos. Le dolía más la cruda realidad luego de una noche de parranda que atrapar a aquellos dos en in fraganti, y de los hizo saber murmurando “Aspirina, por favor” con la voz quebrada de dolor.
Tom, presto como buen hermano mayor y de paso, temeroso de que si no se recomponía no le dejaría acostarse con él, le tendió las tres pastillas y un vaso de agua que Bill bebió lo más rápido posible en espera de alguna mejoría.
La cual no fue tal, sino el levantar la cara de entre sus manos y olisquear al aire con la nariz fruncida. Según se olfato, algo se quemaba…
—¿Algo huele a… Humo o es mi imaginación? –Dijo un segundo antes de que el sartén en el que Gustav hacía su omelet con huevo saltara por los aires y cayera casi carbonizado a sus pies. Apenas y sucedió aquello, cuando al trapo que Gustav apretaba al ser descubiertos y que estaba enseguida del hornillo se prendió fuego. Una densa cortina de humo que cubrió la cocina en segundos y que no les dio tiempo ni de correr por el extintor.
Todos rumbo a la puerta huyendo por sus vidas, menos Bill que corrió a su litera y sacó su maletín de maquillaje entre toses cuando al fin salió al aire libre y recibió una reprimenda por parte de Tom…
Luego vieron entrar a los del equipo… Un camión de bomberos… Pero nada de aquello les dio tanto miedo como cuando Jost llegó al fin luego de hablar con el jefe de bomberos y con el sartén quemado en la mano y un rostro que daba miedo. Mucho miedo…
—¿Pero en dónde tenían la jodida cabeza? ¡Incendio, por Dios santo! ¡Un fuego! ¿Tienen acaso idea de lo que costará el autobús? ¡Casi un millón de euros! ¡Y una multa del departamento de bomberos! –Chilló con el rostro rojo de rabia a los cuatro. Pasó su mirada severa por cada uno de ellos esperando encontrar rastros de su arrepentimiento que le dieran fuerza para calmarse, lo que fue funcionando hasta toparse con Gustav… —¡¿Se puede saber qué carajos traes puesto?! –Se aceleró al ver su atuendo.
Sin explicación al menos aparente, su baterista portaba una especie de tanga que dejaba el 99% de su trasero al aire libre y que prendida en la parte posterior colgaba una especie de cola peluda y larga que asemejaba la de un zorro. Tenía que serlo porque en la cabeza, el rubio usaba una diadema con un par de orejitas felpudas que confirmaban su sospecha. Para completar el cuadro, un delantal de cocina blanco que le tapaba la parte de enfrente, gracias a Dios, pero que llevaba la leyenda de “Viole al cocinero si le gusta la comida” y que le cortó las ganas de regañarlos.
—No creerás lo que pasó anoche –dijo Bill para sacar a Gustav del apuro. Exprimiéndose el cerebro que todavía sufría los estragos de la cruda, sacó a colación lo primero que se le vino a la mente—. ¡Fue una fangirl loca!
—Sí, sí, ella… ¡Nos dio bebidas adulteradas! –Le secundó Tom—. Nos puso droga en los vodkas, quiero decir, en los jugos de naranja que pedimos y nos trajo al autobús donde…
—Donde vistió a Gustav así y… —Balbuceó Bill con apuro al ver que Jost les creía lo mismo que la vez pasada: nada de nada.
—¡Nos tuvo secuestrados toda la noche! –Aseveró George, convencido de que si al menos la historia no pegaba, Jost tendría que darles un premio de literatura por semejante cuento.
—Fue horrible –negó con la cabeza Tom, como espantando malos recuerdos—. Pero entonces… Entonces… —Miró a Bill como pidiendo ayuda.
—¡Un incendio comenzó! –Exclamó George abriendo mucho los ojos y haciendo ademanes con la mano que parecía explicar una explosión nuclear más que el fuego en la cocina del autobús—. Ella corrió por la puerta, pero nosotros alcanzamos a huir.
Silencio total.
—David, sé que suena loco pero es la verdad –dijo Bill al ver que Jost los fulminaba con la mirada—. Lo juro por…
—¡Por mis bolas no! –Replicó Tom al ver por donde iba todo—. No digas que se secarán en caso de ser mentira porque… Porque aunque sé que esta historia es verdad, no me gusta correr riesgos y…
—Ya, chicos –dijo Gustav con tono calmado al quitarse las orejas de la cabeza y enfrentar a Jost como un hombre—. La verdad es que George y yo nos la montábamos en la cocina y el omelet con huevo que hacía se quemó y –suspiró— el resto de la historia te la puedes imaginar.
