Tokio Hotel World

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^-^Dediado a todos los Aliens ^-^


    Chapter 14 1/2: Su Ausencia Se Hace Presente

    Thomas Kaulitz
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    Mensaje  Thomas Kaulitz Vie Ago 05, 2011 6:14 pm

    —¡Pero quién se cree! –Azotó Bill la puerta del taxi convencido de que era una estafa pagar más de 100€ por la limpieza del tapizado que Tom había vomitado. En su opinión, el jugo gástrico favorecía ese terrible tono oscuro que recordaba al lodo, pero sus pretextos sirvieron de poco cuando el fulano se puso pesado y amenazó con conducirlos a la estación de policía en lugar de a su hotel sino l indemnizaban el estropicio hecho.
    —Oh Bill, ya déjalo por la paz. Puf, muero por tirar a Tom en su habitación –exhaló al intentar evitar que el mayor de los gemelos se fuera de lado y se estrellase contra el suelo como madera vieja.
    Ebrio, sin un zapato y sin miras de recuperarlo, por no mencionar la boca abierta y la resaca que parecía estar formándose en su interior, Tom colgaba inerte del costado del bajista. Apenas si parecía respirar, pero ni a George ni a Bill parecía interesarles aquello luego de lo sucedido.
    —Ya, pero Tom pagará –murmuró al colocarse al otro lado de su gemelo y tras pasarse su brazo flácido por encima del hombro, ayudó a llevarlo por el desierto corredor que llevaba a sus habitaciones.
    El transcurso por el elevador amainó los sentimientos de todos en su corto trayecto a la planta que ocupaban aquellos cuatro y unos cuantos más del equipo. Jost por ejemplo…
    —Uh, mierda –murmuraron al unísono George y Bill al ver a su manager de brazos cruzados, en pijama y con el aspecto que deben de tener las esposas que esperan al marido pasada la medianoche y que reconocen el aliento alcohólico y las manchas de labial.
    Claro que descontando lo último, y que Tom era el único ebrio, al menos el regaño no debería de ser tan fuerte o al menos eso pensaban al acercarse hasta que el rechinido de dientes que David hacía hizo eco por el pasillo.
    —¡Ustedes dos, par de idiotas! –Puntualizó ante los gemelos, extendiendo un dedo largo que apuntaba amenazadoramente a un pálido Bill y a un inconsciente Tom. Se giró sobre sus pies con presteza—. ¡Y tú, grandísimo…! –La palabra que venía o era enorme o era una palabrota porque el tono de voz que se elevó, lo mismo que la rabia que exudaba, sacaron a Tom de su letargo, quien parpadeó y se quejó ante el repentino dolor de cabeza que lo atacó.
    —¡Ouch, ouch, ouch! –Se quejó al recargar la frente en el cuello de Bill y desearse enterrar vivo en esa zona. Si contaba con que el alcohol aún fluía libre en su interior, entonces no quería ni imaginar cuál reacción tendría cuando al final saliera—. Tomi Pooh se quiere ir a dormir –gimoteó, ausente de lo que Jost les gritaba con una vena sobresaliendo en su frente.
    —¡¿Perdón?! –Jost se talló la cara con incredulidad.
    —David, quiero decirte de antemano que lo siento. Lo sentimos –puntualizó Bill dando un par de tentativos pasos hacía atrás muy dispuesto a huir si la situación lo requería—. Nunca fue nuestra intención que ocurriera, pero si eres tan bueno y generoso como para darnos una segunda oportunidad, todo quedará solucionado y tal como antes de que sucediera –tragó con dificultad—. ¿Sí? –Intentó con sus mejores ojos de cachorro apaleado.
    Jost soltó una carcajada tal que Tom arrugó el rostro entero por la migraña que le entraba cada ‘ja’ que soltaba. Sus tripas, delicadas ya de nacimiento y maltratadas por una noche de juerga, crujieron amenazadoramente de hacerle vomitar de nuevo.
