Tokio Hotel World

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    Capitulo 8: De Año Nuevo a La Eternidad

    Alisson Kaulitz
    Alisson Kaulitz
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    Mensaje  Alisson Kaulitz Dom Ago 07, 2011 7:25 pm

    —Ow, ow, ow –se quejó Gustav con una enorme caja en los brazos y luchando el mismo tiempo por abrir la puerta lo suficiente como para entrar sin descalabrarse en el proceso. Algo en lo absoluto imposible si se tomaba en cuenta que la caja le cubría los ojos y apenas si podía tantear la perilla que tenía al frente.
    —Gus, vamos –lo alcanzó Georg, depositando en el suelo una aspiradora y una bolsa antes de abrir él mismo la puerta y dejar que el baterista pudiera pasar—. ¿Tan difícil es pedir ayuda?
    El aludido carraspeó. –No necesitaba ayuda, uhm, yo sólo estaba, uhm…
    —¿Viendo cuánto podías soportar antes de que te diera un calambre? –Arqueó Georg una ceja, escéptico por la excusa que su novio de un mes y trece días le daba. Y no es que estuviera contando los días (secretamente sí, con nervios y ansías al tope), pero era fácil sacar cuenta si se tomaba en cuenta que lo suyo había empezado con el primer día del año y de ahí en adelante, contar no requería de calendarios.
    Gustav quiso desechar su suposición, pero en cuanto la caja tocó el suelo, el baterista escuchó su espalda crujir y le fue imposible mentir. –Mierda, ok. Tú ganas.
    —Gusti, no seas así… —Lo guió Georg contra uno de los sofás nuevos, aún con su envoltorio plástico recubriéndolos, para sentarlo ahí con delicadeza—. Somos pareja, ayudarnos está bien. No serás menos independiente si de vez en cuando me pides ayuda; en cambio, si sigues así, creo que terminarás con una hernia o algo parecido. Caray, esa caja era para dos personas, no tenías por qué traerla tú solo todo el camino.
    —Ouch, lo sé –murmuró Gustav, lamentando tener un orgullo tan grande—. Te prometo que si llego a pensar en hacerlo de nuevo, antes te llamaré.
    —Perfecto –se sentó Georg a su lado, los dos soltando sendos suspiros cuando sus músculos en tensión tras una largo día de mover cajas desde el antiguo departamento al nuevo, se vieron en lo que parecía un descanso de más de cinco minutos para beber agua—. Ahora que ya todo está aquí, bien podríamos tomar una siesta, comer, estrenar nuestro nuevo lugar… —Alzó las cejas sugestivamente—. Quizá no en ese orden…
    —Primero comer, después lo que tú quieras. Lo juro –alzó Gustav una mano al aire—. Pero comida antes de que otra cosa suceda.
    —¿Curry de la esquina? –Confirmó Georg con Gustav y éste asintió con el peso de su alma encima—. Bien, estaré de vuelta en menos de media hora –se inclinó a besar a su novio en lo labios y después, con abrigo y llaves en mano, cerrar la puerta tras de sí.
    El silencio del departamento vacío alteró por una fracción de segundo a Gustav, quien sin un momento a solas o sin Georg, para ser exacto, desde hacía más de un mes, apenas si recordaba lo que eran los días sin compañía de alguien más que la suya.
    En el último mes muchas cosas habían cambiado y no hablaba sólo por el nuevo estatus de relación que mantenía con Georg, sino otros cambios que fluctuaban entre lo diminuto y lo gigantesco. Empezando por lo que sería su mudanza definitiva. Luego de dos semanas de convivencia y en plena de fase de luna de miel, el espacio dentro del anterior departamento de Gustav les empezó a parecer a ambos… Pues estrecho. Georg contaba con un guardarropa bastante amplio y los armarios del baterista pronto se vieron al borde de una explosión de camisetas y calcetines. El problema se solucionó momentáneamente cuando Gustav puso manos en acción a buscar espacio para la ropa y se vio en la encrucijada de comprar una nueva cómoda o reducir el espacio de su habitación a lo mínimo.
