—“La luna de Venus estará en cuarto creciente los días…” Anda, pero si es hoy –palmoteó Bill con toda saña por encima de su plato de cereal haciendo casi que sus exagerados ademanes voltearan su desayuno—. “Tú vida sexual dará entonces un giro inesperado pero deseado tanto por ti como por tu pareja. Tu color: el negro”. Genial, de haber sido otro color hubiera tenido que cambiar hasta los accesorios de lo que me iba a poner hoy y… ¡Auch! –Se quejó ante el manotazo de su gemelo, quien no era persona de buenos despertares y le faltaba al menos media hora para estar bien.
—Patrañas y lo sabes. –Bostezó—. Jodido horóscopo.
—Pues lástima entonces, que para los nacidos en virgo, dice que hoy es una excelente noche para mostrarte romántico con tu pareja y demostrarle cuánto lo quieres, eh Tom. ¡Eh! –Lo pateó por debajo de la mesa y siguió muy concentrado en su lectura—. No sería mala idea que lo pusieras en práctica alguna vez –siseó.
Por desgracia para George como para Gustav, aquello era una especie de pelea de pareja en la que no se querían ver involucrados y menos por un condenado horóscopo de una de las tantas revistas que Bill compraba.
A modo de muestra, Gustav se escondía tras su periódico y pasaba de todo sin alzar ni un poco las cejas, pero George no podía emularlo o al menos no tan bien.
En un inicio era sencillo. El parloteo de Bill bien podía convertirse en un ruido ambiental como el zumbido de una mosca o el transitar de los vehículos por alguna atestada calle, pero era imposible cuando algo de todas las incoherencias que decía, le llamaba la atención.
Algo como que porque la sexta casa del zodiaco estaba alineada al sol y los planetas giraban al lado contrario pudiera ocasionar que los virgo tuvieran una noche de sexo salvaje y alocado.
Virgos como Tom y Bill, al menos de signo, que George sabía que ese par de cabrones ni las orejas tenían sin penetrar… Pero igual Gustav era virgo… Y virgen en un sentido que le interesaba… Al pensarlo, George se atascó con un trozo de su tostada que medio pasó con golpecitos de pecho y medio escupió por la nariz del impulso que le costó contener su risa.
Gustav acudió a su auxilio muy alejado de toda la sarta de pensamientos en los que George lo tenía en mente, pero pareció captar un poco de aquella atmósfera tanto por la mirada que el bajista le dirigió, como por el bulto sospechoso que se formaba entre sus piernas y que George cubrió con su servilleta lo más discreto posible para no tener que pasar más vergüenza.
—… Yo no necesito del horóscopo para acostarme –refunfuñó alto Tom y el pequeño ambiente confidente se rompió. George empinando su taza de café y Gustav escondiéndose de nueva cuenta bajo su periódico.
—Claro –rodó los ojos Bill con mucho sarcasmo en su voz. Desdeñando las burlas de su gemelo, entonces se giró a George y el gesto le cayó como piedra en el estómago. Una cierta intención que se adivinaba en Bill y que le daba mala espina—. Y tu George, ¿Quieres que te lea el horóscopo?
Sin esperar mucho, o en todo caso, un asentimiento o negación, empezó.
—Día de la suerte… Hum, no, eso para luego… A ver, debe estar por aquí… —Murmuraba para sí recorriendo la página con un perfecto dedo manicurado.
A su lado, Tom carcajeaba a su modo en espera de alguna oportunidad para reírse más fuerte. A George eso le hacía sentir las orejas ardiendo y temía que el hecho de que la revista fuera una de moda para mujeres, afectara el resultado.
Para su sorpresa, Bill la cerró de golpe y resopló aire con tanta fuerza que un mechón rebelde que la caía desde el centro de la frente, salió volando al cielo.
—¡Esto del horóscopo es una bazofia! –Alegó con renovado interés en su desayuno y dando un manotazo sobre la mano de Tom, que serpenteaba entre los vasos y los cubiertos en pos de la revista—. ¿Pero quieres un consejo, George? –No espero respuesta—, tírate un virgo. Hoy es día de follar virgo…
—Virgo… —Comentó Tom con aire ausente y el ceño fruncido. El bajista casi podía ver los engranes de su cerebro moviéndose con dificultad por la falta de lubricación y uso, y quiso reírse por ello. Quizá Tom pensaba que él y Bill… —¡Hey, yo soy virgo! –Exclamó acaloradamente. Alzaba un dedo que se estampaba casi contra la nariz de George y se quedaba unos segundos sin saber qué decir o hacer.
—Estoy advertido –respondió el mayor lamiendo su labio inferior y mirando de reojo a Gustav. Mal gesto y mala movida. En su mente su virgo era Gustav, pero Bill que estaba cruzando la zona peligrosa entre su amado y él, lo colocó en punto de vigía de Tom, quien con un despliegue inusitado de celos y confusión, estampó el puño contra la mesa y pasó el resto del desayuno en total silencio.
—Tienes que decirle algo, anda –le pateó Bill en la pantorrilla y por el gimoteo con el que lo dijo, George casi se levantaba de su cómodo sillón para ir con Tom y… ¿Disculparse? Cabeceó en negación más para sí mismo que para la no tan ridícula petición, pero Bill se lo tomó mal.
Se sentó a su lado y enrollándose en uno de sus brazos, hundió la cabeza en la curva entre su cuello y su hombro para hacer pucheros.
—No soy Tom, sabes que eso no funciona conmigo –dijo el bajista. No hizo intentos de quitárselo de encima, pero tampoco de consolarlo.
Aquella misma mañana, luego del tenso desayuno y hasta que Gustav se había quitado el escudo que su periódico significaba, habían salido a cumplir lo que parecía un flojo itinerario. Al menos en comparación con otros días, pero en definitiva no tan cargado como solía ser.
Por tanto, la tarde que pasaban en semi reposo o semi trabajo según la perspectiva en que se le veía, podía ser tanto una bendición –para Gustav que tenía los audífonos puestos y movía los pies al ritmo de la música— como una maldición. Para el resto de la banda, la última categoría y todo gracias a la Pravo que Bill, no contento con el malentendido de la mañana, cargaba a todos lados apretada al pecho.
Tom al parecer se lo había tomado lo más mal posible. George creía que Tom pensaba que… Se estampaba luego la mano contra la cara y Bill se sacudía de su brazo para gimotear más.
