Unos cuantos toques a la puerta me obligaron a abrirla. Me sorprendí al verlo parado frente mío, pero solo le quede mirando. Las piernas me temblaban, las manos y mi barbilla también. No, en realidad todo mi cuerpo estaba tembloroso. Mis palabras vacilaban y solo se escuchaban como torpes tartamudeos. Mi corazón sudaba y latía con fuerza dentro mi pecho, mi mirada era nerviosa y con los ojos vidriosos. Mi respiración cada vez estaba más acelerada, tanto así como si hubiera corrido una maratón. Estaba inestable, me sentía desfallecer y mi rostro mostraba un semblante extraño, mi expresión era rara. Todos esos sentimientos ya me eran raros, era imposible lo que pensaba yo al respecto de eso… pero tan solo su presencia me ponía nervioso, con su voz y simples roces. Sus palabras resonaron con fuerza en mis oídos, mi cerebro se aturdió y me paralice estúpidamente.
-¿Qué pasa? -
Pregunto, abrí mi boca y solo alcancé a despegar mis labios cuando otra pregunta me detuvo.
-¿Estás bien? -
Me límite a asentir.
-¿Los ratones comieron tu lengua? -
Rió, yo negué y nuevamente la voz no me salió.
-No. -
Mi voz salió débil y frágil después de un rato. Una de mis blancas y huesudas manos me sostuvo al escritorio, me acomodé en una posición un tanto extraña y reí.
-¿Nervioso? -
Su pregunta fue elocuente.
-No lo estoy ¿Por qué?
Nuevamente mis palabras vacilaron dentro de mi boca y fruncí mi ceño, haciéndome el desentendido.
-Pequeño demente, ¿no confías en mí? ¿Estas nervioso?
Negué efusivamente, no entendí a que se debió esa pregunta repentina. El nerviosismo no se me tendría que notar tanto.
-¿Estás en tus días?
Su voz sonó burlesca, y claramente me enojé un poco. Levante mi mano libre y cayó con fuerza en su cabeza.
-No, tonto.
Él no hizo nada ante el duro golpe, solo sonrío y libremente sacó un mechón negro azabache que cubría unos de mis ojos y lo colocó detrás de mi oreja. Tragué saliva pesadamente y aparte automáticamente su mano de mi alcance, sus roces me estremecían aún más.
-Tengo noticias, por eso estoy aquí. -
Su voz sonó seria y mi estomago inevitablemente se revolvió y se adentró a mi habitación. Yo aún apoyado en el escritorio lo vi pasar, luego de verlo ya dentro cerré suavemente la puerta, y me apoyé en ella unos segundos.
-¿Qué es? -
Me acerqué unos centímetros a él. De pronto, de la nada, su mirada se volvió nerviosa y algo confusa.
-Escúpelo, tu mirada me pone nervioso.
Le insistí, él tomo sus manos y suspiró. Me miró fijamente y frunció sus labios.
-Seré padre. -
Sus palabras balbucearon un poco, al escucharlas casi me da un paro cardíaco, pensé desmayarme allí mismo. Todo se me dio vuelta y logré apoyarme nuevamente en el escritorio. Una sonrisa irónica apareció en mi rostro notoriamente incrédulo y luego le mire. Al parecer ese romance de una noche se había convertido en algo demasiado serio a mi parecer.
-¿Qué?
Mi voz sonó desgastada y sentí que todo se me destruía por dentro. De como pesaba mi corazón y mis manos temblaban más que antes. Eso tenía que ser mentira.
-Seré padre, ósea, tu serás tío.
Una sonrisita le apareció en sus labios, algo pícara. Vi lo feliz que se veía, me destruí aún más todavía. Miles de preguntas se formaban dentro de mi confusa cabeza. ¿Por qué me sentía así? Siempre privé mi libertad por él sin darme cuenta... ¿y ahora esto?
-Felicidades. -
Sonreí y lentamente me acerque a él y lo abracé para nada afectuosamente. Me sentí frío, pero él me sostuvo en sus brazos con algo de fuerza. Creí que una lágrima se me escaparía pero me contuve dolido, no debía llorar frente él... debía ser fuerte.
Luego de un tiempo ya todo había empeorado, estaba allí sentado, observando sus grandes sonrisas y manos firmemente agarradas. La chica tenía su estomago como una gran pelota, su pelo rubio artificial y patética sonrisa, su vestido era blanco y hermoso lleno de encajes y brillos. Y mi hermano, de traje y elegantemente vestido. Creí que lloraría allí mismo al ver esa escena. ¿En qué me equivoque?