    Gustav se las ingenió durante un par de días más, guardando ropa en sitios extraños, pero su plan falló cuando Georg, viéndolo esconder la ropa interior en la alacena, entre la latería y las especies, se molestó por ello. Al día siguiente regresó con la sección de económicos bajo el brazo y por el resto de la tarde, ocuparon sus horas viendo posibles departamentos en renta. Un par de visitas y el desencanto dio paso a la ilusión de mudarse a un sitio más grande.
    Todos los departamentos que habían tomado a consideración eran pequeños, oscuros, viejos, caros, en una mala zona, con las paredes delgadas, sin algunos servicios o francamente sucios. A veces una combinación de varios adjetivos.
    Justo cuando parecía que iban a rendirse, Georg tuvo una repentina inspiración…
    —¿Y si en lugar de rentar, compramos? Podríamos hasta tener un sitio más grande, con una terraza y más de una habitación, ¿qué dices, Gus? –Había dicho Georg y tras unos segundos angustiantes en los que el baterista calculaba los pros y los contras, Gustav aceptó.
    Fue así como Judith Masters, su agente inmobiliaria entró en acción y en menos de diez días, eran los flamantes dueños de un piso a nombre de ambos en una buena zona, con lo que parecían buenos vecinos, si los saludos de bienvenida que habían recibido eran prueba de ello. Mejor aún, dueños de la planta número cinco (por terquedad de Gustav a los buenos recuerdos de su anterior departamento) en un edificio donde sí existía un elevador y donde no tendrían que subir y bajar las escaleras hasta quedar jadeando como perros en pleno verano. Ni Georg ni Gustav podían estar más felices con el cambio y sin pensárselo más, habían empacado sus cosas y mudado a su nueva residencia.
    Admirando lo que de ahí en adelante sería su lugar –suyo y de Georg, en plural— el baterista no podía más que sentir que el sufrimiento de los últimos años bien se le había regresado kármicamente con creces y de la mejor manera. Ahora que Georg y él estaban juntos, no podía más que sólo pedir conservar lo que tenía, temeroso de que si pedía algo más, el destino lo castigaría por avaricioso.
    Claro que no todo había sido miel sobre hojuelas. Veronika se había visto involucrada una vez que su estancia en el hospital psiquiátrico se vio finalizada, visitándolos en repetidas veces y amenazando con terminar su vida si Georg no volvía a su lado.
    En una mezcla de sentimientos encontrados, Gustav no había podido más que sentirse mal por ella, por Georg y por él mismo, deseando que todo pudiera terminar bien para los tres y al mismo tiempo consciente de que eso sería un deseo infantil de su parte. Al final, Georg habló seriamente con ella y tras explicarle que lo suyo estaba finiquitado, que alguien más estaba en su vida, recibió una bofetada.
    —¿Es Gustav, verdad? –Había inquirido Veronika con los ojos hundidos en sus cuencas y con al menos un par de kilos menos—. Maldito bastardo, siempre lo supe…
    Después de ese incidente, no volvieron a saber de ella y con la mudanza, las posibilidades se redujeron más. Gustav quería sentirse culpable al respecto, pero no podía. A veces la vida tomaba caminos que podían hacer feliz a uno y miserable al otro. Pretender que tenía la capacidad de controlar eso o decidir en su lugar, sería una blasfemia y Gustav prefería simplemente creer que el destino predeterminaba todo, que a ellos como humanos sólo les tocaba vivir sin comprender.
    Decidido a apartar de su mente los pensamientos negativos, Gustav se inclinó sobre la pila de cajas que tenía al frente y comprobó con alivio que al menos su vajilla se encontraba intacta y empaquetada correctamente.
    Georg y él habían decidido, que si bien algunos muebles los acompañarían a su nuevo piso, también era necesario comprar un juego de sala y uno de comedor, pues al vivir en un departamento minúsculo y sin espacio, Gustav no tenía uno de antes. Por el contrario, Georg sí había tenido uno, pero como él mismo se explicó, no quería nada que le recordara a Veronika en su nuevo piso y el baterista se lo concedió sin rechistar ni una vez.
