Un mesero con el cabello engomado a más no poder salió de la cocina, iba a entregar el pedido de la mesa 8, una rara pareja, un joven y una anciana, tal vez era su nieto.
-Su canasta de papas fritas y su jarra de limonada. -El mesero dejó en la mesa su orden- ¿Algo más?
La anciana, decepcionada de que quien les entrego su orden no era el apuesto joven con estilo de surfista, se dirigió al mesero-. No joven, muchas gracias. -El mesero se retiro con un gesto amable.
-Tom, puedes comer hijo.
-Gracias Glenda. -Tom tomó unas cuantas papas fritas y las metió a su boca, cuidando que ninguna se saliera. -Pero dime Glenda, ¿Cómo es esa pensión tuya?
-Oh, preciosa, tiene un gran jardín, varios cuartos y un estudio de música casero.
-¿Un estudio de música?
-Sí, unos muchachitos vienen a la pensión cada sábado a grabar un poco. Su baterista es mi nieto.
-Ah, pues espero que sea tan agradable como usted.
-Oh sí que lo es, ya lo conocerás, te lo prometo.
-Eso espero.
Esa misma hora, en otro punto de la ciudad...
-¿Tu- tu hermano?
-Sí, mi hermano.
-Pero tú eres hijo único.
-Sí, yo también lo creía, hasta hace dos días.
-A ver a ver a ver- Gustav parecía ser el más confundido.- Ayer Georg te encontró en pleno "ay ay ay" con un hombre, hasta ahí entendí, ¿y qué dijiste de un hermano perdido?
-Que ese- Bill aclaro su garganta.- hombre era... o más bien es mi hermano.
-Entonces... ¡Oooooohhhhhhhhhhh! ¡Estabas CON tu hermano!
-¡Gustav! -Georg le pegó a Gustav en el estomago- Te dije que en silencio, ahora te tendrás que salir.
-Pero
-¡Eh!
-Pero
-Dije ¡Eh!
-Está bien, está bien, ya me callo.
-Bien, por favor Bill, continúa.
-Pues ya no tengo nada más que decir...
-¿Cómo de que no? ¡Tienes toda una noche que contarnos!
-¡Gustav! -Esta vez, Georg sí se enojo de verdad. -Ahora sí, te sales. -Georg empujó a Gustav fuera de la casa y cerró con llave. Se giró hacia Bill y se acercó a él para seguir hablando. Desde fuera del departamento, aun se escuchaban los inútiles quejidos de Gustav.
-Lo siento mucho Bill, así es el. Sabes, si quieres puedes contarme, si no quieres, no tienes porque hacerlo.
-Pues es que no sé qué decirte. El llegó y... pues a mí me causaba algo en el estomago cada vez que lo veía, desde el primer momento que lo vi y... anoche nos peleamos y no sé porque acabamos... tu sabes.
-Entiendo... y, ¿Dónde está ahora?
-Se fue. Me dejo una carta, pero no dice adonde se fue.
- Y tú quieres...
-Si a lo que te refieres es que si quiero volver a verlo, si. Si quiero, quiero volver a verlo.
-Tranquilo, sabes que, aunque no se note, Gustav y yo estamos aquí para apoyarte, y si quieres que lo busquemos, lo haremos. Por ti. Aunque Gustav sea un poco inútil. -La última frase, Georg la grito, con intenciones de que su amigo la oyera desde fuera de la casa.
-¡Yo escuche eso! -Gustav estaba con la oreja pegada a la puerta.
-¿Ves Bill? Aquí estaremos siempre.
-Muchas gracias Georg.
-Ahora, vámonos. Es sábado, no podemos llegar tarde.
-Oh, claro.
Los dos amigos, ahora más unidos que nunca, salieron del departamento, encontrándose con un Gustav de brazos cruzados. Bill alboroto el cabello de su amigo, lo rodeo con su brazo, en un abrazo fraternal y desaparecieron los tres juntos en el elevador.
En algún punto de la ciudad, a esa misma hora...
El sol de medio día ya se estaba convirtiendo en sol de tarde, las sombras residían a la derecha de su posesor y las caras de las personas enrojecían con el menor rece de la idea de una tarde con su pareja. El pequeño café en el que Tom y Glenda almorzaban se estaba vaciando, hasta que solo quedaron ellos y una pareja extranjera, probablemente americanos, dándose el uno al otro una dona en la boca y riendo.
-Ahhh, no se tu Glenda, pero yo acabé satisfecho.
