—Largo –dijo Georg apenas se recobró de lo que sus ojos captaban—. ¡Largo, Tom! –Repitió extendiendo un dedo a la puerta y Tom soltó a Gustav con un nudo en la garganta no muy seguro de si estaba bien hacerlo. Poniéndose de pie con dificultad, esquivó a Georg al salir, casi trotando al hacer su camino escaleras a bajo.
En el pequeño baño, Gustav sintió un dolor de estómago fuerte. Uno de nervios que reconocía de aquellas primeras veces que tocaban en algún lugar amplio y que sentía como prueba de que todo iba bien. Ahora sólo experimentaba la sensación de que iba mal.
—No es lo que parece –murmuró sin intenciones de levantarse.
—Lo sé. –Georg se arrodilló frente a Gustav y tras dudar un poco, lo abrazó—. Lo sé, perdona. Sabes que no soy celoso, pero… No sé, Gus, simplemente no sé.
—Yo tampoco –pronunció el rubio con la terrible convicción de que ese Gustav que se dejaba abrazar en patetismo no era él. Quien lo rodeaba en brazos tampoco era Georg y sólo hasta entonces lo notaba. No era propio de él presentarse como víctima de sus circunstancias y tenía que cambiarlo por el bien de su cordura—. Quiero ir a la cama.
Georg ya no dijo nada. Ignoró el persistente aroma a vómito y le dio tiempo a Gustav de lavarse los dientes y refrescarse el rostro con una poca de agua fresca antes de que juntos se deslizaran en la tibia suavidad de las sábanas.
Tendidos de lado a lado, permanecieron abrazados por un corto espacio de tiempo antes de que el bajista cayera dormido en un inquietante sueño a juzgar por la contracción de sus cejas en el centro de la frente. Gustav, que lo contemplaba a la escasa luz de algún farol que iluminaba la calle, besó su ceño repetidas veces hasta hacerlo desaparecer.
Horas después, recostado sobre su espalda y aferrando la mano de Georg como le era posible hacerlo sin despertarlo aullando de dolor, llegó a la conclusión de que si seguía corriendo a sus problemas y creyendo que dándoles la espalda los solucionaba, no iba a remediar nada. Prometiéndose que no dejaría pasar un día más, se abrazó a Georg con infantil deseo. Lo necesitaba cerca como nunca antes…
A la mañana siguiente, la banda entera se llevó la sorpresa de la temporada al descubrir que Jost había decidido tomar al pie de la letra las recomendaciones del doctor con respecto a dejar a Gustav descansar un par de días. De buena noticia para todos porque eran los primeros diez días en lo que iba del año que se podrían dedicar a descansar, comer y dormir.
—Creo que ese ataque cardiaco le hizo apreciar la vida –dijo Bill a través de la boca llena. Tragando cereal de malvaviscos en cantidades ingentes, leía la caja de cartón tratando de descubrir las siete diferencias entre dos imágenes. De paso, respingaba al respecto alegando que si para él eran difíciles de hallar, los pobres niños de ocho años menos lo iban a poder hacer. Ignoró de paso el comentario sarcástico que su gemelo soltó con la boca repleta de tostadas con mantequilla.
—David dijo que era gastritis, no ataque cardiaco. O lo que sea mientras podamos de verdad descansar estos diez días –respondió Georg al entrar a la cocina y estirarse aún en pijama.
—Seh. Planeo un maratón de películas de terror, una bolsa enorme de patatas fritas y una coca-cola de tres litros –aseguró Tom. Dispuesto a cumplir con su plan de vacaciones, apenas terminó con su magro desayuno, salió de la cocina directo a su habitación para comenzar el día tal como lo planeaba.
Era lunes, lo que indicaba que hasta el siguiente miércoles tendrían que regresar al mundo real. En lo que los días transcurrían, su plan inmediato era evadirse de la realidad viendo Saw desde el I al IV y luego tomar una larga y reconfortante siesta. Convencido de que nada en el mundo podría superar aquello, se sorprendió hasta el extremo de la escala de lo posible cuando apenas veinte minutos de empezada la primera película, alguien tocó a su puerta.
Por descarte, no era Bill. …ste entraba sin permiso a la hora que se le venía en gana. Tampoco Georg, que pese a haberse disculpado apenas verse en la mañana, solía comportarse tímido luego de una trifulca. Aquello dejaba a Gustav. Gustav que abría la puerta y tras meterse en la habitación, la cerraba con pasador.
—¿Gus? –Atento al clic que la perilla hacía, Tom olvidó la papa frita con salsa que colgaba de sus dedos y prestó atención a la cara de mortificación que el baterista ponía—. ¿Pasa algo? –Preguntó al incorporarse de golpe. El rubio se veía pálido, el labio inferior le temblaba y parecía al borde del desmayo.
Saltando de su asiento, Tom tomó a Gustav del brazo y lo guió al borde inferior de la cama donde lo sentó como si fuera una muñeca de trapo.
—Tengo que pedirte algo –susurró Gustav—. Algo que por nada del mundo le puedes decir a Georg. Ni a Bill –agregó al ver que el mayor de los gemelos parecía dispuesto a abrir la boca—. Si el resultado es... Oh Dios –se cubrió el rostro con ambas manos apoyando los codos en las rodillas. Tomó un par de respiros antes de continuar—. Si no es nada, quiero que te calles la boca para siempre. Hablo en serio, Tom. Te estoy confiando mi vida y la puedes echar a perder si dices algo. Te voy a cortar las bolas si llegas a bromear con esto; haré que te las tragues.
Desde su sitio, Tom aguantó la respiración hasta darse cuenta de que Gustav lo tomaba de la mano hasta casi hacerle daño pero sin el ‘casi’ incluido. Lo miraba con miedo, casi asustado de cuáles eran sus palabras finales. Gustav, que nunca se mostraba débil, lucía dispuesto a rogar por una respuesta afirmativa a su petición.
—¿De qué hablas? –Articuló con voz rasposa. Se arrodilló frente al baterista y lo instó a seguir dándole toda su atención.
—Creo que estoy embarazado…
—Una vez más, ¿Esto es una broma? Porque si lo es… –Tom desvió los ojos de la calle que cruzaban para enfocarlos en Gustav que se encogía cada vez más en el asiento de su auto—, no me resulta para nada graciosa.
—Tom, vas a tener que creerme de momento –replicó Gustav ya hastiado de oír la misma cantaleta desde que salieron de casa.
Casi de noche, ambos iban a solas por las calles de la ciudad en búsqueda de un consultorio. Uno de ginecología y obstetricia. Uno en el que habían apartado una cita para una hora en la que las consultas no se daban a menos de que fuera una emergencia y se contara con el dinero necesario. Al menos más de tres cifras.
Con 1000€ en el bolsillo trasero derecho, Gustav esperaba que aquello bastara de momento. Lo que más le importaba era salir de dudas; después, dependiendo del resultado, compraría el silencio o un asesino a sueldo; todo dependería del final y la buena voluntad que tuviera la doctora de ser sobornada.
—Creo que es ahí –señaló Gustav con un dedo ante el discreto letrero que anunciaba el consultorio de la Dra. Sandra Dörfler. Coincidiendo la dirección de la hoja del directorio telefónico con la del muro, Tom se estacionó justo enfrente.
—Llegamos –anunció más por decir algo que rompiera el tenso silencio que por señalarlo—. Creo que debemos bajar. Estamos cinco minutos tarde.
—Te espero en el auto –barbotó Gustav al aferrarse al asiento y fijar la vista al frente.
—No es a mí a quien esperan. –Tom se inclinó sobre Gustav para desabrocharle el cinturón de seguridad y ayudarlo en lo posible con el terror que era obvio, lo tenía al borde de una embolia—. Vamos, esto no es algo que pueda esperar.
—Bromeaba, bromeaba, lo juro –chilló Gustav con la boca contraída—. Vámonos, por favor vámonos. No me importa si me estoy muriendo, sólo no quiero estar aquí.
Tom se contuvo de suspirar. Por mucho que la historia de ‘estoy embarazado’ le había parecido de lo más imposible, conforme Gustav se había explicado todo cobraba sentido. No muy convencido, había concertado la cita usando nombres falsos; también se habían escabullido ya tarde por la puerta trasera de Georg y de Bill. Estando ya frente al edificio, no pensaba dar marcha atrás.
Rodeando el vehículo, abrió la puerta del copiloto para tirar del petrificado baterista y casi arrastrarlo en estado catatónico hasta la entrada con todas sus fuerzas.
Una vez dentro del recibidor, se encontraron con luces apagadas y una quietud que recordaba los escenarios macabros de hospital de película de terror. Haber visto Saw temprano en la tarde no contribuía a mejorar el panorama en lo mínimo.
—¡Hola! –Tanteó Tom al aire sin soltar la mano de Gustav que temblaba como una hoja—. ¿Hay alguien aquí? –Preguntó en espera de una respuesta. Casi al instante, una cabeza de revuelto cabello castaño que nada tenía que envidiar al look de Bill, se asomó desde detrás de una puerta.
—¿Señor y Señora… —La chica pareció consultar un formulario— Hoffmann? –Los evaluó antes de soltar una risita—. Por supuesto que no. ¿En qué puedo ayudarles? La clínica ya ha cerrado. Si desean una cita pueden venir en horarios de oficina.
Saliendo al pasillo, su figura se dibujó por las sombras del despacho en el que estaba. Consciente de que el sitio estaba a oscuras, la mujer caminó un par de metros hasta el interruptor de la luz, el cual encendió antes de seguir avanzando. No se detuvo hasta encontrarse frente a frente con Tom y Gustav que se sintieron intimidados por una mujer que apenas llegaba al metro y sesenta centímetros.
—Buenas noches, soy la Doctora Sandra Dörfler –señaló el gafete de identificación que colgaba de una de las esquinas del cuello de su bata—, especialista en ginecología y obstetricia de esta clínica.
—Verá… —Comenzó Tom, no muy seguro de cómo proceder. A la luz de las bombillas, los ojos verdes de gato de la doctora lo subyugaban. Carraspeó para comenzar de nuevo—. Fuimos nosotros quienes hicimos una cita para esta hora. –Ignoró la nueva revisión que la mujer hizo a la lista de pacientes—. Sucede que nosotros somos los Hoffmann –balbuceó incómodo.
—¿Es una especie de broma? –La doctora arqueó una ceja ante lo que oía—. Esto es una clínica para la mujer. Presumo además que ninguno de los dos lo es.