    El resultado fue una tarde comprando los muebles necesarios, entre ellos un par de electrodomésticos y una cama nueva, que apenas llegó al departamento, los dos le dieron un uso intensivo.
    Recordando la noche que habían pasado en ella, sin importarles la falta de sábanas o un cobertor, Gustav se sonrojó con intensidad sobre una caja que contenía ingredientes de cocina y carraspeó un poco para hacerse recuperar la normalidad.
    —Soy un pervertido –se dijo el baterista en voz baja, aún un poco cohibido con respecto a lo que él y Georg hacían dentro de la habitación… Y bien, no tan adentro, si tomaba en cuenta que en el corto noviazgo que mantenían, ya habían probado una gran variedad de posturas y lugares. Quizá fuera la novedad del acto o que fueran jóvenes y saludables, pero su deseo sexual, en lugar de ir de picada con cada vez que lo hacían, parecía crecer insaciable, al punto en que el baterista creía que llegaría un día en el que no podrían salir fuera de la cama y morirían de hambre y deshidratación.
    En lugar de seguir por aquella línea de pensamiento, Gustav se puso en pie para proseguir lo que ya no sería labor de limpieza, sino de acomodo en aquel, su nuevo piso. Todo estaba ya ahí y el resto era encontrar un lugar para cada cosa. No sería fácil, viendo la cantidad de muebles nuevos y objetos empaquetados, todos en espera de recibir un sitio qué declarar como suyos, pero Gustav tenía la paciencia para ello.
    Georg no tardó en regresar con la comida y encontrar al baterista de rodillas, inclinado sobre una caja y al parecer abstraído en su mente.
    —Ya regresé, Gus –depositó la comida sobre la que sería su mesa del comedor, abarrotada de cajas y objetos varios, para después inclinarse sobre Gustav y besarle la coronilla—. ¿Qué es eso?
    Gustav sonrió con timidez. –Trae la comida y te mostraré.
    Pronto, los dos pasaron lo que sería su primera tarde en el departamento, comiendo curry y pasando hoja tras hoja del mismo álbum que Franziska le había regalado a Gustav para Navidad. Riendo por los viejos tiempos en que sólo eran amigos y planeando a futuro, lo que sería su propio álbum, ahora como amantes.

    El día siguiente trajo consigo una extraña celebración de día de los enamorados. Gustav apenas si festejaba su cumpleaños, mucho menos otro tipo de fechas que le parecían superfluas, pero no queriendo arruinar el ánimo de Georg con sus propias manías, le compró un pequeño regalo (un reloj el cual el bajista había mencionado querer, a sabiendas de que Gustav necesitaba ideas) y se lo dio en el desayuno.
    El piso aún era una zona de caos pese a que se habían dormido tarde acomodando un par de habitaciones. El trabajo iba a durar por lo menos una semana, pero con una infinidad de días libres por delante, la prisa no les apremiaba en los absoluto.
    Por encima de sus desayunos, Georg besó a Gustav y le agradeció el regalo, deslizando al mismo tiempo por la mesa, el suyo. El baterista se llevó una grata sorpresa cuando al abrir la caja que contenía su presente, extrajo un simple recibo.
    —¿Qué es esto? –Leyó en las especificaciones de compra, confundido por lo que podía significar un recibo, que aparentemente pertenecía a una tienda de mascotas.
    —Es más un regalo para nuestra chica que para ti, pero igual –se inclinó Georg por debajo de la mesa y a Gustav casi se le zafó la mandíbula de su sitio cuando vio la tortuga que Georg llevaba en manos—. Es un macho, para que Claudia no esté sola.
    —Uhm –se quiso reír Gustav, de alguna manera feliz—, ¿gracias?
    Sin esperar a terminar sus desayunos, los dos enfilaron a la caja donde Claudia comía con lentitud una hoja gruesa y jugosa de lechuga y depositaron dentro de ella a su nuevo compañero.