-Sí, yo también. Levantarme de esta silla será un lio.
Tom rió. -Sí, igualmente - Por fin logró levantarse, haciendo un pequeño ruidito a causa del esfuerzo, se estiró y cogió su mochila del suelo y extendió su mano hacia Glenda-. Vamos Glenda, déjame ayudarte.
-Gracias Tom- La frágil y blanca mano de Glenda se poso suavemente sobre la mano de Tom, fuerte y segura.
-Sígueme, te llevare a la pensión.
-Claro.
Los dos salieron del café, dejando una propina sobre la mesa, Glenda esperaba que el que la recogiera fuera el surfista y no el enclenque. Caminaron varios metros hasta encontrar un pequeño y viejo cochecito.
-Ahí lo tienes, mi Jaimito.
-¿Su coche se llama Jaimito?
-Si, en honor a mi difunto esposo.
-Oh, lo siento.
-No te preocupes corazón, vamos, entra.
Tom obedeció, entro en el asiento de copiloto y partieron a la pensión. El paisaje no era muy diferente comparado con el que Tom estaba acostumbrado a ver en Suiza. Casas medianas de piedra, varios árboles, edificios de la edad del barroco, tantas cosas de su vida y la de su hermano eran iguales. Ahí va de nuevo, pensando en su hermano. Bueno, al menos ahora se está alejando de él, por el bien de ambos.
Al fin llegaron a la pensión, una casa bastante grande, antigua, con una gran flora alrededor y una enorme fuente en la entrada.
-Vaya Glenda, parece que no te falta nada.
-Esta pensión la compramos James y yo hace ya más de 50 años, el era un famoso ministro, poderoso... lo que le hizo de varios enemigos.
-No te preocupes Glenda, no quiero que me cuentes sobre él, sé que es doloroso.
-Algunas personas estamos ya destinadas a perder cosas valiosas, como yo a mi James, tu a tus padres.
Y a mi hermano, Tom pensó inevitablemente el Bill.
-Sí, tienes razón, toda nuestra vida la planea el destino.
-Suficiente de lo malo Tom, hay que entrar a la pensión.
-Sí.
La puerta de entrada, grande y vistosa, se abrió con un crujido estruendoso, se notaba que era bastante pesada. El vestíbulo era enorme y bien decorado, todo de madera, un gran ventanal al final de las escaleras que llevaban al segundo piso, y un candelabro colgaba orgulloso del techo.
-Sígueme, te llevare a tu habitación.
-Pero Glenda, ahora que lo veo, creo que... no podre pagarlo, no traigo mucho dinero con migo y--
-Oh Tom, de eso no te preocupes, la antigua habitación de James está desocupada, y no cobro por ella.
-Glenda yo... no podría. Esa habitación era de tu esposo, yo no puedo--
-Ya, no me hagas rogarte, esa habitación es tuya ahora y punto.
-En serio Glenda, no sé como agradecerte...
-Ya veremos la forma.
-Muchas gracias. -El sonido de una puerta de coche cerrándose llegó desde el patio delantero.
-Ese debe ser mi nieto, aguarda aquí, los presentaré.
-S-sí, claro.
Glenda abrió la puerta de entrada y caminó hacia su nieto, lo tomó del brazo y lo acompaño hasta la puerta. Tom lo primero que vio fue su camisa de AC/DC, luego sus lentes, le pareció familiar.
-Tom, este es mi nieto, Gustav.
-Gustav, mucho gusto- Tom extendió la mano hacia Gustav, quien la apretó sonriente-. Te parecerá raro, pero creo que te he visto en algún otro lugar.
-No me parece raro, casi toda Alemania nos conoce.
-¿Nos?
Del auto estacionado enfrente, salieron dos muchachos más, uno de pelo lacio, largo y otro más. La expresión de la cara de Tom pasó de feliz a confundido, asustado y sobre todo, triste.
-Chicos, el es Tom- Glenda seguía sonriente, dirigiéndose a los dos muchachos que recién habían salido del coche.
-¿T-Tom?
-¿B-Bill?
-¿Se conocen?
-Es- es mi hermano.
Georg y Gustav se miraron confundidos. Una repentina tensión inundó la casa, ni Georg ni Gustav y ni los mismos gemelos sabían que hacer ahora.
-¿Algún problema? -La sonrisa de Glenda se desvaneció.
-N-no. Con permiso. -Tom salió de la casa, se estaba dirigiendo a la salida, cuando sintió un brazo en su espalda. De cierto modo, quería que fuera Bill, deteniéndolo, pero no era así.