-¿Alguien se opone? o que calle para siempre.
Dijo el sacerdote, sus palabras me llegaron directo a mi destruido corazón. Pero claro, callaría para siempre, porque soy un cobarde. Y luego de un rato se escucharon esas palabras que se transformaron en verdaderos cuchillos para mi dañado corazón:
-Los declaro marido y mujer.
Mis manos estaban en forma de puño, no soportaba más, eso fue demasiado tóxico. Veía sus labios que se fundían en un cálido beso. Creí verme allí, junto a él como siempre lo anhele. Pero no, estaba e-ella... y no yo. Tenía un maldito impulso de salir corriendo de la iglesia y olvidarme de eso, pero lo hecho ya estaba. Mi madre me miró preocupada pero al parecer no sospecho nada, ella solo estaba feliz de ser abuela pero yo me sentía devastado. Todo tenía que ser mentira.
Mis sentimientos estaban en una especie de coma, donde no podía sentir nada. Me sentí vacío e inestable, tendido en mi cama boca arriba sentía las lágrimas recorrer mi rostro vagamente. Parecía ser el fin en mi interior...
Él ya tenía un año y algo, mi pequeño sobrino. El que tal vez arruino mi vida y el principal culpable de que ellos dos contrajeran matrimonio. Ya todo había cambiado, nada fue lo de antes. Nunca más me dijo "te quiero" mi hermano se olvido de mí. Nunca más le vi frente a mi puerta, él se fue de esta casa con ella. Para siempre.
La profunda agonía de la noche, envolviendo por completo mi delgado y frágil cuerpo. La oscuridad me ahogaba y el silencio me torturaba.
¿Dónde estas ahora? Esta curiosidad me mata.
Me sentí estremecer, unos leves espasmos me recorrieron el cuerpo sintiéndome enfermo. El lápiz que sostenía mi mano cayó hacia el suelo, cada letra que escribí en la libreta describían crudamente como me sentía en ese instante. El frío me penetraba la piel llegándole a los huesos, mis huesudas manos sostenían mis piernas y aquella libretita que descansaba en mi regazo cayó bruscamente al suelo.
Te necesito.
Miraba atentamente la ventana, admirando la luz blanquecina casi majestuosa de la luna que traspasaba las cortinas con facilidad.
Mi mirada estaba vacía, el dolor de mi corazón ya era algo común. Aunque no estuviera resignado del todo, ya era convincente de lo que tanto tenía miedo; de amarlo más de la cuenta.
Estas cartas nunca te las entregaré.
Mi corazón siempre estuvo vacío, lleno de odio, quebradizo y desilusionado. Pero él siempre estuvo allí para darle algo de color a mi vida, pero se fue. Y nuevamente me sentí desilusionado. Él siempre me prometió estar conmigo en todas y de nunca dejarme solo... pero rompió esa linda promesa. La cual creí ingenuamente.
Oprimí todo sentimiento posible en mí y suspiré, cerré los ojos y deje que el sueño me llevará a otro sitio. Fuera de allí.
Pero luego de un rato de sueño desperté y el cuchillo aún descansaba al lado mío.
Habían pasado ya semanas y parecía ser ignorado, unos meses y parecía ser olvidado y un año basto para sentirme invisible... y ser solo un simple lindo recuerdo en su mente. Ya no sonreía, ya no sabía lo que era sentir felicidad.
Yo nunca seré capaz de hacerte daño… cariño.
Pero todo había acabado allí, esa dura imagen daba vueltas en mi cabeza. Que erróneo estaba cuando pensé en amarlo y pensaba sería correspondido. Pero me equivoque. Amaba sin ser amado.
Ya no sufriría más, ya que el filo del cuchillo me ayudaría a eso. Una oscura lágrima resbalo por mi mejilla y pase ese filo en mis delgadas muñecas.
¿Por qué lo haces? Dime, ¿por qué te autoflagelas?
Pero tenía una respuesta sencilla; estaba enamorado de alguien inalcanzable.
La respiración se me cortó y una sonrisita se me dibujo en mis labios, ya no sufriría por más años.
La sangre recorría mis brazos, manchaban la alfombra con el tinte rojo. Abrí con pesadez mis ojos y le vi frente mío.