    —¿Perdonar qué, Bill? –Preguntó el adulto con una voz que rayaba en lo malévolo con su tono azucarado. Daba más miedo que con sus gritos, por lo que a Bill se le erizaron los vellos de la nuca.
    —Eso que hicimos –barbotó el menor de los gemelos al ver que su treta no funcionaba. Soltó a Tom que se quedó colgando en el aire apenas sostenido por un petrificado George de ojos enormes y facciones aterrorizadas, para pulsar el botón del ascensor con ademanes repetitivos.
    —¿Y qué fue lo que hicieron? –Continuó Jost como si todo aquello fuera un juego de preguntas y respuestas en el que el resultado se vislumbraría al final. Por evidencia, daba como resultados oraciones del tipo ‘Lo que los chicos de Tokio Hotel arruinaron’ que siempre eran tan variadas que querer atinar una de ellas era como no querer pisar la arena en el mar.
    —Uhm –Bill miró por consejo a George, que cargando la pena de Gustav y además un regaño, estaba con la mente en blanco para inventar excusas—. ¿La abolladura en la esquina del autobús? Ops, pero alego en mi defensa que el conductor dejó las llaves y por ello la tentación. –Se fijó que los puños de su manager se apretaban y concluyó que no era la respuesta esperada, por no mencionar que se delataba de una travesura aún sin descubrir.
    —Si es por aquella cuenta de películas porno en pago por evento –suspiró George al pensar en quién hacer recaer la culpa— ¡Acuso a Tom!
    —¡Yo igual! –Secundó Bill, que en vista de que el elevador no aparecía por ningún piso cercano al que se encontraban, prefería embarrar a su gemelo que morir a manos de Jost.
    Por desgracia, nada de lo que le decían parecía amainar su furia. Conforme enumeraban sus ‘pequeñas travesuras’ a su manager, las cuales incluían un par desconocidas y sin autoría concreta como quién había tirado refresco sobre los amplificadores o el misterio de un incendio en el departamento de la banda hacía apenas unos meses atrás, parecía que a Jost le salían cuernos a ambos lados de la cabeza y las llamas del infierno se le proyectaban en los ojos.
    —¡Basta, ya no quiero saber! ¡Silencio! –Los calló, harto al fin de todo lo que se venía a enterar.
    Con sus gritos, Bill y George se quedaron como estatuas, aterrados de la que se les venía encima. Una grande y gorda debía de ser para que ni las anteriores hicieran mella en el ánimo de David. Una que no tenía comparación o de otra manera, ya estaría haciendo barullo por lo anterior.
    Pero mientras ellos dos permanecían quietos, Tom se arrodilló y lo más educadamente que pudo, dadas las circunstancias, vació su estómago contra el alfombrado, con tanta mala suerte, que un poco salpicó en las sandalias de peluche que Jost usaba.
    —No me siento bien –murmuró limpiándose la boca, pero con evidente alivio al expulsar sus demonios internos—. Me voy a ir a dormir –anunció como si nada, pero al mirar alrededor descubrió que moverse no era bueno. Respirar tampoco—. ¿Me perdí de algo?
    —Gustav… Dijo David sin más. Se cruzó de brazos por encima de sus ropas de dormir y tanto a George como a Bill se les vino el alma al suelo—. ¿Y bien, algo qué decir al respecto?
    —Gustav, verás, él… Él… —Tartamudeó el menor de los gemelos. Sus manos gesticulando como con vida propia y los engranes de su cabeza haciendo los mismos ruidos que el Titanic antes de estrellarse contra el iceberg mientras pensaba en alguna excusa plausible para que el baterista no llegara con ellos—. No lo creerás, ni yo mismo lo creo y eso que lo vi –puntualizó abriendo mucho los ojos para dar énfasis a lo que decía, pero pareciendo loco.
    —Vomitó en el taxi, ¿Puedes creerlo, Dave? –Dijo Tom, de cuatro patas y con la gorra torcida—. Una cosa horrible y maloliente. El taxista casi –eructó con fuerza –nos sacaba a patadas. De no ser porque me ofrecí a pagar la cuenta de la limpieza, no se lo que habría pasado.