Al bajista todo aquello le parecía un lío de adolescentes. Maquillaje y uñas lacadas gracias a Bill… Tenía que desechar todo aquello de mente y encontrarle solución como el mayor, pero no más maduro, miembro de la banda. En la idea que tenía, al menos portarse como hombre e ir en pos de Tom para aclarar el malentendido y de una buena vez quitarse de encima a Bill.
Bastante tenía con sus asuntos con Gustav para tener que verse envuelto en problemas con los gemelos. Más aún si no eran problemas que había mandado llamar y en los que Bill le inmiscuía sin preguntar.
—Oh Bill, no sé como decirlo… —Empezó el mayor con dulzura. Acarició la cabeza de cabellos alborotados—, ¡Pero con una mierda, no me importa! –Le arreó un golpe sobre la mollera y Bill le pellizcó un costado en respuesta—. Alto, no te enojes que la culpa no ha sido mía.
—Claro que sí –rebatió el menor—, es tu culpa ser Aries y tener un pésimo horóscopo para al menos un mes. Arruinas no sólo mi vida sexual sino la de Gustav, ¿Es virgo, sabes?
—Gracias por las noticias –rezongó el bajista—, pero de ningún modo he arruinado tu –carraspeó— ya sabes, esa cosa… Arregla tus asuntos con Tom antes de que nos quiera asesinar a los dos y luego quiera empalar nuestros cadáveres.
—Sí, sí… —Bill se ruborizó—, pero también… Espera, no ha sido mi culpa. Es un sano malentendido así que sólo iré con él y todo estará solucionado en segundos. Eso –y sin esperar contestación, se levantó del sillón y fue en busca de su gemelo.
Le dio así a George la vista privilegiada de un drama mudo.
Esperando una sesión fotográfica precisamente para la revista Pravo, tenían de fondo un lindo escenario a colores sobre el cual Tom fingía prestar atención mientras Bill se disculpaba y George tarareaba alguna melodía dramática para ambientar. Creía que era alguna ópera, quizá la de los nibelungos, pero no lo aseguraba con la mano en el corazón. Claro que no…
A su parecer, faltaba un tazón con palomitas y un refresco para gozar en todo su esplendor como Bill se acercaba a Tom y le extendía una botella de agua en espera de algún gesto de reconocimiento. El mayor la tomaba, bebía un trago pero su boca no se abría para un mísero ‘gracias’ y a juzgar por la expresión que Bill ponía, no le caía nada bien semejante grosería.
—Oh, oh… Nuestro pequeño par de gemelos siguen en trifulca. –El susto fue poco, pero George se encontró sonriendo como bobo ante la repentina aparición de Gustav, quien se sentó a su lado y le hizo compañía durante la media hora que tardó la sesión fotográfica en iniciar, ofreciendo su hombro para que el castaño se inclinara.
Gustav, tras su libro, uno grueso y de letra diminuta, se fingió muy concentrado y le funcionó de maravillas.
No el caso de George, quien antes de que Bill hiciera acto de aparición con una desolación a cuestas, veía simple televisión. El menor de los gemelos le demostró que eso no era impedimento suficiente para no hacerle caso en una de sus crisis de diva, así que se la apagó y se recostó con la cabeza en sus piernas e instando que con su mano le acariciara la cabeza hasta hacerse calmar así mismo.
—Soy huérfano –lloriqueó—, no tengo donde dormir porque Tom sigue molesto y me ha vetado de su litera. Ugh, Tomi malo… —murmuró con rencor y hundió su cara entre las manos.
George sólo resopló. Ya estaba resignado a que Bill le iba a venir con algún cuento sentimental de fraternidad rota o ‘maltrato’ por parte de Tom.
Su pelea de la mañana se había extendido ya por largas 12 horas y no parecía llegar a buen término en al menos otro periodo igual. Tom cargaba a cuestas una dosis de paciencia envidiable de la cual hacía gala siendo gemelo de Bill, pero hasta él tenía sus momentos de intolerancia y le había llegado uno.
Situación que Bill no comprendía y le hacía lloriquear por todo el autobús como alma en pena. A criterio del bajista, sólo le faltaban las cadenas, que los gemidos de fantasma ya le salían creíbles.
—¿Y que tú no tienes tu propia litera? –Le preguntó el mayor.
—Mi litera es un basurero. Sale más fácil dormir en el suelo que… Ja, que descombrar esa zona. –Rió con amargura y se acomodó mejor para quedar mirando a George desde abajo directo a la barbilla.
—Entonces duerme en el suelo, por Dios santo. Una vez en la vida no te matará.
—Eso no lo sabemos –y por la solemnidad con la que lo dijo, George se convenció de que quizá Bill exageraba cualquier ínfimo problema en su vida, pero que éste no encajaba en la descripción.
—No veo otra solución –cabeceó el bajista en negativas, hasta que sintió a Bill incorporarse y tomarle la cabeza por cada lado antes de dirigirle una penetrante mirada directa a los ojos.
Inclusive Gustav detuvo la lectura fingida de su libro porque lo raro del ambiente se sintió por todos lados y era evidente que lo que Bill iba a decir, iba afectarlo no sólo a él, sino también a Gustav ahí presente.
—Déjame dormir en tu litera, ¿Sí, Georgie Pooh? –Batió pestañas lo más encantadoramente posible al tiempo que su labio temblaba—. Sólo por hoy…
—¿Y dónde demonios te piensas que voy a dormir yo? –Rebatió. Si Bill se creía que iba a pagar culpas ajenas estaba muy equivocado. Tremendamente equivocado. Por nada del mundo iba a aceptar dormir en el suelo o…
—Hoy es… —Bill sonrió como niño travieso mientras se inclinaba sobre su oído y susurraba unas palabras—, tú entiendes, una noche especial para los virgo… Gusti…
—Ya, ya, comprendo –balbuceó el mayor con nervios retirándose lo más posible. Por la sensación que traía, su rostro y orejas ardiendo en rojo de la vergüenza y la excitación ante la idea—. Tú ganas –masculló no de tan mala gana.
A su parecer, un buen trato, de algún modo, porque cuando Gustav le ayudó a recoger su almohada y a acomodarse mejor en su propia litera, le sonrió de un modo especial. Incluso cuando lo abrazó antes de que ambos cayeran dormidos juntos, la sensación que quedó fue diferente y sólo pudo definirla llamándola eléctrica.
El despertar sorprendió a George con dos sorpresas. La primera, que estaba duro. Realmente duro. Lo que no era de sorprenderse luego de que entraba al mundo de los vivos y descubría la pierna de Gustav presionada entre sus dos muslos y frotando la zona de su entrepierna. Tiempo de tomar ventaja… Hasta que encontraba la segunda sorpresa que no era otra que unas irreprimibles ganas de ir al baño.