Nuevo silencio denso.
—Ok, voy a creer que esa fangirl imaginaria de verdad existió –murmuró David tronándose los nudillos de la mano—, porque la historia de Gustav es una patraña peor que la anterior así que… No sé, veremos cómo solucionar esto. Retírense y… —Dirigiéndose hacía Gustav—, no más disfraces, ejem, al menos no en público.
—Pudo ser peor –murmuró Bill, pero se calló al instante siguiente cuando recibió una lluvia de zapatos por decirlo—. ¡Pero si es cierto! Cuando Gustav se tomó su semana de vacaciones y nos tuvimos que quedar en el autobús, fue tortura total. Prefiero esto que aquello –se mantuvo en postura, tozudo.
Encerrados en lo que sería el mes más cruel de su existencia, que era el tiempo en el que el bus del tour estaría reparado y en condiciones de salir a carretera, les quedaba instalarse en el departamento de la banda, pero con algunas limitantes. Su llegada se vio como el momento idóneo para cortar la televisión por cable, sacar la comida chatarra de los gabinetes de la cocina y cortar el agua caliente de los grifos. Que sería o no mucho, pero para Gustav era nada y para Bill lo era todo.
Acostumbrados a la vida de lujo, pese a la tacañería que a veces aquejaba a Jost, pasar un mes en el departamento en donde seguían teniendo una habitación para ellos cuatro y con las restricciones anteriores, era como para soltarse llorando.
Más que nada, lo de las camas…
—¡Quiero dormir con Tomi! –Chillaba Bill con la cara roja ante el contra esfuerzo de empujar su cama con todas sus fuerzas para unirla con la de su gemelo, pero imposibilitado puesto que George lo hacía al lado contrario indispuesto a pasar la noche oyéndolos gemir a un escaso metro.
—¡No, no y no! –Denegaba el bajista con la frente sudada. Empujaba entonces por su cuenta que para mucha de su decepción, Bill le igualaba en fuerzas y mantenían un precario equilibrio en el que el mueble no se movía más de un centímetro.
Mirando desde la puerta, Gustav y Tom, ambos con expresiones ilegibles. Que a diferencia de sus amantes, ellos no pensaban montarse sus acrobacias en la cama estando alguien más en la habitación.
Como fuera, explicarlo requería de tiempo y de ganas, por no mencionar que Bill sudando su maquillaje y George tirando pestes, ambos mientras tiraban de la cama, era gracioso, así que no dijeron nada.
Más cruel que la luz, fue el tener que moverse, respirar siquiera. Su estómago dolía por no decir que amenazaba con voltearse y desparramar su contenido por todos lados. También hizo aparición una migraña detestable; un flash de luz y ahí estaba incordiando a su dueño, quien con todo, reconocía su culpa. ¿Es que quién era él para negarse a una noche de juerga? Luego de todos los malentendidos y lo que la banda entera había tenido que sufrir desde el día en el que el trasero de Gustav apareció resaltado como para una sesión fotográfica ante sus ojos, nada como una borrachera conjunta.
Todo olvidado y aceptado en partes iguales, los dejó con una cuenta enorme en el bar más cercano y una sonrisa de oreja a oreja a cada uno. O al menos hasta hace unas horas, que George sabía reconocer que en tiempo presente sus labios se curvaban hacía abajo, no hacía arriba.
—Oh Dios santo, quiero morir –gruñó al quererse poner de pie y recibir una descarga de malestares multiplicados al infinito con tan poco esfuerzo. No quiso ni pensar lo que sería salir de su litera y enfrentar la cotidianidad; vilmente, le vomitaría por todos lados.
—¿George, eres tú? –Preguntó una voz a un lado. Por la litera, la de Tom, pero quedaba ver cuál de los dos gemelos era el que le hablaba con el mismo tono de arrepentimiento que el suyo—. Si vas a la cocina me traes una, no, dos… Hum, tres aspirinas, por favor. Ah, y agua. Uh, uh y otras tres más para Tom…
—Y otro vaso de agua –confirmó el mayor de los gemelos antes de sumirse en quejas.
George rodó los ojos por lo que creía un descaro supremo por parte de los gemelos al saber su estado y lo pesado que le estaba resultando salir de la cama, como para aparte pedir que les trajera algo… Resoplando un par de maldiciones en su contra, se rascó el rostro con parsimonia esperando el momento ideal para abrir su cortinilla y salir al mundo real. Momento que no llegaba… Se detuvo de consultar un reloj imaginario, pero la broma no era graciosa si Gustav no estaba ahí para reír, así que…
Un segundo, ¿Y Gustav? Enfocó como pudo a su alrededor en búsqueda de alguna pista de su paradero o mejor: una prueba de que hubiese dormido a su lado, la cual encontró con un par de bóxers blanco reluciente (por ser el único en la banda que sabía usar la lavadora correctamente) y lo que creía eran sus babas en la almohada. Tenían que ser y presa de un ataque romántico en extremo, se inclinó para olisquear y sonreír de la manera más boba al reconocer el aroma que él creía como el más delicioso, pero que si lo hacía Tom o Bill producía muecas de repugnancia.