    —¿Ah sí? –Buscó confirmación su manager con una voz dulce en extremo. Era como recibir una paleta de caramelo… En el trasero—. ¿Quieren agregar algo?
    —¡Luego el muy borracho se salió del taxi y azotó la puerta! Tsk –negó Tom con la cabeza. En falso equilibrio, se fue de espaldas y su trasero golpeó el alfombrado del pasillo con un violento ‘tud’ que se escuchó por toda la planta—. No me extrañaría su mañana sale en los diarios por una conducta tan inapropiada a la imagen de la banda. De ser tú, hablaría muy seriamente con él.
    George rodó los ojos al tiempo que rezaba a todo lo conocido y lo desconocido porque su suplicio llegara a un fin que no incluyera su castración. A sus ojos, Jost estaba que sacaba chispas porque era evidente que sabía la verdad, que se trataba de algo con Gustav y que las mentiras de Tom eran como limón contra la herida.
    —Curiosa historia. ¿No hay por ahí una abducción de ovnis? ¿Un par de fangirl de grandes tetas que tengan algo qué ver? ¿George? –Preguntó mirando fijamente al bajista, quien enumeró los segundos que el silencio duró al hacerse presente. Su cuenta llegó a veinte antes de atreverse siquiera a volver a respirar. Su cuerpo dolía entero de los nervios por no mencionar un torrente de adrenalina fluyendo por cada extremidad y haciendo más difícil respirar.
    —Uhmmm… —Salió de su boca entreabierta, lo que equivalía a pena de muerte.
    —Verán –puntualizó su manager juntando ambas manos al frente de su pecho—. Hace escasa media hora llegó Gustav, ajá, el Gustav que todos amamos y respetamos. Gustav mi baterista y su baterista –guiñó un ojo a Bill que de nuevo parecía dispuesto a emprender la retirada con piernas ágiles—. Pues como os decía, el ya mencionado baterista de la banda de Tokio Hotel, ya saben, su banda, la banda que yo manejo con todo cuidado porque si no alguien patea mi trasero desde los altos mandos… —Sus nudillos crujieron al tronarlos uno por uno y con cada golpe del hueso era como esperar la tortura más sonada—. ¿He sido claro? ¿Sabemos que hablamos de Gustav?
    —¿Schäfer? –Intentó bromear Tom, pero se le murieron las risas en la garganta—. Duh, veo que Gus se ha metido en líos.
    —Cállate, Tom –murmuró George, con tan pésima estrella que todo el malhumor de Jost se arremolinó a su alrededor.
    —Veamos que es tan importante como para callar a Tom –se cruzó de brazos y caminó hasta a estar a escasos treinta centímetros. Jost podía ser más pequeño de estatura que el bajista, pero su aura maligna al estar furioso, no tenía símil posible. Era el mismísimo demonio.
    —Yo… —Intentó excusarse—. Gustav…
    —¿Tú y Gustav? –Arqueó una ceja David. George enrojeció al instante.
    —Lo que George quiere decir es que han discutido –ayudó Bill, interponiéndose entre ambos e implorando al destino no estropear nada con su intento de salvación—. David, creo que exageras –intentó aligerar la situación. Actuando como críos, le daban poder; siendo adultos, no le quedaría de otra más que tratarlos como iguales.
    —¡¿Qué exagero?! ¡Me dices eso cuando mi baterista estrella se ha ido! ¡Pero en qué jodido mundo vives tú! ¡Tanta laca en la cabeza ya te pudrió el cerebro según me dejas entender! –Sus palabras los golpearon con fuerza; a Tom más que se tapó los oídos con ambas manos y amenazó por redecorar el tapizado de la planta entera con sus vómitos.