La primera como necesidad acuciante, para la segunda como necesidad de primera orden y al cuerpo lo que pidiera… Orinarse en la cama cuando se es niño no es ni la milésima parte de lo que representa hacerlo a los veinte años con tu pareja dormida a un lado con toda confianza.
Tanteando paredes y de paso venciendo la gravedad normal del cuerpo que le pedía tierra firme en lugar de la inestable superficie de un autobús marchando a toda velocidad por la autopista, se encontró con la luz del sanitario encendida y la puerta abierta de par en par.
Sentado en el retrete, Tom. Pravo en mano y pantalones al suelo como si pretendiera leerse todos los artículos de hasta liberar toda presión en los intestinos.
—¡¿Qué carajos…?! –Rezongó. Talló su rostro y como si nada entró en el pequeño cubículo.
—Oye, ¿Qué nadie te enseñó privacidad? –Le espetó Tom.
—¿Y a ti no te enseñaron a cerrar la maldita puerta? Cuando Georgie tiene que hacer, lo hace… —Aclaró ya con mejor tono, inclinándose en el lavamanos y muy dispuesto a orinar ahí. El chorro y la inspiración se le fueron con un golpe en la corva de su rodilla, lo que lo hizo mirar atrás para encontrar a Tom con mala cara—. ¿Qué?
—Eso es desagradable. No orines ahí –se quejó.
—Entonces abre las piernas y trataré con mi mejor puntería de desvelado atinarle al hueco –esperó unos segundo—, ¿No? Bueno, lástima. –Jadeó y el primer chorro de orina salió.
En su mente aún de dormido, encontró entonces que los placeres rudimentarios de la vida eran los más deliciosos. Comer, ir al baño, dormir y follar… Los cuatro como animal. Tal vez alguno más en lista, pero no se lo ocurrió otro luego de que Tom se tiró un sonoro gas y la revista que leía, la usaba de abanico.
—Oh Dios mío santo, al menos avisa… —Tosió el bajista. Terminó de orinar como pudo y tras darse unas sacudidas, salió lo más rápido posible del estrecho espacio. A su espalda, Tom diciendo que más de tres tirones ya contaba como masturbación.
Regresando de vuelta a la zona de literas se encontró con la cabeza soñolienta de Gustav, que con ojos entrecerrados parecía buscarle.
—Baño –murmuró arrastrándose de regreso al colchón y siendo atrapado al instante en un cálido abrazo de piel desnuda y suave—, y no te imaginarías lo que me encontré ahí.
—Ni quiero saber –decía el baterista. Sus manos acariciando la espalda de George y su nariz olisqueando su cuello antes de dejar algún beso por la zona—. Tuve un mal sueño –comentaba de pronto.
—¿Hombres lobo, vampiros y paparazzis que todo lo saben? –Preguntaba con un poco de sorna.
—No. Peor. –Su agarre se tornaba posesivo lo mismo que tembloroso. El detalle no le pasó de largo a George, quien en respuesta buscó un mejor acomodo para luego taparse con la cobija y encontrar un balance perfecto entre dos cuerpos en aquel pequeño espacio—. Gemelos peleados por largo, muy largo tiempo, con nosotros dos en medio del campo de batalla.
—Mierda, Gusti, dijiste mal sueño, no pesadilla diabólica –bromeó George, pero lo que le salió fue un tono de niño asustado.
Después no dijeron nada más. El autobús los adormeció en un balanceo acogedor, pero un brusco frenazo los hizo tener que enfrentarse a la realidad de que al menos en los sueños se tenía la esperanza de la carencia de realidad.
En vida real, con los gritos que los despertaron, así como las agrias palabras y un par de golpes fuertes, no había modo de huir…
—¿Es broma, verdad? –Codeó a Gustav que rodó para darles la espalda y se encontró solo del todo—. Bill, tiene que ser una broma de muy pésimo gusto. Incluso para ti. Haz el puñetero favor de irte a la mierda, ugh.
Se daba vuelta para pasar un brazo por la curva de la cintura de Gustav cuando se veía impulsado más allá de lo posible y los resortes del colchón chirriaban en queja por el peso de tres cuerpos.
Tres cuerpos en una condenada litera…
—No soporto dormir solo… —Murmuró Bill jalando las cobijas y haciéndose un ovillo con ellas. George recibió una rodilla justo a la altura de los riñones y Gustav, harto del todo y maldiciendo a la madre que los había parido a todos, salió desde el fondo dando pestes y dejando a Bill y a George en su propio compartimiento.
Unos pasos por el pasillo y un jalón de cortina que le indicó a George que en primer lugar, Gustav lo había dejado soportando a Bill en su compartimiento. Lo segundo, que se había ido a dormir al suyo y que evidentemente estaba vetado de su propio espacio… En tercero…
—Oh Bill, sólo aléjate… —En tercero, que Bill parecía alguna especie de animal doméstico que buscaba tanto calor como cariño humano.
Tom, que seguía distante con él, por no decir enfurecido, lo tenía exiliado de su litera y obligaba al menor de los gemelos a ir mendigando por todos lados un sitio a dormir con la excusa de que su propio cubículo estaba atestado de ropa y desastre tanto sin clasificar, como tóxico. Eso último sin ponerse en duda por el aroma que expelía la zona. Tom podía ser un cerdo, pero Bill le iba a la zaga.
—¿No crees que es gracioso que tú y yo estemos juntos aquí? –Susurraba de pronto el menor. En su tono, ni el menor atisbo de lo que no fuera diversión. Parecía creerse en una fiesta de pijamas mientras se acomodaba mejor con el reducido espacio y picaba a George en las costillas para que no se durmiera—. Digo, Tom no está conmigo y Gustav no lo está contigo así que…
—Mierda Bill, cállate, ¿sí? –George se pasaba un brazo por los ojos tratando lo más posible de concentrarse en cualquier cosa que no fuera el fastidio que le bullía—. Hasta hace cinco minutos dormía con Gustav pero entonces vienes tú y lo arruinas todo con tus problemas con Tom. No soy la doctora corazón, ¿sabes?
No mucha paciencia en el tono o al menos eso pensaba el bajista, pero Bill, que salió dando traspiés de la litera, no pensaba igual.
—Carajo…
Mucho orgullo tirado por el drenaje fue el saldo final de esa noche. Eso y tener que dormir con Bill casi encima suyo, una pierna apoyada encima de su estómago y manos firmes a su cabello. El menor de los gemelos siendo tan egoísta como siempre llevándose todas las colchas y de paso, roncando a un lado suyo.