Sin verlo, Tom apreció que Gustav daba un paso hacia atrás. La presencia de la mujer lo aplastaba y Tom no era quién para juzgarlo en vista de que se sentía inclinado en dirección opuesta por el peso de sus ojos verdes. Iba a requerir valor sincerarse con ella.
—¿Podríamos hablar en un lugar más privado? –Pidió Tom tratando de no dejarse amedrentar—. Es un asunto serio.
—¿De verdad? –La mujer se mostró escéptica un par de segundos antes de guiarlos a la oficina de donde había salido en un principio. Apenas entraron los tres, la puerta se cerró—. ¿Y bien? –Cuestionó ella al sentarse en el borde de su escritorio con los brazos cruzados.
Tom se rascó el cuello en un ademán suyo que reconocía como la cumbre del nerviosismo. Empezar por el verdadero inicio no era lo suyo; Tom solía contar historias tomando trozos al azar y tratar de hacerse entender. En lugar de complicarse por una situación que no le pertenecía, hizo lo evidente.
—…l –tomó a Gustav del brazo hasta ponerlo enfrente de la doctora –está embarazado.
—Wow –murmuró la mujer—. Pensé por un momento que esto era serio.
—¡Oiga…! –Comenzó Tom antes de verse interrumpido.
—Apreciaría mucho si se retiran, caballeros. –La doctora se puso de pie caminando rumbo a la puerta—. No les voy a cobrar el importe por la cita que han reservado pero quiero verlos fuera del edificio o me veré obligada a llamar a seguridad.
—¡Hablo en serio! –Se acaloró el mayor de los gemelos al ver que la mujer hablaba en serio. En dos zancadas, cubrió la mano de ella con la suya sobre el pomo de la puerta—. Tiene que creerme, suena increíble pero… —Suspiró—. ¿Sabe qué? Ni yo lo creo, pero igual estoy aquí. Quiero que lo revise y usted tiene qué hacerlo. Es su trabajo.
—Soy ginecóloga y obstetra. Trabajo con vaginas y ovarios, algo con lo que evidentemente tu amigo no cuenta. Tengo que pedirle de nuevo que se vayan.
Tom estuvo contemplando la opción de ahorcar a la mujer hasta hacerla entrar en razón. Gustav estaba embarazado, ¿Qué tan difícil era de creer? Razonó un segundo… Ok, mucho. Demasiado era la palabra que buscaba. En vista de que las razones científicas estaban en su contra, optó por las monetarias. Sacando el fajo de billetes de la bolsa de Gustav, los dejó caer en un sonoro ‘plof’ justo encima del escritorio.
—Quiero que lo examine –exigió con voz baja.
La mujer rodó los ojos. —¿Te das cuenta de la pérdida de dinero y tiempo que estás haciendo?
—Eso lo decidiremos al final. –Se giró para ver a Gustav quien había permanecido quieto y silencioso todo el tiempo. Su acostumbrado yo, pero Tom no lo quería así—. ¿Estás listo? –El rubio asintió.
—Tomen asiento, por favor –indicó la mujer al sentarse ella misma en la silla detrás del escritorio y sacar de un montón de papeles una tablilla con un formulario impreso encima—. Oh, esto va a ser tan divertido... –Murmuró con amargura al leer la primera pregunta—. ¿Cuenta con seguro de gastos médicos?
—Pagaremos todo en efectivo –dijo Tom el indicar el fajo de billetes aún desperdigado que descansaba insolente sobre la mesa.
—Considerando que esté embarazado, eso no bastará… –ironizó la mujer. Tom se contuvo de soltar algún comentario mordaz—. ¿Nombre y edad?
Por primera vez desde haberse bajado del auto, Gustav comenzó a hablar para dar sus datos.
La sesión continuó por veinte minutos mientras el cuestionario avanzaba hoja tras hoja a una lentitud pasmosa que tuvo a Tom contemplando la mugre de debajo de sus uñas en lo que transcurría. Las respuestas eran igual, nada nuevo.
Sólo hasta que el examen físico dio comienzo, Tom y Gustav entendieron que aquello iba en serio. Tras descalzarse, el baterista se encontró siendo medido y pesado. Luego le fue dada una bata de hospital con indicaciones de pasar a la siguiente habitación y cambiarse. La doctora los miró esperando verlos correr por la puerta pero tras un apretón en el hombro que pretendía infundir ánimos, Gustav se decidió.
Diez minutos después, de pie sobre el suelo helado, Gustav se cruzaba de brazos con mala cara. Su ropa yacía aún tibia sobre una silla y por el gesto que el rubio tenía, era evidente que deseaba volvérsela a poner. La bata del hospital, de un espantoso color azul cielo, le quedaba apenas por encima de las rodillas y la piel expuesta se le erizaba a la menor provocación de aire helado. Temblando ante la poca protección que sentía ante la escasez de tela, ambos adolescentes brincaron en su sitio cuando la doctora entró a la habitación empujando un carrito con lo que parecía un ultrasonido.
—¿Listo? –Al no obtener respuesta, la doctora indicó la mesa partera—. Recuéstate.
Gustav pareció al borde del colapso apenas recibir las instrucciones. Tom, atento a su incomodidad, lo tomó de la mano para ayudarlo a recostarse sobre la fría superficie.
—¿El padre? –Preguntó la doctora viendo la escena de reojo mientras conectaba al tomacorriente el aparato—. Incluso para una comedia, resulta muy enternecedor.
—Un amigo –aclaró Tom, no muy seguro de si se sentía ofendido por la confusión—. Yo sólo vengo a dar apoyo moral.
—Claro –se burló con acidez la doctora—. Si el padre no quiere al bebé entonces vendrán juntos por un aborto.
Tom pareció dispuesto a abrir la boca para replicar con la peor grosería de su repertorio, pero Gustav le aferró del brazo y se contuvo.
—No es que no considere esto divertido, pero no tengo tiempo qué perder. Sacaremos un poco de sangre y realizaremos una ecografía sobre la zona del vientre. Una vez ambos resultados den negativo, podremos olvidar toda esta tontería.
Gustav asintió. Tom se limitó a sentarse en un pequeño banco enseguida de la cama, mientras observaba con morbosa fascinación el proceso que seguía la jeringa a través de la piel de su amigo y la sangre que extraían de ahí. Tras llenar tres tubos de ensayo, el proceso terminó con Gustav doblando su brazo con una bolita de algodón empapada de alcohol que sujetó en su sitio.
—Voy a llevar esto al laboratorio y después continuaremos con la ecografía. –Los dos asintieron y la mujer salió de la habitación.
—¿Te duele? –Tom señaló el brazo de Gustav y el rubio denegó.
—Dolió más cuando me hice los tatuajes. –Bajó el brazo y tras ver que ya no brotaba ni una gota de sangre, desechó el algodón en una papelera—. Estoy nervioso.
—Igual yo y… —Tom sintió los oídos zumbar ante lo que iba a decir— y ni siquiera estoy cien por ciento seguro de que en verdad estés embarazado. De ser una broma, te juro que la has hecho en grande.
En lugar de replicar por la veracidad de aquel asunto, Gustav se encogió de hombros. —¿Y si la doctora regresa y dice que estoy embarazado? –Tom se quedó pasmado con la boca temblando—. ¿Si además me hace la ecografía esa y resulta que tengo algo dentro? Algo que se mueve. Un bebé… —La voz se le quebró—. No bromeo, Tom, por eso estoy muerto de miedo.
—Y con el trasero al aire –oyeron decir a la doctora apenas entró a la habitación; Gustav se recompuso la bata para ya no enseñar más su poca dignidad restante—. Excelente drama para alguna telenovela sudamericana, pero necesitamos terminar esto ya. Quiero regresar a mi casa a cenar con mi hija, si no les importa. Levántate la bata.
Tratando de no dejarse dominar por la congoja y por lo frío del tono con el que era tratado, Gustav obedeció instrucciones usando manos para alzarse la bata hasta el pecho y agradeciendo mentalmente el no haber descartado los bóxers mientras se desnudaba. No era precisamente alguien tímido, pero los ojos de gato de la doctora lo hacían sentir más que inseguro.
—Vas a sentir un poco helado esto –murmuró la mujer al tomar una de las extensiones del aparato y untarlo con alguna especie de gel—. Necesito que permanezcas quieto.
—Tom… —El mayor de los gemelos entendió el llamado al acercarse más a Gustav y abrazarlo en lo posible sin que su espalda dejara de estar apoyada contra la dura superficie de la mesa en la que descansaba. Con su rostro hundido en el cuello y respirando agitado, Tom apreció la sincronía perfecta entre el chillido que Gustav soltó cuando la pieza plástica tocó su bajo vientre. Luego un poco de humedad encima de su camiseta y supo que Gustav estaba llorando.
—Lo está lastimando –gruñó al ver que su amigo temblaba como loco entre sus brazos—. ¡Deténgase, le duele, carajo! Gus… Calma.
—No le duele –rodó los ojos la mujer al trabajar sobre la zona izquierda del vientre del rubio—. No lo estoy acuchillando, apenas si presiono la piel.
—Pero él está… —Arremetió de nuevo Tom.
—Estoy bien –susurró Gustav con voz pequeña—. ¿No es ese tu teléfono?
Tom se apartó un poco para escuchar algo más que la respiración agitada del baterista. Cierto, sonaba su teléfono. Por el tono pop que levantó las cejas desaprobatorias de la doctora, no era nadie más que Bill.
—¿Hmmm?—Contestó no muy seguro de si lo que se le venía encima era una retahíla de insultos, gritos o palabras dulces. Con Bill era imposible predecir cualquier reacción venidera.
—Te mato –escuchó al otro lado de la línea—. Te juro que te mato, Tom Kaulitz, apenas regreses. –Lo dijo tan alto que los presentes en la habitación escucharon la amenaza de muerte. Gustav usó eso como distracción y la doctora esbozó la primera sonrisa de la tarde.
—¿De qué hablas? –Tom hizo una mueca—. No me amenaces con ese tono.
—¿Quieres mi tono de amante celosa entonces? Cuando regreses a la casa te voy a colgar de… —Lo siguiente no fue algo digno de ser recordado, pero la doctora soltó una carcajada seguida de una grosería a la par de la de Bill.
—No lo puedo creer… —Murmuró la mujer y Tom, siguiendo su tono de voz con atención, se topó con el monitor del ecógrafo que mostraba una diminuta masa grisácea que no le decía nada pero que tuvo a la doctora paralizada con la mano sobre la boca—. Es increíble…
—¿Qué es increíble? –Preguntó Tom.