    —¿Crees que le guste? –Preguntó Gustav en susurros, inclinándose sobre la caja con ojo crítico e inquieto por la reacción indiferente de Claudia, quien lo miró unos segundos antes de reanudar su comida.
    —Claro que sí –chocó Georg hombros contra él—. Sólo queda decidir un nombre que te guste…
    Gustav, quien había escuchado Alejandro de Lady Gaga toda la mañana por la radio, decidió que quería un varonil nombre que se le pareciera. –Antonio –pronunció con un fuerte acento latino—, ¿qué tal suena?
    —Claudia y Antonio –dijo Georg en voz alta, encantado de cómo sonaba eso—. Es genial, Gus. Suena a historia griega o algo así. Awww –se enjugó una lágrima imaginaria de la comisura de sus ojos—, nuestra bebé ya tiene novio.
    Gustav lo golpeó en el brazo. –Idiota.
    El resto del desayunó aconteció apacible; entrelazando sus dedos por encima de la mesa, Georg y Gustav decidieron seguir limpiando, pintar un par de paredes y pasar la noche viendo películas hasta caer dormidos.
    ¿Podía la vida ser mejor?

    —Este día no podría ir peor –gruñó Gustav con sarcasmo en su voz, unas cuantas semanas después del día de los enamorados, finalizando la llamada que había recibido y deseoso de golpearse la cabeza contra la pared más cercana.
    —Gus, sin dramas, ése no eres tú –intentó consolarlo Georg, fallando con miseria.
    El día había comenzado bien. Una ducha compartida (orgasmo incluido), desayuno de reyes y entonces…
    Justo cuando el bajista les cambiaba el agua y la verdura a Claudia y Antonio, descubrieron a las dos tortugas en una posición comprometedora, extrañamente, con algo faltando… Una llamada al veterinario y una visita de emergencia que costó sus buenos euros reveló que si bien Georg había adquirido una tortuga sana y fuerte, no era un Antonio, sino más bien una Antonia (O ‘Toña’, como señaló el bajista entre risas) la que acompañaba a Claudia y trataba de montarla con su pene imaginario.
    —Sugeriría que las separaran –les explicó el veterinario—, pero parecen ser ya una pareja. Podría morirse de tristeza –y sin más les había cobrado una cuenta astronómica por su consulta a domicilio.
    No es que el baterista tuviera algo en contra de su aparentemente lesbiana tortuga, pero la idea le parecía demasiado bizarra para la normalidad a la que él estaba acostumbrado. Luego de que Georg intentó animarlo diciendo que bien podría llamar a Antonio simplemente Anto si no le gustaba lo de cambiar la o final por una a, al baterista no le quedó de otra que aceptar que incluso la naturaleza tenía sus rarezas y darlo por tema finalizado.
    El día volvió a brillar en su intensidad cuando de pronto el teléfono sonó y un muy alegre Bill le informó que él y su gemelo pasarían unos días en Alemania y querían verlo a él y a Georg.
    A Gustav casi le dio una embolia al escuchar aquellas palabras y se le empeoró el cuadro cuando el menor de los gemelos le dijo que se moría de ganas de verlo a él, a Georg y hasta a Veronika si es que habían superado sus problemas del mes pasado. El baterista se mordió la lengua de decirle: “Qué va, él la dejó y ahora vivimos junto, como amantes”.
    Era por ello que Gustav se sentía del asco, más por los gemelos que por Claudia, pero en shock por ambos eventos que tan de improviso habían caído en su vida.
    —Joder –se dejó caer en el sofá más cercano, apoyando la cabeza contra los cojines y cerrando los ojos. Tenía mucho que pensar.

    —Gus –dijo Georg desde el otro lado de la cama, en una de esas raras ocasiones en las que no estaban enredados el uno en el otro. El baterista, que estaba a punto de quedarse dormido, soltó un gruñido, dando a entender así que estaba despierto pero no por mucho—. ¿Les vamos a decir?
    —¿A quiénes? –Inquirió Gustav, con la almohada amortiguando sus palabras—. ¿De qué hablas?