George decía “Genial” mentalmente, pero cargado con un sarcasmo tal que la noche en vela le parecía un castigo leve al hecho de haber sido tan imbécil como ir a implorar el perdón de Bill y hacerle regresar a la litera de Gustav que compartían.
Lo peor siempre estaba por venir…
—Gustav, tsk… —La voz de Tom al otro la cortinilla y haciendo esfuerzos para despertar al usuario que dormía en otro lado.
A George el cabello no le encaneció de puro milagro divino, pero se encontró a sí mismo considerando la idea de tirarse por una de las pequeñas ventanillas si eso implicaba salvarlo de un pésimo malentendido si es que Tom abría la cortinilla y lo encontraba con Bill encima y dormido. En definitiva, no podría explicarlo sin antes conseguir ambos ojos morados y dientes menos.
Carraspeó y escuchó un suspiro al otro lado.
—Bill, tú sabes… —El bajista rodó los ojos. Que todos, inclusive él, acudían con Gustav en búsqueda de un consejo que salvara sus traseros cada que se metían en problemas, lo cual explicaba que Tom estuviera despierto a semejante hora de la madrugada y susurrando su patética situación a quien creía que era Gustav, no era nada nuevo. No se le podía culpar, pero eso no quitaba ni un milímetro el dedo de la llaga de que si por azares del destino descubría lo que en realidad pasaba, en lugar de encontrar una solución, iba a encontrarse muerto.
Por algo así como media hora, Tom permaneció primero echando pestes y luego críticas de auto censura explicando que Bill era un tal y cual y luego que por eso mismo lo amaba tanto.
Para el bajista, quien aparte de tener que estar oliendo el aliento mañanero de su vocalista ya no estaba de tan buen humor, poco le faltaba para buscarse el mismo un castigo con Tom si eso solucionaba el peso muerto que le dificultaba respirar. Rogaba por ello, pero con alivio no fue necesario.
Un par de gruñidos que recordaba que Gustav usaba para amonestarlos a los tres y que venían a significar un ‘Arréglalo, idiota’ funcionaron a la perfección y Tom se comprometió a no dejar pasar un día más sin arreglar las cosas con su adorado Bill.
Así, George descansó en paz al menos hasta que Bill se empecinó en dejar su codo mal acomodado encima de su riñón y no quedó de otra que levantarse y tratar de brillar con encanto a una mañana pesada.
La normalidad regresó con el par de gemelos acaramelados como siempre y con su característico rechinar de literas a medianoche. Con todo, ni Gustav ni George tuvieron quejas al respecto si eso implicaba de sobra que podían regresar a su rutina de dormir juntos sin tener que despertar a medianoche con Bill haciendo tan bien su papel de víctima o teniendo que apresurarse a ponerse un par de bóxers para no ser atrapados en la movida.
—Yep, esto me gusta más –confirmaba el baterista con el rostro enterrado en el pecho de George al tiempo que aspiraba su esencia. Aunque no lo dijera por vergüenza, siempre había pensando que después de venirse, el bajista tenía un aroma tan delicioso que le era difícil separarse de su lado—. No gemelos, no interrupciones y lo mejor de todo, más… Ya sabes, más de esto… —Su pierna rozando la entrepierna de George y ambos riendo con suavidad por lo íntimo que todo se sentía.
—¿Sexo? –Aventuraba el mayor.
—George, esto no es sexo –puntualizaba el menor, resoplando con un poco de bochorno cuando sentía las orejas enrojecerse—. Ya sabes que para que eso suceda hace falta que tú… Ejem, o que yo meta…
—Pido turno primero –le interrumpió George y como premio se ganó un pellizco en el costado—. Hey, quien se duerme pierde su oportunidad.
—Bueno, bueno, ya veremos… —Quitando importancia al asunto, Gustav bostezó y quedó tácito que era muy buen momento para que ambos cayeran en un reparador sueño. Tanto por un día extenuante de trabajo como por una sesión de besos y caricias bastante extendida para lo que solían acostumbrar—. Al menos queda claro que aquello del horóscopo era una patraña.
—¿Por lo de tener sexo? –Preguntó el bajista incorporándose en un codo e inclinándose para besar a su Gusti—, porque creo que eso todavía lo podemos solucionar si me das cinco minutos para recuperarme –bromeó, pero se le murió la sonrisa cuando vio a Gustav debajo suyo cubriéndose el rostro con las manos—. ¿Pasa algo? –Preguntó no muy seguro y abrazándolo—. Oh Gusti, perdón. Yo…
—No, no hablaba de eso o… Quizá sí… Oh Dios, eso no lo debí decir… George, tengo que decirlo…
Al aludido el corazón se le detuvo en un instante… ¿Significaba todo aquello que Gustav planeaba…? ¿Acaso…? “Sexo”, pensó, contrayendo involuntariamente la comisura de los labios en una sonrisa y haciendo más fuerte su agarre en torno al rubio, que se sobresalto pero lo correspondió con iguales ánimos. Si todo aquello era un sí…
—Dime –pronunció, segundos antes de que la ilusión se le muriera lo mismo que su repentina erección.
—Venus no tiene lunas…
—¿Eh…? –George se separó para confrontar rostro a rostro con Gustav y darse contra el muro de la realidad.
—Que Venus no tiene ninguna luna, lo mismo que mercurio, pero no viene al caso explicarlo. Sólo, no tiene lunas y el horóscopo decía que cuando se alinearan o mierdas así entonces… —Se explicó de manera tan científica a lo largo de cinco minutos que a George no le quedó de otra que rebajar sus ímpetus amatorios y entender que sexo con Gusti esa noche, en definitiva no. Nein total.
—Uh, muy interesante… —Pronunció al final.
Venus no tenía lunas y el horóscopo de verdad que era una bazofia. Jamás se iba a fiar en predicciones de ese modo y cuando Bill o Tom le vinieran con discusiones como aquella, de verdad que les iba a azotar en el trasero con las revistas.
Por ello y por dejarse llevar un poco por la desilusión, casi se perdía del susurro de Gustav, que muy quedo y tímido, le susurraba que quizá…
—… ya sabes, eso no impide que tú yo no tengamos sexo… —Le llegaba de muy cerca y al encarar al rubio lo veía color grana a pesar de lo oscuro—. Nunca he sido muy creyente de las revistas para hacer lo que quiero…
—¿En serio? –Susurró en respuesta.
—Sip… A menos que quieras hacer caso de tu horóscopo –bromeaba en un tono ligero, antes de acomodarse de nuevo en un apretado abrazo y buscar el confort necesario para dormir.