—Yo no dije nada increíble –gruñó Bill al otro lado de la línea, ajeno de lo que acontecía en aquella sala de ginecología—. ¿Tom? ¡Tom! ¡Contesta, idiota!
—¿Dónde está Georg? –Preguntó ignorando el revuelo que se había producido en la habitación. Bill pareció creer que se había vuelto loco pues vaciló al hablar—. ¿Bill, sigues ahí?
—Sí. ¿Para qué quieres a Georg? ¿Gustav está contigo? Creímos que estaba arriba durmiendo.
—Uhm, quizá… —Tom casi se dio en la frente al recordar que supuestamente nadie debía saber que estaban fuera de la casa. Menos cuando ya era tarde—. Es largo de explicar –murmuró a modo de disculpa. Se giró de la escena que transcurría de frente pues se distraía viendo como la doctora tomaba imágenes más y más claras de lo que Gustav alojaba en el vientre. Un alíen. Tom lo juraba por la forma de renacuajo que apenas era distinguible en aquel mar de sombras.
—Supongo que lo es. Entro a tu habitación donde se supone que estás tomando una siesta. Te abrazo y resultas ser la muñeca inflable que compramos de broma hace años –gruñó Bill—. ¿Qué diablos te pasa? Pudiste haberme dicho que ibas a salir –ante eso sonó herido, Tom no dejó de apreciarlo—. Y para colmo te vas con Gustav. Yo me encargaré que Georg se entere y te mate…
—Tom, Tom… —Gustav le tironeaba de la manga—. Me van a revisar… —Le imploró con los ojos que colgara; el mayor de los gemelos sabía muy bien la implicación de esa ‘revisión’. El mismo baterista se lo había dicho horas antes.
—Tengo que colgar –dijo a Bill al teléfono, quien seguía jurando amenazas.
—¡No te atrevas a colgar!
—Lo siento, Bill. Llegaremos más tarde. Cúbreme con Georg. –Escuchó una palabrota—. Adiós.
—Cuando llegues te voy a… —Beep. Beep. Beep. Tom suspiró tratando de quitarse de encima la sensación de que la guadaña de la muerte le rozaba el cuello. Llegando a casa lo experimentaría, pero mientras tomaba la mano de Gustav tras despojarse de su ropa interior y levantaba las piernas sobre unas estructuras que prefería no conocer de nombre, dudaba poder sentirse peor de lo que ya estaba.
Cuando la doctora al fin se colocó los guantes de látex y miró por debajo de la modesta sábana que cubría a Gustav, Tom supo que era verdad. No necesito la confirmación de los labios tensos de la mujer que, incluso en su terquedad, decidió que lo mejor era esperar los resultados del laboratorio.
Gustav estaba embarazado.
—¿Dices que el primero? –Cuestiona Bushido con voz ronca. Una tarde de juego previo lo tiene así: quiere estar dentro de Gustav ya.
—El primero –murmura Gustav en respuesta. Sus muslos quieren cerrarse involuntariamente pero dos pares de manos sujetas a sus rodillas lo impiden—. Bu, me da vergüenza. No mires tan de cerca.
—Vergüenza es nunca antes haberlo hecho así. –El hombre mayor se inclina por un beso y Gustav responde con el corazón latiendo fuerte—. Pienso que es sexy…
Una hora después, superado el dolor de la primera vez, al menos ese tipo de primera vez, Gustav se lamenta un poco de lo que ha hecho. Y además sin condón. No teme alguna enfermedad. …l es fiel y pese a todo pronóstico, Bushido lo es por igual. Lo que lo tiene inquieto con los ojos abiertos de par en par en la oscura habitación es aquel viejo temor que su madre le inculcó cuando era el niño de sus ojos, o más bien la niña de sus ojos…
—¿Crees que tarde mucho? –Bostezó Gustav. Tom, que yacía tendido a su lado sobre la rígida mesa metálica, apretó su mano como toda respuesta. Honestamente, ¿Quién sabía? Ya tenían ahí un par de horas; unas pocas más no parecían ya tantas. A trompicones, la doctora había salido de la sala médica largo rato antes y seguía sin regresar; ya no la esperaban con tantas ansías.
—Creo que ahora sí nos ha creído.
—¿’Nos’? –Gustav se removió en su sitio—. No tengo ni la menor idea que lo voy a decir a mis padres. –Suspiró—. Si es que les voy a decir.
—Mejor piensa lo que le vas a decir a Georg –se rió Tom—. Casi puedo apostar a que le van a salir un par de canas en su precioso cabello.
—Con respecto a eso… —El rubio se mordió el labio no muy seguro de cómo decirle a Tom la verdad respecto a la paternidad del bebé.
—¿Ya piensas en nombres? –Tom se retorció un par de rastas entre los dedos—. Si es niño no se me ocurre ninguno, pero los nombres de niña son fáciles: Tiffany, Giselle, Heidi, Chloe, Diane, Candy… —Gustav lo interrumpió con un golpe duro justo sobre la mollera; incluso a través de la gorra y las bandanas que usaba, Tom lo sintió. Su chillido lo testificó—. ¿Y esa violencia por qué? Si no te gusta ninguno puedo pensar en más.
—¡No quiero que tenga nombre de groupie! –Replicó acalorado el baterista—. Además…
Bajó la vista y Tom, aunque no lo veía de frente, supo lo que se venía encima. –No lo digas –suplicó—, aún es pronto para decidir eso.
—No he dicho que lo voy a hacer… —Intentó justificarse.
—Pero lo estás pensando, Gus. –Tom exhaló aire con pesadez—. Sé que no me incumbe y todo, pero no me parece correcto, incluso aunque las circunstancias no son... De lo más normales.
—Pues no, no te incumbe –replicó el baterista experimentando una corriente helada que manaba desde dentro. El vello de su cuerpo se erizó—. De dejar premiada a una groupie, casi puedo jurar que dirías que sí a la opción de un aborto.
—Puede ser –asintió Tom—, pero puede que no. Además –no se rindió—, Geraldine suena bien.
—¿Abortarías a mi hijo? –Bushido se muestra curioso por la respuesta. Detiene el proceso de colocarse los calcetines para no perder palabra de lo que Gustav, acostado desnudo y sobre el vientre en la cama, tiene qué decir.
—No puedo tener hijos –es toda su respuesta—, ya te lo he dicho antes. No importa cuánto lo intentes porque sigo siendo varón.
La risa del hombre mayor se extiende por toda la habitación. Desde su sitio, agradeciendo el poderse quedar el resto de la noche en el hotel, Gustav hunde la cabeza en la almohada deseando que el colchón se lo trague ante la humillación que experimenta.
—Tienes toda esa mierda dentro, se supone que funciona. Mi madre me tuvo con eso. “Una vagina es todo lo que se necesita”, solía decir –responde el hombre mayor con naturalidad—. Responde, ¿Abortarías a mi hijo?
—Sí –gruñe Gustav más con hastío que con verdadera consciencia de sus palabras. No le importa. A fin de cuentas, embarazarse no es una opción con la que él cuente pese a contar con el equipo completo para ello—, no lo pensaría dos veces.
—Niño frío –desdeña Bushido el arrodillarse a un lado de donde Gustav descansa. Besa sus labios con tanto cuidado, tanto amor, que el rubio olvida que están peleando—. Nunca podrías.
Sin réplicas, sale de la habitación. …l no dice nada y Gustav no vuelve a hablar.
Sobre la mesa de noche descansa su teléfono móvil con quince llamadas sin responder, todas de Georg. Olvida de abortos, de primeras veces y de Bushido sufriendo de problemas reales.
Gustav volvió a la realidad sintiendo que un tren le había pasado por encima. Tom lo sacudió un poco más y el rubio entendió que debía haber caído dormido en algún punto de la larga espera. Un enorme reloj de manecillas que colgaba del muro, marcó las dos de la mañana.
—Oh mierda— maldijo al incorporarse.
—Sí, oh mierda. Bill ha llamado ya tres veces y Georg… —Tom hizo una mueca que expresaba mucho lo que pensaba con respecto a que el bajista supiera que estaban desaparecidos—. Imagina el resto. Tienes que vestirte, ya casi nos vamos –dijo al final dándole la ropa a Gustav.
—Vaya drama –murmuró la doctora. Gustav casi dio un brinco desde su sitio—. Sonará raro que lo pregunte hasta ahora, ¿Pero ustedes son…?
—Sí, sí, los de la famosa e internacional banda de Tokio Hotel. ¿Dónde quiere que le firme? –Tom ya se rebuscaba en los bolsillos tratando de encontrar un marcador cuando la mujer soltó una carcajada—. ¿Qué le resulta tan gracioso?
—Yo iba a decir ‘los más grandes idiotas del mundo’ pero supongo que sus caras no me parecían conocidas sólo por azar del destino. Como sea, mi sobrina los adora, pero yo no pienso llevarle autógrafos.
—Mire –Tom se talló las sienes con cansancio. La mujer le ponía los nervios de punta y para colmo parecía disfrutarlo, mejor aclarar puntos y límites antes de que le entraran unas irreprimibles ganas de ahorcarla—, no tiene que ser grosera. Vinimos aquí por asunto de un embarazo y hemos pagado por más que buena atención y disponibilidad. No le pido que nos masajée los pies o que nos sirva margaritas con una sombrillita, mucho menos que nos lama el trasero con lambisconería, pero un poco de buena voluntad ahora que usted sabe lo mismo que nosotros respecto a la nueva vida que crece en el interior de mi amigo, sería lo mínimo posible. ¿Entiende?
—Tom… —Advirtió Gustav mientras se pasaba la camiseta por encima de la cabeza.
—No, nada de Tom. –Se cruzó de brazos y por primera vez su altura hizo mella en la pequeña mujer—. Yo estoy asustado, muerto de miedo si me permite ser honesto. No quiero imaginar que es un bebé en la vida de alguien que apenas tiene veinte años y que tiene un corazón enorme para darle todo lo posible a una criatura que aún no nace. Si yo siento que se me cae el mundo a trozos no quiero imaginar cómo estará él, así que haga el favor de quitar esa arrogancia que tiene y cambiarla por otra cosa.
La doctora abrió la boca para decir algo pero se quedó como un pez dentro de su pecera pues ningún sonido salió de ella.