    —A Tom, a Bill. ¿Les vamos a decir de lo nuestro?
    —Supongo…
    —Porque si es así, me gustaría que mi mamá supiera antes que ellos. –Ante aquello, Gustav abrió grandes los ojos en la oscuridad.
    —¡¿Qué?! –Barbotó.
    —La última vez que hablé con ella me dio a entender que sospechaba algo. Le dije que de momento sólo íbamos a vivir juntos una temporada, pero… —Los resortes de la cama crujieron—. No quiero mentirle. Me dio la vida y en sus palabras “me la puede quitar de vuelta si me porto mal”, así que quiero ser honesto con ella.
    —Uhm, no es una idea descabellada, aunque… ¿Salir del clóset tan pronto?
    —No es salir del clóset, Gus –lo abrazó Georg por detrás, respirando contra su nuca—. Sería más bien confirmar una relación. Me siguen gustando las mujeres y estoy seguro de que tu caso es igual, ¿o me equivoco?
    Gustav suspiro, su respuesta afirmativa en ello. No le habían dejado de gustar las mujeres, era sólo que amaba a Georg desde hacía tantos años…
    —Entonces también debería hablarlo con mi familia –concedió Gustav al final.
    —Y ya que estamos en eso, con Jost. Ya sabes –agrego Georg con una risita— para evitarle una sorpresa desagradable. Sólo por si acaso.
    —Yep –se giró el baterista, a escasos centímetros su boca de la de Georg—. ¿Un beso de buenas noches?
    Georg asintió, seguro de que ese beso no sería el último de la noche.

    —Eso es muy tierno de tu parte… Lo sé, debí darme cuenta antes… ¿Oh, en serio? Bien, yo le diré. Besos, mamá –se despidió Georg de su progenitora por el teléfono y con ello finalizó la llamada—. Mierda, lo tomó con tanta felicidad que hasta, no sé, parece que va a tener a su primer nieto. Pfff, y te manda saludos.
    Sentado a un lado suyo y con la mitad de las uñas de la mano derecha mordisqueadas, Gustav soltó un largo respiro que venía conteniendo de media hora antes.
    Melissa, la madre de Georg, se había tomado la noticia de su nueva relación muy bien, demasiado bien para su gusto. Normalmente al baterista aquellas muestras de comprensión tan repentinas, casi como si fueran producto de su mente febril, le parecían artificiosas y dignas de desconfianza, pero no en el caso de la madre de Georg. La conocía desde muchos años atrás, del tiempo en el que había conocido a Georg y su carácter alegre y siempre positivo era algo que le admiraba.
    —Así que –lo abrazó el bajista por los hombros—, ahora eres miembro de mi familia Listing. Mamá quiere que vayamos de visita antes de que tengamos que entrar al estudio de vuelta y pensé que sería una buena oportunidad. Eso si quieres –agregó con cautela—, pero sabes que eres más que bienvenido.
    —Me encantaría –sonrió Gustav con timidez, desde ese mismo instante con la mitad del peso que cargaba a sus espaldas fuera de su sistema. O más bien un cuarto. El siguiente paso era llamar a su propia familia y comunicarles la noticia. Si bien Franziska ya estaba enterada, sus padres eran otro asunto por completo diferente…
    —¿Gus? –Georg lo sacudió—. Gustav, sé lo que piensas así que relájate y sólo hazlo. Ten –le dejó el teléfono en sus manos inertes—. ¿O prefieres que lo haga yo y les comunique la noticia?
    —¿Lo harías? –se giró el baterista a encararlo con ojos grandes—. Porque no te lo impediría, ¿sabes?
    —¡Gustav Schäfer, ten valor, por Dios santo! –Le quitó Georg el teléfono a su novio para marcar el número y luego el botón de marcado—. Listo, ahora sé un hombre y diles…
    —¿Ser un hombre? –Murmuró Gustav por lo bajo, pensando en lo irónico de la frase, dado que les iba a anunciar a sus padres que tenía una relación con otro hombre, precisamente—. Seguuuro –masculló colocándose el teléfono contra la oreja y nervioso por el tono de marcado que sonaba—. Creo que no están así que… —Se interrumpió a media frase cuando el “¿Aló?” despreocupado de su madre le contestó—. M-M-M-amá –tartamudeó con patetismo, al instante deseando darse contra la superficie más dura que tuviera a la distancia de un metro.