¿Que hacía frente mío? ¿Cómo llego hasta aquí? ¿Cuanto tiempo había pasado? ¡Había quedado inconsciente!
Me movía de lado a lado... esperen ¿Me llamo "amor"?
La vida, se me iba, ¿Qué hice? ¿Por qué no me di cuenta antes? ¿Me amas? ¿Como yo a ti?
Su voz era lejana y hacia eco en mi cabeza.
Yo estaba helado como un hielo, perdía sangre y mucha. Mi cuerpo parecía muerto, no podía reaccionar y de seguro estuve allí en el suelo por horas…
Tu hija... ¿¡¡no era tuya!!? ¿Que dices? ¿Por qué yo no reaccionó? Mis ojos se cierran, no los puedo abrir. ¡Ayúdame, Tom!
¿Estas llorando? ¿Por mí?
Solo lograba escuchar sus sollozos y mi escasa y pausada respiración. No me quiero ir Tom... no te quiero dejar solo. Pero esto es tú culpa.
¿Me amas? ... no, amor no llores por mí, ¡¿pero como creerte si te casaste con ella?! La preferiste a ella antes de mí... no a tu hermano que te tanto te ama. Me haces mal... ya no se que es sentir. ¡Todo se volvió oscuridad! Mi corazón se esta durmiendo con tu recuerdo, no despierta Tom... no... creo que me estoy yendo, ¿me escuchas? escúchame... no es tan difícil. No me dejes ir.
La ambulancia llego, y no pude recordar más. Nada más que sus temblorosas manos sujetándome con fuerza contra él, pidiendo desesperado no dejarlo... creí que me iría a la eternidad, donde todo es incierto.
Después, un año y medio, ya todo había pasado. Nunca le conté y tampoco contaría nada. Él se me declaró... cuando estaba pésimo, cuando todo se me tornaba borroso y poco claro. Y por eso, tenía miedo de que eso me jugara en contra y que solo haya sido producto de mi loca y confusa imaginación.
Entre a mi habitación como todos los días, pero algo me alarmo, él estaba leyendo mis viejas cartas sin mi permiso.
¡No!! ¡No las leas! Grite en mi interior. Me desesperé verlo leyéndolas, me dio miedo pensar que me rechazaría. Odiaba pensar eso… pero ya era tarde, me estaba mirando con los ojos vidriosos.
-Perdóname, Bill.
Su voz se quebró y corrió hacia mí para fundirnos en un abrazo. No moví ni un solo músculo, no quise reaccionar ante su acto. Simplemente no pude.
-Yo te amo tanto... ni te imaginas como pequeño.
Dijo, y acarició mis cabellos negros, entrelazando sus dedos en ellos.
-Yo también te quise... pero la preferiste a ella... ¿por qué? -
Mis palabras sonaron tan bajas que parecían susurros, aún dolía pronunciarlas.
-Lo sé y me equivoque tanto Bill ¡¡me arrepiento de todo!! por eso perdóname, por favor.
Murmuró cerca de mi oído, al parecer lo de esa vez era cierto.
-No... se quien soy para perdonarte. Pero me duele recordar eso.
Aclaré. Ya sabía que estaban separados, porque ella le mintió.
-Nunca quise acerté daño.
-Lo hiciste y mucho.
Contradije.
-Bill... tú no sabes lo que haría por ti.
Todo quedo en un profundo y casi incomodo silencio. Pero me rendí ante él y nos compenetramos en un profundo abrazo, donde ninguno de los dos quería dar tregua, ninguno de los dos quería dejar de sentir el calor del otro. Su aliento estaba cerca del mío y casi respirábamos el mismo aire. Nuestros labios se rozaron levemente y lo atrape en los míos.
Todo fue mágico... cuando su lengua penetro mi boca con sumo cuidado y suavemente. Una débil guerra se formo, ambos luchábamos por el control. Su sabor me envolvió cada poro de mi piel, gemí levemente y un escalofrió me recorrió todo el cuerpo.
-Te quiero. -
Susurró luego de separarnos. Nuestras respiraciones estaban algo agitadas, nuestros ojos se encontraron y nos mirábamos profundamente, yo observando cada uno de sus detalles que tanto me enloquecían.
-Y yo te amo.
Murmuré.
-No... Yo te amo más.
Sonrió y solo me ruboricé.
Apoye mi cabeza en su hombro y enrede mis dedos en sus trenzas mientras él mi sostenía la cintura con ambas manos.