—Es hombre, imagine cuán aterrorizado debe de estar. Estas cosas no deberían pasarle –escupió Tom antes de frotarse el puente de la nariz con cansancio.
—Lo siento –dijo ella al fin.
—Mejor así. Disculpa aceptada.
—Disculpen los dos… —Aún sentado pero ya completamente vestido, Gustav aparentaba menos edad de la que tenía. Indefenso, no sabía ni por dónde empezar—. ¿De cuántos meses estoy?
—Algo como dos y medio; he calculado un aproximado de diez semanas de embarazo; incluso podrían ser once.
—Imposible –refutó Tom—. Las cuentas tienen que estar mal porque en aquel entonces Gustav no estaba todavía con… ¡Auch! –Recibió una patada justo en la espinilla—. Gus, las semanas están mal, Jesús, no me golpées.
—No están mal –siseó Gustav con las orejas ardiendo de la vergüenza que experimentaba. No quería discutir con Tom enfrente de la doctora acerca de su vida sexual con más de una pareja.
—Podría haber un error –se disculpó la mujer con actitud contrita al revisar sobre el formulario—. Suele suceder cuando la chica tiene un ciclo menstrual irregular. Tomar fechas a partir del desarrollo del feto puede ser un poco complicado en los primeros meses. Más adelante se podrán hacer las correcciones.
—¿Podría ser un error de hasta un mes? –Tom repitió en su terquedad. Contaba con que aquel día que bajó a Gustav del automóvil de Bushido él y Georg hubieran tenido sexo animal, tanto como para preñar a alguien; y claro, que la respuesta de la doctora fuera un rotundo ‘sí’.
—No, el error sería de máximo dos semanas. –Jugueteó con la pluma entre sus manos antes de proseguir—. Señor Schäfer…
—Gustav –dijo el rubio—. El señor Schäfer sigue siendo mi padre.
—Huhm, ok. –La mujer se pasó un mechón de cabello detrás de la oreja con gesto distraído—. ¿Alguna vez ha tenido su periodo?
Tom se medio asfixió tratando de contener la risa y obtuvo una nueva patada por parte de Gustav. Imaginar al rubio sufriendo a causa del periodo, de cólicos menstruales y de SPM era gracioso si se olvidaba el asunto del bebé.
—No. Nunca. Por eso… —La cara se le volvió rojo granate— no pensé que fuera a suceder esto.
—Sí, bueno… —Empezó la mujer antes de que Tom se pusiera de pie y la interrumpiera.
—Perdonen los dos, pero… ¿Qué no se supone que los hermafroditas son estériles? Digo, nunca fui muy bueno en biología o anatomía, pero esto es ridículo.
—Lo son, sí. –Tom la esperó a que prosiguiera—. Tal vez tu amigo no es un hermafrodita bien formado.
—¡Genial! ¿Lo escuchas, Gus? –Tom se giró para encararlo—. Rareza dentro de una rareza; te has sacado el premio gordo de la lotería, amigo.
—Lo que quiero decir… –La doctora carraspeó para tomar la voz—. Lo que quiero decir es que quizá no sea hermafrodita del todo. Si sus ovarios han decidido empezar a funcionar hasta empezada la segunda década de su vida, puede obedecer más a factores hormonales. Además –tomó aliento al decirlo—, la revisión física ha demostrado que cuenta con ambos órganos sexuales funcionando a la perfección lo que sería el primer caso conocido.
—Ah –repitieron a unísono Gustav y Tom, no muy seguros si aquello era algo bueno o no.
—Para estar seguros podríamos tomar muestra del material genético y confirmarlo. Pero la verdad es que podría ser una pérdida de tiempo. El embarazo es una muestra inequívoca de lo que digo. De no ser así, no podría haber ocurrido la fecundación.
—¿Significa que mi amigo es una… —Tom miró a Gustav de reojo, no muy confiado de si su curiosidad y sus palabras lo iban a ofender o lo iban a hacer merecedor de algo más que simples patadas, quizá un puñetazo en plena boca—, ya sabe, una chica?
—Creo que ya deberías saberlo –replicó la mujer con sequedad—. Tú lo has conocido como varón.
—Pero… —Tom se mordisqueó el labio inferior—. No entiendo. …l dice que es homosexual, tiene pareja y… ¿No significaría eso que en realidad es mujer y su gusto por los hombres es, no sé, normal?
—Tom –gruñó Gustav incapaz de sentirse de lado de aquella plática—, soy hombre y homosexual. No chica y heterosexual, ¿Entiendes?
—No. –El mayor de los gemelos se acomodó la gorra en lo que articulaba sus palabras—. Desde que estás embarazado creo que tendrás que ser un poco más claro conmigo porque no entiendo.
—Lo que tu amigo quiere decir es que ha sido criado como varón y aunque se sienta atraído por hombres, no lo convierte en mujer. Hay una diferencia clara entre sexualidad y género. Lo que se es y lo que se tiene entre las piernas –explicó al ver que Tom la miraba con ojos grandes y boca abierta—. No toda persona que se sienta atraída por su mismo sexo desea realizarse el cambio de género.
Un momento… —Tom pareció pensar el respecto un poco—. ¿Tú familia sabe que tú…? ¿Y nunca…? ¡Oh Dios, eso es inhumano!
—Fue mi decisión, Kaulitz. –Gustav suspiró, cansado ya de estar tratando aquel tema que a nadie antes le había dicho. La persona más cercana a ello había sido Bushido y de eso ya no quedaba nada—. Mi hermana decidió que quería ser chica y yo decidí que quería ser niño. Siempre lo supe. Incluso a los cinco años sabía que ese era yo.
—¿Tú hermana también? –La boca de Tom se quedó abierta de la impresión—. Tienes que estar bromeando. Es una jodida broma. He visto a tu hermana en bikini y jamás…
—Ella sí tomó la operación. Ella es chica, yo no.
—¡Pero tienes un bebé dentro!
—¡No me quiero tener que bajar los pantalones para demostrarte que no soy una chica! –Casi gritó Gustav al ponerse de pie—. ¡Haré que te lo tragues junto con tus palabras!
—Bien, basta los dos. –La doctora los fulminó con sus ojos verdes para lograr quietud de nuevo—. El estrés no es nada bueno para el feto así que hagan el favor de mantener su discusión a niveles bajos. Para empezar, voy a recetar vitaminas prenatales y una cita para dentro de una semana. Quizá entonces podremos saber un poco más del tiempo de gestación y…
—Quiero un aborto –musitó Gustav—. Quiero abortar –repitió esta vez un poco más fuerte. Los dos personajes restantes de la habitación se quedaron en absoluto silencio—. No lo puedo tener. No lo quiero.
—Gus… —Tom se acercó hasta poner una mano encima del hombro de su amigo, quien se lo sacudió de encima al comenzar a temblar presa del terror.
—No, lo voy a abortar y Georg jamás se va a enterar de esto. –Su mano atrapó la de Tom como una tenaza y la apretó hasta obtener una mueca de terror por parte de la víctima—. Me lo juraste, Tom, que jamás le ibas a decir nada y quiero que lo cumplas.
Ambos permanecieron quietos un par de segundos antes de que la doctora los interrumpiera.
—Programaremos una cita para el aborto. –Tom se giró para enfrentar, pero ella le cortó—. Es su derecho. Si él así lo desea, tendrás que respetar su decisión.
—¡No puede hablar en serio!
—Hay un periodo de prueba con respecto a tomar un gran paso como éste. Precisamente de una semana. –Hizo un par de anotaciones en la tablilla que sostenía sobre las piernas—. Vendrás en una semana a esta hora y si la decisión es la misma, realizaremos el procedimiento en una hora o menos. No será necesaria la hospitalización y la medicación será leve.
—De acuerdo. –Gustav se puso de pie para tomar la receta médica—. Gracias.
—Le voy a decir a Georg –informó Tom a Gustav apenas se subieron el automóvil—. No puedes tomar estas decisiones tú solo por muy… Bizarro que resulte todo.
—El… —Se contuvo de decir ‘bebé’ al darse cuenta que si se le escapa la palabra le iba a costar un poco más llevar a cabo su decisión—. No es suyo.
—No juegues, por Dios, no juegues. –Golpeó el volante y al instante su teléfono comenzó a sonar—. Maldita sea, contesta. Si es Bill mándalo al cuerno.
—Sí es –murmuró antes de contestar—. Sí, Gustav… No, Tom está conduciendo. Ya vamos de regreso… No, no… Yo se lo pedí, en serio… Dile que ya casi llegamos, no, no me lo pases… Georg… Ya casi… —Se quedó casi un minuto serio—. Ok, hablaremos en la casa. Sí. Adiós.
—Le vas a decir –sentenció al mayor de los gemelos apenas la llamada terminó—. Incluso si no es suyo él tiene derecho a saber. Georg no te va a dejar.
Gustav se volteó a verlo y tras hesitarlo una fracción de segundo, lo abofeteó—. Jamás me digas eso de nuevo. Me tomó años estar con Georg, me tomó todo el esfuerzo y todas mis lágrimas y todo mi sufrimiento estar donde estoy con él. No voy a dejar que nada como ‘eso’ lo arruine. Tú te vas a callar.
—No es justo…
—Me lo juraste. Confié en ti, Tom y te juro que si me fallas se acaba todo. No te volveré a hablar y no esperaré a que el contrato con la banda finalice.
—No me amenaces –dijo Tom al dar un volantazo brusco. Lo suyo eran bravatas, lo sabía; Gustav, por otro lado, siempre hablaba serio. Y lo apreciaba, demonios, aunque pareciera que por el momento ninguno de los dos tenía la coherencia necesaria para tratar un asunto tan delicado como lo era ese embarazo—. No puedes matarlo, Gus. Es tu hijo. Aunque no sea de Georg sí es tuyo.
—Yo no lo quiero. Va a… Va a arruinarlo todo. ¿Te imaginas acaso todo lo que va a cambiar? No sólo Georg. Mi familia, mis amigos, ustedes… Tú ni siquiera me miras igual.
¿Cómo diablos te voy a mirar igual? ¡Estás embarazado! ¿Lo entiendes? ¡Em-ba-ra-za-do! –Golpeó el volante con sus puños e incluso en la vacía calle, el ruido producido por el claxon los hizo recobrar la compostura—. No podemos tener esta plática aquí. Georg nos va a matar.