-Disculpa, ¿Puedo hablar contigo? -Georg parecía muy serio y algo triste también.
-No creo que sea lo correcto. -Tom hizo ademan de girar para poder irse, pero de nuevo no pudo.
-Es importante.
-Muy bien, dime.
-Mira, mi nombre es Georg, soy amigo de Bill. Hoy en la mañana hable con él, le pregunte qué pasaba, y me conto todo. -Las mejillas de Tom enrojecieron, aclaró su garganta.
-¿Q-que te dijo?
-Tú sabes lo que me dijo, pero lo que importa es que le pregunte si quería volver a verte, y él me dijo que, me dijo que sí.
Tom no dijo nada, estaba ya muy avergonzado de que alguien más supera lo que hizo anoche.
-Veras, el me dijo que desde que te vio, sintió algo, y que le gustaría poder seguir viéndote, para reiterar su sentimientos.
-Sea lo que sea que el sienta, está mal. No sé si estés enterado, pero somos hermanos, y todo lo que pasó está mal y el que él quiera revivirlo es aun pero.
Los dos se quedaron en silencio, mientras que Georg buscaba las palabras correctas para persuadir a Tom de que se quedara.
-Alguna vez alguien me dijo que encontrar a tu alma gemela es difícil, pero que algunos tienen la suerte de tener a su alma gemela desde que nacen, como es su caso. ¿Si lo entiendes? El destino quiere que tú y él estén juntos.
-Eso no podrá ser.
Tom pudo liberarse de la mano de Georg y siguió caminando.
-No sabes lo mucho que le duele a Bill verte partir, está destrozado.
Por un momento, Tom se detuvo, si voltear a ver a Georg y, aun sin verlo, le contesto.
-Yo también quiero volver a estar con él, pero simplemente no puede ser así.
Tom por fin se fue, dejando atrás a Georg confundido, enojado. Caminó, unas cuantas cuadras, hasta que llegó a la conclusión de que no tenía a donde ir. Una lágrima rebelde quería salir, derramarse y ser libre, pero Tom no la dejaría. Su mayor deseo ahora era volver a la pensión, pero sabía que estaba mal. Siguió caminando, hasta que, de nuevo, un brazo lo detuvo, pero esta vez, no era Georg.
-Su canasta de papas fritas y su jarra de limonada. -El mesero dejó en la mesa su orden- ¿Algo más?
La anciana, decepcionada de que quien les entrego su orden no era el apuesto joven con estilo de surfista, se dirigió al mesero-. No joven, muchas gracias. -El mesero se retiro con un gesto amable.
-Tom, puedes comer hijo.
-Gracias Glenda. -Tom tomó unas cuantas papas fritas y las metió a su boca, cuidando que ninguna se saliera. -Pero dime Glenda, ¿Cómo es esa pensión tuya?
-Oh, preciosa, tiene un gran jardín, varios cuartos y un estudio de música casero.
-¿Un estudio de música?
-Sí, unos muchachitos vienen a la pensión cada sábado a grabar un poco. Su baterista es mi nieto.
-Ah, pues espero que sea tan agradable como usted.
-Oh sí que lo es, ya lo conocerás, te lo prometo.
-Eso espero.
Esa misma hora, en otro punto de la ciudad...
-¿Tu- tu hermano?
-Sí, mi hermano.
-Pero tú eres hijo único.
-Sí, yo también lo creía, hasta hace dos días.
-A ver a ver a ver- Gustav parecía ser el más confundido.- Ayer Georg te encontró en pleno "ay ay ay" con un hombre, hasta ahí entendí, ¿y qué dijiste de un hermano perdido?
-Que ese- Bill aclaro su garganta.- hombre era... o más bien es mi hermano.
-Entonces... ¡Oooooohhhhhhhhhhh! ¡Estabas CON tu hermano!
-¡Gustav! -Georg le pegó a Gustav en el estomago- Te dije que en silencio, ahora te tendrás que salir.
-Pero
-¡Eh!
-Pero
-Dije ¡Eh!
-Está bien, está bien, ya me callo.
-Bien, por favor Bill, continúa.
-Pues ya no tengo nada más que decir...
-¿Cómo de que no? ¡Tienes toda una noche que contarnos!
-¡Gustav! -Esta vez, Georg sí se enojo de verdad. -Ahora sí, te sales. -Georg empujó a Gustav fuera de la casa y cerró con llave. Se giró hacia Bill y se acercó a él para seguir hablando. Desde fuera del departamento, aun se escuchaban los inútiles quejidos de Gustav.