-Tonto... me hiciste sufrir mucho tiempo.
Él no dijo nada ante mis palabras y solté lágrimas, que estaban contenidas. Le escuche sollozar contra mi oído aprisionando fuerte nuestros cuerpos, pero no quise saber porqué... simplemente porque ya sabía la razón; era yo.
Por encima de su hombro y con mis ojos vidriosos vi las cartas encima de mi cama… benditas cartas de la esa tormentosa declaración.
-¿Qué pasa? -
Pregunto, abrí mi boca y solo alcancé a despegar mis labios cuando otra pregunta me detuvo.
-¿Estás bien? -
Me límite a asentir.
-¿Los ratones comieron tu lengua? -
Rió, yo negué y nuevamente la voz no me salió.
-No. -
Mi voz salió débil y frágil después de un rato. Una de mis blancas y huesudas manos me sostuvo al escritorio, me acomodé en una posición un tanto extraña y reí.
-¿Nervioso? -
Su pregunta fue elocuente.
-No lo estoy ¿Por qué?
Nuevamente mis palabras vacilaron dentro de mi boca y fruncí mi ceño, haciéndome el desentendido.
-Pequeño demente, ¿no confías en mí? ¿Estas nervioso?
Negué efusivamente, no entendí a que se debió esa pregunta repentina. El nerviosismo no se me tendría que notar tanto.
-¿Estás en tus días?
Su voz sonó burlesca, y claramente me enojé un poco. Levante mi mano libre y cayó con fuerza en su cabeza.
-No, tonto.
Él no hizo nada ante el duro golpe, solo sonrío y libremente sacó un mechón negro azabache que cubría unos de mis ojos y lo colocó detrás de mi oreja. Tragué saliva pesadamente y aparte automáticamente su mano de mi alcance, sus roces me estremecían aún más.
-Tengo noticias, por eso estoy aquí. -
Su voz sonó seria y mi estomago inevitablemente se revolvió y se adentró a mi habitación. Yo aún apoyado en el escritorio lo vi pasar, luego de verlo ya dentro cerré suavemente la puerta, y me apoyé en ella unos segundos.
-¿Qué es? -
Me acerqué unos centímetros a él. De pronto, de la nada, su mirada se volvió nerviosa y algo confusa.
-Escúpelo, tu mirada me pone nervioso.
Le insistí, él tomo sus manos y suspiró. Me miró fijamente y frunció sus labios.
-Seré padre. -
Sus palabras balbucearon un poco, al escucharlas casi me da un paro cardíaco, pensé desmayarme allí mismo. Todo se me dio vuelta y logré apoyarme nuevamente en el escritorio. Una sonrisa irónica apareció en mi rostro notoriamente incrédulo y luego le mire. Al parecer ese romance de una noche se había convertido en algo demasiado serio a mi parecer.
-¿Qué?
Mi voz sonó desgastada y sentí que todo se me destruía por dentro. De como pesaba mi corazón y mis manos temblaban más que antes. Eso tenía que ser mentira.
-Seré padre, ósea, tu serás tío.
Una sonrisita le apareció en sus labios, algo pícara. Vi lo feliz que se veía, me destruí aún más todavía. Miles de preguntas se formaban dentro de mi confusa cabeza. ¿Por qué me sentía así? Siempre privé mi libertad por él sin darme cuenta... ¿y ahora esto?
-Felicidades. -
Sonreí y lentamente me acerque a él y lo abracé para nada afectuosamente. Me sentí frío, pero él me sostuvo en sus brazos con algo de fuerza. Creí que una lágrima se me escaparía pero me contuve dolido, no debía llorar frente él... debía ser fuerte.
Luego de un tiempo ya todo había empeorado, estaba allí sentado, observando sus grandes sonrisas y manos firmemente agarradas. La chica tenía su estomago como una gran pelota, su pelo rubio artificial y patética sonrisa, su vestido era blanco y hermoso lleno de encajes y brillos. Y mi hermano, de traje y elegantemente vestido. Creí que lloraría allí mismo al ver esa escena. ¿En qué me equivoque?
-¿Alguien se opone? o que calle para siempre.
Dijo el sacerdote, sus palabras me llegaron directo a mi destruido corazón. Pero claro, callaría para siempre, porque soy un cobarde. Y luego de un rato se escucharon esas palabras que se transformaron en verdaderos cuchillos para mi dañado corazón:
-Los declaro marido y mujer.