    —Todo va a salir bien –le dijo Georg a un lado, sujetando su mano libre y entrelazando sus dedos. Un apretón de su parte, firme y cálido, fue todo lo que el baterista necesitó para reunir el valor necesario y proseguir sin más nervios de su parte.
    —Hay algo importante que tengo que decirles a ti y a papá…

    —Eso fue… Increíble. Pensé que me gritarían, que estarían furiosos, decepcionados. Algo, no sé qué, pero algo… —Dijo Gustav horas más tarde, hundido hasta la barbilla en el agua tibia de su tina y con Georg detrás de él prodigándole un buen necesitado masaje de espalda—. ¿Crees que Franziska les haya dicho antes? Es que ni siquiera parecían sorprendidos. Fueron tan comprensivos, tan amables, tan…
    —Gusti, no te estreses por eso –se inclinó Georg sobre su nuca y lo besó ahí—. Incluso si Fran les dijo, es bueno, ¿o no? Ellos se escuchaban felices de que alguien estuviera en tu vida, incluso aunque fuera un hombre. Vamos, incluso sin importarles que fuera yo y recuerda que una vez vomité en el asiento trasero de su automóvil nuevo.
    —Cierto –concedió el baterista con una risa, recordando el incidente de años atrás. …l y Georg habían salido a una fiesta antes de que la banda fuera famosa y habían bebido un par de cervezas, las primeras de su vida. Mientras que él se había contentado con una, el bajista había bebido más de la cuenta, obteniendo como resultado final que Georg vomitara en el tapizado del automóvil del padre de Gustav cuando éste había pasado por ellos a recogerlos.
    —Cuando visitemos a mamá, pasemos unos días con ellos. Verás que te siguen queriendo como siempre. Nada ha cambiado entre ellos y tú.
    Con la barra de jabón en las manos y haciendo espuma, el baterista asintió. Su madre se lo había dicho llorando, pero sin reproches, que nada iba a cambiar, que estaba feliz por él y que ella y su padre lo aceptaban. Aún en shock, el baterista tenía dificultades para asimilarlo todo de golpe, pero el mismo tiempo, un poco más del peso que llevaba a cuestas se aligeró.
    —Ahora sólo faltan los gemelos, verás que todo sigue saliendo bien –le recordó Georg deslizando las manos de su espalda al pecho y creando ondas en la superficie cristalina del agua—. ¿Me ayudas con el cabello?
    Gustav extendió la mano a la barra lateral, donde el champú que a Georg le gustaba usar, estaba colocado. Adoraban aquel ritual de limpieza, dedicándose tiempo por lo menos cada tantos días para tomar un baño de tina juntos y disfrutar de su mutua compañía.
    “Va a salir bien, claro” se dijo Gustav, vertiendo una pizca de champú en la palma de su mano y volteándose hacia Georg, quien lo esperaba con una sonrisa pícara en labios.
    E incluso si no era así, tenía a Georg con él.

    Tom había dicho que era un poco gay que vivieran juntos; Bill que seguramente era Gustav el pasivo y eso había bastado para que al baterista se le desvaneciera la sonrisa de ver a los gemelos y se hubiera puesto en pie para abandonar la habitación, sin molestarse en nada más.
    Los gemelos se habían quedado congelados; Bill con la taza de café a medio camino de la boca y Tom con la mandíbula abierta en medio de una carcajada.
    —Yo… —Georg carraspeó, antes de disculparse—. Ahora vuelvo.
    No le costó mucho encontrar a Gustav, quien de frente al fregadero y con ambas llaves abiertas, parecía estar planeando ahogarse en el agua.