—Nunca lo llegué a leer –se disculpó, haciendo nota de revisarlo en la mañana porque en ese mismo instante, con Gustav en un estado tan confidente, no pensaba levantarse.
Luego no respuesta. Ni un buenas noches; el beso leve y perezoso que intercambiaron lo dijo todo.
—Patrañas y lo sabes. –Bostezó—. Jodido horóscopo.
—Pues lástima entonces, que para los nacidos en virgo, dice que hoy es una excelente noche para mostrarte romántico con tu pareja y demostrarle cuánto lo quieres, eh Tom. ¡Eh! –Lo pateó por debajo de la mesa y siguió muy concentrado en su lectura—. No sería mala idea que lo pusieras en práctica alguna vez –siseó.
Por desgracia para George como para Gustav, aquello era una especie de pelea de pareja en la que no se querían ver involucrados y menos por un condenado horóscopo de una de las tantas revistas que Bill compraba.
A modo de muestra, Gustav se escondía tras su periódico y pasaba de todo sin alzar ni un poco las cejas, pero George no podía emularlo o al menos no tan bien.
En un inicio era sencillo. El parloteo de Bill bien podía convertirse en un ruido ambiental como el zumbido de una mosca o el transitar de los vehículos por alguna atestada calle, pero era imposible cuando algo de todas las incoherencias que decía, le llamaba la atención.
Algo como que porque la sexta casa del zodiaco estaba alineada al sol y los planetas giraban al lado contrario pudiera ocasionar que los virgo tuvieran una noche de sexo salvaje y alocado.
Virgos como Tom y Bill, al menos de signo, que George sabía que ese par de cabrones ni las orejas tenían sin penetrar… Pero igual Gustav era virgo… Y virgen en un sentido que le interesaba… Al pensarlo, George se atascó con un trozo de su tostada que medio pasó con golpecitos de pecho y medio escupió por la nariz del impulso que le costó contener su risa.
Gustav acudió a su auxilio muy alejado de toda la sarta de pensamientos en los que George lo tenía en mente, pero pareció captar un poco de aquella atmósfera tanto por la mirada que el bajista le dirigió, como por el bulto sospechoso que se formaba entre sus piernas y que George cubrió con su servilleta lo más discreto posible para no tener que pasar más vergüenza.
—… Yo no necesito del horóscopo para acostarme –refunfuñó alto Tom y el pequeño ambiente confidente se rompió. George empinando su taza de café y Gustav escondiéndose de nueva cuenta bajo su periódico.
—Claro –rodó los ojos Bill con mucho sarcasmo en su voz. Desdeñando las burlas de su gemelo, entonces se giró a George y el gesto le cayó como piedra en el estómago. Una cierta intención que se adivinaba en Bill y que le daba mala espina—. Y tu George, ¿Quieres que te lea el horóscopo?
Sin esperar mucho, o en todo caso, un asentimiento o negación, empezó.
—Día de la suerte… Hum, no, eso para luego… A ver, debe estar por aquí… —Murmuraba para sí recorriendo la página con un perfecto dedo manicurado.
A su lado, Tom carcajeaba a su modo en espera de alguna oportunidad para reírse más fuerte. A George eso le hacía sentir las orejas ardiendo y temía que el hecho de que la revista fuera una de moda para mujeres, afectara el resultado.
Para su sorpresa, Bill la cerró de golpe y resopló aire con tanta fuerza que un mechón rebelde que la caía desde el centro de la frente, salió volando al cielo.
—¡Esto del horóscopo es una bazofia! –Alegó con renovado interés en su desayuno y dando un manotazo sobre la mano de Tom, que serpenteaba entre los vasos y los cubiertos en pos de la revista—. ¿Pero quieres un consejo, George? –No espero respuesta—, tírate un virgo. Hoy es día de follar virgo…
—Virgo… —Comentó Tom con aire ausente y el ceño fruncido. El bajista casi podía ver los engranes de su cerebro moviéndose con dificultad por la falta de lubricación y uso, y quiso reírse por ello. Quizá Tom pensaba que él y Bill… —¡Hey, yo soy virgo! –Exclamó acaloradamente. Alzaba un dedo que se estampaba casi contra la nariz de George y se quedaba unos segundos sin saber qué decir o hacer.
—Estoy advertido –respondió el mayor lamiendo su labio inferior y mirando de reojo a Gustav. Mal gesto y mala movida. En su mente su virgo era Gustav, pero Bill que estaba cruzando la zona peligrosa entre su amado y él, lo colocó en punto de vigía de Tom, quien con un despliegue inusitado de celos y confusión, estampó el puño contra la mesa y pasó el resto del desayuno en total silencio.
—Tienes que decirle algo, anda –le pateó Bill en la pantorrilla y por el gimoteo con el que lo dijo, George casi se levantaba de su cómodo sillón para ir con Tom y… ¿Disculparse? Cabeceó en negación más para sí mismo que para la no tan ridícula petición, pero Bill se lo tomó mal.
Se sentó a su lado y enrollándose en uno de sus brazos, hundió la cabeza en la curva entre su cuello y su hombro para hacer pucheros.
—No soy Tom, sabes que eso no funciona conmigo –dijo el bajista. No hizo intentos de quitárselo de encima, pero tampoco de consolarlo.
Aquella misma mañana, luego del tenso desayuno y hasta que Gustav se había quitado el escudo que su periódico significaba, habían salido a cumplir lo que parecía un flojo itinerario. Al menos en comparación con otros días, pero en definitiva no tan cargado como solía ser.
Por tanto, la tarde que pasaban en semi reposo o semi trabajo según la perspectiva en que se le veía, podía ser tanto una bendición –para Gustav que tenía los audífonos puestos y movía los pies al ritmo de la música— como una maldición. Para el resto de la banda, la última categoría y todo gracias a la Pravo que Bill, no contento con el malentendido de la mañana, cargaba a todos lados apretada al pecho.
Tom al parecer se lo había tomado lo más mal posible. George creía que Tom pensaba que… Se estampaba luego la mano contra la cara y Bill se sacudía de su brazo para gimotear más.
Al bajista todo aquello le parecía un lío de adolescentes. Maquillaje y uñas lacadas gracias a Bill… Tenía que desechar todo aquello de mente y encontrarle solución como el mayor, pero no más maduro, miembro de la banda. En la idea que tenía, al menos portarse como hombre e ir en pos de Tom para aclarar el malentendido y de una buena vez quitarse de encima a Bill.
Bastante tenía con sus asuntos con Gustav para tener que verse envuelto en problemas con los gemelos. Más aún si no eran problemas que había mandado llamar y en los que Bill le inmiscuía sin preguntar.