Mis manos estaban en forma de puño, no soportaba más, eso fue demasiado tóxico. Veía sus labios que se fundían en un cálido beso. Creí verme allí, junto a él como siempre lo anhele. Pero no, estaba e-ella... y no yo. Tenía un maldito impulso de salir corriendo de la iglesia y olvidarme de eso, pero lo hecho ya estaba. Mi madre me miró preocupada pero al parecer no sospecho nada, ella solo estaba feliz de ser abuela pero yo me sentía devastado. Todo tenía que ser mentira.
Mis sentimientos estaban en una especie de coma, donde no podía sentir nada. Me sentí vacío e inestable, tendido en mi cama boca arriba sentía las lágrimas recorrer mi rostro vagamente. Parecía ser el fin en mi interior...
Él ya tenía un año y algo, mi pequeño sobrino. El que tal vez arruino mi vida y el principal culpable de que ellos dos contrajeran matrimonio. Ya todo había cambiado, nada fue lo de antes. Nunca más me dijo "te quiero" mi hermano se olvido de mí. Nunca más le vi frente a mi puerta, él se fue de esta casa con ella. Para siempre.
La profunda agonía de la noche, envolviendo por completo mi delgado y frágil cuerpo. La oscuridad me ahogaba y el silencio me torturaba.
¿Dónde estas ahora? Esta curiosidad me mata.
Me sentí estremecer, unos leves espasmos me recorrieron el cuerpo sintiéndome enfermo. El lápiz que sostenía mi mano cayó hacia el suelo, cada letra que escribí en la libreta describían crudamente como me sentía en ese instante. El frío me penetraba la piel llegándole a los huesos, mis huesudas manos sostenían mis piernas y aquella libretita que descansaba en mi regazo cayó bruscamente al suelo.
Te necesito.
Miraba atentamente la ventana, admirando la luz blanquecina casi majestuosa de la luna que traspasaba las cortinas con facilidad.
Mi mirada estaba vacía, el dolor de mi corazón ya era algo común. Aunque no estuviera resignado del todo, ya era convincente de lo que tanto tenía miedo; de amarlo más de la cuenta.
Estas cartas nunca te las entregaré.
Mi corazón siempre estuvo vacío, lleno de odio, quebradizo y desilusionado. Pero él siempre estuvo allí para darle algo de color a mi vida, pero se fue. Y nuevamente me sentí desilusionado. Él siempre me prometió estar conmigo en todas y de nunca dejarme solo... pero rompió esa linda promesa. La cual creí ingenuamente.
Oprimí todo sentimiento posible en mí y suspiré, cerré los ojos y deje que el sueño me llevará a otro sitio. Fuera de allí.
Pero luego de un rato de sueño desperté y el cuchillo aún descansaba al lado mío.
Habían pasado ya semanas y parecía ser ignorado, unos meses y parecía ser olvidado y un año basto para sentirme invisible... y ser solo un simple lindo recuerdo en su mente. Ya no sonreía, ya no sabía lo que era sentir felicidad.
Yo nunca seré capaz de hacerte daño… cariño.
Pero todo había acabado allí, esa dura imagen daba vueltas en mi cabeza. Que erróneo estaba cuando pensé en amarlo y pensaba sería correspondido. Pero me equivoque. Amaba sin ser amado.
Ya no sufriría más, ya que el filo del cuchillo me ayudaría a eso. Una oscura lágrima resbalo por mi mejilla y pase ese filo en mis delgadas muñecas.
¿Por qué lo haces? Dime, ¿por qué te autoflagelas?
Pero tenía una respuesta sencilla; estaba enamorado de alguien inalcanzable.
La respiración se me cortó y una sonrisita se me dibujo en mis labios, ya no sufriría por más años.
La sangre recorría mis brazos, manchaban la alfombra con el tinte rojo. Abrí con pesadez mis ojos y le vi frente mío.
¿Que hacía frente mío? ¿Cómo llego hasta aquí? ¿Cuanto tiempo había pasado? ¡Había quedado inconsciente!
Me movía de lado a lado... esperen ¿Me llamo "amor"?
La vida, se me iba, ¿Qué hice? ¿Por qué no me di cuenta antes? ¿Me amas? ¿Como yo a ti?
Su voz era lejana y hacia eco en mi cabeza.