    —Hey –se inclinó el bajista, cerrando las llaves y dándole la vuelta a Gustav, quien se limpió el rostro con el dorso del brazo—. ¿Estás llorando? –Preguntó con estupidez, comprendiendo de una vez el porqué del agua corriendo, para opacar el ruido de su llanto—. No los tomes en serio, Gus. Ellos aún no saben nada.
    El baterista se tensó. –Y si de mí depende, jamás sabrán nada.
    —Es por esos comentarios que dijeron, ¿no es así? –Inquirió Georg a sabiendas de que la respuesta era afirmativa—. ¿Y qué si hablaron tonterías? Ellos no saben nada de esto y siempre han bromeado así. No dejes que te afecte.
    —Pues lo hace, y mucho –se terminó de quebrar la fachada externa del baterista; gruesas lágrimas le corrieron por las mejillas—. No quiero tener que decirles que estamos juntos y escuchar sus bromas de mal gusto. Ya la pasé mal por años, no pienso soportar más.
    —Oh, Gus… —Lo abrazó Georg, lamentando todo incluso si no era su culpa. Los gemelos solían ser un par de idiotas sin sentido común que bromeaban con crudeza; comprendía a Gustav y al mismo tiempo quería que este viera que los gemelos no decían nada con malicia, si acaso como broma—. Déjalos que digan lo que quieran. Incluso si nuestra buena racha termina con ellos, tú y yo seguiremos juntos. Puede que lo acepten a la primera o que tarden meses, pero yo estaré ahí para ti, ¿ok?
    —Ugh –volvieron a rodar lágrimas por las mejillas de Gustav—, eres demasiado bueno conmigo. Y yo lo único que hago es llorar –gimió de dolor, apoyando el rostro contra el cuello de Georg.
    —Gusti, eso es porque te amo –dijo el bajista por primera vez en su relación. En sus brazos, Gustav se relajó y respondió por igual, envolviéndolos a ambos en una nube de felicidad.
    —Yo siento lo mismo desde hace un tiempo y quería decírtelo cuando fuera apropiado, que no fuera muy pronto, pero… Jamás pensé que lo diría en la cocina –murmuró el baterista, sonriendo a pesar de lo ocurrido minutos antes—. Yo les diré a los gemelos. Es lo justo.
    Georg no entendió bien que era exactamente ‘lo justo’, pero lo aceptó no por cobardía, sino porque Gustav se veía firme al respecto.

    Los gemelos parecían entender que de alguna manera la habían cagado, así que cuando Georg y Gustav regresaron a la sala tomados de la mano, ni una broma por pequeña que fuera, salió de sus bocas.
    —Somos pareja –anunció Gustav en cuanto estuvieron sentados frente a frente—. No somos gays por vivir juntos, pero sí soy el pasivo. ¿Preguntas? –Arqueó el baterista una ceja, esperando que eso bastara para mantenerlos quietos y callados.
    —Yo –alzó Tom la mano como si estuviera en clase y fuera un estudiante castigado—. ¿Es una broma?
    Gustav bufó y en un arranque de ímpetu, se giró hacia Georg y sin reprimir ni por un instante su fuego interno, sujetó al bajista del rostro con ambas manos y lo besó de lleno en los labios, dejando que los segundos transcurrieran antes de soltarlo y dejarlo ir; Georg anonadado y con una expresión de idiota en la cara que lo delataba encantado por aquella muestra imprevista de amor.
    —Eso es… Wow –corearon los gemelos la última palabra, con los ojos desorbitados de sus cuencas oculares.
    —¿Responde eso tu pregunta? –Gustav se limpió la comisura de los labios con un dedo, carraspeando y un poco avergonzado de su repentino derroche de descaro.
    Los gemelos se abstuvieron de responder; ambos con la boca abierta hasta el límite de sus mandíbulas y al parecer, por primera vez en sus vidas, sin un comentario burlón con el cual replicar.
    —¿Por qué no pedimos algo para comer, eh chicos? –Dijo Georg con una voz en particular alta, desviando la atención o al menos haciendo amagos de—. ¿Pizza? ¿China? Hay un restaurante excelente en la esquina. Gusti –se dirigió a su novio—, ¿haces un pedido para cuatro?