—Oh Bill, no sé como decirlo… —Empezó el mayor con dulzura. Acarició la cabeza de cabellos alborotados—, ¡Pero con una mierda, no me importa! –Le arreó un golpe sobre la mollera y Bill le pellizcó un costado en respuesta—. Alto, no te enojes que la culpa no ha sido mía.
—Claro que sí –rebatió el menor—, es tu culpa ser Aries y tener un pésimo horóscopo para al menos un mes. Arruinas no sólo mi vida sexual sino la de Gustav, ¿Es virgo, sabes?
—Gracias por las noticias –rezongó el bajista—, pero de ningún modo he arruinado tu –carraspeó— ya sabes, esa cosa… Arregla tus asuntos con Tom antes de que nos quiera asesinar a los dos y luego quiera empalar nuestros cadáveres.
—Sí, sí… —Bill se ruborizó—, pero también… Espera, no ha sido mi culpa. Es un sano malentendido así que sólo iré con él y todo estará solucionado en segundos. Eso –y sin esperar contestación, se levantó del sillón y fue en busca de su gemelo.
Le dio así a George la vista privilegiada de un drama mudo.
Esperando una sesión fotográfica precisamente para la revista Pravo, tenían de fondo un lindo escenario a colores sobre el cual Tom fingía prestar atención mientras Bill se disculpaba y George tarareaba alguna melodía dramática para ambientar. Creía que era alguna ópera, quizá la de los nibelungos, pero no lo aseguraba con la mano en el corazón. Claro que no…
A su parecer, faltaba un tazón con palomitas y un refresco para gozar en todo su esplendor como Bill se acercaba a Tom y le extendía una botella de agua en espera de algún gesto de reconocimiento. El mayor la tomaba, bebía un trago pero su boca no se abría para un mísero ‘gracias’ y a juzgar por la expresión que Bill ponía, no le caía nada bien semejante grosería.
—Oh, oh… Nuestro pequeño par de gemelos siguen en trifulca. –El susto fue poco, pero George se encontró sonriendo como bobo ante la repentina aparición de Gustav, quien se sentó a su lado y le hizo compañía durante la media hora que tardó la sesión fotográfica en iniciar, ofreciendo su hombro para que el castaño se inclinara.
Gustav, tras su libro, uno grueso y de letra diminuta, se fingió muy concentrado y le funcionó de maravillas.
No el caso de George, quien antes de que Bill hiciera acto de aparición con una desolación a cuestas, veía simple televisión. El menor de los gemelos le demostró que eso no era impedimento suficiente para no hacerle caso en una de sus crisis de diva, así que se la apagó y se recostó con la cabeza en sus piernas e instando que con su mano le acariciara la cabeza hasta hacerse calmar así mismo.
—Soy huérfano –lloriqueó—, no tengo donde dormir porque Tom sigue molesto y me ha vetado de su litera. Ugh, Tomi malo… —murmuró con rencor y hundió su cara entre las manos.
George sólo resopló. Ya estaba resignado a que Bill le iba a venir con algún cuento sentimental de fraternidad rota o ‘maltrato’ por parte de Tom.
Su pelea de la mañana se había extendido ya por largas 12 horas y no parecía llegar a buen término en al menos otro periodo igual. Tom cargaba a cuestas una dosis de paciencia envidiable de la cual hacía gala siendo gemelo de Bill, pero hasta él tenía sus momentos de intolerancia y le había llegado uno.
Situación que Bill no comprendía y le hacía lloriquear por todo el autobús como alma en pena. A criterio del bajista, sólo le faltaban las cadenas, que los gemidos de fantasma ya le salían creíbles.
—¿Y que tú no tienes tu propia litera? –Le preguntó el mayor.
—Mi litera es un basurero. Sale más fácil dormir en el suelo que… Ja, que descombrar esa zona. –Rió con amargura y se acomodó mejor para quedar mirando a George desde abajo directo a la barbilla.
—Entonces duerme en el suelo, por Dios santo. Una vez en la vida no te matará.
—Eso no lo sabemos –y por la solemnidad con la que lo dijo, George se convenció de que quizá Bill exageraba cualquier ínfimo problema en su vida, pero que éste no encajaba en la descripción.
—No veo otra solución –cabeceó el bajista en negativas, hasta que sintió a Bill incorporarse y tomarle la cabeza por cada lado antes de dirigirle una penetrante mirada directa a los ojos.
Inclusive Gustav detuvo la lectura fingida de su libro porque lo raro del ambiente se sintió por todos lados y era evidente que lo que Bill iba a decir, iba afectarlo no sólo a él, sino también a Gustav ahí presente.
—Déjame dormir en tu litera, ¿Sí, Georgie Pooh? –Batió pestañas lo más encantadoramente posible al tiempo que su labio temblaba—. Sólo por hoy…
—¿Y dónde demonios te piensas que voy a dormir yo? –Rebatió. Si Bill se creía que iba a pagar culpas ajenas estaba muy equivocado. Tremendamente equivocado. Por nada del mundo iba a aceptar dormir en el suelo o…
—Hoy es… —Bill sonrió como niño travieso mientras se inclinaba sobre su oído y susurraba unas palabras—, tú entiendes, una noche especial para los virgo… Gusti…
—Ya, ya, comprendo –balbuceó el mayor con nervios retirándose lo más posible. Por la sensación que traía, su rostro y orejas ardiendo en rojo de la vergüenza y la excitación ante la idea—. Tú ganas –masculló no de tan mala gana.
A su parecer, un buen trato, de algún modo, porque cuando Gustav le ayudó a recoger su almohada y a acomodarse mejor en su propia litera, le sonrió de un modo especial. Incluso cuando lo abrazó antes de que ambos cayeran dormidos juntos, la sensación que quedó fue diferente y sólo pudo definirla llamándola eléctrica.
El despertar sorprendió a George con dos sorpresas. La primera, que estaba duro. Realmente duro. Lo que no era de sorprenderse luego de que entraba al mundo de los vivos y descubría la pierna de Gustav presionada entre sus dos muslos y frotando la zona de su entrepierna. Tiempo de tomar ventaja… Hasta que encontraba la segunda sorpresa que no era otra que unas irreprimibles ganas de ir al baño.
La primera como necesidad acuciante, para la segunda como necesidad de primera orden y al cuerpo lo que pidiera… Orinarse en la cama cuando se es niño no es ni la milésima parte de lo que representa hacerlo a los veinte años con tu pareja dormida a un lado con toda confianza.