Con ánimos ya, abrió la cortinilla de su litera portando una sonrisa de oreja a oreja que se le desvaneció con el resplandor que reinaba en el exterior y que reavivó su antigua amenaza de sacar sus intestinos por la boca. Un quejido y se dejó oír una patada contra su litera junto con una palabrota y un par de voces que en unísono gritaron: “¡Aspirinas, Georgie Pooh!” para hacer que su cabeza vibrara como gong luego de ser golpeado.
Así, sintiéndose como guerrero caminando al campo de batalla, enfiló por el pasillo con rumbo a la cocina, llevando consigo la almohada apretada en uno de sus costados. Más que por amor a las babas de su Gusti, por miedo a irse de bruces y darse un trastazo digno de ser recordado ya fuera con un dedo roto o la boca sangrante.
No pasó mucho antes de que el aire le empezara a oler como a… Olfateó un poco más y no había modo de dudarlo: un delicioso desayuno de Gustav. ¡Omelet de huevo! Por primera vez en la deprimente mañana sus tripas protestaron y fue más por hambre y antojo que por dolor, lo que le dio renovadas fuerzas para sonreír al tiempo que se acercaba a Gustav y lo contemplaba…
Un segundo… Dos segundos… Tres… Cuatro… La boca se le caía de la impresión y permanecía abierta como esperando la entrada de las moscas. Diez segundos… Veinte… Un minuto completo en el que sus manos sudaron y dejaron resbalar la almohada que traía produciendo apenas un sonido leve, pero conciso que dejó saber a Gustav que tenía compañía.
Se dio vuelta con la espátula en mano para encontrar a George con su mejor cara de asombro y una erección que se dejaba adivinar por la ligera tela de su bóxer ya fuera por lo abultada que se veía o por el gemido que soltó al verse atrapado mirando.
Claro que si Gustav no quería que lo mirara no debería usar eso… O al menos no con niños en casa, hablando por los gemelos que estaban en una litera.
—Pensé que sería un desperdicio no usarlas si tanto me gustaba —comentó el baterista llevándose una mano a la cabeza para tocar el par de orejas peludas de zorro que traía—, pero ya sabes, no todos los días me depilo las piernas para ponerme la falda, así que opté por revivir un clásico a mi manera –finalizó con un guiño. Se movió un poco más y a George se le terminó por escurrir un hilo de baba por la boca—. Oh, no me dirás que te ha desagradado.
—Es tan… —El bajista se atragantó con sus propias palabras. Miró por detrás de su hombro para comprobar que ninguno de los gemelos se acercara y al ver que no era así, dio cortos pasos hasta quedar de frente a Gustav y besarlo. Un turno rápido que demostraba la urgencia que tenía de mostrarse rudo tirando lo que hubiese en la mesa para poner a Gustav sobre su estómago, inclinarse sobre él y…
—Alguien parece ansioso –gimió Gustav aún con sus labios unidos a los de George. Sus caderas encajando con las del bajista y haciendo contorsiones dignas del resultado que obtenía cuando lograba que el mayor cerrara los ojos en placer—. No pensé que pasaría esto –comentó lo más casual posible, pero era evidente que se mordía la lengua para no gritar luego de que George empujaba su miembro duro contra el suyo y le arrancaba fogonazos de lujuria—. Ah, George…
Con sus palabras apenas susurradas, George tuvo que hacer un esfuerzo considerable por no cumplir su fantasía de la mesa al ver que estaba dispuesta con cuatro platas, cubiertos, la sal y la pimienta alineadas, vasos con jugo y para rematar el ambiente hogareño, una mantel blanco y un florero con una rosa dentro. En definitiva, aquello no podía ser, pero entonces su mirada se desvió el fregadero y a la baja base limpia. Vamos, que en su mente obnubilada lo que necesitaba era una superficie donde colocar a Gustav y el resto saldría sobrando.
Apurado, sin dar aviso de su intención, Gustav chilló ante la sorpresa de casi darse en la nariz con la llave del agua y encontrarse con el estómago apoyado en la fría superficie. Apenas y registró aquel par de sensaciones cuando una nueva se hizo presente: la delicia que era la lengua de George bajando por su nuca en trazos juguetones por su espalda y deteniéndose en el trasero, bajar un poco la escasa prenda que portaba para darle un beso… Justo ahí.