—Bill me dijo que te recordara que…
—Sí, sí, que llegando a casa me iba a… Lo que sea. Antes tenemos que pasar a la farmacia—. Gustav arqueó una ceja—. Tus vitaminas prenatales. Al menos por una semana. –Ignoró el bufido—. No digas nada.
En el pequeño baño, Gustav sintió un dolor de estómago fuerte. Uno de nervios que reconocía de aquellas primeras veces que tocaban en algún lugar amplio y que sentía como prueba de que todo iba bien. Ahora sólo experimentaba la sensación de que iba mal.
—No es lo que parece –murmuró sin intenciones de levantarse.
—Lo sé. –Georg se arrodilló frente a Gustav y tras dudar un poco, lo abrazó—. Lo sé, perdona. Sabes que no soy celoso, pero… No sé, Gus, simplemente no sé.
—Yo tampoco –pronunció el rubio con la terrible convicción de que ese Gustav que se dejaba abrazar en patetismo no era él. Quien lo rodeaba en brazos tampoco era Georg y sólo hasta entonces lo notaba. No era propio de él presentarse como víctima de sus circunstancias y tenía que cambiarlo por el bien de su cordura—. Quiero ir a la cama.
Georg ya no dijo nada. Ignoró el persistente aroma a vómito y le dio tiempo a Gustav de lavarse los dientes y refrescarse el rostro con una poca de agua fresca antes de que juntos se deslizaran en la tibia suavidad de las sábanas.
Tendidos de lado a lado, permanecieron abrazados por un corto espacio de tiempo antes de que el bajista cayera dormido en un inquietante sueño a juzgar por la contracción de sus cejas en el centro de la frente. Gustav, que lo contemplaba a la escasa luz de algún farol que iluminaba la calle, besó su ceño repetidas veces hasta hacerlo desaparecer.
Horas después, recostado sobre su espalda y aferrando la mano de Georg como le era posible hacerlo sin despertarlo aullando de dolor, llegó a la conclusión de que si seguía corriendo a sus problemas y creyendo que dándoles la espalda los solucionaba, no iba a remediar nada. Prometiéndose que no dejaría pasar un día más, se abrazó a Georg con infantil deseo. Lo necesitaba cerca como nunca antes…
A la mañana siguiente, la banda entera se llevó la sorpresa de la temporada al descubrir que Jost había decidido tomar al pie de la letra las recomendaciones del doctor con respecto a dejar a Gustav descansar un par de días. De buena noticia para todos porque eran los primeros diez días en lo que iba del año que se podrían dedicar a descansar, comer y dormir.
—Creo que ese ataque cardiaco le hizo apreciar la vida –dijo Bill a través de la boca llena. Tragando cereal de malvaviscos en cantidades ingentes, leía la caja de cartón tratando de descubrir las siete diferencias entre dos imágenes. De paso, respingaba al respecto alegando que si para él eran difíciles de hallar, los pobres niños de ocho años menos lo iban a poder hacer. Ignoró de paso el comentario sarcástico que su gemelo soltó con la boca repleta de tostadas con mantequilla.
—David dijo que era gastritis, no ataque cardiaco. O lo que sea mientras podamos de verdad descansar estos diez días –respondió Georg al entrar a la cocina y estirarse aún en pijama.
—Seh. Planeo un maratón de películas de terror, una bolsa enorme de patatas fritas y una coca-cola de tres litros –aseguró Tom. Dispuesto a cumplir con su plan de vacaciones, apenas terminó con su magro desayuno, salió de la cocina directo a su habitación para comenzar el día tal como lo planeaba.
Era lunes, lo que indicaba que hasta el siguiente miércoles tendrían que regresar al mundo real. En lo que los días transcurrían, su plan inmediato era evadirse de la realidad viendo Saw desde el I al IV y luego tomar una larga y reconfortante siesta. Convencido de que nada en el mundo podría superar aquello, se sorprendió hasta el extremo de la escala de lo posible cuando apenas veinte minutos de empezada la primera película, alguien tocó a su puerta.
Por descarte, no era Bill. …ste entraba sin permiso a la hora que se le venía en gana. Tampoco Georg, que pese a haberse disculpado apenas verse en la mañana, solía comportarse tímido luego de una trifulca. Aquello dejaba a Gustav. Gustav que abría la puerta y tras meterse en la habitación, la cerraba con pasador.
—¿Gus? –Atento al clic que la perilla hacía, Tom olvidó la papa frita con salsa que colgaba de sus dedos y prestó atención a la cara de mortificación que el baterista ponía—. ¿Pasa algo? –Preguntó al incorporarse de golpe. El rubio se veía pálido, el labio inferior le temblaba y parecía al borde del desmayo.
Saltando de su asiento, Tom tomó a Gustav del brazo y lo guió al borde inferior de la cama donde lo sentó como si fuera una muñeca de trapo.
—Tengo que pedirte algo –susurró Gustav—. Algo que por nada del mundo le puedes decir a Georg. Ni a Bill –agregó al ver que el mayor de los gemelos parecía dispuesto a abrir la boca—. Si el resultado es... Oh Dios –se cubrió el rostro con ambas manos apoyando los codos en las rodillas. Tomó un par de respiros antes de continuar—. Si no es nada, quiero que te calles la boca para siempre. Hablo en serio, Tom. Te estoy confiando mi vida y la puedes echar a perder si dices algo. Te voy a cortar las bolas si llegas a bromear con esto; haré que te las tragues.
Desde su sitio, Tom aguantó la respiración hasta darse cuenta de que Gustav lo tomaba de la mano hasta casi hacerle daño pero sin el ‘casi’ incluido. Lo miraba con miedo, casi asustado de cuáles eran sus palabras finales. Gustav, que nunca se mostraba débil, lucía dispuesto a rogar por una respuesta afirmativa a su petición.
—¿De qué hablas? –Articuló con voz rasposa. Se arrodilló frente al baterista y lo instó a seguir dándole toda su atención.
—Creo que estoy embarazado…
—Una vez más, ¿Esto es una broma? Porque si lo es… –Tom desvió los ojos de la calle que cruzaban para enfocarlos en Gustav que se encogía cada vez más en el asiento de su auto—, no me resulta para nada graciosa.
—Tom, vas a tener que creerme de momento –replicó Gustav ya hastiado de oír la misma cantaleta desde que salieron de casa.
Casi de noche, ambos iban a solas por las calles de la ciudad en búsqueda de un consultorio. Uno de ginecología y obstetricia. Uno en el que habían apartado una cita para una hora en la que las consultas no se daban a menos de que fuera una emergencia y se contara con el dinero necesario. Al menos más de tres cifras.
Con 1000€ en el bolsillo trasero derecho, Gustav esperaba que aquello bastara de momento. Lo que más le importaba era salir de dudas; después, dependiendo del resultado, compraría el silencio o un asesino a sueldo; todo dependería del final y la buena voluntad que tuviera la doctora de ser sobornada.
—Creo que es ahí –señaló Gustav con un dedo ante el discreto letrero que anunciaba el consultorio de la Dra. Sandra Dörfler. Coincidiendo la dirección de la hoja del directorio telefónico con la del muro, Tom se estacionó justo enfrente.
—Llegamos –anunció más por decir algo que rompiera el tenso silencio que por señalarlo—. Creo que debemos bajar. Estamos cinco minutos tarde.
—Te espero en el auto –barbotó Gustav al aferrarse al asiento y fijar la vista al frente.
—No es a mí a quien esperan. –Tom se inclinó sobre Gustav para desabrocharle el cinturón de seguridad y ayudarlo en lo posible con el terror que era obvio, lo tenía al borde de una embolia—. Vamos, esto no es algo que pueda esperar.
—Bromeaba, bromeaba, lo juro –chilló Gustav con la boca contraída—. Vámonos, por favor vámonos. No me importa si me estoy muriendo, sólo no quiero estar aquí.
Tom se contuvo de suspirar. Por mucho que la historia de ‘estoy embarazado’ le había parecido de lo más imposible, conforme Gustav se había explicado todo cobraba sentido. No muy convencido, había concertado la cita usando nombres falsos; también se habían escabullido ya tarde por la puerta trasera de Georg y de Bill. Estando ya frente al edificio, no pensaba dar marcha atrás.
Rodeando el vehículo, abrió la puerta del copiloto para tirar del petrificado baterista y casi arrastrarlo en estado catatónico hasta la entrada con todas sus fuerzas.
Una vez dentro del recibidor, se encontraron con luces apagadas y una quietud que recordaba los escenarios macabros de hospital de película de terror. Haber visto Saw temprano en la tarde no contribuía a mejorar el panorama en lo mínimo.
—¡Hola! –Tanteó Tom al aire sin soltar la mano de Gustav que temblaba como una hoja—. ¿Hay alguien aquí? –Preguntó en espera de una respuesta. Casi al instante, una cabeza de revuelto cabello castaño que nada tenía que envidiar al look de Bill, se asomó desde detrás de una puerta.
—¿Señor y Señora… —La chica pareció consultar un formulario— Hoffmann? –Los evaluó antes de soltar una risita—. Por supuesto que no. ¿En qué puedo ayudarles? La clínica ya ha cerrado. Si desean una cita pueden venir en horarios de oficina.
Saliendo al pasillo, su figura se dibujó por las sombras del despacho en el que estaba. Consciente de que el sitio estaba a oscuras, la mujer caminó un par de metros hasta el interruptor de la luz, el cual encendió antes de seguir avanzando. No se detuvo hasta encontrarse frente a frente con Tom y Gustav que se sintieron intimidados por una mujer que apenas llegaba al metro y sesenta centímetros.
—Buenas noches, soy la Doctora Sandra Dörfler –señaló el gafete de identificación que colgaba de una de las esquinas del cuello de su bata—, especialista en ginecología y obstetricia de esta clínica.
—Verá… —Comenzó Tom, no muy seguro de cómo proceder. A la luz de las bombillas, los ojos verdes de gato de la doctora lo subyugaban. Carraspeó para comenzar de nuevo—. Fuimos nosotros quienes hicimos una cita para esta hora. –Ignoró la nueva revisión que la mujer hizo a la lista de pacientes—. Sucede que nosotros somos los Hoffmann –balbuceó incómodo.
—¿Es una especie de broma? –La doctora arqueó una ceja ante lo que oía—. Esto es una clínica para la mujer. Presumo además que ninguno de los dos lo es.
Sin verlo, Tom apreció que Gustav daba un paso hacia atrás. La presencia de la mujer lo aplastaba y Tom no era quién para juzgarlo en vista de que se sentía inclinado en dirección opuesta por el peso de sus ojos verdes. Iba a requerir valor sincerarse con ella.