Tanteando paredes y de paso venciendo la gravedad normal del cuerpo que le pedía tierra firme en lugar de la inestable superficie de un autobús marchando a toda velocidad por la autopista, se encontró con la luz del sanitario encendida y la puerta abierta de par en par.
Sentado en el retrete, Tom. Pravo en mano y pantalones al suelo como si pretendiera leerse todos los artículos de hasta liberar toda presión en los intestinos.
—¡¿Qué carajos…?! –Rezongó. Talló su rostro y como si nada entró en el pequeño cubículo.
—Oye, ¿Qué nadie te enseñó privacidad? –Le espetó Tom.
—¿Y a ti no te enseñaron a cerrar la maldita puerta? Cuando Georgie tiene que hacer, lo hace… —Aclaró ya con mejor tono, inclinándose en el lavamanos y muy dispuesto a orinar ahí. El chorro y la inspiración se le fueron con un golpe en la corva de su rodilla, lo que lo hizo mirar atrás para encontrar a Tom con mala cara—. ¿Qué?
—Eso es desagradable. No orines ahí –se quejó.
—Entonces abre las piernas y trataré con mi mejor puntería de desvelado atinarle al hueco –esperó unos segundo—, ¿No? Bueno, lástima. –Jadeó y el primer chorro de orina salió.
En su mente aún de dormido, encontró entonces que los placeres rudimentarios de la vida eran los más deliciosos. Comer, ir al baño, dormir y follar… Los cuatro como animal. Tal vez alguno más en lista, pero no se lo ocurrió otro luego de que Tom se tiró un sonoro gas y la revista que leía, la usaba de abanico.
—Oh Dios mío santo, al menos avisa… —Tosió el bajista. Terminó de orinar como pudo y tras darse unas sacudidas, salió lo más rápido posible del estrecho espacio. A su espalda, Tom diciendo que más de tres tirones ya contaba como masturbación.
Regresando de vuelta a la zona de literas se encontró con la cabeza soñolienta de Gustav, que con ojos entrecerrados parecía buscarle.
—Baño –murmuró arrastrándose de regreso al colchón y siendo atrapado al instante en un cálido abrazo de piel desnuda y suave—, y no te imaginarías lo que me encontré ahí.
—Ni quiero saber –decía el baterista. Sus manos acariciando la espalda de George y su nariz olisqueando su cuello antes de dejar algún beso por la zona—. Tuve un mal sueño –comentaba de pronto.
—¿Hombres lobo, vampiros y paparazzis que todo lo saben? –Preguntaba con un poco de sorna.
—No. Peor. –Su agarre se tornaba posesivo lo mismo que tembloroso. El detalle no le pasó de largo a George, quien en respuesta buscó un mejor acomodo para luego taparse con la cobija y encontrar un balance perfecto entre dos cuerpos en aquel pequeño espacio—. Gemelos peleados por largo, muy largo tiempo, con nosotros dos en medio del campo de batalla.
—Mierda, Gusti, dijiste mal sueño, no pesadilla diabólica –bromeó George, pero lo que le salió fue un tono de niño asustado.
Después no dijeron nada más. El autobús los adormeció en un balanceo acogedor, pero un brusco frenazo los hizo tener que enfrentarse a la realidad de que al menos en los sueños se tenía la esperanza de la carencia de realidad.
En vida real, con los gritos que los despertaron, así como las agrias palabras y un par de golpes fuertes, no había modo de huir…
—¿Es broma, verdad? –Codeó a Gustav que rodó para darles la espalda y se encontró solo del todo—. Bill, tiene que ser una broma de muy pésimo gusto. Incluso para ti. Haz el puñetero favor de irte a la mierda, ugh.
Se daba vuelta para pasar un brazo por la curva de la cintura de Gustav cuando se veía impulsado más allá de lo posible y los resortes del colchón chirriaban en queja por el peso de tres cuerpos.
Tres cuerpos en una condenada litera…
—No soporto dormir solo… —Murmuró Bill jalando las cobijas y haciéndose un ovillo con ellas. George recibió una rodilla justo a la altura de los riñones y Gustav, harto del todo y maldiciendo a la madre que los había parido a todos, salió desde el fondo dando pestes y dejando a Bill y a George en su propio compartimiento.
Unos pasos por el pasillo y un jalón de cortina que le indicó a George que en primer lugar, Gustav lo había dejado soportando a Bill en su compartimiento. Lo segundo, que se había ido a dormir al suyo y que evidentemente estaba vetado de su propio espacio… En tercero…
—Oh Bill, sólo aléjate… —En tercero, que Bill parecía alguna especie de animal doméstico que buscaba tanto calor como cariño humano.
Tom, que seguía distante con él, por no decir enfurecido, lo tenía exiliado de su litera y obligaba al menor de los gemelos a ir mendigando por todos lados un sitio a dormir con la excusa de que su propio cubículo estaba atestado de ropa y desastre tanto sin clasificar, como tóxico. Eso último sin ponerse en duda por el aroma que expelía la zona. Tom podía ser un cerdo, pero Bill le iba a la zaga.
—¿No crees que es gracioso que tú y yo estemos juntos aquí? –Susurraba de pronto el menor. En su tono, ni el menor atisbo de lo que no fuera diversión. Parecía creerse en una fiesta de pijamas mientras se acomodaba mejor con el reducido espacio y picaba a George en las costillas para que no se durmiera—. Digo, Tom no está conmigo y Gustav no lo está contigo así que…
—Mierda Bill, cállate, ¿sí? –George se pasaba un brazo por los ojos tratando lo más posible de concentrarse en cualquier cosa que no fuera el fastidio que le bullía—. Hasta hace cinco minutos dormía con Gustav pero entonces vienes tú y lo arruinas todo con tus problemas con Tom. No soy la doctora corazón, ¿sabes?
No mucha paciencia en el tono o al menos eso pensaba el bajista, pero Bill, que salió dando traspiés de la litera, no pensaba igual.
—Carajo…
Mucho orgullo tirado por el drenaje fue el saldo final de esa noche. Eso y tener que dormir con Bill casi encima suyo, una pierna apoyada encima de su estómago y manos firmes a su cabello. El menor de los gemelos siendo tan egoísta como siempre llevándose todas las colchas y de paso, roncando a un lado suyo.
George decía “Genial” mentalmente, pero cargado con un sarcasmo tal que la noche en vela le parecía un castigo leve al hecho de haber sido tan imbécil como ir a implorar el perdón de Bill y hacerle regresar a la litera de Gustav que compartían.