-Lo siento mucho Bill, así es el. Sabes, si quieres puedes contarme, si no quieres, no tienes porque hacerlo.
-Pues es que no sé qué decirte. El llegó y... pues a mí me causaba algo en el estomago cada vez que lo veía, desde el primer momento que lo vi y... anoche nos peleamos y no sé porque acabamos... tu sabes.
-Entiendo... y, ¿Dónde está ahora?
-Se fue. Me dejo una carta, pero no dice adonde se fue.
- Y tú quieres...
-Si a lo que te refieres es que si quiero volver a verlo, si. Si quiero, quiero volver a verlo.
-Tranquilo, sabes que, aunque no se note, Gustav y yo estamos aquí para apoyarte, y si quieres que lo busquemos, lo haremos. Por ti. Aunque Gustav sea un poco inútil. -La última frase, Georg la grito, con intenciones de que su amigo la oyera desde fuera de la casa.
-¡Yo escuche eso! -Gustav estaba con la oreja pegada a la puerta.
-¿Ves Bill? Aquí estaremos siempre.
-Muchas gracias Georg.
-Ahora, vámonos. Es sábado, no podemos llegar tarde.
-Oh, claro.
Los dos amigos, ahora más unidos que nunca, salieron del departamento, encontrándose con un Gustav de brazos cruzados. Bill alboroto el cabello de su amigo, lo rodeo con su brazo, en un abrazo fraternal y desaparecieron los tres juntos en el elevador.
En algún punto de la ciudad, a esa misma hora...
El sol de medio día ya se estaba convirtiendo en sol de tarde, las sombras residían a la derecha de su posesor y las caras de las personas enrojecían con el menor rece de la idea de una tarde con su pareja. El pequeño café en el que Tom y Glenda almorzaban se estaba vaciando, hasta que solo quedaron ellos y una pareja extranjera, probablemente americanos, dándose el uno al otro una dona en la boca y riendo.
-Ahhh, no se tu Glenda, pero yo acabé satisfecho.
-Sí, yo también. Levantarme de esta silla será un lio.
Tom rió. -Sí, igualmente - Por fin logró levantarse, haciendo un pequeño ruidito a causa del esfuerzo, se estiró y cogió su mochila del suelo y extendió su mano hacia Glenda-. Vamos Glenda, déjame ayudarte.
-Gracias Tom- La frágil y blanca mano de Glenda se poso suavemente sobre la mano de Tom, fuerte y segura.
-Sígueme, te llevare a la pensión.
-Claro.
Los dos salieron del café, dejando una propina sobre la mesa, Glenda esperaba que el que la recogiera fuera el surfista y no el enclenque. Caminaron varios metros hasta encontrar un pequeño y viejo cochecito.
-Ahí lo tienes, mi Jaimito.
-¿Su coche se llama Jaimito?
-Si, en honor a mi difunto esposo.
-Oh, lo siento.
-No te preocupes corazón, vamos, entra.
Tom obedeció, entro en el asiento de copiloto y partieron a la pensión. El paisaje no era muy diferente comparado con el que Tom estaba acostumbrado a ver en Suiza. Casas medianas de piedra, varios árboles, edificios de la edad del barroco, tantas cosas de su vida y la de su hermano eran iguales. Ahí va de nuevo, pensando en su hermano. Bueno, al menos ahora se está alejando de él, por el bien de ambos.
Al fin llegaron a la pensión, una casa bastante grande, antigua, con una gran flora alrededor y una enorme fuente en la entrada.
-Vaya Glenda, parece que no te falta nada.
-Esta pensión la compramos James y yo hace ya más de 50 años, el era un famoso ministro, poderoso... lo que le hizo de varios enemigos.
-No te preocupes Glenda, no quiero que me cuentes sobre él, sé que es doloroso.
-Algunas personas estamos ya destinadas a perder cosas valiosas, como yo a mi James, tu a tus padres.
Y a mi hermano, Tom pensó inevitablemente el Bill.
-Sí, tienes razón, toda nuestra vida la planea el destino.
-Suficiente de lo malo Tom, hay que entrar a la pensión.
-Sí.
La puerta de entrada, grande y vistosa, se abrió con un crujido estruendoso, se notaba que era bastante pesada. El vestíbulo era enorme y bien decorado, todo de madera, un gran ventanal al final de las escaleras que llevaban al segundo piso, y un candelabro colgaba orgulloso del techo.