—¿Podríamos hablar en un lugar más privado? –Pidió Tom tratando de no dejarse amedrentar—. Es un asunto serio.
—¿De verdad? –La mujer se mostró escéptica un par de segundos antes de guiarlos a la oficina de donde había salido en un principio. Apenas entraron los tres, la puerta se cerró—. ¿Y bien? –Cuestionó ella al sentarse en el borde de su escritorio con los brazos cruzados.
Tom se rascó el cuello en un ademán suyo que reconocía como la cumbre del nerviosismo. Empezar por el verdadero inicio no era lo suyo; Tom solía contar historias tomando trozos al azar y tratar de hacerse entender. En lugar de complicarse por una situación que no le pertenecía, hizo lo evidente.
—…l –tomó a Gustav del brazo hasta ponerlo enfrente de la doctora –está embarazado.
—Wow –murmuró la mujer—. Pensé por un momento que esto era serio.
—¡Oiga…! –Comenzó Tom antes de verse interrumpido.
—Apreciaría mucho si se retiran, caballeros. –La doctora se puso de pie caminando rumbo a la puerta—. No les voy a cobrar el importe por la cita que han reservado pero quiero verlos fuera del edificio o me veré obligada a llamar a seguridad.
—¡Hablo en serio! –Se acaloró el mayor de los gemelos al ver que la mujer hablaba en serio. En dos zancadas, cubrió la mano de ella con la suya sobre el pomo de la puerta—. Tiene que creerme, suena increíble pero… —Suspiró—. ¿Sabe qué? Ni yo lo creo, pero igual estoy aquí. Quiero que lo revise y usted tiene qué hacerlo. Es su trabajo.
—Soy ginecóloga y obstetra. Trabajo con vaginas y ovarios, algo con lo que evidentemente tu amigo no cuenta. Tengo que pedirle de nuevo que se vayan.
Tom estuvo contemplando la opción de ahorcar a la mujer hasta hacerla entrar en razón. Gustav estaba embarazado, ¿Qué tan difícil era de creer? Razonó un segundo… Ok, mucho. Demasiado era la palabra que buscaba. En vista de que las razones científicas estaban en su contra, optó por las monetarias. Sacando el fajo de billetes de la bolsa de Gustav, los dejó caer en un sonoro ‘plof’ justo encima del escritorio.
—Quiero que lo examine –exigió con voz baja.
La mujer rodó los ojos. —¿Te das cuenta de la pérdida de dinero y tiempo que estás haciendo?
—Eso lo decidiremos al final. –Se giró para ver a Gustav quien había permanecido quieto y silencioso todo el tiempo. Su acostumbrado yo, pero Tom no lo quería así—. ¿Estás listo? –El rubio asintió.
—Tomen asiento, por favor –indicó la mujer al sentarse ella misma en la silla detrás del escritorio y sacar de un montón de papeles una tablilla con un formulario impreso encima—. Oh, esto va a ser tan divertido... –Murmuró con amargura al leer la primera pregunta—. ¿Cuenta con seguro de gastos médicos?
—Pagaremos todo en efectivo –dijo Tom el indicar el fajo de billetes aún desperdigado que descansaba insolente sobre la mesa.
—Considerando que esté embarazado, eso no bastará… –ironizó la mujer. Tom se contuvo de soltar algún comentario mordaz—. ¿Nombre y edad?
Por primera vez desde haberse bajado del auto, Gustav comenzó a hablar para dar sus datos.
La sesión continuó por veinte minutos mientras el cuestionario avanzaba hoja tras hoja a una lentitud pasmosa que tuvo a Tom contemplando la mugre de debajo de sus uñas en lo que transcurría. Las respuestas eran igual, nada nuevo.
Sólo hasta que el examen físico dio comienzo, Tom y Gustav entendieron que aquello iba en serio. Tras descalzarse, el baterista se encontró siendo medido y pesado. Luego le fue dada una bata de hospital con indicaciones de pasar a la siguiente habitación y cambiarse. La doctora los miró esperando verlos correr por la puerta pero tras un apretón en el hombro que pretendía infundir ánimos, Gustav se decidió.
Diez minutos después, de pie sobre el suelo helado, Gustav se cruzaba de brazos con mala cara. Su ropa yacía aún tibia sobre una silla y por el gesto que el rubio tenía, era evidente que deseaba volvérsela a poner. La bata del hospital, de un espantoso color azul cielo, le quedaba apenas por encima de las rodillas y la piel expuesta se le erizaba a la menor provocación de aire helado. Temblando ante la poca protección que sentía ante la escasez de tela, ambos adolescentes brincaron en su sitio cuando la doctora entró a la habitación empujando un carrito con lo que parecía un ultrasonido.
—¿Listo? –Al no obtener respuesta, la doctora indicó la mesa partera—. Recuéstate.
Gustav pareció al borde del colapso apenas recibir las instrucciones. Tom, atento a su incomodidad, lo tomó de la mano para ayudarlo a recostarse sobre la fría superficie.
—¿El padre? –Preguntó la doctora viendo la escena de reojo mientras conectaba al tomacorriente el aparato—. Incluso para una comedia, resulta muy enternecedor.
—Un amigo –aclaró Tom, no muy seguro de si se sentía ofendido por la confusión—. Yo sólo vengo a dar apoyo moral.
—Claro –se burló con acidez la doctora—. Si el padre no quiere al bebé entonces vendrán juntos por un aborto.
Tom pareció dispuesto a abrir la boca para replicar con la peor grosería de su repertorio, pero Gustav le aferró del brazo y se contuvo.
—No es que no considere esto divertido, pero no tengo tiempo qué perder. Sacaremos un poco de sangre y realizaremos una ecografía sobre la zona del vientre. Una vez ambos resultados den negativo, podremos olvidar toda esta tontería.
Gustav asintió. Tom se limitó a sentarse en un pequeño banco enseguida de la cama, mientras observaba con morbosa fascinación el proceso que seguía la jeringa a través de la piel de su amigo y la sangre que extraían de ahí. Tras llenar tres tubos de ensayo, el proceso terminó con Gustav doblando su brazo con una bolita de algodón empapada de alcohol que sujetó en su sitio.
—Voy a llevar esto al laboratorio y después continuaremos con la ecografía. –Los dos asintieron y la mujer salió de la habitación.
—¿Te duele? –Tom señaló el brazo de Gustav y el rubio denegó.
—Dolió más cuando me hice los tatuajes. –Bajó el brazo y tras ver que ya no brotaba ni una gota de sangre, desechó el algodón en una papelera—. Estoy nervioso.
—Igual yo y… —Tom sintió los oídos zumbar ante lo que iba a decir— y ni siquiera estoy cien por ciento seguro de que en verdad estés embarazado. De ser una broma, te juro que la has hecho en grande.
En lugar de replicar por la veracidad de aquel asunto, Gustav se encogió de hombros. —¿Y si la doctora regresa y dice que estoy embarazado? –Tom se quedó pasmado con la boca temblando—. ¿Si además me hace la ecografía esa y resulta que tengo algo dentro? Algo que se mueve. Un bebé… —La voz se le quebró—. No bromeo, Tom, por eso estoy muerto de miedo.
—Y con el trasero al aire –oyeron decir a la doctora apenas entró a la habitación; Gustav se recompuso la bata para ya no enseñar más su poca dignidad restante—. Excelente drama para alguna telenovela sudamericana, pero necesitamos terminar esto ya. Quiero regresar a mi casa a cenar con mi hija, si no les importa. Levántate la bata.
Tratando de no dejarse dominar por la congoja y por lo frío del tono con el que era tratado, Gustav obedeció instrucciones usando manos para alzarse la bata hasta el pecho y agradeciendo mentalmente el no haber descartado los bóxers mientras se desnudaba. No era precisamente alguien tímido, pero los ojos de gato de la doctora lo hacían sentir más que inseguro.
—Vas a sentir un poco helado esto –murmuró la mujer al tomar una de las extensiones del aparato y untarlo con alguna especie de gel—. Necesito que permanezcas quieto.
—Tom… —El mayor de los gemelos entendió el llamado al acercarse más a Gustav y abrazarlo en lo posible sin que su espalda dejara de estar apoyada contra la dura superficie de la mesa en la que descansaba. Con su rostro hundido en el cuello y respirando agitado, Tom apreció la sincronía perfecta entre el chillido que Gustav soltó cuando la pieza plástica tocó su bajo vientre. Luego un poco de humedad encima de su camiseta y supo que Gustav estaba llorando.
—Lo está lastimando –gruñó al ver que su amigo temblaba como loco entre sus brazos—. ¡Deténgase, le duele, carajo! Gus… Calma.
—No le duele –rodó los ojos la mujer al trabajar sobre la zona izquierda del vientre del rubio—. No lo estoy acuchillando, apenas si presiono la piel.
—Pero él está… —Arremetió de nuevo Tom.
—Estoy bien –susurró Gustav con voz pequeña—. ¿No es ese tu teléfono?
Tom se apartó un poco para escuchar algo más que la respiración agitada del baterista. Cierto, sonaba su teléfono. Por el tono pop que levantó las cejas desaprobatorias de la doctora, no era nadie más que Bill.
—¿Hmmm?—Contestó no muy seguro de si lo que se le venía encima era una retahíla de insultos, gritos o palabras dulces. Con Bill era imposible predecir cualquier reacción venidera.
—Te mato –escuchó al otro lado de la línea—. Te juro que te mato, Tom Kaulitz, apenas regreses. –Lo dijo tan alto que los presentes en la habitación escucharon la amenaza de muerte. Gustav usó eso como distracción y la doctora esbozó la primera sonrisa de la tarde.
—¿De qué hablas? –Tom hizo una mueca—. No me amenaces con ese tono.
—¿Quieres mi tono de amante celosa entonces? Cuando regreses a la casa te voy a colgar de… —Lo siguiente no fue algo digno de ser recordado, pero la doctora soltó una carcajada seguida de una grosería a la par de la de Bill.
—No lo puedo creer… —Murmuró la mujer y Tom, siguiendo su tono de voz con atención, se topó con el monitor del ecógrafo que mostraba una diminuta masa grisácea que no le decía nada pero que tuvo a la doctora paralizada con la mano sobre la boca—. Es increíble…
—¿Qué es increíble? –Preguntó Tom.