Lo peor siempre estaba por venir…
—Gustav, tsk… —La voz de Tom al otro la cortinilla y haciendo esfuerzos para despertar al usuario que dormía en otro lado.
A George el cabello no le encaneció de puro milagro divino, pero se encontró a sí mismo considerando la idea de tirarse por una de las pequeñas ventanillas si eso implicaba salvarlo de un pésimo malentendido si es que Tom abría la cortinilla y lo encontraba con Bill encima y dormido. En definitiva, no podría explicarlo sin antes conseguir ambos ojos morados y dientes menos.
Carraspeó y escuchó un suspiro al otro lado.
—Bill, tú sabes… —El bajista rodó los ojos. Que todos, inclusive él, acudían con Gustav en búsqueda de un consejo que salvara sus traseros cada que se metían en problemas, lo cual explicaba que Tom estuviera despierto a semejante hora de la madrugada y susurrando su patética situación a quien creía que era Gustav, no era nada nuevo. No se le podía culpar, pero eso no quitaba ni un milímetro el dedo de la llaga de que si por azares del destino descubría lo que en realidad pasaba, en lugar de encontrar una solución, iba a encontrarse muerto.
Por algo así como media hora, Tom permaneció primero echando pestes y luego críticas de auto censura explicando que Bill era un tal y cual y luego que por eso mismo lo amaba tanto.
Para el bajista, quien aparte de tener que estar oliendo el aliento mañanero de su vocalista ya no estaba de tan buen humor, poco le faltaba para buscarse el mismo un castigo con Tom si eso solucionaba el peso muerto que le dificultaba respirar. Rogaba por ello, pero con alivio no fue necesario.
Un par de gruñidos que recordaba que Gustav usaba para amonestarlos a los tres y que venían a significar un ‘Arréglalo, idiota’ funcionaron a la perfección y Tom se comprometió a no dejar pasar un día más sin arreglar las cosas con su adorado Bill.
Así, George descansó en paz al menos hasta que Bill se empecinó en dejar su codo mal acomodado encima de su riñón y no quedó de otra que levantarse y tratar de brillar con encanto a una mañana pesada.
La normalidad regresó con el par de gemelos acaramelados como siempre y con su característico rechinar de literas a medianoche. Con todo, ni Gustav ni George tuvieron quejas al respecto si eso implicaba de sobra que podían regresar a su rutina de dormir juntos sin tener que despertar a medianoche con Bill haciendo tan bien su papel de víctima o teniendo que apresurarse a ponerse un par de bóxers para no ser atrapados en la movida.
—Yep, esto me gusta más –confirmaba el baterista con el rostro enterrado en el pecho de George al tiempo que aspiraba su esencia. Aunque no lo dijera por vergüenza, siempre había pensando que después de venirse, el bajista tenía un aroma tan delicioso que le era difícil separarse de su lado—. No gemelos, no interrupciones y lo mejor de todo, más… Ya sabes, más de esto… —Su pierna rozando la entrepierna de George y ambos riendo con suavidad por lo íntimo que todo se sentía.
—¿Sexo? –Aventuraba el mayor.
—George, esto no es sexo –puntualizaba el menor, resoplando con un poco de bochorno cuando sentía las orejas enrojecerse—. Ya sabes que para que eso suceda hace falta que tú… Ejem, o que yo meta…
—Pido turno primero –le interrumpió George y como premio se ganó un pellizco en el costado—. Hey, quien se duerme pierde su oportunidad.
—Bueno, bueno, ya veremos… —Quitando importancia al asunto, Gustav bostezó y quedó tácito que era muy buen momento para que ambos cayeran en un reparador sueño. Tanto por un día extenuante de trabajo como por una sesión de besos y caricias bastante extendida para lo que solían acostumbrar—. Al menos queda claro que aquello del horóscopo era una patraña.
—¿Por lo de tener sexo? –Preguntó el bajista incorporándose en un codo e inclinándose para besar a su Gusti—, porque creo que eso todavía lo podemos solucionar si me das cinco minutos para recuperarme –bromeó, pero se le murió la sonrisa cuando vio a Gustav debajo suyo cubriéndose el rostro con las manos—. ¿Pasa algo? –Preguntó no muy seguro y abrazándolo—. Oh Gusti, perdón. Yo…
—No, no hablaba de eso o… Quizá sí… Oh Dios, eso no lo debí decir… George, tengo que decirlo…
Al aludido el corazón se le detuvo en un instante… ¿Significaba todo aquello que Gustav planeaba…? ¿Acaso…? “Sexo”, pensó, contrayendo involuntariamente la comisura de los labios en una sonrisa y haciendo más fuerte su agarre en torno al rubio, que se sobresalto pero lo correspondió con iguales ánimos. Si todo aquello era un sí…
—Dime –pronunció, segundos antes de que la ilusión se le muriera lo mismo que su repentina erección.
—Venus no tiene lunas…
—¿Eh…? –George se separó para confrontar rostro a rostro con Gustav y darse contra el muro de la realidad.
—Que Venus no tiene ninguna luna, lo mismo que mercurio, pero no viene al caso explicarlo. Sólo, no tiene lunas y el horóscopo decía que cuando se alinearan o mierdas así entonces… —Se explicó de manera tan científica a lo largo de cinco minutos que a George no le quedó de otra que rebajar sus ímpetus amatorios y entender que sexo con Gusti esa noche, en definitiva no. Nein total.
—Uh, muy interesante… —Pronunció al final.
Venus no tenía lunas y el horóscopo de verdad que era una bazofia. Jamás se iba a fiar en predicciones de ese modo y cuando Bill o Tom le vinieran con discusiones como aquella, de verdad que les iba a azotar en el trasero con las revistas.
Por ello y por dejarse llevar un poco por la desilusión, casi se perdía del susurro de Gustav, que muy quedo y tímido, le susurraba que quizá…
—… ya sabes, eso no impide que tú yo no tengamos sexo… —Le llegaba de muy cerca y al encarar al rubio lo veía color grana a pesar de lo oscuro—. Nunca he sido muy creyente de las revistas para hacer lo que quiero…
—¿En serio? –Susurró en respuesta.
—Sip… A menos que quieras hacer caso de tu horóscopo –bromeaba en un tono ligero, antes de acomodarse de nuevo en un apretado abrazo y buscar el confort necesario para dormir.
—Nunca lo llegué a leer –se disculpó, haciendo nota de revisarlo en la mañana porque en ese mismo instante, con Gustav en un estado tan confidente, no pensaba levantarse.
Luego no respuesta. Ni un buenas noches; el beso leve y perezoso que intercambiaron lo dijo todo.