Yo estaba helado como un hielo, perdía sangre y mucha. Mi cuerpo parecía muerto, no podía reaccionar y de seguro estuve allí en el suelo por horas…
Tu hija... ¿¡¡no era tuya!!? ¿Que dices? ¿Por qué yo no reaccionó? Mis ojos se cierran, no los puedo abrir. ¡Ayúdame, Tom!
¿Estas llorando? ¿Por mí?
Solo lograba escuchar sus sollozos y mi escasa y pausada respiración. No me quiero ir Tom... no te quiero dejar solo. Pero esto es tú culpa.
¿Me amas? ... no, amor no llores por mí, ¡¿pero como creerte si te casaste con ella?! La preferiste a ella antes de mí... no a tu hermano que te tanto te ama. Me haces mal... ya no se que es sentir. ¡Todo se volvió oscuridad! Mi corazón se esta durmiendo con tu recuerdo, no despierta Tom... no... creo que me estoy yendo, ¿me escuchas? escúchame... no es tan difícil. No me dejes ir.
La ambulancia llego, y no pude recordar más. Nada más que sus temblorosas manos sujetándome con fuerza contra él, pidiendo desesperado no dejarlo... creí que me iría a la eternidad, donde todo es incierto.
Después, un año y medio, ya todo había pasado. Nunca le conté y tampoco contaría nada. Él se me declaró... cuando estaba pésimo, cuando todo se me tornaba borroso y poco claro. Y por eso, tenía miedo de que eso me jugara en contra y que solo haya sido producto de mi loca y confusa imaginación.
Entre a mi habitación como todos los días, pero algo me alarmo, él estaba leyendo mis viejas cartas sin mi permiso.
¡No!! ¡No las leas! Grite en mi interior. Me desesperé verlo leyéndolas, me dio miedo pensar que me rechazaría. Odiaba pensar eso… pero ya era tarde, me estaba mirando con los ojos vidriosos.
-Perdóname, Bill.
Su voz se quebró y corrió hacia mí para fundirnos en un abrazo. No moví ni un solo músculo, no quise reaccionar ante su acto. Simplemente no pude.
-Yo te amo tanto... ni te imaginas como pequeño.
Dijo, y acarició mis cabellos negros, entrelazando sus dedos en ellos.
-Yo también te quise... pero la preferiste a ella... ¿por qué? -
Mis palabras sonaron tan bajas que parecían susurros, aún dolía pronunciarlas.
-Lo sé y me equivoque tanto Bill ¡¡me arrepiento de todo!! por eso perdóname, por favor.
Murmuró cerca de mi oído, al parecer lo de esa vez era cierto.
-No... se quien soy para perdonarte. Pero me duele recordar eso.
Aclaré. Ya sabía que estaban separados, porque ella le mintió.
-Nunca quise acerté daño.
-Lo hiciste y mucho.
Contradije.
-Bill... tú no sabes lo que haría por ti.
Todo quedo en un profundo y casi incomodo silencio. Pero me rendí ante él y nos compenetramos en un profundo abrazo, donde ninguno de los dos quería dar tregua, ninguno de los dos quería dejar de sentir el calor del otro. Su aliento estaba cerca del mío y casi respirábamos el mismo aire. Nuestros labios se rozaron levemente y lo atrape en los míos.
Todo fue mágico... cuando su lengua penetro mi boca con sumo cuidado y suavemente. Una débil guerra se formo, ambos luchábamos por el control. Su sabor me envolvió cada poro de mi piel, gemí levemente y un escalofrió me recorrió todo el cuerpo.
-Te quiero. -
Susurró luego de separarnos. Nuestras respiraciones estaban algo agitadas, nuestros ojos se encontraron y nos mirábamos profundamente, yo observando cada uno de sus detalles que tanto me enloquecían.
-Y yo te amo.
Murmuré.
-No... Yo te amo más.
Sonrió y solo me ruboricé.
Apoye mi cabeza en su hombro y enrede mis dedos en sus trenzas mientras él mi sostenía la cintura con ambas manos.
-Tonto... me hiciste sufrir mucho tiempo.
Él no dijo nada ante mis palabras y solté lágrimas, que estaban contenidas. Le escuche sollozar contra mi oído aprisionando fuerte nuestros cuerpos, pero no quise saber porqué... simplemente porque ya sabía la razón; era yo.
Por encima de su hombro y con mis ojos vidriosos vi las cartas encima de mi cama… benditas cartas de la esa tormentosa declaración.