—Yo no dije nada increíble –gruñó Bill al otro lado de la línea, ajeno de lo que acontecía en aquella sala de ginecología—. ¿Tom? ¡Tom! ¡Contesta, idiota!
—¿Dónde está Georg? –Preguntó ignorando el revuelo que se había producido en la habitación. Bill pareció creer que se había vuelto loco pues vaciló al hablar—. ¿Bill, sigues ahí?
—Sí. ¿Para qué quieres a Georg? ¿Gustav está contigo? Creímos que estaba arriba durmiendo.
—Uhm, quizá… —Tom casi se dio en la frente al recordar que supuestamente nadie debía saber que estaban fuera de la casa. Menos cuando ya era tarde—. Es largo de explicar –murmuró a modo de disculpa. Se giró de la escena que transcurría de frente pues se distraía viendo como la doctora tomaba imágenes más y más claras de lo que Gustav alojaba en el vientre. Un alíen. Tom lo juraba por la forma de renacuajo que apenas era distinguible en aquel mar de sombras.
—Supongo que lo es. Entro a tu habitación donde se supone que estás tomando una siesta. Te abrazo y resultas ser la muñeca inflable que compramos de broma hace años –gruñó Bill—. ¿Qué diablos te pasa? Pudiste haberme dicho que ibas a salir –ante eso sonó herido, Tom no dejó de apreciarlo—. Y para colmo te vas con Gustav. Yo me encargaré que Georg se entere y te mate…
—Tom, Tom… —Gustav le tironeaba de la manga—. Me van a revisar… —Le imploró con los ojos que colgara; el mayor de los gemelos sabía muy bien la implicación de esa ‘revisión’. El mismo baterista se lo había dicho horas antes.
—Tengo que colgar –dijo a Bill al teléfono, quien seguía jurando amenazas.
—¡No te atrevas a colgar!
—Lo siento, Bill. Llegaremos más tarde. Cúbreme con Georg. –Escuchó una palabrota—. Adiós.
—Cuando llegues te voy a… —Beep. Beep. Beep. Tom suspiró tratando de quitarse de encima la sensación de que la guadaña de la muerte le rozaba el cuello. Llegando a casa lo experimentaría, pero mientras tomaba la mano de Gustav tras despojarse de su ropa interior y levantaba las piernas sobre unas estructuras que prefería no conocer de nombre, dudaba poder sentirse peor de lo que ya estaba.
Cuando la doctora al fin se colocó los guantes de látex y miró por debajo de la modesta sábana que cubría a Gustav, Tom supo que era verdad. No necesito la confirmación de los labios tensos de la mujer que, incluso en su terquedad, decidió que lo mejor era esperar los resultados del laboratorio.
Gustav estaba embarazado.
—¿Dices que el primero? –Cuestiona Bushido con voz ronca. Una tarde de juego previo lo tiene así: quiere estar dentro de Gustav ya.
—El primero –murmura Gustav en respuesta. Sus muslos quieren cerrarse involuntariamente pero dos pares de manos sujetas a sus rodillas lo impiden—. Bu, me da vergüenza. No mires tan de cerca.
—Vergüenza es nunca antes haberlo hecho así. –El hombre mayor se inclina por un beso y Gustav responde con el corazón latiendo fuerte—. Pienso que es sexy…
Una hora después, superado el dolor de la primera vez, al menos ese tipo de primera vez, Gustav se lamenta un poco de lo que ha hecho. Y además sin condón. No teme alguna enfermedad. …l es fiel y pese a todo pronóstico, Bushido lo es por igual. Lo que lo tiene inquieto con los ojos abiertos de par en par en la oscura habitación es aquel viejo temor que su madre le inculcó cuando era el niño de sus ojos, o más bien la niña de sus ojos…
—¿Crees que tarde mucho? –Bostezó Gustav. Tom, que yacía tendido a su lado sobre la rígida mesa metálica, apretó su mano como toda respuesta. Honestamente, ¿Quién sabía? Ya tenían ahí un par de horas; unas pocas más no parecían ya tantas. A trompicones, la doctora había salido de la sala médica largo rato antes y seguía sin regresar; ya no la esperaban con tantas ansías.
—Creo que ahora sí nos ha creído.
—¿’Nos’? –Gustav se removió en su sitio—. No tengo ni la menor idea que lo voy a decir a mis padres. –Suspiró—. Si es que les voy a decir.
—Mejor piensa lo que le vas a decir a Georg –se rió Tom—. Casi puedo apostar a que le van a salir un par de canas en su precioso cabello.
—Con respecto a eso… —El rubio se mordió el labio no muy seguro de cómo decirle a Tom la verdad respecto a la paternidad del bebé.
—¿Ya piensas en nombres? –Tom se retorció un par de rastas entre los dedos—. Si es niño no se me ocurre ninguno, pero los nombres de niña son fáciles: Tiffany, Giselle, Heidi, Chloe, Diane, Candy… —Gustav lo interrumpió con un golpe duro justo sobre la mollera; incluso a través de la gorra y las bandanas que usaba, Tom lo sintió. Su chillido lo testificó—. ¿Y esa violencia por qué? Si no te gusta ninguno puedo pensar en más.
—¡No quiero que tenga nombre de groupie! –Replicó acalorado el baterista—. Además…
Bajó la vista y Tom, aunque no lo veía de frente, supo lo que se venía encima. –No lo digas –suplicó—, aún es pronto para decidir eso.
—No he dicho que lo voy a hacer… —Intentó justificarse.
—Pero lo estás pensando, Gus. –Tom exhaló aire con pesadez—. Sé que no me incumbe y todo, pero no me parece correcto, incluso aunque las circunstancias no son... De lo más normales.
—Pues no, no te incumbe –replicó el baterista experimentando una corriente helada que manaba desde dentro. El vello de su cuerpo se erizó—. De dejar premiada a una groupie, casi puedo jurar que dirías que sí a la opción de un aborto.
—Puede ser –asintió Tom—, pero puede que no. Además –no se rindió—, Geraldine suena bien.
—¿Abortarías a mi hijo? –Bushido se muestra curioso por la respuesta. Detiene el proceso de colocarse los calcetines para no perder palabra de lo que Gustav, acostado desnudo y sobre el vientre en la cama, tiene qué decir.
—No puedo tener hijos –es toda su respuesta—, ya te lo he dicho antes. No importa cuánto lo intentes porque sigo siendo varón.
La risa del hombre mayor se extiende por toda la habitación. Desde su sitio, agradeciendo el poderse quedar el resto de la noche en el hotel, Gustav hunde la cabeza en la almohada deseando que el colchón se lo trague ante la humillación que experimenta.
—Tienes toda esa mierda dentro, se supone que funciona. Mi madre me tuvo con eso. “Una vagina es todo lo que se necesita”, solía decir –responde el hombre mayor con naturalidad—. Responde, ¿Abortarías a mi hijo?
—Sí –gruñe Gustav más con hastío que con verdadera consciencia de sus palabras. No le importa. A fin de cuentas, embarazarse no es una opción con la que él cuente pese a contar con el equipo completo para ello—, no lo pensaría dos veces.
—Niño frío –desdeña Bushido el arrodillarse a un lado de donde Gustav descansa. Besa sus labios con tanto cuidado, tanto amor, que el rubio olvida que están peleando—. Nunca podrías.
Sin réplicas, sale de la habitación. …l no dice nada y Gustav no vuelve a hablar.
Sobre la mesa de noche descansa su teléfono móvil con quince llamadas sin responder, todas de Georg. Olvida de abortos, de primeras veces y de Bushido sufriendo de problemas reales.
Gustav volvió a la realidad sintiendo que un tren le había pasado por encima. Tom lo sacudió un poco más y el rubio entendió que debía haber caído dormido en algún punto de la larga espera. Un enorme reloj de manecillas que colgaba del muro, marcó las dos de la mañana.
—Oh mierda— maldijo al incorporarse.
—Sí, oh mierda. Bill ha llamado ya tres veces y Georg… —Tom hizo una mueca que expresaba mucho lo que pensaba con respecto a que el bajista supiera que estaban desaparecidos—. Imagina el resto. Tienes que vestirte, ya casi nos vamos –dijo al final dándole la ropa a Gustav.
—Vaya drama –murmuró la doctora. Gustav casi dio un brinco desde su sitio—. Sonará raro que lo pregunte hasta ahora, ¿Pero ustedes son…?
—Sí, sí, los de la famosa e internacional banda de Tokio Hotel. ¿Dónde quiere que le firme? –Tom ya se rebuscaba en los bolsillos tratando de encontrar un marcador cuando la mujer soltó una carcajada—. ¿Qué le resulta tan gracioso?
—Yo iba a decir ‘los más grandes idiotas del mundo’ pero supongo que sus caras no me parecían conocidas sólo por azar del destino. Como sea, mi sobrina los adora, pero yo no pienso llevarle autógrafos.
—Mire –Tom se talló las sienes con cansancio. La mujer le ponía los nervios de punta y para colmo parecía disfrutarlo, mejor aclarar puntos y límites antes de que le entraran unas irreprimibles ganas de ahorcarla—, no tiene que ser grosera. Vinimos aquí por asunto de un embarazo y hemos pagado por más que buena atención y disponibilidad. No le pido que nos masajée los pies o que nos sirva margaritas con una sombrillita, mucho menos que nos lama el trasero con lambisconería, pero un poco de buena voluntad ahora que usted sabe lo mismo que nosotros respecto a la nueva vida que crece en el interior de mi amigo, sería lo mínimo posible. ¿Entiende?
—Tom… —Advirtió Gustav mientras se pasaba la camiseta por encima de la cabeza.
—No, nada de Tom. –Se cruzó de brazos y por primera vez su altura hizo mella en la pequeña mujer—. Yo estoy asustado, muerto de miedo si me permite ser honesto. No quiero imaginar que es un bebé en la vida de alguien que apenas tiene veinte años y que tiene un corazón enorme para darle todo lo posible a una criatura que aún no nace. Si yo siento que se me cae el mundo a trozos no quiero imaginar cómo estará él, así que haga el favor de quitar esa arrogancia que tiene y cambiarla por otra cosa.
La doctora abrió la boca para decir algo pero se quedó como un pez dentro de su pecera pues ningún sonido salió de ella.
—Es hombre, imagine cuán aterrorizado debe de estar. Estas cosas no deberían pasarle –escupió Tom antes de frotarse el puente de la nariz con cansancio.
—Lo siento –dijo ella al fin.