Bastaba eso y nada más para que Gustav sintiera las piernas doblársele de la excitación, pues si bien no era la primera vez que lo hacían, George se abstenía de besarlo mucho por aquella zona. Fuera un poco de vergüenza o no, seguía siendo algo nuevo para ambos y la idea de que pasase, era sexy. Atrevida. Una actividad que por lo poco que sucedía, se convertía en lo más especial que George podía hacer por Gustav. Todo aquello, le daba el coraje necesario para empujar su cadera y apreciar la lengua del bajista recorriendo con círculos su abertura y entrando con lentitud en una mezcla de permiso con tortura que hizo a la zona de su entrepierna contraerse placenteramente.
Sus manos se cerraron en torno al trapo con el que solían secar la vajilla y con los puños repletos de la tela, se contuvo de eyacular luego de sentir un dedo humedecido con saliva vencer la resistencia de su cuerpo y tocar dentro suyo aquel pequeño punto que lo volvía loco.
Gimió sin control y el cuerpo grande y caliente de George se pegó al suyo para producir ramalazos eléctricos entre ambos que poco faltaron para tenerlos al borde del orgasmo. Hubiera sido de no ser por el grito que se dejó oír y que les cortó la inspiración del mismo modo que se corta la leche.
—¡Ustedes dos! –Gritó Tom entre avergonzado y divertido al entrar a la cocina y descubrirlos a punto de hacerlo—. ¿Pero qué no tienen vergüenza? ¿Qué tal si Bill los ve? Es muy joven para contemplar este tipo de espectáculos –gruñó sin poder de convencimiento a la par que trataba sin éxito controlar una carcajada.
Bill, que salió detrás de su gemelo con el cabello parecido a un nido de pájaros y los ojos adormilados, apenas si dijo algo. Bostezó ante el espectáculo de sus dos amigos a punto de montarse su numerito sexual contra el fregadero y se dejó caer sobre una de las sillas para poner los brazos arriba de la mesa y la cabeza entre sus manos. Le dolía más la cruda realidad luego de una noche de parranda que atrapar a aquellos dos en in fraganti, y de los hizo saber murmurando “Aspirina, por favor” con la voz quebrada de dolor.
Tom, presto como buen hermano mayor y de paso, temeroso de que si no se recomponía no le dejaría acostarse con él, le tendió las tres pastillas y un vaso de agua que Bill bebió lo más rápido posible en espera de alguna mejoría.
La cual no fue tal, sino el levantar la cara de entre sus manos y olisquear al aire con la nariz fruncida. Según se olfato, algo se quemaba…
—¿Algo huele a… Humo o es mi imaginación? –Dijo un segundo antes de que el sartén en el que Gustav hacía su omelet con huevo saltara por los aires y cayera casi carbonizado a sus pies. Apenas y sucedió aquello, cuando al trapo que Gustav apretaba al ser descubiertos y que estaba enseguida del hornillo se prendió fuego. Una densa cortina de humo que cubrió la cocina en segundos y que no les dio tiempo ni de correr por el extintor.
Todos rumbo a la puerta huyendo por sus vidas, menos Bill que corrió a su litera y sacó su maletín de maquillaje entre toses cuando al fin salió al aire libre y recibió una reprimenda por parte de Tom…
Luego vieron entrar a los del equipo… Un camión de bomberos… Pero nada de aquello les dio tanto miedo como cuando Jost llegó al fin luego de hablar con el jefe de bomberos y con el sartén quemado en la mano y un rostro que daba miedo. Mucho miedo…
—¿Pero en dónde tenían la jodida cabeza? ¡Incendio, por Dios santo! ¡Un fuego! ¿Tienen acaso idea de lo que costará el autobús? ¡Casi un millón de euros! ¡Y una multa del departamento de bomberos! –Chilló con el rostro rojo de rabia a los cuatro. Pasó su mirada severa por cada uno de ellos esperando encontrar rastros de su arrepentimiento que le dieran fuerza para calmarse, lo que fue funcionando hasta toparse con Gustav… —¡¿Se puede saber qué carajos traes puesto?! –Se aceleró al ver su atuendo.
Sin explicación al menos aparente, su baterista portaba una especie de tanga que dejaba el 99% de su trasero al aire libre y que prendida en la parte posterior colgaba una especie de cola peluda y larga que asemejaba la de un zorro. Tenía que serlo porque en la cabeza, el rubio usaba una diadema con un par de orejitas felpudas que confirmaban su sospecha. Para completar el cuadro, un delantal de cocina blanco que le tapaba la parte de enfrente, gracias a Dios, pero que llevaba la leyenda de “Viole al cocinero si le gusta la comida” y que le cortó las ganas de regañarlos.