    El baterista asintió, poniéndose en pie y abandonando la habitación.
    —Bien, ustedes dos –se dirigió entonces Georg a los gemelos, quienes aún se encontraban en un estado comatoso que los declaraba como víctimas de una fornicación cerebral—. Va en serio lo mío con Gustav, de otra manera, no viviríamos juntos. Me ama, lo amo y espero ustedes dos lo entiendan.
    —Pero… —Empezó Bill, para ser detenido por el bajista.
    —Lo sé, la banda. Pero Gus y yo ya hablamos de eso; nuestra relación, incluso si termina, no afectará el grupo. Jost ya lo sabe, lo mismo que nuestras familias. También queríamos que ustedes estuvieran enterados, por ser tan importantes para nosotros.
    —¡Pero…! –Intentó ahora Tom, recibiendo los ojos como dagas de Georg clavándose sobre los suyos.
    —Pero nada –apretó el bajista la mandíbula—. Puede gustarles o no, pueden aceptarlo o no, pero nada de eso va a cambiar mi relación con Gustav. ¿Quieren hacerlo difícil? Así será.
    —No puedes hablar en serio de esto y esperar que lo tomemos con calma… —Se exaltó Tom, para detenerse en medio de sus palabras cuando Bill le puso la mano sobre la rodilla y lo calló.
    —¿Realmente va en serio? –Inquirió el menor de los gemelos, hablando con dulzura, el ceño en su frente fruncido en levedad.
    —Muy en serio –confirmó Georg, suspirando después—. ¿Y bien? A Gustav y a mí nos gustaría tener su apoyo, pero si no es así… Sabremos elegir a nuestras amistades mejor.
    Tom palideció de golpe ante aquella afirmación y sólo le bastó confirmar con una mirada hacia su gemelo, la respuesta que los dos iban a dar unánimemente.
    —Lo aceptamos. Los apoyamos.
    —Y estamos felices por ustedes –concedió Bill—. En serio.
    El bajista sonrió. –Gracias, chicos.
    Cuando Gustav regresó de pedir la comida, en lugar de un cuadro desolador, encontró a Georg siendo abrazado por un gemelo a cada lado y suspiró a su vez con alivio.
    Todo estaba bien entre ellos.

    —Soy feliz –declaro Gustav, tendido de espaldas y a un lado de Georg, sus dedos entrelazados con los del bajista y la vista fija en el techo de su habitación, que por decoración del bajista, tenía figurines que brillaban en la oscuridad. Algo que en un principio le había parecido demasiado juvenil y que en cuanto apagó la luz por primera vez y los vio brillar sobre su techo, le encantaron. En parte por el acomodo, en parte porque con ellos, Georg había escrito ‘Te amo’ y el acto en su simpleza lo había conmovido.
    —Igual –bostezó Georg a su lado—. Todo salió bien.
    —Más que bien… Es perfecto –cerró Gustav los ojos, adivinando más allá de sus párpados cerrados, una vida por delante al lado de Georg.
    —Lo sé –presionó el bajista sus manos sujetas.
    —Me siento en paz.
    —Lo sé.
    —Como si el universo se hubiera alineado a mi favor.
    —Lo sé.
    Gustav giró el rostro para mirar a Georg con reproche. –Bien, señor ‘yo-lo-sé-todo’, ¿hay algo que no sepas y que quieras compartir conmigo?
    Georg acercó sus rostros y lo besó en la punta de la nariz. –Aún quisiera saber por qué tarde tanto en darme cuenta que eras el indicado para mí, pero sé que hay misterios que deben permanecer como tales.
    El baterista se sonrojó de golpe. —Uhm.
    Y porque la vida no podía ser mejor, Gustav calló. Ya tendría alguna otra ocasión para ser sarcástico ante la cursilería natural de Georg; de momento, estar a su lado y disfrutando de su compañía, era todo lo que necesitaba.

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