—Mejor así. Disculpa aceptada.
—Disculpen los dos… —Aún sentado pero ya completamente vestido, Gustav aparentaba menos edad de la que tenía. Indefenso, no sabía ni por dónde empezar—. ¿De cuántos meses estoy?
—Algo como dos y medio; he calculado un aproximado de diez semanas de embarazo; incluso podrían ser once.
—Imposible –refutó Tom—. Las cuentas tienen que estar mal porque en aquel entonces Gustav no estaba todavía con… ¡Auch! –Recibió una patada justo en la espinilla—. Gus, las semanas están mal, Jesús, no me golpées.
—No están mal –siseó Gustav con las orejas ardiendo de la vergüenza que experimentaba. No quería discutir con Tom enfrente de la doctora acerca de su vida sexual con más de una pareja.
—Podría haber un error –se disculpó la mujer con actitud contrita al revisar sobre el formulario—. Suele suceder cuando la chica tiene un ciclo menstrual irregular. Tomar fechas a partir del desarrollo del feto puede ser un poco complicado en los primeros meses. Más adelante se podrán hacer las correcciones.
—¿Podría ser un error de hasta un mes? –Tom repitió en su terquedad. Contaba con que aquel día que bajó a Gustav del automóvil de Bushido él y Georg hubieran tenido sexo animal, tanto como para preñar a alguien; y claro, que la respuesta de la doctora fuera un rotundo ‘sí’.
—No, el error sería de máximo dos semanas. –Jugueteó con la pluma entre sus manos antes de proseguir—. Señor Schäfer…
—Gustav –dijo el rubio—. El señor Schäfer sigue siendo mi padre.
—Huhm, ok. –La mujer se pasó un mechón de cabello detrás de la oreja con gesto distraído—. ¿Alguna vez ha tenido su periodo?
Tom se medio asfixió tratando de contener la risa y obtuvo una nueva patada por parte de Gustav. Imaginar al rubio sufriendo a causa del periodo, de cólicos menstruales y de SPM era gracioso si se olvidaba el asunto del bebé.
—No. Nunca. Por eso… —La cara se le volvió rojo granate— no pensé que fuera a suceder esto.
—Sí, bueno… —Empezó la mujer antes de que Tom se pusiera de pie y la interrumpiera.
—Perdonen los dos, pero… ¿Qué no se supone que los hermafroditas son estériles? Digo, nunca fui muy bueno en biología o anatomía, pero esto es ridículo.
—Lo son, sí. –Tom la esperó a que prosiguiera—. Tal vez tu amigo no es un hermafrodita bien formado.
—¡Genial! ¿Lo escuchas, Gus? –Tom se giró para encararlo—. Rareza dentro de una rareza; te has sacado el premio gordo de la lotería, amigo.
—Lo que quiero decir… –La doctora carraspeó para tomar la voz—. Lo que quiero decir es que quizá no sea hermafrodita del todo. Si sus ovarios han decidido empezar a funcionar hasta empezada la segunda década de su vida, puede obedecer más a factores hormonales. Además –tomó aliento al decirlo—, la revisión física ha demostrado que cuenta con ambos órganos sexuales funcionando a la perfección lo que sería el primer caso conocido.
—Ah –repitieron a unísono Gustav y Tom, no muy seguros si aquello era algo bueno o no.
—Para estar seguros podríamos tomar muestra del material genético y confirmarlo. Pero la verdad es que podría ser una pérdida de tiempo. El embarazo es una muestra inequívoca de lo que digo. De no ser así, no podría haber ocurrido la fecundación.
—¿Significa que mi amigo es una… —Tom miró a Gustav de reojo, no muy confiado de si su curiosidad y sus palabras lo iban a ofender o lo iban a hacer merecedor de algo más que simples patadas, quizá un puñetazo en plena boca—, ya sabe, una chica?
—Creo que ya deberías saberlo –replicó la mujer con sequedad—. Tú lo has conocido como varón.
—Pero… —Tom se mordisqueó el labio inferior—. No entiendo. …l dice que es homosexual, tiene pareja y… ¿No significaría eso que en realidad es mujer y su gusto por los hombres es, no sé, normal?
—Tom –gruñó Gustav incapaz de sentirse de lado de aquella plática—, soy hombre y homosexual. No chica y heterosexual, ¿Entiendes?
—No. –El mayor de los gemelos se acomodó la gorra en lo que articulaba sus palabras—. Desde que estás embarazado creo que tendrás que ser un poco más claro conmigo porque no entiendo.
—Lo que tu amigo quiere decir es que ha sido criado como varón y aunque se sienta atraído por hombres, no lo convierte en mujer. Hay una diferencia clara entre sexualidad y género. Lo que se es y lo que se tiene entre las piernas –explicó al ver que Tom la miraba con ojos grandes y boca abierta—. No toda persona que se sienta atraída por su mismo sexo desea realizarse el cambio de género.
Un momento… —Tom pareció pensar el respecto un poco—. ¿Tú familia sabe que tú…? ¿Y nunca…? ¡Oh Dios, eso es inhumano!
—Fue mi decisión, Kaulitz. –Gustav suspiró, cansado ya de estar tratando aquel tema que a nadie antes le había dicho. La persona más cercana a ello había sido Bushido y de eso ya no quedaba nada—. Mi hermana decidió que quería ser chica y yo decidí que quería ser niño. Siempre lo supe. Incluso a los cinco años sabía que ese era yo.
—¿Tú hermana también? –La boca de Tom se quedó abierta de la impresión—. Tienes que estar bromeando. Es una jodida broma. He visto a tu hermana en bikini y jamás…
—Ella sí tomó la operación. Ella es chica, yo no.
—¡Pero tienes un bebé dentro!
—¡No me quiero tener que bajar los pantalones para demostrarte que no soy una chica! –Casi gritó Gustav al ponerse de pie—. ¡Haré que te lo tragues junto con tus palabras!
—Bien, basta los dos. –La doctora los fulminó con sus ojos verdes para lograr quietud de nuevo—. El estrés no es nada bueno para el feto así que hagan el favor de mantener su discusión a niveles bajos. Para empezar, voy a recetar vitaminas prenatales y una cita para dentro de una semana. Quizá entonces podremos saber un poco más del tiempo de gestación y…
—Quiero un aborto –musitó Gustav—. Quiero abortar –repitió esta vez un poco más fuerte. Los dos personajes restantes de la habitación se quedaron en absoluto silencio—. No lo puedo tener. No lo quiero.
—Gus… —Tom se acercó hasta poner una mano encima del hombro de su amigo, quien se lo sacudió de encima al comenzar a temblar presa del terror.
—No, lo voy a abortar y Georg jamás se va a enterar de esto. –Su mano atrapó la de Tom como una tenaza y la apretó hasta obtener una mueca de terror por parte de la víctima—. Me lo juraste, Tom, que jamás le ibas a decir nada y quiero que lo cumplas.
Ambos permanecieron quietos un par de segundos antes de que la doctora los interrumpiera.
—Programaremos una cita para el aborto. –Tom se giró para enfrentar, pero ella le cortó—. Es su derecho. Si él así lo desea, tendrás que respetar su decisión.
—¡No puede hablar en serio!
—Hay un periodo de prueba con respecto a tomar un gran paso como éste. Precisamente de una semana. –Hizo un par de anotaciones en la tablilla que sostenía sobre las piernas—. Vendrás en una semana a esta hora y si la decisión es la misma, realizaremos el procedimiento en una hora o menos. No será necesaria la hospitalización y la medicación será leve.
—De acuerdo. –Gustav se puso de pie para tomar la receta médica—. Gracias.
—Le voy a decir a Georg –informó Tom a Gustav apenas se subieron el automóvil—. No puedes tomar estas decisiones tú solo por muy… Bizarro que resulte todo.
—El… —Se contuvo de decir ‘bebé’ al darse cuenta que si se le escapa la palabra le iba a costar un poco más llevar a cabo su decisión—. No es suyo.
—No juegues, por Dios, no juegues. –Golpeó el volante y al instante su teléfono comenzó a sonar—. Maldita sea, contesta. Si es Bill mándalo al cuerno.
—Sí es –murmuró antes de contestar—. Sí, Gustav… No, Tom está conduciendo. Ya vamos de regreso… No, no… Yo se lo pedí, en serio… Dile que ya casi llegamos, no, no me lo pases… Georg… Ya casi… —Se quedó casi un minuto serio—. Ok, hablaremos en la casa. Sí. Adiós.
—Le vas a decir –sentenció al mayor de los gemelos apenas la llamada terminó—. Incluso si no es suyo él tiene derecho a saber. Georg no te va a dejar.
Gustav se volteó a verlo y tras hesitarlo una fracción de segundo, lo abofeteó—. Jamás me digas eso de nuevo. Me tomó años estar con Georg, me tomó todo el esfuerzo y todas mis lágrimas y todo mi sufrimiento estar donde estoy con él. No voy a dejar que nada como ‘eso’ lo arruine. Tú te vas a callar.
—No es justo…
—Me lo juraste. Confié en ti, Tom y te juro que si me fallas se acaba todo. No te volveré a hablar y no esperaré a que el contrato con la banda finalice.
—No me amenaces –dijo Tom al dar un volantazo brusco. Lo suyo eran bravatas, lo sabía; Gustav, por otro lado, siempre hablaba serio. Y lo apreciaba, demonios, aunque pareciera que por el momento ninguno de los dos tenía la coherencia necesaria para tratar un asunto tan delicado como lo era ese embarazo—. No puedes matarlo, Gus. Es tu hijo. Aunque no sea de Georg sí es tuyo.
—Yo no lo quiero. Va a… Va a arruinarlo todo. ¿Te imaginas acaso todo lo que va a cambiar? No sólo Georg. Mi familia, mis amigos, ustedes… Tú ni siquiera me miras igual.
¿Cómo diablos te voy a mirar igual? ¡Estás embarazado! ¿Lo entiendes? ¡Em-ba-ra-za-do! –Golpeó el volante con sus puños e incluso en la vacía calle, el ruido producido por el claxon los hizo recobrar la compostura—. No podemos tener esta plática aquí. Georg nos va a matar.
—Bill me dijo que te recordara que…
—Sí, sí, que llegando a casa me iba a… Lo que sea. Antes tenemos que pasar a la farmacia—. Gustav arqueó una ceja—. Tus vitaminas prenatales. Al menos por una semana. –Ignoró el bufido—. No digas nada.