—No creerás lo que pasó anoche –dijo Bill para sacar a Gustav del apuro. Exprimiéndose el cerebro que todavía sufría los estragos de la cruda, sacó a colación lo primero que se le vino a la mente—. ¡Fue una fangirl loca!
—Sí, sí, ella… ¡Nos dio bebidas adulteradas! –Le secundó Tom—. Nos puso droga en los vodkas, quiero decir, en los jugos de naranja que pedimos y nos trajo al autobús donde…
—Donde vistió a Gustav así y… —Balbuceó Bill con apuro al ver que Jost les creía lo mismo que la vez pasada: nada de nada.
—¡Nos tuvo secuestrados toda la noche! –Aseveró George, convencido de que si al menos la historia no pegaba, Jost tendría que darles un premio de literatura por semejante cuento.
—Fue horrible –negó con la cabeza Tom, como espantando malos recuerdos—. Pero entonces… Entonces… —Miró a Bill como pidiendo ayuda.
—¡Un incendio comenzó! –Exclamó George abriendo mucho los ojos y haciendo ademanes con la mano que parecía explicar una explosión nuclear más que el fuego en la cocina del autobús—. Ella corrió por la puerta, pero nosotros alcanzamos a huir.
Silencio total.
—David, sé que suena loco pero es la verdad –dijo Bill al ver que Jost los fulminaba con la mirada—. Lo juro por…
—¡Por mis bolas no! –Replicó Tom al ver por donde iba todo—. No digas que se secarán en caso de ser mentira porque… Porque aunque sé que esta historia es verdad, no me gusta correr riesgos y…
—Ya, chicos –dijo Gustav con tono calmado al quitarse las orejas de la cabeza y enfrentar a Jost como un hombre—. La verdad es que George y yo nos la montábamos en la cocina y el omelet con huevo que hacía se quemó y –suspiró— el resto de la historia te la puedes imaginar.
Nuevo silencio denso.
—Ok, voy a creer que esa fangirl imaginaria de verdad existió –murmuró David tronándose los nudillos de la mano—, porque la historia de Gustav es una patraña peor que la anterior así que… No sé, veremos cómo solucionar esto. Retírense y… —Dirigiéndose hacía Gustav—, no más disfraces, ejem, al menos no en público.
—Pudo ser peor –murmuró Bill, pero se calló al instante siguiente cuando recibió una lluvia de zapatos por decirlo—. ¡Pero si es cierto! Cuando Gustav se tomó su semana de vacaciones y nos tuvimos que quedar en el autobús, fue tortura total. Prefiero esto que aquello –se mantuvo en postura, tozudo.
Encerrados en lo que sería el mes más cruel de su existencia, que era el tiempo en el que el bus del tour estaría reparado y en condiciones de salir a carretera, les quedaba instalarse en el departamento de la banda, pero con algunas limitantes. Su llegada se vio como el momento idóneo para cortar la televisión por cable, sacar la comida chatarra de los gabinetes de la cocina y cortar el agua caliente de los grifos. Que sería o no mucho, pero para Gustav era nada y para Bill lo era todo.
Acostumbrados a la vida de lujo, pese a la tacañería que a veces aquejaba a Jost, pasar un mes en el departamento en donde seguían teniendo una habitación para ellos cuatro y con las restricciones anteriores, era como para soltarse llorando.
Más que nada, lo de las camas…
—¡Quiero dormir con Tomi! –Chillaba Bill con la cara roja ante el contra esfuerzo de empujar su cama con todas sus fuerzas para unirla con la de su gemelo, pero imposibilitado puesto que George lo hacía al lado contrario indispuesto a pasar la noche oyéndolos gemir a un escaso metro.
—¡No, no y no! –Denegaba el bajista con la frente sudada. Empujaba entonces por su cuenta que para mucha de su decepción, Bill le igualaba en fuerzas y mantenían un precario equilibrio en el que el mueble no se movía más de un centímetro.
Mirando desde la puerta, Gustav y Tom, ambos con expresiones ilegibles. Que a diferencia de sus amantes, ellos no pensaban montarse sus acrobacias en la cama estando alguien más en la habitación.
Como fuera, explicarlo requería de tiempo y de ganas, por no mencionar que Bill sudando su maquillaje y George tirando pestes, ambos mientras tiraban de la cama, era gracioso, así que no dijeron nada.