    —¿Gustav se…? –Las palabras se le murieron a George en los labios. Quiso decir algo más pero los ojos se le humedecieron de manera tan ridícula que temió comprometerse más, si es que era posible, llorando como el chiquillo que se sentía. Era como un abandono extraño que sólo había experimentado la primera vez que habían salido de tour y que había dejado su casa. Sólo que esta vez eran diez veces peor. Al menos, pensó, la vez pasada Gustav estaba con él. Entonces como amigo, ya consolaba.
    —¡Se fue, se largó! Maletas y adiós –Suspiró con más fuerza de la necesaria para expresarse—. Ok, sólo por una semana. Pidió una semana de descanso de todos ustedes y por el aspecto que tenía, negársela era buscar que mañana amaneciera colgado en su cuarto. Es más fácil darle siete días que cubrir un suicidio; eso nos arruinaría…
    —¿Tenemos vacaciones? –Preguntó Tom desde el suelo y con la frente arrugándose en concentración.
    —No, Gustav tiene una semana de vacaciones. Ustedes tres… —Apuntó uno a uno con su dedo –estarán deseando morir esta misma semana…
    Tres gruñidos. Genial, una semana con Jost… Una semana sin Gustav…

    Por otro lado y ajeno a lo que sucedía en el hotel en el que hasta hace una escasa hora se hospedaba, Gustav recargaba su rostro contra el cristal del taxi mientras avanzaba casi por deslizamiento por extrañas calles. Por fortuna, no el mismo taxi que Tom había vomitado y mejor aún, con un conductor silencioso que obedeció instrucciones sin hacer preguntas o intentos de conversación insulsa. Quiero en su asiento, escuchaba la radio a tan bajo volumen que parecía música de ascensor.
    Aplastado como un trozo de mierda que alguien pisa en la calle por error, era como Gustav se sentía. Una especie de desecho que valía poco, pero entonces y temiendo el riesgo de volverse alguna especie de guiñapo cursi, optó por sacar una barra de caramelo de su maleta y darle una buena mordida.
    El dulce se derritió en su boca con tan delicioso sabor, que un calor le subió desde el estómago por su espalda y se extendió como agua caliente por brazos y piernas. En su opinión, nada mejor que un par de galletas de su abuela para contrarrestar cualquier decepción, amorosa o no, pero a falta de ellas desde que la abuela Schäfer había muerto años atrás, quedaba la solución de los chocolates.
    Uno más y hasta se atrevió a salir de su mutismo para preguntar la hora al conductor y averiguar que dentro de poco serían las tres de la mañana. Un poco más por la ciudad y llegaría. No al amanecer ni haciendo su entrada triunfal al apartamento de siempre que compartían entre los chicos de la banda, pero era mejor así.
    Algo en llegar solo por primera vez en su vida, matizaba todo con un velo de tristeza.
    Recordaba que la última vez que habían estado ahí era meses atrás y ni siquiera entonces George estaba en su vida del modo en el que lo estaba ahora… O lo estaba al menos un par de horas atrás.
    Mordió entonces lo que sería su tercer empaque de caramelo y se acomodó en el asiento pues faltaba por llegar. El trayecto podría ser deprimente pero se tenía que hacer, lo mismo que tomar esos siete días lo mejor que podía porque regresando no estaría más la excusa de un descanso de todos ellos. Jost no toleraría más.
    Claro que el pobre hombre soportaba hasta una bomba nuclear. El fin del mundo lo encontraría en el negocio de la música al lado de las cucarachas porque el condenado parecía inmortal. Si ya había sobrevivido a incontables trastadas de los gemelos y una serie de calamidades una tras de otra al manejar a un cuarteto de adolescentes por años, lo haría una semana en su ausencia.
    Por supuesto que también influía el factor de habérsele presentado de madrugada a la habitación y con expresión patibularia amenazar con una semana de vacaciones o el retiro de la banda. Una baladronada total, pero Gustav no estaba en aquel momento para meditar opciones. Pidió, obtuvo y por eso se encontraba viajando a 60 km/h rumbo a la semana más triste de su vida.
    Las horas 168 más míseras desde que descubrió cuanto amaba a George… Ciento sesenta y ocho… Vaya número.

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