-Sígueme, te llevare a tu habitación.
-Pero Glenda, ahora que lo veo, creo que... no podre pagarlo, no traigo mucho dinero con migo y--
-Oh Tom, de eso no te preocupes, la antigua habitación de James está desocupada, y no cobro por ella.
-Glenda yo... no podría. Esa habitación era de tu esposo, yo no puedo--
-Ya, no me hagas rogarte, esa habitación es tuya ahora y punto.
-En serio Glenda, no sé como agradecerte...
-Ya veremos la forma.
-Muchas gracias. -El sonido de una puerta de coche cerrándose llegó desde el patio delantero.
-Ese debe ser mi nieto, aguarda aquí, los presentaré.
-S-sí, claro.
Glenda abrió la puerta de entrada y caminó hacia su nieto, lo tomó del brazo y lo acompaño hasta la puerta. Tom lo primero que vio fue su camisa de AC/DC, luego sus lentes, le pareció familiar.
-Tom, este es mi nieto, Gustav.
-Gustav, mucho gusto- Tom extendió la mano hacia Gustav, quien la apretó sonriente-. Te parecerá raro, pero creo que te he visto en algún otro lugar.
-No me parece raro, casi toda Alemania nos conoce.
-¿Nos?
Del auto estacionado enfrente, salieron dos muchachos más, uno de pelo lacio, largo y otro más. La expresión de la cara de Tom pasó de feliz a confundido, asustado y sobre todo, triste.
-Chicos, el es Tom- Glenda seguía sonriente, dirigiéndose a los dos muchachos que recién habían salido del coche.
-¿T-Tom?
-¿B-Bill?
-¿Se conocen?
-Es- es mi hermano.
Georg y Gustav se miraron confundidos. Una repentina tensión inundó la casa, ni Georg ni Gustav y ni los mismos gemelos sabían que hacer ahora.
-¿Algún problema? -La sonrisa de Glenda se desvaneció.
-N-no. Con permiso. -Tom salió de la casa, se estaba dirigiendo a la salida, cuando sintió un brazo en su espalda. De cierto modo, quería que fuera Bill, deteniéndolo, pero no era así.
-Disculpa, ¿Puedo hablar contigo? -Georg parecía muy serio y algo triste también.
-No creo que sea lo correcto. -Tom hizo ademan de girar para poder irse, pero de nuevo no pudo.
-Es importante.
-Muy bien, dime.
-Mira, mi nombre es Georg, soy amigo de Bill. Hoy en la mañana hable con él, le pregunte qué pasaba, y me conto todo. -Las mejillas de Tom enrojecieron, aclaró su garganta.
-¿Q-que te dijo?
-Tú sabes lo que me dijo, pero lo que importa es que le pregunte si quería volver a verte, y él me dijo que, me dijo que sí.
Tom no dijo nada, estaba ya muy avergonzado de que alguien más supera lo que hizo anoche.
-Veras, el me dijo que desde que te vio, sintió algo, y que le gustaría poder seguir viéndote, para reiterar su sentimientos.
-Sea lo que sea que el sienta, está mal. No sé si estés enterado, pero somos hermanos, y todo lo que pasó está mal y el que él quiera revivirlo es aun pero.
Los dos se quedaron en silencio, mientras que Georg buscaba las palabras correctas para persuadir a Tom de que se quedara.
-Alguna vez alguien me dijo que encontrar a tu alma gemela es difícil, pero que algunos tienen la suerte de tener a su alma gemela desde que nacen, como es su caso. ¿Si lo entiendes? El destino quiere que tú y él estén juntos.
-Eso no podrá ser.
Tom pudo liberarse de la mano de Georg y siguió caminando.
-No sabes lo mucho que le duele a Bill verte partir, está destrozado.
Por un momento, Tom se detuvo, si voltear a ver a Georg y, aun sin verlo, le contesto.
-Yo también quiero volver a estar con él, pero simplemente no puede ser así.
Tom por fin se fue, dejando atrás a Georg confundido, enojado. Caminó, unas cuantas cuadras, hasta que llegó a la conclusión de que no tenía a donde ir. Una lágrima rebelde quería salir, derramarse y ser libre, pero Tom no la dejaría. Su mayor deseo ahora era volver a la pensión, pero sabía que estaba mal. Siguió caminando, hasta que, de nuevo, un brazo lo detuvo, pero esta vez, no era Georg.